jueves, 30 de octubre de 2008

Aberraciones académicas II. El Pasado Remoto y el Método Científico

La entrada que hoy publico me resulta bastante complicada de abordar y puede decirse que tengo bastante miedo a ofender a personas que no lo merecen, pero ahí va: yo no creo que los estudios sobre Pasado Remoto deban ser considerados “ciencia” en el sentido de “disciplina que sigue el método científico”. Ante todo debo aclarar que yo provengo del mundo de las letras y las artes, así que no estoy arrimando precisamente el ascua a mi sardina. De hecho me he podido llevar más de un tirón de orejas de mi entorno de “letras” o de “ciencias sociales” por sostener desde hace tiempo tal tesis.

 

Siguiendo ese modo simple, simplón o simplista según prefieran, que tengo para abordar los temas, les voy a contar cómo lo veo yo. Para empezar no idolatro el método científico (desde ahora MC) como panacea que explique cada aspecto de la vida, y no es sólo porque no pueda calibrar la calidad de un beso, que por supuesto, sino porque en general se le escapan todos los asuntos referidos a valores intangibles, de los cuales el humano está lleno. Cuando hacemos una selección de personal, cuando escogemos qué presidente nos gobernará o cuando decidimos qué es mejor para nuestros hijos, jamás empleamos el MC. No digo que no fuera viable emplearlo sino que simplemente nos olvidamos de él. En realidad el MC es un protocolo muy estricto, y por tanto limitado a un sector de nuestra realidad, aquel que se puede enumerar, pesar y medir. Eso sí, dentro de aquellos campos donde tiene competencia, se muestra como el mejor método posible. Y es esa fama de método óptimo la que ha llevado a una especie de locura social que pone la etiqueta de científico a todo aquello que se quiere hacer pasar por “serio”, “garante”, “verdadero”, etc. Nuestros nuevos cultos son el cientificismo y el maquinismo, como antes lo fue el dogma y la fe. Antiguamente muchos querían hacer pasar sus opiniones por “palabra de Dios” y hoy se prefieren vender como “palabra del chuflantador de eones microgobulares”. Si los “atrasados” musulmanes siguen empeñados en sólo comprar alimentos “halal” (bendecidos y aptos), nosotros no hacemos sino lo mismo respecto al “L-casei inmunitas”, el “omega3”, el “DHA”, etc.

 

Como digo, todos queremos ser en mayor o menor medida “científicos”, y en nuestro caso se traduce que donde antes decíamos ciencias y letras, hoy hay que decir ciencias “puras” y “ciencias” sociales o humanísticas. Mi empeño no está sólo en demostrar que tal adjetivo es inmerecido para las Humanidades sino en dejar muy claro que con mi negativa no rebajo sino que ensalzo los estudios no científicos. Ciencias, MC sin matices, son únicamente las matemáticas, la química, ese tipo de cosas, y como sabemos es un mundo limitado a unas realidades tan ciertas como obvias, demasiado materiales para explicar la complejidad humana. Por ejemplo el MC no permite la interpretación, sino únicamente la contrastación de datos empíricos. Aunque los científicos nos hablen a veces de sus “interpretaciones”, estas no son ni por asomo el ejercicio de poética que supone, por ejemplo, interpretar qué llevo al colapso del Imperio Romano. Luego hay otras disciplinas que sin ser MC soportan una responsabilidad legal que no permite muchas tonterías (derecho, medicina, etc.) y que por necesidad acaban siendo bastante científicas o empíricas. Finalmente encontramos aquellos campos de estudio que ni son MC puro ni tampoco tienen una presión ambiental que les prohíba hacer disparates, y en este grupo entran plenamente las Humanidades. Supongamos que un mismo día un médico decide empezar a operar sin lavarse las manos y un profesor universitario a enseñar a sus alumnos que el latín no proviene del indoeuropeo sino del sioux, ¿cuál de los dos desmanes provocará mayor impacto social y de modo más inmediato?

 

Los estudios de Pasado Remoto (arqueología, prehistoria, etc.) son un tipo especialmente poco científico de los estudios sociales, y la razón principal es precisamente la de estudiar el pasado. El MC exige que las tesis sean contrastadas sobre el objeto de estudio, pero en nuestro caso tal objeto de estudio se ha esfumado. Tenemos restos, trozos, pistas, como las de un policía, pero ya no está aquí esa escena del pasado ni lo va a estar jamás, por lo que no podemos contrastar nuestras teorías. Podemos establecer teorías sobre los restos y contrastarlo de nuevo en los restos, pero en ningún caso hasta dar cuerpo a algo parecido a nuestra historiografía actual. ¿Acaso no es científico analizar una muestra de un yacimiento? Lo es al cien por cien, pero con esos resultados sólo podemos aclarar aspectos muy pedestres. La ciencia opera sobre el pasado remoto de una forma similar a una gran lente, pues ofrece una gran cantidad de datos irrefutables sobre un elemento demasiado limitado del análisis. Exactamente igual a si un tipo cree que mirando el mundo sólo a través de un microscopio llegará a conocerlo mejor que el que lo divisa humana y panorámicamente.

 

Supongo que muchos pensarán que por qué me meto ahora con los pobres humanistas, que al fin y al cabo eso de “científico” no es más que una etiqueta honorable en nuestros tiempos que a nadie perjudica. Pero este asunto no es tan sencillo ni tan inocente. Dos son las consecuencias más evidentes y dañinas para nuestros estudios de Pasado Remoto: el inventario neurótico y el dogmatismo. En primer lugar, hemos logrado que ese microscopio se imponga como modo de percepción respetable y eso ha desembocado en una hiper-especialización y una mediocridad en los estudios que tira patrás. “Cuencos planos hemicarenados de época tardo-calcolítica en el valle bajo del Guadalpopón” puede ser perfectamente el título de cualquier artículo de prensa o tesis doctoral de hoy día. Nadie aventura una hipótesis de conjunto, nadie coordina todos esos esfuerzos de hormiguita midiendo bordes de vasijas rotas, recontando microlitos y estableciendo porcentajes según su forma y dimensiones, sino que todos están entregados a ese inventariado febril a la espera de que, como el Golem, un día todas esas clasificaciones y descripciones cobren vida por si solas. Nadie procesa, nadie digiere el alimento inventariado de los almacenes y, como en casa, ya hay muchos que han caducado sin pasar por la cocina. Esto es lo que se ve “científico” mientras que la interpretación de datos es considerada perniciosa. Sin embargo tal interpretación se da irremediablemente, lo que nos lleva la segunda consecuencia fatal, el dogmatismo.

 

Como al final es inevitable interpretar esos datos, pero se supone que somos investigadores serios de retícula y escobilla, nuestras interpretaciones no deben pasar por tales. El truco es convertir en “dato” la interpretación basada en datos. Por supuesto soy de los que prefieren una opinión basada en datos de otra basada a su vez en opiniones de opiniones. Por eso alabo la genética, el carbono calibrado o la aplicación de programas informáticos para buscar pautas, pero debemos tener a la vez muy presente que nada de eso fabrica Historia, Arqueología o Antropología, sino Matemáticas, Física, Química, etc., y sólo a partir de estas nosotros construiremos nuestras interpretaciones. Pienso que lo mejor es dar ejemplos de titulares reales que hoy se usan:

 

-          “La dendrocronología data el yacimiento en el 3.500aC.” En realidad lo que tenemos es un tronco cortado que trasmite datos, y en este caso tomamos el grosor de sus anillos. A través del estudio comparado de muchos árboles milenarios y del hecho contrastado deque cada año equivale a un anillo, se han podido establecer cronologías plausibles, pero no infalibles. De hecho la dendrocronología ha necesitado coordinarse con el C14 o los ice-cores para entre todos intentar una sincronización aproximada, la cual hasta día de hoy es objeto de debate. Por otra parte, la dendrocronología no es precisamente matemática. Se basa en que el grosor de cada anillo depende de la pluviosidad de ese año, de tal forma que dos árboles bajo el mismo clima y época compartirán la misma secuencia de anillos gruesos y finos pero, ¿qué ocurre con árboles de climas diferentes pero de la misma época?, ¿qué ocurre con árboles que han pasado experiencias climáticas idénticas en regiones y épocas muy distantes? Lo científico es que el árbol tiene anillos, que cada árbol tiene tantos anillos como años y que los años con agua hay anillo grueso y los secos hay poco anillo. Eso se puede comprobar plantando un árbol, dejándolo crecer mientras se anota el clima y cortándolo a los diez o veinte años para verle los anillos. Eso es ciencia y todo lo demás es interpretación.

-          “La genética afirma que el primer humano moderno fue una africana que nació hace 200.000 años”. La genética lo que dice es que existen una serie de secuencias genéticas en los humanos modernos, y que estas guardan una relación tanto geográfica como cronológica. Es decir, que hay zonas donde se da masivamente una secuencia y no otra, así como que hay secuencias que muy probablemente son derivadas de otras más ancestrales, porque se ha constatado la presencia de saltos o mutaciones en los tipos. Podemos llegar aún más y afirmar que científicamente se ha demostrado que esas cadenas o haplotipos más ancestrales se dan mayoritariamente en África. Pero a partir de ahí especulamos, aunque sea muy cerca de los datos. Por ejemplo, los genes no pueden darnos una fecha sino el número de saltos mutacionales que nos distancian del chimpancé, el simio más parecido a los humanos de cuantos sobreviven hoy y pueden dar ADN fiable y masivo. Como ven que la distancia genética entre el humano moderno más “ancestral” y el más “derivado” es de 1/25 del total existente entre el ADN humano y el de los chimpancés, se establece la fecha como la 1/25ª parte de la que creemos es la fecha en que el chimpancé y el humano divergen genéticamente. Pero ese asunto ya no es ciencia, porque tampoco tenemos tal fecha. Por los fósiles hasta hoy encontrados se dice que esto ocurrió hace cinco millones de años y de ahí el cómputo. Además, esta teoría se basa en la premisa o prejuicio de que dichas mutaciones obedecen a un ritmo cronológico fijo y regular, lo cual está muy lejos de ser demostrado. En cuanto a que fuera “una africana” me parece tan absurdo como decir que fue “un africano”, pues eso de procrear una especie es cosa de dos, por lo menos. Eso sería meterse en el proceloso asunto de la formación de especies, y no nos cabe aquí. Si se habla de una hembra es porque el análisis más popular y el pionero en esta tesis fue el mitocondrial que se trasmite exclusivamente por línea materna.

-          “Las tallas de marfil tartésicas están hechas con colmillos de elefante indio, y por tanto eran importadas”. En este caso lo científico del asunto se resume a un análisis, genético supongo, de los marfiles de las tallas para luego compararlo con muestras de elefantes africanos e indios actuales. En tal comparativa los análisis de nuestros marfiles mostraban más parecido con las muestras indias que con las africanas. Ahí acaba la ciencia. Decir que en esta comparativa el marfil español se acerca más al indio que al africano no equivale a decir que sea marfil indio. Para ello debemos saber un par de cosas de los elefantes: que en época histórica se extinguieron elefantes norteafricanos y sirios, y que las especies que hoy sobreviven están totalmente divorciadas hasta el punto de formar dos géneros, que no sólo especies, distintos: Loxodonta en África y Elephas en Asia, con sus respectivas especies y subespecies. La situación actual nos lleva a pensar por pasiva que cualquier elefante africano presente y pasado hubo de ser del género Loxodonta pero esto no es en absoluto así, y de hecho la mayoría de los paleontólogos sostiene que los extintos elefantes norteafricano y sirio debían ser del género Elephas, lo cual no es raro porque los Elephas fósiles más antiguos son africanos. Las representaciones artísticas y los textos clásicos así lo sugieren, tanto por sus dimensiones respecto al hombre como por la descripción de trompa, orejas, número de uñas, etc. La ciencia dice que ese marfil no es de Loxodonta, o mejor dicho que guarda con él una diferencia mayor que con el Elephas, pero eso no significa que no pueda ser un Elephas africano extinto. De hecho los marfiles son del s.VIIaC y los elefantes magrebíes autóctonos están totalmente constatados al menos hasta las Guerras Púnicas, por lo que no existe ningún motivo para sostener la tesis india como más probable. Para ir de científico lo que habría que hacer realmente es pedir una muestra, si es que la hay, de ese marfil norteafricano de época cartaginesa o romana.

 

Cualquier persona que se olvide de que él mismo es una máquina de interpretar y juzgar me parece de lo más peligroso. Ni acepto fanáticos políticos, ni fanáticos religiosos, pero tampoco fanáticos cientificistas. El peligro de confundir la interpretación con el dato es que pretendemos imponer nuestras opiniones como “ciencia”. De hecho nos parapetamos detrás de la etiqueta científica como los carismáticos antiguos lo hacían tras las “voces divinas”. “Oiga usted, que no lo digo yo sino la genética”, y así se sienten no sólo respaldados sino eximidos de cualquier argumentación ulterior. El historiador o el arqueólogo que realmente se creen científicos acaban por sentir que sus conclusiones no deben ser objeto de debate sino de acatamiento automático, pues ellos no son sino meros transmisores de datos empíricos. El que les replique no lo hace contra sus personalidades o su trabajo sino contra la Ciencia en sí, como el inquisidor convertía las críticas a su persona en “ofensas al Señor” y “herejía”. Resulta intolerable que los manuales de Prehistoria o de Arqueología del s.XXI estén plagados de “no cabe duda”, “es absolutamente imposible” o “cualquier otro planteamiento es absurdo”. ¿Qué certeza tenemos de aquello que pasó hace milenios?, ¿cómo podemos respetar tan poco la memoria de aquello que decimos amar y a lo que dedicamos nuestra vida? La duda debería ser la marca de los estudiosos de Pasado Remoto, una duda sana plagada de fundamentos en los datos más científicos que tengamos a mano, pero siempre reconociendo la diferencia entre estos y las interpretaciones que construimos a partir de ellos. Estas últimas no sólo pueden sino que deben ser objeto de debate, porque todos sabemos que un mismo dato puede conducir a una docena de elucubraciones diferentes. Espero que haya quedado bastante claro que lo de “científico” no sólo es un título honorífico más o menos usurpado por los humanistas sino un elemento que disturba radicalmente la metodología y fines de nuestros estudios.