miércoles, 21 de abril de 2010

Melqart-Hércules (1)

El parentesco entre el dios cananeo Melqart con el grecolatino Heracles/Hércules no sólo obedece a una tradición historiográfica reciente sino que arranca de los propios autores antiguos, quienes ya los identificaban como una misma divinidad vista desde distintas culturas. Por desgracia, y como cabría esperar, los académicos sesgan esta asociación hasta reducir a Melqart al papel de mero “Hércules tirio”, cuando lo justo sería todo lo contrario, esto es, cuando habría que hablar mejor de un “Melqart heleno” (Heracles), de un “Melqart etrusco” (Hercle), de otro “Melqart romano” (Hércules), etc. Se trata de una cuestión tan compleja en su simbología y tan prolija en argumentos arqueológicos y textuales, que por ahora sólo podemos limitarnos a citar de pasada aspectos que merecerán ser profundizados más adelante. De hecho, me conformaría con que quedaran claros una serie de postulados evidentes e irrenunciables, que sin embargo suelen ser escamoteados cuando se afronta esta cuestión. Los enumero ahora porque si el lector los acepta a primera lectura, el resto del post es pura redundancia:

1. Melqart está documentado arqueológicamente antes que Heracles, tanto a nivel textual como iconográfico.

2. Los grecolatinos eran los primeros en defender que el “Hércules tirio” (Melqart) era más antiguo que el olímpico, así como que existía otro, egipcio, aún más ancestral.

3. Melqart es dios tutelar de Tiro, la metrópoli de Gadir, emporio que su vez tuvo el honor de acoger el que probablemente fue el templo a Melqart-Heracles más famoso del Mundo Antiguo.

4. Durante el largo proceso en que se fragua Gadir (s.XII-VIIaC.), el cananeo ostenta una clara ventaja tecno-comercial respecto al proto-griego, al que influye y “coloniza” en muchos aspectos, incluido el mitológico.

5. El mito griego de Heracles nace hacia el final de este período de exploraciones por Gibraltar, con una fuerte carga argumental y estética de origen semita. De hecho, muchas de sus más antiguas e importantes hazañas se desarrollan precisamente en el occidente mediterráneo y en la proximidad atlántica, esto es Afroiberia y su contraparte magrebí: “El Dorado fenicio”.

A partir de estos cinco puntos podemos establecer la siguiente hipótesis: estas aventuras occidentales de Heracles (Gerión, Hespérides, Cerbero, Atlas, Anteo, etc.) son muy probablemente heredadas del Melqart tirio, y algunas incluso podrían remontarse a un sustrato mitológico libio-tartésico asimilado por los cananeos. A su vez es muy importante subrayar que el Melqart tirio, y por tanto el gadirita y afroibérico, poco o nada le debería al Heracles griego, al que por el contrario nutriría simbólica y argumentalmente. De ahí que haya que denunciar la pueril actitud académica al respecto, consistente en supeditar nuestra arqueología afroibérica al concepto y fósil-guía de un Hércules greco-latino. Esto les lleva a proferir sandeces como que aquí no hubo culto al dios, fuera de aquellos emporios fenicos que emitieron moneda con un “Heracles” perfectamente identificable desde el imago greco-latino.

Melqart cananeo

Tres son los problemas fundamentales que impiden un estudio cómodo y exhaustivo del dios Melqart:

1. La desaparición casi total de los documentos originales cananeos, sea por usar preferentemente soportes efímeros (arcilla, papiro, etc.), sea por la sistemática destrucción de la biblioteca púnica que Roma llevó a cabo.

2. La idiosincrasia espiritual semita, que emplea un gran número de títulos indirectos para designar a sus dioses, en lugar de algo parecido a un nombre propio, y que para colmo hace compartir los mismos títulos entre distintos dioses.

3. El ya citado grecocentrismo que nos hace buscar agresivamente lo que de Heracles-Hércules tenga el mito cananeo, despreciando el resto como contaminación oriental. Si unimos la escasez de documentación cananea al hecho de que el mito de Hércules-Heracles es quizás el más extenso y popular del mundo grecolatino, la fagocitación parece prácticamente inevitable.

Melqart es como dijimos un título, no un nombre propiamente dicho, compuesto de Melek (rey) y Qart (ciudadela), por tanto “rey de la ciudad”. Se trata de un apelativo relativamente reciente, pues no aparece (hasta donde se) en los textos ugaríticos o proto-fenicios. Es más, cuando la Biblia (1Re 18) narra como Elías se burlaba de un dios tirio equivalente en rasgos a Melqart, nos sorprende encontrar que lo llama Baal (“señor”), un nombre tradicionalmente asignado a otra deidad cananea, concretamente a su padre. La primera referencia cierta y arqueológica sobre Melqart es la denominada estela de Bar-Hadad, fechada al menos en el s.IXaC. En ella no sólo aparece un relieve de nuestro dios, con lo que podemos determinar algunos de sus rasgos iconográficos, sino que también se lee claramente su nombre como destinatario de la ofrenda. Al haberse localizado dicha estela al norte de Aleppo (Siria, casi Turquía), es plausible suponer que su culto en Fenicia fue bastante anterior. Si confiamos en Flavio Josefo (Ant.8.5.3), fue Hiram I (965-935aC.) quien construyó su templo e instauró su culto en la ciudad de Tiro, con lo que ya nos situamos en el s.XaC. Mucho más difícil de digerir es la información que Heródoto (2:44) dijo recibir de los sacerdotes del templo a Melqart en Tiro, pues asignaron nada menos que 2.300 años de antigüedad al santuario y a la ciudad.

En cuanto a sus características, no es un dios sencillo de etiquetar. Además de patrón de Tiro y sus empresas, era el dios tutelar del curso del sol, de los ciclos vegetales, del mar, del mundo de ultratumba, o de inventos tan importantes como el tinte de púrpura, el cultivo del olivo, la confección de barcos, etc. Esto fastidia a los que gustan de listas mágicas para equiparar panteones, los que se engañan pensando que todo es tan simple como identificar los fenicios Reshef, Adonis y Melqart con Apolo, Dionisos y Heracles respectivamente. Lo cierto es que cada uno de estos seis dioses tienen evidentes parecidos, todos con respecto a los demás, que probablemente remiten a un sustrato de leyendas panmediterráneas relacionadas con el “dios-hijo”. Más aún, lo vimos en la Biblia, Melqart a menudo usurpa apelativos y características de su “dios padre”, delatando con ello que fue en su día el dios principal para determinados cananeos, como en el caso tirio. Por todo ello Melqart es un dios que no sólo se confunde con sus “hermanos” (Reshef, Eshmun, Adonis), sino también con sus “primos” (Heracles, Dionisos, Apolo), e incluso con sus teóricos ancestros (Baal, El, Hadad). En cualquier caso, la conclusión básica de este párrafo es que Melqart tenía unas atribuciones mucho más ambiciosas y polivalentes que su contraparte grecolatina. Esto provoca un predecible agravio comparativo que impulsa a los eurocentristas a tachar a Melqart de “dios sincrético”, como si los únicos dioses “coherentes” fueran los dedicados a una sola faceta (dios de la guerra, dios de la agricultura, dios artesano, etc.). A todos ellos habría que recordarles que nuestro propio Dios bíblico está sujeto a una multitud de nombres (El, Yah, Elohim, YHWH Sebaot, Shadday, Melej a Olam, Adonai, etc.), algunos por cierto compartidos con el panteón cananeo, al tiempo que ostenta la tutela no sólo de muchas sino de absolutamente todas las facetas de la existencia. La explicación para toda esta variedad de nombres y atributos en Melqart puede ser reconstruida, pero para llevarla a cabo necesito una vez más de la fe de los lectores. Detenerse en cada argumento convertiría este artículo, ya de por sí largo, en interminable, así que prefiero hacer una sinopsis que ojalá un día tenga tiempo de ampliar.

Melqart fue probablemente un dios muy antiguo, de una naturaleza vital, sexual y solar que se corresponde con la mayoría de “machos consortes” de tantas mitologías arcaicas, y no en vano era llamado a menudo “Esposo de Astarté”, reminiscencia de cuando el culto lo protagonizaba la diosa. Claro es que dentro de este esquema antiguo suele haber también un dios oculto como ancestro de la pareja divina, pero no se le organizaba culto ni se le dirigían plegarias. La sustitución de este tipo de deidades masculinas como Melqart por otras más siderales y lejanas (Baal, Zeus), durante el II milenio aC., suele ser achacada a la llegada de otras etnias (indoeuropeismo) o distintos roles de género (patriarcado vs. matriarcado) pero creo que el motivo principal fue el cambio en la sociedad y sus jerarquías: los proto-estados necesitarían dioses que representaran a sus líderes, es decir, que fueran necesariamente distantes y un puntito despóticos y arbitrarios. Como la tendencia natural del mito es integradora, no es extraño que el dios destronado cediera el puesto al nuevo, el cual pasaba a ser su padre mimetizándose con aquel otro dios, innominado, padre de todos los dioses. Curiosamente la deidad femenina suele mantenerse estable, y sólo cambia de nombre (Baalat, Astart, Aserah, etc.) para evitar implicaciones incestuosas con el dios antiguo, antes su amante y ahora su hijo. Pero los pueblos demuestran una tozuda preferencia por estos dioses destronados, posiblemente por considerarlos más humanos y atractivos, más identificables con las miserias humanas y más sensibles a nuestras plegarias. Este Melqart primitivo, muy cercano al Bes egipcio, al Sansón bíblico y al Gilgamesh mesopotámico, es fuerte, a veces peludo, casi leonino, de insaciable apetito y líbido, temperamental pero noble, divertido y terrible a la vez, y a menudo representado como señor de las bestias. Como fuerza natural masculina es también el Sol, que calienta a la diosa Tierra para sacar vida de sus entrañas, pero que además vive en continuo peregrinar por el horizonte hasta desaparecer en Occidente. Tras el ocaso Melqart-Sol ha de atravesar los infiernos, de los que sale glorioso por el oriente para volver a empezar el ciclo eterno, sean días, lunas o años. Sobre la paradoja de que un tipo tan salvaje pueda ser llamado “Rey de la ciudad”, pensemos en el proceso de “doma” que sufre Enkidu, sombra de Gilgamesh, o en la paradoja de que el rudo Sansón sea uno de los jueces del antiguo Israel: el paradigma del hombre-dios que primero es civilizado por los dioses para luego pasar a ser civilizador de hombres. Bajo esta nueva faceta aparecerá representado como un bello joven, símbolo de la plenitud solar renacida.

Lám.1. Desarrollo iconográfico de Melqart. Comenzamos con la estela de Bar-Hadad (1), del s.IXa.C., donde aparece un hombre barbado, con un hacha o maza al hombro y algo en la otra mano (¿un ankh?), faldellín egipcio, y gorro abombado. Abajo, y destacado en blanco, aparece la grafía MLQRT. Le sigue otra estela (2), la de Amrit (s.IX-VIIIaC.), donde aparecen las primeras referencias al león, no sólo aquel sobre el que camina sino también la cría que lleva en una mano. Si nos fijamos, se trata de un tema recurrente y muy anterior en el Próximo oriente tanto en la iconografía de Gilgamesh (6) como en la del Señor de las bestias (5), donde el animal aparece sujeto de la misma manera que lo hace en el Melqart de Amrit (2). Otra fuente simbólica e iconográfica de la que se nutre Melqart es el dios egipcio Bes (7), muy antiguo y también leonino. Este Bes guarda asimismo gran relación con el Señor de las bestias, flanqueado a menudo por dos leones como aparece en esta cama del ajuar de Tutankamon. La cosa le vendría incluso de atrás, pues ya el dios que le prefigura en tiempos prehistóricos, Aha (8), tiene rasgos o vestidos de león y subyuga bestias, en este caso dos serpientes, con sendas manos. Para el s.VIIIaC. parece que Melqart presentaba muchos de los rasgos que tradicionalmente presuponemos privativos de Heracles, como puede comprobarse en estas tres figuras sacadas del cuenco de Idalión (3). He dejado para el final una serie (4) de cuatro sellos procedentes de Ibiza y datados entre 550 y 350aC., de un tipo muy común en el Mediterráneo de la época y claramente relacionados con lugares de ocupación o frecuentación cananea. Los dos primeros guardan un innegable parecido con los Melqart de Bar-Hadad y Amrit: barba, maza-hacha, gorro abombado y faldellín, y mientras el primero copia la maza al hombro de Bar-Hadad, el segundo se aproxima visualmente al de Amrit. El tercero de los sellos muestra un Melqart que todos nos apresuraríamos a definir como Heracles si no fuera porque acabamos de comentar las representaciones número 3, 7 y 8, por no hablar de que su postura es calcada a la de Amrit. Finalmente no me he podido resistir al cuarto sello, que considero que también representa a Melqart: león en el escudo, maza-hacha, gorro oriental, etc., pero sobre todo por caminar sobre el mar y por mostrar junto al hombro una rama de olivo.

Desde nuestra distancia parece que Melqart era el dios principal de todos los fenicios, lo cual es falso. Sidón y Biblos fueron las potencias comerciales cananeas anteriores a Tiro, a la que por cierto subyugaron, y tenían otros dioses tutelares: Biblos a Adonis y Sidón a Eshmun. Tiro era una ciudad menor con una deidad menor, reciente, o con una advocación (“Rey de la Ciudad”) del dios-hijo que tenía poca tradición en Canaan, pero un día todo eso cambió drásticamente. Desde luego, si el culto a Melqart fue anterior al éxito internacional tirio, la cosa roza lo milagroso. Tengamos en cuenta los atributos del dios, solar, oceánico, en eterna busca del poniente donde se hunde en los infiernos, y ahora comparémoslo con la aventura que llevó a los tirios a Gadir o Lixus. Tiro fue la ciudad fenicia, levantina en general, que más se proyectó hacia occidente, arriesgando donde otros no se atrevieron. Cada emporio que fundó lo dedicó a Melqart, y en el caso de Gadir, el non plus ultra, edificó un templo que en poco tiempo superó al de la metrópoli en prestigio. Ni que decir que todo ese riesgo, que a veces parece fruto de la devoción y la emulación de su dios oceánico-solar, les reportó grandes beneficios precisamente gracias a la minería, el fruto de los infiernos, y gracias a un ubérrimo paisaje propio del jardín celestial. Repito, si no se confeccionó el dios a tenor de los nuevos descubrimientos, es decir, si no se le hizo solar porque hacía falta ir a Occidente, si no se le hizo océano y padre de marinos por viajar a Cádiz en navíos, si no se le hizo vencedor de la ultratumba para explicar el copioso beneficio en metal, etc., la cosa da un poco de escalofrío. De ser cierta esta lotería, me cuesta trabajo imaginar cómo la vivieron los propios tirios, aunque hubo de ser algo tan espectacular y milagroso para ellos que dejaría al mesianismo de los puritanos norteamericanos a la altura de una babucha. Lo único evidente es que unir Tiro con Gadir, los dos extremos del Mediterráneo, supuso un aumento exponencial del poder y prestigio tanto del dios Melqart como de sus ahijados tirios.