domingo, 13 de noviembre de 2011

Mito camita, timo hamita

Durante siglos se ha esclavizado a los negros bajo el pretexto de una supuesta maldición lanzada sobre Cam, el hijo más africano y oscuro de Noé. Más aún, se ha dicho que la propia negritud era una señal divina de bajeza y penitencia, su marca de criatura expresamente venida al mundo para servir. Los orígenes de este mito, sus flaquezas y paradojas, así como su evolución hasta hoy son sumamente interesantes, pues implican uno de los casos de propaganda racista mejor coordinados y de mayor alcance. Dado que en la entrada anterior nos familiarizamos con la Tabla de las Naciones (Gen. X), he pensado que sería un buen momento para publicar sobre los camitas y sus vicisitudes historiográficas. Ni qué decir tiene que la “Maldición de Cam” no es sino una centésima parte de lo que se podría escribir sobre Cam y cada uno de sus hijos. Es más, aunque nos ciñamos a la maldición camita, se nos abrirán caminos hacia el origen y modalidades de la esclavitud, del racismo, de la religión y de la economía que por ahora no nos podemos permitir profundizar. Por todo lo anterior, esta entrada es sólo una introducción enfocada al efecto que dicho mito ha tenido entre las poblaciones de color sometidas por el colonialismo, principalmente los africanos y afrodescendientes. Quiero dedicar el artículo a nuestro compañero Ernesto pues el tema surgió a partir de nuestras conversaciones, pero sobre todo por la vidilla que ha traído al blog.

Africanidad y negritud de Cam

Como vimos en el artículo inmediatamente anterior, los hebreos tenían un concepto etnográfico de sus vecinos que dejaron plasmado en la llamada Tabla de las Naciones. Que debamos o no considerar negra a la descendencia de Cam es un debate conocido y espinoso. Así, para los hebreos no todos los camitas eran africanos, cierto, pero todos los pueblos africanos sí eran camitas. Del mismo modo, no todos los camitas serían igual de oscuros de piel, pero todos los pueblos incuestionablemente negros (asiáticos y africanos) que conocieron los hebreos fueron catalogados por ellos como camitas. Esta confluencia, esta insistencia que tiene lo africano y negro por rondar la casta de Cam ha llevado a muchos, creo que con mucha razón, a identificar lo uno con lo otro. Para los hebreos, los camitas eran sus vecinos del sur africano y parcialmente asiático, de piel oscura y mayoritariamente negra, a menudo creadores de las primeras civilizaciones del mundo conocido. Cuando Israel insulta a Cam, y no faltan ocasiones, lo tacha de vicioso, idólatra, cruel o decadente, pero jamás lo trata de incapaz, de brutal o de inculto. La antigüedad, magnificencia y sofisticación camitas están fuera de toda duda en la Biblia. Si volvemos nuestra atención hacia el mundo grecolatino, encontramos el mismo respeto hacia los etíopes ilustres y longevos, hacia la perfección moral y física de Memnón, hacia el egipcio Danao o hacia el fenicio Cadmo.

Existen además dos argumentos de tipo lingüístico para apoyar la negritud de Ham. En primer lugar JaM (radical Jet-Mem) significa en hebreo “caliente, cálido, ardiente, candente, tórrido, caluroso, ígneo, fogoso”. De ahí, suele pasar, derivan palabras hebreas tan dispares como las que se refieren a “fiebre”, “pasión”, “infusión”, “ira”, etc. Podríamos ensayar desde aquí una argumentación directa, es decir, deducir que el hamita sería alguien sometido al caliente y abrasador JaM (no por casualidad JaMah es nombre hebreo para el Sol, tan usado como SheMeSh). Eso nos daría un camita “abrasado”, “tostado”, “sometido a los efectos de la insolación más implacable”, que es lo mismo que hicieron los griegos con sus etíopes o “aizi-opes”, “caras quemadas”. Otra opción supone tomar una perspectiva más compleja, para lo cual necesitamos recurrir al segundo argumento lingüístico. Los antiguos egipcios llamaban Kemet o Khemet (Jemet) a su país y todos los especialistas, de cualquier ideología, se rinden a la evidencia de que significa “la negra”. Que sea “la tierra negra” o la “tierra de la gente negra” o “la tierra de las arcillas negras” o “las enaguas negras de la faraona” nos trae ahora sin cuidado. Lo que ahora importa es que Kemet es la forma singular femenina (con “-t” final  en egipcio, bereber o hebreo) del adjetivo “negro”, y que por tanto la raíz egipcia para “negro” es KM o JM (KhM). No en vano JaM, así, en genérico, es el modo que tenían los hebreos para referirse a Egipto, mientras que para hablar de otros hamitas había que concretar más. No creo que haya dudas de que los hebreos tomaron esta designación de la que usaban para sí mimos los egipcios, pero desconozco por qué no se incluyó en el lote su significado de “negro”. Con todo, quizás el “jam” egipcio no pudo desbancar al “shajor” hebreo para designar a lo negro, pero es innegable que sí se produjo cierto trasvase semántico. Rebuscando en mi maravilloso diccionario de Judit Targarona doy nada menos que con JUM, “castaño, pardo, marrón”. Algo más apartado de lo cromático pero igualmente interesante es JeMeT, “pellejo, odre, bota”, tanto porque pueda estar relacionada con una raíz que denote “piel” como por el color oscuro y rojizo que suelen tener esos objetos. Volviendo a lo cromático, también deberíamos tener en cuenta JeMaR, “asfalto, betún, brea” y JoMeR, “barro, arcilla, greda, limo, lodo, argamasa”. Al español le sonará forzado, pero para los hebreos no era extraordinario ligar la tierra, las pieles humanas y los colores, como vemos en la relación existente entre Adam (primer hombre), Adamah (tierra, arcilla) y edom/admoní (rojizo, de color ladrillo).

Finalmente, la proximidad geográfica entre Cam e Israel es esencial para demostrar la negritud camita. Si, por ejemplo, encontramos un manuscrito teutón que habla de los “moros negros”, nuestros amados académicos se apresurarán a dudar de lo que un alemán medieval podía considerar “negro”. Nos dirán que en un mundo totalmente aislado, emblanquecido, enrrubiascado y ojiazulado, “negro” podía ser alguien simplemente con pelo y ojos oscuros. Por el contrario, los hebreos bíblicos ya eran de por sí bien morunos, vivían en la encrucijada Euro-Afro-Asiática, y habían pasado la mitad de su historia emigrados en Egipto. Si los hebreos decían que los camitas eran negros, ni hablaban de oídas ni hacían metáforas cromáticas. La imagen que el hebreo tiene del camita como negro afroasiático muy civilizado es por tanto la prístina y ancestral. Con el tiempo, esta concepción, que es la arqueológica, etimológica y antropológicamente más sensata, dará paso a otras, fruto de la manipulación y el despecho. Veamos cuáles han sido, qué argumentos han empleado y, sobre todo, qué circunstancias las han propiciado.

El primer timo camita

Leamos Génesis 9:18-29:
18 Y los hijos de Noé que salieron del arca fueron Sem, Cam y Jafet; y Cam es el padre de Canaán. 19 Estos tres son los hijos de Noé, y de ellos fue llena toda la tierra.
20 Después comenzó Noé a labrar la tierra, y plantó una viña; 21 y bebió del vino, y se embriagó, y estaba descubierto en medio de su tienda. 22 Y Cam, padre de Canaán, vio la desnudez de su padre, y lo dijo a sus dos hermanos que estaban afuera. 23 Entonces Sem y Jafet tomaron la ropa, y la pusieron sobre sus propios hombros, y andando hacia atrás, cubrieron la desnudez de su padre, teniendo vueltos sus rostros, y así no vieron la desnudez de su padre.
24 Y despertó Noé de su embriaguez, y supo lo que le había hecho su hijo más joven, 25 y dijo: Maldito sea Canaán; Siervo de siervos será a sus hermanos.
26 Dijo más: Bendito por Jehová mi Dios sea Sem, Y sea Canaán su siervo.
27 Engrandezca Dios a Jafet, Y habite en las tiendas de Sem, Y sea Canaán su siervo.
28 Y vivió Noé después del diluvio trescientos cincuenta años. 29 Y fueron todos los días de Noé novecientos cincuenta años; y murió.

Para el que no se haya percatado, el primer timo camita… ¡está en la propia Biblia! Desconocemos por qué Noé no se plantea su responsabilidad en la borrachera, tampoco entendemos por qué se venga tan cruelmente de quien sólo lo encontró desnudo sin querer, y mucho más nos despista que no maldiga a Cam directamente sino a su hijo Canaán, que era inocente del “delito” además de su pobre nieto. Tampoco parecen justos los premios, ya que si tanto Sem como Jafet taparon al padre, ¿por qué el primero mereció una bendición mientras que el segundo sólo cierto engrandecimiento clientelar a la sombra de Sem? Ha sido mucha la tinta vertida sobre estos despropósitos pero aún no podemos hablar de una interpretación definitiva. Lo que sí parece evidente es que esta parte del capítulo es un añadido al texto original. Si nos fijamos, y he puesto un párrafo amplio para comprobarlo, podríamos cortar los versículos 20 a 27, y el resto sería una muy lógica forma de despedir la narración sobre Noé: sus hijos fueron tales y cuales, llenaron toda la tierra, Noe vivió tantos años, y finalmente murió. Es un resumen perfecto. Pero ahí mismo, donde no viene al caso, a modo de cotilleo de peluquería, sin contexto con el antes ni el después, salen con que si Noé la cogió bien cogida, que si se despelotó, que si un hijo lo vió… Todo demasiado frívolo en el obiturario a uno de los patriarcas más célebres, ¿no creen? Pensemos entonces en los verdaderos motivos de esta interpolación, de esta primera adulteración del concepto hebreo de los camitas, tan antigua que quedó atrapada en el proceso de canonización de textos bíblicos.

Desde mi punto de vista, la prolongada rivalidad entre los hebreos y el resto de los cananeos es la causa determinante de esta adulteración. ¿Por qué paga Canaán lo que hizo su padre Cam? Parte de la Canaán histórica fue, según la Biblia, cruelmente azotada por Josué y sus sucesores (lo que llamaban “anatemas”), y del mismo modo nos consta que los hebreos tomaron esclavos de entre los cananeos. Pero Canaán no sólo es el enemigo para el hebreo bíblico, es también el propietario de la tierra a la que aspira, es el pariente que le recuerda su pasado mixto e idólatra y es además una fuente continua de mestizaje cultural y racial. Aún así, aún queriendo execrar sólo a los vecinos cananeos, una maldición general hacia Cam habría sido más apropiada, ya que afectaría igualmente a los cananeos sin comprometer a la Biblia a semejante chapuza argumental. Pero Cam era también, y en grado principal, Egipto, la temida superpotencia de la zona: dirigirles maldiciones sonaría arriesgado, decir que eran siervos naturales del hebreo sonaría ridículo. En lo único que el hebreo despreciaba al camita era en lo religioso y moral; en todo lo demás lo temía y admiraba a partes iguales. No hay nada en este relato, ni en ningún otro de la Biblia, que maldiga a los camitas ni a los negros en su conjunto o que los haga esclavos connaturales. La esposa kushita de Moisés, la amistad de Salomón con la reina de Sheba, Taharqa y sus huestes, el eunuco etíope convertido por Felipe… se puede recorrer la Biblia de cabo a rabo y no encontraremos traza alguna de esa supuesta “maldición camita” o de sus presuntos efectos esclavizadores. Califiquemos entonces esta primera tangada de los escribas como chapucera y doméstica, exclusivamente destinada a ensalzar a Shem y cebarse en Canaán, a la sazón propietario de las tierras que le habían sido “prometidas” a Israel. Había que animalizar a Canaán, había que hacerlo esclavo natural por designio de los patriarcas, y había que llevar a cabo su genocidio y martirio sin atisbo de culpa. Pese a la negritud de Canaán, el motor de este mito-maldición no fue el racismo (porque no se dirigía al linaje de Cam en conjunto) sino la necesidad de justificar la ocupación de tierras ajenas. El papel de Cam (como el de Jafet) en este relato es secundario, actuando de mero nexo entre Noé y el objetivo de todo el montaje: su hijo Canaán. Hay por tanto mucha xenofobia y mucho etnocentrismo en el pasaje bíblico que nos ocupa y en los hebreos que lo redactaron, pero no racismo. Sin embargo, permitirá que en el futuro surjan mitos camitas plenamente racistas.

El segundo timo camita

Entre los siglos XVIII y XIX, cuando los occidentales comerciaban con millones de esclavos negros y de otras colonias, tuvo mucho éxito otra versión del mito camita. En ella, Canaán ya no era “un negro que había sufrido como maldición la servidumbre”, sino “un hombre que había sufrido como maldición la servidumbre y, como señal de esta, la negritud”. Otro cambio que me parece interesante es que la negritud como penitencia implica que ya no estamos ante la maldición de un humano (resacoso además) sino ante su aprobación por parte de Dios, es decir, ante un castigo divino. La diferencia es abismal: el gran Jacob-Israel también maldijo a Leví en su lecho de muerte y a dicha tribu no le fue nada mal. Aquí, parodiando lo del Edén, es el propio Dios quien nos dice: “De ningún linaje humano tomarás esclavo salvo del linaje de Cam”. Finalmente, es a esta modalidad del mito a la que debemos el término “Maldición de Cam” pues como vimos la Biblia sólo nos permite hablar de “Maldición de Canaán”. Pero los racialistas europeos del momento tenían tanto interés por hacer esclavo a todo negro viviente, cananeo o no, que implicaron a Cam y ocultaron a Canaán.

¿Cuándo surge esta modificación del mito? El artículo de Wikipedia “Curse of Ham” aclara bastante este aspecto, así que les pido un pequeño esfuerzo con el inglés para ahorrarnos aquí tiempo y repeticiones. Mis observaciones de conjunto son, muy telegráficamente, las siguientes. La segunda versión de la maldición no aparece hasta los primeros siglos de nuestra era, cuando Egipto ya no es ni la sombra de lo que fue y es posible inventar lo de los negros congénitamente esclavos. La presencia de bastantes autores hebreos y cristianos sirios entre los seguidores del nuevo mito podría apoyar la idea de que había cierto revanchismo en la región, cierta satisfacción de ver al gigante del sur caer y con él todo el recuerdo de su superioridad sobre la franja sirio-palestina. Curiosamente, adjudican inéditos elementos de “barbarie” para el camita-cananeo (andar desnudo, lascivia, latrocinio, etc.) Por otra parte, los académicos occidentales ponen demasiado énfasis en las fuentes talmúdicas y judaicas en general, insinuando que el mito lo inventan los judíos. En realidad, las fuentes judías presentan una equilibrada división de preferencias por el nuevo y el viejo esquema (como más tarde ocurrirá entre los intelectuales musulmanes), mientras que los cristianos muestran una clara preferencia (no unanimidad) por la versión más racista del mito. Para terminar con los judíos, y sin que sirva de justificación, es posible que se lanzaran como locos a esclavizar negros por los peligros que para ellos supondría tener un esclavo con pintas de europeo o árabe. Durante la Edad Media hay en Europa un nuevo interés por la cuestión que luego decae sin desaparecer. En cualquier caso, las esporádicas apariciones de esta teoría no nos permiten trazar ninguna línea clara entre los orígenes que hemos comentado y el boom camítico que vivió Occidente en su etapa colonial.

Más que las erudiciones me interesa ahora que nos metamos en el pellejo de un europeo del s.XVIII y XIX. Las ideas del Racionalismo y la Ilustración se abren paso y con ellas la igualdad de los hombres. Pero la metrópoli está metida en un tren consumista que sólo las colonias pueden costear, con su economía esclavista inherente. Como es de imaginar, ambos conceptos entran en conflicto continuamente, todo Occidente se vuelve más buenista, más jipi, pero también más sibarita e hipócrita. A más necesario se hace esclavizar negros por millones, más ingrata es la madre patria y más peliagudo el debate. ¿Cómo solucionarlo? Quitándonos culpas resucitando las ajadas teorías sobre el malvado Cam, condenado a ser negro y esclavo por su desvergüenza. La profusión de autores publicando como zombies la misma idea nos indica tanto la reticencia del público como la insistencia del “aparato”, pero al final se puede decir que aquello fue un éxito propagandístico. Por si fuera poco, nuestra inveterada hipocresía cristiana añadió otra brillante idea como complemento: aquellos negritos, nos cantábamos como nana, necesitan ser bautizados y civilizados, debemos tapar su impudicia, e imponerles disciplina y laboriosidad. Cuánta piedad. Esto último nos lleva a rizar el rizo racista. Hablo de adoctrinar con el mito camita a los propios negros (y por tales incluyamos también a australianos, melanesios, etc.) Les enseñaban machaconamente, al evangelizarlos, que Dios los quería en eterna servidumbre si es que pretendían ganar el cielo, y que toda rebeldía era pecado mortal. Además les enseñaron que su “fealdad” y negritud eran una especie de aviso: “razas superiores, esclavizadme sin culpa”. Todo, no lo olvidemos, por ser descendientes de Cam.


Cuadro de Abel Pann: Sem (izquierda), ladino, sibarita y afeminado; Cam (centro), lascivo y brutal;
Jafet (derecha), simplemente angelical.

El tercer timo camita

La trata negrera fue suspendida porque ya no era económicamente rentable. Paradojas de la Historia, los mismos ideales que hicieron triunfar a las revoluciones burguesas y nacionalistas de Europa fueron también los que provocaron la independencia de sus colonias. El efecto inmediato es que la vieja Europa perdió interés por hacer apología de la trata de esclavos. Ya no se beneficiaba con su explotación y, por el contrario, necesitaba poner en jaque a los estados neonatos. Para colmo, la Era Industrial cambió el papel protagonista de la riqueza agraria por la del producto manufacturado en serie, y con los grandes latifundios se fueron los esclavos. Habían descubierto que un esclavo con sueldo, que lo gasta en lo que tú mismo vendes, productos en cualquier caso fruto de su propio sudor, se llama obrero. Creer que el fin de la esclavitud en Occidente llegó por el tesón de los abolicionistas, o por una disminución de los prejuicios raciales, es de ilusos. Además, el fin de la esclavitud no implicó en absoluto la desaparición del abuso sobre el hombre de color en general y sobre el negro en particular.

Por otro lado, el romanticismo y el nacionalismo de la misma época llevan al europeo a un desmedido amor por el pasado que aún nos dura y que yo personalmente agradezco. Nace entonces la Arqueología, aunque lo hace como simple vehículo para confirmar la grandeza de la Biblia, de la raza blanca y de Europa. Pero los problemas surgieron apenas comenzaron las excavaciones. Egipto, Mesopotamia, Canaán o Turquía mostraban una antigüedad y grandeza arqueológicas que dejaban lo europeo a la altura de la babucha. Incluso si querías encontrar algo siquiera presentable en nuestro continente tenías que irte a las regiones cálidas vecinas de África y Oriente. Sin duda lo más escandaloso fue que la mayoría de estas milenarias e impresionantes civilizaciones, como la egipcia y la sumeria, eran obra de negros y de otros hombres de color. Aunque sea una cita muy conocida, no me resisto a ejemplificar el abatimiento de aquellos eurocentristas a través de estas palabras de Volney referidas a los egipcios:
“… el pensar que esa raza de hombres negros, hoy nuestra esclava y objeto de nuestro desprecio, es a esa misma a la que nosotros debemos nuestras artes, nuestras ciencias y hasta el uso de la palabra, el imaginar, en fin, que es en medio de los pueblos que se dicen los más amigos de la libertad y de la humanidad, donde se ha castigado con la más bárbara de las esclavitudes y donde se plantea el problema de si los hombres negros tienen la inteligencia de la especie de los hombres blancos.”

En tercer lugar hemos de preguntarnos por la suerte de los antiguos esclavos. Como hombres libres su situación no ha cambiado en general, ni en lo social, ni en lo económico, ni en lo cultural. En este último ámbito podemos señalar que por primera vez accede a la Biblia para leerla de principio a fin, que ya no depende de aquellas astutas selecciones de los catequistas blancos. Entiendo que hoy no parece mucho, pero al negro recién liberado, sobre todo al de las colonias americanas, le proporcionó todo un aluvión de datos sobre la grandeza de Cam y su descendencia. Inmediatamente comprendieron que, si ayer cargaron con la penitencia del abuelo Cam, hoy eran sus legítimos herederos. Tras siglos sintiéndose subhumanos pasaron a soñarse descendientes de faraones y sacerdotes babilónicos, edificadores de pirámides y canales de riego, fabricantes de las más finas telas y los más embriagantes perfumes, padres de la civilización mediterránea y por tanto también de la occidental. Poco les duraría la fiesta.

Seguro que se están preguntando en qué consistió entonces el tercer timo camita, y yo espero que lo deduzcan por su cuenta a partir de otra cita. En 1839, unos cincuenta años después de las lamentaciones de Volney, Champollion-Figeac, hermano del descifrador de Rosetta, pronunció la siguiente perla:
“la piel negra y los cabellos rizados, esas dos cualidades físicas no bastan para caracterizar la raza negra y la conclusión de Volney relativa al origen negro de la antigua población egipcia es evidentemente forzada e inadmisible”.
Ante la imposibilidad de negar que aquellas impresionantes civilizaciones africanas y orientales fueran camitas optaron por el órdago, por el ataque como mejor defensa, en definitiva por la poca vergüenza. Se trata de un momento crucial en la evolución del racismo blanco, algo en cierto modo trascendente, porque esa frase de Champollion no sólo retrata a la perfección la nueva ideología, sino que es también su primera versión pública. Esa frase es el nacimiento del racismo moderno, o al menos uno de sus hitos esenciales. Durante milenios se había dado por sentada la negritud (al menos morenura) de los camitas, y en los últimos siglos se había explotado como excusa para aceptar nuestros hábitos esclavistas, pero ahora, en menos de cincuenta años, una eminencia como Champollion podía atreverse a poner el paradigma del revés con tal descaro sin esperar el destierro académico o la carcajada popular.

Volvamos ahora a nuestro negro libre y compadezcámonos de su situación: ¡Ahora resulta que hay pueblos con la piel negra que no son negros! Sobra decir que, casualmente, los “negros-no-negros” eran siempre los que mostraban algún tipo de mérito civilizador, mientras que los “negros propiamente dichos” (aquí nació el maldito término) seguían siendo carne de cañón servil. El negro tuvo, tiene y tendrá que soportar como cuatro estirados de universidad decretan de qué negro antiguo se tiene que sentir o no ancestro. La respuesta a tamaña hipocresía, la reacción al desprecio por esa herencia camita que, no lo olvidemos, había costado siglos de esclavitud y humillación se llama Afrocentrismo. El negro liberado, ansiando un saber que el blanco le veta, aprovecha vorazmente cualquier resquicio, cualquier dato que pueda demostrar que le están haciendo trampas con su Historia. Si el resultado a veces ha sonado incorrecto, obsesivo o populista no es culpa del negro. Sin eurocentristas jamás habrían existido los afrocentristas, así de simple. Gracias a esos visionarios, a esos entusiastas que a veces daban trompazos en la oscuridad, pero que siempre obtuvieron el ciento por uno de los ralos materiales a su alcance, hoy existe una abundante y seria bibliografía anti-eurocéntrica. En lo que me atañe, este blog no habría sido posible sin Douglass, Dubois, Garvey, Herskovits, Woodson, James, Diop, Bernal y compañía.

No debemos pensar que este tercer timo camita, que llamaremos de “la raza hamita”, fue un simple exabrupto de colonialistas decimonónicos. Hasta que se publicaron libros sobre razas, y hablo de Paulette Marquer, Alianza Editorial, reimpresión de 1993, se sostenían chorradas como la siguiente:
“La pigmentación (habla de la raza leucoderma o blanca) presenta una gama de colores mucho más extensa que los otros grupos: la piel toma un tinte que va del blanco rosado al moreno más o menos oscuro”
La señora Marquer se quedaba corta. Más adelante, hablando de los “leucodermos” moros se nos muestra más explícita:
“…su piel, por lo general oscura, puede ser casi negra; por otro lado, su facies es típicamente europea, con rasgos finos , una ausencia de platirrinia, de prognatismo y de pelo crespo.”
Si lo hemos entendido bien, para ser negro ya no basta con ser negro, sino que hay que tener la nariz muy ancha (platirrina), el hocico muy protuberante (prognato) y el pelo no sólo rizado sino como algodón (crespo). Si no presenta todo el lote será descrito como “blanco Hamita”. Yo avanzo además, tras algunos años de observación, que si el individuo a estudiar es un egipcio o un sumerio la nariz nunca será lo bastante ancha, ni los labios lo bastante carnosos, ni el pelo lo bastante ensortijado como para merecer la etiqueta de “negro” ante los especialistas occidentales. Por el contrario, certifico en carne propia que en la vida cotidiana basta un tono ocre, un milímetro más de labio, una nariz roma y un ligero onduleo capilar para que el respetable se erice y active sus mecanismos de respuesta racista. Dividir a los negros entre “propiamente dichos” y “hamitas” es ya en sí una ofensa y un acto de suprema hipocresía. Pero aún peor es utilizar dichas etiquetas a conveniencia: para el historiador y el antropólogo un rasero, para el suegro o el casero, otro.

Epílogo, o el cuarto timo camita

A pesar de todo lo expuesto anteriormente, soy un entusiasta de los camitas. El último aguijonazo que el hombre blanco nos atizó a cuenta del mito camita ha sido precisamente la aversión que hoy sienten los africanos y afrodescendientes con sólo escuchar “hamita”. No les culpo, pero tampoco transijo ante su error. Los camitas o hamitas existen, existieron, y son, no lo duden, una de las soluciones al racismo actual. No creo entonces que los negros puedan permitirse ignorarlos. A continuación intentaré exponer mi teoría camita en versión express.

Todo empieza por recordar la diacronía “racial” de nuestra especie, pues si la aceptamos los argumentos vienen por sí solos. El homo sapiens es africano y negro en origen y durante cientos de miles de años, así que es absurdo imaginar un único tipo de negro o “negro propiamente dicho”. Uno o varios de esos tipos de negro africano tenía los rasgos craneales de los actuales blancos o, mejor dicho, de lo que hoy percibimos socialmente como propio de blancos (narices más finas, algo menos de prognatismo, mentón, etc). No es leyenda, no es agarrarse a un clavo ardiendo, sino la evidencia antropológica que constatamos tanto en los cráneos de Paleolítico Superior africano (Elmenteita, Mechta el Arbi, etc.), por un lado, como en los actuales etíopes, beja, somalíes, peules, moros, nubios y “beduinos” de Siwa, por otro. Ningún individuo de estas etnias, muerto y descarnado, sería negro bajo el criterio del antropólogo forense. Todos ellos, sin embargo, son indiscutibles negros cuando nos los cruzamos por el centro comercial. Y no provienen, como tantos pretenden, del mestizaje con europeos y próximo-orientales, pues más al sur siguen apareciendo, aunque con un porte más “negroide”: massai, tutsi, shilluk, teda, kikuyu, dogon, etc. Giuseppe Sergi, un campeón contra el nordicismo insuficientemente valorado, ya estableció que los mediterráneos provenían de los etíopes, es decir, que el blanco actual (o lo que se tiene como tal) es simplemente la mutación albinizada de un tipo de negro africano (hamita, etiópico o moro), y que contaba con muchos de los rasgos craneales y corporales que le son característicos antes aún de salir de África y de perder su piel negra. El hamita deja de ser por tanto un “blanco de piel negra” para volverse “el negro del cual surgirán los blancos”.

El afrocentrista que no acepte al hamita está condenado a repetir los errores del pasado, a caer en una eterna partida en tablas con el supremacista blanco. Reivindicar una versión “radical” del negro puede parecer muy loable y auténtico. En definitiva, esas son las facciones de África Occidental, que a su vez son las que heredaron los esclavos afroamericanos que de allí provienen. La “intelligentsia” afrocentrista está volcada en llevar ese tipo de negros hasta las mismas puertas de Asia o Gibraltar porque ese es el rostro que les devuelve el espejo cada mañana. Pero esa no es la verdad, y ni todo su entusiasmo ni toda la nobleza de sus propósitos podrán escapar de ella. Al final, la osadía de su apuesta se les vuelve en contra a poco que aparece un Ramses II con el pelo ondulado, no crespo, la nariz aguileña, no chata y ancha, etc. Como dije, el debate queda en tablas, los eurocentristas encuentran un resquicio por donde ponernos en solfa y vuelta a empezar. La solución, desde mi humilde punto de vista, consiste en reivindicar más lo hamita. El negro debe abandonar prejuicios acerca de lo que constituye “realmente” su raza, y darse cuenta de que su vieja receta realmente obedece los dictados eurocéntricos del “negro propiamente dicho”. La negritud es centrípeta y mestiza o deja de tener valor y realidad. Al mismo tiempo, dicha visión integradora debe permitirle arrastrar al blanco a su conciencia de africano exiliado, hijo de negros hamitas. Sólo si el blanco entiende que en África ha habido, desde siempre y sin motivos de mestizaje, negros con las mismas facciones que él, aunque con la piel más oscura, sólo si se da cuenta de que no es más que un negro despigmentado, dejará de ser racista.

Nota final antropológica, exclusiva para forofos:
Muchos habrán pensado que el tipo hamita, eritreo-moro, sahariano-saheliano, o como queramos llamarlo, tampoco es uniforme. Se trata de un comentario que, paradójicamente, podría venir de cualquiera de las bancadas, afro o eurocentrista. La razón es, como no podría ser de otra forma por su situación geográfica, que estos pueblos se han mestizado mucho, tanto con negros “propiamente dichos” como con blancos “mediterráneos” y “orientales”. Así, si eres un supremacista blanco irás a la caza selectiva del tuareg de nariz puntiaguda y de la faraona pelirroja, mientras que si eres un afrocentrista radical perseguirás todo lo contrario: lo que yo suelo llamar una discusión “Madrid-Barcelona”. De nuevo en extraña connivencia, afrocentristas y supremacistas blancos nos intentarán convencer de que los hamitas no son sino mulatos, coincidiendo en una visión sincrónica o “cocinera” de las razas. Sin embargo, la evidencia antropológica, tanto forense como genética, nos demuestra que los pueblos tradicionalmente considerados “hamitas” no son producto del mestizaje, sino que por el contrario suponen una de las más antiguas cepas de humanidad. Antes del “blanco propiamente dicho”, por supuesto, pero también muy probablemente antes del “negro propiamente dicho” existió el hamita, junto a otros negros que nos recordarían al bosquimano, al pigmeo y al vedda-australoide.

Queda dilucidar si “camita” o “hamita” es una buena denominación para los negros del este y norte de África que no corresponden a la definición del “negro propiamente dicho”. En principio podría sonar inadecuado, pues los hebreos y los egipcios, que son los que usaron el término por primera vez, ignoraban lo que hoy íbamos a liar a cuenta de los “hamitas” y los “negros propiamente dichos”. Por consiguiente un camita es un negro, sea del tipo que sea, y punto. Sin embargo, es evidente que los hebreos, griegos, mesopotámicos, etc. estaban más cerca de aquellos negros que hoy entendemos como “hamitas”, y que difícilmente conocerían gente de las actuales Angola, Sudáfrica o Gambia. La distinción que los antiguos establecían entre etíopes occidentales y orientales (indostanos),          que incluso mencionaba el pelo lacio de estos últimos, delata una visión muy integradora de la negritud, y no hace más que confirmar la teoría de que aquel “etíope occidental” de las fuentes clásicas correspondía mayoritariamente al actual “hamita”. Ya sabemos que la avaricia rompe el saco: si los eurocentristas persisten en hablarnos de “blancos negros” harán el ridículo; si los afrocentristas pretenden reyes sumerios con cara de cameruneses, también.


Arriba: Un moro (izda) y un beja (dcha) cara a cara. A pesar de provenir de puntos tan alejados de África como Mauritania y Eritrea, podrían pasar por mellizos. Sus facciones reflejan al típico “blanco negro” o “negro-no-negro” de los antropólogos eurocentristas. Abajo: dos tutsis de frente y perfil. Localizados al sur del ecuador, sus rasgos demuestran la gran extensión geográfica de este tipo somático, al tiempo que descartan la intervención genética de los blancos. ¿Son hamitas estos individuos? Sí, si por tales nos referimos a negros africanos cuyos rasgos faciales luego heredarán los blancos; no, si con ello nos referimos a unos supuestos blancos mediterráneos que se internaron en África para “civilizarla”, y que por el camino se pusieron algo negruzos. Los mediterráneos, entre los que nos incluimos los afroibéricos, descendemos directamente de los negros hamitas, no a la inversa.