jueves, 8 de septiembre de 2011

Rostros del Pasado 6. El Hombre de Cromañón. Parte 4

La reconstrucción



Esta es la reconstrucción que, con mejor intención que arte, propongo para Cromagnon 1. En la fila superior aparece el esqueleto, versión esquemática y consensuada de las fotografías disponibles a la que añado mi reconstrucción de la mandíbula. En la fila de en medio he intentado reflejar el proceso de reconstrucción, haciendo hincapié en la fuerte musculatura del individuo. En la fila inferior los rasgos ocultan el hueso y se ha aplicado el color de piel correspondiente (tono “medio” de mi escala). La impresión general que nos ofrece este individuo es la de un hombre de color, eso no cabe duda, así que debemos desterrar definitivamente de nuestras cabezas el mito del cromañón como “hombre blanco del Paleolítico”. Sin embargo, también hay de reconocer que no le “cunden” los numerosos rasgos de “negro” que las tablas le adjudican. Para los olvidadizos, habíamos mencionado la platicnemia de las tibias, las suturas craneales  cerradas prematuramente y de adelante hacia atrás, el proceso mastoideo discreto y oblicuo, el prognatismo alveolar, la ausencia de espina nasal, los cóndilos “subidos” y, en menor medida, la dolicocefalia y el posible raquitismo. Pero no son las únicas características “exóticas” del cromañón. Si volvemos a la anterior ilustración podemos ver que las órbitas de los ojos son marcadamente rectangulares (común entre subsaharianos), lo cual obliga a los pómulos a ensancharse, sensación que aumenta debido a la estrecha y prognata mandíbula superior. Por cierto, este efecto de fuertes pómulos y hocico saliente me recuerda mucho a los indios americanos. A su vez, dichas cuencas rectangulares unidas a unos arcos supraorbitales y unos pómulos salientes hunden y cierran el ojo dándole un aire mongólico, si bien es cierto que muchos subsaharianos y bereberes, además de los mentados nativos americanos, muestran ojos tan oblicuos y achinados como los de los extremo-orientales. Finalmente, el ramo ascendente de la mandíbula de Cro Magnon 1 es inusitadamente ancho, más incluso que los de las muestras de aborígenes oceánicos y bosquimanos, nuestros actuales campeones en ese aspecto. Pese a todos estos elementos, que sin duda existen y son muy significativos, sigo pensando que el viejo de Cromagnon no se parece tanto al negro actual, ni por tono de piel ni por rasgos, como a otros grupos (norteafricanos, nativos americanos, polinesios, e incluso bosquimanos).


He querido dedicar este último collage a otras reconstrucciones que se han hecho del cráneo de Cro Magnon. En realidad, creo que algunas (imágenes 1 a 3) son más bien modelos ideales de la “raza cromañón” en su conjunto, aunque sin duda incorporando las características que hicieron famoso al viejo de Cromagnon. La imagen 12, obra del famoso Gerasimov, es al parecer de otro cráneo catalogado como “cromañón” por su tipología, en el que de nuevo vemos multitud de rasgos del cráneo que a nosotros nos ocupa. El caso de las reconstrucciones 5 y 6 resultan todo un misterio, pues me consta que se hicieron a partir del viejo de Cro Magnon pero cuesta encontrar un solo rasgo que se le corresponda. El resto guarda en general un parecido razonable, y se suelen destacar los pómulos, el prognatismo alveolar, la nariz ganchuda, pero caída, e incluso los ojos rasgados. Sin embargo les reprocho a todos (menos a Gerasimov) el empleo de lo podíamos llamar “boca de simio”, herramienta favorita entre los forenses racistas que consiste en intentar minimizar un prognatismo evidente con unos labios mucho más finos de lo que le corresponden. La fila inferior está dedicada a la reconstrucción del viejo de Cro Magnon realizada por E. Daynes, que no es otra que la eurocéntrica artista que perpretó aquel infame Tutankamón para National Geographic. ¿Qué puedo decir aparte de que mi cromañón es Toro Sentado y el suyo el general Custer?. Pese a todo, no ha podido evitar ponerle una nariz caída como la mía, ojos rasgados (aunque azules) y prognatismo alveolar (disimulado con la pelusa bigotera y el consabido “labio de mono”).

Conclusión

Queda de nuevo demostrado que la raciología clásica es incapaz de diagnosticar “racialmente” unos huesos, que contabilizar en un sujeto muchos rasgos de una presunta raza no dan necesariamente a su portador una imagen global de dicha raza. Puede ser, caso de los cóndilos, el proceso mastoideo, las suturas craneales o la platicnemia, que dicho rasgo permanezca totalmente oculto cuando el hueso se cubre de carne. En otros casos un elemento “negroide” es neutralizado por otro “caucasoide” que le es vecino: en Cromagnon 1 la ausencia de espina nasal junto a un fuerte tabique dibuja una nariz más “semita” que africana; el mentón saliente neutraliza la boca prognata, etc. Hay rasgos como la dolicocefalia, los dientes grandes y el prognatismo que tanto se pueden considerar “tropicales” como “arcaicos”, y se denominan técnicamente rasgos plesiomórficos. También existen elementos funcionales: una fuerte masticación favorecerá la aparición de grandes músculos maseteros sobre anchos ramos de mandíbula a la manera de los cromañones o de los melanesios actuales. Finalmente, no hay rasgos que sean absolutamente inexistente para determinadas razas, como tampoco los hay exclusivos de un solo grupo humano, todo son porcentajes.

La ventaja de las reconstrucciones craneales es que nos ayudan a salir del círculo vicioso de rasgos en los que, a sabiendas o inadvertidamente, ponemos casi toda nuestra atención. En este sentido las reconstrucciones, si se hacen bien, trabajan de manera muy similar a los complejos cálculos multivariable de los ordenadores de Turbón y compañía. En ambos casos los rasgos son presentados “democráticamente”, sin negrita y subrayado, sin primera o segunda división, pero sobre todo sin aislamiento, formando conjuntos más complejos con multitud de rasgos próximos. La ventaja de la reconstrucción frente a la ecuación informática es su valor divulgativo, el modo en que transmite toda esa complejidad, toda esa interacción en las proporciones y los rasgos, con una simple foto o dibujo. Coincido con los estudios de Turbón en que el Cro Magnon 1 que reproduce mi reconstrucción se parece más a un zulú que a un noruego o a un chino. Hablamos por supuesto de un zulú raro y minoritario porque, como he dicho, realmente se me asemeja más a un navajo, un tuareg o un yemení pero, ¿qué otra cosa creen que habría determinado un análisis informático multivariable sobre estos tres tipos? Desde luego no los pondría más próximos al noruego o al chino, sino al zulú. Son los racistas los que se siguen aferrando a esa patraña de los “tres troncos raciales”, y son nuestros prejuicios los que, obsesionados por ejemplo con los tabiques nasales prominentes, nos llevan a incluir a bereberes, sudarábigos, e incluso a los nativos americanos, dentro del “tronco blanco”. Si quieres una buena respuesta, formula bien la pregunta.

Me despido de esta larga entrada con la esperanza de que mis “mejores enemigos” hayan sabido apreciar cómo me he comportado durante esta investigación. A pesar de tener un orgulloso pasado afrocentrista y de contar con una lista de unos quince rasgos propios de subsaharianos actuales en los huesos del cromañón, he intentado con todas mis fuerzas mantener la neutralidad. Ya dije en otra ocasión que las reconstrucciones no son únicas, que hay una horquilla de posibilidades a escoger, y este caso no ha sido distinto: podría haber puesto algo menos de carne al mentón, más a la boca, una nariz más ancha y carnosa, e incluso un tono más oscuro a la piel sin que nadie pudiera haberme acusado de “acientífico”. Si no lo he hecho es sencillamente porque no me parece la más plausible de las probabilidades, porque he aplicado con disciplina el método que considero más lógico sin importarme si el resultado va a satisfacer a euro- o a afrocentristas. Me temo que con este trabajo habré defraudado a ambos, lo cual es en sí saludable.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Rostros del Pasado 6. El Hombre de Cromañón. Parte 3

Reconstrucción anatómica del cráneo nº1 de Cro-Magnon (“el viejo”)

Sería maravilloso, y muy descansado, proporcionar sin más preámbulo mi versión rediviva del cráneo de cromañón. Por desgracia sabemos que esto no es posible debido a que la tradición racista se ha empeñado en hacer de los cromañones los protoeuropeos por excelencia, padres de todas las blancuras y blondeces habidas y por haber. El tiempo y las páginas que se cobren los argumentos en contra de esta propaganda están más que justificados, pues no sólo atañen al individuo que ahora tratamos de reconstruir sino a todos los humanos paleolíticos y, en general, a nuestro modo de concebir la Prehistoria y los orígenes del hombre.

Empezaré citando a Daniel Turbón, antropólogo español especializado en Arqueología Forense. En su artículo “El hombre fósil del Paleolítico Superior en el Mediterráneo español” (Patronato de la Cueva de Nerja, 1998) nos contaba cosas interesantísimas, pero ahora sólo podemos detenernos en dos. La primera, chocante en aquellos años, era que los restos del Paleolítico Superior europeo guardaban más parecido con los zulúes actuales que con los noruegos o chinos de la muestra. La segunda, que los huesos de Cro-Magnon 1 (el viejo) presentaban una gran desviación respecto al centroide (tipo medio) del grupo del Paleolítico Superior. Estas eran sus palabras exactas: “Es paradójico, desde luego, que el ejemplar más emblemático y supuestamente el más ‘típico’ resulte de los más ‘atípicos’…” No podemos detenernos ahora en el método del señor Turbón, simplemente apuntar que es a base de análisis multivariables donde un ordenador crea índices y proporciones complejas a partir de 25 puntos de medición craneal. De esa forma se anulan los prejuicios del investigador humano, pues todos los que estudiamos cráneos tenemos nuestras fijaciones: yo confieso que estoy obsesionado con el prognatismo y el ancho de narices debido a mi pasado afrocentrista. La cosa es que la maquinita tomó medidas, hizo sus logaritmos, y determinó que todos los cráneos paleolíticos europeos, cromañones incluidos, parecían más zulúes que noruegos o chinos de nuestros días, pero que Cro-Magnon 1 era además una rareza entre sus contemporáneos.

Por sorprendente que pueda parecernos, ambas cosas se sabían ya en pleno s.XIX. Paul Broca, el descubridor de la famosa área cerebral homónima, analizó en 1868 los huesos de Cro-Magnon, y en varias partes de su trabajo subraya la “disarmonía” en las proporciones, así como la mezcla de rasgos “superiores” e “inferiores” (esto es, de “blanco” y de “hombre de color” respectivamente). Turbón y otros han dinamitado con métodos innovadores la vieja raciología, y han hecho muy bien, pero incluso con las limitaciones y prejuicios propios del método tradicional se podía vislumbrar el verdadero rostro del hombre de cromañón. Sólo había que ser honesto. Los defectos de la raciología, como técnica, son varios y ya los hemos comentado, pero mucho más grave es el hecho de que los forenses eurocentristas suelen saltarse las reglas de juego que ellos mismos han diseñado. Por esa razón he decidido adoptar el disfraz de racialista para combatir el fuego con fuego, y volver críticamente sobre aquellos rasgos comprometedores del Cromañón, señalados por Broca y otros, que luego fueron desoídos por el bien de la propaganda eurocéntrica. Por supuesto, no pretendo hacer racialismo inverso o afrocentrista: un solo rasgo o un par de ellos no nos va a dar el “diagnóstico racial” de un muerto. Pero tampoco deja de ser útil saber qué poblaciones actuales comparten rasgos con el cromañón, para fijarnos en ellas cuando hagamos nuestra reconstrucción. Decir “su quijada sólo es comparable en anchura con muestras masculinas de Nueva Guinea” no es lo mismo, ni mucho menos, que decir “su quijada indica que era de raza melanesia”.  

Generalidades y esqueleto postcraneal

Los restos humanos del abrigo de Cro-Magnon consisten en 5 individuos como mucho, de los cuales destacan dos hombres y una mujer. No suponen por tanto un muestreo variado ni fiable como para haber merecido la creación de una raza nueva, y mucho menos para pretender que ésta representara a todos los europeos del Pleistoceno. Como todos los humanos anatómicamente modernos del Paleolítico, su apariencia era prácticamente idéntica a la nuestra, salvo por dos detalles: la combinación de sus rasgos no coincide con ninguna “raza” actual y en general muestran una mayor robustez. Como el individuo nº1, llamado el viejo, es el que vamos a reconstruir, el mejor conservado, el más citado y, sobre todo, el que muestra más exageradamente las particularidades del grupo, nos serviremos de sus medidas para hacer la descripción postcraneal (de cuello para abajo).

El Hombre de Cro-Magnon era muy alto, aunque no se pueda determinar exactamente (sólo contamos con fragmentos de los huesos largos). Cromañón 1 era el más alto de todos, sobrepasando los 1.80m, lo cual sorprendente teniendo en cuenta que era un anciano y que por tanto ya había comenzado a menguar su estatura. También era el que tenía los huesos más grandes y robustos, aunque los demás no fueran precisamente gráciles. Sus costillas y vértebras eran grandes y gruesas, el fémur tenía una robustez sin parangón entre las muestras contemporáneas y no había hueso sin marca de fuertes inserciones musculares, señal inequívoca de que aquel tipo estaba hecho un toro. Uno de los rasgos que más me sorprendió de los cromañones fue la pelvis, que incluso los machos cromañones la presentan más ancha que nuestras mujeres actuales e históricas de cualquier continente, y que en ningún caso viene justificada por la envergadura total. A los envidiosos les consolará saber que el cromañón era muy alto, muy robusto y muy musculoso… pero con el culo ancho. Otra de las características más citadas del cromañón es la platicnemia, es decir, tener las tibias aplastadas transversalmente como un sable (con el filo hacia adelante) en lugar de tenerlas en forma de prisma triangular. Dicho rasgo, que tengo el orgullo de haber heredado, es compartido por multitud de restos humanos del Pleistoceno y, según Broca, hoy es más común entre los “negros”. Finalmente, quiero señalar que en un principio se diagnosticaron marcas de raquitismo (M. Pruner-Bey) en los ejemplares de Cro Magnon, fuertemente discutidas por Broca. Pero por leves y relativas que nos las haga ver, Broca no acaba de contestar por qué existen en general tantas marcas y torsiones en el esqueleto que recuerdan al raquitismo o, al menos, a una forma extraña de raquitismo. Hemos de tener muy presente este dato pues, aunque no tuviera por qué desembocar en un raquitismo avanzado, una pigmentación cutánea alta para la latitud y región que habitaba podría haber supuesto en Cro-Magnon 1 ciertos problemas para absorber la dosis pefecta de vitamina D.

El cráneo y la cara

Lo primero que destaca en los cráneos de Cro Magnon es su gran tamaño, desproporcionado incluso si lo comparamos con su altura y corpulencia (el viejo en particular ronda los 1.600cc. de capacidad). Por su forma es dolicocéfalo (de cabeza más larga que ancha, índice 73.76),  y camecéfalo (de cabeza baja o aplastada) pero ambos valores han de ser puestos en el contexto general de una cabeza grande. Así, realmente Cromañón 1 tiene el cráneo más ancho que cualquier braquicéfalo (cabeza más ancha que larga), pero su largura es tan exagerada que la proporción final es dolicocéfala. Del mismo modo, si tuviera una anchura normal su dolicocefalia se convertiría en hiperdolicocefalia, otro rasgo que se da más entre los africanos que entre los euroasiáticos. Finalmente, es evidente que su cráneo tampoco es bajo si lo comparamos con los nuestros, pero sí lo es  en proporción con su exagerado ancho y su aún más exagerado largo. En cuanto al grosor, el hueso llega a alcanzar los 14mm en el cráneo del viejo (algo menos el otro macho y aún menos la mujer), lo cual está en consonancia con la robustez ósea general. También se repiten las marcadas inserciones musculares, en particular un semicírculo de sien a sien destinado a sujetar los fuertes músculos del cuello. Otro aspecto que me parece interesante es el de las suturas craneales en los cromañones. Todos nacemos con la fontanela abierta, con los años los huesos del cráneo quedan perfectamente ensamblados (mediante suturas) y, en la vejez, comienza un definitivo proceso de soldadura. De ahí que el estudio de las suturas craneales sea tan importante para determinar la edad del individuo que analizamos, siempre que sepamos poner los restos en contexto. Se dice, por ejemplo, que en el cráneo femenino de Cro-Magnon había señales de que pudieran haberse cerrado prematuramente. Prematuramente… ¿respecto a qué? Broca ya reconoció que a muchas “razas incivilizadas” se le obliteraban las suturas a una edad más temprana que a los euroasiáticos, y que era frecuente estudiar cráneos de “negros” con suturas casi cerradas a los 35 o 40 años. Más aún, los cromañones en su totalidad muestran un mayor grado de obliteración en las suturas delanteras que en las posteriores, como si el proceso se hubiera extendido desde la frente hacia la nuca. Este detalle, tan poco europeo, es según Broca habitual entre muchas “razas inferiores”. Como guinda, el proceso mastoideo (la protuberancia que tenemos detrás de la oreja) aparece discreto y oblicuo en Cromañón 1, algo particularmente común entre los actuales subsaharianos.


Esta es una composición con el individuo nº1 de Cro-Magnon desde diferentes vistas y versiones. Me he repetido tanto porque los cráneos son muy delicados de fotografiar, a poco que cambias el ángulo de la cámara parecen individuos diferentes, y de cada imagen obtienes datos interesantes del sujeto a reconstruir. Las condiciones en las que se encuentra el cráneo no son obviamente las ideales. Los hongos descompusieron parte del rostro, y otras zonas, como el tabique nasal, estaban cubiertas por una costra de micro-estalagmita. Hay un “cráter” superficial en su frente que lució en vida, y que no se si se debe a una herida o a enfermedades que, como la sífilis, tienen efectos parecidos. Aunque murió con todos sus dientes (porque no hay cicatrización y sí huecos), no debía tenerlos firmemente arraigados pues se le desprendieron todos después. Cerrando esta lista de desperfectos, la mandíbula se conserva casi entera pero faltan precisamente las partes (cóndilos) que indican cómo y dónde iba montada. En este caso la reconstrucción del cráneo es doble: primero reconstruirlo como si estuviera en perfectas condiciones y después reconstruir las carnes que lo cubrían.


Nuestra primera tarea consistirá en reconstruir las mandíbulas, a las que les faltan los dientes y partes del ramo, entre ellas los cóndilos mandibulares (eso que se mueve junto al oído al abrir y cerrar la boca). Para ello he diseñado la ilustración de arriba, de la cual sería mejor hacer una copia o abrirla en una ventana nueva porque continuamente haré referencias a ella. Arriba a la izquierda (1) vemos una presentación muy común de nuestro cráneo que induce a muchos errores: la mandíbula aparece subida sin dejar espacio para los dientes que faltan, de tal manera que el mentón parece más prominente de lo que es y el prognatismo alveolar queda neutralizado. Sobra decir que todos estos “descuidos” sirven que ni pintados para emblanquecer al cromañón. Las figuras 2 y 3 son reconstrucciones del cráneo de cromañón tan erróneas como eurocentristas, con el cráneo mirando al suelo (3) para disimular el prognatismo (maxilares salientes) y la nariz mostrando una espina nasal  que en el original nunca existió. Pero lo que más llama la atención de estas burdas manipulaciones son los dientes, que salen de detrás de sus alveolos y, lo nunca visto, en una dirección totalmente opuesta a la del prognatismo alveolar. Se ha dicho, desde Broca, que el viejo cromañón tenía la peculiaridad de mostrar unos dientes muy verticales en comparación con su maxilar tan protuberante. Las tres imágenes que componen la figura 5 son primeros planos de los huecos que dejaron los dientes al caer, y parecen demostrar que no, que los dientes iban en la misma dirección que sus alveolos. En cualquier caso, cualquiera puede ver en los cráneos de abajo (6-13), y en cien más que propusiéramos, que la norma general es que los dientes sigan describiendo el arco o el ángulo que viene marcado por su mandíbula. ¿Mandíbulas prognatas con dientes retraídos? No creo que representen ni el 0.1% de la población mundial, y aún así ya sería milagro que Cromañón 1 fuera precisamente ese “uno de cada mil”.

Mi propuesta es tan lógica como rotar la mandíbula para dejar espacio a la dentadura. El hombre de Cro-Magnon tenía los dientes grandes, algo que sabemos en el viejo por los orificios que los alojaban, y por lo que conocemos de dos dientes que conservó la mujer. El Hombre de Cro-Magnon presentaba además un marcado prognatismo alveolar, que es cuando tu frente es vertical y no oblicua (prognatismo general), pero tus maxilares sí se proyectan hacia delante. Busquemos entonces entre los cráneos de la muestra inferior, aquellos prognatos y de dientes grandes: Predmost III (6), Columnata (9), Malabar (10), Pintubi (12) y Wadi Halfa (13). Entre ellos los hay paleolíticos y actuales, europeos, africanos y oceánicos, y creo que son lo que hubiera necesitado nuestro cráneo por su morfología. Sin embargo, en un alarde deportivo con la bancada eurocéntrica, he decidido decantarme por la figura 11, alemán y contemporáneo. No son en absoluto los dientes más salientes ni tampoco los más grandes, pero me garantizan unos mínimos de prognatismo y apertura de mandíbulas que nadie puede refutar. Sólo queda tomar los piños del alemán e implantárselos al cromañón, como se ve en la figura 4. No necesitamos que la ubicación de cada muela sea perfecta, eso se tapa con la reconstrucción, sino lograr un perfil completo de la cara. Las flechas verdes recuerdan que la mandíbula debe girar y que los dientes han de alinearse con el prognatismo de su maxilar. En cuanto a los cóndilos, me preocupaba que al intentar rotar la mandíbula esta se elevaba precisamente por esa zona. Tenía el prejuicio de que el cóndilo y el apófisis coronoides (la otra cúspide del ramo mandibular) debían estar a la misma altura, pero bastan las figuras 6, 9, 10, 11, 12 y 13 de nuestra lámina para salir del error: los cóndilos “subidos” son comunes en cualquier época y continente, aunque los racialistas siempre defendieron que su incidencia era especialmente fuerte en el África subsahariana (algo que parece ilustrar muy bien nuestro cráneo 10, de nigeriano malabar). El cóndilo y el arco cigomático han sido “implantados” del ejemplar paleolítico europeo de Predmost III y, como los dientes, van destacados en rosa para diferenciarlos de las partes originales del cráneo. Ah, casi se me olvidaba, ¿notan como con estos ajustes el mentón ya no aparece tan sobresaliente e hiper-europeo?

domingo, 4 de septiembre de 2011

Rostros del Pasado 6. El Hombre de Cromañón. Parte 2

Melanina

Los restos de Cro-Magnon han sido fechados en (C14) 27.650 ± 270 Bp. Cuando, como es ahora el caso, nos den una sola fecha, bajo un solo método de datación y con una horquilla demasiado estrecha, lo mejor es tomar precauciones. Sencillamente es ridículo pretender datar algo de hace 30.000 años con un margen de error de 300 años arriba y abajo, y más usando un método con tantas “mesetas de calibración” como es el carbono 14. Es mucho más científico proponer para los cromañones (stricto sensu) un momento indeterminado entre hace 30.000 y hace 25.000 años, con el 27.500Bp como fecha media, orientativa pero no dominante.

Para determinar su color de piel debemos empezar analizando la situación climática de ese período. La fase glacial conocida como Würm II había comenzado algo antes, hace 33.000 años, y duraría hasta hace 12.000, por lo que podemos decir que el Hombre de Cro-Magnon vivió en plena glaciación. De hecho, el Würm II es la fase más fría y seca de toda la glaciación Würm, la cual a su vez fue más fría y seca que la glaciación anterior, la de Riss. Por eso, aunque el máximo glacial de Würm II ocurrió más tarde, entre 22.000 y 18.000Bp, y aunque se propongan oscilaciones “templadas” como las de Paudorf en fechas cercanas al 25.000Bp, el contexto general era de muchísimo hielo y frío. Para hacernos una idea, no se habían dado unas condiciones de temperatura y humedad tales desde 110.000 años atrás. Ahora bien, ¿cómo afecta una glaciación en la recepción de rayos UVs, determinantes para nuestro color de piel? La respuesta anticipada, y creo que sorprendente, es que su papel sería mucho menor de lo que se esperaría y que, en todo caso, las modificaciones favorecerían pieles más oscuras que las actuales. Veamos por qué:
- La radiación UV depende, ya lo sabemos, principalmente de la latitud, y eso no ha cambiado desde los cromañones hasta hoy porque el eje terrestre no se ha alterado considerablemente. Durante las glaciaciones los polos helados no se movieron de sitio, sino que los hielos (que hoy les son exclusivos) bajaron hasta latitudes inusitadas.
- Consecuencia de lo anterior, dejemos de equiparar las glaciaciones con ese “invierno que nunca termina” del imaginario mediático y popular. Durante las glaciaciones la tierra osciló con su eje para provocar las mismas cuatro estaciones anuales que hoy disfrutamos, aunque con cifras de temperatura y humedad muy distintas. Por mucho frío que hiciera, durante el verano se notaba templanza respecto al invierno, anochecía igual de tarde que ahora y, muy importante, aumentaba la incidencia de los rayos UVs.
- En nuestros otoños e inviernos llueve, a menudo más que el resto del año, pero durante las glaciaciones apenas llovía en el planeta, pues la mayor parte de las aguas que hoy participan del ciclo evaporación-precipitación estaban atrapadas en forma de hielo. Se que los médicos nos advierten de que en días nublados los UVs pueden ser tan efectivos (y dañinos) como con sol, pues las nubes no detienen toda esta radiación. Pero es evidente que las zonas más lluviosas de la Tierra, ecuatoriales y por tanto expuestas a los rayos ultravioleta como ninguna otra, no son precisamente las de pieles más oscuras. Los pueblos más negros de piel se dan en zonas secas y soleadas de latitudes intertropicales, así que debemos suponer que la cantidad de horas de sol es un complemento determinante que se suma al factor latitud. Si durante las glaciaciones casi no llovía en ninguna parte fuera de una estrecha banda ecuatorial, y las latitudes y estaciones se mantuvieron como hoy, es lógico suponer una mayor incidencia de los rayos UVs respecto al presente.
- Otro factor complementario, aunque de menor importancia, es el albedo. Ante una situación de perennes cielos azules, el efecto espejo de la luz solar sobre los hielos glaciales , sobre los océanos, e incluso sobre las arenas desérticas, debió ser mayor a la actual. Por supuesto, la vida humana era inviable no ya en aquellos hielos boreales de más de 1.000 m. de altura, sino en la mayor parte del permafrost que los circundaba, y por tanto el albedo de dichas regiones no afectó a la melanina de nuestros ancestros. Sin embargo es un elemento a considerar en las costas, en glaciares aislados como los Alpes o los Pirineos y, como veremos, en desiertos como el Sahara.

Algo también inesperado de las glaciaciones es la ausencia de pieles muy pálidas, argumento que desarrollo muy migado para que no salten las alarmas. Para empezar, debemos retomar la esencia de mi primera entrada sobre melanina: los humanos necesitan, para su supervivencia, ser negros o muy oscuros de piel desde el ecuador hasta los 30º de latitud. El resto del artículo es complementario, y en cierto modo especulativo. Por ejemplo, acepto los 50º de latitud como línea a partir de la cual el humano “necesita” ser blanco para sobrevivir, aunque esto suponga sobredimensionar el factor vitamina D. Hace meses vi en la tele (Redes de Punset, creo) a un especialista decir tajantemente que con un par de horas diarias al sol y una dieta más o menos equilibrada se podía ser negro azabache en Suecia sin temor alguno al raquitismo. A partir de esta información, la situación de los humanos del Pleistoceno presenta dos diferencias fundamentales respecto a la actual:
- Al ser cazadores-recolectores las horas al sol están más que aseguradas. En cuanto a la dieta, alimentos tan accesibles como el salmón o la yema de huevo son muy ricos en vitamina D. Según los cálculos de aquel sabio de la tele, ninguna latitud sería lo bastante septentrional como para obligar a los humanos del Pleistoceno a palidecer considerablemente.
- Durante el máximo glacial (22-18.000Bp) los hielos se acercaron peligrosamente a los 50º de latitud, y el permafrost llegaba mucho más al sur, cubriendo media Francia. Parece entonces incuestionable que durante dicha época la zona que va de los 50º al Polo, patria natural de los rubios rosados, era absolutamente inhabitable. En la época de los cromañones la situación climática era algo menos fría, luego el territorio inhabitable por hielos y permafrost no sería tan grande como durante el máximo glacial. Pero la zona a partir de 50º, la “fábrica de blancos”, seguiría siendo inhabitable o con densidades de población insignificantes.

A partir de los 50º da la falsa impresión de que nuestras latitudes se hubieran desplazado al sur. Por ejemplo, donde tenía que haber el típico bosque centroeuropeo aparecía la tundra, propia hoy de Siberia o Alaska. Sin embargo, en el Mediterráneo cesaba ese barrido de biotopos en sentido norte-sur. Décadas de palinología, arqueozoología, y dataciones geológicas demuestran que en La Península Ibérica las glaciaciones se sintieron de manera mucho más suave que en el resto de Europa. Se la llega a denominar “refugio” de especies europeas (desde el uro al neandertal) durante las épocas de máximo glacial. Lo que muchos no saben es que Iberia también era “refugio” de especies procedentes del sur. La falta de lluvia que suponían las glaciaciones provocaba que los grandes desiertos del planeta aumentasen de tamaño. El Sahara llegaba al Mediterráneo, sólo interrumpido por una estrecha franja litoral desde Marruecos a Túnez con matorral mediterráneo, así que las especies de este biotopo, y del bosque mediterráneo también propio del Norte de África, se verían en la necesidad de trasladarse al norte. De ese modo, nuestra Península era un Arca de Noé durante las glaciaciones, con microclimas que albergaban plantas y animales tanto magrebíes como transpirenaicos, además de la fauna y flora que hoy entendemos como “autóctona”.

El yacimiento de Cro-Magnon se encuentra a 45ºN de latitud, lo que en nuestro mapa actual de melanina correspondería a un tono de piel mate que necesita ser corregido. Acabamos de dar una serie de motivos para creer que pudieran ser aún más morenos: misma incidencia de UVs con cielos eternamente despejados, consumo de vitamina D, vida al aire libre, etc. Pero al asignar las clinas en el mapa no sólo he tenido en cuenta su posición absoluta (latitud) sino también relativa (mestizaje). Como no me cansaré de repeterir, la única ley biológicamente ineludible es que si no eres negro al sur de los 30º mueres por melanoma, ácido fólico, hipervitaminosis, etc., si es que no naces por esterilidad de tu padre. Por eso cualquier afrocentrista puede hacer negros de piel a los mismísimos vikingos: navegando todo el día en manga corta y comiendo barriles de arenques pudieron tener el color de piel que quisieran. Las clinas más claras no surgen por necesidad sino porque pueden permitírselo. En la Península Ibérica no precisamos ser más blancos que en Nigeria, pero si nos nace un bebé más claro por simple mutación tampoco muere. Repetido este proceso miles y miles de años el grupo en general empalidece, aunque siempre evitando niveles fatales ante los rayos ultravioleta. A esta adaptación, o mejor dicho “desadaptación” evolutiva hay que añadir los mestizajes. Ya hemos visto que durante el Würm II, los blancos propiamente dichos no existían pues, si acaso hubo poblaciones al norte de los 50º de latitud, fueron excepcionales. Además, hemos de entender estos grupos como avanzadillas de otros grupos más meridionales, raramente interconectados con otros pueblos “boreales”, lo cual imposibilitaba que estabilizaran genéticamente un tono de piel muy blanco. Ahora bien, el cromañón no puede ser mate si desaparece el blanco, pues seguiría mestizándose (y oscureciendo) en inevitable contacto con los tonos medios del sur (ej. ibéricos), a su vez mestizados con los negros que cruzaban el charco cuando el Sahara se ponía tremendo. Definitivamente, y sintiéndolo mucho por mis rivales eurocéntricos, es virtualmente imposible que el cromañón fuera de piel rosada o que los hubiera así de blancos en su árbol genealógico más inmediato. Es posible que su piel fuera mate, tanto como chocolate. Incluso pudo ser negro. Pero lo más probable, dada esta proporción y la ausencia de tipos blancos, es que los cromañones tuvieran una piel “media” según mi nomenclatura.
Empecemos comentando el mapa desde el norte. Los hielos glaciares ocupan casi toda Escandinavia y buena parte de las Islas Británicas. No he querido representarlos con una extensión mucho menor a la del máximo glacial porque también he rebajado mil metros las cotas de altura. A continuación viene en tono gris del Permafrost, territorio con suelos permanentemente helados. La mancha gris continua es el Permafrost inhabitable para el hombre, tanto por temperatura, como por los pantanos y encharques gélidos, por la escasez de caza, o incluso por el insoportable chirriar de las moles de hielo entre sí. El gris listado corresponde al permafrost “habitable”, aunque por tal hemos de concebir una delgada capa de líquenes y loess sobre el hielo fangoso, con un biotopo propio de las tundras actuales, y grupos humanos con densidad de población inferior a las del norte de Siberia, Canadá o Alaska. Cruzando este permafrost habitable pasa el paralelo 50ºN, y comprobamos que por encima de él quedan pocas regiones hospitalarias para que el hombre pueda allí desarrollar pieles realmente blancas. La siguiente región es la de los tonos de piel mate, una franja estrecha con un pasillo aún más angosto al norte de los Alpes para comunicar poblaciones del este y el oeste de Europa. La piel de tono medio es la que entonces ocupaba una mayor parte de Europa, incluido el yacimento de Cro-Magnon. Media Península Ibérica, casi todas las islas mediterráneas, sur de Italia y Grecia, además de una fina franja en el Magreb, estaban habitadas por humanos de piel muy morena, mi tono chocolate (el mismo de Tutankamón). Finalmente, la expansión del desierto del Sahara hasta las mismas playas mediterráneas vino acompañada de una fortísima pigmentación, hasta el tono negro, de los habitantes de todo el Norte de África (salvo la banda litoral magrebí antes citada). Acabo comentando que los mares están representados conforme a la época, entre 80 y 100m. bajo el nivel actual, dando lugar a una línea de costa muy diferente a la que conocemos (y que sólo es orientativa porque no he puesto mucho esmero al dibujarla).

jueves, 1 de septiembre de 2011

Rostros del Pasado 6. El Hombre de Cromañón. Parte 1


Rostros del Pasado 6. El Hombre de Cromañón

No hay concepto prehistórico más descontextualizado, confuso y eurocentrista que el de “Hombre de Cromañón”. Mediante una silogista metonimia, del tipo “parte por el todo”, los cráneos de un yacimiento francés (que no son ni los más antiguos ni los más característicos) acabaron bautizando a toda nuestra especie durante el Pleistoceno. Dado que el eurocentrismo es el principal promotor de tan artera confusión, me siento obligado a extender este artículo más allá de su propósito inicial, es decir, de la mera reconstrucción anatómica de uno de los cráneos del sitio de Cro-Magnon (Dordoña, Francia).

Contexto “prehistoriográfico”

Los esqueletos de Cro-Magnon fueron descubiertos muy, pero que muy temprano (año 1868), cuando la Prehistoria como ciencia estaba en pañales y el panorama de fósiles humanos disponibles era desolador. Es importantísimo reseñar que El Origen de las Especies de Darwin fue publicado tan sólo nueve años antes (1859). El vacío era tal que la calota de Neandertal (Alemania) había sido descubierta en 1857 y el cráneo de Gibraltar aún antes, en 1848, pero no fueron descritos con seriedad hasta 1863 y 1865, respectivamente, por falta de un asiento teórico que las explicase (Evolucionismo). Estos y otros restos, como la mandíbula neandertal de La Nautlette (Bélgica, 1866), necesitaron un tiempo para conseguir que los especialistas los reconocieran como especies o subespecies humanas del pasado, y no como subnormales prusianos, gigantes o acromegálicos. Fuera de los mencionados, no creo que se conocieran muchos más fósiles humanos en las fechas en que se hallaron los de Cro-Magnon. Los pithecanthropus de Dubois, por ejemplo debieron esperar a 1891 para ser descubiertos, y a 1894-95 para ser publicitados en Europa.

A esta etapa pionera es a la que se aferran nuestros especialistas para perpetuar el apelativo de “cromañones” como generalización aplicada a toda humanidad moderna del Pleistoceno. Se nos dice que aquellos añejos eruditos forjaron el dichoso término en base a sus escasos materiales y que, si bien hay otros mejores como “Homo sapiens sapiens” y “Hombre anatómicamente moderno”, su uso se ha popularizado hasta un grado en el que es mejor no intentar combatirlo. Ojeo mis estanterías y en seguida me topo con “De neandertales a cromañones”, concienzudo trabajo publicado en 2001 por la Universitat de Valencia. Enciendes el televisor y escuchas titulares como “Homo Idaltu: hallan en Etiopía los restos de un cromañón de hace 150.000 años”… ¡aunque el Hombre de Cromagnon auténtico sea francés y de no más de 28.000 años! Es tal la generalización que ha sufrido el término “cromañón” que resulta realmente difícil recabar información, en la biblioteca o ante el ordenador, sobre el verdadero yacimiento francés y las verdaderas características de los esqueletos allí encontrados. Casi todo lo que obtenemos concierne a la especie sapiens moderna en su conjunto o, en el peor de los casos, a una mezcla de lo uno con lo otro.

Lo cierto es que esta situación, tan injusta, no se debe a inercias populacheras como se pretende hacer ver, sino que ha sido incentivada con ahínco por parte de los académicos más supremacistas y eurocentristas. Por ejemplo, no nos cuentan que tan sólo cuatro años más tarde, en 1872, M. Rivière descubrió tres esqueletos en Mentone (Mónaco). Estos, los llamados “Hombres de Grimaldi”, fueron sapiens sapiens más antiguos y de características diferentes a la del “Hombre de Cromañón”. ¿Por qué no corrigieron entonces su nomenclatura? ¿Acaso 4 años pueden dar lugar una inercia popular o una tradición académica incorregible? Sin embargo, hoy nadie llama “grimaldis” a nuestros abuelos del Pleistoceno. Entre 1884 y 1894 aparecieron los esqueletos de Predmost (Moravia, Rep. Checa), también más antiguos (al menos más arcaizantes) que los de Cro-Magnon, y con una anatomía bien diferente. En 1910 le tocó el turno al cráneo de Combe Capelle, y la historia se repitió al detalle, con el añadido de haber sido hallado también en Francia, a escasos 25 km del yacimiento de Cro-Magnon. Con la proliferación de fósiles de humano moderno en Europa surgió además una cuestión inquietante: todos ellos, Grimaldi, Predmost, Combe Capelle, Brno, etc. guardaban tantos parecidos entre ellos como diferencias respecto al Cromagnon. Inventaron entonces la existencia simultánea de dos “razas” cromañón. Una fue llamada “occidental” o “cromañón propiamente dicha”, y comprendía exclusivamente los huesos de Cro-Magnon, mientras que la otra, “oriental”, abarcaba a todos los demás (aunque, por cierto, Combe Capelle se encuentre ligeramente al oeste de Cro Magnon…) Confiados por la impunidad decidieron dar otra vuelta de tuerca, y pasaron a denominar “cromañoides” a los tipos “orientales”. El sufijo –oide es un peligro en Antropología pues, aunque sólo pretenda indicar parecido o parentesco, acaba imponiendo connotaciones de origen y subordinación. Aquellos “cromañoides”, siendo más antiguos, más numerosos y mejor repartidos, parecían ser bastardos malformes del divino patrón humano representado en Cro Magnon. La clave de tan inexplicable comportamiento es la enorme influencia que la raciología ejercía sobre la Antropología y la Arqueología del momento. Sus esquizofrénicos diagnósticos habían decretado que el tipo Cromañón era un “caucásico” puro, que el Grimaldi era “negro” o “negroide” y que gentuza como Predmost o Combe Capelle basculaban peligrosamente hacia lo “etiópico” o “euroafricano”. Pese a haber sido el último en llegar, aunque tuviera una morfología inusual entre la familia paleolítica europea de su tiempo, Cromagnon debía ser nuestro prototipo para el Paleolítico Superior por el simple hecho de que su tabique nasal y su mentón eran los más prominentes de la muestra.

La imposición, nada inocente, del término “cromañón” obedecía a una reestructuración del paradigma eurocéntrico tras la sacudida del Evolucionismo. Este había trasladado el origen del hombre desde el Próximo Oriente bíblico (Adán y Eva) hacia las zonas tropicales de África y Asia, pues allí vivían chimpancés, gorilas y orangutanes, nuestros parientes biológicos más próximos. El mono-hombre, el eslabón perdido, luego llamado Homo erectus aparecería como fósil en Indonesia, dando aún más crédito a esta versión. Esta falta de protagonismo europeo, esta frustración al comprobar que el humano sólo estaba allí de visita, hubo de ser convertida en virtud, y ahí jugó un papel inestimable el cromañón. Europa sería la cuna del hombre moderno, espiritual, mentalmente capacitado, y de “raza blanca”, faltaría más. Los neandertales, que por entonces tampoco habían sido encontrados fuera de Europa, serían su natural antecesor.

El panorama internacional también cambiaba deprisa. En 1907 se encontraron los esqueletos de Mechta el Arbi, y en 1928 los de Afalou bou-Rhummel, ambos en Argelia, cuyo handicap es su edad mesolítica, pero con un inestimable valor estadístico que dan sus decenas de individuos. Estos tipos humanos también fueron denominados “cromañoides”, aunque pocos reconocieron que, de nuevo, guardaban más parecido con los mal denominados “orientales” de Europa. Entre 1925 y 1935 se llevaron a cabo los importantísimos hallazgos de Palestina (Skhul, Qafzeh, etc.) y por enésima vez encontraron que las fechas eran anteriores a Cro-Magnon (de hecho muy anteriores, más que ninguna fecha hasta ese momento) y que sus rasgos guardaban más similitudes con Grimaldi, Combe Capelle o Afalou, que con el dichoso prototipo de Dordoña. Antes de 1936 ya se sabía que hablar de “cromañones” era científicamente inadecuado, a lo que hemos de añadir la brutal lección de racismo y etnocentrismo que supusieron el Holocausto nazi y la IIª Guerra Mundial. Sin embargo, lejos de rectificar, la actividad académica desde la segunda mitad del s.XX hasta hoy no ha dejado de buscar el modo de acomodar el término a las nuevas circunstancias. Es así muy evidente la guerra sucia de dataciones, un intento por rejuvenecer en lo posible las fechas de todos estos “cromañones orientales” para que el “occidental” no quede descolgado. La última ha sido vergonzosa, redatando a Combe Capelle nada menos que en 7.500 a.C., aunque apliquen el método del C14 sobre unos restos de los que todos sabemos que sufrieron recientemente un grave incendio… ¡Pero sobre todo ignorando que mediante termoluminiscencia han sido datados como de hace 36.600 años! Sin embargo, los cráneos de cromañón, manoseados sin control aséptico desde 1868, sí que proporcionan una datación “fiable”. Son tentativas en gran parte estériles, que dan vergüenza ajena cuando las comparamos con la reciente reconstrucción “negroide” del cráneo de Pestera cu Oase (Rumania, hace 40-35.000 años) o la enorme colección africana de rotunda anterioridad respecto a Cromagnon (Djebel Irhoud, Marruecos 200-100.000 años; Idaltu, Etiopía, 175-150.000 años; etc.). El eurocentrismo sabe perdida su causa cromañón y sólo le queda recurrir a la desinformación desde los medios divulgativos que controla, es decir, todos los comerciales y algunos más. En los manuales y reportajes no hay empacho en representar a erectus, australopitecos y demás con rasgos no europeos, pues en definitiva son seres tan “inferiores” como los negros y amarillos a los que tanto se parecen. Esos capítulos de nuestro pasado se ruedan o ambientan en África usando negros en el reparto. Pero cuando toca representar la humanidad moderna, trasladamos el set a la fría Europa, contratamos rubios, y nunca olvidamos mostrar la foto o ilustración del viejo de Cro-Magnon, con  su oportuna reconstrucción más bonito y blanquito que un San Luis... Truquitos.

Las personas que nacimos lejos de Francia, o que simplemente no comulgamos con el racismo eurocéntrico, tenemos pleno derecho a renegar del término “cromañón”. Debemos asimismo denunciar que esos huesos no nos representan, ni tampoco a nuestros ancestros, de los que en todo caso los de Cro-Magnon serían un derivado extraño. Esas facciones no son las típicas de un humano moderno del Pleistoceno, como puede demostrar toda una colección de fósiles mucho más numerosa, infinitamente más antigua y de ámbito planetario que, dicho sea de paso, sí que se parecen entre sí. Somos Homo sapiens sapiens, hombres anatómicamente modernos o, si lo prefieren, Hombres de Idaltu o de J. Irhoud, que son las estaciones con nuestros representantes más antiguos. Pero no somos, ni fuimos,  cromañones.

Tras toda esta información, cabe plantear para qué reconstruir alguno de los cráneos hallados en Cro-Magnon. Los esqueletos afroibéricos, prácticamente los de toda la Península salvo algún caso norteño aislado, se parecen mucho más la norma “oriental” de Predmost-Combe Capelle-Brno-Grimaldi, etc. Pienso entonces que lo mejor sería dedicarse a reconstruir estos tipos y compararlos con cráneos de malagueños, alicantinos o alemtejanos prehistóricos. Pero sería un completo error sentir animadversión por los restos óseos de Cro-Magnon, que nada tienen que ver con la sucia interpretación que se ha venido haciendo de ellos. Además, necesitamos cuestionar al detalle todos esos supuestos rasgos “caucásicos” que tanto ponderan los académicos cripto-racistas, porque no son tales, porque, de nuevo, son fruto del ansia eurocentrista y la manipulación que suele acompañarle. Si no lo hacemos podría parecer que efectivamente existió un “super-blanco paleolítico” llamado cromañón ante el cual este blog, afrocentrista aunque lo niegue, sólo puede mirar a otro lado y carroñear cuanto rasgo “negroide” pueda encontrar en el resto de la crania europea pleistocénica. Por todo ello he decidido reconstruir el cráneo de Cro-Magnon llamado “el viejo”, probablemente el más conocido del yacimiento.