lunes, 17 de enero de 2011

Martin Bernal y Atenea Negra

Tras más de una década investigando el parentesco antropológico entre Iberia y África, y de dos años reivindicándolo en este blog, me doy cuenta de la inmensa deuda intelectual que tengo con Martin Bernal. A menudo llego a sentirme un poco farsante por no aclarar en mis artículos que muchos de los argumentos que estoy empleando vienen inspirados directamente de él, así que he pensado que esta entrada de homenaje y agradecimiento podrían paliar en parte mi cara dura. Al mismo tiempo, quizás sirva para que unos pocos conozcan sus teorías y, quién sabe, cambien un poco el chip eurocéntrico.

Notas biográficas

Martin Bernal nació en Londres en 1943, en el seno de una familia erudita, multicultural y a veces algo excéntrica. Una de las enseñanzas más valiosas que podemos obtener de su obra es la conveniencia de pedir el “pasaporte” a todos aquellos que pretendan inculcarnos verdades. Supongo entonces que estará encantado de que le sea aplicado su método, es decir, que estudiemos los fundamentos familiares, sociales e ideológicos que puedan estar condicionando sus propuestas teóricas. Sus abuelos paternos fueron un irlandés católico descendiente de judíos sefardíes (de ahí que nos suene tanto el apellido) y una periodista norteamericana convertida al catolicismo. Su hijo, padre de Martin, fue John Desmond Bernal, uno de los más famosos, brillantes y controvertidos físicos británicos del s. XX. Colaborador decisivo en el aparato logístico del desembarco de Normandía, era al mismo tiempo un socialista convencido, militante del partido comunista hasta 1923, y se dice que no recibió el Nóbel precisamente por su ideología. Pero lo que más nos interesa es que J. D. Bernal fue, además de un investigador de primer nivel, un filósofo de la ciencia, y que su obra The Social Function of Science (1939) es a decir de muchos el primer texto sobre Sociología de la Ciencia. Martin Bernal recibió pues, vía paterna, todo o gran parte de su espíritu crítico hacia los “sabios” y sus motivaciones. Por otro lado su madre, la librepensadora y artista Margaret Gardiner, militó toda su vida en la izquierda pacifista, creyó firmemente en la comunidad de artistas y, como anécdota, aún se bañaba en un estanque cercano a su casa con más de 90 años. Aunque ella siempre se hizo llamar Mrs Bernal, el brillante físico y ella no llegaron a casarse, y Martin es el único hijo de esa relación (si bien tiene hermanos paternos). Margaret Gardiner había nacido en Berlín por motivos laborales de su padre, Sir Alan Gardiner, un insigne egiptólogo que participó con Carter en el descubrimiento de la tumba de Tutankamon y que fue el autor de la primera gramática egipcia de renombre en Inglaterra, entre otros muchos méritos. Su esposa, y abuela de Martin Bernal, era hija de un judío húngaro y una lapona (“finesa-sueca” según M. Gardiner) que al parecer adoraba y enervaba al tranquilo egiptólogo a partes iguales. Todo este entramado familiar, que alguno habrá tomado por cotilleo improcedente, puso a disposición de aquel niño los resortes intelectuales e intuitivos que posibilitarían su futuro profesional.

La trayectoria académica de Martin Bernal no cabe en cuatro líneas así que me limitaré a decir que ha estudiado y sido profesor en varias y muy renombradas universidades de todo el mundo, que domina varias ramas de las Humanidades y que habla al menos ocho idiomas (entre ellos griego, hebreo y copto, tan importantes para sus tesis), todo lo cual está sobradamente documentado en internet para el que quiera comprobarlo. Sí que me parece interesante detenernos en el proceso que lleva a un experto en cultura china y vietnamita, respetado por sus colegas y con la vida resuelta, a dar un giro profesional de 180º y enfrentarse con todo el aparato propagandístico montado en torno a las culturas “clásicas” del Mediterráneo. Confirmando que las anteriores notas biográficas no eran mero chisme, el propio Bernal afirma que alrededor de 1975 comenzó a sentirse fuertemente interesado por los hebreos debido a sus dos líneas ancestrales judías. Lo primero que “descubrió” con estupor fue que el hebreo y el fenicio constituían dialectos recíprocamente inteligibles de una misma lengua y, más aún, encontró sospechoso que un dato tan evidente e incuestionable permaneciera, y aún permanezca, desconocido no sólo para la mayoría sino para muchos investigadores. Además, dominaba la lengua griega desde mucho antes, pero ahora comenzaba a verla con otros ojos debido a que su conocimiento reciente del hebreo le mostraba unas inquietantes similitudes entre ambas lenguas. Y puestos a estudiar el entorno mediterráneo, Martin Bernal desempolvó también el antiguo amor por la egiptología que le inspiró su abuelo, y llegó a nuevas conclusiones. Finalmente estuvo claro para él que ambos, cananeos y egipcios, habían tenido un papel protagonista en la formación de las culturas que hoy conocemos como griegas o proto-griegas (minoica, micénica, pelásgica, etc.). Desde entonces, aún jubilado profesionalmente desde 2001, sostiene sus ideas con el entusiasmo del primer día.


Martin Bernal

Atenea Negra y el Afrocentrismo

Durante 12 años Martin Bernal fue madurando sus teorías y en 1987 estas se convirtieron al fin en un libro, Atenea Negra: las raíces afroasiáticas de la civilización clásica. El impacto fue enorme, al poco tiempo de su publicación, y tanto a nivel académico como popular. Abordaremos más adelante el pánico que sufrieron nuestros respetables catedráticos, porque ahora me interesa más que comencemos analizando la ola de entusiasmo que la obra de Bernal produjo entre los llamados afrocentristas. Pero primero hay que preguntarse qué es el afrocentrismo y qué tiene Martin Bernal de afrocentrista. El afrocentrismo es un movimiento intelectual “a la contra”, es decir, nacido para equilibrar los agravios provocados por una ideología anterior, el eurocentrismo. En sentido estricto, todo aquel que considere que a los africanos se les ha usurpado, tergiversado o minusvalorado su legado antropológico e histórico ya es afrocentrista. Luego, como en todas las casas, los hay moderados y radicales, cultos e ignorantes, pacíficos y violentos, mestizados y racistas, etc. Es el astuto eurocentrismo el que se encarga cada día de propagar que afrocentrista sólo hay uno: muy radicalizado, inculto hasta la vergüenza ajena, disfrazado de lo que él cree que es tribal, gritón y sacadineros. En cuanto a la adscripción de Bernal dentro de la corriente afrocentrista, tenemos la suerte de contar con sus propias declaraciones al respecto. Justo al final de Atenea Negra, Martin Bernal aborda el trabajo de investigadores considerados por muchos “afrocentristas”, y paso a citar textualmente:

“Curiosamente, me resulta más fácil situarme no sólo a mí personalmente, sino también a mi propaganda del modelo antiguo revisado, en el marco de los estudiosos negros que en el de la ortodoxia académica”.

¿Basta esta declaración para considerar a Bernal afrocentrista? En sentido estricto sí, como también a mí y a muchos más. Somos personas a las que nos indigna que la verdad histórica sea manipulada por racistas blancos en perjuicio de África. Ahora bien, justo después de la cita anterior nuestro autor precisa:

“A mi juicio, me encuentro en el segundo grupo de Carruthers, es decir, entre los que él denomina despectivamente “negros intelectuales”. Me alegro mucho de estar en la agradable compañía de Dubois, Mazrui y todos los que, sin pintar a la totalidad de los antiguos egipcios con los rasgos de los africanos occidentales de hoy día, consideran que Egipto era esencialmente africano”.

Para los no familiarizados con la literatura “afrocentrista”, lo que Martin Bernal nos viene a explicar aquí es que es del ala más moderada y conciliadora del afrocentrismo, e indirectamente deja bien claro que no desea ser confundido con los sectores más hooligans y descuidados intelectualmente dentro del movimiento. Sospecho que no se trata tanto de un remilgo personal como de una precaución de cara al stablishment eurocentrista. Es muy curioso que Martin Bernal no mencione como tal el afrocentrismo, sino que hable de “científicos norteamericanos de raza negra”. Si se documentan verán que el debate está planteado como “afrocentristas” vs. “especialistas en culturas clásicas”, algo a todas luces tendencioso. ¿Por qué no hablar simplemente de “eurocentristas vs. afrocentristas” o, puestos en la corrección política, de “especialistas en culturas europeas vs especialistas en culturas africanas y orientales”?

En cualquier caso, mi opinión es que Atenea Negra es una obra que no ha sido bien entendida ni por los unos ni por los otros, usándola como estandarte que portar o que derribar sin saber bien su contenido. El volumen primero, único publicado en España, se limita a analizar los cambios en el paradigma historiográfico sobre los orígenes de Grecia. Partimos de un modelo antiguo, admitido y confirmado por los propios griegos clásicos, que defiende a Fenicia y Egipto como padres culturales de gran parte de lo que entendemos por griego. Dicho modelo perdura hasta el sXVIII, cuando los egipcios pierden el favor de Europa pues su idiosincrasia comienza a evocar tanto a la masonería como al esclavo africano. Más tarde, entre los sXIX y XX, comienza una ola de antisemitismo en Europa que no parará hasta el Holocausto nazi, y que como es natural afectará gravemente la reputación de los fenicios. El resultado es que hoy todos vivimos sumergidos en la burbuja eurocéntrica e indoeuropeísta, y que cuesta la misma vida plantear siquiera como hipótesis que algo sustancial de los griegos, “quintaesencia de lo europeo”, pueda deberse a pueblos orientales y africanos. Esto es muy a la ligera lo que defienden las 500 páginas del libro, a lo que añade Martin Bernal un optimista broche final: dado que el paradigma actual es sólo una acumulación de prejuicios eurocentristas hoy vencidos por el grueso de la sociedad occidental, y dado que cada día intervienen más especialistas no occidentales en los debates historiográficos, el modelo vigente tiene sus días contados. Pero no hay en el libro ninguno de los temas que se consumen en la literatura afrocentrista al uso, tampoco su tono rebelde, ni en fin nada que especialmente sirviera para provocar tanta indignación y tanta algarabía según qué bando. Sin embargo, en un debate tan polarizado como el que nos ocupa, Bernal fue etiquetado como afrocentrista radical tanto por sus adversarios como por sus supuestos simpatizantes.

La reacción eurocentrista-oficalista

Antes de la aparición de Atenea Negra, el entramado académico occidental tenía absolutamente neutralizados a los afrocentristas. Era relativamente fácil contener sus vindicaciones, muchas absolutamente legítimas, insinuando que en su condición de afroamericanos andaban desesperados por legitimar su genealogía esclava y bastarda, que carecían en su mayoría de títulos académicos homologados, y que en todo caso su acalorado discurso chirriaba con la flemática actitud del verdadero científico. Ya saben, aquello de que los negros valen para la música y el deporte pero no para reflexionar, sólo que dicho con mucho más disimulo. En realidad podemos decir que no existía debate entre ellos, que ambos bandos ignoraban los materiales de trabajo del contrincante, encerrados los académicos en sus grises publicaciones y los afrocentristas en sus foros de orgullo afrodescendiente. Comprensible es que los eurocentristas entraran en shock cuando un blanco, de sólida formación académica, y usando argumentos de lo más atemperados, pusiera en jaque el paradigma que tan cómodamente habían defendido hasta entonces. El proceso mediante el cual la vieja guardia racista reordenó filas para contraatacar a Atenea Negra me parece sumamente revelador en sí mismo, así que me voy a permitir detenerme en datos que de otro modo estarían fuera de lugar.

Las fechas, por ejemplo, son importantísimas. Como vimos, el impacto de Atenea Negra fue casi inmediato desde que en 1987 se publicó su primer volumen. Sin embargo, los académicos blancos no reaccionaron hasta casi una década después, ¿por qué? Mi opinión es que no tuvieron oportunidad de hacerlo hasta entonces porque dicho libro es sencillamente imbatible con argumentos. En primer lugar porque Martin Bernal estaba a salvo de todas esas insinuaciones que se podían hacer para desprestigiar el trabajo de otros afrocentristas: no era “afro” en absoluto, ni sentía desprecio por los métodos de investigación más ortodoxos, ni era siquiera un perdido de la vida que buscara notoriedad haciendo de abogado del diablo. Simplemente era alguien como ellos, racial, cultural y profesionalmente, con una evidente falta de intereses por una u otra postura del debate, que hacía unas preguntas y formulaba unos retos tan racionales como impertinentes. Por otra parte, Bernal se comporta muy a menudo más como un periodista de la Historiografía que como un historiador, lo cual da una fuerza increíble a sus argumentos. No “opina” que tal o cual preboste de la cultura occidental fuera un impresentable sino que nos demuestra que aquellos ilustrados, románticos o victorianos eran imperialistas y racistas redomados porque así lo decían abiertamente en sus obras y, lo que es peor, porque reconocían que este prejuicio iluminaba su interpretación del pasado humano. La cuestión no tiene vuelta de hoja por mucho que nos avergüence como herencia y, si tan cierto es que nos abruma, ¿a qué esperamos para cambiar las cosas? El cabreo académico fue por tanto doble, tanto por implicar a Egipto y Canaan en la génesis de la muy blanquísima Grecia, como por poner totalmente de manifiesto que los dioses fundadores de nuestras actuales Ciencias Sociales eran unos fanáticos racistas de muy dudosos métodos en su investigación. Pero, como dije, tuvieron que callar y morder su venenosa lengua durante nueve años más.

En 1991 se publicó un segundo volumen de Atenea Negra, dedicado a las pruebas arqueológicas, y al fin los chacales tuvieron hueso que roer. Vaya por delante que sólo he leído en su totalidad el primer volumen de Atenea Negra, que este segundo y el tercero (lingüística) que aparecería en 2006 sólo los conozco por la crítica y algunos extractos sueltos captados en la red. Sin embargo, parece evidente que dichas secuelas han presentado flancos más vulnerables que el primer volumen. No es que piense que Martin Bernal haya descuidado su método de investigación o haya perdido su imparcialidad en estos trabajos sino simplemente que se adentró en terrenos mucho más resbaladizos. Para mí el error de Martin Bernal, si es que podemos llamarlo así, es que no ha sabido o no se ha atrevido a ser más ambicioso. La Arqueología y la Lingüistica hoy hegemónicas no sólo hunden sus raíces ideológicas en ese pasado racista y colonial, sino también sus métodos, nomenclatura, etc., y por tanto es absurdo cambiar el paradigma si al mismo tiempo pretendes seguir con las maneras del anterior. Bernal debería saberlo mejor que nadie, pues la simpatía que tanto él como su padre han mostrado por los científicos de los países socialistas debió enseñarle que, por ejemplo, existe una metodología de investigación marxista totalmente distinta de la capitalista-occidental. Estos dos volúmenes de continuación usan demasiado el método de los académicos eurocéntricos porque es evidente que están escritos con la intención de convencerlos, pero obrando así Martin Bernal les pone su cabeza en bandeja de plata. Muy a propósito debo decir que este es el motivo de que mi Afroiberia y yo nos cuidemos mucho de caer en esa trampa, en “la razón de la sinrazón que a mi razón se hace” y “la parte contratante de la primera parte” de los ratones de departamento. Lo cierto es que, en el caso de Bernal, 1991 fue la fecha en que todos esos ratones respiraron algo aliviados tras casi una década de retortijones. En cuanto tuvieron en sus manos aquel segundo volumen se pusieron a planear el contraataque. Y de qué modo.

Con toda humildad, pero encarecidamente, reto a cualquiera a que me envíe un comentario, público o privado, donde se cite a otro investigador (de ciencias sociales o exactas, actual o pretérito) que haya sido tratado como a continuación describiré respecto a Martin Bernal. En 1996 se publicó un libro expresamente escrito para destrozar todo lo que Atenea Negra representaba. No me refiero a que en el curso del acalorado debate historiográfico la corriente contraria a Bernal publicara sus ideas, de tal modo que todos supiéramos implícitamente que tal manual era la réplica a Atenea Negra, pues eso hubiera sido tan corriente como legítimo. Tan sólo el título del libro, Black Athena Revisited (Atenea Negra Revisada), creo que lo dice todo. Por si fuera poco, Atenea Negra Revisada fue concebida como una obra coral donde participaron al menos 20 (¡veinte!) especialistas. Una veintena de investigadores punteros, procedentes de las más variadas ramas del saber antropológico, se coordinaron como bailarinas para arremeter sin piedad, y en publicación ad hoc, las ideas de un único investigador. Aún más extraño es, si cabe, el hecho de que este fatal ataque se lanzara contra un investigador proveniente de un ámbito académico tan lejano a ellos como la sinología, alguien que en definitiva bastaba con haber ignorado. Confieso mis dudas acerca de la espontaneidad de esta lluvia de ataques tan virulenta como profesional, y en mi blog hay espacio para las teorías de la conspiración siempre que estén tan justificadas como ahora. Me parece evidente que ciertas elites culturales necesitaban que la cuestión quedara zanjada cuanto antes, mandar una clara señal a la comunidad académica sobre qué les ocurre a quienes cruzan ciertas líneas.

Para comandar la revancha estas jerarquías ocultas se sirvieron de un “hombre de paja”, aunque en este caso fue mujer. Mary Lefkowitz no sólo es uno de los coordinadores, junto a Guy McLean Rogers, del proyecto B. A. Revisited, sino que es el miembro del equipo que más en activo mantiene la cruzada anti-afrocentrista. Tal y como hicimos con Martin Bernal, vamos a intentar sondear sus intereses ideológicos a partir de algunos datos de su vida y su profesión. Lefkowitz es una judía especialista en culturas griega y latina, lo que equivale a decir que está tremendamente asimilada por la cultura occidental, y que por tanto es perfecta para este proyecto (de haber sido europea “de verdad” todos la habrían tachado ipso facto de racista y ariófila). Añadamos además que es viuda del famoso “clasicista” británico, Sir Hugh Lloyd-Jones, ultra-conservador que consideraba “basura” al afrocentrismo en bloque (de hecho, hay rumores de que ejerció una fuerte influencia sobre la actitud de su esposa). Sin embargo, si escuchamos las declaraciones de M. Lefkowitz, pareciéramos estar ante el mismísimo Ned Flanders:

“La gente me preguntaba, ¿por qué te molesta? Si esta gente se siente mejor consigo mismos creyendo todo eso, ¿por qué no dejarlos? Pero yo no podía hacer eso. Soy una académica. Me preocupo por la verdad. La gente parece haber olvidado como se ha usado la Historia en la Alemania nazi y en la Unión Soviética con propósitos políticos”

Si tan preocupada está por la verdad, ¿no cree que en su lista de manipuladores históricos se le ha quedado gente en el tintero? No se, Europa con el colonialismo o USA con los nativos americanos y los esclavos africanos… cosas sin importancia supongo para ella, pues siendo judía (y por tanto víctima del revisionismo nazi-islamista) no ha tenido reparos en rebajar el holocausto afroamericano a un miserable millón de víctimas. Eso por no volver a plantear cómo siendo para ella tan perentorio luchar por “la verdad” y contra la corrupción de almas que supone el afrocentrismo, tardó casi diez años en contestar las exitosas teorías de Martin Bernal. La realidad es que esta señora tiene tan poco que ver con “la verdad” que los jueces la han sentenciado de libelista y difamadora (caso Tony Martin) y ella no sólo se ha jactado de ello sino que luego ha ido a recoger un premio otorgado por la Anti-Defamation League of B’nai B’rith por “desafiar firmemente las erróneas demandas afrocentristas”. Parece ser que por culpa de los judíos radicales y los negros radicales, la convivencia entre ambas comunidades tardará en ser fluida en Estados Unidos. Mientras tanto, Lefkowitz ha publicado dos libros más atacando el afrocentrismo (Not Out of Africa e History Lessons), además de pasear por cuanto plató televisivo haya tenido a bien invitarla.

Conclusión

Si hay algo que ha hecho incuestionable la valía de Martin Bernal ha sido precisamente la exagerada reacción de sus adversarios. Lefkowitz y compañía quieren dar a su discurso un tono campestre, como quien perdona la vida a Bernal, como quien incluso entiende sus entusiasmos e imprudencias propias de profano, pero que por otra parte se siente obligado a amonestarlo por el bien de las generaciones futuras y para no crear más confusión entre los negritos. Pero si Martin Bernal es sólo un iluso con argumentos de pacotilla, ¿a qué viene tal contraataque? No se matan moscas a cañonazos. La amenaza que Atenea Negra y su autor suponen para el paradigma eurocentrista vigente es muy, muy real. Atenea Negra Revisada no fue escrita para acallar el debate actual, por otra parte circunscrito a ambientes digamos marginales, sino para hacerlo con una decena de ellos que se desarrollarán en el futuro y de los que Martin Bernal será semilla.

Cuando compré Atenea Negra (vol. 1 en español) me sentí defraudado, pues entonces yo era un veinteañero más juerguista que estudioso y, dentro de mis incipientes investigaciones, más tendente al radicalismo afrocentrista que a otra cosa. Tras la euforia de la adquisición comencé a hojearlo, pero aquello no tenía en absoluto el aspecto ni el tono del libro reivindicativo que esperaba. Martin Bernal es tan políticamente correcto, tan academicista, tan “blanquito” en definitiva, que me pareció tibio y distante. Sobre todo me fastidió que aquello no pasara de una mera introducción erudita, que todas las pruebas, la sustancia, se postergase para los correspondientes volúmenes sobre arqueología y lingüística. Más de 500 páginas que Bernal podía haber dedicado a iluminarme sobre la africanidad y el semitismo de los griegos se iban prácticamente al vertedero enzarzándose en lo que me parecían estériles debates sobre si era más racista Hume que Locke, Gotinga que Cambridge, Dupond que Dupont. Así es Atenea Negra, en absoluto un listado con las glorias históricas de los africanos, sino la enumeración exhaustiva, humilde, a veces tediosa, de cada erudito de cada nación y fratría académica de la Europa moderna y contemporánea. Y tras cada uno de estos nombres, casi siempre citando sus propias palabras, aparece el grado de racismo que padecía y cómo este afectó su carrera y obra académica. Nada más y nada menos.

Hoy considero a Martin Bernal como el autor que más ha hecho a favor del denominado “afrocentrismo”. Cuando llevas un tiempo seriamente comprometido en la lucha dialéctica contra el eurocentrismo, compruebas que el principal obstáculo en tu tarea es siempre el de las intenciones, es decir, demostrar que los académicos también hacen trampas. En diversos artículos de Afroiberia hemos hablado de cómo la sociedad tiende a estereotipar a los investigadores como profesores chiflágoras que no saben ni en qué año viven ni que sus pantalones tienen bragueta y, por tanto, ajenos a la politiquería y los prejuicios. Si no eres un radical, pues en ese caso vives feliz, fanático y sin remordimientos, a menudo te irás a la cama pensando si no habrás llegado un poco demasiado lejos con tus manías, si no estás inventando enemigos donde no los hay: “ese cráneo de negro que reconstruyen como un tirolés raro… bueno, quizás es que son así de pencos”, “esas similitudes entre el musteriense de ambas costas gibraltareñas…a lo mejor no tienen mucha comunicación la universidad española y las magrebíes”, etc. La impagable deuda que tengo con Atenea Negra es que me ayuda a dormir, que me proporciona una base inquebrantable sobre la que construir mi trabajo a diario a pesar de que todo mi entorno piense que quijoteo más de la cuenta. Martin Bernal me demuestra, cada vez que lo necesito, que sí, que aquellos abuelos tenían más peligro que una caja de bombas, racistas hasta las trancas y mezquinos en sus intereses coloniales y esclavistas. Lo que es mejor, dado que dichos elementos son los fundadores de nuestras Ciencias Humanas, que se los adora como a dioses, y que la mayoría de sus asertos siguen vigentes y protegidos por tropas de a veinte colaboradores pluma en mano, la vida y obra de Martin Bernal me inspira para seguir armando jaleo. Estoy convencido de que el señor Bernal jamás imaginó el revuelo que su libro iba a provocar, pero estoy aún más seguro de que volvería a enfrentarse con toda la caterva eurocéntrica si de nuevo lo enviásemos a su revelador 1975. Como demostré al principio, su pasión por el estudio y su espíritu crítico le vienen de casta.


domingo, 2 de enero de 2011

Aforiberia social 8. Demografía y organización social en los albores del proto-Estado.

Como avanzamos en la entrada anterior, el IV milenio a.C. trajo importantes modificaciones en el esquema social y productivo de las sociedades afroibéricas. La causa descansa simultáneamente en tres ejes, clima, demografía y tecnología-sociedad, los cuales a su vez interactúan sin cesar, de tal modo que se hace imposible un análisis estanco y ordenado de cada uno de estos elementos. Todo redunda en lo demás, y nada bastó por sí mismo y de una vez para originar el cambio. Por tanto debo pedir excusas adelantadas si este artículo parece por momentos atropellado. También querría resaltar que un milenio es un instante a escala geológica, pero unas 40 generaciones para el humano. Hay expresiones inevitables al hacer divulgación, verbos que resumen pautas desarrolladas durante siglos, sujetos que “deciden”, “reaccionan”, “se adaptan”… Pero sólo podemos aceptarlos simbólicamente, no confundirlos con sucesos novelables, generacionales o testimoniales. El éxito de las estrategias productivas sobre las depredadoras ni se decidió en asamblea ni en batalla, sino que fue imponiéndose de forma casi imperceptible de generación en generación.

Quizás la mejor manera de empezar nuestro análisis sea retomar la situación donde la dejamos. Alrededor del 4.500aC. se produjo el denominado “óptimo climático holocénico”: niveles marinos en su máxima altitud (unos 3m. sobre la cota actual), un clima peninsular casi tropical, y toda la hermosura ecológica que de ello podemos deducir. Los afroibéricos llevaban más de dos milenios explotando despreocupadamente unos recursos que parecían inagotables, lo que los llevó a una lógica explosión demográfica sin tener que alterar sustancialmente su modelo social y tecnológico. Habían estado desarrollando técnicas de producción, pero de forma gradual desde el Pleistoceno y sin ningún tipo de obligación ambiental aparente. Para colmo, la presión demográfica no se hacía notar por el continuo éxodo de población ya fuera hacia el Sahara o, en menor medida, hacia Europa.

El IV milenio a.C. puso fin a este edén afroibérico. La segunda fase Atlántica (4.000-2.300aC.) supuso la retirada del calor y la humedad, primero hasta un estadio muy similar a nuestro actual clima, y finalmente hasta la fase conocida como sub-Boreal, con más frío y aridez que hoy. Esto no tuvo consecuencias dramáticas en nuestras latitudes, pero de nuevo habremos de buscar regiones vecinas donde los cambios sí se produjeron de forma más grave. Durante ese período el Sahara vivió drásticas fluctuaciones climáticas que lo fueron acercando a sus condiciones actuales, y como consecuencia grandes contingentes demográficos huyeron de dicha desertización hacia el Sahel, el Próximo Oriente y las costas del sur europeo, especialmente hacia Afroiberia por el Estrecho de Gibraltar. Es muy interesante notar la diferencia en el comportamiento demográfico del Sahara y Europa respecto a la Península Ibérica. El Norte de África pasó de ser muy habitable a ser inhabitable, por lo que en “poco tiempo” (escala prehistórica) Afroiberia dejó de exportarle nuestro excedente poblacional para pasar a absorber su creciente éxodo. Europa, por el contrario, no había vivido una bonanza climática como la del Sahara, pero tampoco había vuelto a ser inhabitable desde el final de las glaciaciones. Como consecuencia su población era escasa en comparación con Iberia o el fértil Sahara y no fue necesario, ni posible, un éxodo de vuelta a Iberia. También vimos que desde la primera fase del período Atlántico Europa fue demandando menos ibéricos para su repoblación, si bien este flujo no desaparecería totalmente.

Las repercusiones de todo ello fueron enormes para Afroiberia, tanto que entre el 4.000 y el 3.000aC su población se duplicó. Al menos es lo que cabe esperar si la población que podemos denominar “local” pasa a convivir tanto con sus cuantiosos excedentes, que antes emigraban y ya no podían, como con las inagotables oleadas de inmigrantes norteafricanos. Hacía el 3.000aC Afroiberia estuvo poblada por 1.000.000, un millón, de habitantes. Como supongo que habrá cundido el pánico, repasaremos otras cifras demográficas de las que proviene. Defendí 200.000 afroibéricos para el paleolítico, en base a los chimpancés y los actuales cazadores-recolectores, y de ese burro difícilmente se me podrá bajar. Durante los primeros 6.000 años del Holoceno (Producción Sostenible) estimé un discreto aumento de población que se acelera durante la bonanza del clima Atlántico, así que entramos en el 4.000aC con 500-600.000 afroibéricos. Si como sostengo, y más adelante volveré a demostrar, la población se duplicó en mil años, hablar de un millón de almas me parece incluso prudente. Soy muy consciente de que los académicos no se atreven a estimar ni 1500.000 habitantes para la Afroiberia del mismo período, pero la paleo-demografia es una materia en pañales donde nada es aún definitivo. Humildemente diré que mis estimaciones son tan válidas como la de cualquiera, pues he tratado por todos los medios de aportar sin prejuicios los argumentos más sólidos y honestos a mi alcance. Algo que por ejemplo no puede sostener para sí el stablishment académico, con su obsesión evolucionista, su eurocentrismo y su catetura historiográfica. En cualquier caso nuestras diferencias son más relativas de lo que parece.

Entre las pocas obras que hay publicadas sobre este tema destacaremos por su intención divulgativa la de Bardet y Dupaquier (Historia de las Poblaciones de Europa), autores que no se cortan un pelo proponiendo revoluciones demográficas para Europa. En un momento dado defienden que la Francia neolítica triplicó su población respecto al Epipaleolítico. Más adelante dicen textualmente que “hacia 4.000aC la población europea quizá se multiplicase por cinco y alcanzase entre 1,3 y 2 millones de habitantes”, valor este último demasiado bajo por provenir de aquella errónea equiparación demográfica entre paleolíticos y esquimales o bosquimanos. De nuevo quintuplicarán la población europea estableciendo para el año 3.000aC “un mínimo de 10 millones de habitantes, puede que 13 millones”. Partiendo de estos postulados, que yo me limite a duplicar la población afroibérica del mismo período no debería sonar tan extravagante. Por supuesto, estos franceses niegan a los ibéricos toda dignidad y peso demográficos, y en un mapa reparten el grueso de la población entre, sorpresa, el Egeo y el Rin, pero este blog no está para amparar un eurocentrismo tan predecible. Ocupando la Península Ibérica 1/18 de la superficie total europea, disfrutando de un clima tan benigno y siendo puerta a dos continentes y dos mares, nadie podría arrebatarle un millón de los 13 que Bardet y Dupaquier postulan para todo el continente hacia el 3.000aC. Por si fuera poco, los mismos autores estiman que hacia el 2.300aC. la población europea había vuelto a duplicarse alcanzando “entre 20 y 23 millones”. Sirviéndonos de sus leyes demográficas, que no de sus prejuicios, obtendríamos para el 2.300 aC. un balance de 2-2.5 millones para nuestra Península, de los cuales al menos un millón poblarían la muy templada, marítima y bien comunicada Afroiberia. En definitiva sus datos apuntan a que mi millón de afroibéricos no se dio en el 3.000aC. sino en el 2.300aC. Pues vaya contrariedad. Todos estos cálculos demográficos continúan como objeto debate hasta la propia romanización peninsular, pero sus detalles corresponderán a futuras entradas de esta serie.

Una vez demostrado que sí pudieron duplicar en un milenio su población hasta llegar y sobrepasar el millón de afroibéricos, inmediatamente nos vienen a la cabeza las consecuencias para el medio ambiente. Dijimos al principio del post que durante el IV milenio a.C. el cálido y húmedo Atlántico se batía en retirada, pero recordemos que dicho proceso no culminó hasta el 2.300aC. y que se encaminaba hacia la fase sub-Boreal, sólo algo más fresca y seca que la actual. Por sí mismo este cambio climático no justifica el nivel de aridez que se registra en algunos yacimientos afroibéricos de este milenio, y creo que por primera vez en la Prehistoria el origen apunta innegablemente a los humanos. La devastación del medio por parte de una población repentinamente duplicada se convertía además en permanente debido a que el nuevo clima era incapaz de reponer las condiciones biotópicas originales. Por tanto los afroibéricos de esta fase no sólo tenían que repartir entre más habitantes el territorio, sino que importantes partes del mismo comenzaban a ser baldías, o casi, para la obtención de alimentos. Me consta que muchos académicos han decidido “liberar” a aquellos afroibéricos de tanta presión mediante rápidos ajustes demográficos, a cual más truculento. Hacen nacer en este período las guerras y las fronteras, al tiempo que abusan de su querido argumento de reemplazos poblacionales, pues para ellos aquella concentración de humanos sólo pudo desembocar en genocidios. Sólo espero que a través de los capítulos anteriores hayamos entendido que nuestra paranoia territorial y xenófoba es algo moderno que no se nos debe ocurrir aplicar al Pasado Remoto. No digo que no existieran conflictos, o que la situación no los recrudeciera, sino que no podemos basar en ellos la solución a la crisis en la que aquellas sociedades se veían inmersas. Por otra parte, he sido el primero en defender que entre los cazadores-recolectores existía un fuerte control sobre su natalidad, pero este sólo es posible si cuenta con cierto margen de maniobra, algo que bajo las circunstancias investigadas (un escaso milenio, población duplicada, alimentos en recesión) no pudo tener lugar. Dado que los afroibéricos del IV milenio no podían alterar directamente su volumen demográfico mediante guerras o anticonceptivos, y mucho menos detener el cambio climático con danzas rituales, la única solución que les quedaba era cambiar sus hábitos de consumo. Si la madre naturaleza ya no era capaz de proveer alimento de forma natural y para tanta gente, habría que ordeñarla artificialmente y, para lograrlo, todas las estrategias de producción de alimentos que antes fueron anecdóticas y opcionales pasaron a ser tomadas muy en serio.

En aquella época ya había asentamientos estables con sociedades que producían gran parte del alimento que consumían, concentrados en pequeñas aldeas, y algunos desde hacía miles de años. Para entender la importancia que tuvo este IV milenio a.C. de poco servirá entonces certificar nuevas técnicas e inventos, que sin duda los hubo, sino centrarse en dos conceptos: escala y evolucionismo. La diferencia clave respecto al período anterior es que durante la crisis que estudiamos dichos procesos productivos, así como la inevitable sedentarización-concentración, se llevaron a cabo por parte de la mayoría de la población, de forma masiva, sistemática y a menudo colectiva. Se trata de la denominada producción intensiva cuya correcta interpretación necesita que primero nos pongamos a salvo de extremismos evolucionistas. Si preguntamos al gran público “por qué” pasamos de cazadores-recolectores a granjeros, de ahí a ciudadanos, etc., la mayoría responderá: “porque el ser humano evoluciona culturalmente”. Esto lleva inherentemente una gran carga de racismo eurocéntrico, toda vez que el patrón “progreso” se equipara a Occidente y se hace ver todo lo demás como “atrasado” e incluso “animalesco”. Además es rotundamente acientífico defender que el ser humano cumpla un guión prefijado que le empuje a pasar por los mismos estadios culturales y en el mismo orden, independientemente del continente que los vio nacer. Todavía sobreviven unos pocos cazadores-recolectores y productores sostenibles en pleno s.XXI, y no porque sean unos despistados o unos reaccionarios, sino porque hasta hoy no se habían visto obligados a cambiar su modelo de vida. Ningún modelo social o productivo ha supuesto una ventaja global respecto al anterior y si me apuran, teniendo en cuenta el tiempo libre, las relaciones interpersonales, la calidad de los alimentos, etc., casi hemos ido para peor desde los tiempos paleolíticos.

Otra idea que debemos abordar es el de la irreversibilidad. Cuando más adelante analicemos las sociedades estatales veremos que tomamos contacto con dicho modelo desde la fundación de Gadir, pero que hasta la romanización no podemos hablar de “estado” propiamente dicho. También con el Holoceno proliferaron nuevos hábitos y tecnologías que asociamos al “neolítico” pero sólo a partir del 4.000aC podemos hablar de sociedad “intesiva” en lo productivo y “proto-estatal” en lo social. La razón es que Gadir, o Emporion, eran islas de estatalismo en mitad de un universo protoestatal, donde hubiera sido mucho más probable que el conjunto fagocitara tales excepciones que viceversa. Durante la fase de Producción Sostenible (10.000-4.000aC) los “epipaleolíticos” desbordaban a los “meso-neolíticos” en todos los sentidos, tanto que en cualquier momento podrían haber desaparecido dichos ensayos productivos como si jamás hubiesen tenido lugar. En el caso del IV milenio o de la romanización la situación presionó hacia un punto de no retorno aunque, debido a las fechas, en la primera crisis intervinieron mucho más factores ambientales y biológicos, mientras que en la segunda lo cultural fue determinante.

Un modelo mayoritariamente depredador ya no era posible a partir del 4.000aC. Pensemos por ejemplo que el territorio afroibérico repartido entre un millón de habitantes no daría ni para 100 km² de territorio por banda. Si tomamos un mapa y trazamos un cuadrado de 10km de lado con nuestra casa en medio, nos daremos cuenta de las características reales de este “patio de recreo”. El nomadeo es una actividad bastante engorrosa que sólo se justifica cuando hay que explotar diversos puntos “calientes” dentro de un mismo territorio (fuentes, prados con caza, canteras de sílex, etc.). Con el grado de devastación antrópica antes señalado, una superficie de 100 km² difícilmente contaría en este período con más de uno de esos lugares especialmente productivos. Además, un territorio tan pequeño se puede dominar visualmente desde cualquiera de sus extremos, y más si es desde una elevación orográfica. Por puro sentido común, si dejaron de hacer el nómada se tuvieron que asentar y, dado que habría territorios más salobres y ubérrimos que otros, también se concentrarían más en unos asentamientos que en otros. Al final el afroibérico, como tantos, hubo de transigir hacia lo que siempre ha sido nuestra estrategia de supervivencia como especie: aprovechar la fuerza del grupo, mestizarse, inventar ancestros comunes, etc. Siendo tantos, tan concentrados y bajo un entorno en recesión, su única vía de supervivencia fue sistematizar y masificar la productividad. Así, sin necesidad de prohombres, visionarios o inventores de revolucionarias técnicas, pero sobre todo sin remedio, los afroibéricos del IV milenio a.C. se embarcaron en la producción intensiva y el proto-estado de forma irreversible. Los 150.000 habitantes que proponen los académicos no habrían tenido motivo, ni posibilidad, de acometer tan profundas transformaciones. Para la producción intensiva hace falta, y a menudo se olvida, mucha mano de obra y cooperación, además de una tremenda inversión en energías y riesgos.

¿Qué nos dicen los yacimientos arqueológicos? Aunque escueza me importa bien poco, habida cuenta de la incompetencia y el desinterés que campa entre los especialistas. De todos modos puedo decir que los pocos y pobres datos disponibles afirman, o cuanto menos no niegan, los argumentos expuestos arriba. Por ejemplo, es excepcional detectar en los yacimientos una transición de fases progresivas que vayan del neolítico incipiente al intensivo. Es mucho más frecuente encontrar de un lado yacimientos de neolítico sostenible sin continuidad futura, y de otros yacimientos que delatan producción intensiva pero que parecen salidos de la nada. De hecho abunda más la continuidad entre “neolítico final-metales” en un mismo yacimiento que entre “neolítico medio-neolítico final”. Por su parte, el megalitismo afroibérico es un elemento de máximo interés. Cualquiera que consulte las fuentes oficialistas notará que los megalitos son una especie de molestia para los prehistoriadores, especialmente por su indocilidad cronológica: surge a finales del “neolítico” para sobrevivir durante todas las “edades del metal” hasta detenerse en las puertas mismas de la Historia. Sin embargo para mi cronología el megalitismo ocupa exactamente la franja que denomino Producción Intesiva o Proto-Estado, y en ese sentido supone una confirmación a mis hipótesis. Para colmo, se trata de un fenómeno que requiere de un considerable volumen de población para ser llevado a cabo sin perjuicios: si Afroiberia hubiera contado sólo con 150.000 habitantes es muy improbable que el megalitismo hubiera surgido durante el IV milenio.

Despido el post con una idea que me parece tan justo como evocador reivindicar, y que retoma el ataque que antes hice al evolucionismo cultural. Durante el IV milenio a.C. la mayoría de los afroibéricos se vieron obligados a convertirse en productores intensivos, y subrayo lo de “mayoría”. La crisis demográfica y medioambiental exigía un cambio, pero bastó que lo asumiera parte de la población, pongamos un 60%, para que la presión desapareciera. Con ellos convivían por tanto un 40% de la población afroibérica que no necesitó pasarse a la economía de producción intensiva y al proto-Estado. Es más, los procesos de asentamiento y concentración de los productores intensivos liberarían mucho territorio que se pondría a disposición de los demás. Entre estos no podríamos establecer uno, ni diez, modelos de vida. Tengamos en cuenta que incluso los grupos que continuaran siendo depredadores lo serían en un sentido muy laxo del término. Estaban las gentes del litoral, que desde el Paleolítico eran pescadores-recolectores a la vez que sedentarios. Habría además otro tipo de depredadores asentados, es decir, grupos aislados que por vivir en 100 km² de territorio no necesitan recorrerlo como nómadas pero tampoco necesitan producir el alimento. Incluso los que fueran nómadas estarían hasta cierto punto “resabiados”, pues tenían conocimiento y contacto con sociedades productoras y sedentarias (los mbuti de África Central llevan milenios comerciando y mestizándose con los bantúes de su alrededor). Tampoco faltarían productores sostenibles al modo mesolítico, con su poquito de ganado o cultivos y su poquito de caza, pesca y recolección, todo perfectamente equilibrado. Luego estarían los grupos nómadas y tribales, pero absolutamente productores (a menudo también intensivos) en su calidad de ganaderos. Finalmente quiero hacer mención a un conjunto heterodoxo de castas y ocupaciones que parecen haber surgido como conectores de ambos mundos y cuyas funciones a menudo se solapaban: leñadores, carboneros, pastores por cuenta ajena, guías, tramperos, bandidos, yerberos, etc. Lo más fascinante de estos colectivos, aparte de su evidente colorido, es que aunque lógicamente se verían cada vez más acorralados, no hubo motivos para que desaparecieran ni durante la fase protoestatal ni durante las siguientes, pues de hecho algunos pervivieron hasta bien entrados el siglo pasado.