domingo, 20 de diciembre de 2009

Pintas afroibéricas 4. Pautas anatómicas.

La doctora Nina G. Jablonski estima en 20.000 años el tiempo necesario para que una población pase de tener la piel más negra a la más blanca, por motivos de exclusiva adaptación medioambiental. Si estimamos la antigüedad de nuestra especie en unos 300.000 años, un mismo linaje humano ha podido cambiar 15 veces y de forma drástica el color de su piel, debiendo suponer que esta periodicidad es aplicable también a algunos más de nuestros rasgos. Si añadimos los otros dos motivos por el que nuestro aspecto ha podido cambiar (selección sexual y mestizaje), el lapso requerido durante la Prehistoria para pasar de una “raza” a otra no excedería probablemente los 10.000 años. Traducido a nuestro caso equivaldría a imaginar al afroibérico surgiendo con pintas de tasmanio, evolucionar luego al aspecto de un chino, más tarde al de un lapón, posteriormente al de un somalí, y así unas 300 veces más a lo largo de su pasado sin que su stock genético se hubiera visto significativamente alterado. Con este panorama, es muy lógico llegar a pensar que hay infinitas maneras de reconstruir dicha evolución somática, que los humanos del pasado remoto pudieron tener cualquier aspecto imaginable. Pero no es así.

Aunque nos duela el orgullo antropocéntrico, los humanos vivieron y vivimos sometidos a unas reglas climáticas y biológicas, estrictas y empíricamente demostrables, que desembocan en que mostremos determinados rasgos anatómicos y no otros. No es que hayamos tenido siempre el mismo aspecto, menos aún que hayamos pertenecido a la misma “raza” o linaje, sino que reproducimos unas características comunes en nuestros sucesivos aspectos, unos rasgos a los que no hemos podido renunciar por simple supervivencia. Por eso hablo de “pauta anatómica”, algo parecido a un ritmo común para distintas melodías o una misma modelo para distintos pintores. A través de un análisis diacrónico de algunos de nuestros rasgos somáticos, intentaré demostrar que existen una serie de circunstancias objetivas que ponen límites a la imaginación y que apuntan a un abanico limitado, y muy africano por cierto, para el aspecto físico de nuestros antepasados.

1. La melanina.

De entre todos los rasgos anatómicos que nos distinguen “racialmente”, aquellos en los que está implicada la melanina (color de piel, cabello y ojos) son a los que concedemos más importancia. Mucho antes de poder distinguir si un individuo que se acerca tiene nariz convexa, cráneo mesocéfalo o arcos zigomáticos masivos, ya sabremos si es negro o sonrosado, rubio o moreno. Además, la cantidad de melanina está sujeta a leyes naturales bastante fiables que permiten diagnosticarla muy aproximadamente para cada época y lugar. Según el tipo de melanina presente en nuestra piel, porque hay varias, podemos presentar coloraciones rojizas (feomelanina), negras (eumelanina negra), o marrones (eumelanina café). Últimamente se han descubierto nuevas y asombrosas funciones para la melanina, cuya ausencia se relaciona tanto con la inmunodeficiencia, como con el Parkinson o la sordera, pero ahora nos centraremos en su papel más conocido como filtro frente a las radiaciones solares, especialmente los rayos ultravioleta. A este respecto conocemos de sobra el papel del sol como causa del cáncer de piel, pero en este caso la melanina de nuestra piel protege a la propia piel. Otra cuestión, menos conocida pero de igual trascendencia, es la protección que la melanina de la piel proporciona al organismo en general. La radiación ultravioleta devora, en un proceso conocido como fotodegradación, algunas de nuestras más preciadas vitaminas, responsables del desarrollo fetal, el crecimiento infantil, los antioxidantes, etc., como puedan ser las rivoflaminas (vit. B2), el tocoferol (vit. E), los carotenoides (pro-vit. A), y sobre todo el ácido fólico (vit. B9). Por todas estas causas, en el ambiente tropical africano que vio nacer al Homo sapiens y sus ancestros, tener la piel muy oscura fue y es cuestión de estricta supervivencia.

Aplicando el enfoque diacrónico, todos los humanos prehistóricos fueron negros mientras no se demuestre lo contrario, lo cual supone invertir el debate “racial” tal y como se ha venido entendiendo oficialmente. El humano original, indiscutiblemente africano y negro, se desplaza sin salir de África hasta llegar al sur de la Península Ibérica por Gibraltar, hasta Arabia por Yemen, hasta Palestina por el Sinaí, o hasta Italia por Sicilia. No hay necesidad de defender la negritud de las poblaciones de estos nuevos territorios extra-africanos, pues se presupone, sino que por el contrario son otros quienes tienen que proporcionar argumentos a favor del emblanquecimiento racial que defienden. Sin duda el principal de esos argumentos es el que atañe a la vitamina D, pues se sabe que la insuficiencia de radiación ultravioleta impide la formación de esta vitamina, lo cual conduce al raquitismo y en muchos casos a la muerte. Este dato ha sido inmediatamente adoptado y proclamado por los arqueólogos y prehistoriadores, pues en realidad es el tipo de información que llevaban décadas deseando escuchar. A diferencia de los evidentes beneficios de una piel negra en entorno tropical, no conseguían encontrar un origen lógico y adaptativo para la piel blanca, tradicionalmente vista como cualidad en negativo: la pérdida de color por ausencia de sol. Aquello de la vitamina D proporcionaba al fin un argumento científico para defender que, bajo determinadas circunstancias, palidecer no sólo era aceptable sino necesario. Sin embargo esta verdad indiscutible ha sido manipulada y exagerada por los paleoantropólogos, los cuales andan divulgando la idea de que a cada milímetro que nos alejamos el ecuador terrestre nos hemos de volver más y más claritos. Existen múltiples factores que desmienten esta presunción, tanto climáticos como de salud. En primer lugar hay que recordar que, aunque partimos de un negro original, eso no quiere decir que se trate de un tarado que sólo pueda sobrevivir en la justa raya del ecuador. La concentración de melanina que tiene un senegalés le puede dar problemas de raquitismo en la norteña Chicago, pero no en Barcelona, aunque sea cierto que allí la radiación UV haya descendido mucho respecto al centro de África y que unas concentraciones menores de melanina en piel sean lo óptimo. Por otro lado suele ocurrir que los analistas de la vitamina D olvidan el tema de el ácido fólico, el melanoma y demás asuntos asociados con el color de piel, y no aceptan que todos ellos son causa de sobra para que el Homo sapiens mostrara una conducta genética más bien conservadora respecto a su negritud. Quiero decir que de nada sirve llegar a los niveles óptimos de absorción cutánea de vitamina D si con ello pones en riesgo tus niveles de ácido fólico y antioxidantes, o tu resistencia al cáncer de piel. Teniendo tantos motivos a favor de mantener la negritud corporal y sólo el de la vitamina D para reivindicar un necesario blanqueamiento, centrémonos en esta para saber cuando obligatoriamente nos conduce a perder melanina. Para ello he realizado un mapa en base a diferentes trabajos provenientes de disciplinas tan empíricas como ajenas al mundillo paleoantropológico y sus intereses:


- Zona 1. Desde el ecuador hasta los 30º. La radiación ultravioleta es tan potente que, aunque no estuviera implicada en el melanoma o la pérdida de a. fólico y otras vitaminas, causaría en individuos con piel más clara una sobredosis de vitamina D. Sus habitantes suscribirían la siguiente frase: “necesito ser negro para sobrevivir”.

- Zona 2. Entre 30º y 40º de latitud (aplicable a ambos hemisferios). No hay forma de justificar una disminución de la melanina en razón al procesamiento de vitamina D y los perjuicios por tener una piel demasiado clara son evidentes. Frase: “mejor seguir siendo oscuro”. Esta es la zona que abarca a Afroiberia.

- Zona 3. Entre 40 y 45º de latitud. Empezaría un discreto emblanquecimiento, pero hasta los 45º de latitud la síntesis endógena de vitamina D (la provocada por el sol) sigue siendo la fuente principal de su absorción. Frase: “tanto da ser más claro que más oscuro”.

- Zona 4. Entre 45º y 50º de latitud. Comienzan los problemas para las pieles más oscuras, pues el sol ya no tiene la fuerza de antes y si no emblanquecemos corremos el riesgo de padecer raquitismo. Frase: “mejor emblanquecer”.

- Zona 5. A partir de los 50º de latitud. Las pieles blancas son la norma aunque a la vez sobrevivan excepcionalmente grupos oscuros, por motivos que a continuación veremos. Frase: “necesito ser blanco para sobrevivir”.

Lo que más llama la atención de este mapa, aparte de lo al norte puede ir a vivir un negro sin enfermar, es la fidelidad de las zonas respecto a los grados de latitud terrestre. Lo cierto es que la proporción de melanina de los pueblos está determinada también por otros factores como la altitud, la pluviosidad, la reflexión del mar o la nieve (albedo), etc. pero en una dosis mucho menos importante. Quizás sea más determinante el procesado de vitamina D a través de los alimentos (pescados grasos como el atún, la sardina o el salmón, la yema de huevo, etc.). Basta que un pueblo hubiera sido principalmente consumidor de pescado y no habría tenido necesidad de palidecer por muy al norte que se hubiera trasladado, como pasa con los esquimales. En todo caso, nuestro mapa representa la cantidad de melanina cuando la adaptación climática se ha culminado, lo que según la doctora Jablonski llevaría unos 20.000 años de mutaciones (sin selección sexual ni mestizajes que lo aceleren). En sentido estricto los negros originales no necesitaron emblanquecer, y sólo parcialmente, sino después de traspasar los 45º de latitud (lo que para Europa supone un eje Burdeos-Milán-Bucarest).

2. Proporciones

La constitución física también parece guardar bastante fidelidad al clima, aunque no hasta llegar a ser cuestión de vida o muerte como vimos con la melanina y la piel. La regla ecológica térmica de Allen, contrastada en todo el reino animal, nos permite suponer que los hombres y homo de África surgieron con proporciones longilíneas. Con el calor se fomentan las extremidades alargadas y la estrechez de caderas, mientras que el frío favorece los tipos corpulentos pero chaparros, con gruesas y cortas extremidades, y el tronco denominado “de tonel”. Obviamente un cuerpo alargado supone una superficie menor de insolación y una mayor ventilación, mientras que una forma masiva es mejor para retener calor en ambientes fríos. Desde luego, las proporciones de las extremidades de nuestros antepasados fósiles avalan esta tendencia, así que no veo por qué no debemos imaginar al humano original tan negro como longilíneo en su complexión. Sólo queda matizar que longilíneo no implica ser necesariamente alto, pues hablamos de proporciones y no de tamaño; en cuanto al peso, aunque la estructura longilínea favorece los tipos delgados es perfectamente normal encontrar obesos de huesos gráciles.

3. Otros rasgos

Fuera de estos dos casos, encontramos mutaciones que quizás representen una mejora respecto a lo ya existente, pero aún no estamos en condiciones de demostrarlo. A menudo, los intentos por explicar el origen de determinados rasgos “raciales” son contradictorios o simplistas, pues provienen de un radicalismo evolucionista que por fuerza debe encontrar una explicación lógica y adaptativa para cada uno de nuestros rasgos. Por ejemplo, se ha querido relacionar el pliegue epicántico (ojos achinados) con una adaptación a los hielos boreales, cuando todos los bosquimanos y no pocos sudaneses los tienen también, por no hablar de los neonatos de cualquier raza. Más curioso aún es el caso de las narices, pues recibe justificaciones opuestas según la tesis que adoptemos. De un lado se puede defender que los climas fríos propician narices pequeñas, si nos acogemos a la anterior regla de Allen, que también regula la longitud de las extremidades cartilaginosas. Como el mamut, el oso polar, el leming, etc. presentan colas, orejas, etc. más cortas que sus equivalentes tropicales, lo mismo podría suponerse de nuestras narices, y como ejemplos tenemos a los chatos esquimales, lapones y siberianos. Por el contrario, la presencia indiscutible de tipos con grandes y protuberantes narices en las zonas frías de planeta, desde el neandertal a los modernos británicos, da lugar a una explicación opuesta en virtud a la cual tales napias son imprescindibles para calentar el aire frío antes de entrar en los pulmones. Pero esto a su vez no explicaría por qué se encuentran en zonas tan cálidas como Somalia, Arabia o India narices tan largas y estrechas como las europeas. Finalmente, se suele explicar el vello facial como producto de condiciones frías, alegando que los subsaharianos tienen barbas ralas y los europeos espesas. Lo cierto es que es fácil encontrar tanto poblaciones del calor con barbas cerradas (los australianos y los melanesios, ambos por cierto negros de piel) como pueblos boreales tan lampiños como un guineano (esquimales, lapones e indios norteamericanos).

4. ¿Determinismo?

Cada vez que alguien defiende el clima como factor de cambio humano se le acusa de ser determinista ambiental. Yo no temo la etiqueta si los argumentos climáticos son del peso de los arriba expuestos, y más aún si son la única fuente de investigación fiable. La selección sexual-cultural y el mestizaje, que ya en el primer párrafo mencioné como los otros dos motivos por el que podría haber cambiado nuestro aspecto “racial”, no pueden darnos respuestas tan definitivas y científicas. En ambos casos carecemos de pruebas científicas a favor de una u otra hipótesis, es decir, que podemos tanto defender el mestizaje con negros como con blancos, la selección sexual favoreciendo tanto emblanquecer como oscurecer, y que ambas hipótesis extremas se neutralizan ante la falta total de pruebas científicas. El clima no es por tanto el único factor para cambiar el aspecto, pero sí el único que hoy por hoy nos permite sacar conclusiones ciertas sobre este.

Por si fuera poco, hace días escuché en la radio que la Junta de Andalucía va a recomendar a los padres tomar ácido fólico un poco antes de la concepción del bebé. A este dato hay que sumar el aumento de la incidencia del melanoma entre nuestra población, para comprender que los afroibéricos estamos demasiado blancos para el clima en el que vivimos, y que ni el s.XXI con toda su tecnología puede librarnos de las fatales consecuencias que supone. El enorme esfuerzo de selección sexual-cultural que se ha llevado a cabo desde los Reyes Católicos hasta hoy para borrar rastros andalusíes y sefardíes, así como la entrada en un circuito de mestizaje europeo y no africano, ha desembocado en una inadaptación evolutiva. Por supuesto hay que tener en cuenta el cambio climático, el mayor influjo de los ultravioleta, los malos hábitos del bañista moderno, etc., pero no es menos cierto que, si no hubiésemos caído en tan visceral fobia hacia nuestra herencia africana, hoy estaríamos mejor preparados para tener hijos sanos y no morir achicharrados por el sol. No entonces al determinismo ambiental, pero sí a cierto ambientalismo con moraleja incluida.

Conclusión

El clima nos ha permitido saber con bastante certeza que el afroibérico del Pleistoceno y principios del Holoceno era muy oscuro de piel, si no negro, y de constitución grácil, tal y como los dibujé en aquella polémica entrada. Al apoyarse en evidencias climáticas y metabólicas poco importa el momento prehistórico que abordemos o las especies implicadas. Así, aunque en valores absolutos todos los humanos pleistocénicos eran robustos, el sapiens moderno era grácil y oscuro comparado con el neandertal de un modo muy similar a como luego lo fueron el ibero respecto al germano. Esto en ningún caso significa que el neandertal y el germano representen la perpetuación de una misma raza de blancos robustos, o que Afroiberia haya estado poblada siempre por un mismo linaje de morenos esbeltos. De nuevo hay que resaltar el sentido de pautas anatómicas, de adaptaciones recurrentes ante un mismo clima, tanto si eres de los de toda la vida o de los que acaban de llegar. Sin embargo tenemos que conformarnos con una visión borrosa, como si sólo la pudiésemos ver a cien metros de distancia, pues por ahora no podemos precisar si sus cabellos eran crespos o lacios, ni la silueta de sus narices, ni si sus ojos eran achinados. Para todos estos rasgos hay una serie de vías auxiliares de investigación como pueda ser el estudio de los restos óseos, la iconografía artística, los primeros textos, la organización socio-cultural (para inferir el tipo de selección sexual y el grado de mestizaje), la antropología comparada, etc. Cuando nos dediquemos al aspecto “racial” de los afroibéricos en sus distintas etapas utilizaremos todas estas herramientas, sin olvidar nunca que carecen del peso empírico de los datos referentes a la piel y la constitución, siendo a menudo datos parciales o imprecisos, y que por tanto han de tomarse con cautela.

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