lunes, 14 de marzo de 2011

Demografía protoestatal 3. La red de asentamientos

En la entrada anterior me despedí con un reto: demostrar la plausible existencia de protoestados con nada menos que 12.000 habitantes, en Afroiberia, y desde el 3.000aC. Como hemos venido haciendo hasta ahora, el primer paso para conseguirlo será desglosar tal muchedumbre entre unidades menores, que actúen como “conversores” de escala y nos permitan proponer un esquema mucho más fácil de visualizar y manejar. Usaremos por tanto los seis tipos de poblamiento antes vistos para diseñar una hipotética red:

El cuadro de arriba no merece apenas comentario si hemos asimilado las ideas expuestas en el post anterior. La diferencia de porcentaje entre la población urbana (32,5%) y la rural (67,5%) es muy típica del mundo antiguo con su gran dependencia del sector agropecuario. Sean urbanos o rurales, este variado lote de asentamientos compone una red cultural, social, identitaria y políticamente cohesionada. Sus unidades de poblamiento mantienen entre sí relaciones de asociación y/o dependencia, existe el compromiso de defenderse mutuamente frente a enemigos exteriores, de ayudarse en caso de carestía de recursos, así como numerosas citas y ritos de participación comunitaria. Pero nuestro propósito, por ahora, no es caracterizar este tipo de sociedad sino cuantificar su población, su extensión territorial, las vías de comunicación entre sus núcleos, etc., para ver si fue materialmente viable.

El Hinterland.

Conocemos ya las hectáreas que ocupaba cada tipo de poblamiento, en el sentido estricto de sus casas y edificios comunes, pero también sabemos que sus pobladores disponían de terrenos para cultivar, zonas de pasto, caminos o bosques más allá de sus perímetros urbanos. A ese territorio o espacio de actividad necesario para la supervivencia de un núcleo de población se le suele llamar hinterlad (aunque este término tiene otras acepciones). Como las poleis griegas han sido estudiadas exhaustivamente, y por tanto la extensión de sus territorios nos es bien conocida, pensé que podríamos aplicar sus pautas a las nuestras. Algunos estarán pensando que los demócratas, científicos y filósofos griegos de la polis estaban mucho más evolucionados que nuestros protoestados, pero nótese que yo no equiparo su densidad de población, ni su concentración urbanística, ni sus avances tecnológicos o coordinación social. Sólo establezco una similitud entre el espacio necesario para sobrevivir y entre la cantidad de recursos consumidos por habitante para un autoabastecimiento de primera necesidad. En ese aspecto no debieron existir diferencias escandalosas entre griegos y afroibéricos protoestatales. Aceptada la comparación y tomando a la Atenas del s.IVaC como paradigma, vemos que disponía de un hinterland de 2.500km² para unos 200.000 habitantes. Ponemos nuestra máquina conversora a funcionar y obtenemos que 2.500km² equivalen a 250.000 hectáreas, así que cada ateniense disponía de 1,25 hectáreas para proporcionarse sustento. Como contamos mejor por viviendas (6 individuos), cada familia ateniense disponía de 7,5 hectáreas, una auténtica burrada (el equivalente al césped de unos 10 campos de fútbol).

Volviendo al caso afroibérico, empezaremos dotándolo de unos límites territoriales máximos. Con una densidad de población que ya establecimos en 6,25hab/km², 12.000 habitantes tendrían derecho a 1.920km². La primera observación es que suponiendo 16 veces menos población que los atenienses, tienen a su disposición sólo un poco menos de territorio, lo cual debería bastar para anular cualquier crítica que se apoye en la “masificación” y la “falta de recursos”. Para no forzar mi propuesta y para dar cancha al enemigo propongo incluso rebajar la extensión de este territorio a 1.600km². Pero no olvidemos que este no es el territorio real de mi protoestado sino sólo un área potencial máxima. El verdadero hinterland debe ser calculado empleando los valores griegos, es decir, dotando de 1,25 hectáreas a cada uno de mis habitantes, y obteniendo así un valor global de 15.000 hectáreas o 150km². Autocensurándonos de nuevo, vamos a suponer que éramos muy torpes comparados con los griegos, que cada espiga suya daba más grano que las nuestras, que no dominábamos del todo el barbecho y que nuestro ganado era más flaco y con menos leche. Necesitaríamos por tanto más territorio para autoabastecernos y, añadiéndo en esta ampliación bosques, caminos, etc. podemos duplicar la extensión de mi protoestado hasta 30.000 hectáreas o 300km². Repito la jugada para el que se haga el despistado: he reducido el espacio máximo disponible y he aumentado al doble el hinterland real, buscando esa sensación de estrechez y falta de recursos que pudiera poner en entredicho mi teoría. A pesar de tales restricciones, el espacio efectivamente cultivado, habitado, transitado, etc. no supondría ni un 20% del total disponible. Y eso que al duplicar el hinterland también se han duplicado los lotes de tierra: en nuestro protoestado cada habitante disfrutaría de 2,50 hectáreas para explotación agropecuaria, y cada familia de 15 hectáreas (¡el césped de unos 20 campos de fútbol!). A continuación veremos desglosado el hinterland para cada uno de nuestros modelos de poblamiento:

- Capital. 52,5km²

- Ciudad Grande. 30km²

- Ciudad Pequeña. 15km²

- Pueblo. 7,5km²

- Aldea. 3km²

- Cortijada. 1,35km²


Ubicación y articulación territorial.

Una vez estimado cuánto espacio ocupaban 12.000 afroibéricos protoestatales hay que traducirlo en imágenes para que no se nos vaya todo al mundo de lo abstracto. Vamos a colocar estas cifras en un mapa a ver cuál es la impresión que nos proporcionan, y para ello lo primero que hemos de decidir es la ubicación geográfica de dicho protoestado. No todas las comarcas afroibéricas eran, ni son, igualmente feraces o bien comunicadas, y debemos escoger entre las mejor dotadas. Así acallamos de una vez por todas a los que pretendieran replicar invocando problemas con los recursos alimenticios y las materias primas.

La comarca escogida para albergar nuestro protoestado es la Vega de Granada, rica en yacimientos arqueológicos que cubren cada tramo del extenso período protoestatal, lo cual no es extraño atendiendo a la fertilidad de sus suelos y a su excelente situación geoestratégica. Los 1.600km² de extensión máxima están representados por el cuadrángulo grisáceo en el centro del mapa. El Genil atraviesa longitudinalmente todo el territorio poniéndolo en contacto con el Guadalquivir, del que es afluente principal, y por ende con el Atlántico. A su vez, los afluentes del Genil hacen lo propio en sentido transversal, convirtiendo a nuestra zona no sólo en perfecta para el cultivo y el abastecimiento de agua, sino en óptima para las redes de comunicación. Cuatro flechas negras representan cuatro pasos para sortear las barreras orográficas de más de mil metros (en marrón oscuro) que circunvalan la Vega como una muralla. Al noreste el paso hacia la Hoya de Guadix-Baza, importantísimo acceso hacia el Levante. Al sureste se accedía por el puerto del Suspiro del Moro hacia el Valle de Lecrín, el río Guadalfeo y de ahí a la Alpujarra o a la costa de Motril y Almuñecar. Al suroeste el Boquete de Zafarraya les ahorraba rodear toda la Sierra Gorda si querían visitar Málaga, Vélez o la Axarquía. Finalmente, al noroeste la Subbética presentaba menos resistencia al paso y ofrecía el atractivo de un Alto Guadalquivir, vía Guadajoz, que a su vez conducía a Sierra Morena y La Meseta.

Una vez hemos puesto en valor la zona, despejamos el mapa de letreros y nos centramos en la distribución espacial de nuestra red de asentamientos. Para ello hemos seguido un procedimiento:

- Los asentamientos, y su hinterland, no pueden salirse del área máxima potencial (1.600km²) representada en gris.

- El hinterland de cada tipo de asentamiento estará representado por un cuadrado a perfecta escala respecto al mapa, como si lo estuviéramos viendo desde un satélite.

- Los asentamientos se ubicarán preferentemente en zonas fértiles y/o bien comunicadas.

- Cada vez que es necesario ubicar un asentamiento en la periferia, caso de los puertos de montaña, hay que mantener una cadena de poblaciones entre dicho asentamiento y el centro para hacer frente a los precarios medios de transporte y comunicación de la época.

El resultado es el que vemos arriba. La capital, representada en amarillo, ocupa precisamente el mismo lugar que Granada en nuestros días y, aunque pudo tener otras ubicaciones, nuestra elección tampoco es caprichosa: supone la meta de los que remontan el Genil, está en la zona más protegida orográficamente y controla sin dificultad los pasos a Guadix y a la costa granadina. La ubicación de la capital en el extremo oriental obliga por compensación a que la ciudad grande, la equivalente a Los Millares, se ubique por Huétor Tájar. La ciudad pequeña, allá por Pinos Puente, debe su ubicación a la gran fertilidad de la Vega por ese tramo, mientras que los tres pueblos están situados en la periferia para controlar lo que provenía de los principales puertos de montaña, más o menos sobre las actuales Alhama de Granada, Dúrcal e Iznalloz. El resto, aldeas y cortijadas, se distribuyen mayoritariamente a lo largo de todo el tramo de Genil que cruza el territorio (especialmente al este) y otras sirven como eslabones que conducen hacia los tres pueblos periféricos. Aunque pueda parecer un esquema abigarrado, lo cierto es que no he colocado las poblaciones lo suficientemente juntas: en las márgenes del Genil no debía existir ni un milímetro fuera de los dominios de alguna población, y si en el mapa aparecen los hinterlands separados es para poder distinguirlos uno de otro. Recordemos además que estos cuadraditos representan a escala real su superficie, y que esta ha sido estimada como el doble de la que necesitaba un ateniense, así que podemos adosarlos sin dejar resquicio entre ellos porque cada uno lleva incorporada su cuota de bosque, caminos, abrevaderos, etc. Tampoco deberíamos olvidar al hábitat disperso, lógicamente no representado en el mapa, que a menudo actuaba como nexo entre poblaciones. Acabo el comentario de este mapa advirtiendo la presencia de un detalle que bien puede pasar desapercibido: en el cuadrado amarillo que representa el hinterland de la capital aparece un pequeñísimo cuadrado azul. No es un error del gráfico sino que se trata precisamente de la superficie que ocupa, también a perfecta escala, su núcleo urbano. De este modo podemos tener una idea clara del vasto territorio que cada hinterland representa con respecto a su núcleo de población. Siendo tan milimétrica la ciudad capital a esta escala cartográfica, se entenderá que el resto de poblaciones apenas puedan representarse con un punto. Espero que todos estos argumentos, bastante sencillos, hayan servido para demostrar que nuestra distribución territorial es perfectamente factible, es decir, que la Vega de Granada daba de sobra para alimentar a 12.000 afroibéricos, antes, durante y después de las sociedades protoestatales.

En esta última representación el mapa se ha quedado casi vacío porque nos limitaremos a comparar dos elementos. De un lado, el rectángulo grisáceo que representa los 1.600km² de extensión potencial máxima. De otro, una forma sinuosa que supone la suma de todos los hinterlands que forman nuestro protoestado, sólo que representados de forma más orgánica y realista que con los anterirores cuadritos de colores. Al ser una recreación más artística me he permitido sacar pequeños picos fuera del rectángulo gris cuando la lógica lo requería: no puedes, por ejemplo, llegar hasta Alhama sin pretender controlar el paso de Zafarraya. Por otra parte, he creído conveniente representar las tres ciudades (puntos negros) guardando la escala tanto como sus “nano-dimensiones” lo permiten. Y como no soy experto en estimar áreas irregulares, tan engañosas, en caso de duda he preferido añadir que restar superficie, de tal modo que la silueta resultante excede bastante los 300km² que representaban los cuadrados. Quizás la superficie se ha acercado por mi torpeza hasta los 500km², lo cual es mucho más que los 150km² que nos corresponderían siguiendo el ejemplo ateniense. Con unas dimensiones tan exageradas, más del triple de lo necesario, este territorio incluiría importantes porciones de bosque para la obtención de caza, recolección y leña, extensos prados para el ganado, zonas de cultivo comunitario para almacenar excedentes o comerciar, y en fin cualquier “extra” que podamos imaginar. A pesar de estas licencias, y de que abarca lugares muy distantes entre sí por su disposición tentacular, nuestro protoestado apenas ocupaba un 30% de los 1.600km² que le “corresponden” según la densidad demográfica de la región y la época. El 70% restante no puede calificarse de zona “ignota”, por supuesto, pero sí de parajes sobre los que no se tiene control efectivo, aunque de esto hablaremos mejor en la próxima entrada.