domingo, 24 de julio de 2011

Rostros del Pasado 5. Tutankamón. Parte 2

Otras reconstrucciones.

Debido a su fama, Tutankamón ha sido reconstruido anteriormente en varias ocasiones. Considero que antes de exponer mi trabajo debemos evaluar los aciertos y errores de estos ensayos, los cuales dividiremos en dos grupos.

1. 2002. Los británicos o el cambiazo.
Hasta donde se, el primer equipo multidisciplinar que puso carne a Tut estuvo dirigido por el experto en reconstrucción facial Dr. Robin Richard. El motivo fue una exposición sobre el faraón, organizada por el Museo de la Ciencia británico, el 30 de septiembre del 2002. El proyecto, en el que trabajaron expertos de tres continentes, rezuma humildad por los cuatro costados: continuamente nos dicen que trabajan con réplicas, que no tienen acceso al original, que la mayor parte del trabajo lo hacen usando software 3D en lugar de arcilla, etc. Para compensar lo que creían defectos, se centraron en un exhaustivo acopio de muestras de piel y tejidos reales vía 3D: “Escaneamos las caras de un número de personas de la misma edad, sexo y de un grupo étnico apropiado, y así hemos conseguido un rostro-promedio adecuado desde el que empezar el proceso de modelado”. Una vez que el trabajo de Richard y sus colaboradores estuvo completado, se envió a artistas de efectos especiales de Nueva Zelanda. Su encargo fue el de crear una imagen digital del faraón, añadiendo el color de ojos y de piel, así como las cejas, etc. El resultado es la reconstrucción que más me satisface de todas las que he visto, pero por desgracia, el museo consideró innecesario recordar y promocionar el nombre de sus autores. En su lugar la gloria se la llevó Alex Fort, especialista británico que a partir de las infografías neozelandesas, y traicionándolas mediante un descarado blanqueo, modelaría la cabeza que definitivamente será expuesta en el museo. Veámoslo.


Arriba a la izquierda tenemos dos muestras de cómo dejaron de guapo los neozelandeses a Tutankamón. Los rasgos fluyen con naturalidad y la armonía del conjunto nos hace inmediatamente creer que estamos ante un ser real y no ante meros algoritmos informáticos. Se trata de algo lógico si tenemos en cuenta el método que siguieron, el cual he representado arriba a la derecha con uno de los muchos jóvenes de la misma edad del faraón, egipcios supongo, que se prestaron a ser escaneados. De este modo consiguieron esas carnosidades propias de las pieles y cartílagos egipcios, aún de los actuales tan semitizados. Sin embargo, todo este esfuerzo se vino al traste cuando metió la zarpa eurocentrista el modelador Alex Fort. Su reconstrucción, representada por las cuatro imágenes de la fila inferior, no sólo traiciona la africanidad que transmitía el proyecto neozelandés sino que durante dicha manipulación acaba generando un ser irreal. Los labios y la nariz parecen haber sido sometidos al vacío, y de sus comisuras parten cuatro pliegues absurdos que recuerdan la boca del Joker-Jack Nicholson. Aprovecho para decir que esta es una consecuencia muy común en el emblanquecimiento de cráneos: al desecar y hacer puntiagudas a narices de naturaleza carnosa y boniata, al intentar compensar prognatismos con labios ultrafinos, y finalmente al emblanquecer la piel de forma antinatural, se obtienen reconstrucciones que no son feas ni arcaicas sino directamente alienígenas. La imagen de abajo a la derecha es para mí el colmo del cinismo, pues capta a Alex Fort trabajando sobre Tutankamón … ¡rodeado de imágenes del modelo 3D neozelandés! Entendamos que a este señor le han proporcionado la réplica del cráneo del faraón, que sólo tiene que añadir arcilla donde se lo dicen las imágenes de muestra, y luego pintarla del color que le han sugerido. Este señor Fort es un renombrado reconstructor forense, así que no podemos disculparle como torpeza los tremendos cambios que su versión presenta respecto al original. Sencillamente no le dio la gana de seguir el prototipo neozelandés y lo modificó para que fuera perdiendo todos los rasgos que lo acercaban a lo que hoy denominamos socialmente un “negro”. Qué casualidad.

2. 2005. National Geographic o el concurso Miss Tutankamón.

El proyecto de Richard nació con buena voluntad y se desarrolló acertadamente, pero fracasó a la hora de ponerse en divulgación, momento en el que el eurocentrismo dominante dijo aquí estoy yo. Por el contrario, el proyecto que en 2005 organizó la revista National Geographic fue una vergonzosa maquinación racista desde el primer segundo en que se concibió. Hay tanto show barato, tanto trileo y tanto eurocentrismo en este proceso que para dar cuenta de todo habría que dedicarle un extenso monográfico, así que intentaré comprimir la información.

El 11 de mayo de 2005, la revista National Geographic publicó a bombo y platillo que “el primer busto hecho jamás del rey egipcio Tutankhamun” estaba dispuesto a recibir a la prensa. Y vaya que lo estaba. En un par de días no hubo telediario, magazine o programa moderno que no hiciera un alto para alegrarnos con tan trascendental evento. El tono empleado por la revista, repetido miméticamente por los media, pone mucho esmero en ganar la atención del público haciendo gala de lo científico, de lo imparcial, y de lo moderno del proyecto. Para lo científico, repetir que se han seguido técnicas forenses que se sirvieron de unas 1.700 imágenes digitales tomadas con scanner CT en 3-D. Para lo imparcial, remarcar que el estudio ha sido llevado a cabo por forenses, artistas y antropólogos físicos de Egipto, Francia y los Estados Unidos, coordinados por Zahi Hawass, secretario general del Consejo Supremo de Antigüedades de Egipto. Se nos asegura que tres equipos independientes entre sí han hecho su propia versión del busto, y que luego se ha escogido la más rigurosa. Para lo moderno y juvenil, decir que las técnicas empleadas no desmerecen a lo que vemos en series televisivas como CSI Miami. En el número de junio del mismo año, NG haría de la reconstrucción su portada.

La noticia y el proyecto que la respalda son un camelo de principio a fin. Como aperitivo, acabamos de ver por Richard y su equipo que este no es en absoluto “el primer busto hecho jamás del rey egipcio Tutankhamun”, título grandilocuente que por lo demás jamás se adjudicaron los británicos. Toda esa imagen de colaboración multidisciplinar, de independencia científica y de concurso a ciegas oculta un desvergonzado tongo que sólo entenderemos si nos extendemos en cada una de las reconstrucciones que se presentaron como candidatas.

La versión francesa.

La reconstrucción de Tutankamón hecha por el equipo francés ganó la competición y fue seleccionada por la National Geographic Society para ser portada de su revista. Al mismo tiempo, National Geographic había escogido y sufragado al equipo francés desde el principio. ¿Sólo yo veo el conflicto de intereses?, ¿cómo puedes presentarte a un concurso del que eres también el árbitro? Y lo que es peor, ¿cómo puedes tener el valor de darle a todo un aire científico y publicitarlo internacionalmente? Después de esto, no debe sorprendernos que casualmente este busto sea el más trabajado de los tres representados, policromado, con vello y ojos de vidrio donde los demás son meros modelos 3d o en escayola, o que, también casualmente, la información relativa a esta reconstrucción triplique a la relativa a las otras dos propuestas juntas. Sólo cabría esperar que, ya que iban de enchufados, se hubiera pedido a los franceses unos mínimos de decencia metodológica. Pero ni eso. Su aberrante producto es el peor de los propuestos, y representa una especie de travesti francés rapado, con todo mi respeto por el colectivo de travestis franceses rapados.

“Las facciones resultaron ser predominantemente de raza blanca, lo que entra en contradicción con la opinión de algunos especialistas según la cual los antiguos egipcios eran africanos de piel negra”. Son palabras nada menos que del director de National Geographic Magazine, Chris Johns, provenientes de la editorial que escribió con motivo de la publicación del busto. Está en completa consonancia con lo que declaró antes Jean-Noël Vignal, antropólogo forense del equipo francés, quien de inmediato identificó el cráneo como “caucasoide”. ¿Por qué tanta prisa por declararlo blanco? Es evidente que ese cráneo no es el de un blanco típico, ni siquiera desde los estándares racistas que tuve la desgracia de tragarme cuando joven y que conozco tan bien: el evidente prognatismo, la nariz demasiado ancha, la ultradolicocefalia (existente aunque no hubiera habido deformaciones), los pómulos altos y marcados, el discreto proceso mastoideo y las proporciones corporales entran dentro del modelo que un día se comprometieron a definir como “negroide”. La verdad es que de caucasoide, y siempre siguiendo sus inútiles, manidos y racistas modelos, sólo tendría las cuencas oculares redondas, el tabique y la espina nasal, así como el mentón, e incluso estos mostrarían valores bajos y ambiguos, “amulatados” si queremos. Entonces, su diagnóstico obedecía a motivos puramente ideológicos y etnocentristas. Pero lo grave, ya lo comentamos, no es andar etiquetando de blanco hasta el cráneo de Kunta-Kinte, pues todo se limitaría a un debate de opiniones, sino las implicaciones que esto tiene para los métodos tradicionales de reconstrucción craneal. Vignal decretó que Tutankamón era “caucasoide” mucho antes de aplicar el primer trozo de arcilla al cráneo, porque sin este diagnóstico previo es incapaz de ponerse manos a la obra. Cuando el forense ignora el cráneo que tiene delante, único e irrepetible, y sólo anda obsesionado por reconstruir un “caucásico” (o un “negroide”) a toda costa, el producto es necesariamente aberrante.

Este Tutankamón caucásico hubo que tener, sobra decirlo, la piel de nácar: “Nunca sabremos a ciencia cierta de qué color era la piel de Tutankamón. ‘Morena o negra, meras suposiciones’, dice Vignal. Nosotros elegimos el color a partir de los tonos de piel de los egipcios modernos, que varían según un amplio espectro. Nuestra recreación de Tutankamón es un ejemplo del poder de la ciencia… y de sus limitaciones”. Son de nuevo palabras del editorial de Chris Johns. Del mismo modo, cuando Vignal pasó su primer busto a la famosísima artista Elisabeth Daynès, esta dijo haber escogido un color de piel “basado en el tono promedio de los egipcios modernos”. No se si hay más desfachatez en contraponer lo negro y moreno como “meras suposiciones” frente a lo blanco como “ciencia”, o en pretender vendernos la pálida piel de su busto como la típica del egipcio actual. ¿Creen acaso que no viajamos o que ni siquiera vemos la tele? Se despedía así Chris Johns en su editorial: “’Un científico no debería tener deseos ni afectos; tan sólo un corazón de piedra’ escribió una vez Charles Darwin. La mayoría de nosotros no somos tan rigurosos, pues abrigamos nuestros propios deseos y afectos”. No hace falta que lo jure.




Arriba y en el centro, imágenes de la propuesta francesa que ha premiado y promocionado National Geographic. ¿Alguien diría que ese es el tipo humano que normalmente encontraría en Egipto? Aunque fuera mujer, del Delta y actual, esa piel tan blanca seguiría siendo excepcional. Ni siquiera es una tez típicamente siciliana, andaluza o cretense. Abajo a la izquierda vemos como he creado un esquema del cráneo de la momia a partir del scanner y la radiografía. A su derecha, superponemos ese cráneo a la silueta del busto francés para comprobar sus incongruencias. Como es patente, para que nariz, frente y cabeza se ajusten es necesario que la boca y el mentón no coincidan en absoluto, y viceversa. La razón de esta manipulación es evitar que se note tanto el prognatismo, tradicional delator de negritud. ¿Recuerdan que al cráneo del “negro propiamente dicho” lo ponían casi mirando al cielo para exacerbar su dentadura saliente? Pues al contrario, aquí han puesto a Tutankamón mirando un poco al suelo (de ahí que parezca estar encogiendo la papada) para que sus grandes y proyectadas paletas aparezcan casi verticales. Finalmente, abajo a la derecha, he representado el Tut francés con la piel que le corresponde según la radiación UV (tipo 2 o chocolate). El resultado sigue siendo poco creíble.

La versión norteamericana.

Comencemos la ronda de perdedores con el equipo de la Universidad de Nueva York dirigido por Susan Antón y Bradley Adams. La particularidad de este proyecto, oportunamente publicitada para añadir sazón y misterio al montaje, era que a estos pobres no les habían dicho la identidad del cráneo a reconstruir. Francamente no me parece muy deportivo que los otros dos equipos sí supieran que trabajaban sobre Tutankamón, pero tampoco creo en la inocente ignorancia de los americanos. Son profesionales con fama y experiencia, hay relativamente pocos cráneos de tiempos prehistóricos y antiguos (al menos tan bien conservados y con esa nuca tan rara), y por supuesto National Geographic no iba a montar este pollo por un anónimo porquero belga del siglo XIV. ¿No querría ese equipo ser el seleccionado y, por tanto, ver publicitada su labor y prestigio? Pues a poco que tiraran de archivo aparecería, entre los cráneos más famosos, las clásicas radiografías que en 1968 y 1978 se hicieron del faraón. Por torpeza, por soberbia, por desgana, o porque realmente es más complicado de cómo yo lo veo, la cosa es que al principio no daban una derechas. Su primera impresión es que estaban ante una mujer, pero imaginen el enorme bochorno que hubiera supuesto (para ellos, para la revista N.G. y para el prestigio general de estos profesionales) si su Tutankamón acababa reconstruído como una bella señorita con trenzas. Por eso, un buen día estos investigadores “a ciegas” rectificaron de golpe para declarar que el individuo era probablemente un norteafricano de entre 18 y 19 años, diagnóstico imposible de creer en un forense norteamericano. Claro que este chispazo de inspiración recibido por divina providencia hace aguas por donde la mires. En primer lugar, ni la sínfisis púbica ni las muelas del juicio pueden dar edades tan precisas (la horquilla ronda los 5 años de margen). En segundo, los forenses yanquis son los menos indicados del planeta para reconocer norteafricanos toda vez que: a) en su país son una minoría ínfima, b) los norteafricanos se parecen mucho a afrolatinos, afroamericanos, árabes y otras minorías que sí están mucho mejor representadas y con las que trabajan mucho más, así que muy probablemente confundirían unos con otros, y c) habría otro grupo de norteafricanos, los más claros, que les resultarían indistinguibles de españoles, italianos y demás euromediterráneos. En definitiva, aquello de “varón, norteafricano, 18-19 años” se lo chivaron desde National Geographic, que siempre jugó con las cartas marcadas. Acabo con este equipo diciendo que Michael Anderson fue el artista modelador, un tipo que se jacta de que “de hecho, después de ver a tantos cráneos durante tanto tiempo, puedes ponerte a casi retratar su cara”. Pero su experiencia no evitó que, como Antón, apostara por que aquello era una mujer. Supongo que salió del error al mismo tiempo que Antón, y bajo la misma asistencia “milagrosa”.

La versión egipcia.

He dejado para el final la hermana pobre de este pretencioso proyecto. Zahi Hawass fue nombrado director del mismo a título honorífico, probablemente porque sin darle algo de coba no firmaría los permisos para volver a manosear la preciada momia. La reconstrucción egipcia también entra en este lote de concesiones a las suspicaces autoridades arqueológicas egipcias, y nunca se le prestó demasiada atención. La revista apenas se extiende sobre este trabajo y en su página web no facilita siquiera fotos de la misma. Pero es posible encontrarlas y, al verlas, añadimos otra razón para que NG las haya escamoteado: es la menos parecida de las tres, y no sólo por la forma de su nariz, o por su mandíbula y mentón más fuertes. A decir del propio Hawass: “en mi opinión como investigador, la reconstrucción egipcia es la que parece más un egipcio, y las francesa y americana tienen más marcada personalidad”. El egipcio, diplomático como el solo. (Apostilla: no tiremos tampoco las campanas al vuelo, los egiptólogos árabes son aún más etnocentristas (¿”árabocentristas”?) que los occidentales, y el tito Zahi nos tiene ya acostumbrados a sus berrinches cada vez que se le insinúa la existencia de faraones negros).




Aquí podemos comprobar por qué la versión egipcia es la menos publicitada, pues coincidiendo con Hawass pienso que es la que mejor representa un egipcio. Por lo demás, no estoy de acuerdo con la manera en que han solucionado algunas de sus facciones o con la atlética corpulencia que adjudican a nuestro enfermizo faraón. La versión americana sólo es un poco mejor que la francesa, con la que coincide en algunos rasgos desafortunados. En la fila inferior les he aplicado un tono de piel chocolate que, a diferencia del francés, les sienta muy bien, sobre todo al busto egipcio.



Finalmente, otra victoria eurocentrista: el faraón tebano y el guiri que lo contempla comparten el mismo color de piel.