viernes, 31 de diciembre de 2010

Los piños de “Adán”

“Yo creo que la noticia es que, hasta estos momentos, se sostenía que el primer "homo sapiens" fue probablemente negro, por eso de salir de África hacia el resto del Mundo. Ahora pudiera resultar que los primeros aparecieron en Tierra Santa, por lo que a lo mejor eran blancos con nariz prominente...”

La cita de arriba está tomada de un cibernauta apodado LeonAnto, y es su comentario a una noticia antropológica tan reciente que la podemos denominar el último “descubrimiento revolucionario” de 2010: los dientes de la cueva de Qesem (Israel). Es imprescindible que relacionemos este hallazgo con otro muy reciente que comentamos en el post ¿Chinos o Africanos?, pues ambos están siendo utilizados como parte de una virulenta e infundada campaña contra el esquema africanista vigente desde los años 90s. A muchos les fastidia enormemente provenir de un negro africano, y entre los académicos la proporción de insatisfechos no es precisamente menor que entre los ciudadanos corrientes. Lo que ocurre es que los eruditos y especialistas no pueden permitirse defender públicamente sus ideas eurocentristas y racistas, limitándose por tanto a corear los datos que les convienen y a silenciar los que no, a insinuar sin pruebas, y sobre todo a servirse de los medios culturales, gubernamentales y mediáticos a su disposición. No dicen nada pero lo dicen todo, y si no miren lo bien que ha captado el mensaje el sr. LeonAnto. Este individuo se expresa además relajado, sabiendo que su comentario cae bien porque precisamente lo hace desde una de las publicaciones más eurocéntricas del panorama actual: Libertad Digital. En medio, es decir, entre el total disimulo académico y la absoluta falta de corrección política de los “libegales”, los medios de comunicación y agencias de noticas dejan un surco de titulares muy explícitos: “Un hallazgo sitúa la cuna de la Humanidad en Israel”, “El origen humano, en un diente”, “Nueva teoría evolutiva: el Homo sapiens vivió en Israel hace 400.000 años”, etc. ¿Qué hay de verdad en tales afirmaciones? Como ya hemos visto en otros casos, el meollo científico de la noticia es muy escueto, y hay que saberlo cribar de la paja especulativa que lo asfixia.

Lugar: Cueva de Qesem (Israel)

“A mí me parece interesante la hipótesis de Israel por la carga religiosa que conlleva. Es bonito que los verdaderos Adán y Eva vivieran allí”.

Así ha opinado nada menos que J. L. Arsuaga sobre los hallazgos de Qesem, haciendo gala como vemos de un enorme temple científico. Teniendo en cuenta que el propio atapuerco tiene las zarpas metidas en el yacimiento israelí la declaración suena aún más frívola y peligrosa. A las puertas de 2011 la más popular autoridad española sobre Prehistoria proclama que está a favor de una teoría por su “concordancia bíblica”. De estos polvos, aquellos lodos; de estos arsuagas, aquellos foreros de Libertad Digital.

La postura de este blog, cómo no, es diametralmente opuesta y se manifiesta sola mediante un experimento casero. Tomar un mapamundi y localizar la Cueva de Qesem (cerca de Rosh HaAyin, Israel). A continuación medir cuánto dista de la frontera con Egipto (país africano) o con el Canal de Suez para ser más precisos (100 y 300km respectivamente). Podéis medir también la distancia respecto a un punto que aproximadamente represente el centro de África, en mi caso la Rep. Centroafricana, y rondará los 3.000km, mientras que el equivalente de Asia (frontera entre Mongolia-China-Kazajastán-Rusia) dista más de 4.500km. Más aún, países como Etiopía, Somalia o Kenya están situados al oriente de Qesem, mientras que amplias zonas de Marruecos, Argelia y Túnez se sitúan al norte del yacimiento israelí. Todo lo anterior permite decir que entre Israel y África las diferencias biotópicas y antropológicas son menores que las que existen entre Israel y Asia Central y Oriental. Israel es más África que Asia, como Turquía es más Europa que Asia. Desde esta perspectiva, la presencia de humanidad temprana en Israel avala más que reta las hipótesis de un origen africano para nuestra especie. De paso, acaba con los sueños de tantos que ya se frotaban las manos ante unos “adán y eva” blancos y de narices prominentes. En un post anterior expuse las leyes biológicas que condicionarían el color de piel de los israelíes de hace 300.000 años y el resultado no puede ser más tropical.

Datación: entre 200.000-400.000 años Bp.

Algo que no aparece en todos los medios de comunicación es que 400.000 años es la fecha del estrato más antiguo en el que aparecen estos dientes, pero que también los hay tan recientes como hace 200.000. No me ha sido posible averiguar cuántos de esos ocho dientes pertenecen a cada etapa-estrato, y mucho menos saber en qué proporción se distribuyen las características anatómicas de hombre moderno. Pudiera ser, pero repito que nada se, que los dientes tuvieran más rasgos modernos cuanto más modernos fueran, con lo cual este descubrimiento pasaría a ser mucho menos revolucionario de como lo quieren promocionar.

Deberíamos contrastar también cuál era la situación de África hace 400.000 años. A menudo se lee sobre el “vacío” que existe entre los fósiles africanos de erectus-ergaster y los de humano moderno, la tan cacareada ausencia de un antecessor africano. En realidad hay más de no querer ver que de otra cosa. En el lecho IV de Olduvai, datado en 800-600.000 años Bp., se encontraron las mandíbulas OH 22 y 23, de las que se dice que son formas de transición erectus-sapiens. OH 22 conserva los premolares y dos molares, y por tanto tiene mucho que decir respecto a un yacimiento que como el de Qesem se basa en dientes. El hombre de Bodo (Etiopía) es otro tipo transicional algo más reciente (ca. 600.000 años). Con 400.000-300.000 años de antigüedad contamos con el cráneo de Ndutu (Tanzania) o Saldanha (Sudáfrica). Esa calificación de “transicionales” no dice nada en evolución porque todas las especies lo son por definición. Lo que ocurre en África es que los especialistas se cansaron de poner etiquetas a la altura de Homo ergaster-erectus y no desarrollaron la barroca nomenclatura que disfruta Europa (antecessor, heidelbergensis, neandertal, sapiens moderno). A lo sumo meten los huesos africanos en las categorías que diseñaron para los europeos, y así acaban denominando “Heidelbergensis africano” a OH 22 o a Saldanha. Muy similar a este último es el hombre de Kabwe o Broken Hill (Zambia), y sin embargo su datación es posterior (300-130.000 años Bp.), lo que nos da un idea de la continuidad antropológica en la zona. El tipo Broken Hill tiene además la particularidad, muy oportuna para este artículo, de presentar restos craneales bastante arcaicos (de hecho más robustos que Saldanha) pero un esqueleto postcraneal y unos dientes morfológicamente modernos.

Los dientes

Las piezas dentales no nos permiten diagnosticar por sí solos la especie humana a la que pertenece un individuo, y esto es algo que reconocen hasta los propios prospectores de Qesem. Estadísticamente sí hay rasgos más propios de neandertal que de moderno, o de moderno en comparación a los sapiens arcaicos/ergasters evolucionados, pero no a nivel de un solo individuo, mucho menos de un solo molar. Estos ocho dientes israelíes muestran una mezcla de características, las cuales pueden ser agrupadas en tres categorías: unas parecidas a las de nuestra especie actual, otras parecidas a las de los neandertales, y un tercer grupo plesiomórfico, esto es, similares a la de los ancestros de neandertales y modernos. Estamos por tanto en la misma situación en que nos encontramos con respecto a Zhirendong o Denisova, con las puertas abiertas a que los restos de Qesem sean tanto un moderno muy arcaico, como un ergaster o un neandertal muy modernos, como a un mestizaje entre dichas líneas evolutivas.

Conclusión

Nada hay en este nuevo descubrimiento que pueda atentar contra la teoría de nuestro origen africano. Sus restos coinciden en fechas y características morfológicas con otros muchos encontrados en África, aunque a estos no se les de tanta publicidad. Además, la latitud y longitud geográficas de Israel impiden que se le pueda considerar algo sustancialmente distinto de África, o que se defienda que sus habitantes hayan tenido rasgos propios de los “blancos” actuales, ni hace 4.000 años ni hace 400.000. Si alguien quiere desbancar a África como cuna de nuestra especie que se vaya a buscar huesos a Noruega o a Mongolia, pero no a Israel, ni a Gibraltar, ni al Mar Rojo, ni a Sicilia, pues estos lugares son sólo nominalmente “Europa” o “Asia”.

Por otra parte, cada día se hace más patente que el propio método de diagnóstico antropológico está obsoleto. Por mi oficio de documentalista y por mis aficiones personales se que las colecciones muy pequeñas se prestan fácilmente a clasificaciones nítidas y jerarquzadas. Si tienes 20 discos de música, los tres que tienes de música sefardí entrarán obviamente en el apartado de “música sefardí”, uno de los otros diez que has establecido para ordenar tu colección. Pero, ¿qué ocurriría si tuvieras 20.000 discos? Ahí ya hablamos de múltiples estilos, nacionalidades o épocas, y las barreras dejan de ser claras. La música sefardí del ejemplo anterior… ¿dónde ubicarla? Estaría tan bien colocada en “música en español” como en “música hebrea”, o en “música tradicional”. Siento la digresión, pero ilustra exactamente lo que les ocurre hoy a nuestros paleoantropólogos. Crearon sus tipos, géneros y especies a partir de un muy reducido número de individuos fósiles dando una falsa sensación de orden y nitidez en el proceso de hominización. Todo lo que ha estado saliendo a la luz desde hace dos décadas (Atapuerca, Dmanisi, Flores, Idaltu, etc.) así como reinterpretaciones actualizadas de lo ya conocido (Rudolfensis, Djebel Irhoud, Kabwe, Bodo, etc.) se han saltado a la torera el ordenado paradigma que tanto protegen los académicos. Hace mucho que los seres humanos del pasado remoto dejaron de ser “habilis”, “erectus” o “neandertales”, por mucho que los especialistas hagan como que no se enteran. En el mejor de los casos hay que considerar estas etiquetas como los ingredientes de una receta culinaria (el humano en cuestión). Así, los de Dmanisi vendrían a ser “una cochura de ergaster africano previamente macerada en habilis y gratinada al sapiens arcaico”. Estos dientes de Qesem muestran algunos rasgos “modernos” pero ¿qué significa esto realmente? Desde luego no significa que muestren exclusivamente rasgos que sólo tenemos los modernos, así que no cumplen el requisito para que sean considerados modernos de pleno derecho. Tampoco significa que sean los únicos restos óseos anteriores a la supuesta fecha del origen africano con algún que otro rasgo moderno, pues vimos arriba que África (también Europa) está llena de fósiles equivalentes, así que tampoco se pueden esgrimir como nuestros más directos precedentes. Lo único que empíricamente podemos obtener de este dato es que los ocho dientes de Qesem muestran, para sólo unos rasgos, porcentajes de frecuencia cercanos a los porcentajes de la población moderna, mientras que para otros su ratio está más cerca de Homo ergaster, de Homo sapiens arcaico o pre-sapiens, e incluso de Neandertal. Los autores del descubrimiento prometen entusiasmados nuevos huesos para acallar las dudas sobre su “bonita” teoría. Supongo que esperan que el Dios bíblico acuda en su auxilio mostrándoles los cráneos a los que corresponden las muelas estudiadas, cuya morfología dan por sentado que serán más modernas que los propios dientes que portaban. Si el ejemplo de Kabwe-Broken Hill les sirviera de algo no harían tan temerarios alardes.

Espero que todo lo anterior haya servido para demostrar a los racistas que todavía les quedan años de teoría africana por soportar. En todo caso, se puede decir que he luchado con una mano atada a la espalda, pues deliberadamente he dejado fuera de cuestión un detalle no menor: la genética. De los análisis moleculares se pueden hacer mil y una críticas (relojes, cuellos de botella, vías de expansión, etc.) pero es incuestionable la unanimidad con la que todos los marcadores investigados apuntan a África como el lugar donde se dan los tipos genéticos más ancestrales. Sin embargo, no hacen falta cañonazos para espantar moscas.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Afroiberia social 7. Demografía y organización social durante el período de Producción Sostenible.

El Holoceno es un mero interglaciar, una etapa muy breve de nuestra macro-historia a la que concedemos demasiada importancia por ser la que nos toca vivir. Además está asociado al concepto de “Revolución Neolítica”, un capítulo supuestamente trepidante del pasado remoto que afectó todas las facetas del ser humano. El paradigma eurocéntrico ha sido sin duda el mayor promotor de ambos conceptos, es decir, de que existe una marcada y repentina barrera climática y sociocultural entre el pasado pleistocénico (“salvajes cavernícolas”) y el holocénico (“ciudadanos granjeros”). Ni que decir tiene que este blog se opone a tal esquema.

Contexto cronológico y climático

Como se vio en mi cronología, descarto los períodos tradicionalmente aceptados para el Holoceno afroibérico y establezco otros que me parecen mucho más razonables. Este post se dedicará a la fase que denomino de Producción Sostenible, más o menos entre el 10.000 y el 4.000aC, lo que vendría a abarcar los denominados “epipaleolítico”, “mesolítico”, “neolítico inicial” y “neolítico medio”. Durante esos 6.000 años (probablemente desde antes) el ser humano va incorporando, muy paulatinamente, estrategias para producir alimentos sobre la base de una fuerte tradición cazadora-recolectora, de forma que permite al entorno regenerarse sin problemas (de ahí lo de “sostenible”). Este período de Producción Sostenible forma junto al de las Sociedades Protoestatales (Neolítico Final, Metales y Protohistoria) el gran período de Producción Pre-estatal (10.000-1.000aC.).

Entre el 10.000 y el 9.500aC. comenzó el Holoceno, período que caracterizamos simplistamente por un clima y geografía idéntico al actual. En realidad el calor y las lluvias habían comenzado bastante antes, como se traduce en las fases Bölling-Alleröd para Europa o en la tendencia hacia la humedad que se constata en el Sahara desde el 12.000 aC. Si estas fases no forman parte del Holoceno es porque eran interrumpidas continuamente por nuevos repuntes sólo un poco más benignos que las glaciaciones o las fases hiperáridas propiamente dichas. El Holoceno no supone entonces el comienzo del calor y las lluvias sino su estabilización hasta nuestros días. Por otro lado no es una fase climática homogénea sino que se divide en períodos y subperíodos, que se traducen de forma muy diferente según la región que estudiemos. Es especialmente importante que nos distanciemos como afroibéricos de una imagen explotada mil veces, difundida por aquellos países con razones para sostenerlo por situarse al norte de los Alpes, y que consiste en dibujar un Pleistoceno gélido, donde sólo hay grandes y peligrosos bichos que echarse a la boca, seguido por un Holoceno increíblemente benigno que supuso un cambio radical en las posibilidades de explotación de los recursos. Los hielos no se apoderaron de las zonas euromediterráneas, y en Afroiberia hablar de glaciares (salvo la ínfima presencia en Sierra Nevada) da risa. Si en la Europa nord-alpina era casi imposible vivir durante las glaciaciones y durante el Holoceno se llegó a vivir bien, en Afroiberia sólo pasamos de vivir bien a vivir mejor.

Producción Sostenible-Fase I (10.000-7.000a.C)

Como acabamos de ver, Afroiberia no fue glacial como Europa ni siquiera en los momentos de mayor extensión de los hielos, pero tampoco tan hiperárida como el Sahara en el mismo período, y por ello vivió una transición hacia el Holoceno muy gradual, casi imperceptible salvo por la decisiva subida del nivel del mar. Si la situación sociocultural y demográfica de los afroibéricos de este período sólo dependiera de su propia región y clima, este apartado habría llegado ya a su fin tras una escueta nota donde se invitara a aplicar aquí lo ya visto para el Pleistoceno en general (que por cierto tuvo sus propios interglaciares u “holocenos”). Sin embargo, lo que ocurría en las regiones vecinas influyó de forma decisiva en nuestra situación, por lo que nos vemos obligados a referirlo aunque sea escuetamente. Europa despertó al Holoceno con la aparición relativamente súbita de unas fases como la Preboreal (9.500-8.500aC.) y la Boreal (8.500-6.800), en general más frías y secas que las actuales pero escandalosamente más cálidas y lluviosas que la anterior etapa glaciar. Esto se tradujo en la desaparición de la mayor parte del hielo glaciar y por tanto en la liberación de vastas zonas continentales, no sólo las anteriormente cubiertas de hielo sino otras limítrofes pero igualmente inhabitables para el humano. La pregunta más evidente que debemos hacernos es cómo se poblaron de humanos dichos territorios recién liberados para la habitabilidad, y la respuesta más plausible es que dichas regiones vírgenes se vieron repobladas por euromediterráneos, principalmente ibéricos. Esta afirmación no es patriotera sino que está fundada en la evidencia climática: las zonas que primero y más extensamente se libraron del hielo en Europa fueron las que bañaba el Atlántico, precisamente las que un ibérico encontraba al migrar hacia el norte. Otros euromediterráneos más orientales, como los de las penínsulas itálica y griega lindaban con una Europa mucho más continental y renuente a abandonar los fríos glaciares. En cualquier caso se trata de penínsulas bastante más pequeñas que Iberia y por tanto con menor población disponible para exportar.

También es muy importante explicar el modo en que dichas migraciones se produjeron, o de lo contrario más de uno se burlará de unos supuestos peregrinos que casi mesiánicamente parten de Tarifa para morir en Bretaña o Dinamarca. Lo que ocurrió es que los pueblos que en el pasado habitaron áreas periglaciares se habían ido mudando continua e imperceptiblemente hacia el norte, unos pocos kilómetros cada temporada, en pos de la caza de grandes mamíferos del frío. Ese había sido su único modo de vida desde hacía decenas de miles de años, así que cuando sus presas migraron al norte huyendo del nuevo clima ellos les siguieron. El territorio que dejaron atrás prácticamente despoblado no estaba precisamente vacío de recursos, sino pleno de otro tipo de alimentos (caza menor, vegetales, pesca) que demandaban estrategias a las que ellos no estaban habituados. Sin embargo, para unos eventuales inmigrantes que procediesen de algo más al sur, aquel biotopo que encontraran sería precisamente el que habían explotado durante miles de años y que probablemente ya echaban de menos en sus lugares de origen. Las poblaciones ibéricas, no digamos las afroibéricas, carecían de esta necesidad de buscar el “paraíso perdido” pues sus regiones natales no habían sufrido ese radical vuelco climático y medioambiental. Su implicación en esta traslación demográfica hacia el norte fue mera cuestión de competencia territorial: si al norte siempre hay territorios con baja densidad de población y al sur se está más apretado, la migración de excedentes demográficos hacia Europa está garantizada.

Por su parte, la Arqueología nos muestra que el nivel de complejidad técnica y social de los euromediterráneos en general no había variado todavía respecto a los del Pleistoceno, o al menos no en un grado significativo. Calificados de epipaleolíticos por la tradición académica, rara vez de mesolíticos, el único cambio al que se vieron abocados fue el del tipo de especies cazadas y recolectadas, el utillaje lítico necesario para llevarlo a cabo, así como unas tímidas trazas de experimentación en el terreno de la domesticación. Las innovaciones son tan discretas y graduales que en muchos casos podemos rastrear su origen en el Paleolítico Superior (otra cosa es que el arqueólogo de turno se atreva a hacerlo).

Si ni el clima afroibérico ni el nivel tecnológico de sus habitantes cambaron sustancialmente entre el Pleistoceno final y el primer Holoceno es muy lógico suponer que tampoco su pauta demográfica se viera alterada. Aún suponiendo que la discreta mejoría en lo climático y el ligero avance en lo tecnológio y social tuvieran como consecuencia cierto aumento demográfico, cabría preguntarse si este podría haber hecho frente a la enorme “demanda” de población que provenía de la Europa recientemente habitable. Todo ello nos obliga a reflexionar en una conclusión tan inesperada como perfectamente racional: que durante este período la población no sólo se mantuviera igual que en el Pleistoceno sino que incluso pudiera haber vivido momentos de claro receso.

Producción Sostenible-Fase II (7.000-4.000a.C)

A partir del año 7.000 se producen una serie de cambios en el clima holocénico, tanto europeo como africano, que alterarán sustancialmente el panorama antes estudiado. Desde el Mediterráneo hacia el norte tenemos la fase Atlántica que a partir del 6.800aC. fue imponiendo un clima aún más cálido y húmedo que el actual. La consecuencia más inmediata es la innegable eclosión de la biomasa, la aparición de vida debajo de cada piedra, “vida” que no es sino otra forma de decir “comida”. El período Atlántico convirtió Afroiberia en un vergel que difícilmente imaginaría un ecologista radical en sus mejores sueños y, por otra parte, el humano carecía aún de los medios tecnológicos y demográficos como para provocar el erial que hoy día son nuestros paisajes. Las lluvias y el calor multiplicaron el caudal de nuestros ríos y convirtieron en selvas lo que antes eran despejadas estepas, por lo que sus consecuencias en la tasa de natalidad y esperanza de vida de los afroibéricos no tardarían de hacerse notar. Aquel ciclo de procreación natural que atribuimos a los pleistocénicos (3-4 hijos) pasaría ahora a ser algo así como un “ciclo de procreación natural optimizado”, es decir, aquel en el que los hijos habidos por cada hembra son 4, no 3, y donde todos sobreviven. Con todo, es irracional defender el colosal “baby boom” que las fuentes canónicas atribuyen a su “neolítico” (no olvidemos que esta fase II abarca ya el neolítico inicial y medio). Y es que los académicos calculan que la implantación definitiva de la producción de alimentos multiplicó nada menos que por 10 o por 20, y en poco tiempo, aquella población original de cazadores recolectores. Bajo este esquema, es lógico que nos echemos a temblar pensando que los 200.000 afroibéricos de mi “paleolítico” tuvieran que sufrir durante el “neolítico” un aumento demográfico que los convirtiera en 2-4 millones de productores incipientes. La fase II de este período de Producción sostenible supuso un aumento de población considerable respecto a su fase I porque este último período se mantuvo en los 200.000 afroibéricos del Paleolítico o acaso algo menos. Es posible que para el 5.000a.C. los afrobiéricos superaran ya el medio millón de almas, pero poco más.

La explicación vuelve a descansar en las regiones colindantes, siendo ahora África la protagonista. En la fase I vimos como Europa recuperaba de los hielos gran parte de su territorio, pero omití deliberadamente que también en el Sahara se estaba produciendo una tendencia hacia la fertilidad. La razón es que su moderada intensidad no merecía aparecer como elemento determinante en nuestra evolución demográfica. Del mismo modo pero en sentido contrario, en esta fase II es Europa la que desaparece de nuestro análisis pues su demanda de población ibérica hubo de disminuir significativamente. Las razones son que Europa ya contaba con cierta población “autóctona” producto de las migraciones anteriores, así como que estaba disfrutando su propia eclosión de feracidad por el clima Atlántico, lo cual le permitió aumentar su población y asumir un mayor control en su devenir demográfico. Dicho de otro modo Europa seguía demandando población, pero menos porque ya podía auto-proporcionársela. El “sangrado demográfico” que sufrieron los afroibéricos durante la primera mitad de la fase Atlántica fue en dirección totalmente opuesta. Del 7.000 al 4.000aC. tiene lugar precisamente el período conocido como Gran Húmedo Sahariano, mágico momento en el que dicho desierto pasó a tener ríos como el Danubio, mares interiores como el Caspio, elefantes, girafas e hipopótamos. Dado que este blog considera Gibraltar un paso al menos tan transitable como los Pirineos, pues da por descontada la navegación desde el Pleistoceno, no veo por qué Afroiberia hubo de ser menos receptiva a la demanda de población proveniente ahora del Sahara a como lo fue antes con respecto a Europa. Habrá aquellos que argumenten que el caso Sahariano es diferente porque pudo atraer no sólo a las poblaciones mediterráneas sino también a las subsaharianas, y no les faltaría razón porque evidentemente Europa no pudo saciarse demográficamente con las mismas dosis de esquimales que de mediterráneos. Pero también deberían comparar la superficie del Sahara con la de la Europa cubierta por las glaciaciones, usando un mapamundi no eurocéntrico como el de la proyección de Meter, para descubrir que la región africana es bastante mayor que la europea. Lo uno por lo otro, deberíamos al menos aplicar un mismo rasero para ambas situaciones.

Este panorama climático y demográfico tiene un fiel reflejo en la Arqueología, la cual acepta como dije un “neolítico inicial” afroibérico a partir del año 6.000aC. Pero dicha fecha ni supone el principio de los experimentos con la producción de alimentos, mucho anteriores, ni tampoco es la fase en que lo agropecuario tuvo un desarrollo definitivo, cosa que ocurrió mucho después. Los académicos dan comienzo a su “neolítico” en ese momento sencillamente porque es cuando aparecen los primeros ítems o fósiles directores de aquello que valoran como “neolítico”: cerámica y especies vegetales o animales domesticadas al modo próximo-oriental. Si lo comparamos con la clásica imagen de los libros divulgativos, este “neolítico inicial” y “medio” es precario, anecdótico y más propio de unos “paleolíticos tuneados”. De hecho este “neolítico” es tal solamente por las ganas que tienen los investigadores de que así lo sea. Publicitan por ejemplo la aparición de cerámica en un yacimiento y le suponen un sedentarismo y una actividad agropecuaria inherente, pero lo cierto es que dicha cerámica pudo estar llena de pescado o de madroños, y por tanto pertenecer a pueblos 100% depredadores. Más aún, se sabe de contenedores cerámicos que sólo se usaban para obtener sal mediante una cocción que solía implicar su destrucción por el propio calor, con lo cual ni siquiera tenemos asegurada una ecuación “cerámica=sedentarismo”. Podríamos hablar también de pueblos ganaderos en absoluto sedentarizados, o cuestionar si para los paupérrimos cultivos de aquella época se precisaban concentaciones humanas superiores a aquellos 300 individuos de las bandas de fisión-fusión paleolíticas. Por su parte la exhuberancia del clima atlántico pudo haber provocado, paradójicamente, el aislamiento de los pueblos del interior debido a los bosques impenetrables plagados de fieras y grupos de salteadores, mientras que la costa, con sus grandes estuarios debidos al caudal de los ríos y al alto nivel del mar, vivía en otro mundo. Son sólo algunos ejemplos de cómo los especialistas ven instalado un “neolítico” que quizás no lo estuvo tanto, pero también solemos encontrar el caso contrario, es decir, que no vean trazas de neolítico que están ante sus narices: semillas y huesos de especies domesticadas sin las metamorfosis propias de las mutaciones próximo-orientales, sociedades ganaderas nómadas más cercanas a lo protoestatal que a lo paleolítico, etc. En definitiva sufrimos un grave retraso en la investigación por subordinaciones difusionistas mal disimuladas, y la única conclusión incuestionable que podemos obtener de esa bruma.es que, en proporciones evidentes pero no exageradas, el clima mejoró, la población aumentó y el afroibérico se hizo más complejo social y tecnológicamente.

Conclusión

El período de Producción Sostenible (10.000-4.000aC.) se caracteriza por un paulatino aumento de la natalidad y de la esperanza de vida que se tradujo en un razonable aumento de la población. Esta supondría hacia el 4.000aC. el triple de lo que estimamos para el Pleistoceno (de 200.000 afroibéricos pasamos a 600.000) pero en ningún caso pudo llegar a multiplicar por 10 o por 20 la población como defienden los oficialistas. La razón principal es que el excedente demográfico fue en buena parte absorbido por Europa y el Norte de África, siendo cada una de estas zonas protagonista en etapas diferentes. Tampoco el discreto nivel cultural y tecnológico que nos describe la Arqueología permite suponer un aumento disparatado de la población, por mucho que la bonanza del clima local nos tiente a pensar lo contrario. En cuanto a los procesos de sedentarización y concentración demográfica, ni fueron inventados entonces (v. pescadores del Pleistoceno), ni precisaron por su simplicidad de un número superior a los 300 habitantes habituales en cualquier banda cazadora-recolectora. Por otra parte, la desaparición de los hielos glaciares provocó un aumento del nivel del mar que necesariamente se tradujo en la pérdida de nuestras masas continentales más cercanas al litoral, cuyos habitantes se vieron desplazados, pero el panorama antes descrito no nos permite interpretar que tuviera efectos dramáticos en la demografía de Afroiberia. Pese a que la zona continental perdida fuera considerable en zonas como Lisboa, Golfo de Cádiz o el Mar Menor, en el resto fue mucho más modesta. En cualquier caso, los habitantes de las antiguas costas no pudieron suponer una presión demográfica insoportable toda vez que el interior padecía tanto de cierta concentración demográfica provocada por la agricultura (la cual dejaba libres muchos de los antiguos territorios de caza) como de un continuo flujo migratorio hacia Europa y el Norte de África. La estrategia psicosocial que denominé “ciclo natural de procreación” se vería optimizada, que no alterada, en el sentido de que a medida que se asentaran las estrategias de producción de alimentos habría menos miedo a ese techo de procreación establecido en 4 hijos, dejando de ser un tabú, aunque no por ello se subvirtiera inmediata y compulsivamente. Sin embargo, es cierto que un cambio dramático estaba a la vuelta de la esquina. ¿Qué ocurrió durante el IV mileno a.C. para que acabáramos definitivamente con este modelo demográfico que nos era consustancial desde antes de constituirnos como especie? Ese es el interesante tema de la próxima entrada de esta serie.

jueves, 4 de noviembre de 2010

¿Chinos o africanos?

En Zhirendong, al sur de China, encontraron en 2007 una mandíbula humana prehistórica cuyo estudio ha sido publicado recientemente. Como tantas veces pasa los medios de comunicación han propagado la noticia como si del descubrimiento de la penicilina se tratase ayudados, todo hay que decirlo, por la voluntad de marketing de los propios investigadores. Por enésima vez hay que hablar de multirregionalistas vs. Out-of-Africa, cuestión sobre la que ya me detuve en algún post del blog. Y es que esta noticia ha sido sobrestimada simplemente porque viene a decir que quizás no descendemos de una abuela negro-africana. ¿Quién ha filtrado a la prensa no especializada que este descubrimiento chino podría resucitar las teorías multirregionalistas? Francamente no creo que los periodistas estén al día de las trifulcas internas de los antropólogos, así que lo más lógico es pensar que dicha apostilla iba incorporada en las notas de prensa, es decir, que los autores y parte de la comunidad científica son los primeros interesados en que esto constara así. No debería sorprendernos porque un sector importante de los especialistas aún no ha digerido el gol que les colaron con la Eva mitocondrial, que de una manera tan aplastante como súbita puso fin a cualquier argumento multirregional.
Los multirregionalistas son patéticos. Ya lo fueron durante su edad dorada, cuando ni siquiera necesitaban usar dicha etiqueta, y mucho más hoy que andan dedicados a captar fieles desesperadamente. Ahora pretenden ser portavoces y custodios de todos los argumentos en contra del Out-of-Africa, pero no nos debemos dejar confundir. El paradigma africano hoy hegemónico muestra tanto luces como sombras, las cuales soy el primero en denunciar. Considero que las teorías Out-of-Africa fueron encumbradas tan rápido que no tuvieron tiempo de ser adecuadamente discutidas y corregidas, y que ha acabado siendo un dogma autoritario tan abominable como cualquier otro. Pero el multirregionalismo no es “lo que se opone a los disparates del Out-of-Africa” sino una teoría muy concreta que se podría resumir así: las “razas” humanas actuales provienen de variedades del Homo ergaster-erectus aisladas entre sí al menos medio millón de años. Los rasgos característicos de blancos, negros y amarillos se pueden rastrear paulatinamente desde esas fechas y en las mismas regiones donde esperábamos encontrarlos. Esto es el multirregionalismo verdadero y como tal carece de lugar en la ciencia actual, principalmente porque surgió sin tener en cuenta la genética. ¿Imaginan que mil alfileres al caer al suelo dibujaran un retrato de Cantinflas? Pues más o menos la misma probabilidad estadística hay de que unos grupos humanos aislados durante tanto tiempo den lugar a unas “razas” tan similares genéticamente y parecidas morfológicamente como las actuales. Fin de la cuestión. Multirregionalismo no es apostar por el mestizaje con el neandertal o la entrada por Gibraltar, como tampoco lo es reírse de los relojes moleculares y cuellos de botella de los pro-africanos. Estas son sólo banderas que han ido incorporando a su agenda para minar en sus debilidades más evidentes al paradigma hegemónico. Porque su propósito último es combatir la idea de que todos provenimos de poblaciones africanas que hoy describiríamos unánimemente como “negros”, más allá de cómo se autodenominen (antes fueron polifiletistas, y antes poligenistas) e incluso de un argumentario constante. Como no, tienen un público fiel entre los sectores más reaccionarios y xenófobos de la sociedad, así que noticias como las que hoy nos ocupa suelen ser publicitadas a bombo y platillo.
La información que se ha publicado sólo contiene dos datos incuestionablemente científicos: que la mandíbula de Zhirendogn tiene rasgos modernos mezclados con otros más arcaicos, y que su antigüedad es grande (100.000 años). El resto son especulaciones bastante pobres, un castillo de naipes que sólo se sostiene por la anuencia del eurocentrismo imperante. De hecho se llega a dar información contradictoria, no quedando del todo claro si el espécimen chino es un humano moderno surgido independientemente de su región o un mestizo de “neandertal asiático” con moderno africano. Cualquiera de las dos versiones vale porque finalmente todo redunda en demostrar, eso dicen, que el Out-of-Africa está equivocado y que no tenemos abuelos etíopes. Por eso, antes de marearnos con sus trileos deberíamos analizar lo poco que de empírico ofrece el estudio del humano de Zhirendong.
Empecemos abordando las fechas. El humano moderno de Herto (Etiopía) se remonta a unos 170.000 años y el marroquí de Djebel-Irhoud ofrece una cronología entre hace 100.000 y 200.000. Por su parte los genetistas datan la aparición de nuestra especie entre los 200.000 y los 350.000 años, en África por supuesto, según el reloj molecular que empleen. Finalmente, cada vez es más firme la idea de que los humanos modernos se diseminaron por el mundo principalmente bordeando las costas y siguiendo el curso de los grandes ríos, mediante traslaciones que no iban más allá de los 5-10km. por generación, algo imperceptible para un cazador-recolector nómada. Es decir, que colonizamos el planeta sin tener conciencia de estarlo haciendo y aún así de forma sorprendentemente “rápida” comparado con nuestras estimaciones iniciales: 30.000 bastan y sobran para hacer llegar humanos modernos, no digamos rasgos propios de humano moderno, desde África a China. Por todo lo anterior, cabe preguntarse de qué forma los 100.000 años de antigüedad de Zhirendong pueden contradecir el origen africano de los humanos modernos.
En cuanto a la mezcla de rasgos arcaicos y modernos, habría que cuestionar profundamente ambos conceptos. Recordemos primero el objeto de nuestro estudio, que no es un conjunto de esqueletos sino una sola mandíbula. Por eso, y a despecho de los paleoantropólogos, debemos dudar mucho de su capacidad para ofrecernos información incontestable sobre la modernidad o arcaísmo de su dueño. A decir verdad, lo único “moderno” que tiene es el mentón, mientras que el resto apunta a un ejemplar “arcaico” (dientes y robustez del hueso). Pero decir que un mentón prominente es “moderno” resulta controvertido, verdad y mentira a la vez. El mentón es un rasgo moderno porque surgió recientemente, pero no lo es en el sentido de serlo privativamente de eso que denominamos “humano moderno”. Hay neandertales con mentón moderado y hay ejemplares tenidos por humanos modernos que no lo presentan. La insistencia en hacer del mentón piedra angular de lo que nos define como especie moderna, superior, etc. puede tener su origen en que la “caucásica”, vaya casualidad, ha sido diagnosticada como la “raza” humana de mentón más prominente. Si por el contrario nos centramos en los supuestos rasgos arcaicos encontramos la misma situación: muchos “humanos modernos” presentan esa robustez y dentadura.
En tercer lugar querría tratar el mestizaje, cuestión sobre la que me siento personalmente concernido y que ocupa un lugar capital en este blog. Uno de los errores más grandes de la doctrina Out of Africa ha sido negar taxativamente cualquier tipo de mezcla entre los humanos modernos y otros descendientes del erectus. Pero de ahí a hacer de los multirregionalistas una especie de adalides del mestizaje va un trecho largo y bastante cínico, toda vez que, no me canso de repetir, el fundamento ideológico de la tesis multirregional es el racismo blanco. El multirregionalismo acepta, sí, algo que denominan “gene flood”, pero este ha sido un concepto que ha ido evolucionando forzado por las circunstancias del debate. Desde el comienzo los multirregionalistas fueron conscientes del escollo que suponía sostener a la vez tan largo aislamiento con la infalibilidad actual en las cruzas entre razas humanas “superiores” e “inferiores”. Así Wolpoff sugirió como bochornosa metáfora una piscina donde cada nadador salpica y es salpicado sin dejar de ser quién es, es decir, donde hay un mínimo intercambio de genes, ende mestizaje, para no caer en la deriva de especies, pero poco más. Sus investigaciones nunca estuvieron muy interesadas en dichos procesos de mestizaje, y la prueba más evidente es lo naïf de su planteamiento. Lo que de verdad les apasionaba era encontrar rasgos mongoloides en un erectus asiático, rasgos caucásicos en un neandertal, etc., no rasgos modernos por sí mismos. Sólo cuando la teoría de Eva comienza a dar signos de irreflexiva tozudez en cuanto al mestizaje es cuando los multirregionalistas contraatacan exacerbando y deformando su idea del flujo genético. Al final acabas leyendo en wikipedia que el multirregionalismo es la teoría que defiende que hemos sido una sola población-especie desde el Homo erectus, y que por tanto los mestizajes entre descendientes del erectus estuvieron a la orden del día. Vaya, qué permisivos se han vuelto con los años, ahora piensan exactamente igual que yo y exactamente lo contrario de la piscinita de Wolpoff. En cualquier caso, todo lo anteriormente expuesto sobre la morfología del hombre de Zhirendong impide asegurar que sea un mestizo. Con sus rasgos pudo ser tanto un humano moderno con trazas de arcaísmo (algo común), como otra subespecie prima hermana nuestra con un mentón progresivo (también usual), como finalmente un mestizo. Pero incluso siendo un mestizo podría darse el curioso caso de que su moderno mentón lo heredara de un “arcaico” neandertal, mientras que sus rasgos arcaicos los hubiera heredado de un antiguo “hombre moderno”. Más aún, si como dicen aceptan la unidad de la especie humana desde el H. ergaster-erectus, este tipo de distinciones morfológicas están de más, sobre todo cuando dependen de un milímetro más o menos de mentón, perfectamente explicable por un cambio de dieta o una lesión mandibular.
En definitiva todo el estudio se resume en la presencia de mentones de neandertal progresivo en la China de hace 100.000 años. Han sido los autores los que se han esforzado en inflar la noticia y orientarla torticeramente. Erik Trinkaus es un reconocido investigador de los neandertales y a la vez un multirregionalista convencido. De hecho todos los “neandertalistas” que conozco, sean académicos o aficionados, tienen tendencias multirregionalistas más o menos declaradas. En general son europeos o eurodescendientes que en absoluto les agrada que los modernos europeos, los blancos en definitiva, provengan de africanos negros, y que prefieren provenir de los neandertales, a los que consideran una especie de pre-blancos. Por supuesto la genética no les permite ya defender tesis demasiado radicales, pero les encantan esas noticias del tipo “el pelo rubio y pelirrojo es una herencia neandertal” o “los europeos presentan más trazas genéticas de neandertal que cualquier otra raza actual”. En cuanto al codirector del proyecto, Wu Liu, no es exactamente multirregionalista sino que pertenece a una casta de especialistas chinos que dejan caer, ahí es nada, un origen chino del Homo sapiens moderno. Por ahora los eurocentristas apoyan estas veleidades, pero ya veremos lo que dura este idilio cuando se consolide lo que ya podemos definir como auténtico “sinocentrismo”. El auge económico y militar chino en estos tiempos de crisis occidental puede hacer que en breve este término no nos suene tan pintoresco como francamente preocupante.
¿Cuál es la postura del blog Afroiberia frente a las cuestiones que viene a sugerir este debate? Supongo que la que hoy sostiene mucha gente en su mente, sólo que ellos la llaman erróneamente multirregionalismo por oponerse a la de Stringer y compañía. Es evidente que desde el ergaster hasta hoy somos la misma especie, totalmente compatible en el mestizaje y con múltiples y sucesivas vías de expansión por el planeta. Pero también es cierto que los rubios puros van a desaparecer dentro de dos siglos, lo dicen los científicos, y eso no nos puede llevar a pensar que dichos rubios supongan una subespecie distinta del humano de dentro de mil años. Lo mismo ocurre con neandertales, erectus asiáticos progresivos y demás parentela. Los ejemplares africanos de Homo son los que se han impuesto a las variaciones surgidas en otras regiones porque quizás son el prototipo básico, original, llave maestra, o como se le quiera denominar. Hace unos 300.0000 años apareció en África un tipo humano que denominamos “H. sapiens moderno” porque genética y morfológicamente es indistinguible de nosotros. Se expandió por el mundo mezclándose con cuanto humano encontraba a su paso, porque en definitiva todos eran erectus “tuneados”, pero algún tipo de ventaja demográfica, tecnológica o social hizo que dichos africanos fagocitaran genéticamente a todos los demás, haciendo desparecer casi todas las trazas de dichos cruces. Afroiberia defiende la identidad como especie desde ergaster-erectus, el paso por Gibraltar (faltaría más) y el mestizaje entre humanos “modernos” con neandertales, erectus chinos y hasta con el hombre de Flores, pero no es multirregionalista, sino “Out-of-Africa” en esencia, puesto que la modalidad africana “moderna” supone hoy día el 95% de nuestros rasgos genéticos y anatómicos. Y porque, no lo olvidemos, considera que dichos neandertales, erectus asiáticos, etc. eran a su vez descendientes de africanos salidos en hornadas anteriores.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Van dos años

Una tarde de verano mi mujer me emplazó seriamente a que pusiera por escrito en la web todas aquellas conclusiones que había ido acumulando acerca de Afroiberia. Le parecía una lástima y una pérdida de tiempo que estas continuaran ocultas en el cajón de nuestra intimidad y de pocos amigos más, a la espera de que los canales tradicionales de difusión estuvieran maduros como para acogerlas. Me dio como plazo un mes o dos para publicar y a mi se me vino el mundo encima. Pero, como siempre, le hice caso porque, como siempre, era y es mi mejor consejero.

Dos años después de aquel excitante comienzo me sorprendo pegado a la tecla con la misma fuerza e ilusión del primer día. Este segundo año que ahora se culmina no ha cumplido todos los objetivos que me propuse en el primer aniversario, pero sí su mayoría. En contrapartida, he incorporado elementos no planificados que han resultado ser herramientas excepcionales. Hablo por ejemplo del contador de visitas que puse en marcha en marzo y que a fecha de hoy arroja un testimonio de nada menos que 3.474 consultas. De nuevo fue mi pareja la que me “obligó” a instalarlo ante mi renuencia. Francamente no me apetecía comprobar que sólo cuatro gatos consultaban mi trabajo, y no sabía si aquello me desanimaría hasta el punto de abandonar. Los resultados me han demostrado que no podía estar más equivocado. Otra herramienta que me ha servido de mucho es la sección de estadísticas que facilita Blogger. A través de ella sé en cada momento qué entradas tienen más éxito o bajo qué búsqueda acceden a mi blog, cuestión esta última que me ha permitido descubrir, con placer y agradecimiento, que muchos son lectores habituales. Pero sin duda lo que más me gusta es ver de qué países provienen mis usuarios. He comprobado con sorpresa que España no sólo no es el único país desde el que se me consulta, sino que a menudo no es ni siquiera el mayoritario. México en particular, y América Latina en general, son importantísimos focos de consulta y de nuevo me siento obligado a expresar mi gratitud. Desde que soy consciente de su presencia algo ha cambiado en mi trabajo, escribo algo más para ellos y algo menos para los españoles, y prometo que en su día publicaré entradas que sin abandonar su neta raíz afroibérica toquen de lleno al continente americano. Por otra parte, no deja de ser divertido que alguien que fue tan reacio a publicar como yo, y que de hecho aún se escuda bajo un seudónimo, descubra cada día que es leído desde Japón, Sudáfrica o Letonia. Cosas de la vida.

Permítanme suponer que si dispongo de más de 3.400 consultas en seis meses largos, en dos años con el contador activado nadie me habría quitado las 5.000. Desde una perspectiva tradicional, la que me marcaba antes de publicar el blog y que consistía en esperar a ser publicado por imprenta, ser invitado a charlas, etc., jamás habría soñado con este éxito. Si entonces me hubieran vaticinado que dentro de dos años vendería 5.000 copias de un libro, o que la suma del público de mis charlas rondaría las 5.000 personas, los vecinos denunciarían mis carcajadas a la policía o al psiquiátrico. Ya se que muchos abrirán mi blog para de inmediato abandonarlo por considerarlo aburrido o disparatado, pero del mismo modo sabemos que muchos libros se regalan por navidad para adornar estanterías y que muchos acuden a charlas y simposios para echar siestas. Prefiero pensar en las personas que se toman la molestia de leer mis ideas, y sobre todo en aquellos a los que he podido ayudar, bien con datos, bien con ánimos, y que hacen suyas mis conclusiones. Y poco me importa si son 5.000 o 500, pues aún siendo 50 han colmado expectativas que antes ni me atrevía a soñar. Por eso no es retórica cuando digo que no se cómo agradecerles tan fabuloso regalo. Quizás les ayude saber que escribo para ellos tanto como para mí, y que necesito de ellos mucho más que ellos de mí.

Hasta el próximo aniversario, si D´´s quiere. Abercan.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Afroiberia social 6. El ciclo natural de procreación.

Estoy seguro de que muchos habrán recibido los datos de la entrada anterior bajo la siguiente sospecha: “si éramos ya 200.000 afroibéricos en el Pleistoceno, ¿cómo es que no llegamos a ser decenas de millones antes de la romanización?” En cierto modo es normal que nos planteemos este tipo de cuestiones pues vivimos inmersos en una auténtica locura demográfica. Pensemos tan sólo que entre 1900 y 2000 la población mundial se ha multiplicado por 3.7, es decir, casi se ha cuadriplicado. Si este ritmo de crecimiento demográfico hubiera sido el habitual desde siempre, en el año 500d.C. tan sólo poblarían el planeta… ¡18 personas! Aceptando que por supuesto no fue eso lo que ocurrió, debemos reconocer que nuestro presentismo suele llevarnos a exagerar las estimaciones de crecimiento demográfico para el pasado remoto. Y sí, he sido el primero en haber calificado de “plaga” a nuestra especie, pero una plaga crece hasta encontrar su equilibrio con las posibilidades del entorno. Una cosa es proliferar más que el resto de animales, o encontrar recursos donde los demás no alcanzan, o incluso anular a los potenciales predadores, y otra muy distinta es hacerse el harakiri a base de superpoblación. Debemos por tanto asumir que esto de colapsar de hijos el mundo es una moda “reciente” a escala biológica y que, hasta que dicha novedad se impuso, los humanos se sometían a un auténtico control de natalidad, por mucho que nos cueste aceptar tal conducta de unos seres “primitivos”.

El ciclo natural de procreación

Muy sucintamente, podemos establecer tres modos de reproducción básicos a lo largo de nuestro desarrollo como especie. El más antiguo es este que llamo “ciclo natural de procreación”, el cual hemos practicado en todo el globo desde hace millones de años y que fuimos abandonando muy lentamente a partir del Holoceno. Luego vino un segundo modo de reproducción que calificaremos de “productivo” o “masivo”, practicado aún en muchas regiones del planeta, y cuyo rasgo más característico es el elevado número de hijos por familia. Finalmente, ya metidos en el s. XX y circunscritos al mundo occidental (junto a China, aunque por motivos muy distintos), estamos ensayando un tercer modelo reproductivo donde parece imponerse el tener 1 ó 2 hijos por familia. Nuestro problema al investigar la demografía del pasado remoto es que ignoramos por completo las características de aquel ciclo primigenio y natural de procreación ya que, identificados con el tercer modelo, tendemos a pensar que el único “modelo del pasado” ha sido siempre el de los hijos a mansalva, propio de una economía agrícola intensiva. El cometido de esta entrada será describir ese otro tipo de reproducirnos aún más antiguo y de hecho connatural a nuestra especie.

No hay un modo directo para determinar cómo era exactamente el modelo reproductivo original de los humanos prehistóricos pero, de nuevo, su comparación tanto con los chimpancés como con los cazadores-recolectores actuales nos puede dar una idea bastante aproximada. Dado que la media de edad para que una hembra chimpancé tenga su primer hijo ronda los 15 años, y dado que en libertad no suelen vivir más de 40 años, sólo cuentan con 35 años de vida fértil. Como además sus crías precisan educación y cuidados muy prolongados, necesitan unos 5 años entre cada hijo que paren, lo cual nos lleva a la conclusión de que la chimpancé típica suele tener unas 5-6 crías a lo largo de su vida (7 sería un cálculo demasiado optimista, considerando lo complicado de sus ciclos de estro o celo). Por lo que respecta a los actuales cazadores-recolectores, los datos no son menos sorprendentes. Por ejemplo, mientras las chicas estadounidenses tienen la menarquia (primera regla) a los 12 años como media, las cazadoras-recolectoras actuales la tienen mucho después (las !Kung del Kalahari presentan una media de 17años). La menopausia también les aparece antes, hacia los 35 años, con lo cual su vida reproductiva real es de unos 20 años. Además hay que tener en cuenta la amenorrea, es decir, la esterilidad temporal mientras se da el pecho al hijo, que aún aparece para sorpresa de algunas mamis occidentales de forma residual y durante semanas o meses, pero que a las mentadas khoi-san les dura más de 4 años. Como el cuidado del pequeño no se limita a la lactancia, como un niño de cuatro añitos es aún lento y torpe para dejarlo a su aire (mucho más que una cría de chimpancé), y como en cualquier caso hay que considerar los nueves meses esperando el hermanito, la distancia entre un hijo y el siguiente no suele ser menor de los 5 años. No debe entonces sorprendernos que una cazadora-recolectora actual tenga una media de 3-4 hijos a lo largo de toda su vida. Teniendo en cuenta que estas pautas reproductivas son casi idénticas a las que acabamos de analizar en el chimpancé, propongo que suscribamos para el cazador-recolector prehistórico todo lo que acabamos de ver en su homólogo contemporáneo.

Aparte de estos fuertes condicionamientos de orden fisiológico (menarquia, amenorrea y menopausia), es muy importante tener en cuenta otros de tipo psico-social. Nuestros antepasados del Pleistoceno y del primer Holoceno sencillamente no podían imaginar otro modo de procrear que no fuera el practicado desde hace muchos millones de años, aún antes de aparecer como género biológico. Para hacernos una idea de la barrera conceptual que supondría hemos de equipararlo al incesto. También copulando con hijas, hermanas, tías, o incluso con la madre, un varón tiene más posibilidades de perpetuar sus genes pero, dada la contrapartida de un evidente empobrecimiento genético, es algo que no nos permitimos normalmente desde antes de ser Homo Sapiens. Del mismo modo, cargar con más de cuatro hijos a nuestras hembras era una posibilidad, pero suponía unas dificultades y desventajas que acabó por convertirlo en tabú, una práctica tan inusual y reprobada como acostarse madre e hijo. Este tope situado en los cuatro hijos, y sobre todo el modo de prorratear sus nacimientos, viene corroborado, aunque secundariamente, por el propio estilo nómada de los cazadores-recolectores, pues resulta muy engorroso acometer caminatas maratonianas en pos de alimento con un lactante en brazos de la madre, un crío de dos años a hombros del padre, y un par de zagales de menos de diez años quejándose continuamente de cansancio. Y con tantos niños, tan seguidos y provenientes de todos los miembros fértiles de la banda, no hay “teoría de la guardería en el campamento base” que valga. No importa cuán ventajosas fueran las condiciones ambientales y de recursos que les rodeaban, incluso si estas les hubieran permitido centuplicar su población aquellos padres prehistóricos ni sabían, ni podían, ni se permitían concebir más de 3 ó 4 hijos.

¿Qué consecuencias demográficas tiene este ciclo natural de procreación? Mi opinión es que con 3-4 hijos nuestros ancestros practicaban como norma la denominada “fecundidad de reemplazo”, es decir, la mínima para que el número de población se mantuviera en el tiempo con ligeras subidas y bajadas. Por ahí se repite mucho que con 2,1 hijos ya se tiene asegurada dicha estabilidad demográfica, lo cual puede parecer muy coherente: dos individuos que engendran otros dos (más una decimita por si acaso) aseguran que la población ni crezca ni mengüe. Bajo esa lógica nuestros 3-4 hijos por pareja provocarían que la población aumentara 1,5 o 2 veces con cada nueva generación, pero no es eso lo que vemos que ocurra ni con los chimpancés ni con los modernos cazadores-recolectores. La razón es que el índice de natalidad necesita matizarse no sólo con el índice de mortalidad infantil sino con la mortalidad de todos los hijos que no hayan alcanzado la madurez reproductiva. Dicho de otro modo, de cara a un estudio a largo plazo del crecimiento demográfico sólo cuentan los hijos que te hacen abuelo. El crecimiento, estabilidad o mengua en la población de los cazadores-recolectores prehistóricos no dependía por tanto del número de hijos que tenían, irremediablemente limitado a 3 ó 4, sino que estaba condicionado por la pérdida de dichos hijos. A este respecto hay que recordar que los cazadores-recolectores se caracterizan por bajos niveles sanitarios y considerables niveles de siniestralidad (comparados con el occidente actual), que harían poco probable que todos los hijos de unos padres sobrevivieran hasta hacerlos abuelos. Por todo ello, entre los cazadores-recolectores actuales y prehistóricos, 3-4 hijos han supuesto la cifra perfecta para mantener estable su volumen de población. Hoy sin embargo basta 1 hijo y pico para que los occidentales mantengamos nuestro número, porque los avances tecnológicos y médicos, la ausencia de riesgos y la superpoblación acumulada son nuestros condicionantes. En las antípodas, durante la Edad Media las epidemias y guerras arrojaban un balance de mortalidad sub-adulta mucho más siniestro que durante la propia Prehistoria, de tal modo que sólo a partir de los 6-7 hijos estaba asegurada la supervivencia genética de los padres.

Pero también pueden producirse como dije ligeros aumentos y descensos demográficos. Jamás he pretendido defender que desde los primeros habilis-erectus que arribaron a las costas andaluzas hasta las mismas puertas del “neolítico” el número de habitantes de Afroiberia haya permanecido invariable. Abarcando miles de años y tratando algo tan sensible como es la demografía, una diferencia tan pequeña como la que existe entre una media de 1,8 o de 2,2 hijos supervivientes puede suponer que la población se duplique o se reduzca a la mitad. Como vemos, entre ambas cifras ni tiene que haber un cambio ostensible en las oportunidades para sobrevivir ni, por supuesto, en los hábitos reproductivos. Se trata por tanto de una “estabilidad dinámica” aunque suene contradictorio, una sucesión durante cientos de miles de años de períodos de crecimiento y mengua demográfica que probablemente nunca se alejaban demasiado de los valores medios.

El caso de Afroiberia

Acabamos de ver la preponderancia del factor tiempo para nuestros cálculos demográficos pero, tratándose de la infancia del género humano, el elemento geográfico es al menos igual de importante. Nuestro planeta estuvo despoblado de seres humanos hasta el grado Homo ergaster, del que se dice que fue el primero en salir de la cuna africana. Por tanto debemos distinguir entre grupos humanos que vivían rodeados por otros humanos, de aquellos otros más pioneros que se encontraban rodeados de tierras vírgenes o casi despobladas. A su vez, hemos de diferenciar entre los humanos que vivían en condiciones climáticas, de recursos, etc. óptimas, de aquellos que las pasaban canutas. Ambos distingos nos ayudan a establecer diferentes ratios demográficas, siendo los habitantes de zonas pingües rodeados de tierras vírgenes igualmente generosas los de más alto crecimiento demográfico, y aquellos que las pasaban canutas rodeados de otros humanos igualmente carentes los de menor peso poblacional. Me parece tan obvio que argumentarlo más es perder el tiempo. La cuestión es que Afroiberia cumple con los requisitos de las regiones como mayor crecimiento demográfico, tanto a nivel de recursos, como climático, como por su perfecto equilibrio de conexión-aislamiento respecto a África, como por ser puerta hacia una Europa aún inexplorada.

Vemos entonces que los afroibéricos del Pleistoceno tenían la posibilidad de conservar vivos y fértiles a 3 o incluso a sus 4 hijos, pero eso no significa que lo hicieran. Los cazadores-recolectores actuales nos dan una y otra vez lecciones de la búsqueda del bienestar a través del equilibrio, tanto en el consumo de riquezas naturales como en el de sus tasas de natalidad. Por ejemplo, está absolutamente documentado por los antropólogos que, aún siendo posible la perpetuación de toda la descendencia, si esto va a provocar carestía en los recursos, estrechez en el territorio o cualquier otro tipo de conflicto serio, los cazadores-recolectores no tienen problemas morales para usar anticonceptivos de tipo natural, para abortar e incluso para cometer infanticidio selectivo si las circunstancias determinan que es mejor sacrificar a los neonatos varones, a las hembras o a ambos. Así, según las necesidades y posibilidades de cada circunstancia, la población afroibérica pudo crecer o mantenerse estable.

Imagino que los hombres de Orce presentarían una menor densidad y población total, por razones obvias (acababan de llegar a tierras vírgenes) y no tanto (pervivencia parcial del estro, menor competitividad en la pirámide alimenticia, etc.) Pero poco tardó el ser humano en remontar esta desventaja, pues asegurando la supervivencia de 3 de esos 4 hijos ya tendríamos garantizada una lenta pero inexorable expansión demográfica que alcanzara la cifra de 200.000 habitantes que propongo en medio millón de años. Alcanzada esa cifra se obtiene un balance perfecto entre región y habitantes, una distribución territorial tan holgada como para no competir con otros pero tan compacta como para permitir una fluida vecindad, necesaria para el intercambio genético y tecnológico. Resulta tentador adjudicar a los erectinos afroibéricos tan sólo 100.000 habitantes, a los proto-sapiens 150.000 y a los modernos los 200.000 de mi tesis, pero sería caer en evolucionismo barato. Desde ergaster manejamos fuego, útiles tallados, lenguaje articulado, etc. de tal modo que no hay forma de afirmar que estuviera menos preparado que nosotros para triunfar demográficamente en Afroiberia. Si el Homo arribó en nuestras costas hace unos 2 millones de años, es muy plausible que hace 1 millón de años ya hubiera 200.000 afroibéricos de la/s especie/s que fuera/n.

Finalmente habría que hacer referencia al clima, el cual actúa de un modo que me parece muy curioso. Cuando en Europa hay glaciaciones Afroiberia se convierte en un refugio para muchas especies animales, incluida la humana, que huyen del hielo. Parecería por tanto que la densidad demográfica afroibérica se dispararía en esas etapas, pero el propio frío también reducía las posibilidades de recursos de Afroiberia lo que, sumado a los mencionados controles de natalidad, hacía que en “poco” tiempo la población volviese a sus valores típicos de 200.000 habitantes. Por el contrario, con la llegada de los interglaciares Afroiberia se conviertía en un auténtico vergel, y de nuevo nos sentimos inclinados a suponerle un boom demográfico. Pero olvidamos que este crecimiento, más que probable, se veía equilibrado por la pérdida de población que emigraba a las nuevas tierras europeas recientemente liberadas de hielos. En la próxima entrada de esta serie nos dedicaremos más a fondo a esta última cuestión, pues trata del Holoceno, que no es más que el último interglacial. Además, intentaremos corregir a aquellos que habiendo adquirido un conocimiento teórico de este “ciclo natural de procreación” (porque no es desconocido por los especialistas), se mantienen en el error, por prejuicios evolucionistas y manías clasificatorias, de creer que tan pronto comenzamos a ensayar con la producción de alimentos, el ser humano se dedicó de pleno al segundo modelo reproductivo, aquel de los hijos a tropel y que ellos vienen a denominar “neolítico”.

martes, 31 de agosto de 2010

Afroiberia social 5. Estimaciones demográficas para el Pleistoceno y Holoceno inicial.

A lo largo del blog he repetido varias veces que para mí la sociedad es “el modo de administrar muchedumbres”. Mucho más que el patrón de asentamiento, la actividad productiva o el tipo de autoridad que los guía, lo que realmente determina que una sociedad sea radicalmente distinta de otra es el número de habitantes que la componen. Por eso me parece lógico que, antes de aventurar hipótesis en torno a las posibles estructuras sociales que se dieron en nuestro pasado remoto, deberíamos ponernos al día sobre la evolución demográfica en Afroiberia durante esos períodos. Es sin embargo sorprendente el escaso número de estudios publicados sobre el tema, y más aún si los comparamos con las elaboradísimas teorías y los ardorosos debates que sobre los tipos de sociedades prehistóricas se publican a cada momento. Nuestros arqueólogos pretenden entonces hacer (paleo)sociología de espaldas a la demografía, algo aberrante para el resto de las llamadas ciencias sociales, y lógicamente sus resultados son cuanto menos desatinados y caprichosos, aunque también malintencionados. Porque este vivir ajeno a las cifras permite a los académicos inventar, o negar, cualquier sociedad que les plazca para cualquier periodo que necesiten según sus intereses eurocéntricos, presentistas, etc., pero también según sus más bajas miserias profesionales. Así, como su tendencia a la vagancia y su miedo a los descubrimientos comprometedores les llevan a no prospectar ni el 0.5% de lo arqueológicamente aprovechable, les conviene defender unos cálculos demográficos insultantemente bajos. Como ya vimos, este positivismo arqueológico (“si no lo he excavado no existe”) les ha llevado a límites tan disparatados como afirmar un vacío poblacional a determinadas regiones y etapas de la Península. Palmario es el caso del Bronce andaluz (no argárico), donde la total desidia por excavar era defendida alegremente con uno de esos supuestos vacíos poblacionales… hasta que fortuitamente salieron la luz decenas de yacimientos de ese período. Otro caso típico de positivismo es el de los estudios que aventuran redes y jerarquías entre los asentamientos de una región, cuyos autores suelen tener tanta prisa por imponer su paradigma que fingen ignorar que los yacimientos con los que juegan no supondrán ni el 20% de los que dentro de una década se habrán descubierto. Por último es necesario añadir que el mentado eurocentrismo, el complejo de “tío tom” que tienen tantos especialistas nacionales, les obliga a mostrarnos un pasado ibérico casi despoblado, y por tanto incivilizado de necesidad, a la espera de que fenicios, celtas o romanos impusieran aquí sus dichosos “reemplazos poblacionales” para generar sociedades como dios manda.
Chimpancés y esquimales
En el post Afroiberia Social 3 debía determinar el número de componentes de cada banda de cazadores-recolectores, y mi estrategia fue recurrir a los chimpancés: si ellos forman grupos de hasta 150-200 individuos, es incuestionable que los humanos siempre fuimos capaces de formar grupos mayores. Las evidentes ventajas que sobre nuestros primos mostramos en lo tecnológico, lo identitario o lo simbólico me permitieron elevar a 300 individuos la banda típica de cazadores-recolectores prehistóricos, desde al menos H. Ergaster hasta bien entrados el Holoceno. Mi hipótesis era totalmente opuesta a la que se sostiene desde los departamentos, donde incluso autores jóvenes considerados heterodoxos como J. Ramos estiman “grupos locales de 15 a 75 personas, formados por una o dos familias extendidas”. De hecho, y como dije en aquella entrada, la literatura oficialista sólo acepta identidades locales (“poblados”) de 300 individuos, y en nuestra Península, a partir del III milenio a.C.
Cuando me vi en la tesitura de calcular cuántos de esos cazadores-recolectores había en la Afroiberia prehistórica volví a acordarme de mis queridos chimpancés: ¿podrían ayudarme también ahora? El primer paso en mi estrategia ha sido investigar la densidad de población chimpancé en los tramos de selva y sabana donde habitan: del mismo modo que nuestras bandas de cazadores-recolectores eran mayores que las suyas actuales, es lógico que también nuestra densidad de población fuera mayor. Para obtener resultados no son necesarios grandes alardes intelectuales, basta picar en google “chimpanzee population km” y entre los primeros resultados aparecerá una página conservacionista con valiosos datos y una bibliografía rigurosa. Allí nos dan varias densidades de población chimpancé en distintos puntos de África y, tras hacer medias de las cifras, y media a su vez de esas medias, podemos decir que la densidad de población chimpancé en entornos medianamente propicios es de 1,226 individuos por kilómetro cuadrado, si bien la cifra puede subir a 2,74 i/km², o bajar hasta 0,29i/km².
El siguiente paso era calcular la superficie total de Afroiberia, lo cual no es tan fácil como suena por estar compuesta de partes de países, de regiones y hasta de provincias. Se pueden establecer muchos tipos de cálculos, pero en general podemos decir que su superficie no baja de los 160.000 km². El tercer proceso es simplemente calcular cuantos habitantes caben en esos 160.000 km² bajo la ratio chimpancé de 1,226 i/km². Por supuesto no me he vuelto loco. Se que para el caso chimpancé muchos etólogos pueden replicarme que es una especie animal que necesita biotopos que no se dan por igual en toda Afroiberia, y que por tanto mi cálculo sería desproporcionado: “En Afroiberia podría haber, sí, colonias de chimpancés con esa densidad de población, pero no ocuparían sino una pequeña parte de dicho territorio”. La cuestión es que yo me valgo de la densidad demográfica de los chimpancés pero para aplicarla a las sucesivas especies de Homo, las cuales en absoluto padecen dichas barreras climáticas, dietéticas y etológicas, para los cuales la presión de los predadores ha desaparecido virtualmente gracias al fuego y la tecnología lítica, etc. Afroiberia es una región tan fértil y templada que dudo incluso que los chimpancés tuvieran tantos problemas para poblarla de cabo a rabo, así que no digamos si los sustituimos por esa plaga que siempre hemos representado los humanos. Liberados de complejos, seguimos al fin con nuestras cuentas de la vieja hasta obtener una población total de cazadores-recolectores afroibéricos y prehistóricos de nada menos que 196.000 habitantes, redondeados a 200.000h. por aquello de la nemotecnia. Lo cierto es que hay que pellizcarse para comprobar que no estamos soñando, ya que es frecuente encontrar publicadas barbaridades como que la población humana en toda la Península durante el Paleolítico Superior no superaría los 5.000 habitantes, de los cuales supongo que a Afroiberia no le conceden ni 2.000. Entre 2.000 habitantes y 200.000 media un mundo… ¡Incluso durante la edad de los metales se resisten a estimarle a Iberia más de medio millón de almas, y yo vengo con 200.000 paleolíticos sólo para su tercio sur!
¿Cómo explicar esta diferencia tan atroz en los cálculos? Por lo que me toca reviso mis notas y no sólo las reafirmo sino que incluso descubro haber dado siempre estimaciones a la baja: unas densidades propias de chimpancé, no de humano, y una superficie afroibérica calculada muy modestamente. Por el lado opuesto, los cálculos oficiales son debidos a que los especialistas se han dedicado (en parte con buena intención y en parte porque justificaba como vimos su pereza) a los estudios de “etnología comparada”. Según ellos, el mejor referente para comparar con aquellas sociedades paleolíticas son los cazadores recolectores contemporáneos. Parece que no caen en la cuenta que sus esquimales, sus koisánidas o sus amazónicos actuales son poblaciones relictas, acorraladas por la voraz civilización a entornos muy hostiles, aislados y extremos. Por tanto sus densidades de población, viviendo en bloques de nieve, ardientes desiertos o selvas infranqueables, son necesariamente bajas, desde lo razonable (0,83h/km², pigmeos mbuti) a lo más exagerado (0,015 h/km², tulaqmiut de Alaska). Debemos sin embargo suponer que, cuando todo el planeta era cazador-recolector, en las zonas con valles fértiles y costas de clima templado (Afroiberia entre ellas) la densidad de población humana hubo de ser bastante superior. Por sentido común me resisto a pensar que aquella Afroiberia pleistocénica, refugio paradisíaco para todo aquel que huyera de las glaciaciones, tuviera una densidad de población como la que hoy presentan el Desierto de Namibia o los glaciares de Terranova. En un alarde negociador podría bajar mi estimación a la mitad, 100.000h., lo que supondría una densidad de población de 0,6 h/km², menos que los pigmeos mbuti y la mitad de la de los chimpancés. Pero incluso claudicando hasta esos extremos, los 2.000 afroibéricos paleolíticos que estiman los académicos, (0,01 h/km²), representan un escandaloso e infinito abismo que sólo desde el bando contrario pueden solucionar.
Ejercicio de visualización
Los que me leen a menudo saben que me gusta mucho proponer “experimentos caseros”, porque no sólo suponen un aprendizaje más entretenido, sino porque a veces son la única forma de hacernos percibir el Pasado Remoto más allá de lo meramente conceptual. De nada me sirve que el que consulte este artículo pase incómodo por tanto número hasta acabar borracho. El experimento o aplicación de hoy consistirá en intentar ver estos 200.000 afroibéricos a vista de pájaro y cómo podrían distribuirse por nuestras tierras. Es normal que mi propuesta demográfica provoque agobio, porque de lo que se trata es de embutir 200.000 tipos donde antes campaban a sus anchas (¡y tan anchas!) sólo 2.000. Tenemos la sensación de que andarían todos encima de los demás, chocando continuamente en sus excursiones, arrebatándose mutuamente el alimento y por consiguiente viviendo en una continua lucha y hambruna. En muchos sentidos esa sensación me beneficia porque pone de relieve la importancia de la demografía en la aparición y desarrollo de las distintas sociedades: instintivamente sabemos que cuantos más seamos más coordinación necesitaremos para no sucumbir al caos destructivo. Sin embargo, vamos a demostrar muy tranquilamente que tal inquietud es infundada, que había sitio para 200.000 habitantes, o para 200.000 más, viviendo una holgada y libre existencia de cazador-recolector.
Lo primero que tenemos que hacer es aprender a contar como las gallinas. Dicen que estas aves no saben contar más allá del 3, pero que se las componen con mucha habilidad para controlar sus polluelos, formando con ellos grupos de tres o de menos integrantes (los dos blancos, los tres amarillos, el de la mota negra, etc.). Del mismo modo, yo no se que suponen 200.000 personas así a bote pronto. Necesito convertirlo en unidades menores, y nada mejor que utilizar los 300 individuos que ya estimamos para cada banda pleistocénica. 200.000 habitantes se convierten en 667 de esas bandas o, dicho de otro modo, por Afroiberia merodeaban durante el Paleolítico una media de 650 bandas de cazadores recolectores, de unos 300 individuos cada una. Podemos asimismo desglosar visualmente la propia banda local, estimándola como unas 50 familias nucleares con un promedio de 6 individuos cada una (papá, mamá, tres hijos y un abuelo). Con cálculos igualmente sencillos podemos también estimar que a cada una de estas 650-667 bandas locales le correspondía un territorio nuclear de unos 530km², el equivalente a un cuadrado de 23km de lado (algo que sin pretenderlo coincide con aquellos “foragers” de Bindford). Pero tanto la etología como la etnología nos demuestran además que el territorio real de un cazador-recolector es mucho más amplio, porque todos los grupos se solapan con los demás y se someten a un consecutivo intercambio de territorios en su nomadeo. Sólo con extender ese cuadrado 7km en cada lado, ya obtendrían un territorio (parcialmente compartido) de 900km².
La cantidad de población no es un problema en sí sino que depende de los recursos, y por tanto habrá que preguntarse si Afroiberia era capaz de soportar tanta demanda de alimentos. Afortunadamente no es lo mismo que intentemos calcular si los 160.000km² afroibéricos podían alimentar a 200.000 personas, que hacer uso de los datos anteriores y calcular si un cuadrado de 23km de lado puede proveer alimento a 50 familias. Llegados a este punto, cada cuál debería escoger la comarca a la que pertenezca para comprobar sobre un mapa que le sea familiar qué supone ese territorio de 530km² del que disfrutaría cualquier banda afroibérica. En mi caso me siento familiarizado con Cádiz, Granada y Málaga, así que sobre ellas facilitaré, para los más vagos, las puntas de algunos posibles “cuadrados”
- Cádiz-Jerez-Trebujena-Chipiona.
- Granada-Láchar-Agrón-Padul.
- Málaga-Álora-Coín-Mijas Costa.
Mi percepción es que con esa superficie pueden alimentarse cincuenta familias perfectamente bien cada día. Tengamos en cuenta lo que tantas veces repito, que no éramos héroes sino omnívoros oportunistas, lo cual nos daba unas posibilidades alimenticias ilimitadas. No íbamos todos en manada buscando al mamut o al reno, eso lo dejamos para otras latitudes o, mejor aún, para las películas. Parémonos a pensar cuántos alimentos silvestres y sencillos se consumen todavía en los entornos rurales: caza de conejos, perdices, y pajarillos, recolección de espárragos, setas, palmitos, tagarninas, almencinas, madroños, bellotas, huevos, miel, etc. Sumemos ahora todo aquello que ahora tenemos privado de la mesa por tabúes culturales: lagartos y serpientes, ratas y ardillas, bulbos y raíces, lombrices y escarabajos, todo un universo dietético que hoy nos costaría reconocer como tal. Claro que también se daba caza al cochino, al caballo o al ciervo, y en épocas anteriores también al hipopótamo e incluso al mastodonte, pero ni por asomo suponían la base de la dieta. Lo que realmente tenemos son 50 familias por banda, lo cual nunca supondría más de 70 cazadores efectivos ante un bicho peligroso (contando los 50 machos adultos y 20 más entre mujeres, niños y ancianos). Francamente no me parece una cifra suficiente para tomar riesgos innecesarios cuando encuentras la misma cantidad de proteína con sólo levantar una piedra. Estas bandas de cazadores-recolectores, y las que aún sobreviven, obedecían como las de los chimpancés al denominado patrón de “fisión-fusión”, donde el grupo se reorganiza cada vez que afronta nuevos retos, sea a diario o durante temporadas más extensas. 50 familias cuyos integrantes se separaban temporalmente para establecer relaciones con otros miembros de la banda bajo la excusa de ir a por alcaparras o a coger pájaros con red. Cada “comando” volvía de su misión con parte del botín para compartir, con lo cual todos se beneficiaban de las actividades del resto y podían recibir sin esfuerzo una alimentación muy variada. Otros se quedarían en el campamento base protegiendo a niños, enfermos y ancianos, y sólo por eso también merecerían parte de lo cazado o recolectado por las diferentes partidas. En definitiva, 530km² de Afroiberia daban para alimentar de sobra a aquellas 300 personas.
Por si no lo han notado, he evitado hablar de las costas hasta este momento. El mar supone una fuente de alimentos sin parangón en el interior continental, a la vez que una bendición para las comunicaciones humanas. Por eso todos los demógrafos coinciden en que las zonas costeras son siempre las más pobladas, da igual el tipo de sociedad o el grado cultural-histórico que se trate. En el tiempo de los cazadores recolectores afroibéricos hubo más en la costa que en interior, y en el tiempo de los bético-romanos hubo también más en la costa que en el interior. Lo mismo puede decirse de las zonas de clima benigno respecto a las rigurosas, o de las zonas regadas por caudalosos ríos respecto a las que no lo están. Afroiberia reúne esas tres condiciones favorables para que su densidad de población fuera alta. Dejando de momento el asunto de los ríos, porque podríamos entrar en controversias geo-climáticas, parece evidente que, sea con los niveles eustáticos más arriba o más abajo, Afroiberia siempre ha sido una región eminentemente marítima: actualmente contamos con no menos de 1.500km de costas. La riqueza que el mar proporciona es tanta que, cuando un grupo humano se dedica a explotarlo, su espacio vital deja de necesitar superficie, abandonando el interior continental casi en su totalidad para centrarse en las playas, y esta es otra ley recurrente que conocen de sobra los antropólogos. Cuando antes establecí un “cuadrado” para ciertas zonas de Málaga o Cádiz mentí temporalmente: en una zona de explotación costera estas bandas no habrían organizado su territorio de esa manera. En realidad (cojan si quieren el Google Earth) con unos escasos 300m. lineales de playa hay alimento de sobra para una familia de 6 miembros. Para comprenderlo habrá que refrescar algunos datos sobre las condiciones bio-climáticas y tecnológicas de aquella época respecto al mar, asunto que está bochornosamente minimizado. En lo que respecta a la pesca, los yacimientos muestran, ya sea como restos de comida o como adornos, multitud de huesos de grandes peces que tuvieron que ser necesariamente capturados mediante embarcaciones de bajura, lo cual no debería causar sorpresa en un blog que tanto reivindica la llegada humana vía Gibraltar. Si nos referimos al marisqueo, nuestra actual situación ecológica nos impide imaginar los infinitos racimos de lapas y mejillones que, con más de un palmo de valva, aparecían en cualquier roqueo afroibérico de la época. Y finalmente hay que volver a aquellos alimentos que hoy nos negamos a reconocer como tales (algas, pepinos de mar, huevos de gaviotas y garzas, etc.) o que simplemente no nos esperamos para estas latitudes (focas, cetáceos varados en la playa, “pingüinos” alca, etc.), por no hablar de la sal (auténtico oro blanco para la conservación de alimentos) y su más que posible intercambio con bandas del interior. Por todo lo dicho, y considerando que aquellas familias vivían en régimen de banda solidaria y no en plan “a cada uno su caleta”, podemos convenir un territorio de 15km de playa por banda costera, con no más de 5km tierra adentro. Esto supone que sus territorios se limitaban a unos 75km², siete veces más pequeños que los de interior con sus 530km². Por si fuera poco, dados nuestros 1.500km. de costas totales habría sitio en Afroiberia para 100 de estas bandas costeras, lo cual supone una enorme modificación del esquema demográfico tal y como lo planteamos originalmente. Y es que la suma de espacio territorial “liberado” por esas 100 bandas marengas ascendería nada menos que a 45.000km², un 28% de la superficie total afroibérica, los cuales permitirían una reorganización demográfica del interior mucho más holgada. Parece entonces demostrado que la condición eminentemente litoral de Afroiberia corrobora aún más las “revolucionarias” propuestas demográficas que defiendo en este artículo.
Resumen de datos (aproximados)
Superficie total de Afroiberia: 160.000 km²
Población total afroibérica, para Pleistoceno y primer Holoceno: 200.000 hab.
Densidad media de población: 1,226 hab/km² (igual que los chimpancés)
Número de individuos por banda: 300 (50 familias de 6 miembros cada una)
Territorio medio por banda: 530 km²
Número de bandas totales: 650
Si además tuviéramos que desglosar diferentes tipos de bandas, territorios y densidades dentro de Afroiberia, pienso que el siguiente esquema resultaría bastante plausible:
Bandas costeras (número estimado:100 bandas).
- Territorio por banda: 75 km²
- Densidad de población: 4 hab/km² (igual que Libia hoy)
Bandas de interior comunes (número estimado:450 bandas).
- Territorio por banda: 530 km²
- Densidad de población: 1,226 hab/km²
Bandas de interior en entorno “adverso” (número estimado:100 bandas).
- Territorio por banda: 985 km²
- Densidad de población: 0,3 hab/km² (igual que pob. rural Andes Patagónicos hoy)