lunes, 28 de marzo de 2011

Demografía protoestatal 4. El contexto territorial

En esta última entrega de la serie Demografía protoestatal abordaremos, por fin, el polémico millón de habitantes causante de nuestra larga digresión. Pese a su título, esta entrada no contiene mapas ni gráficos debido a que los datos trabajados en los artículos anteriores nos permitirán sacar ahora unas conclusiones breves y evidentes.

1. Productores intensivos y protoestado.
Si en el artículo anterior defendí la plausible existencia de protoestados de 12.000 habitantes es porque quería proporcionar un techo demográfico y social, demostrar que al menos hasta ahí se llegó, hace 5.000 años y en Afroiberia. Sin embargo, ni  todos los productores intensivos de esa época se organizaban en protoestados ni todos los protoestados tenían la misma extensión o número de habitantes. Esto no afecta negativamente nuestro análisis, pues la clave de todos nuestros cálculos es la que podríamos denominar “ratio de hinterland”, es decir, la cantidad de hectáreas disponibles por habitante para su autoabastecimiento. Dicho valor no depende de si se ha accedido a la complejidad social del protoestado o no, sino de si se practica una producción intensiva (de hecho, y para no pillarme los dedos, la mitad de intensiva que la de los griegos de la polis). Esa es la razón de que todos mis modelos de asentamiento dispongan de 2,5 hectáreas por habitante, desde el hábitat disperso a la gran ciudad. La “ratio de hinterland” nos permite asimismo atribuir al conjunto de productores intensivos una superficie territorial total en Afroiberia, independientemente de su modo de organización social.

2. Un paradójico vacío
Cuando en Afroiberia Social 8 justifiqué la aparición de la producción intensiva en nuestras tierras, por razones climáticas y demográficas, ya expliqué que no fue necesario que toda la población afroibérica abrazase el nuevo modo de vida. Bastaba un 60% de productores intensivos para que Afroiberia superase de largo la crisis del IV milenio aC. A decir verdad, su concentración demográfica permitiría que el 40% restante dispusiera de un territorio incluso más amplio que el que disfrutaba milenios atrás. Entonces sonó a disparate pero ahora, con tres entradas a las espaldas, su demostración depende de un cálculo tan evidente que si no lo desglosamos llegaría a pasar desapercibido:
- Dado que para el 3.000aC defiendo una población de un millón de afroibéricos, su 60% de productores intensivos equivale a 600.000 habitantes.
- A 2,5 hectáreas por productor intensivo, independientemente de su modelo social, Afroiberia destinaba 1.500.000 hectáreas o 15.000km² a esta población.
- Al estimar, por lo bajo, la superficie de Afroiberia en 160.000km², los 15.000km² destinados a los productores intensivos no suponen ni el 10% del territorio.
- En correspondencia, un 40% de la población (los que no eran productores intensivos) disponía a sus anchas del 90% de Afroiberia.
Con estos datos en la mano, negar siquiera como posibilidad que Afroiberia contara con un millón de habitantes durante el “calcolítico” me parece mezquino.

3. La costa.
Durante la etapa que nos ocupa los pueblos costeros merecen estar incluidos en el régimen de productores intensivos por más que la pesca sea realmente depredación. Esto es así porque también intensificaron y perfeccionaron sus artes, porque también llegaron a organizarse como protoestados, y porque en su hinterland hacia el interior practicaban la agricultura y ganadería intensivas. Dado que el litoral afroibérico se extiende unos 1.500km desde Lisboa a la Nao, bastaría dotarlo de 15 miserables kilómetros hacia el interior para conseguir un hinterland “costero” total de 22.500km². Si el conjunto de productores intensivos afroibéricos precisaba de 15.000km² de territorio, la costa sobraba de largo para alojarlos. Ante esta situación, y siendo evidente la presencia en el interior de productores intensivos, hemos de escoger entre dos opciones teóricas: o elevamos la población afroibérica más allá del millón de habitantes o intentamos reducir el hinterland costero. En un alarde de “fair play” optaré por lo segundo. Por ejemplo, hay zonas (San Vicente y Algarve, Costas del Sol y Tropical, Gatas, Alicante y la Nao) donde las escarpadas sierras llegan a besar el mar restando territorio cultivable al hinterland costero. Tengamos también presente que mi cálculo de una banda litoral sólo es aplicable a costas rectas, pues con numerosos cabos y golfos aquella se rizaría sobre sí misma perdiendo mucha de su extensión teórica. No obstante, si queremos ser precisos habría que contrarrestar estos datos con la presencia de “costas” hoy inexistentes, estuarios y albuferas que desde el Sado al Mar Menor, con el Ligustino a la cabeza, suman kilómetros a nuestro favor. Hagamos de todos modos una rebaja que de prudente parece ridícula: 1.000km de litoral aprovechable con un hinterland medio de 10km hacia el interior. Con todo, seguiríamos manejando un dato asombroso: 10.000 de los 15.000km²  habitados por los productores intensivos (el 66%) corresponde al litoral. Equivale a decir que en las costas y su hinterland vivían casi 400.000 habitantes.

4. Productores intensivos de interior.
Como acabamos de ver, sólo nos quedan para repartir por el interior continental de Afroiberia 200.000 productores intensivos y 5.000km² de hinterland a su disposición. Como quien dice, 16 o 17 protoestados idénticos a los del artículo anterior. Por supuesto, ya empezamos el artículo precisándolo, ni todos aquellos productores intensivos necesitaron organizarse en protoestado, ni aquellos protoestados tenían por qué parecerse al que propongo. Pero incluso bajo un planteamiento tan burdo, los resultados son inquietantes. Tomando como modelo el que propuse para el Genil, sólo con el Guadalquivir y sus principales afluentes precisaríamos ocho o diez de esos protoestados-tipo. Sin querer discriminar ninguna comarca, según van viniendo a mi cabeza, añadiría las hoyas de Guadix y Baza, y las cuencas de los ríos Sado, Tinto y Odiel, Guadiana, Segura, Guadalete, Guadiaro, Guadalhorce, Andarax, etc. Lo cierto es que me faltan protoestados-tipo para cubrir tantas zonas interesantes. Y eso que he decidido su idoneidad en base a criterios estrictamente agropecuarios, cuando para esa época la incipiente minería jugaba también un destacado papel geoestratégico.

5. Los otros.
Junto a los productores intensivos, de costa e interior, protoestatales o no, convivían otros modelos sociales que describo brevemente al final de mi artículo Afroiberia Social 8 : nómadas ganaderos, productores mesolíticos o sostenibles, carboneros, leñadores, pastores, tramperos, etc. Defiendo incluso la existencia de cazadores-recolectores hasta Tarsis-Tartessos y las puertas a la romanización. A nosotros, formados en el colonialismo, el presentismo y el eurocentrismo, nos cuesta la misma vida aceptarlo (sobre todo lo de los cazadores-recolectores) pues estamos convencidos de que cualquier encuentro con la “civilización” es contagioso y que este tipo de grupos sólo pueden sobrevivir en aislamiento. De nada sirve que en África o Asia, al menos hasta el s.XX, fuera común encontrar grupos casi paleolíticos conviviendo en íntima simbiosis con granjeros y comerciantes. Tampoco parece funcionar la evidencia arqueológica, harta de demostrar la simultaneidad de ítems “fenicios” con puntas de sílex y abrigos rocosos decorados. Intentemos entonces hacer las preguntas adecuadas: ¿Qué necesidad tenían los depredadores de convertirse en productores, más aún intensivos? Ninguna, dado que la concentración “urbana” liberó mucho territorio y el clima era propicio. ¿Qué capacidad de coerción tenían los productores intensivos sobre el resto de sociedades? Tecnológica y demográficamente hablando, ninguna, así que no hay civilización “a la fuerza” posible. ¿Qué ventajas objetivas representa un modelo social sobre el otro? Ninguno, todos tienen su cuota de beneficio y sacrificio. Por otra parte aquellos productores intensivos, los sostenibles, los depredadores y otros grupos “inclasificables” o “misceláneos” no sólo coincidieron en el tiempo y el espacio sino que convivieron. La coexistencia de todas estas sociedades tan dispares iba más allá del mero intercambio de objetos o asimilación de costumbres, más allá incluso del mestizaje lingüístico y genético, hasta generar un modelo identitario que los arqueólogos no se permiten concebir. Tendemos a atribuir una identidad-etnia-cultura diferente a cada modelo social o de explotación de recursos, lo cual es absurdo por más que proporcione una enorme paz a nuestra sed clasificatoria. Se me ocurre pensar, por ejemplo, en ese tuareg que vive en la ciudad para organizar las caravanas a sus hermanos del desierto, o en los antiguos estados mesoamericanos que se servían de poblaciones totalmente selváticas como tropas auxiliares-mercenarios, guías en el transporte, transmisores de mensajes, cantera de curanderos, etc. La simbiosis es tan extensa y perfecta que en vano podremos utilizar nuestro bisturí cartesiano, teniendo que aceptar la existencia de identidades mestizas, concéntricas y aspectuales, muy difíciles de determinar desde luego si seguimos usando obtusos análisis heredados de la Arqueología histórico-formalista y sus “fósiles guía”.

6. Densidades demográficas
Los datos que estamos manejando son trascendentales para entender cabalmente nuestra “Prehistoria reciente” y, a menudo, para ver qué necesario es replantear sus estudios teóricos. Por eso no me importa si parecen reiterativos los distintos enfoques que propongo para su adecuada digestión, y en este caso la densidad de población puede mostrarnos definitivamente cómo de despoblada estaba Afroiberia a pesar del millón de habitantes. Las regiones de explotación intensiva, pese a ser las más densamente pobladas, mostraban valores que hoy suenan ridículos: 40hab/km². Hay una manera elaborada pero muy eficaz de entender lo que suponen 40hab/km², consistente en ir al Google Earth o cualquier otro mapa digital o en papel, medir un cuadrado de 1km de lado, e imaginar que esa finca os la repartís entre 40. No entre 40 “padres de familia” sino entre 10 hogares actuales o 6-7 de los de la fase protoestatal. Aconsejo tomarse la molestia porque el efecto es impactante. La otra forma, instantánea pero abstracta, es buscar qué países rondan actualmente los 40hab/km²: Afganistán, Colombia, Camerún, Yemen y Sudáfrica. Si eso ocurría en el 10% “superpoblado” de Afroiberia, el 90% restante del territorio tenía una densidad de 2,75hab/km², el mismo valor del Sahara Occidental e Islandia actuales… pero con un clima infinitamente mejor.

7. Repercusiones en el paisaje.
La fase Atlántica se extinguió hacia el 2.300aC pero hasta el final supuso un clima, no lo olvidemos, más cálido y húmedo que el actual. La congestión demográfica del IV milenio era la que impedía la recuperación del paisaje, pero cuando esta se concentró espectacularmente por la producción intensiva, la naturaleza recuperó con rapidez y vigor lo que siempre fue suyo. Cualquier afroibérico actual se habrá dado cuenta de cómo ha cambiado nuestro paisaje en los dos últimos y lluviosos años, a pesar de haber padecido anteriormente sequías fuertes y duraderas, y a pesar de que hoy somos muchísimos más e indeciblemente más agresivos con el medio ambiente. Contra todo pronóstico resurgen arroyos o charcales que todos daban por extinguidos, e incluso aparecen incipientes bosquecillos de ribera; las laderas eternamente ocres son ahora prados y hasta matorrales de palmito, gayomba o lentisco; una urbanización de la Costa del Sol recibe visitas nocturnas de jabalíes, mientras que en otra, gaditana, las raíces de los pinos han levantado el suelo de algunas casas. La naturaleza vacilando al hombre del s.XXI tras dos míseros inviernos lluviosos. No se entonces qué imaginar para ese 90% de Afroiberia prácticamente despoblado, recibiendo durante cientos de años más lluvias y calor que hoy, y estando el ser humano en auténticos pañales tecnológicos. En cuanto al 10% restante muchos pensarán que, concentrada o no, la población total era la misma, y que por tanto los recursos consumidos serían idénticos (o superiores) a los de etapas previas. Pero las grandes “aglomeraciones” formadas por los productores intensivos supusieron en sí mismas la optimización del consumo, no sólo de lo cultivado o domesticado, sino también de lo depredado. Una ciudad protoestatal de las que hemos visto no talaba o cazaba sin ton ni son hasta generar a su alrededor un vasto erial, sino que lo hacían de forma absolutamente racionada y planificada. Unido este control con la mencionada bonanza climática, el bosque se regeneraba a pesar de sufrir mayor demanda de leña, caza y recolección. Una prueba evidente es que, en época muy posterior, los geógrafos grecolatinos siguen mencionando espesos y sagrados bosques (como el de los tartesios) a escasos kilómetros de la costa y sus urbes.

Conclusión
La posibilidad de que hacia el 3.000aC Afroiberia contara ya con un millón de habitantes es alta. No pretendo hacer de esta cifra un amuleto ni mucho menos imponerla como la única sensata. Acepto por ejemplo que a comienzos de la etapa protoestatal fueran algo menos y al final, digamos con los cartagineses, algo más. Realmente no me importa tanto la cifra final como el haber compartido este  modo de contar multitudes, bastante casero, pero que trata de descomponer un abstracto en unidades manejables. Si no satisface este modelo, que cada cual trabaje el suyo, pero es importante no seguir aceptando acríticamente las cifras demográficas que manejan los académicos. A menudo son establecidas a priori según una tácita clasificación que mezcla orientalismo y eurocentrismo, de tal suerte que Iberia, tan alejada de Grecia, Mesopotamia o Egipto, “no pudo” estar muy poblada en la antigüedad. Las cifras demográficas no deberían ser etiquetas que los especialistas se lanzan mutuamente a la cara, pues esa frivolidad nos lleva a quedarnos tuertos en el análisis histórico. Saber cuántos habitantes tenía una región en cierta época nos permite cuantificar el principal activo de su sociedad, el capital humano, y a partir de ese dato estimar qué se pudo permitir a nivel cultural, político, militar, industrial, etc. Negar habitantes es negar capacidades, y la fea costumbre de ningunear a Afroiberia tiene también su reflejo en los estudios demográficos. 

viernes, 18 de marzo de 2011

Pánico atlante

Hace días el canal National Geographic estrenó un reportaje sobre las investigaciones de Richard Freund en torno a la Atlántida (gracias amigo Jota). No pretendo hacer aquí un análisis de este señor y su trabajo, ni exponer mi teoría completa sobre la Atlántida, porque es un tema que no creo que deba acometer a golpe de titular de prensa. Pero sí me siento en cierto modo obligado a avanzar algunas de mis posturas más fundamentales y, por ahora, innegociables.

La razón de que no pueda permanecer neutral ante un tema como la Atlántida es la censura pseudo-cientifica que lo rodea. Hay miles de chiflados abusando de atlantismo barato para saciar su megalomanía ¿y? Desde luego no me parece justificación para que simultáneamente haya miles de borregos abusando de la negación sistemática del “mito” atlántico. Más aún, si he usado el término “pseudo-científico” no ha sido para resultar más chulo y faltón. Estos negacionistas a ultranza no abominan de la Atlántida por su amor a la ciencia, ni siquiera por un acalorado interés por desenmascarar a contactados y videntes. Lo hacen por una ideología que pretenden imponer disfrazada de bata y microscopio, y eso es exactamente lo que significa pseudocientífico y/o cientificista, que tanto me da.

En primer lugar, dejemos de llamar “mito” a la Atlántida. Platón lo pone en boca de Critias, su abuelo o tío, y se encarga de repetir en varios pasajes que estamos ante una historia verídica. Si pasamos por mito algo que Platón tiene por cierto, entonces podríamos hacer lo propio con cualquier otro tema que nos transmitan sus textos, incluidas las palabras de Sócrates allí citadas o la propia existencia histórica del filósofo. Por supuesto no obramos así, simplemente pretendemos que Platón tuviera razón en todo menos en ese molesto asunto de la Atlántida. A menudo, el amor que nuestros eruditos profesan por este filósofo les lleva a concebir como imposible que pudiera equivocarse: el relato atlántico, nos dicen, sería en realidad una alegoría sobre la sociedad ideal, y si Platón defendió su veracidad lo hizo para dotarlo de mayor fuerza didáctica. Aparte de que nada haya en los textos platónicos que apoye dicha tesis, cuesta imaginar a Platón atribuyendo trolas a un antepasado, un auténtico deshonor entre los griegos, sólo para establecer un símil político.

Por supuesto, Platón se equivocaba, y en concreto su narración sobre la Atlántida muestra evidentes incongruencias. Pero eso no lo convierte en mito como no es nada mitológico que yo me equivoque haciendo una multiplicación. El mito no es un error, ni siquiera una superstición, sino una compleja estructura simbólica edificada por el hombre para satisfacer sus preguntas fundamentales, aprender valores y armonizarse con lo que le rodea, sea social o natural. Platón nos cuenta algo que se ha transmitido de generación en generación entre su familia, acumulando errores pese al reverencial cuidado de sus narradores. No es mentira, no es mito, es verdad distorsionada como lo es toda verdad vieja. ¿Podemos cribar la verdad del error en la narración atlántide? Sólo por ser obra de Platón, debería ser un objetivo codiciado para arqueólogos y filólogos pero, lejos de ser así, esta pregunta se recibe con burla e indignación (miedo mal disimulado) en los departamentos.

Si descomponemos el relato sobre la isla Atlántica, debemos reconocer que muchos de sus atributos concuerdan con características del sur peninsular, de eso que una vez llamamos tierra de “TRT”: Columnas de Heracles, Océano Atlántico, amoríos de Poseidón, metales preciosos, toros, fertilidad, maremotos, nombres como Gadiro, Mneseo, Elasipo, etc. Por supuesto ni la isla-península taponaba el Estrecho, ni su superficie equivalía a Asia Menor y el Magreb juntos, ni los hechos que se narran ocurrieron 9.000 años antes de Platón. Todas estas hipérboles impiden que Atlántida y Tartessos sean equivalentes, pero sin duda la primera tiene en la segunda su más recurrente fuente de inspiración. Es una Tarsis exagerada por la transmisión oral.

Sin embargo, difícilmente podremos dotar de credibilidad a Atlantis si la relacionamos con Tartessos, pues últimamente también pretenden convertir a esta en mito. La Tarshish bíblica ha corrido la misma suerte o ha sido reubicada en Turquía. Reubicados han sido también los Pueblos del Mar, de los cuales los egipcios decían muy claramente que una parte provenía del extremo oeste. Esa es la clave: nada civilizado, ni temible, puede surgir autónomamente en el poniente mediterráneo, esquema que nos viene impuesto desde la ariofilia mezclada con el judeo-cristianismo, el difusionismo, “ex oriente lux” o como quieran llamarlo. Lo que escuece no son las exageraciones en cronología, geografía o tecnología que tiene el relato atlántida sino la presencia de un pueblo que con epicentro en el Estrecho se extendía hasta Etruria y Libia llegando a amenazar a los mismísimos atenienses. Personalmente coloco esta hegemonía occidental en el mismo cajón hiperbólico que los muros de oricalco, las canalizaciones de miles de estadios, la ciudad perfectamente concéntrica, el origen divino de los atlantes y demás. Pero parece que los timoratos círculos universitarios prefieren cortar la mala hierba de raíz no vaya el personal a sacar sus propias conclusiones.

Hemos de diferenciar entre exagerar, inventar y mentir. ¿Platón exageró? seguro, ¿inventó? parcialmente, ¿mintió?... ¿para qué habría de hacerlo? Si, como muchos dicen, el cataclismo marino corresponde a lo que ocurrió en Santorini, ¿a qué ubicarlo en Gibraltar? Si como dicen otros los atlantes representan la amenaza persa, ¿por qué colocarlos en las antípodas de Mesopotamia? La península (más que isla) atlántica a la que se refiere Platón era de seguro mucho más pequeña, y su pueblo menos antiguo, poderoso o civilizado de cómo lo retrata Platón. Pero eso no basta para borrar todo su trasfondo de verdad, y si así nos parece es por pura propaganda escolar. Cambiemos Atlántida por Arturo (sí, el de la tabla redonda) y veremos cómo cambia la cosa. Todos sabemos que sus caballeros llevaron a cabo hazañas imposibles y por tanto legendarias, y todos reconocemos que no hay nada fehaciente que demuestre la historicidad de esta narración. Sin embargo, en esta ocasión los académicos sí consideran fructífero ir más allá del placer literario. Nos hablarán, por ejemplo de un tal Artorius de la Britania tardorromana, de Athrwys el galés, y de unos cuantos candidatos más a Arturo histórico (o al menos a su inspirador). Otros, más pruedentes, se contentan con defender que en muchos sentidos las leyendas de Arturo reflejan la sociedad y valores “británicos” durante la transición de la Antigüedad a la Edad Media. Y, por supuesto, nadie señala de ufólogo y mamarracho al que se interesa por investigar los pocos restos de historia que transpira Arturo y sus hazañas. A lo mejor tiene algo que ver la latitud. 

lunes, 14 de marzo de 2011

Demografía protoestatal 3. La red de asentamientos

En la entrada anterior me despedí con un reto: demostrar la plausible existencia de protoestados con nada menos que 12.000 habitantes, en Afroiberia, y desde el 3.000aC. Como hemos venido haciendo hasta ahora, el primer paso para conseguirlo será desglosar tal muchedumbre entre unidades menores, que actúen como “conversores” de escala y nos permitan proponer un esquema mucho más fácil de visualizar y manejar. Usaremos por tanto los seis tipos de poblamiento antes vistos para diseñar una hipotética red:

El cuadro de arriba no merece apenas comentario si hemos asimilado las ideas expuestas en el post anterior. La diferencia de porcentaje entre la población urbana (32,5%) y la rural (67,5%) es muy típica del mundo antiguo con su gran dependencia del sector agropecuario. Sean urbanos o rurales, este variado lote de asentamientos compone una red cultural, social, identitaria y políticamente cohesionada. Sus unidades de poblamiento mantienen entre sí relaciones de asociación y/o dependencia, existe el compromiso de defenderse mutuamente frente a enemigos exteriores, de ayudarse en caso de carestía de recursos, así como numerosas citas y ritos de participación comunitaria. Pero nuestro propósito, por ahora, no es caracterizar este tipo de sociedad sino cuantificar su población, su extensión territorial, las vías de comunicación entre sus núcleos, etc., para ver si fue materialmente viable.

El Hinterland.

Conocemos ya las hectáreas que ocupaba cada tipo de poblamiento, en el sentido estricto de sus casas y edificios comunes, pero también sabemos que sus pobladores disponían de terrenos para cultivar, zonas de pasto, caminos o bosques más allá de sus perímetros urbanos. A ese territorio o espacio de actividad necesario para la supervivencia de un núcleo de población se le suele llamar hinterlad (aunque este término tiene otras acepciones). Como las poleis griegas han sido estudiadas exhaustivamente, y por tanto la extensión de sus territorios nos es bien conocida, pensé que podríamos aplicar sus pautas a las nuestras. Algunos estarán pensando que los demócratas, científicos y filósofos griegos de la polis estaban mucho más evolucionados que nuestros protoestados, pero nótese que yo no equiparo su densidad de población, ni su concentración urbanística, ni sus avances tecnológicos o coordinación social. Sólo establezco una similitud entre el espacio necesario para sobrevivir y entre la cantidad de recursos consumidos por habitante para un autoabastecimiento de primera necesidad. En ese aspecto no debieron existir diferencias escandalosas entre griegos y afroibéricos protoestatales. Aceptada la comparación y tomando a la Atenas del s.IVaC como paradigma, vemos que disponía de un hinterland de 2.500km² para unos 200.000 habitantes. Ponemos nuestra máquina conversora a funcionar y obtenemos que 2.500km² equivalen a 250.000 hectáreas, así que cada ateniense disponía de 1,25 hectáreas para proporcionarse sustento. Como contamos mejor por viviendas (6 individuos), cada familia ateniense disponía de 7,5 hectáreas, una auténtica burrada (el equivalente al césped de unos 10 campos de fútbol).

Volviendo al caso afroibérico, empezaremos dotándolo de unos límites territoriales máximos. Con una densidad de población que ya establecimos en 6,25hab/km², 12.000 habitantes tendrían derecho a 1.920km². La primera observación es que suponiendo 16 veces menos población que los atenienses, tienen a su disposición sólo un poco menos de territorio, lo cual debería bastar para anular cualquier crítica que se apoye en la “masificación” y la “falta de recursos”. Para no forzar mi propuesta y para dar cancha al enemigo propongo incluso rebajar la extensión de este territorio a 1.600km². Pero no olvidemos que este no es el territorio real de mi protoestado sino sólo un área potencial máxima. El verdadero hinterland debe ser calculado empleando los valores griegos, es decir, dotando de 1,25 hectáreas a cada uno de mis habitantes, y obteniendo así un valor global de 15.000 hectáreas o 150km². Autocensurándonos de nuevo, vamos a suponer que éramos muy torpes comparados con los griegos, que cada espiga suya daba más grano que las nuestras, que no dominábamos del todo el barbecho y que nuestro ganado era más flaco y con menos leche. Necesitaríamos por tanto más territorio para autoabastecernos y, añadiéndo en esta ampliación bosques, caminos, etc. podemos duplicar la extensión de mi protoestado hasta 30.000 hectáreas o 300km². Repito la jugada para el que se haga el despistado: he reducido el espacio máximo disponible y he aumentado al doble el hinterland real, buscando esa sensación de estrechez y falta de recursos que pudiera poner en entredicho mi teoría. A pesar de tales restricciones, el espacio efectivamente cultivado, habitado, transitado, etc. no supondría ni un 20% del total disponible. Y eso que al duplicar el hinterland también se han duplicado los lotes de tierra: en nuestro protoestado cada habitante disfrutaría de 2,50 hectáreas para explotación agropecuaria, y cada familia de 15 hectáreas (¡el césped de unos 20 campos de fútbol!). A continuación veremos desglosado el hinterland para cada uno de nuestros modelos de poblamiento:

- Capital. 52,5km²

- Ciudad Grande. 30km²

- Ciudad Pequeña. 15km²

- Pueblo. 7,5km²

- Aldea. 3km²

- Cortijada. 1,35km²


Ubicación y articulación territorial.

Una vez estimado cuánto espacio ocupaban 12.000 afroibéricos protoestatales hay que traducirlo en imágenes para que no se nos vaya todo al mundo de lo abstracto. Vamos a colocar estas cifras en un mapa a ver cuál es la impresión que nos proporcionan, y para ello lo primero que hemos de decidir es la ubicación geográfica de dicho protoestado. No todas las comarcas afroibéricas eran, ni son, igualmente feraces o bien comunicadas, y debemos escoger entre las mejor dotadas. Así acallamos de una vez por todas a los que pretendieran replicar invocando problemas con los recursos alimenticios y las materias primas.

La comarca escogida para albergar nuestro protoestado es la Vega de Granada, rica en yacimientos arqueológicos que cubren cada tramo del extenso período protoestatal, lo cual no es extraño atendiendo a la fertilidad de sus suelos y a su excelente situación geoestratégica. Los 1.600km² de extensión máxima están representados por el cuadrángulo grisáceo en el centro del mapa. El Genil atraviesa longitudinalmente todo el territorio poniéndolo en contacto con el Guadalquivir, del que es afluente principal, y por ende con el Atlántico. A su vez, los afluentes del Genil hacen lo propio en sentido transversal, convirtiendo a nuestra zona no sólo en perfecta para el cultivo y el abastecimiento de agua, sino en óptima para las redes de comunicación. Cuatro flechas negras representan cuatro pasos para sortear las barreras orográficas de más de mil metros (en marrón oscuro) que circunvalan la Vega como una muralla. Al noreste el paso hacia la Hoya de Guadix-Baza, importantísimo acceso hacia el Levante. Al sureste se accedía por el puerto del Suspiro del Moro hacia el Valle de Lecrín, el río Guadalfeo y de ahí a la Alpujarra o a la costa de Motril y Almuñecar. Al suroeste el Boquete de Zafarraya les ahorraba rodear toda la Sierra Gorda si querían visitar Málaga, Vélez o la Axarquía. Finalmente, al noroeste la Subbética presentaba menos resistencia al paso y ofrecía el atractivo de un Alto Guadalquivir, vía Guadajoz, que a su vez conducía a Sierra Morena y La Meseta.

Una vez hemos puesto en valor la zona, despejamos el mapa de letreros y nos centramos en la distribución espacial de nuestra red de asentamientos. Para ello hemos seguido un procedimiento:

- Los asentamientos, y su hinterland, no pueden salirse del área máxima potencial (1.600km²) representada en gris.

- El hinterland de cada tipo de asentamiento estará representado por un cuadrado a perfecta escala respecto al mapa, como si lo estuviéramos viendo desde un satélite.

- Los asentamientos se ubicarán preferentemente en zonas fértiles y/o bien comunicadas.

- Cada vez que es necesario ubicar un asentamiento en la periferia, caso de los puertos de montaña, hay que mantener una cadena de poblaciones entre dicho asentamiento y el centro para hacer frente a los precarios medios de transporte y comunicación de la época.

El resultado es el que vemos arriba. La capital, representada en amarillo, ocupa precisamente el mismo lugar que Granada en nuestros días y, aunque pudo tener otras ubicaciones, nuestra elección tampoco es caprichosa: supone la meta de los que remontan el Genil, está en la zona más protegida orográficamente y controla sin dificultad los pasos a Guadix y a la costa granadina. La ubicación de la capital en el extremo oriental obliga por compensación a que la ciudad grande, la equivalente a Los Millares, se ubique por Huétor Tájar. La ciudad pequeña, allá por Pinos Puente, debe su ubicación a la gran fertilidad de la Vega por ese tramo, mientras que los tres pueblos están situados en la periferia para controlar lo que provenía de los principales puertos de montaña, más o menos sobre las actuales Alhama de Granada, Dúrcal e Iznalloz. El resto, aldeas y cortijadas, se distribuyen mayoritariamente a lo largo de todo el tramo de Genil que cruza el territorio (especialmente al este) y otras sirven como eslabones que conducen hacia los tres pueblos periféricos. Aunque pueda parecer un esquema abigarrado, lo cierto es que no he colocado las poblaciones lo suficientemente juntas: en las márgenes del Genil no debía existir ni un milímetro fuera de los dominios de alguna población, y si en el mapa aparecen los hinterlands separados es para poder distinguirlos uno de otro. Recordemos además que estos cuadraditos representan a escala real su superficie, y que esta ha sido estimada como el doble de la que necesitaba un ateniense, así que podemos adosarlos sin dejar resquicio entre ellos porque cada uno lleva incorporada su cuota de bosque, caminos, abrevaderos, etc. Tampoco deberíamos olvidar al hábitat disperso, lógicamente no representado en el mapa, que a menudo actuaba como nexo entre poblaciones. Acabo el comentario de este mapa advirtiendo la presencia de un detalle que bien puede pasar desapercibido: en el cuadrado amarillo que representa el hinterland de la capital aparece un pequeñísimo cuadrado azul. No es un error del gráfico sino que se trata precisamente de la superficie que ocupa, también a perfecta escala, su núcleo urbano. De este modo podemos tener una idea clara del vasto territorio que cada hinterland representa con respecto a su núcleo de población. Siendo tan milimétrica la ciudad capital a esta escala cartográfica, se entenderá que el resto de poblaciones apenas puedan representarse con un punto. Espero que todos estos argumentos, bastante sencillos, hayan servido para demostrar que nuestra distribución territorial es perfectamente factible, es decir, que la Vega de Granada daba de sobra para alimentar a 12.000 afroibéricos, antes, durante y después de las sociedades protoestatales.

En esta última representación el mapa se ha quedado casi vacío porque nos limitaremos a comparar dos elementos. De un lado, el rectángulo grisáceo que representa los 1.600km² de extensión potencial máxima. De otro, una forma sinuosa que supone la suma de todos los hinterlands que forman nuestro protoestado, sólo que representados de forma más orgánica y realista que con los anterirores cuadritos de colores. Al ser una recreación más artística me he permitido sacar pequeños picos fuera del rectángulo gris cuando la lógica lo requería: no puedes, por ejemplo, llegar hasta Alhama sin pretender controlar el paso de Zafarraya. Por otra parte, he creído conveniente representar las tres ciudades (puntos negros) guardando la escala tanto como sus “nano-dimensiones” lo permiten. Y como no soy experto en estimar áreas irregulares, tan engañosas, en caso de duda he preferido añadir que restar superficie, de tal modo que la silueta resultante excede bastante los 300km² que representaban los cuadrados. Quizás la superficie se ha acercado por mi torpeza hasta los 500km², lo cual es mucho más que los 150km² que nos corresponderían siguiendo el ejemplo ateniense. Con unas dimensiones tan exageradas, más del triple de lo necesario, este territorio incluiría importantes porciones de bosque para la obtención de caza, recolección y leña, extensos prados para el ganado, zonas de cultivo comunitario para almacenar excedentes o comerciar, y en fin cualquier “extra” que podamos imaginar. A pesar de estas licencias, y de que abarca lugares muy distantes entre sí por su disposición tentacular, nuestro protoestado apenas ocupaba un 30% de los 1.600km² que le “corresponden” según la densidad demográfica de la región y la época. El 70% restante no puede calificarse de zona “ignota”, por supuesto, pero sí de parajes sobre los que no se tiene control efectivo, aunque de esto hablaremos mejor en la próxima entrada.

viernes, 4 de marzo de 2011

Demografía protoestatal 2. Unidades de asentamiento

La presente entrada está dedicada al análisis de seis modelos de asentamiento propios de la época protoestatal afroibérica (ca. 3.500-500aC). La elección del tamaño, número de habitantes, y denominación de cada uno ha sido un tanto arbitraria, pues es imposible establecer una frontera nítida entre estos. Tal y como ocurre con nuestras poblaciones actuales, es difícil discernir cuando acaba el “pueblo grande” y empieza la “ciudad pequeña”, pero hemos de optar por algún tipo de discriminación si queremos llevar nuestra investigación a buen puerto.

Cada asentamiento viene ilustrado por unas sencillas infografías 3D de mi cosecha. A nivel artístico no son como para tirar cohetes, pero quiero destacar que al menos sí las he representado a perfecta escala, es decir, con el número exacto de casas, en sus dimensiones correctas y sin salirse de las hectáreas que les corresponden, según las conclusiones del post anterior. Todas estas ilustraciones comparten un mismo código de información, a la manera de los mapas y sus leyendas explicativas:

- Cada asentamiento aparece representado en dos vistas: perspectiva y superior.

- Sobre el fondo verde aparecerán las casas (bastante grandes: 35m²). En asentamientos rurales sólo son de color rojo. En asentamientos urbanos son tanto de color rojo (llámese “centro histórico”, “·ciudadela”, “acrópolis”, etc.) como naranja.

- Las edificaciones azules representan aquellas de uso y provecho colectivo (graneros, murallas, templos, etc.). Quedan fuera del cómputo casas/habitantes.

- Cada asentamiento aparece rodeado por un suelo circular de tono más grisáceo que el verde general. Representa las hectáreas estimadas para ese número de población.

- A la izquierda se dan los valores en habitantes, hectáreas y número de viviendas, así como un nombre entrecomillado que nos servirá para referirnos a ese tipo de población en futuros artículos.

Probablemente llamará la atención lo pequeñas y lejanas que se ven las casas en los asentamientos menores. La razón de ello es que he decidido que todas las ilustraciones puedan superponerse, de tal modo que en ese mismo encuadre y con ese mismo formato han de caber también las poblaciones con muchas más viviendas. De hecho, esas mismas cabañas y en esa idéntica posición se mantendrán hasta el final, de tal modo que si grabáramos las ilustraciones y las pasáramos secuencialmente usando un visor de imágenes cualquiera (cosa que aconsejo) daría la sensación de que el mismo poblamiento crece. Soy muy consciente de que esto puede inducirnos una falsa idea evolutiva, que no todas las poblaciones crecen de forma radial de dentro hacia fuera, y que por supuesto las viviendas de una población se derrumban, se sustituyen y remodelan con el paso del tiempo. Asimismo se que ni todas las poblaciones pequeñas o rurales son obligado germen de futuras ciudades, ni todas las ciudades provinieron de una entidad mucho menor y ancestral. Pero, seamos francos, también hay que reconocer que sí hay un gran número de casos en que esto fue exactamente lo que ocurrió. En cualquier caso jugamos con un estereotipo, una representación modélica y por tanto mnemotécnica que nos ayuda a investigar. Una vez indicadas estas pautas generales podemos pasar a cada modelo concreto.

1. Cortijada.

En Andalucía llamamos cortijada a un tipo de asentamiento muy específico. No es un cortijo pues en ella viven distintas familias, cada una con su casa, cada una con sus tierras en las que cada uno cultiva o hace pastar lo que quiere. No es tampoco una aldea, pues conserva su carácter agreste y agrario, sin pretensiones de urbanismo embrionario ni organización de tal. En realidad está más cerca del denominado hábitat disperso, esto es, de las casitas aisladas que todos podemos ver por esos campos. Simplemente decidieron edificar cerca los unos de los otros por seguridad y, si acaso, para aprovechar alguna instalación comunitaria (horno de pan, fuente, era, o granero) que corresponde al edificio azul del centro. Al analizar esta ilustración, y las que le siguen, debemos imaginar que vamos subidos a un helicóptero y pensar qué impresión nos causaría lo que vemos. En este caso, “cortijada” me parece de lo más adecuado pues nuestra percepción es la de un puñado de casas-familias agrupadas de forma anárquica, no la de un “poblado”, ni siquiera del tipo más pequeño. Si algunos arqueólogos han denominado de esta última forma a yacimientos de igual magnitud es por su ansia de dar notoriedad al hallazgo y por el velado desprecio que sienten por las gentes prehistóricas, a las que presuponen incapaces de ofrecer mayores complejidades urbanísticas. Es importante notar que las nueve viviendas, más el edificio azul de propina, apenas ocupan la mitad del espacio disponible (0,27ha), a pesar de haber sido representadas en un tamaño grande (35m²) para los estándares de su época. Esta pauta con grandes espacios deshabitados continuará aún en las ciudades de mayor tamaño.

2. Aldea.

He denominado aldea a este poblamiento por la connotación que tiene de germen de un futuro núcleo urbano. Actualmente la aldea es concebida como la unidad de menor vecindario y población, que puede o no presentar cierta planificación en calles y plazas, y que suele ser dependiente de otra unidad mayor. Los académicos hacen de este tipo de poblamiento el más característico de los tiempos “neolíticos”, más o menos equivalente a nuestra fase de “producción sostenible”. Si en la cortijada propusimos el truco del “helicóptero”, en este caso aconsejamos la pertinencia de desgranar la población por sectores de género y edad: 120 habitantes totales suponen en realidad sólo 20 hombres, 20 mujeres, 60 niños y 20 habitantes más entre abuelos y adolescentes casaderos. Debemos obligarnos a usar estas cifras y no la de población global, tanto para este tipo de poblamiento como para los demás, pues a menudo tendemos a atribuir a estas unidades unos recursos humanos que no tenían. Por ejemplo, esta población no podría organizar un “ejército” de 120 guerreros sino de 20 como mucho. Se que así dicho, en su contexto, suena a perogrullada, pero la mente es perezosa y nos jugará malas pasadas en cuanto abandonemos los análisis expresamente demográficos.

3. Pueblo.

Lo primero que notamos en esta ilustración es que el edificio de uso común (azul) ha sido ampliado con nuevas dependencias y un patio. El número de habitantes es ahora suficiente para acometer este tipo de derroches y esfuerzos sin que suponga un revés a la economía diaria. Es más, el apelativo de “pueblo” le viene dado precisamente por ser ya una unidad de población muy definida, aunque todavía de índole rural y secundaria, y en este contexto el gran edificio azul cobra un nuevo papel tanto simbólico como funcional. Puede que ya no se trate de un granero o alfar sino de un lugar de asamblea, un templo, o de todo lo anterior junto. Las poblaciones más pequeñas no pueden permitirse ni necesitan de algo así como un “ente coordinador de muchedumbres”, pero a partir de los 300 habitantes asentados la cosa cambia. Por supuesto, no hablamos de nada complejo, recordemos que 300 habitantes es lo mismo que una antigua banda fisión-fusión de recolectores-cazadores, pero la sedentarización plantea sus propios problemas: ¿a dónde van a parar los detritos orgánicos de tanta gente?, ¿será necesaria una tributación mínima?, ¿hay una autoridad encargada de custodiar el grano colectivamente almacenado?, ¿cómo se autoriza la incorporación de nuevos habitantes provenientes de fuera, o la distribución de las cabañas? Detrás de este poder de coordinación no tuvo por qué haber una única persona (jefe) o clan (aristocracia), sino que también, e incluso con más frecuencia, hubieron de darse formas más participativas de poder. Probablemente este edificio azul no estaba habitado por nadie especialmente distinguido sino que era “la casa de las casas”, el habitáculo que simbolizaba al poblamiento en su totalidad, la despensa de todos en tiempos de carestía, el lugar donde se depositaba el betilo de culto común y el patio donde discutir los problemas vecinales o donde decidir las estrategias frente a una amenaza. Despedimos este poblamiento avisando de que a partir de aquí las denominaciones empleadas serán más y más exageradas. Este “pueblo” no pasaría hoy día de aldea del mismo modo que las “ciudades” protoestatales, aún las más grandes, nos parecerán más bien pueblitos, pero debemos aplicar estas etiquetas según la función que cada poblamiento tenía en el esquema de su época.

4. Ciudad pequeña.

Encontramos algunos cambios significativos en esta primera unidad de poblamiento plenamente urbana, tal y como indica la presencia de casas rojas y naranjas. Las primeras han quedado rodeadas por una muralla creando dos niveles, intra y extra muros, de muy variada interpretación. Sin embargo, no me parece lícito considerar a la población en rojo como la “verdadera”, “oriunda” y acaso “privilegiada”, haciendo de las cabañas anaranjadas un mero extrarradio clientelar, lo cual es algo relativamente común de leer en manuales académicos. La razón es que no basta con la población circunscrita al interior de la muralla (50 varones adultos o su equivalente energético) para la construcción de la misma. Se trata de una obra de envergadura que sólo sería posible gracias a la participación de todas las casas-familias que vemos independientemente de su tono. Nada impide pensar que, lejos de pertenecer a extranjeros recién incorporados, las casas anaranjadas fueran las de hijos independizados de las familias rojas que habitaban intramuros. La muralla es para beneficio de todos, a todos protegerá llegado el caso, pero no puede hacerse con un perímetro mayor por falta de medios. En su limitación, consiguen que el muro proteja a todas las personas pero no a todas las viviendas. Algo es algo.

5. Ciudad Grande.

Las murallas en una ciudad son como los anillos en los troncos de los árboles. La presencia de dos círculos amurallados en nuestra ilustración indica que esta ciudad ha pasado al menos por dos fases en cuanto a extensión y número de habitantes. La población que en la “ciudad pequeña” quedaba extramuros (naranja) ha ido creciendo hasta triplicarse y necesita de nuevas instalaciones defensivas. 200 hombres capacitados (o, repetimos, su equivalente) han podido acometer la costosa obra en diversas fases y con distintos materiales para no poner a la ciudad en crisis de recursos. En algunas partes, por ejemplo aquellas donde la orografía era favorable, ha bastado alzar una empalizada de madera, mientras que en otras se ha hecho necesario el acarreo de toneladas de piedra. Lo más importante es que, bien que mal, se ha conseguido proteger todo el perímetro del asentamiento (la zona grisácea del suelo apenas sobresale de las murallas). También observamos cambios en las demás zonas azules o comunitarias. En la “ciudad pequeña” dejé sin comentar un nuevo edificio azul que aparecía intramuros, y ahora aparecen otros tres diseminados por el poblamiento, dando la idea de que a medida que la población crece también lo hace su necesidad de distribuir “servicios” de forma equitativa, ya sean aljibes, graneros u hornos metalúrgicos. El gran edificio central también se ha visto ampliado con edificios, uno de los cuales tiene aspecto de templo o palacio. Debemos pensar que un poblamiento como este que comentamos tendría bajo su tutela algunos pueblos, aldeas y cortijadas, quizás hasta una ciudad pequeña, los cuales contribuirían en cierta medida en dichas obras comunales. El edificio colectivo no había cambiado desde que eran 300hab. (“pueblo”), y ahora hablamos no sólo de los 1.200hab. de esta “ciudad grande”, sino de miles más a su cargo. Definitivamente aquí sí hay muchedumbre que administrar y controlar, y por tanto hará falta una autoridad que lo posibilite, aunque no necesariamente personalista. Finalmente, debemos recordar que este poblamiento posee unos valores idénticos, en habitantes, hectáreas y casas, al de Los Millares de Almería, además de un mismo amurallado múltiple (triple en el caso almeriense). Por tanto hasta ahora, e incluyendo este último modelo que comentamos, nos hemos manejado con unas propuestas absolutamente aceptables por el más positivista de los investigadores.

6. Capital.

Como acabo de decir, este es el único modelo de poblamiento aún no constatado arqueológicamente en Afroiberia, o al menos no unánimemente aceptado desde fechas tan tempranas como el 3.000aC. Pero el ya citado yacimiento sevillano de Valencina de la Concepción podría deparar muchas sorpresas al respecto, pues todo indica que era aún mayor que el que arriba representamos. Por su parte, en la posterior Edad del Bronce y no digamos en esa “protohistoria” que yo sigo englobando dentro de la fase protoestatal, sí hay casos indiscutibles de ciudades con este tamaño y mayores. Centrándonos en la imagen, volvamos a coger el helicóptero e imaginemos que sobrevolando Malí o Níger nos topamos con esta panorámica. Meditemos con sinceridad qué nos parecería: un mercado del desierto con su medina, algo que ni siquiera denominaríamos un “pueblo grande” desde nuestros presentismo y eurocentrismo. Como frase, “ciudades de 2.100 habitantes en el calcolítico afroibérico” suena a disparate debido a nuestra inercia formativa, a los prejuicios que desde muy jóvenes nos inoculan, pero visto así, casa a casa, no parece nada extraordinario. Teniendo en cuenta que lo que queda dentro de las murallas ya está constatado positivamente en Los Millares, ¿tanto alarde tecnológico y social implica el resto? Las murallas han sido reforzadas con bastiones y han aparecido nuevos edificios comunales, algo desde luego viable para una población que casi se ha duplicado respecto al modelo anterior. Por lo demás, es una mera versión “engordada” de Los Millares.

Una vez hayamos asimilado bien estos seis modelos de poblamiento protohistórico, y para ello aconsejo echarle más de un vistazo y hacer más de un cálculo, podremos ponerlos en contexto unos con otros. En algunas de sus descripciones he apuntado ya fenómenos de dependencia, y es que desde el hábitat disperso hasta la ciudad capital se tejía una compleja red identitaria, cultural, política, de comunicaciones e información, etc. que nos permite hablar de protoestados de 12.000 habitantes, en Afroiberia, y desde la denominada Edad del Cobre o III milenio aC. ¿Imposible? lo veremos en el siguiente artículo.