jueves, 8 de septiembre de 2011

Rostros del Pasado 6. El Hombre de Cromañón. Parte 4

La reconstrucción



Esta es la reconstrucción que, con mejor intención que arte, propongo para Cromagnon 1. En la fila superior aparece el esqueleto, versión esquemática y consensuada de las fotografías disponibles a la que añado mi reconstrucción de la mandíbula. En la fila de en medio he intentado reflejar el proceso de reconstrucción, haciendo hincapié en la fuerte musculatura del individuo. En la fila inferior los rasgos ocultan el hueso y se ha aplicado el color de piel correspondiente (tono “medio” de mi escala). La impresión general que nos ofrece este individuo es la de un hombre de color, eso no cabe duda, así que debemos desterrar definitivamente de nuestras cabezas el mito del cromañón como “hombre blanco del Paleolítico”. Sin embargo, también hay de reconocer que no le “cunden” los numerosos rasgos de “negro” que las tablas le adjudican. Para los olvidadizos, habíamos mencionado la platicnemia de las tibias, las suturas craneales  cerradas prematuramente y de adelante hacia atrás, el proceso mastoideo discreto y oblicuo, el prognatismo alveolar, la ausencia de espina nasal, los cóndilos “subidos” y, en menor medida, la dolicocefalia y el posible raquitismo. Pero no son las únicas características “exóticas” del cromañón. Si volvemos a la anterior ilustración podemos ver que las órbitas de los ojos son marcadamente rectangulares (común entre subsaharianos), lo cual obliga a los pómulos a ensancharse, sensación que aumenta debido a la estrecha y prognata mandíbula superior. Por cierto, este efecto de fuertes pómulos y hocico saliente me recuerda mucho a los indios americanos. A su vez, dichas cuencas rectangulares unidas a unos arcos supraorbitales y unos pómulos salientes hunden y cierran el ojo dándole un aire mongólico, si bien es cierto que muchos subsaharianos y bereberes, además de los mentados nativos americanos, muestran ojos tan oblicuos y achinados como los de los extremo-orientales. Finalmente, el ramo ascendente de la mandíbula de Cro Magnon 1 es inusitadamente ancho, más incluso que los de las muestras de aborígenes oceánicos y bosquimanos, nuestros actuales campeones en ese aspecto. Pese a todos estos elementos, que sin duda existen y son muy significativos, sigo pensando que el viejo de Cromagnon no se parece tanto al negro actual, ni por tono de piel ni por rasgos, como a otros grupos (norteafricanos, nativos americanos, polinesios, e incluso bosquimanos).


He querido dedicar este último collage a otras reconstrucciones que se han hecho del cráneo de Cro Magnon. En realidad, creo que algunas (imágenes 1 a 3) son más bien modelos ideales de la “raza cromañón” en su conjunto, aunque sin duda incorporando las características que hicieron famoso al viejo de Cromagnon. La imagen 12, obra del famoso Gerasimov, es al parecer de otro cráneo catalogado como “cromañón” por su tipología, en el que de nuevo vemos multitud de rasgos del cráneo que a nosotros nos ocupa. El caso de las reconstrucciones 5 y 6 resultan todo un misterio, pues me consta que se hicieron a partir del viejo de Cro Magnon pero cuesta encontrar un solo rasgo que se le corresponda. El resto guarda en general un parecido razonable, y se suelen destacar los pómulos, el prognatismo alveolar, la nariz ganchuda, pero caída, e incluso los ojos rasgados. Sin embargo les reprocho a todos (menos a Gerasimov) el empleo de lo podíamos llamar “boca de simio”, herramienta favorita entre los forenses racistas que consiste en intentar minimizar un prognatismo evidente con unos labios mucho más finos de lo que le corresponden. La fila inferior está dedicada a la reconstrucción del viejo de Cro Magnon realizada por E. Daynes, que no es otra que la eurocéntrica artista que perpretó aquel infame Tutankamón para National Geographic. ¿Qué puedo decir aparte de que mi cromañón es Toro Sentado y el suyo el general Custer?. Pese a todo, no ha podido evitar ponerle una nariz caída como la mía, ojos rasgados (aunque azules) y prognatismo alveolar (disimulado con la pelusa bigotera y el consabido “labio de mono”).

Conclusión

Queda de nuevo demostrado que la raciología clásica es incapaz de diagnosticar “racialmente” unos huesos, que contabilizar en un sujeto muchos rasgos de una presunta raza no dan necesariamente a su portador una imagen global de dicha raza. Puede ser, caso de los cóndilos, el proceso mastoideo, las suturas craneales o la platicnemia, que dicho rasgo permanezca totalmente oculto cuando el hueso se cubre de carne. En otros casos un elemento “negroide” es neutralizado por otro “caucasoide” que le es vecino: en Cromagnon 1 la ausencia de espina nasal junto a un fuerte tabique dibuja una nariz más “semita” que africana; el mentón saliente neutraliza la boca prognata, etc. Hay rasgos como la dolicocefalia, los dientes grandes y el prognatismo que tanto se pueden considerar “tropicales” como “arcaicos”, y se denominan técnicamente rasgos plesiomórficos. También existen elementos funcionales: una fuerte masticación favorecerá la aparición de grandes músculos maseteros sobre anchos ramos de mandíbula a la manera de los cromañones o de los melanesios actuales. Finalmente, no hay rasgos que sean absolutamente inexistente para determinadas razas, como tampoco los hay exclusivos de un solo grupo humano, todo son porcentajes.

La ventaja de las reconstrucciones craneales es que nos ayudan a salir del círculo vicioso de rasgos en los que, a sabiendas o inadvertidamente, ponemos casi toda nuestra atención. En este sentido las reconstrucciones, si se hacen bien, trabajan de manera muy similar a los complejos cálculos multivariable de los ordenadores de Turbón y compañía. En ambos casos los rasgos son presentados “democráticamente”, sin negrita y subrayado, sin primera o segunda división, pero sobre todo sin aislamiento, formando conjuntos más complejos con multitud de rasgos próximos. La ventaja de la reconstrucción frente a la ecuación informática es su valor divulgativo, el modo en que transmite toda esa complejidad, toda esa interacción en las proporciones y los rasgos, con una simple foto o dibujo. Coincido con los estudios de Turbón en que el Cro Magnon 1 que reproduce mi reconstrucción se parece más a un zulú que a un noruego o a un chino. Hablamos por supuesto de un zulú raro y minoritario porque, como he dicho, realmente se me asemeja más a un navajo, un tuareg o un yemení pero, ¿qué otra cosa creen que habría determinado un análisis informático multivariable sobre estos tres tipos? Desde luego no los pondría más próximos al noruego o al chino, sino al zulú. Son los racistas los que se siguen aferrando a esa patraña de los “tres troncos raciales”, y son nuestros prejuicios los que, obsesionados por ejemplo con los tabiques nasales prominentes, nos llevan a incluir a bereberes, sudarábigos, e incluso a los nativos americanos, dentro del “tronco blanco”. Si quieres una buena respuesta, formula bien la pregunta.

Me despido de esta larga entrada con la esperanza de que mis “mejores enemigos” hayan sabido apreciar cómo me he comportado durante esta investigación. A pesar de tener un orgulloso pasado afrocentrista y de contar con una lista de unos quince rasgos propios de subsaharianos actuales en los huesos del cromañón, he intentado con todas mis fuerzas mantener la neutralidad. Ya dije en otra ocasión que las reconstrucciones no son únicas, que hay una horquilla de posibilidades a escoger, y este caso no ha sido distinto: podría haber puesto algo menos de carne al mentón, más a la boca, una nariz más ancha y carnosa, e incluso un tono más oscuro a la piel sin que nadie pudiera haberme acusado de “acientífico”. Si no lo he hecho es sencillamente porque no me parece la más plausible de las probabilidades, porque he aplicado con disciplina el método que considero más lógico sin importarme si el resultado va a satisfacer a euro- o a afrocentristas. Me temo que con este trabajo habré defraudado a ambos, lo cual es en sí saludable.