lunes, 19 de diciembre de 2011

Atapuerca, factoría de especies


El sentido común tiene mucho de estadístico, clasificando las situaciones entre comunes, raras e imposibles según la cantidad de veces que se suelan dar. Cuando trasladamos este principio al mundo de la Paleoantropología, nos damos cuenta inmediatamente de la trascendencia y excepcionalidad que supone el descubrimiento de una nueva especie humana. La reciente propuesta de los atapuercos, es decir, la presencia de nada menos que tres especies inéditas en sus yacimientos, sobrepasa de largo la categoría de “situación rara” para entrar de lleno en el mundo de los imposibles. Dicha actitud, que ya comienza a ser mal vista por la comunidad científica internacional, podría llegar a afectar la reputación general de las investigaciones españolas en este campo.

La compulsividad nomenclatora no es una novedad en el mundillo de los fósiles humanos. De hecho, provenimos de una tradición que consideraba estas denominaciones de una forma bastante diferente a la actual. Todos recordamos al Sinanthropus pekinensis, al Homo rhodesiensis, al bodoensis, al cepranensis, al soloensis y a todos los -ensis que se puedan imaginar. Incluso se hablaba de Homo sapiens grimaldensis o natufensis distintos del Cromañón porque, en la mayoría de los casos, estas denominaciones tenían más que ver con la identificación que con la clasificación: cada yacimiento tenía su “Hombre de” pero aún no se habían cerrado las categorías genealógicas que los relacionaban. Conforme fue madurando la disciplina los investigadores adoptaron una perspectiva inclusiva, esforzándose por ubicar los distintos restos que encontraban dentro de categorías género-especie-subespecie previamente establecidas. Supongo que al descubridor del Sinanthropus pekinensis le fastidiaría ver su hallazgo rebautizado como “Homo erectus asiático”, y estoy seguro de que envejeció afirmando por esos pasillos que sus queridos huesos no eran exactamente iguales a aquellos de Indonesia o África con los que compartía clado. En realidad no hay dos fósiles de humano iguales, no existe (más allá de la mnemotécnica de manual) uniformidad entre los cráneos de neandertal, de moderno o de erectus. Aquellos rasgos que consideramos “propios de” lo son de forma meramente estadística, es decir, elementos o valores que se suelen dar más entre ciertas “especies” que en otras. Por eso no es raro encontrar neandertales con un 10 o un 20% de rasgos “impropios”, o sapiens modernos con la misma proporción en rasgos neandertales o arcaicos, pero no por ello se los mueve de sus clasificaciones. Si, por ejemplo, sólo aceptáramos como neandertal al ejemplar que presentase todos los elementos somáticos neandertales, sólo los neandertales y con los índices y medidas del neandertal prototipo, vaciaríamos del todo (no es metáfora) la especie neandertal.

Dmanisi, en Georgia, es una buena comparación con el caso burgalés. Allí tenemos los restos humanos reconocidos como más antiguos de Europa (sólo hasta que Orce supere el boicot), y además les han adjudicado su especie propia: Homo georgicus. Como los antecessor, aún no ha encontrado parangón fuera de su yacimiento, pero aquí acaban las similitudes. Los investigadores georgianos reconocen que sus H. georgicus pueden englobarse sin mayores problemas dentro de la crono-especie ergaster, africana, más abundante y, como los de Dmanisi, también a caballo entre habilis y erectus. Por el contrario, la principal cruzada de los atapuercos es la especificidad de su H. antecessor, del cual, y esto es lo verdaderamente importante, nos hacen descender a todos los humanos actuales. Lo curioso es que los humanos de Dmanisi muestran en numerosos aspectos diferencias más marcadas con respecto al ergaster que el antecessor burgalés. Por ejemplo, siempre podemos contemplar al antecessor como uno más de esos ergaster-erectus progresivos o proto-sapiens, mientras que los georgianos nos muestran lo que ahora llaman morfologías “en mosaico”: de un lado, algunos rasgos de Homo habilis que ni siquiera presenta el ergaster, por otra parte los elementos que sí son comunes a ambos, y finalmente aparecen una tercera serie rasgos que podíamos denominar progresivos, lo cuales en ocasiones superan en modernidad a los de Atapuerca. Más aún, la especie H. georgicus posee un grado de variabilidad interna que realmente produjo un shock académico cuando salió a la luz, aunque parece que el dimorfismo sexual explicaría parte de la cuestión. Dicho a las claras, con las diferencias detectadas únicamente entre miembros de la especie H. georgicus los atapuercos te fabricarían cinco o seis de sus especies. Desde mi punto de vista, en Georgia existe un responsable y cooperativo afán por tener la fiesta evolutiva en paz, mientras que en Burgos tienen demasiadas ansias de protagonismo. Tantas que podrían volvérseles muy en contra.

Centrémonos ahora en la noticia que ha motivado este artículo. ¿Recuerdan los H. heidelbergensis de la Sima de los Huesos? Los descubrieron antes incluso del antecessor de Gran Dolina, allá por 1992… Pues, ¡abracadabra!, tras 20 años resulta que no, que no eran heidelbergensis, sino una novísima e irrepetible especie. Lo primero que nos planteamos es si dichos huesos habrán estado aburridos en las estanterías de un sótano, ocultos a todos,  pero inmediatamente reconocemos en ellos a “Miguelón” el del flemón, la “foto de familia” de Mauricio Antón, “Elvis la pelvis”, “excalibur” y demás parafernalia. Es evidente que sobre esos restos se ha puesto más atención y estudio que sobre cualquier otro del territorio nacional pero, sorprendentemente, durante esas dos décadas nadie había reparado en especificidades morfológicas de tal calibre. No es menos chocante que esta nueva especie suponga nada menos que la tercera forma de humano exclusiva para Atapuerca y alrededores. Para los despistados habrá que decir que al famoso antecessor se sumó recientemente una especie nueva, anterior a aquel y dicen que sin relación, hallada en la Sima del Elefante. Por tanto tres, 3, especies del género Homo sin parangón fuera de Burgos, un caso verdaderamente inédito en la paleoantropología mundial. “Inédito”, por no decir imposible.

Se constata además cierta tozudez suicida, que trasciende por supuesto lo meramente científico, y que paso a exponer cronológicamente. El equipo de Atapuerca fue sacando a la luz su teoría del H. antecessor entre 1994 y 1997, y la comunidad internacional respondió con bastante condescendencia desde mi punto de vista. Sin embargo, hubo un aspecto en el que esta permaneció firme: el antecessor no es antecesor nuestro mientras no aparezcan ejemplares en África, o al menos en otra parte del planeta. Han pasado 18 años y esta condición no se ha cumplido, y los paleoantropólogos o expertos en Hominización comienzan a dudar, no sólo de que sea nuestro ancestro, sino también de que el antecessor sea una especie distinta a la de los erectus progresivos europeos de Ceprano o Arago (y, como vimos, Dmanisi invita a esta interpretación centrípeta o integradora). No hay ensañamiento: Atapuerca es un yacimiento excepcional, muy antiguo y con ejemplares muy bien conservados y valiosísimos, desde luego un referente a nivel mundial. Pero de especie inédita poco, y de abuelo exclusivo menos aún. Después de 15 años en plan “pim-pam-toma-lacasitos”, emperadores absolutos en la mafia académica y en los medios de comunicación, a los atapuercos se les acaba el chollo. Y no sólo a nivel académico, pues reconozcamos que al quinceavo dvd en los kioskos y tras publicar un almanaque con los becarios de la brocha en bañador, los simples espectadores también nos hartamos del plato único. Bajo estas condiciones resulta sorprendente, inquietante incluso, que ahora se atrevan a proclamar otras dos nuevas especies humanas para el mismo yacimiento. Recordemos además que la especie de la Sima del Elefante se compone de un único “individuo” representado por un trozo deformado de mandíbula, mientras que estos que hoy tratamos no son sino los antiguos heidelbergs de la Sima de los Huesos, con 20 años a sus espaldas y con menos réplicas internacionales que el propio antecessor.


Espero que aún les quede espacio para la sorpresa, porque esta reinterpretación que proponen de los restos de la Sima de los Huesos supone un añadido giro de tuerca. Para ello hemos de referirnos a la cuestión neandertal ligada a Atapuerca. Desde el principio fue paradójico que una estación arqueológica tan rica como Atapuerca no arrojara restos humanos neandertales, tan europeos ellos y por cierto bastante comunes en la Península Ibérica, más aún cuando sus excavadores sostenían que del antecessor proveníamos, indistintamente, humanos modernos y neandertales. El verano pasado los atapuercos decretaron que la cuestión neandertal debía quedar solucionada sí o sí, comenzando una exhaustiva campaña en la Cueva de las Estatuas, aunque no han debido tener mucho éxito a juzgar por del silencio mediático. Con esta frustración de fondo los hombres de la Sima de los Huesos, antaño heidelbergensis y ahora inédita especie, comienzan a adquirir providencialmente cualidades neandertales, si bien con ese grado de protagonismo y originalidad que sólo se pueden permitir los descubrimientos atapuercos. En definitiva sostienen que los rasgos de la mandíbula de esta nueva especie indican que es “más neandertal que el neandertal clásico”. Por si creen que no leyeron bien o que torcí las citas, aquí tenemos a la sra. Martinón-Torres para sacarnos de dudas:
“Podría ser que la población de la Sima de los Huesos represente la madre de todos los neandertales y que por un cuello de botella, a  partir de este grupo, y no de otras poblaciones del Pleistoceno Medio, haya surgido la especie H. neanderthalensis”
Este entusiasmo de los capos burgaleses no parece tener eco internacional. Así, desde Gibraltar ya ha respondido Clive Finlayson, con más razón que un santo:
“Probablemente existieron muchas atapuercas desde la península Ibérica hasta China, pero la mayoría se perdieron. Por tanto, estoy de acuerdo con los autores en que los heidelbergensis eran muchos heidelbergensis y que esta población es indicativa de la gran variedad que existió. Pero es demasiado arriesgado sugerir que hemos tenido la gran suerte de encontrar la madre de todos los neandertales”
No olvidemos, tal y como vimos en su artículo correspondiente y por boca del pope Stringer, que la comunidad científica internacional ya había dado avisos muy parecidos en relación con el humano de la Sima del Elefante. Entre una noticia y otra, no han pasado siquiera siete meses… ¿alguien puede concebir esto como científicamente serio?

La desquiciada evolución de los atapuercos recuerda a aquellos famosillos que, a medida que pierden fuelle mediático, montan escándalos para “seguir en el candelabro”, o a los cantantes que tienen la mala suerte de estrenarse con un hit de verano y ya no saben salir de ese soniquete. En el fondo, también subsisten causas de índole eurocéntrica y academicista. Por ejemplo, nadie ha urgido a los atapuercos a extender las prospecciones más allá de su patria chica. Creo que lo mejor para el antecessor hubiera sido encontrarle multitud de hermanitos repartidos por la Península, no digamos si se hubieran estirado con cuatro prospecciones por el norte de África. Más aún, Atapuerca debió ser lo que inicialmente nos pareció a muchos: una confirmación a lo ya encontrado en Orce y alrededores. Los humanos llevan más de un millón de años cruzando por Gibraltar en ambos sentidos, y la antigüedad de los yacimientos granadinos y burgaleses, haciendo causa común, habrían logrado demostrarlo sin problemas. Nuestra Península dejaría entonces de ser considerada un fondo de saco al que los africanos sólo pueden acceder tras atravesar toda Europa. Por el contrario, sería aceptada como una de las vías de comunicación humana más importantes del planeta, una doble confluencia entre continentes y mares que debería hacernos replantear toda la tradición prehistoriográfica sobre la que rodamos activa o pasivamente. Desgraciadamente tal alianza con el sur fue despreciada por los atapuercos para tirarse en brazos de los Lumley y demás comparsas, pues no olvidemos que H. antecessor sería especie nueva y padre de todos, pero obedientemente había llegado a la Península vía pirenaica. Sumando el mimo etnocéntrico de la comunidad occidental, la franca adicción a las portadas y entrevistas, así como la puerta que todo autobombo supone de cara a subvenciones y mamoneos institucionales, los atapuercos perdieron sin darse cuenta el norte y el sentido del ridículo.

Habíamos mencionado el academicismo, y en este sentido conviene resaltar el protagonismo que tanto para la especie de la S. del Elefante como para esta que nos ocupa ha tenido María Martinón-Torres. Llamativamente, Arsuaga y el del sombrero están ausentes en todo este novedoso revuelo de especies, y son Bermúdez de Castro y ella los que llevan la voz cantante. Esta señora es además experta en dentición y no por casualidad las dos nuevas especies de Atapuerca son defendidas en base a peculiaridades exclusivamente dentarias. Existe un sector académico que se resiste a abandonar sus disquisiciones bizantinas, su metodología hueca y, sobre todo, el único pretexto que les permite seguir figurando y cobrando. Necesitan atomizar la realidad humana hasta que nada en ella tenga sentido, pues han llegado a un grado de especialización (robótica o soviética, escojan símil) que les impide las valoraciones de conjunto: “No me chilles que no te veo”. María Martinón-Torres encarna este papel a la perfección: coquito ultra-especializado en dientes de homo prehistóricos, ha llegado a la absurda pretensión de vender una historia de la humanidad en base exclusiva a las formas y texturas de los piños. Si de rasgos dentales se trata, y creo que ya lo comenté en otra entrada, los australopitecos podrían ser catalogados más cerca del orangután que del chimpancé, cosa que la genética niega rotundamente. Pero más allá de la imposibilidad de diagnosticar cualquier “especie” humana a partir de un solo rasgo óseo, que de por sí invalida como pueriles las investigaciones que comentamos, hay otros elementos que nos llevan a sopechar. Uno, ya lo hemos tratado, es cómo han tardado 20 años (Martinón-Torres o sus exhaustivos equivalentes) en descubrir esos supuestos rasgos tan característicamente neandertales de la Sima de los Huesos. También es significativa la mencionada ausencia del equipo titular atapuerco. Pero sobre todo me ha sorprendido que en este caso y en el de la Sima del Elefante no hayan bautizado aún a las nuevas especies humanas, con lo cumplidos que son los atapuercos para estas cosas. Me huele a “kale borroka”, a amagar sin tirar, a tantear el ambiente, ganarse unos titulares, pero no llegar al punto de enfrentarse con la ya mosqueada comunidad científica internacional. Lo justo para acabar de pagar el coche y subvencionarse el brocheo hasta la Sima del Cacahuete.

Conclusión – Solución

Como tantas veces he dicho, la única salida razonable es establecer una sola especie humana desde Homo ergaster (por lo menos) hasta hoy. Nuestro género no es Homo, sino un linaje que compartimos con australopitecinos y parantropos, tan estrecho que según recientes estudios genéticos permitía hibridaciones fértiles hace apenas 3 millones de años. Homo es nuestra especie, plenamente compatible en todos los niveles, desde el genético al cultural. El genoma neandertal ya lo ha demostrado, por más que quieran denostar como “escasas” y “superficiales” las evidencias de su mestizaje con nosotros. Y si así de posibles eran los cruces genéticos con “primos divergentes” (pues así se consideraba a los neandertales), imaginemos qué fertilidad no tendrían nuestras hibridaciones con “ancestros directos” (caso de erectus progresivos y/o sapiens arcaicos). Pero no nos dejemos atrapar por el lenguaje de los clasificadores o nos apartaremos de la especie humana única. Por ejemplo, hablamos de un “sapiens moderno” que tiene descendencia sana y fértil con un “neandertal”, sin darnos cuenta de que ello nos obliga a plantearnos la propia realidad objetiva de los términos entrecomillados. Porque si aceptamos cruces moderno-neandertal también podemos, y debemos, concebir al neandertal como cruce entre los heidelberg y los burgaleses de la Sima de los huesos, o entre erectus chino y sapiens arcaicos norteafricanos, pero una mezcla al fin y al cabo, que remite a infinitas mezclas anteriores. Volvemos a nuestra frase anterior, “un moderno y un neandertal se cruzan”, pero ahora no podemos evitar plantearnos: ¿qué clase de moderno y qué clase de neandertal, fruto de cuántos y cuáles cruces sería cada uno? Si llevamos este concubinato al paroxismo las fronteras acaban por diluirse y, por fin, comenzamos a disfrutar de la luna sin distraernos por el dedo que la señala. Considerar a Homo como una especie y no como un género es la única solución a nuestro antes complicado y hoy ridículo árbol evolutivo.

Señores de Atapuerca, ¿tres especies Homo nuevas y exclusivas en su cadena de yacimientos?, ¿de verdad pretenden llevarse la cuna de toda humanidad imaginable a la adusta Castilla del Cid Campeador? Si ya fue una desgracia que paralizaran todas las prospecciones en Afroiberia para dar bombo a sus mamarrachadas, ahora nos vemos arrastrados por ustedes (autoimpuestos representantes patrios) al ridículo internacional. Ante su señoritismo académico y su centralismo castellano, al Sur peninsular sólo le queda el consuelo de evidenciar cómo algo se mueve a nivel internacional para devolvernos la cordura. Es hora de, como vulgar Don Julián, entregarnos a los guiris (preferentemente estadounidenses) para que esclarezcan nuestro Pasado Remoto. Gente que, aunque sea por simple racismo blanco, jamás ha renunciado a aquello de que “África comienza en los Pirineos”, y que poco le importa si los humanos de Cádiz son idénticos a los de Tánger, porque hace medio moros hasta a los vascos. Quién sabe si quizás, por la crisis presupuestaria que padece y padecerá nuestro Estado y  sus Comunidades, el futuro de las subvenciones a este tipo de estudios dependa de nuevos patrocinadores. Hablo de entidades extranjeras y/o privadas, lo cual sin duda afectará a la composición de sus equipos investigadores, a sus premisas de partida, a su metodología, y sobre todo a su productividad y exigencia. Frente al yo-mi-me-conmigo atapuerco que llevamos padeciendo más de veinte años, ¿Qué mal nos pueden traer propuestas como las de Luis Gibert, por muy “yanquis” y “privadas” que sean?

Por supuesto, gracias Javier por el soplo y gracias a Terrantiquae  por el dossier de prensa.

martes, 6 de diciembre de 2011

El porquero reticente


“La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero”. Se trata de una frase del Juan de Mairena que últimamente está de moda entre los periodistas y políticos. Lo que no citan es la parte que le sigue, donde Agamenón responde “conforme” mientras que el porquero replica “no me convence”. Sin estas apostillas se pierde toda la ironía y magia de Antonio Machado, y francamente no entiendo por qué estos presuntos admiradores de Mairena mutilan su esencia con tanta alegría. La impactante paradoja, el auténtico zen de este pasaje, radica precisamente en la actitud de los protagonistas. Lo lógico sería suponer que el rico-poderoso-amo fuese el que se opusiera a tal democratización de la verdad, mientras que el pobre-desvalido-vasallo actuara como su más ardoroso defensor, pero ocurre exactamente lo contrario.

Dentro del mismo discurso acerca de la verdad y sus autores, también hemos cogido el vicio de amonestar al prójimo por sus argumentos “ad hominem”. Este latinajo surge en el entorno filosófico, clasificado entre las falacias o trampas argumentales, y se limita a casos como el del siguiente ejemplo: España franquista, una mujer acusa a un hombre de haberla estafado y este replica que ella es una republicana hija de republicanos. La cobardía, el salir por la vía de Tarifa aprovechando debilidades del contrario, es evidente. Sin embargo, en lenguaje popular-intelectual el argumento “ad hominem” pasa a ser cualquier distingo entre agamenones y porqueros a la hora de aceptar verdades o, llegado al caso, cualquier referencia a lo personal que nos moleste. De nuevo la “verdad aséptica”, el contenido sin continente, sin Agamenón y sin porquero.

Por si no lo han notado, yo soy del bando del porquero, de los que no ven claro que la verdad deba ser desposeída de su autor. De hecho me causa mucha grima la postura de los agamenones de todo tiempo, intentando equiparar sus verdades a las nuestras, o tratando de hacer pasar por ciencia o decencia lo que no es sino fruto de su más recóndita ideología. Se trata de una cuestión visceral, que me lleva también a dar la espalda a cantantes y novelistas a poco descubra que son un pastel. No se divorciar el autor de su obra o, mejor dicho, ciertas partes de un autor y de su obra. Si yo pretendiese discutir el Evolucionismo inventándome que Darwin era sadomasoquista estaría cayendo en el dichoso argumentario “ad hominem”, pero si lo que esgrimo es la actitud abiertamente racista de su obra, ¿dónde queda la barrera entre su opinión personal y su investigación antropológica? Es lo mismo que ocurre cuando los gays quieren sacar del armario a los congresistas, senadores o jueces que pretendan aprobar normativas homófobas.

Toda gran mentira, de esas que nadie cuestiona porque pasan desapercibidas, se ha de componer de pequeños ladrillos de verdad. El truco consiste en la selección y secuenciación de dichos ladrillos. Si Hitler dijo que tras la I Guerra Mundial Alemania fue duramente represaliada nada parece haber ahí de falso o peligroso, es una verdad “que tanto da que la diga Agamenón…”. El problema es que Hitler no dijo sólo esa frase sino cientos más, que supo muchos otros datos pero prefirió ignorarlos o incluso acallarlos, y que puso mucho empeño (un ministerio de propaganda completo) en que esas “verdades” se sucediesen en el tiempo para provocar un determinado fin. A menudo nos enfrentamos a una maraña tan bien urdida que si no acudimos al complemento biográfico es imposible desenmascarar a los listos de turno. Recuerdo que en el artículo sobre Martin Bernal dediqué un párrafo entero a Mary Lefkowitz y su marido ultraderechista-racista: estaba claro que con aquel expediente dicha señora no podía presentarse como imparcial juez de las tesis de Bernal, por muy judío que fuese su apellido y por muy suavón que fuera el tono de sus escritos. No somos máquinas de pensamiento que emiten verdades independientes entre sí, somos la historia de un aprendizaje, donde cada nueva certeza se acomoda a lo ya aprendido (a menudo heredado) para teñir lo que asimilemos en el futuro.

Volviendo a Bernal, no saben la de veces que ha sido acusado de abusar de los argumentos “ad hominem”. Cada vez que señalaba que tal “frío y objetivo” lingüista era yerno, discípulo o amigo de tal “frío y objetivo” historiador, era acusado de bullying “ad hominem”. También cuando delató filiaciones políticas, thik-tanks apegados al poder, o incluso preferencias literarias. Todo era “ad hominem”. Estos agamenones quieren un borrón y cuenta nueva, un modo de interpretar sus teorías que en absoluto tenga en cuenta sus credenciales personales. Adivinar sus motivos no requiere mucho esfuerzo, como tampoco necesita mucha explicación que algunos nos sintamos obligados a ponerlos en su sitio. Por eso me sumo, con tanto orgullo como modestia, al destino de Bernal y otros de su cuerda. El blog Afroiberia nunca ha escondido la importancia que concede a determinados aspectos biográficos de los autores criticados. De hecho, el propósito de gran número de sus entradas es revelar que tras muchas de las “verdades científicas” de nuestros estudios sobre Pasado Remoto se esconden un puñado de prejuicios racistas, pues en definitiva ninguna “Cultura” es inodora, incolora e insípida. Y para ello, demostrar la relación estrecha (o por el contrario la evidente contradicción) entre vida y obra de un intelectual, puede y suele ser capital. Ejerciendo como ejemplo he sido el primero en desvelar aspectos de mi vida que pudiesen teñir la orientación de mis conclusiones, como el hecho de ser andaluz, muy oscuro de piel o carecer de titulación universitaria en Historia, Arqueología o Antropología. Son cosas que los lectores merecen saber, para lo bueno y para lo malo. Como decía el porquero, “no me convence” que mi verdad sea la misma verdad que la de los agamenones, aunque se articule con iguales palabras. Porque esa verdad en la que coincidimos solo es un ladrillo con el que cada uno quiere construir mundos muy diferentes.

“Juro decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad”. Estamos tan habituados a escuchar este voto en las películas de abogados que apenas meditamos su significado. Como fórmula legal está pensada para que nada se escape a su escrutinio, pues no sólo se te exige que lo que digas sea cierto, sino que además se te impone: 1) que no quites nada a esa verdad, que no ocultes otras verdades que complementan lo que dices, y 2) que no añadas ficciones para mejorar, justificar o adornar tu verdad. Agamenon es el poderoso en la parábola de Mairena y puede representar al supremacista blanco (si hablamos de raza) o al académico (en un debate ortodoxia vs. heterodoxia), pero no siempre se da a conocer tan fácilmente. A veces puede encarnarse en un activista antisistema o en un crítico de rock, pues en definitiva se asocia a cualquiera que se sienta con el poder y el público de su lado, por muy alternativo y minoritario que parezca desde fuera. Este tipo de persona cuenta una verdad, y esa quizás sea parecida a la nuestra, pero desde luego se cuida mucho en no contar ni toda la verdad ni nada más que la verdad. Huye de la verdad estadística, de la auténtica democracia en las ideas. Lo más indignante es cuando fingen aceptar eso de que ellos y nosotros compartimos una misma verdad. Seguros de contar con la complicidad de los medios de difusión, saben que la única verdad propagada, legal y asumida será la suya mientras que la de los “legos” se asfixiará o a lo sumo circulará como rumor. Lo que realmente pretenden es que los porqueros ya no tengamos verdad propia y que debamos aceptar la suya como única posible. Si se lo permitimos, den por seguro que se hará realidad aquello de: “la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero”.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Akela y sus reconstrucciones

Compadezco a aquellos investigadores que sólo usan Internet de la forma en que antaño se consultaban enciclopedias y páginas amarillas: a tiro hecho y sin distracciones. A mi me encanta usar Internet como el que va a pescar, pues muchos de mis más provechosos “fichajes” se han producido de este modo. La modesta experiencia acumulada me obliga además a salir de pesca periódicamente, pues sabemos que los contenidos de la red se renuevan sin cesar. Así, junto a mi teclado descansa ahora mismo un feo folio garabateado con frases de búsqueda para el Google, anotadas para que no se me olviden, algunas novedosas y otras auténticos clásicos (“skull reconstruction”, “mechta afalou”, “El Argar demografía”, etc.). Unas veces arrojan sus mejores resultados en el buscador normal, otras en el de imágenes, y otras en el de noticias, pero en ningún caso son un objetivo en sí mismo. Pueden llevarme a información relacionada con mi búsqueda pero también sugerirme sorpresas que nunca considero “distracciones” sino verdaderas oportunidades. Así conocí a Akela, artista gráfico del que desgraciadamente no puedo dar más datos que su publicación por parte de la web shadowness.com. Para ver su trabajo:

Por orden de lectura: Neandertal, Ergaster, Flores y Dmanisi

Ante estos soberbios trabajos artístico/antropológicos, debemos dar doblemente las gracias. Gracias por un hiperrealismo fotográfico inédito y estremecedor. Pero gracias también por la dignidad devuelta a estos personajes reconstruidos. Al fin alguien se atreve a mostrar nuestros antepasados como lo que eran, plenamente humanos, más allá de un entrecejo saliente o una frente baja. Es cierto que dicha humanidad se hace más evidente en las reconstrucciones desde ergaster en adelante, y que yo personalmente no entiendo cómo rudolfensis o habilis, siendo también Homo/humanos, son para el artista tan similares a un chipancé, pero a caballo regalado no se le mira el diente. Para terminar, debemos subrayar el perfecto ajuste de tono en las pieles de estos individuos pleistocénicos, aplicado con una valentía que ya quisiera yo para mi blog.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Tarsis-Afroiberia. Parte 3. Jonás

La azarosa vida de Jonás lo aparta del modelo, biográfico o literario, representado por los demás profetas de Israel. Famoso por aquel gran pez que lo tragó y lo devolvió, en su historia también aparece una inmensa “calabacera” que Dios hizo crecer en una sola noche para dar sombra al profeta, lo cual ha sido interpretado por algunos críticos como una velada mención a las drogas. Ballenas y plantas mágicas aparte, YONAH significa “paloma” en hebreo, mientras que el nombre de su padre, Amitai, está sin duda relacionado con EMET, “verdad”. “Jonás hijo de Amitai” significa, echándole poca imaginación, “la paloma hija de la verdad”. Este aire alegórico y novelesco lo asimila a Tobías o Sansón, personajes tan populares y queridos como despreciados en su valor histórico. El Libro de Jonás menciona a Tarsis, y el cometido de esta entrada es determinar qué posibilidades hay de identificarla con Afroiberia. Que un personaje sea total o parcialmente legendario no impide que el contexto, la ambientación de sus aventuras, deba serlo también: ¿acaso no se estrenó recientemente una peli de marcianos perfectamente ambientadas en el Far West?

Fuera de su libro homónimo, el Antiguo Testamento sólo menciona a Jonás en el Libro Segundo de Reyes (2Re14:25), donde se nos especifica el contexto crono-espacial de nuestro profeta: Israel en tiempos de Jeroboam II (786-746aC). Bajo el reinado de Jeroboam II el Reino del Norte vivió probablemente su etapa más gloriosa, llegando a recuperar las fronteras septentrionales de David y Salomón. El imperio dominante en aquel momento era el Neoasirio, del cual sabemos que durante los s.VIII-VIIaC vivió su máximo esplendor, recibiendo tributo de naciones como Fenicia e Israel. Afortunadamente para Jeroboam II, y en gran parte causa de su estabilidad y poderío, su reinado coincidió con una fase de cierto repliegue asirio, aunque eso no eximiera a Israel de seguir tributando (y temiendo) al gigante oriental. Todos estos datos no sólo concuerdan con el ambiente reflejado en el Libro de Jonás, sino que explican gran parte de su temática.

Jonás 1:2: “Levántate y ve a Nínive, la gran ciudad, y proclama contra ella que la maldad de ellos ha subido ante mí”.
Nuestro relato comienza con Dios ordenando a Jonás, un israelita, nada menos que ponerse en camino a Nínive, una de las ciudades asirias más importantes a nivel religioso, para cantar las cuarenta a sus habitantes. Como veremos a continuación, justo después de la orden divina Jonás toma la decisión de desobedecerla, lo cual es muy comprensible. Consideremos que, además de ser suicida en lo personal, la misión era también muy comprometedora a nivel geoestratégico: ¿qué consecuencias podría tener para Israel la insolencia de su ciudadano? Esta doble tesitura es la que marca el drama de nuestro profeta, quien muestra miedo como hombre y prudencia como israelita, pero no pereza o irresponsabilidad religiosa como pudiera desprenderse de una lectura ligera o descontextualizada del texto.

Jonás 1:3. “Y Jonás procedió a levantarse y huir a Tarsis de delante de Jehová, y finalmente bajó a Jope y halló una nave que iba a Tarsis. Por tanto pagó su pasaje y bajó y entró en ella, para irse con ellos a Tarsis de delante de Jehová”
La aparición de Tarsis en la narración está más que justificada a nivel simbólico. Si se trata, como creemos, de la Tarsis afroibérica, supone el punto geográfico opuesto a Mesopotamia desde la perspectiva de un hebreo. Por lo general huyes en dirección contraria al motivo de tu miedo y, si encima piensas que Dios va a perseguirte para obligarte a cumplir tu tarea, escogerás el punto más alejado de los conocidos en esa dirección. Para el cananeo-israelita del s.VIIIaC, Tarshish-Afroiberia encarnaba el Extremo Occidente como ninguna otra región y, por tanto, el punto más alejado de Asiria que se pudiera concebir. Por si fuera poco, Jonás se embarca en el puerto de Jope (actualmente adscrito a Tel Aviv) lo cual indica que para llegar a Tarsis había que navegar el Mediterráneo. Este último aspecto es de la mayor importancia por cuanto viene a corroborar la ubicación que establecimos para Tarsis como descendiente del jafetita Javán, y de nuevo disipa dudas sobre espejismos tersitas en India o Somalia. Finalmente, las fechas también juegan a favor de nuestra tesis, por cuanto el s.VIIIaC supuso el establecimiento sistemático y a gran escala de cananeos en nuestras costas, lo cual provocaría sin duda un considerable eco entre los vecinos de los fenicios, hebreos incluidos.

A estas alturas, nuestro argumento choca con las tesis desmitificadoras, cuya defensa es principalmente cronológica. Según ellos, el Libro de Jonás fue probablemente escrito entre el s.V y el s.IVaC., varios siglos después de la supuesta vida del profeta, y por tanto ni siquiera lo realista o cotidiano puede tener valor histórico en su biografía. Es preciso entonces preguntarles a qué se refieren por “escrito”: ¿una invención o la compilación definitiva de algo anterior? Existen datos en el documento que impiden defender la primera opción o que en cualquier caso demuestran que los autores de Jonás pretendían ser históricamente precisos y veraces. Por ejemplo, la sola mención a Nínive aporta una información cronológica de primer orden: su elección como paradigma de ciudad asiria, su denominación de “ciudad grande”, su extensión “con distancia de tres días de recorrido” y su población de “más de 120.000 hombres”, nos hacen presuponer que se trata de la época en que la ciudad llegó a ser capital del Imperio Asirio. Afortunadamente, existe unanimidad en las fechas límite de dicha fase, comenzando con la orden de Senaquerib (ca. 700aC) para que la capital se trasladase a Nínive y terminando hacia 633aC., fecha del primero de una serie de ataques de los medos sobre la ciudad, que desembocan en el definitivo de 612aC., cuando Nínive fue desolada hasta los cimientos. Es evidente la anterioridad de Jeroboam (y Jonás) respecto a esta fase “Nínive-Capital”, casi un siglo, pero es importante señalar que la ciudad asiria no tuvo que esperar la capitalidad para ser una ciudad importante desde mucho antes. De hecho, podría ser considerada la capital religiosa asiria, y esto bastaría para justificar que los hebreos la escogiesen para sus megalomanías conversoras. En todo caso, este tipo de argumentos me parece innecesario: queda totalmente demostrado que, aunque la compilación canónica llamada “Libro de Jonás” pueda ser del s.IVa.C., escoge una ciudad que sólo tuvo renombre entre los s.VIII-VIIa.C. Otra pista cronológica la obtenemos por la mención al puerto de Jope, la cual ha sido siempre erróneamente utilizada como prueba de la imprecisión del Libro de Jonás. Los desmitificadores de profesión nos dirán que dicho puerto no pertenecía a los fenicios ni a los israelitas, y que por tanto se trata de una elección caprichosa para partir hacia Tarsis. Sin embargo, durante el dominio persa que siguió a los asirios, los fenicios de Tiro tuvieron el puerto de Jope bajo su tutela. Pensemos ahora en un hebreo que quiere embarcar hacia Tarsis y que tiene, tan cerca de su casa como lo está hoy Tel Aviv, un puerto tan tirio como el de Gadir. Esta Jope estaba además incrustada en el imaginario bíblico desde muy atrás: adjudicada originalmente a la tribu de Dan (Jos 19:46), en sus muelles descargaron nada menos que los cedros del Líbano con los que construyeron el Templo de Salomón (2Cr 2:15). Existe de nuevo un claro desfase temporal, pues la ocupación persa (y por tanto la administración tiria del puerto) no tuvo lugar hasta finales del s.VIIaC. Ambas menciones, Nínive y Jope, parecen demostrar que los redactores definitivos de Jonás se basaron en elementos históricamente ciertos y anteriores al año 600aC. En ese lote hemos de incluir sin duda a Tarsis.

Recapitulemos entonces las conclusiones de este artículo. Jonás es un libro que compagina las fantásticas peripecias del protagonista con un trasfondo de gran historicidad. Dicha ambientación histórica no es tanto del s.VIIIa.C (época del profeta) sino más bien del s.VIIa.C, pero nunca del s.IVaC., fecha en que se adjudica su redacción. La Tarsis mencionada en el texto es muy probablemente la Tarsis afroibérica en base a los siguientes motivos: 1. Simbólicamente supone las “antípodas” a Nínive, y por tanto el destino de huída perfecto. 2. Para llegar a ella hay que navegar el Mediterráneo, y además hay que embarcarse en un puerto dependiente de Tiro, metrópoli de Gadir y demás colonias afroibéricas. 3. Entre los s.VIII-VIIa.C. los contactos entre cananeos y afroibéricos adquieren un grado de consolidación y masificación tales que sin duda dejaron una profunda marca en la cultura proximo-oriental, no sólo fenicia. El impacto que las riquezas y lejanía de Tarshish produjo entre los hebreos quedará reflejado en la producción bíblica de esos siglos, como tendremos ocasión de comprobar. Por todo lo anterior, el Libro de Jonás apoya sólidamente la identificación Tarsis-Afroiberia.


Jonás según los paleocristianos (nótese la morenura de los personajes)