miércoles, 19 de noviembre de 2008

Complejos identitarios 2. Un Anibal negro en el cine

Mucha gente cree, yo al menos lo hacía, que se necesitan tener vastos conocimientos para poder hacer una crítica a la Historiografía vigente, pero el caso que protagonizará esta entrada va a demostrar que a veces no es así. Basta con saber un poco del mundo del cine y cualquiera podrá gestar sus propias conclusiones a partir del ejemplo que voy a facilitar. Se trata de la polémica que hace pocos años levantó el proyecto de una película sobre Aníbal. El revuelo se debía a que habían seleccionado al actor Denzel Washington para el papel del general cartaginés. Los medios de comunicación estadounidenses se volcaron en debatir si un afroamericano como Washington era una alternativa seria para representar a un fenicio africano. De repente, todos eran expertos en historia y en antropología de las poblaciones semitas y norteafricanas, y por supuesto hubo historiadores y arqueólogos que se prestaron a sumar su opinión en telediarios y debates. La mayoría encontraba la elección una burla y toda una traición al rigor “científico”, y se propuso a otro actor, Van Diesel (multirracial con sangre afroamericana e italiana entre otras) como alternativa, mientras que otros pedían que el papel fuera interpretado, apelando al rigor histórico, por un actor norteafricano o libanés. Se llegó a decir que la película no era sino fruto de una maniobra política para satisfacer al poderoso mercado/lobby afroamericano, y el proyecto fue finalmente pospuesto hasta ser suspendido.

 

Argumentos cinematográficos

 

Denzel Washington es un consagrado coloso de la pantalla, con dos Oscars (de cinco nominaciones), dos Globos de Oro (de siete nominaciones) y un Oso de Oro de la Berlinale, entre otros premios, y con una extensa carrera en la que ha interpretado absolutamente todo tipo de papeles. Sólo por eso, ni deberíamos cuestionarnos la idoneidad de este actor por simples motivos profesionales, en un arte que como tal no ha de ser esclavo de rigorismos historicistas. Dicho en otras palabras, la piel de D. Washington no debería ser obstáculo en un casting. Si el problema no es de índole profesional o artística, ¿qué otra cosa es sino racismo encubierto o al menos subconsciente? Bien, puede que persistamos en que no, que se trata simplemente de exigir cierto rigor a nuestras películas de época. Aunque el cine es ficción, tampoco se puede negar que cuando se pretende “histórico” toma, lo quiera o no, un matiz formativo. Cuando de chavales dimos nuestro primer año de latín las caras que les poníamos a todo ese nuevo mundo provenían de la serie Yo Claudio y de las películas de género “peplum”, mientras que supongo que las nuevas generaciones utilizarán el imaginario de Gladiator y similares. Son por tanto comprensibles esos foros web donde se le sacan los colores a las incorrecciones históricas de ciertas películas.

 

Pero esto es sólo cierto o justificado cuando de armaduras o templos se trata, no de las fisionomías. Al menos no hemos tenido muchos escrúpulos al respecto durante toda la historia del cine, cuando Yul Brynner (ruso+suizo+mongol) interpretaba lo mismo un faraón egipcio que un rey tailandés o que un guerrero maya, o, más estrambótico aún, cuando le tocó a John Wayne dar vida a Gengis Khan en la pantalla. ¡Hasta Paul Newman hizo de apache y Katharine Hepburn de china! La lista es demasiado larga y bochornosa como para citar siquiera la mitad. Muchos pueden sentirse tentados a replicar que no son sino ejemplos de una época pasada, y racista, de Hollywood… ¿Cómo justificar entonces que hace poco Rusell Crowe (neozelandés+noruego+maorí) encarnara el papel de un hispano de Mérida en Gladiator, que el irlandés Colin Farrell interpretara al macedonio Alejandro, o que el WASP Brad Pitt hiciera del griego Aquiles en Troya? Claro que después de ver a Keanu Reeves en el papel de Buda o a Nicolas Cage en el de Fu-Man-Chú… Parece ser que el tipo caucásico sí puede ser utilizado para interpretar cualquier personaje sin importar su nacionalidad, preferentemente cuando éste es heroico o de trascendencia religiosa y política. Esto último introduce un tema, el de los villanos morenos en el cine, que sin duda daría para una entrada aparte. Pero a este respecto tenemos un caso muy pertinente, el de Dwayne Jonson, más conocido como The Rock, que encarnó el papel de faraón malo (Rey Escorpión) en las recientes versiones y secuelas de La Momia. Como era el villano, no importó que el papel lo interpretara un mestizo de samoano y afro-canadiense, con una apariencia bastante negroide. Sin embargo, cuando se trata de Aníbal, el mejor estratega tras Alejandro Magno y el que puso en jaque a Roma, saltan todas las alarmas eurocentristas si se insinúa que alguien moreno, no digamos negro, va a interpretarlo. Pero se supone que en ambos casos se quiere representar a un habitante del Norte de África antigua… Como esperanzadora anécdota hay que mencionar la serie producida por la BBC en 2006 (Hannibal: Rome’s Worst Nightmare) en la que el papel de Aníbal lo interpreta Alexander Siddig, hijo de sudanés (entiéndase sudanés muy arabizado) e inglesa. Ya se que una golondrina no hace verano, pero ya es algo para los que somos optimistas.

 

Argumentos paleo-antropológicos

 

Una vez establecido que no hay motivos artísticos ni estrictamente cinematográficos para impedir que Denzel Washington interpretara a Aníbal, y que además bordara el personaje, podemos investigar con total relajación qué posibilidades existen de que Aníbal tuviera en verdad aspecto de Denzel Washington. Mi respuesta es que sin ser lo más probable, sí podemos sorprendernos con lo posible que puede llegar a ser. Este asunto, el de la antropología física de los norteafricanos históricos y prehistóricos sí que excede esta entrada de blog, pues será tratada a lo largo de todo mi proyecto. Aquí sólo lo rozaremos.

 

Lo que tenemos que hacer en primer lugar es quitarnos prejuicios antropológicos de la cabeza y afrontar qué elementos estamos comparando. Y la identificación la establecemos entre un libanés-tunecino y un, pongamos, nigeriano, pues así es como concebimos mentalmente los estándares de “moro” y “negro” respectivamente. Desde el momento en que socialmente todos distinguimos un moro de un negro nos resistiremos a que sean confundidos. Pero lo que aquí se compara es a un afro-estadounidense actual con un cartaginés del s.IIIaC., que es muy distinto. En primer lugar, los afroamericanos no son como los subsaharianos actuales porque han sufrido muchos aportes de sangre a lo largo de su historia, principalmente amerindia, europea y latinoamericana. Si Denzel Washington no es adecuado para encarnar a Aníbal tampoco lo sería para el papel de Shaka Zulú: entre un entorno de subsaharianos bantúes, los afroamericanos se ven francamente amarillentos y de rasgos más mediterráneos. Que le pregunten a Will Smith cuando viajó a la Madre África para interpretar a Muhammad Alí, o a Langston Hughes cuando fue allí tomado por marroquí. O mejor, que cualquiera salga a pasear por su gran ciudad más cercana y se detenga a observar las diferencias entre el vendedor callejero senegalés y la “negra” cubana que le compra un paraguas.

 

El otro asunto, como dije mucho más vasto, es el de la negritud de los norteafricanos antiguos. Si de algo sirven los años que llevo dándole vueltas al tema, diré que existen dos vectores tan ciertos como fundamentales. El primero es que en el Norte de África siempre han habitado muchos “negros”. El segundo es que desde la islamización se ha producido una intensa selección sexual en un sentido antagónico al del aspecto de “negro”. Desde hace mucho se ha querido oponer un África Blanca a un África Negra, pero lo cierto es que más bien habría que traducirlo por un “África Blanca y Negra” frente a un “África exclusivamente Negra”. O mejor no emplear ese par de opuestos nunca más pues es algo totalmente artificial y dañino. Tanto si tomamos las representaciones rupestres saharianas como si nos acogemos a los cráneos prehistóricos y protohistóricos, como si preferimos las fuentes clásicas, sabemos que el Norte de África, de Egipto a las Canarias y del Sahel al Mediterráneo, era una población mixta de elementos negroides y mediterráneos. Cuando digo mixta me refiero a que había etnias más negras, otras más blancas y la mayoría amulatadas. En lo estrictamente textual, sea grecolatino o bíblico, hemos además de considerar que los antiguos empleaban un término bastante ambiguo, “etíope” y “kushita” respectivamente, pues acogía a tipos antropológicos que iban de un zaireño a un mauritano o a un yemení. Esto es muy importante porque certifica un tipo de “negro” antiguo que tiene determinadas concomitancias con los mediterráneos, sin que esto suponga procedencia o mestizaje respecto a estos (si acaso serían sus ancestros): etíopes y somalíes, mauritanos, peúles, etc. Y esto implica que las posibilidades antropológicas de que fuera cierto, que estuvieran presentes en el Norte de África, son mucho mayores que si nos restringiéramos a un tipo de “negro propiamente dicho” (así lo llaman en los manuales) como fueran los congoleños o los senegaleses, que también existirían pero en un grado bastante menor. Finalmente es de suma importancia el otro vector de nuestro argumento, a saber, que desde el s.VIII se ha producido una fuerte selección sexual en la dirección de adoptar rasgos afines a los árabes. Desde que son musulmanes y hasta la colonización, en el Norte de África tener pinta de árabe era sinónimo de ascenso social, de belleza, de nobleza, etc. Es lógico pensar que los elementos “raciales” norteafricanos de tipo mediterráneo eran mucho más útiles para fabricar este aspecto “árabe” que los del sustrato negroide, y eso supondría un emblanquecimiento de la población por motivos de selección sexual. Lo que viene después, sea la ocupación turca o las colonias europeas han llevado este canon emblanquecido mucho más allá de la orientalidad morena del árabe, hasta el punto de que los independentistas bereberes de las costas septentrionales, arabófobos crónicos, han adoptado directamente un modelo “racial” centroeuropeo, alentados por lo demás por cierto mito antropológico sobre bereberes rubios de ojos azules.

 

Estoy seguro de que muchos no pueden esperar para interpelarme el que parece ser un magnífico contra-argumento: “Aníbal no era norteafricano sino fenicio instalado colonialmente en el Norte de África”. ¿Y? más allá de tendenciosas etiquetas, ¿qué era realmente un fenicio?, ¿qué hacían estos fenicios una vez se instalaban en una colonia? Lo primero que habría que hacer es relativizar los términos “fenicio” y “colonia”, y substituirlos por los de “cananeo” y “emporio”. Los cananeos bíblicos, y no hay otros cananeos, eran casualmente hermanos raciales de los cushitas-etíopes antes mencionados, si hemos de fiarnos del capítulo X de Génesis. El fenicio, que no es más que un tipo de cananeo, era para los griegos un exiliado del Sur del Mar Rojo. Hablo del dato histórico, no de las interpretaciones, porque hoy todos estos textos están matizados o muy desprestigiados. Se dice que la adscripción bíblica de Canaan al mundo africano camita se debe sólo a la fuerte presencia política de los egipcios en esa región. Se dice que los griegos que pusieron en el Mar Rojo la cuna de los fenicios fantaseaban. Se dice que les decían “rojos” no por el color de su piel sino por el color de sus tejidos. Se dice que cuando los talmudistas hebreos llaman negro a Canaan demuestran una total ignorancia sobre su propia historia. Yo no tengo fe ni ganas de defender unos cananeos parecidos a nuestros actuales subsaharianos. Ni siquiera creo que tuvieran aspecto de afroamericanos. Pero me indigna y me repugna la actitud que hoy impera, consistente en el siguiente trileo:

 

-          1. Se dice que el fenicio no es camita sino semita. El argumento es puramente lingüístico, lo cual nos obligaría a hacer del peruano y del senegalés hermanos en la “raza latina” y, por tanto, indoeuropeos de pura cepa.

-          2. Una vez hecho semita, se lo equipara con los hebreos.

-          3. Una vez “judaizados” se los equipara con la variedad más blanca y europea de hebreo que hoy tengamos a disposición, el judío askenazí, que no es sino un eslavo o un germano convertidos al judaísmo en época bizantina (kázaros). Ya tenemos totalmente blanqueado al fenicio de nuestro imaginario.

 

Por si fuera poco, Aníbal no era estrictamente un fenicio sino el producto de los emporios fenicios asentados en el Mediterráneo, así que para determinar su aspecto habría primero que analizar la actitud de los fenicios con respecto a los aborígenes que habitaban en los alrededores de sus emporios. Pareceré pesado, pero tengo que volver a repetir que este es un asunto que será tratado con mayor profundidad en sus artículos correspondientes. Lo único que ahora debemos saber es que no existe fórmula material o genética que permita a una ciudad pequeña como Tiro surtir de habitantes a todo el abanico de “colonias” que diseminó por el mundo. El mestizaje con los locales fue una obligación. Para aquellos que les cueste reconocerlo, vamos a demostrarlo precisamente desde el lado contrario al tema que ahora tratamos. Hablamos de la “raza” de Aníbal y aquí va un bomba informativa de las buenas: si nos ponemos tontos a Aníbal debería interpretarlo Javier Bardem o cualquier otro español racial. ¿Por qué? Porque ya Almircar Barca, padre de Aníbal, era según dicen hijo de un cartaginés y una ibera o cananeo-ibérica. Luego, casó con otra ibera, Didobal, con la que tuvo a Aníbal, quien a su vez casó con la ibérica Himilce… ¡Aníbal era tres cuartas partes ibérico en su sangre! Estos son los datos que nos trasmiten los clásicos, y luego que vengan los de los despachos con su rebaja y cuestionamiento. Pero este argumento, que sin duda hará las delicias de los que hasta ahora me han leído rasgándose las vestiduras, es un argumento aplicable en todas las direcciones. Como tal, testimonia la actitud de los cananeos en relación con el mestizaje en sus emporios, sea con blancos, con negros o con amarillos. Prueba que se mestizaban mucho, y no es el único dato en esta dirección: en las inscripciones de tumbas y monumentos cartagineses aparecen mezclados patronímicos y gentilicios bereberes con otros semitas, griegos, o hispanos, ojo, dentro del mismo nombre de persona. ¿Pudo ser que el linaje de los Barca, y el pueblo cartaginés en general desde el más humilde al más noble, se mestizara con esos negros norteafricanos de la misma manera que sabemos lo hizo con los iberos cuando estratégicamente fue lo más provechoso? Sería estúpido responder que no. Y si es así, ¿no cabe una posibilidad, aunque no sea la más probable, de que Aníbal heredara ciertos rasgos negroides que le acercaran al aspecto de un Denzel Washington? De lo que no debe caber duda es de que Aníbal tuvo más rasgos negroides que John Wayne rasgos mongoles o Brad Pitt pintas de griego. Pensar diferente es ciertamente prueba de un racismo mal digerido y peor disimulado.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Afroiberia geográfica 2. Continentalidad y africanidad de la Península

Hoy vamos a hacer lo que yo llamo “laboratorio casero”. Se trata de sencillos y asequibles ejercicios que ayudan mucho a comprender nuestro pasado e identidad, y que a menudo nos demuestran cómo determinadas teorías se construyen directamente sobre humo. Tras prestigiosas firmas y ampulosas terminologías nos venden posturas que no resisten realmente el más mínimo experimento, aunque sea tan ramplón como los que ahora propongo. Aunque quizás en eso consiste la ciencia, en ramplonerías innegables.

 

Continentalidad

Este ejercicio va a consistir en delimitar aquellas zonas del mapa que disten menos de 300km de algún mar u océano. Además, vamos a identificar con colores el mar/océano respecto al que tomamos la distancia y, como existen zonas que están próximas a dos mares simultáneamente, surgirán tonos de mezcla. Desde que tenemos Google Earth y programas para editar imágenes, hacer estos mapas está al alcance de cualquiera, y sólo es cuestión de interés y tesón. Por eso invito a cualquier suspicaz a que lo realice por su cuenta. Para aquellos que se fían, veamos mi resultado:

Rojo: Mar Mediterráneo; Azul: Océano Atlántico; Marrón: Mar Negro; Amarillo: Mar Rojo; Verde: Mar Caspio; Gris: Golfo Pérsico. Blanco: zonas eminentemente continentales.

 

Dos son las conclusiones que destacan a simple vista:

 -          De un lado, vemos que la Península Ibérica es la única, de entre todas las islas y penínsulas mediterráneas, atlánticas, pónticas, eritreas, etc., que muestra una mancha blanca, una región alejada de cualquier mar en más de 300km. Además, se trata de una zona aislada de las grandes blancuras correspondientes a la continentalidad europea o africana, una auténtica isla de continentalidad. Esta es una de las razones por las que en la parte 1 de esta serie geográfica dije que Iberia es algo así como el Subcontinente indio.

-          Por otro, aparecen unas zonas yuxtapuestas representadas por el morado atlanto-mediterráneo, el burdeos póntico-mediterráneo, el naranja eritreo-mediterráno, o la pequeña franja kaki entre los mares Negro y Caspio. De todas ellas, la atlanto-mediterránea es la única que se presenta en tres puntos geográficos distintos, aunque estos sean vecinos: alrededores del Rif africano, Sur de Iberia y un área compartida entre el Norte ibérico y el Sur francés. 

Repito que los datos objetivos y experimentales, la parte “científica”, son esos 300km que mido. El resto es interpretación. Mi hipótesis es que 300km son un buen estándar para estimar el grado de influencia de un pueblo respecto a su litoral más cercano, dando por supuesto que las costas son lugares idóneos para la comunicación. Así, las manchas blancas del mapa corresponden a zonas “duras”, de resistencia o inmunidad ante los préstamos y mestizajes. Todo lo contrario, las zonas coloreadas por dos tonos están doblemente sometidas a influencias externas, siendo lugares propicios y predispuestos a la mezcla y el encuentro. En la Península Ibérica se dan ambas tendencias, siendo sin duda la unidad geográfica con más tensión cromática de todo el mapa. No sólo tiene una mancha blanca de la que carecen Italia, Grecia o Turquía, sino que es además una de las unidades geográficas con mayor cantidad de superficie tintada por un color yuxtapuesto (morado en este caso), y encima con la peculiaridad de que éste se ve dividido en dos bloques por ese centro continental blanco. Podemos luego criticar si la continentalidad la marcarían mejor 200 o 400km de distancia a la costa, o si es pueril tomar distancias lineales como hago (sin tener en cuenta barreras naturales), pero nadie puede negar que estos datos de los que hablo no los impongo desde mi subjetividad sino desde lo que una simple regla me marca en el mapa. Y lo que dicen el mapa y los 300km es que la Península Ibérica es muy especial en su contexto geográfico. Tenemos otras zonas influenciadas simultáneamente por dos mares, y llama la atención ver que coinciden con zonas tan estratégicas y de tanto peso histórico como el Bósforo o el Delta del Nilo. Pero aún dentro de estas regiones privilegiadas por sus influencias y comunicabilidad, Iberia presenta la peculiaridad de ser también continental (y al estar aislada, mejor hablar de ibero-continentalidad), así como de tener su parte atlanto-mediterránea dividida en una región sur y luego, sin contacto directo, otra al norte. De hecho, más de la mitad de la superficie mundial influenciada por el Atlántico y el Mediterráneo a la vez queda dentro de Iberia.

 

Africanidad

Este segundo mapa emplea el mismo método del anterior, sólo que ahora se colorean zonas a menos de 300km de África (rojo) o de Europa continental (azul), entendiéndose por tal aquella que no cuenta ni con las penínsulas ni con las islas mediterráneas. Lo mismo podría aplicarse a Gran Bretaña o la Península Escandinava, pero no son objeto de nuestro estudio. Como en el caso de las influencias marítimas y la continentalidad, la Península Ibérica destaca sobre el resto de zonas afines. Por ejemplo, es la única península que simultáneamente muestra tonos azules-europeos y rojos-africanos, de hecho es la única península mediterránea con zona roja-africana. En cuanto a las islas, sólo Mallorca muestra las tres tonalidades rojo-blanco-azul de Iberia. Por otra parte es llamativo que aún siendo la única península que tiene que dividir su territorio entre los tres tonos, muestre a la vez más superficie blanca (ni africanizada ni europeizada) que Italia o Grecia peninsulares. Finalmente, si superponemos el primer mapa y éste, aparecen bastantes coincidencias entre la zona afro-europea y la atlanto-mediterránea del sur de la Península. Esto es de capital importancia porque ambas manchas (esta roja y aquella morada) coinciden en general con nuestra Afroiberia.

 

Conclusión

Si traducimos esos “300km” (dato) por “zonas de fuerte influencia” (interpretación del dato), ambos mapas arrojan muchas claves y complementan mucho de lo que ya se defendió en la anterior entrada de de la serie Afroiberia geográfica. Como entonces, vuelvo a decir que aún no podemos echar las campanas al vuelo, que la delimitación geográfica de Afroiberia necesita aún de bastantes retoques y precisiones, pero también ahora hay que defender que con lo poco que ya sabemos no hay sino razones para afirmar la realidad afroibérica. Siempre, repito, que aceptemos que la proximidad en kilómetros ayuda al intercambio de influencias (genéticas, culturales, comerciales, etc.), lo cual parece bastante lógico como premisa de partida. Tampoco debería ser despreciable el hecho de que Troya, Alejandría o Jerusalén estén ubicadas en zonas de colores yuxtapuestos como también lo está Afroiberia. Es muy difícil seguir postergando nuestra tierra a una posición menos que segundona dentro del denominado Mundo Antiguo cuando vemos claramente que supera a cualquier otra zona en cantidad y variedad de influencias regionales, y que además cuenta con una personalidad propia (zonas blancas en ambos mapas) que le permite procesar lo absorbido con una libertad que no se pueden permitir otras penínsulas e islas. Es imposible no compararla con las otras grandes penínsulas mediterráneas, la griega y la italiana. En ambos casos sólo son mediterráneas en lo marítimo, ninguna cuenta con componente africano y además muestran más superficie europeizada que blanca o aborigen. Para colmo, ninguna de las dos puede permitirse un núcleo continental.

Por eso mi interpretación desemboca en la firme creencia de que nuestra Península ha sido un nodo comunicativo y cultural de primer orden, desde la Prehistoria y a nivel planetario. Sin embargo, comprendo que esta afirmación suene exagerada o incluso chovinista para los desacostumbrados. Principalmente pienso en dos argumentos que se me puedan alegar en contra. De una parte, que en Afroiberia no han aparecido ni las pirámides egipcias ni el Partenón, así que es muy difícil defender que fuera tal encrucijada de primer orden. Porque, piensan, si esta región era tan importante por fuerza hubo de desembocar en estados imperiales al modo de los del Mediterráneo oriental. Pero Gibraltar pudo ser encrucijada y mercado internacional y a la vez serlo de pueblos con otra escala tecnológica y cultural distinta a la de los orientales. No es lo mismo comunicar mauritanos e irlandeses, que griegos y egipcios, y personalmente no soy de los que arden en deseos de invertir la cosa hacia un “Ex occidente lux”. Pero sí es necesario que salgamos de cierto presentismo, eurocentrismo y consumismo que nos lleva hoy a creer que toda sociedad que prospere debe desembocar en estado-imperio-colonialismo. Pienso que nuestra Península vivió su condición de cruce de caminos con un loable grado de sostenibilidad, y que, como he dicho, los vecinos conectados provenían a su vez de un sustrato cultural más sostenible que la locura esclavista y belicosa de los orientales. Así, es necesario comprender que los fenicios no encontraron en Afroiberia un territorio virgen sino un mercado internacional; quizás un mercado “tosco” para los “toscos” guineanos, portugueses y normandos, pero sin duda óptimo en su funcionalidad. Tan sólo se trata de aceptar que los grupos humanos pre-estatales están capacitados para intercomunicarse aunque se ubiquen a miles de kilómetros de distancia.

El otro argumento con el que objetarme es el de que actualmente no presentamos dichas trazas e influencias, aunque principalmente criticarán la influencia africana. Bien, dice el refrán que casa con dos puertas es difícil de guardar. Gibraltar tiene cuatro, por lo no ha podido presumir de cierre presurizado hasta que la humanidad se lo ha podido permitir. Quiero decir que el trabajo lo hace Iberia para sellar la vía africana, pues esta se desbordará sin esfuerzo al menor descuido de aquella (como hoy con las pateras). Hasta que en España y Portugal no hubo unos regímenes políticos similares a nuestros estados modernos, acompañados de una tecnología bélica basada en cosas tan actuales como las armas de fuego, Gibraltar no ha podido cerrarse a África tal y como hoy lo conocemos. Yo no tendría que dedicar este blog a demostrar que antes de los Reyes Católicos el africanismo en nuestra Península fue algo tan común como los olivares. Y no lo tendría que hacer porque, para empezar, de lo que no hay modo es de demostrar lo contrario, es decir, que antes fuera posible el cierre mediante coerciones militares y políticas. Yo no tendría que demostrar una falla en la frontera si no es posible demostrar la existencia de tal frontera hasta el sXV. Pero la inercia eurocentrista es muy fuerte, y reconozco que incluso yo, tras una década consagrado a esta quijotada, a veces dudo y me pregunto si no estaré exagerando un poco. Cuánto más no debe ocurrirle a un lector desacostumbrado o incluso reacio. Por eso pido paciencia e ir asimilando las cosas muy gradualmente, pues en próximas entradas de esta serie geográfica iremos corroborando aún más nuestra postura.