lunes, 3 de noviembre de 2008

Afroiberia geográfica 2. Continentalidad y africanidad de la Península

Hoy vamos a hacer lo que yo llamo “laboratorio casero”. Se trata de sencillos y asequibles ejercicios que ayudan mucho a comprender nuestro pasado e identidad, y que a menudo nos demuestran cómo determinadas teorías se construyen directamente sobre humo. Tras prestigiosas firmas y ampulosas terminologías nos venden posturas que no resisten realmente el más mínimo experimento, aunque sea tan ramplón como los que ahora propongo. Aunque quizás en eso consiste la ciencia, en ramplonerías innegables.

 

Continentalidad

Este ejercicio va a consistir en delimitar aquellas zonas del mapa que disten menos de 300km de algún mar u océano. Además, vamos a identificar con colores el mar/océano respecto al que tomamos la distancia y, como existen zonas que están próximas a dos mares simultáneamente, surgirán tonos de mezcla. Desde que tenemos Google Earth y programas para editar imágenes, hacer estos mapas está al alcance de cualquiera, y sólo es cuestión de interés y tesón. Por eso invito a cualquier suspicaz a que lo realice por su cuenta. Para aquellos que se fían, veamos mi resultado:

Rojo: Mar Mediterráneo; Azul: Océano Atlántico; Marrón: Mar Negro; Amarillo: Mar Rojo; Verde: Mar Caspio; Gris: Golfo Pérsico. Blanco: zonas eminentemente continentales.

 

Dos son las conclusiones que destacan a simple vista:

 -          De un lado, vemos que la Península Ibérica es la única, de entre todas las islas y penínsulas mediterráneas, atlánticas, pónticas, eritreas, etc., que muestra una mancha blanca, una región alejada de cualquier mar en más de 300km. Además, se trata de una zona aislada de las grandes blancuras correspondientes a la continentalidad europea o africana, una auténtica isla de continentalidad. Esta es una de las razones por las que en la parte 1 de esta serie geográfica dije que Iberia es algo así como el Subcontinente indio.

-          Por otro, aparecen unas zonas yuxtapuestas representadas por el morado atlanto-mediterráneo, el burdeos póntico-mediterráneo, el naranja eritreo-mediterráno, o la pequeña franja kaki entre los mares Negro y Caspio. De todas ellas, la atlanto-mediterránea es la única que se presenta en tres puntos geográficos distintos, aunque estos sean vecinos: alrededores del Rif africano, Sur de Iberia y un área compartida entre el Norte ibérico y el Sur francés. 

Repito que los datos objetivos y experimentales, la parte “científica”, son esos 300km que mido. El resto es interpretación. Mi hipótesis es que 300km son un buen estándar para estimar el grado de influencia de un pueblo respecto a su litoral más cercano, dando por supuesto que las costas son lugares idóneos para la comunicación. Así, las manchas blancas del mapa corresponden a zonas “duras”, de resistencia o inmunidad ante los préstamos y mestizajes. Todo lo contrario, las zonas coloreadas por dos tonos están doblemente sometidas a influencias externas, siendo lugares propicios y predispuestos a la mezcla y el encuentro. En la Península Ibérica se dan ambas tendencias, siendo sin duda la unidad geográfica con más tensión cromática de todo el mapa. No sólo tiene una mancha blanca de la que carecen Italia, Grecia o Turquía, sino que es además una de las unidades geográficas con mayor cantidad de superficie tintada por un color yuxtapuesto (morado en este caso), y encima con la peculiaridad de que éste se ve dividido en dos bloques por ese centro continental blanco. Podemos luego criticar si la continentalidad la marcarían mejor 200 o 400km de distancia a la costa, o si es pueril tomar distancias lineales como hago (sin tener en cuenta barreras naturales), pero nadie puede negar que estos datos de los que hablo no los impongo desde mi subjetividad sino desde lo que una simple regla me marca en el mapa. Y lo que dicen el mapa y los 300km es que la Península Ibérica es muy especial en su contexto geográfico. Tenemos otras zonas influenciadas simultáneamente por dos mares, y llama la atención ver que coinciden con zonas tan estratégicas y de tanto peso histórico como el Bósforo o el Delta del Nilo. Pero aún dentro de estas regiones privilegiadas por sus influencias y comunicabilidad, Iberia presenta la peculiaridad de ser también continental (y al estar aislada, mejor hablar de ibero-continentalidad), así como de tener su parte atlanto-mediterránea dividida en una región sur y luego, sin contacto directo, otra al norte. De hecho, más de la mitad de la superficie mundial influenciada por el Atlántico y el Mediterráneo a la vez queda dentro de Iberia.

 

Africanidad

Este segundo mapa emplea el mismo método del anterior, sólo que ahora se colorean zonas a menos de 300km de África (rojo) o de Europa continental (azul), entendiéndose por tal aquella que no cuenta ni con las penínsulas ni con las islas mediterráneas. Lo mismo podría aplicarse a Gran Bretaña o la Península Escandinava, pero no son objeto de nuestro estudio. Como en el caso de las influencias marítimas y la continentalidad, la Península Ibérica destaca sobre el resto de zonas afines. Por ejemplo, es la única península que simultáneamente muestra tonos azules-europeos y rojos-africanos, de hecho es la única península mediterránea con zona roja-africana. En cuanto a las islas, sólo Mallorca muestra las tres tonalidades rojo-blanco-azul de Iberia. Por otra parte es llamativo que aún siendo la única península que tiene que dividir su territorio entre los tres tonos, muestre a la vez más superficie blanca (ni africanizada ni europeizada) que Italia o Grecia peninsulares. Finalmente, si superponemos el primer mapa y éste, aparecen bastantes coincidencias entre la zona afro-europea y la atlanto-mediterránea del sur de la Península. Esto es de capital importancia porque ambas manchas (esta roja y aquella morada) coinciden en general con nuestra Afroiberia.

 

Conclusión

Si traducimos esos “300km” (dato) por “zonas de fuerte influencia” (interpretación del dato), ambos mapas arrojan muchas claves y complementan mucho de lo que ya se defendió en la anterior entrada de de la serie Afroiberia geográfica. Como entonces, vuelvo a decir que aún no podemos echar las campanas al vuelo, que la delimitación geográfica de Afroiberia necesita aún de bastantes retoques y precisiones, pero también ahora hay que defender que con lo poco que ya sabemos no hay sino razones para afirmar la realidad afroibérica. Siempre, repito, que aceptemos que la proximidad en kilómetros ayuda al intercambio de influencias (genéticas, culturales, comerciales, etc.), lo cual parece bastante lógico como premisa de partida. Tampoco debería ser despreciable el hecho de que Troya, Alejandría o Jerusalén estén ubicadas en zonas de colores yuxtapuestos como también lo está Afroiberia. Es muy difícil seguir postergando nuestra tierra a una posición menos que segundona dentro del denominado Mundo Antiguo cuando vemos claramente que supera a cualquier otra zona en cantidad y variedad de influencias regionales, y que además cuenta con una personalidad propia (zonas blancas en ambos mapas) que le permite procesar lo absorbido con una libertad que no se pueden permitir otras penínsulas e islas. Es imposible no compararla con las otras grandes penínsulas mediterráneas, la griega y la italiana. En ambos casos sólo son mediterráneas en lo marítimo, ninguna cuenta con componente africano y además muestran más superficie europeizada que blanca o aborigen. Para colmo, ninguna de las dos puede permitirse un núcleo continental.

Por eso mi interpretación desemboca en la firme creencia de que nuestra Península ha sido un nodo comunicativo y cultural de primer orden, desde la Prehistoria y a nivel planetario. Sin embargo, comprendo que esta afirmación suene exagerada o incluso chovinista para los desacostumbrados. Principalmente pienso en dos argumentos que se me puedan alegar en contra. De una parte, que en Afroiberia no han aparecido ni las pirámides egipcias ni el Partenón, así que es muy difícil defender que fuera tal encrucijada de primer orden. Porque, piensan, si esta región era tan importante por fuerza hubo de desembocar en estados imperiales al modo de los del Mediterráneo oriental. Pero Gibraltar pudo ser encrucijada y mercado internacional y a la vez serlo de pueblos con otra escala tecnológica y cultural distinta a la de los orientales. No es lo mismo comunicar mauritanos e irlandeses, que griegos y egipcios, y personalmente no soy de los que arden en deseos de invertir la cosa hacia un “Ex occidente lux”. Pero sí es necesario que salgamos de cierto presentismo, eurocentrismo y consumismo que nos lleva hoy a creer que toda sociedad que prospere debe desembocar en estado-imperio-colonialismo. Pienso que nuestra Península vivió su condición de cruce de caminos con un loable grado de sostenibilidad, y que, como he dicho, los vecinos conectados provenían a su vez de un sustrato cultural más sostenible que la locura esclavista y belicosa de los orientales. Así, es necesario comprender que los fenicios no encontraron en Afroiberia un territorio virgen sino un mercado internacional; quizás un mercado “tosco” para los “toscos” guineanos, portugueses y normandos, pero sin duda óptimo en su funcionalidad. Tan sólo se trata de aceptar que los grupos humanos pre-estatales están capacitados para intercomunicarse aunque se ubiquen a miles de kilómetros de distancia.

El otro argumento con el que objetarme es el de que actualmente no presentamos dichas trazas e influencias, aunque principalmente criticarán la influencia africana. Bien, dice el refrán que casa con dos puertas es difícil de guardar. Gibraltar tiene cuatro, por lo no ha podido presumir de cierre presurizado hasta que la humanidad se lo ha podido permitir. Quiero decir que el trabajo lo hace Iberia para sellar la vía africana, pues esta se desbordará sin esfuerzo al menor descuido de aquella (como hoy con las pateras). Hasta que en España y Portugal no hubo unos regímenes políticos similares a nuestros estados modernos, acompañados de una tecnología bélica basada en cosas tan actuales como las armas de fuego, Gibraltar no ha podido cerrarse a África tal y como hoy lo conocemos. Yo no tendría que dedicar este blog a demostrar que antes de los Reyes Católicos el africanismo en nuestra Península fue algo tan común como los olivares. Y no lo tendría que hacer porque, para empezar, de lo que no hay modo es de demostrar lo contrario, es decir, que antes fuera posible el cierre mediante coerciones militares y políticas. Yo no tendría que demostrar una falla en la frontera si no es posible demostrar la existencia de tal frontera hasta el sXV. Pero la inercia eurocentrista es muy fuerte, y reconozco que incluso yo, tras una década consagrado a esta quijotada, a veces dudo y me pregunto si no estaré exagerando un poco. Cuánto más no debe ocurrirle a un lector desacostumbrado o incluso reacio. Por eso pido paciencia e ir asimilando las cosas muy gradualmente, pues en próximas entradas de esta serie geográfica iremos corroborando aún más nuestra postura.