sábado, 14 de mayo de 2011

Rostros del Pasado 3. Los cráneos y el racismo.

Cuando la craneología racista era considerada “científica” se daba por sentado que cada “raza” tenía un tipo de cráneo propio, con una combinación de rasgos muy específicos. Estas peculiaridades craneales pretendían ser, además, una demostración infalible de la superioridad del “blanco” sobre los demás pueblos.

Este collage representa bastante bien el modo en que el racismo científico planteaba las diferencias “raciales”. Aunque a veces incorporaban el cráneo de un “amarillo” o “mongoloide”, la inmensa mayoría de ilustraciones se limitaban a comparar las calaveras de un “blanco” y un “negro”. La razón es que así creían cubierto el espectro humano entero, pues consideraban al primero como el cenit de nuestra especie y al segundo como su estadio más bestial. Los racistas de los siglos XIX y XX se vieron obligados a cubrir sus prejuicios con un barniz cientificista, pues aumentaba el número de occidentales horrorizados por el papel de sus gobiernos en fenómenos como la esclavitud y el colonialismo. Las 6 ilustraciones de arriba representan la vertiente gráfica de esta “demostración científica de la animalidad del negro”. Vemos como las ilustraciones 1, 2 y 6 muestran explícitamente al “negro” como un ser intermedio entre el “blanco” (“humano pleno”) y el resto de los simios. La clave o argumento estrella es morfológico y recae en el hocico: desde el primate básico se va acortando hasta llegar a los humanos modernos, teniendo cada especie su propio “ángulo facial” (il. 2). Este, decían, determinaba el desarrollo del lóbulo frontal (racional) del cerebro, de tal modo que los negros, con tan poco ángulo, eran más… “intuitivos” y “rítmicos” que el blanco. Para conseguir el mayor impacto y rechazo entre el impresionable público del momento, los raciólogos-racistas emplearon todas las trampas a su alcance. Por ejemplo, en varias ocasiones (sobre todo il. 3 y 6) la cara del “negro” mira casi al cielo para acenturar el ángulo agudo de la cara, y en la il.3 llegan a ayudar la verticalidad del “blanco” con un librito. Además, en la mayoría de los casos el cráneo del “negro” ha sido dibujado más pequeño que el del “blanco”, dando a entender que tiene menos espacio para albergar un cerebro como dios manda. Así de limpio han jugado siempre los eurocentristas.

Sin embargo, todas estas manipulaciones y mentiras quedan en simple “travesura” comparadas con los peligrosos estereotipos que promueve. Recordemos aquel “esto no es una pipa” de Magritte para convertirlo aquí en “esto no es un negro” o “esto no es un blanco”. La peor trampa de estas ilustraciones es que acabamos creyendo que, efectivamente, un solo cráneo puede representar la morfología común para millones de personas repartidas a lo largo de miles de kilómetros. El tipo de calavera que escogieron para representar al negro (sobreentendamos desde ahora las comillas) era simplemente aquel que mejor “demostraba” sus teorías. No es tanto un negro como un “anti-blanco”, asimilando a su vez al blanco con el humano más moderno y pleno. La impresión es que esos cráneos son como retratos-robot donde se han juntado las bocas más prognatas, las narices más romas, las frentes más escurridas y los mentones más retraídos que podríamos encontrar entre una amplia colección de cráneos. De hecho, salvo en el caso de la primera ilustración (donde se ha copiado el cráneo de un “australoide” real) estoy convencido de que así es como se llevó a cabo. ¿Acaso no hay negros que tienen cráneos similares o idénticos a los representados en estas láminas? Por supuesto que sí, salvo si la propuesta incluye la microcefalia y el mirar al techo. Pero para que un estereotipo, siempre peligroso, resulte al menos funcional necesitamos que sea representativo y exclusivo. En nuestro caso no es representativo porque los negros con esta morfología craneal no son en absoluto mayoritarios, ni siquiera suponen la minoría más numerosa. Tampoco es exclusivo pues aparece, en proporción algo menor que en África, entre poblaciones tan poco africanas como los extremo-orientales o los nativos sudamericanos, por no citar a los llamados “negroides” de Asia y Oceanía (negritos, melanesios, australoides, etc.). Sobre este tipo de morfología podemos añadir que se suele presentar más como individualidad dentro de un grupo que como población entera, sea en África o en los demás continentes mencionados. Lo que pretendía ser el “prototipo universal del negro” es en realidad un tipo morfológico relativamente común en cráneos de todos los continentes salvo en Europa, con especial presencia en África. Sobra decir que sus portadores no padecen, como predicaban los racistas, handicap psicológico o estético alguno.

Desde la perspectiva del presente, o de un pasado inmediato, el daño que pueda hacer dicho estereotipo es más simbólico que real. Hoy ningún negro necesita las sandeces de un antropólogo racialista para saber quién o qué es: la noción social que tiene de sí mismo y que otros tienen de él, su identidad, no se va a ver alterada por el ortognatismo facial o un proceso mastoideo estrambótico. Lo mismo cabe decir si investigamos personajes que vivieron cuando ya se habían inventado el vídeo o las fotografías, e incluso antes si se hicieron de ellos representaciones realistas. Pero llegados al Pasado Remoto hasta el arte deja de ser un aliado en nuestro camino, y sólo los huesos pueden ayudarnos a “resucitar” a sus dueños. A partir de aquí la cosa se complica al tiempo que el estereotipo craneal muestra su potencial más negativo, así que he creído oportuno ralentizar los argumentos al tiempo que recapitulamos:
1. La Antropología clásica ha defendido que había un cráneo prototípico capaz de representar la infinita variedad que suponen los cráneos de todos los negros presentes y pasados.
2. A la hora de escoger-diseñar dicho prototipo estaban más interesados en denigrar al negro como colectivo (asimilándolo al simio) que en buscar medias estadísticas.
3. A causa de ello, su negro estereotipado sólo representa una minoría entre la población negra verdadera. Más aún, este cráneo también se da minoritariamente entre otras poblaciones de la tierra sin relación genética inmediata con África. Si, como quieren los racistas, este es el único cráneo que identifica al negro… ¡el 80% de los negros africanos no son negros y el 10% de los indonesios sí lo es!
4. Durante unos dos siglos este paradigma no sólo ha imperado dentro de la Antropología, sino que se ha infiltrado en disciplinas afines como la Arqueología y la Prehistoria.
5. Los indiviudos del Pasado Remoto sólo pueden ser reconstruidos a partir de sus huesos: ni arte realista, ni mucho menos fotos y grabaciones.
6. Durante esos dos siglos, los cráneos del Pasado Remoto han sido diagnosticados “racialmente” a partir de láminas como las de nuestro ejemplo: se tomaba el cráneo prehistórico y se miraba en ellas a cuál de los prototipos se parecía.
7. Dado que el negro de las láminas no representa ni un 20% de los negros reales, era virtualmente imposible que un cráneo pre- o protohistórico fuera identificado como lo que hoy entendemos (informal y culturalmente) por negro.

Acabo de decir (punto 4) que los estudios de Pasado Remoto asumieron muchos de estos valores racistas de la Antropología, pero habría que subrayar además la predisposición tan buena que mostraron. Los más fieles al blog habrán notado los paralelismos existentes entre este cráneo negro estereotipado y aquel concepto de “negro propiamente dicho” o NPD que analizamos hace años, y yo aprovecho para pedir que se le de un repaso a la entrada para no repetir razonamientos. Arqueología y Prehistoria, tal como las entendemos hoy en Occidente, son disciplinas que hunden sus raíces en el racismo más militante. Nacieron de hecho con el sólo propósito de “confirmar científicamente” todo tipo de teorías supremacistas blancas que se venían forjando desde la Edad Media. Pero el pasado, el real, no estaba dispuesto a corroborar sus dislates. Ya Champollion, el de la piedra Rosetta, entró en crisis ante la negritud de algunos egipcios. Simultáneamente, o algo después, ocurrió otro tanto con Babilonia, Elam, Mohenjo-Daro o los fenicios. Aquellos racistas irredentos no sólo tuvieron que aceptar que personas de color tuvieran desde muy antiguo grandes capacidades técnico-culturales, sino que además les llevasen milenios de ventaja a los blancos de Europa. Precisamente en medio de esta crisis es cuando surgen, como solución estrella, tanto el cráneo estereotipado como el NPD. Pero lo hacen como solución técnica y oportunista, no como fruto de la interiorización sincera de unos principios racistas. Se produce entonces un divorcio o doble rasero en el diagnóstico “racial”:
- Para la vida real (ordenar un Holocausto, invadir un continente, esclavizar, festejar un linchamiento, etc.), se aplica una definición inclusiva del negro y exclusiva del blanco: basta un rasgo de negro para ser negro, pero has de ser totalmente blanco si quieres ser considerado tal.
- Para el pasado lejano los papeles se invierten: sólo es negro el que sea un “negro propiamente dicho” y que además tenga un cráneo como el estereotipo de nuestras láminas. Bajo esta doble criba, ni los auriñacienses de Kenya merecieron para Leakey el apelativo de negros. De hecho situaban el primer “negro propiamente dicho” en Asselar, una cultura neolítica de Malí. Los negros, hasta antesdeayer, sencillamente no habían existido.

Dicen los expertos en comunicación que para motivar a un auditorio nada hay mejor que la identificación. Dado que mi público potencial se siente mayoritariamente “caucásico”, he decidido que reciclemos todas las reglas que se usaron para fabricar este cráneo del “negro propiamente dicho”, orientadas ahora a diseñar un “blanco propiamente dicho”. Si la cuestión era plantar distancias con las “razas inferiores”, el cráneo prototípico del blanco perfecto, el anti-negro, debería presentar también en un grado exacerbado los atributos de su raza. Así, si el negro apenas muestra tabique nasal o espina, estos ilustradores racistas deberían haberle puesto al blanco las más protuberantes del mercado. Lo mismo cabe decir del los dientes más hundidos, la frente más abombada, el mentón más prominente y la nuca más braquicéfala que podamos imaginar, ya que todo eso pone al “blanco” en las antípodas del temido y despreciado negro y, según ellos, del primate. Volvamos sin embargo a las ilustraciones y comprobaremos que no es así. En la 1 y la 5 el cráneo blanco presenta un muy ligero (y realista) prognatismo, y en la primera ni siquiera el tabique nasal es protuberante. Es además cómico que las dos ilustraciones con los blancos de perfil más vertical (il. 3 y 6) sólo lo consiguen poniendo sus cráneos en escorzo (nótese que se ven las dos cuencas de los ojos)

Este es el resultado de mi experimento. No he inventado ni exagerado huesos, he usado partes de cráneos de europeos reales, y las he montado luego a escala. Como consecuencia, el rostro que obtenemos de la reconstrucción no resulta forzado ni caricaturesco, y si algo queda “raro” es culpa exclusiva de mi torpeza al dibujar. Sea como sea, estoy seguro de que todos podemos recordar a algún conocido o a algún famoso con el que guarde gran parecido. Veamos ahora si resiste las mismas preguntas que planteamos al estereotipo negro:
1. ¿Qué proporción representa este tipo dentro del conjunto de los blancos europeos? Estimo que ni un 10%. Recordemos que, como al negro, le exigimos que se den todos los rasgos y en el mismo grado.
2. ¿Puede entonces erigirse como prototipo de todos los blancos?
3. ¿Soportaría el resto de europeos blancos el sambenito de mestizos o “blancoides” por no contar con uno o varios de los rasgos de ese prototipo?
4. Y lo que más incumbe a nuestro blog: ¿Estaríamos dispuestos a que todo cráneo europeo, antiguo o prehistórico, que no resultase gemelo al tipo de mi ilustración se clasificara como “no-blanco”?



La tercera y última ilustración es un montaje con rostros de negros africanos cuyos rasgos se salen claramente del canon “negro propiamente dicho”. Los rasgos son tan importantes que no he podido aplicar un filtro, como en otras ocasiones, para preservarles la intimidad. En estas fotos, tanto aisladamente como agrupados, encontramos mentones marcados, bocas poco o nada salientes, labios finos, narices delgadas y/o prominentes, y frentes en absoluto huidizas. He tomado la precaución de escoger entre pueblos africanos bastante alejados de Eurasia, para que no me puedan replicar que esos rasgos son debidos al mestizaje. Por eso ninguno proviene de más de 15º al norte del Ecuador (salvo quizás las nº 6 y 16), ni de menos de 1.000km respecto al Mar Rojo. Perdemos así un fabuloso “arsenal” para nuestros argumentos (etíopes, somalíes, beja, nubios, tuareg, moros, etc.), aunque vale la pena. Entre los representados aparecen masai de Kenya y Tanzania (1, 8-12, 20), kikuyu de Kenya (7), nilóticos del lago Turkana (2, 22, 24), njemp del lago Baringo (4), shilluk de Sudán (17), nuer de Sudán (14, 19), peul del Sahel occidental (3, 21, 23), dogon de Mali (18), Teda del Chad (6, 16), y khoisan de África del Sur (5, 13, 15). De todas estas fotos destaca sin duda la que protagoniza el centro del montaje: un europeo (o eurodescendiente) y un masai juntando sus caras amistosamente. Lamento no poder dar los créditos de la imagen pero carezco del original y mi fuente inmediata fue una web racista de la que no pienso hacer propaganda. En cualquier caso, es evidente el intenso parecido que hay entre ambos individuos, el grosor de sus labios, el ancho de sus narices, los pómulos, e incluso el rasgado de sus ojos. Como en el resto de las fotos no podemos decir que se trate de un mulato, y a la vista está por su fuerte pigmentación, casi azulada. No son “negros con rasgos de blanco” sino negros con rasgos 100% negros que los blancos, muy posteriores, heredaron de ellos.

Anexo: Reconstructor forense de profesión

En otra ocasión comentamos que determinadas series televisivas habían popularizado enormemente a los forenses, pero sin duda también los han distorsionado para dar espectáculo. Los propios analistas se quejan de que su laboriosa tarea bajo presupuestos mínimos es representada como un mero juego de liquiditos fosforescentes en despachos propios de un Bill Gates. Sin embargo, noto que en lo referente a reconstruir cráneos se dejan querer y no nos aclaran la verdad. Tratemos brevemente algunos elementos que pueden demostrar las carencias que, aún hoy, tienen estos métodos de reconstrucción.
1. Al parecer (Wikipedia), las reconstrucciones de cráneos no son aceptadas como pruebas científicas en los tribunales federales estadounidenses, en virtud a un protocolo llamado Daubert Standard. Los británicos están legislando algo muy parecido.
2. Como hemos dicho en este artículo, los huesos por sí solos no pueden decirnos de qué “raza” es un individuo (ni como percepción social, ni por supuesto como realidad biológica). Ese rollo de “varón, caucásico, etc.” con medio parietal en la mano y a dos segundos de descubrir la escena del crimen es absolutamente irreal. Como el masai y el guiri de la foto, muchos negros y blancos comparten cráneos casi idénticos, no digamos si el “blanco” es “hispano” o “árabe”.
3. Las reconstrucciones craneales no son una prioridad en los departamentos de antropología forense, sino más bien un recurso inusual si todo lo demás ha dado pocos resultados. Aún en este caso, los investigadores saben que es una herramienta muy imprecisa, que representa más lo que entendemos por un aire de familia que el retrato de una individualidad. Lo cierto es que, viendo casos resueltos en internet, las reconstrucciones y las víctimas suelen parecerse lo que un huevo a una castaña.
4. Las reconstrucciones forenses no están sometidas a protocolos unificados y normalizados, ni siquiera dentro de un mismo país. Cada especialista usa un método entre los múltiples propuestos, a sabiendas de que la elección de uno u otro cambiará drásticamente el aspecto del personaje reconstruido. Incluso diferentes forenses, reconstruyendo un mismo cráneo, con un mismo método, tendrán resultados divergentes pues las reglas suelen ser imprecisas por el componente artístico del oficio. Esta es la razón principal para que la mentada norma Daubert rechace las reconstrucciones como pruebas judiciales.
5. El mayor escollo en esta profesión son los tejidos blandos, cuyo grosor varía entre distintos individuos. Pese a sus discrepancias, todos los métodos vigentes coinciden en utilizar un procedimiento que me parece aberrante desde que lo conocí y aún me pregunto cómo sigue en pie: estimar la proporción de carne sobre el hueso en base exclusiva a la “raza” del individuo. Así, tienen unos grosores distintos para blancos, para amarillos, para negros… A veces toman un montón de muestras de la morgue y publican con orgullo los grosores de tejido para nativo americano, coreano o naranjero de California. Pero por mucho que empleen diferentes estimaciones por edad y sexo, no podrán salir del agujero en tanto pretendan diagnosticar “razas” a partir de huesos. Es curioso que en cuanto abandonamos a Homo sapiens moderno, y por tanto todo este rollo racial, el criterio usado para la atribución de tejidos blandos es puramente funcional: tal tipo de dieta y masticación, tal robustez de maseteros y parietales, como corrobora cierto torus supraorbital para sujetarlos, etc. Estoy por otro lado seguro de que, hasta mediados del s.XX, las diferencias económicas y de hábitos también determinaba que, siendo primos, los cráneos del pobre de campo y del rico de ciudad se parecieran bien poco. Para colmo, más allá de los huesos con sus formas y los músculos con sus funciones, está la grasa, que sólo puede deberse a la genética o la golosinería de su dueño. Dejemos por tanto al hueso hablar, no lo constriñamos a priori, y advirtamos a los demás de lo vago de nuestras reconstrucciones.