lunes, 19 de diciembre de 2011

Atapuerca, factoría de especies


El sentido común tiene mucho de estadístico, clasificando las situaciones entre comunes, raras e imposibles según la cantidad de veces que se suelan dar. Cuando trasladamos este principio al mundo de la Paleoantropología, nos damos cuenta inmediatamente de la trascendencia y excepcionalidad que supone el descubrimiento de una nueva especie humana. La reciente propuesta de los atapuercos, es decir, la presencia de nada menos que tres especies inéditas en sus yacimientos, sobrepasa de largo la categoría de “situación rara” para entrar de lleno en el mundo de los imposibles. Dicha actitud, que ya comienza a ser mal vista por la comunidad científica internacional, podría llegar a afectar la reputación general de las investigaciones españolas en este campo.

La compulsividad nomenclatora no es una novedad en el mundillo de los fósiles humanos. De hecho, provenimos de una tradición que consideraba estas denominaciones de una forma bastante diferente a la actual. Todos recordamos al Sinanthropus pekinensis, al Homo rhodesiensis, al bodoensis, al cepranensis, al soloensis y a todos los -ensis que se puedan imaginar. Incluso se hablaba de Homo sapiens grimaldensis o natufensis distintos del Cromañón porque, en la mayoría de los casos, estas denominaciones tenían más que ver con la identificación que con la clasificación: cada yacimiento tenía su “Hombre de” pero aún no se habían cerrado las categorías genealógicas que los relacionaban. Conforme fue madurando la disciplina los investigadores adoptaron una perspectiva inclusiva, esforzándose por ubicar los distintos restos que encontraban dentro de categorías género-especie-subespecie previamente establecidas. Supongo que al descubridor del Sinanthropus pekinensis le fastidiaría ver su hallazgo rebautizado como “Homo erectus asiático”, y estoy seguro de que envejeció afirmando por esos pasillos que sus queridos huesos no eran exactamente iguales a aquellos de Indonesia o África con los que compartía clado. En realidad no hay dos fósiles de humano iguales, no existe (más allá de la mnemotécnica de manual) uniformidad entre los cráneos de neandertal, de moderno o de erectus. Aquellos rasgos que consideramos “propios de” lo son de forma meramente estadística, es decir, elementos o valores que se suelen dar más entre ciertas “especies” que en otras. Por eso no es raro encontrar neandertales con un 10 o un 20% de rasgos “impropios”, o sapiens modernos con la misma proporción en rasgos neandertales o arcaicos, pero no por ello se los mueve de sus clasificaciones. Si, por ejemplo, sólo aceptáramos como neandertal al ejemplar que presentase todos los elementos somáticos neandertales, sólo los neandertales y con los índices y medidas del neandertal prototipo, vaciaríamos del todo (no es metáfora) la especie neandertal.

Dmanisi, en Georgia, es una buena comparación con el caso burgalés. Allí tenemos los restos humanos reconocidos como más antiguos de Europa (sólo hasta que Orce supere el boicot), y además les han adjudicado su especie propia: Homo georgicus. Como los antecessor, aún no ha encontrado parangón fuera de su yacimiento, pero aquí acaban las similitudes. Los investigadores georgianos reconocen que sus H. georgicus pueden englobarse sin mayores problemas dentro de la crono-especie ergaster, africana, más abundante y, como los de Dmanisi, también a caballo entre habilis y erectus. Por el contrario, la principal cruzada de los atapuercos es la especificidad de su H. antecessor, del cual, y esto es lo verdaderamente importante, nos hacen descender a todos los humanos actuales. Lo curioso es que los humanos de Dmanisi muestran en numerosos aspectos diferencias más marcadas con respecto al ergaster que el antecessor burgalés. Por ejemplo, siempre podemos contemplar al antecessor como uno más de esos ergaster-erectus progresivos o proto-sapiens, mientras que los georgianos nos muestran lo que ahora llaman morfologías “en mosaico”: de un lado, algunos rasgos de Homo habilis que ni siquiera presenta el ergaster, por otra parte los elementos que sí son comunes a ambos, y finalmente aparecen una tercera serie rasgos que podíamos denominar progresivos, lo cuales en ocasiones superan en modernidad a los de Atapuerca. Más aún, la especie H. georgicus posee un grado de variabilidad interna que realmente produjo un shock académico cuando salió a la luz, aunque parece que el dimorfismo sexual explicaría parte de la cuestión. Dicho a las claras, con las diferencias detectadas únicamente entre miembros de la especie H. georgicus los atapuercos te fabricarían cinco o seis de sus especies. Desde mi punto de vista, en Georgia existe un responsable y cooperativo afán por tener la fiesta evolutiva en paz, mientras que en Burgos tienen demasiadas ansias de protagonismo. Tantas que podrían volvérseles muy en contra.

Centrémonos ahora en la noticia que ha motivado este artículo. ¿Recuerdan los H. heidelbergensis de la Sima de los Huesos? Los descubrieron antes incluso del antecessor de Gran Dolina, allá por 1992… Pues, ¡abracadabra!, tras 20 años resulta que no, que no eran heidelbergensis, sino una novísima e irrepetible especie. Lo primero que nos planteamos es si dichos huesos habrán estado aburridos en las estanterías de un sótano, ocultos a todos,  pero inmediatamente reconocemos en ellos a “Miguelón” el del flemón, la “foto de familia” de Mauricio Antón, “Elvis la pelvis”, “excalibur” y demás parafernalia. Es evidente que sobre esos restos se ha puesto más atención y estudio que sobre cualquier otro del territorio nacional pero, sorprendentemente, durante esas dos décadas nadie había reparado en especificidades morfológicas de tal calibre. No es menos chocante que esta nueva especie suponga nada menos que la tercera forma de humano exclusiva para Atapuerca y alrededores. Para los despistados habrá que decir que al famoso antecessor se sumó recientemente una especie nueva, anterior a aquel y dicen que sin relación, hallada en la Sima del Elefante. Por tanto tres, 3, especies del género Homo sin parangón fuera de Burgos, un caso verdaderamente inédito en la paleoantropología mundial. “Inédito”, por no decir imposible.

Se constata además cierta tozudez suicida, que trasciende por supuesto lo meramente científico, y que paso a exponer cronológicamente. El equipo de Atapuerca fue sacando a la luz su teoría del H. antecessor entre 1994 y 1997, y la comunidad internacional respondió con bastante condescendencia desde mi punto de vista. Sin embargo, hubo un aspecto en el que esta permaneció firme: el antecessor no es antecesor nuestro mientras no aparezcan ejemplares en África, o al menos en otra parte del planeta. Han pasado 18 años y esta condición no se ha cumplido, y los paleoantropólogos o expertos en Hominización comienzan a dudar, no sólo de que sea nuestro ancestro, sino también de que el antecessor sea una especie distinta a la de los erectus progresivos europeos de Ceprano o Arago (y, como vimos, Dmanisi invita a esta interpretación centrípeta o integradora). No hay ensañamiento: Atapuerca es un yacimiento excepcional, muy antiguo y con ejemplares muy bien conservados y valiosísimos, desde luego un referente a nivel mundial. Pero de especie inédita poco, y de abuelo exclusivo menos aún. Después de 15 años en plan “pim-pam-toma-lacasitos”, emperadores absolutos en la mafia académica y en los medios de comunicación, a los atapuercos se les acaba el chollo. Y no sólo a nivel académico, pues reconozcamos que al quinceavo dvd en los kioskos y tras publicar un almanaque con los becarios de la brocha en bañador, los simples espectadores también nos hartamos del plato único. Bajo estas condiciones resulta sorprendente, inquietante incluso, que ahora se atrevan a proclamar otras dos nuevas especies humanas para el mismo yacimiento. Recordemos además que la especie de la Sima del Elefante se compone de un único “individuo” representado por un trozo deformado de mandíbula, mientras que estos que hoy tratamos no son sino los antiguos heidelbergs de la Sima de los Huesos, con 20 años a sus espaldas y con menos réplicas internacionales que el propio antecessor.


Espero que aún les quede espacio para la sorpresa, porque esta reinterpretación que proponen de los restos de la Sima de los Huesos supone un añadido giro de tuerca. Para ello hemos de referirnos a la cuestión neandertal ligada a Atapuerca. Desde el principio fue paradójico que una estación arqueológica tan rica como Atapuerca no arrojara restos humanos neandertales, tan europeos ellos y por cierto bastante comunes en la Península Ibérica, más aún cuando sus excavadores sostenían que del antecessor proveníamos, indistintamente, humanos modernos y neandertales. El verano pasado los atapuercos decretaron que la cuestión neandertal debía quedar solucionada sí o sí, comenzando una exhaustiva campaña en la Cueva de las Estatuas, aunque no han debido tener mucho éxito a juzgar por del silencio mediático. Con esta frustración de fondo los hombres de la Sima de los Huesos, antaño heidelbergensis y ahora inédita especie, comienzan a adquirir providencialmente cualidades neandertales, si bien con ese grado de protagonismo y originalidad que sólo se pueden permitir los descubrimientos atapuercos. En definitiva sostienen que los rasgos de la mandíbula de esta nueva especie indican que es “más neandertal que el neandertal clásico”. Por si creen que no leyeron bien o que torcí las citas, aquí tenemos a la sra. Martinón-Torres para sacarnos de dudas:
“Podría ser que la población de la Sima de los Huesos represente la madre de todos los neandertales y que por un cuello de botella, a  partir de este grupo, y no de otras poblaciones del Pleistoceno Medio, haya surgido la especie H. neanderthalensis”
Este entusiasmo de los capos burgaleses no parece tener eco internacional. Así, desde Gibraltar ya ha respondido Clive Finlayson, con más razón que un santo:
“Probablemente existieron muchas atapuercas desde la península Ibérica hasta China, pero la mayoría se perdieron. Por tanto, estoy de acuerdo con los autores en que los heidelbergensis eran muchos heidelbergensis y que esta población es indicativa de la gran variedad que existió. Pero es demasiado arriesgado sugerir que hemos tenido la gran suerte de encontrar la madre de todos los neandertales”
No olvidemos, tal y como vimos en su artículo correspondiente y por boca del pope Stringer, que la comunidad científica internacional ya había dado avisos muy parecidos en relación con el humano de la Sima del Elefante. Entre una noticia y otra, no han pasado siquiera siete meses… ¿alguien puede concebir esto como científicamente serio?

La desquiciada evolución de los atapuercos recuerda a aquellos famosillos que, a medida que pierden fuelle mediático, montan escándalos para “seguir en el candelabro”, o a los cantantes que tienen la mala suerte de estrenarse con un hit de verano y ya no saben salir de ese soniquete. En el fondo, también subsisten causas de índole eurocéntrica y academicista. Por ejemplo, nadie ha urgido a los atapuercos a extender las prospecciones más allá de su patria chica. Creo que lo mejor para el antecessor hubiera sido encontrarle multitud de hermanitos repartidos por la Península, no digamos si se hubieran estirado con cuatro prospecciones por el norte de África. Más aún, Atapuerca debió ser lo que inicialmente nos pareció a muchos: una confirmación a lo ya encontrado en Orce y alrededores. Los humanos llevan más de un millón de años cruzando por Gibraltar en ambos sentidos, y la antigüedad de los yacimientos granadinos y burgaleses, haciendo causa común, habrían logrado demostrarlo sin problemas. Nuestra Península dejaría entonces de ser considerada un fondo de saco al que los africanos sólo pueden acceder tras atravesar toda Europa. Por el contrario, sería aceptada como una de las vías de comunicación humana más importantes del planeta, una doble confluencia entre continentes y mares que debería hacernos replantear toda la tradición prehistoriográfica sobre la que rodamos activa o pasivamente. Desgraciadamente tal alianza con el sur fue despreciada por los atapuercos para tirarse en brazos de los Lumley y demás comparsas, pues no olvidemos que H. antecessor sería especie nueva y padre de todos, pero obedientemente había llegado a la Península vía pirenaica. Sumando el mimo etnocéntrico de la comunidad occidental, la franca adicción a las portadas y entrevistas, así como la puerta que todo autobombo supone de cara a subvenciones y mamoneos institucionales, los atapuercos perdieron sin darse cuenta el norte y el sentido del ridículo.

Habíamos mencionado el academicismo, y en este sentido conviene resaltar el protagonismo que tanto para la especie de la S. del Elefante como para esta que nos ocupa ha tenido María Martinón-Torres. Llamativamente, Arsuaga y el del sombrero están ausentes en todo este novedoso revuelo de especies, y son Bermúdez de Castro y ella los que llevan la voz cantante. Esta señora es además experta en dentición y no por casualidad las dos nuevas especies de Atapuerca son defendidas en base a peculiaridades exclusivamente dentarias. Existe un sector académico que se resiste a abandonar sus disquisiciones bizantinas, su metodología hueca y, sobre todo, el único pretexto que les permite seguir figurando y cobrando. Necesitan atomizar la realidad humana hasta que nada en ella tenga sentido, pues han llegado a un grado de especialización (robótica o soviética, escojan símil) que les impide las valoraciones de conjunto: “No me chilles que no te veo”. María Martinón-Torres encarna este papel a la perfección: coquito ultra-especializado en dientes de homo prehistóricos, ha llegado a la absurda pretensión de vender una historia de la humanidad en base exclusiva a las formas y texturas de los piños. Si de rasgos dentales se trata, y creo que ya lo comenté en otra entrada, los australopitecos podrían ser catalogados más cerca del orangután que del chimpancé, cosa que la genética niega rotundamente. Pero más allá de la imposibilidad de diagnosticar cualquier “especie” humana a partir de un solo rasgo óseo, que de por sí invalida como pueriles las investigaciones que comentamos, hay otros elementos que nos llevan a sopechar. Uno, ya lo hemos tratado, es cómo han tardado 20 años (Martinón-Torres o sus exhaustivos equivalentes) en descubrir esos supuestos rasgos tan característicamente neandertales de la Sima de los Huesos. También es significativa la mencionada ausencia del equipo titular atapuerco. Pero sobre todo me ha sorprendido que en este caso y en el de la Sima del Elefante no hayan bautizado aún a las nuevas especies humanas, con lo cumplidos que son los atapuercos para estas cosas. Me huele a “kale borroka”, a amagar sin tirar, a tantear el ambiente, ganarse unos titulares, pero no llegar al punto de enfrentarse con la ya mosqueada comunidad científica internacional. Lo justo para acabar de pagar el coche y subvencionarse el brocheo hasta la Sima del Cacahuete.

Conclusión – Solución

Como tantas veces he dicho, la única salida razonable es establecer una sola especie humana desde Homo ergaster (por lo menos) hasta hoy. Nuestro género no es Homo, sino un linaje que compartimos con australopitecinos y parantropos, tan estrecho que según recientes estudios genéticos permitía hibridaciones fértiles hace apenas 3 millones de años. Homo es nuestra especie, plenamente compatible en todos los niveles, desde el genético al cultural. El genoma neandertal ya lo ha demostrado, por más que quieran denostar como “escasas” y “superficiales” las evidencias de su mestizaje con nosotros. Y si así de posibles eran los cruces genéticos con “primos divergentes” (pues así se consideraba a los neandertales), imaginemos qué fertilidad no tendrían nuestras hibridaciones con “ancestros directos” (caso de erectus progresivos y/o sapiens arcaicos). Pero no nos dejemos atrapar por el lenguaje de los clasificadores o nos apartaremos de la especie humana única. Por ejemplo, hablamos de un “sapiens moderno” que tiene descendencia sana y fértil con un “neandertal”, sin darnos cuenta de que ello nos obliga a plantearnos la propia realidad objetiva de los términos entrecomillados. Porque si aceptamos cruces moderno-neandertal también podemos, y debemos, concebir al neandertal como cruce entre los heidelberg y los burgaleses de la Sima de los huesos, o entre erectus chino y sapiens arcaicos norteafricanos, pero una mezcla al fin y al cabo, que remite a infinitas mezclas anteriores. Volvemos a nuestra frase anterior, “un moderno y un neandertal se cruzan”, pero ahora no podemos evitar plantearnos: ¿qué clase de moderno y qué clase de neandertal, fruto de cuántos y cuáles cruces sería cada uno? Si llevamos este concubinato al paroxismo las fronteras acaban por diluirse y, por fin, comenzamos a disfrutar de la luna sin distraernos por el dedo que la señala. Considerar a Homo como una especie y no como un género es la única solución a nuestro antes complicado y hoy ridículo árbol evolutivo.

Señores de Atapuerca, ¿tres especies Homo nuevas y exclusivas en su cadena de yacimientos?, ¿de verdad pretenden llevarse la cuna de toda humanidad imaginable a la adusta Castilla del Cid Campeador? Si ya fue una desgracia que paralizaran todas las prospecciones en Afroiberia para dar bombo a sus mamarrachadas, ahora nos vemos arrastrados por ustedes (autoimpuestos representantes patrios) al ridículo internacional. Ante su señoritismo académico y su centralismo castellano, al Sur peninsular sólo le queda el consuelo de evidenciar cómo algo se mueve a nivel internacional para devolvernos la cordura. Es hora de, como vulgar Don Julián, entregarnos a los guiris (preferentemente estadounidenses) para que esclarezcan nuestro Pasado Remoto. Gente que, aunque sea por simple racismo blanco, jamás ha renunciado a aquello de que “África comienza en los Pirineos”, y que poco le importa si los humanos de Cádiz son idénticos a los de Tánger, porque hace medio moros hasta a los vascos. Quién sabe si quizás, por la crisis presupuestaria que padece y padecerá nuestro Estado y  sus Comunidades, el futuro de las subvenciones a este tipo de estudios dependa de nuevos patrocinadores. Hablo de entidades extranjeras y/o privadas, lo cual sin duda afectará a la composición de sus equipos investigadores, a sus premisas de partida, a su metodología, y sobre todo a su productividad y exigencia. Frente al yo-mi-me-conmigo atapuerco que llevamos padeciendo más de veinte años, ¿Qué mal nos pueden traer propuestas como las de Luis Gibert, por muy “yanquis” y “privadas” que sean?

Por supuesto, gracias Javier por el soplo y gracias a Terrantiquae  por el dossier de prensa.

martes, 6 de diciembre de 2011

El porquero reticente


“La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero”. Se trata de una frase del Juan de Mairena que últimamente está de moda entre los periodistas y políticos. Lo que no citan es la parte que le sigue, donde Agamenón responde “conforme” mientras que el porquero replica “no me convence”. Sin estas apostillas se pierde toda la ironía y magia de Antonio Machado, y francamente no entiendo por qué estos presuntos admiradores de Mairena mutilan su esencia con tanta alegría. La impactante paradoja, el auténtico zen de este pasaje, radica precisamente en la actitud de los protagonistas. Lo lógico sería suponer que el rico-poderoso-amo fuese el que se opusiera a tal democratización de la verdad, mientras que el pobre-desvalido-vasallo actuara como su más ardoroso defensor, pero ocurre exactamente lo contrario.

Dentro del mismo discurso acerca de la verdad y sus autores, también hemos cogido el vicio de amonestar al prójimo por sus argumentos “ad hominem”. Este latinajo surge en el entorno filosófico, clasificado entre las falacias o trampas argumentales, y se limita a casos como el del siguiente ejemplo: España franquista, una mujer acusa a un hombre de haberla estafado y este replica que ella es una republicana hija de republicanos. La cobardía, el salir por la vía de Tarifa aprovechando debilidades del contrario, es evidente. Sin embargo, en lenguaje popular-intelectual el argumento “ad hominem” pasa a ser cualquier distingo entre agamenones y porqueros a la hora de aceptar verdades o, llegado al caso, cualquier referencia a lo personal que nos moleste. De nuevo la “verdad aséptica”, el contenido sin continente, sin Agamenón y sin porquero.

Por si no lo han notado, yo soy del bando del porquero, de los que no ven claro que la verdad deba ser desposeída de su autor. De hecho me causa mucha grima la postura de los agamenones de todo tiempo, intentando equiparar sus verdades a las nuestras, o tratando de hacer pasar por ciencia o decencia lo que no es sino fruto de su más recóndita ideología. Se trata de una cuestión visceral, que me lleva también a dar la espalda a cantantes y novelistas a poco descubra que son un pastel. No se divorciar el autor de su obra o, mejor dicho, ciertas partes de un autor y de su obra. Si yo pretendiese discutir el Evolucionismo inventándome que Darwin era sadomasoquista estaría cayendo en el dichoso argumentario “ad hominem”, pero si lo que esgrimo es la actitud abiertamente racista de su obra, ¿dónde queda la barrera entre su opinión personal y su investigación antropológica? Es lo mismo que ocurre cuando los gays quieren sacar del armario a los congresistas, senadores o jueces que pretendan aprobar normativas homófobas.

Toda gran mentira, de esas que nadie cuestiona porque pasan desapercibidas, se ha de componer de pequeños ladrillos de verdad. El truco consiste en la selección y secuenciación de dichos ladrillos. Si Hitler dijo que tras la I Guerra Mundial Alemania fue duramente represaliada nada parece haber ahí de falso o peligroso, es una verdad “que tanto da que la diga Agamenón…”. El problema es que Hitler no dijo sólo esa frase sino cientos más, que supo muchos otros datos pero prefirió ignorarlos o incluso acallarlos, y que puso mucho empeño (un ministerio de propaganda completo) en que esas “verdades” se sucediesen en el tiempo para provocar un determinado fin. A menudo nos enfrentamos a una maraña tan bien urdida que si no acudimos al complemento biográfico es imposible desenmascarar a los listos de turno. Recuerdo que en el artículo sobre Martin Bernal dediqué un párrafo entero a Mary Lefkowitz y su marido ultraderechista-racista: estaba claro que con aquel expediente dicha señora no podía presentarse como imparcial juez de las tesis de Bernal, por muy judío que fuese su apellido y por muy suavón que fuera el tono de sus escritos. No somos máquinas de pensamiento que emiten verdades independientes entre sí, somos la historia de un aprendizaje, donde cada nueva certeza se acomoda a lo ya aprendido (a menudo heredado) para teñir lo que asimilemos en el futuro.

Volviendo a Bernal, no saben la de veces que ha sido acusado de abusar de los argumentos “ad hominem”. Cada vez que señalaba que tal “frío y objetivo” lingüista era yerno, discípulo o amigo de tal “frío y objetivo” historiador, era acusado de bullying “ad hominem”. También cuando delató filiaciones políticas, thik-tanks apegados al poder, o incluso preferencias literarias. Todo era “ad hominem”. Estos agamenones quieren un borrón y cuenta nueva, un modo de interpretar sus teorías que en absoluto tenga en cuenta sus credenciales personales. Adivinar sus motivos no requiere mucho esfuerzo, como tampoco necesita mucha explicación que algunos nos sintamos obligados a ponerlos en su sitio. Por eso me sumo, con tanto orgullo como modestia, al destino de Bernal y otros de su cuerda. El blog Afroiberia nunca ha escondido la importancia que concede a determinados aspectos biográficos de los autores criticados. De hecho, el propósito de gran número de sus entradas es revelar que tras muchas de las “verdades científicas” de nuestros estudios sobre Pasado Remoto se esconden un puñado de prejuicios racistas, pues en definitiva ninguna “Cultura” es inodora, incolora e insípida. Y para ello, demostrar la relación estrecha (o por el contrario la evidente contradicción) entre vida y obra de un intelectual, puede y suele ser capital. Ejerciendo como ejemplo he sido el primero en desvelar aspectos de mi vida que pudiesen teñir la orientación de mis conclusiones, como el hecho de ser andaluz, muy oscuro de piel o carecer de titulación universitaria en Historia, Arqueología o Antropología. Son cosas que los lectores merecen saber, para lo bueno y para lo malo. Como decía el porquero, “no me convence” que mi verdad sea la misma verdad que la de los agamenones, aunque se articule con iguales palabras. Porque esa verdad en la que coincidimos solo es un ladrillo con el que cada uno quiere construir mundos muy diferentes.

“Juro decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad”. Estamos tan habituados a escuchar este voto en las películas de abogados que apenas meditamos su significado. Como fórmula legal está pensada para que nada se escape a su escrutinio, pues no sólo se te exige que lo que digas sea cierto, sino que además se te impone: 1) que no quites nada a esa verdad, que no ocultes otras verdades que complementan lo que dices, y 2) que no añadas ficciones para mejorar, justificar o adornar tu verdad. Agamenon es el poderoso en la parábola de Mairena y puede representar al supremacista blanco (si hablamos de raza) o al académico (en un debate ortodoxia vs. heterodoxia), pero no siempre se da a conocer tan fácilmente. A veces puede encarnarse en un activista antisistema o en un crítico de rock, pues en definitiva se asocia a cualquiera que se sienta con el poder y el público de su lado, por muy alternativo y minoritario que parezca desde fuera. Este tipo de persona cuenta una verdad, y esa quizás sea parecida a la nuestra, pero desde luego se cuida mucho en no contar ni toda la verdad ni nada más que la verdad. Huye de la verdad estadística, de la auténtica democracia en las ideas. Lo más indignante es cuando fingen aceptar eso de que ellos y nosotros compartimos una misma verdad. Seguros de contar con la complicidad de los medios de difusión, saben que la única verdad propagada, legal y asumida será la suya mientras que la de los “legos” se asfixiará o a lo sumo circulará como rumor. Lo que realmente pretenden es que los porqueros ya no tengamos verdad propia y que debamos aceptar la suya como única posible. Si se lo permitimos, den por seguro que se hará realidad aquello de: “la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero”.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Akela y sus reconstrucciones

Compadezco a aquellos investigadores que sólo usan Internet de la forma en que antaño se consultaban enciclopedias y páginas amarillas: a tiro hecho y sin distracciones. A mi me encanta usar Internet como el que va a pescar, pues muchos de mis más provechosos “fichajes” se han producido de este modo. La modesta experiencia acumulada me obliga además a salir de pesca periódicamente, pues sabemos que los contenidos de la red se renuevan sin cesar. Así, junto a mi teclado descansa ahora mismo un feo folio garabateado con frases de búsqueda para el Google, anotadas para que no se me olviden, algunas novedosas y otras auténticos clásicos (“skull reconstruction”, “mechta afalou”, “El Argar demografía”, etc.). Unas veces arrojan sus mejores resultados en el buscador normal, otras en el de imágenes, y otras en el de noticias, pero en ningún caso son un objetivo en sí mismo. Pueden llevarme a información relacionada con mi búsqueda pero también sugerirme sorpresas que nunca considero “distracciones” sino verdaderas oportunidades. Así conocí a Akela, artista gráfico del que desgraciadamente no puedo dar más datos que su publicación por parte de la web shadowness.com. Para ver su trabajo:

Por orden de lectura: Neandertal, Ergaster, Flores y Dmanisi

Ante estos soberbios trabajos artístico/antropológicos, debemos dar doblemente las gracias. Gracias por un hiperrealismo fotográfico inédito y estremecedor. Pero gracias también por la dignidad devuelta a estos personajes reconstruidos. Al fin alguien se atreve a mostrar nuestros antepasados como lo que eran, plenamente humanos, más allá de un entrecejo saliente o una frente baja. Es cierto que dicha humanidad se hace más evidente en las reconstrucciones desde ergaster en adelante, y que yo personalmente no entiendo cómo rudolfensis o habilis, siendo también Homo/humanos, son para el artista tan similares a un chipancé, pero a caballo regalado no se le mira el diente. Para terminar, debemos subrayar el perfecto ajuste de tono en las pieles de estos individuos pleistocénicos, aplicado con una valentía que ya quisiera yo para mi blog.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Tarsis-Afroiberia. Parte 3. Jonás

La azarosa vida de Jonás lo aparta del modelo, biográfico o literario, representado por los demás profetas de Israel. Famoso por aquel gran pez que lo tragó y lo devolvió, en su historia también aparece una inmensa “calabacera” que Dios hizo crecer en una sola noche para dar sombra al profeta, lo cual ha sido interpretado por algunos críticos como una velada mención a las drogas. Ballenas y plantas mágicas aparte, YONAH significa “paloma” en hebreo, mientras que el nombre de su padre, Amitai, está sin duda relacionado con EMET, “verdad”. “Jonás hijo de Amitai” significa, echándole poca imaginación, “la paloma hija de la verdad”. Este aire alegórico y novelesco lo asimila a Tobías o Sansón, personajes tan populares y queridos como despreciados en su valor histórico. El Libro de Jonás menciona a Tarsis, y el cometido de esta entrada es determinar qué posibilidades hay de identificarla con Afroiberia. Que un personaje sea total o parcialmente legendario no impide que el contexto, la ambientación de sus aventuras, deba serlo también: ¿acaso no se estrenó recientemente una peli de marcianos perfectamente ambientadas en el Far West?

Fuera de su libro homónimo, el Antiguo Testamento sólo menciona a Jonás en el Libro Segundo de Reyes (2Re14:25), donde se nos especifica el contexto crono-espacial de nuestro profeta: Israel en tiempos de Jeroboam II (786-746aC). Bajo el reinado de Jeroboam II el Reino del Norte vivió probablemente su etapa más gloriosa, llegando a recuperar las fronteras septentrionales de David y Salomón. El imperio dominante en aquel momento era el Neoasirio, del cual sabemos que durante los s.VIII-VIIaC vivió su máximo esplendor, recibiendo tributo de naciones como Fenicia e Israel. Afortunadamente para Jeroboam II, y en gran parte causa de su estabilidad y poderío, su reinado coincidió con una fase de cierto repliegue asirio, aunque eso no eximiera a Israel de seguir tributando (y temiendo) al gigante oriental. Todos estos datos no sólo concuerdan con el ambiente reflejado en el Libro de Jonás, sino que explican gran parte de su temática.

Jonás 1:2: “Levántate y ve a Nínive, la gran ciudad, y proclama contra ella que la maldad de ellos ha subido ante mí”.
Nuestro relato comienza con Dios ordenando a Jonás, un israelita, nada menos que ponerse en camino a Nínive, una de las ciudades asirias más importantes a nivel religioso, para cantar las cuarenta a sus habitantes. Como veremos a continuación, justo después de la orden divina Jonás toma la decisión de desobedecerla, lo cual es muy comprensible. Consideremos que, además de ser suicida en lo personal, la misión era también muy comprometedora a nivel geoestratégico: ¿qué consecuencias podría tener para Israel la insolencia de su ciudadano? Esta doble tesitura es la que marca el drama de nuestro profeta, quien muestra miedo como hombre y prudencia como israelita, pero no pereza o irresponsabilidad religiosa como pudiera desprenderse de una lectura ligera o descontextualizada del texto.

Jonás 1:3. “Y Jonás procedió a levantarse y huir a Tarsis de delante de Jehová, y finalmente bajó a Jope y halló una nave que iba a Tarsis. Por tanto pagó su pasaje y bajó y entró en ella, para irse con ellos a Tarsis de delante de Jehová”
La aparición de Tarsis en la narración está más que justificada a nivel simbólico. Si se trata, como creemos, de la Tarsis afroibérica, supone el punto geográfico opuesto a Mesopotamia desde la perspectiva de un hebreo. Por lo general huyes en dirección contraria al motivo de tu miedo y, si encima piensas que Dios va a perseguirte para obligarte a cumplir tu tarea, escogerás el punto más alejado de los conocidos en esa dirección. Para el cananeo-israelita del s.VIIIaC, Tarshish-Afroiberia encarnaba el Extremo Occidente como ninguna otra región y, por tanto, el punto más alejado de Asiria que se pudiera concebir. Por si fuera poco, Jonás se embarca en el puerto de Jope (actualmente adscrito a Tel Aviv) lo cual indica que para llegar a Tarsis había que navegar el Mediterráneo. Este último aspecto es de la mayor importancia por cuanto viene a corroborar la ubicación que establecimos para Tarsis como descendiente del jafetita Javán, y de nuevo disipa dudas sobre espejismos tersitas en India o Somalia. Finalmente, las fechas también juegan a favor de nuestra tesis, por cuanto el s.VIIIaC supuso el establecimiento sistemático y a gran escala de cananeos en nuestras costas, lo cual provocaría sin duda un considerable eco entre los vecinos de los fenicios, hebreos incluidos.

A estas alturas, nuestro argumento choca con las tesis desmitificadoras, cuya defensa es principalmente cronológica. Según ellos, el Libro de Jonás fue probablemente escrito entre el s.V y el s.IVaC., varios siglos después de la supuesta vida del profeta, y por tanto ni siquiera lo realista o cotidiano puede tener valor histórico en su biografía. Es preciso entonces preguntarles a qué se refieren por “escrito”: ¿una invención o la compilación definitiva de algo anterior? Existen datos en el documento que impiden defender la primera opción o que en cualquier caso demuestran que los autores de Jonás pretendían ser históricamente precisos y veraces. Por ejemplo, la sola mención a Nínive aporta una información cronológica de primer orden: su elección como paradigma de ciudad asiria, su denominación de “ciudad grande”, su extensión “con distancia de tres días de recorrido” y su población de “más de 120.000 hombres”, nos hacen presuponer que se trata de la época en que la ciudad llegó a ser capital del Imperio Asirio. Afortunadamente, existe unanimidad en las fechas límite de dicha fase, comenzando con la orden de Senaquerib (ca. 700aC) para que la capital se trasladase a Nínive y terminando hacia 633aC., fecha del primero de una serie de ataques de los medos sobre la ciudad, que desembocan en el definitivo de 612aC., cuando Nínive fue desolada hasta los cimientos. Es evidente la anterioridad de Jeroboam (y Jonás) respecto a esta fase “Nínive-Capital”, casi un siglo, pero es importante señalar que la ciudad asiria no tuvo que esperar la capitalidad para ser una ciudad importante desde mucho antes. De hecho, podría ser considerada la capital religiosa asiria, y esto bastaría para justificar que los hebreos la escogiesen para sus megalomanías conversoras. En todo caso, este tipo de argumentos me parece innecesario: queda totalmente demostrado que, aunque la compilación canónica llamada “Libro de Jonás” pueda ser del s.IVa.C., escoge una ciudad que sólo tuvo renombre entre los s.VIII-VIIa.C. Otra pista cronológica la obtenemos por la mención al puerto de Jope, la cual ha sido siempre erróneamente utilizada como prueba de la imprecisión del Libro de Jonás. Los desmitificadores de profesión nos dirán que dicho puerto no pertenecía a los fenicios ni a los israelitas, y que por tanto se trata de una elección caprichosa para partir hacia Tarsis. Sin embargo, durante el dominio persa que siguió a los asirios, los fenicios de Tiro tuvieron el puerto de Jope bajo su tutela. Pensemos ahora en un hebreo que quiere embarcar hacia Tarsis y que tiene, tan cerca de su casa como lo está hoy Tel Aviv, un puerto tan tirio como el de Gadir. Esta Jope estaba además incrustada en el imaginario bíblico desde muy atrás: adjudicada originalmente a la tribu de Dan (Jos 19:46), en sus muelles descargaron nada menos que los cedros del Líbano con los que construyeron el Templo de Salomón (2Cr 2:15). Existe de nuevo un claro desfase temporal, pues la ocupación persa (y por tanto la administración tiria del puerto) no tuvo lugar hasta finales del s.VIIaC. Ambas menciones, Nínive y Jope, parecen demostrar que los redactores definitivos de Jonás se basaron en elementos históricamente ciertos y anteriores al año 600aC. En ese lote hemos de incluir sin duda a Tarsis.

Recapitulemos entonces las conclusiones de este artículo. Jonás es un libro que compagina las fantásticas peripecias del protagonista con un trasfondo de gran historicidad. Dicha ambientación histórica no es tanto del s.VIIIa.C (época del profeta) sino más bien del s.VIIa.C, pero nunca del s.IVaC., fecha en que se adjudica su redacción. La Tarsis mencionada en el texto es muy probablemente la Tarsis afroibérica en base a los siguientes motivos: 1. Simbólicamente supone las “antípodas” a Nínive, y por tanto el destino de huída perfecto. 2. Para llegar a ella hay que navegar el Mediterráneo, y además hay que embarcarse en un puerto dependiente de Tiro, metrópoli de Gadir y demás colonias afroibéricas. 3. Entre los s.VIII-VIIa.C. los contactos entre cananeos y afroibéricos adquieren un grado de consolidación y masificación tales que sin duda dejaron una profunda marca en la cultura proximo-oriental, no sólo fenicia. El impacto que las riquezas y lejanía de Tarshish produjo entre los hebreos quedará reflejado en la producción bíblica de esos siglos, como tendremos ocasión de comprobar. Por todo lo anterior, el Libro de Jonás apoya sólidamente la identificación Tarsis-Afroiberia.


Jonás según los paleocristianos (nótese la morenura de los personajes)

domingo, 13 de noviembre de 2011

Mito camita, timo hamita

Durante siglos se ha esclavizado a los negros bajo el pretexto de una supuesta maldición lanzada sobre Cam, el hijo más africano y oscuro de Noé. Más aún, se ha dicho que la propia negritud era una señal divina de bajeza y penitencia, su marca de criatura expresamente venida al mundo para servir. Los orígenes de este mito, sus flaquezas y paradojas, así como su evolución hasta hoy son sumamente interesantes, pues implican uno de los casos de propaganda racista mejor coordinados y de mayor alcance. Dado que en la entrada anterior nos familiarizamos con la Tabla de las Naciones (Gen. X), he pensado que sería un buen momento para publicar sobre los camitas y sus vicisitudes historiográficas. Ni qué decir tiene que la “Maldición de Cam” no es sino una centésima parte de lo que se podría escribir sobre Cam y cada uno de sus hijos. Es más, aunque nos ciñamos a la maldición camita, se nos abrirán caminos hacia el origen y modalidades de la esclavitud, del racismo, de la religión y de la economía que por ahora no nos podemos permitir profundizar. Por todo lo anterior, esta entrada es sólo una introducción enfocada al efecto que dicho mito ha tenido entre las poblaciones de color sometidas por el colonialismo, principalmente los africanos y afrodescendientes. Quiero dedicar el artículo a nuestro compañero Ernesto pues el tema surgió a partir de nuestras conversaciones, pero sobre todo por la vidilla que ha traído al blog.

Africanidad y negritud de Cam

Como vimos en el artículo inmediatamente anterior, los hebreos tenían un concepto etnográfico de sus vecinos que dejaron plasmado en la llamada Tabla de las Naciones. Que debamos o no considerar negra a la descendencia de Cam es un debate conocido y espinoso. Así, para los hebreos no todos los camitas eran africanos, cierto, pero todos los pueblos africanos sí eran camitas. Del mismo modo, no todos los camitas serían igual de oscuros de piel, pero todos los pueblos incuestionablemente negros (asiáticos y africanos) que conocieron los hebreos fueron catalogados por ellos como camitas. Esta confluencia, esta insistencia que tiene lo africano y negro por rondar la casta de Cam ha llevado a muchos, creo que con mucha razón, a identificar lo uno con lo otro. Para los hebreos, los camitas eran sus vecinos del sur africano y parcialmente asiático, de piel oscura y mayoritariamente negra, a menudo creadores de las primeras civilizaciones del mundo conocido. Cuando Israel insulta a Cam, y no faltan ocasiones, lo tacha de vicioso, idólatra, cruel o decadente, pero jamás lo trata de incapaz, de brutal o de inculto. La antigüedad, magnificencia y sofisticación camitas están fuera de toda duda en la Biblia. Si volvemos nuestra atención hacia el mundo grecolatino, encontramos el mismo respeto hacia los etíopes ilustres y longevos, hacia la perfección moral y física de Memnón, hacia el egipcio Danao o hacia el fenicio Cadmo.

Existen además dos argumentos de tipo lingüístico para apoyar la negritud de Ham. En primer lugar JaM (radical Jet-Mem) significa en hebreo “caliente, cálido, ardiente, candente, tórrido, caluroso, ígneo, fogoso”. De ahí, suele pasar, derivan palabras hebreas tan dispares como las que se refieren a “fiebre”, “pasión”, “infusión”, “ira”, etc. Podríamos ensayar desde aquí una argumentación directa, es decir, deducir que el hamita sería alguien sometido al caliente y abrasador JaM (no por casualidad JaMah es nombre hebreo para el Sol, tan usado como SheMeSh). Eso nos daría un camita “abrasado”, “tostado”, “sometido a los efectos de la insolación más implacable”, que es lo mismo que hicieron los griegos con sus etíopes o “aizi-opes”, “caras quemadas”. Otra opción supone tomar una perspectiva más compleja, para lo cual necesitamos recurrir al segundo argumento lingüístico. Los antiguos egipcios llamaban Kemet o Khemet (Jemet) a su país y todos los especialistas, de cualquier ideología, se rinden a la evidencia de que significa “la negra”. Que sea “la tierra negra” o la “tierra de la gente negra” o “la tierra de las arcillas negras” o “las enaguas negras de la faraona” nos trae ahora sin cuidado. Lo que ahora importa es que Kemet es la forma singular femenina (con “-t” final  en egipcio, bereber o hebreo) del adjetivo “negro”, y que por tanto la raíz egipcia para “negro” es KM o JM (KhM). No en vano JaM, así, en genérico, es el modo que tenían los hebreos para referirse a Egipto, mientras que para hablar de otros hamitas había que concretar más. No creo que haya dudas de que los hebreos tomaron esta designación de la que usaban para sí mimos los egipcios, pero desconozco por qué no se incluyó en el lote su significado de “negro”. Con todo, quizás el “jam” egipcio no pudo desbancar al “shajor” hebreo para designar a lo negro, pero es innegable que sí se produjo cierto trasvase semántico. Rebuscando en mi maravilloso diccionario de Judit Targarona doy nada menos que con JUM, “castaño, pardo, marrón”. Algo más apartado de lo cromático pero igualmente interesante es JeMeT, “pellejo, odre, bota”, tanto porque pueda estar relacionada con una raíz que denote “piel” como por el color oscuro y rojizo que suelen tener esos objetos. Volviendo a lo cromático, también deberíamos tener en cuenta JeMaR, “asfalto, betún, brea” y JoMeR, “barro, arcilla, greda, limo, lodo, argamasa”. Al español le sonará forzado, pero para los hebreos no era extraordinario ligar la tierra, las pieles humanas y los colores, como vemos en la relación existente entre Adam (primer hombre), Adamah (tierra, arcilla) y edom/admoní (rojizo, de color ladrillo).

Finalmente, la proximidad geográfica entre Cam e Israel es esencial para demostrar la negritud camita. Si, por ejemplo, encontramos un manuscrito teutón que habla de los “moros negros”, nuestros amados académicos se apresurarán a dudar de lo que un alemán medieval podía considerar “negro”. Nos dirán que en un mundo totalmente aislado, emblanquecido, enrrubiascado y ojiazulado, “negro” podía ser alguien simplemente con pelo y ojos oscuros. Por el contrario, los hebreos bíblicos ya eran de por sí bien morunos, vivían en la encrucijada Euro-Afro-Asiática, y habían pasado la mitad de su historia emigrados en Egipto. Si los hebreos decían que los camitas eran negros, ni hablaban de oídas ni hacían metáforas cromáticas. La imagen que el hebreo tiene del camita como negro afroasiático muy civilizado es por tanto la prístina y ancestral. Con el tiempo, esta concepción, que es la arqueológica, etimológica y antropológicamente más sensata, dará paso a otras, fruto de la manipulación y el despecho. Veamos cuáles han sido, qué argumentos han empleado y, sobre todo, qué circunstancias las han propiciado.

El primer timo camita

Leamos Génesis 9:18-29:
18 Y los hijos de Noé que salieron del arca fueron Sem, Cam y Jafet; y Cam es el padre de Canaán. 19 Estos tres son los hijos de Noé, y de ellos fue llena toda la tierra.
20 Después comenzó Noé a labrar la tierra, y plantó una viña; 21 y bebió del vino, y se embriagó, y estaba descubierto en medio de su tienda. 22 Y Cam, padre de Canaán, vio la desnudez de su padre, y lo dijo a sus dos hermanos que estaban afuera. 23 Entonces Sem y Jafet tomaron la ropa, y la pusieron sobre sus propios hombros, y andando hacia atrás, cubrieron la desnudez de su padre, teniendo vueltos sus rostros, y así no vieron la desnudez de su padre.
24 Y despertó Noé de su embriaguez, y supo lo que le había hecho su hijo más joven, 25 y dijo: Maldito sea Canaán; Siervo de siervos será a sus hermanos.
26 Dijo más: Bendito por Jehová mi Dios sea Sem, Y sea Canaán su siervo.
27 Engrandezca Dios a Jafet, Y habite en las tiendas de Sem, Y sea Canaán su siervo.
28 Y vivió Noé después del diluvio trescientos cincuenta años. 29 Y fueron todos los días de Noé novecientos cincuenta años; y murió.

Para el que no se haya percatado, el primer timo camita… ¡está en la propia Biblia! Desconocemos por qué Noé no se plantea su responsabilidad en la borrachera, tampoco entendemos por qué se venga tan cruelmente de quien sólo lo encontró desnudo sin querer, y mucho más nos despista que no maldiga a Cam directamente sino a su hijo Canaán, que era inocente del “delito” además de su pobre nieto. Tampoco parecen justos los premios, ya que si tanto Sem como Jafet taparon al padre, ¿por qué el primero mereció una bendición mientras que el segundo sólo cierto engrandecimiento clientelar a la sombra de Sem? Ha sido mucha la tinta vertida sobre estos despropósitos pero aún no podemos hablar de una interpretación definitiva. Lo que sí parece evidente es que esta parte del capítulo es un añadido al texto original. Si nos fijamos, y he puesto un párrafo amplio para comprobarlo, podríamos cortar los versículos 20 a 27, y el resto sería una muy lógica forma de despedir la narración sobre Noé: sus hijos fueron tales y cuales, llenaron toda la tierra, Noe vivió tantos años, y finalmente murió. Es un resumen perfecto. Pero ahí mismo, donde no viene al caso, a modo de cotilleo de peluquería, sin contexto con el antes ni el después, salen con que si Noé la cogió bien cogida, que si se despelotó, que si un hijo lo vió… Todo demasiado frívolo en el obiturario a uno de los patriarcas más célebres, ¿no creen? Pensemos entonces en los verdaderos motivos de esta interpolación, de esta primera adulteración del concepto hebreo de los camitas, tan antigua que quedó atrapada en el proceso de canonización de textos bíblicos.

Desde mi punto de vista, la prolongada rivalidad entre los hebreos y el resto de los cananeos es la causa determinante de esta adulteración. ¿Por qué paga Canaán lo que hizo su padre Cam? Parte de la Canaán histórica fue, según la Biblia, cruelmente azotada por Josué y sus sucesores (lo que llamaban “anatemas”), y del mismo modo nos consta que los hebreos tomaron esclavos de entre los cananeos. Pero Canaán no sólo es el enemigo para el hebreo bíblico, es también el propietario de la tierra a la que aspira, es el pariente que le recuerda su pasado mixto e idólatra y es además una fuente continua de mestizaje cultural y racial. Aún así, aún queriendo execrar sólo a los vecinos cananeos, una maldición general hacia Cam habría sido más apropiada, ya que afectaría igualmente a los cananeos sin comprometer a la Biblia a semejante chapuza argumental. Pero Cam era también, y en grado principal, Egipto, la temida superpotencia de la zona: dirigirles maldiciones sonaría arriesgado, decir que eran siervos naturales del hebreo sonaría ridículo. En lo único que el hebreo despreciaba al camita era en lo religioso y moral; en todo lo demás lo temía y admiraba a partes iguales. No hay nada en este relato, ni en ningún otro de la Biblia, que maldiga a los camitas ni a los negros en su conjunto o que los haga esclavos connaturales. La esposa kushita de Moisés, la amistad de Salomón con la reina de Sheba, Taharqa y sus huestes, el eunuco etíope convertido por Felipe… se puede recorrer la Biblia de cabo a rabo y no encontraremos traza alguna de esa supuesta “maldición camita” o de sus presuntos efectos esclavizadores. Califiquemos entonces esta primera tangada de los escribas como chapucera y doméstica, exclusivamente destinada a ensalzar a Shem y cebarse en Canaán, a la sazón propietario de las tierras que le habían sido “prometidas” a Israel. Había que animalizar a Canaán, había que hacerlo esclavo natural por designio de los patriarcas, y había que llevar a cabo su genocidio y martirio sin atisbo de culpa. Pese a la negritud de Canaán, el motor de este mito-maldición no fue el racismo (porque no se dirigía al linaje de Cam en conjunto) sino la necesidad de justificar la ocupación de tierras ajenas. El papel de Cam (como el de Jafet) en este relato es secundario, actuando de mero nexo entre Noé y el objetivo de todo el montaje: su hijo Canaán. Hay por tanto mucha xenofobia y mucho etnocentrismo en el pasaje bíblico que nos ocupa y en los hebreos que lo redactaron, pero no racismo. Sin embargo, permitirá que en el futuro surjan mitos camitas plenamente racistas.

El segundo timo camita

Entre los siglos XVIII y XIX, cuando los occidentales comerciaban con millones de esclavos negros y de otras colonias, tuvo mucho éxito otra versión del mito camita. En ella, Canaán ya no era “un negro que había sufrido como maldición la servidumbre”, sino “un hombre que había sufrido como maldición la servidumbre y, como señal de esta, la negritud”. Otro cambio que me parece interesante es que la negritud como penitencia implica que ya no estamos ante la maldición de un humano (resacoso además) sino ante su aprobación por parte de Dios, es decir, ante un castigo divino. La diferencia es abismal: el gran Jacob-Israel también maldijo a Leví en su lecho de muerte y a dicha tribu no le fue nada mal. Aquí, parodiando lo del Edén, es el propio Dios quien nos dice: “De ningún linaje humano tomarás esclavo salvo del linaje de Cam”. Finalmente, es a esta modalidad del mito a la que debemos el término “Maldición de Cam” pues como vimos la Biblia sólo nos permite hablar de “Maldición de Canaán”. Pero los racialistas europeos del momento tenían tanto interés por hacer esclavo a todo negro viviente, cananeo o no, que implicaron a Cam y ocultaron a Canaán.

¿Cuándo surge esta modificación del mito? El artículo de Wikipedia “Curse of Ham” aclara bastante este aspecto, así que les pido un pequeño esfuerzo con el inglés para ahorrarnos aquí tiempo y repeticiones. Mis observaciones de conjunto son, muy telegráficamente, las siguientes. La segunda versión de la maldición no aparece hasta los primeros siglos de nuestra era, cuando Egipto ya no es ni la sombra de lo que fue y es posible inventar lo de los negros congénitamente esclavos. La presencia de bastantes autores hebreos y cristianos sirios entre los seguidores del nuevo mito podría apoyar la idea de que había cierto revanchismo en la región, cierta satisfacción de ver al gigante del sur caer y con él todo el recuerdo de su superioridad sobre la franja sirio-palestina. Curiosamente, adjudican inéditos elementos de “barbarie” para el camita-cananeo (andar desnudo, lascivia, latrocinio, etc.) Por otra parte, los académicos occidentales ponen demasiado énfasis en las fuentes talmúdicas y judaicas en general, insinuando que el mito lo inventan los judíos. En realidad, las fuentes judías presentan una equilibrada división de preferencias por el nuevo y el viejo esquema (como más tarde ocurrirá entre los intelectuales musulmanes), mientras que los cristianos muestran una clara preferencia (no unanimidad) por la versión más racista del mito. Para terminar con los judíos, y sin que sirva de justificación, es posible que se lanzaran como locos a esclavizar negros por los peligros que para ellos supondría tener un esclavo con pintas de europeo o árabe. Durante la Edad Media hay en Europa un nuevo interés por la cuestión que luego decae sin desaparecer. En cualquier caso, las esporádicas apariciones de esta teoría no nos permiten trazar ninguna línea clara entre los orígenes que hemos comentado y el boom camítico que vivió Occidente en su etapa colonial.

Más que las erudiciones me interesa ahora que nos metamos en el pellejo de un europeo del s.XVIII y XIX. Las ideas del Racionalismo y la Ilustración se abren paso y con ellas la igualdad de los hombres. Pero la metrópoli está metida en un tren consumista que sólo las colonias pueden costear, con su economía esclavista inherente. Como es de imaginar, ambos conceptos entran en conflicto continuamente, todo Occidente se vuelve más buenista, más jipi, pero también más sibarita e hipócrita. A más necesario se hace esclavizar negros por millones, más ingrata es la madre patria y más peliagudo el debate. ¿Cómo solucionarlo? Quitándonos culpas resucitando las ajadas teorías sobre el malvado Cam, condenado a ser negro y esclavo por su desvergüenza. La profusión de autores publicando como zombies la misma idea nos indica tanto la reticencia del público como la insistencia del “aparato”, pero al final se puede decir que aquello fue un éxito propagandístico. Por si fuera poco, nuestra inveterada hipocresía cristiana añadió otra brillante idea como complemento: aquellos negritos, nos cantábamos como nana, necesitan ser bautizados y civilizados, debemos tapar su impudicia, e imponerles disciplina y laboriosidad. Cuánta piedad. Esto último nos lleva a rizar el rizo racista. Hablo de adoctrinar con el mito camita a los propios negros (y por tales incluyamos también a australianos, melanesios, etc.) Les enseñaban machaconamente, al evangelizarlos, que Dios los quería en eterna servidumbre si es que pretendían ganar el cielo, y que toda rebeldía era pecado mortal. Además les enseñaron que su “fealdad” y negritud eran una especie de aviso: “razas superiores, esclavizadme sin culpa”. Todo, no lo olvidemos, por ser descendientes de Cam.


Cuadro de Abel Pann: Sem (izquierda), ladino, sibarita y afeminado; Cam (centro), lascivo y brutal;
Jafet (derecha), simplemente angelical.

El tercer timo camita

La trata negrera fue suspendida porque ya no era económicamente rentable. Paradojas de la Historia, los mismos ideales que hicieron triunfar a las revoluciones burguesas y nacionalistas de Europa fueron también los que provocaron la independencia de sus colonias. El efecto inmediato es que la vieja Europa perdió interés por hacer apología de la trata de esclavos. Ya no se beneficiaba con su explotación y, por el contrario, necesitaba poner en jaque a los estados neonatos. Para colmo, la Era Industrial cambió el papel protagonista de la riqueza agraria por la del producto manufacturado en serie, y con los grandes latifundios se fueron los esclavos. Habían descubierto que un esclavo con sueldo, que lo gasta en lo que tú mismo vendes, productos en cualquier caso fruto de su propio sudor, se llama obrero. Creer que el fin de la esclavitud en Occidente llegó por el tesón de los abolicionistas, o por una disminución de los prejuicios raciales, es de ilusos. Además, el fin de la esclavitud no implicó en absoluto la desaparición del abuso sobre el hombre de color en general y sobre el negro en particular.

Por otro lado, el romanticismo y el nacionalismo de la misma época llevan al europeo a un desmedido amor por el pasado que aún nos dura y que yo personalmente agradezco. Nace entonces la Arqueología, aunque lo hace como simple vehículo para confirmar la grandeza de la Biblia, de la raza blanca y de Europa. Pero los problemas surgieron apenas comenzaron las excavaciones. Egipto, Mesopotamia, Canaán o Turquía mostraban una antigüedad y grandeza arqueológicas que dejaban lo europeo a la altura de la babucha. Incluso si querías encontrar algo siquiera presentable en nuestro continente tenías que irte a las regiones cálidas vecinas de África y Oriente. Sin duda lo más escandaloso fue que la mayoría de estas milenarias e impresionantes civilizaciones, como la egipcia y la sumeria, eran obra de negros y de otros hombres de color. Aunque sea una cita muy conocida, no me resisto a ejemplificar el abatimiento de aquellos eurocentristas a través de estas palabras de Volney referidas a los egipcios:
“… el pensar que esa raza de hombres negros, hoy nuestra esclava y objeto de nuestro desprecio, es a esa misma a la que nosotros debemos nuestras artes, nuestras ciencias y hasta el uso de la palabra, el imaginar, en fin, que es en medio de los pueblos que se dicen los más amigos de la libertad y de la humanidad, donde se ha castigado con la más bárbara de las esclavitudes y donde se plantea el problema de si los hombres negros tienen la inteligencia de la especie de los hombres blancos.”

En tercer lugar hemos de preguntarnos por la suerte de los antiguos esclavos. Como hombres libres su situación no ha cambiado en general, ni en lo social, ni en lo económico, ni en lo cultural. En este último ámbito podemos señalar que por primera vez accede a la Biblia para leerla de principio a fin, que ya no depende de aquellas astutas selecciones de los catequistas blancos. Entiendo que hoy no parece mucho, pero al negro recién liberado, sobre todo al de las colonias americanas, le proporcionó todo un aluvión de datos sobre la grandeza de Cam y su descendencia. Inmediatamente comprendieron que, si ayer cargaron con la penitencia del abuelo Cam, hoy eran sus legítimos herederos. Tras siglos sintiéndose subhumanos pasaron a soñarse descendientes de faraones y sacerdotes babilónicos, edificadores de pirámides y canales de riego, fabricantes de las más finas telas y los más embriagantes perfumes, padres de la civilización mediterránea y por tanto también de la occidental. Poco les duraría la fiesta.

Seguro que se están preguntando en qué consistió entonces el tercer timo camita, y yo espero que lo deduzcan por su cuenta a partir de otra cita. En 1839, unos cincuenta años después de las lamentaciones de Volney, Champollion-Figeac, hermano del descifrador de Rosetta, pronunció la siguiente perla:
“la piel negra y los cabellos rizados, esas dos cualidades físicas no bastan para caracterizar la raza negra y la conclusión de Volney relativa al origen negro de la antigua población egipcia es evidentemente forzada e inadmisible”.
Ante la imposibilidad de negar que aquellas impresionantes civilizaciones africanas y orientales fueran camitas optaron por el órdago, por el ataque como mejor defensa, en definitiva por la poca vergüenza. Se trata de un momento crucial en la evolución del racismo blanco, algo en cierto modo trascendente, porque esa frase de Champollion no sólo retrata a la perfección la nueva ideología, sino que es también su primera versión pública. Esa frase es el nacimiento del racismo moderno, o al menos uno de sus hitos esenciales. Durante milenios se había dado por sentada la negritud (al menos morenura) de los camitas, y en los últimos siglos se había explotado como excusa para aceptar nuestros hábitos esclavistas, pero ahora, en menos de cincuenta años, una eminencia como Champollion podía atreverse a poner el paradigma del revés con tal descaro sin esperar el destierro académico o la carcajada popular.

Volvamos ahora a nuestro negro libre y compadezcámonos de su situación: ¡Ahora resulta que hay pueblos con la piel negra que no son negros! Sobra decir que, casualmente, los “negros-no-negros” eran siempre los que mostraban algún tipo de mérito civilizador, mientras que los “negros propiamente dichos” (aquí nació el maldito término) seguían siendo carne de cañón servil. El negro tuvo, tiene y tendrá que soportar como cuatro estirados de universidad decretan de qué negro antiguo se tiene que sentir o no ancestro. La respuesta a tamaña hipocresía, la reacción al desprecio por esa herencia camita que, no lo olvidemos, había costado siglos de esclavitud y humillación se llama Afrocentrismo. El negro liberado, ansiando un saber que el blanco le veta, aprovecha vorazmente cualquier resquicio, cualquier dato que pueda demostrar que le están haciendo trampas con su Historia. Si el resultado a veces ha sonado incorrecto, obsesivo o populista no es culpa del negro. Sin eurocentristas jamás habrían existido los afrocentristas, así de simple. Gracias a esos visionarios, a esos entusiastas que a veces daban trompazos en la oscuridad, pero que siempre obtuvieron el ciento por uno de los ralos materiales a su alcance, hoy existe una abundante y seria bibliografía anti-eurocéntrica. En lo que me atañe, este blog no habría sido posible sin Douglass, Dubois, Garvey, Herskovits, Woodson, James, Diop, Bernal y compañía.

No debemos pensar que este tercer timo camita, que llamaremos de “la raza hamita”, fue un simple exabrupto de colonialistas decimonónicos. Hasta que se publicaron libros sobre razas, y hablo de Paulette Marquer, Alianza Editorial, reimpresión de 1993, se sostenían chorradas como la siguiente:
“La pigmentación (habla de la raza leucoderma o blanca) presenta una gama de colores mucho más extensa que los otros grupos: la piel toma un tinte que va del blanco rosado al moreno más o menos oscuro”
La señora Marquer se quedaba corta. Más adelante, hablando de los “leucodermos” moros se nos muestra más explícita:
“…su piel, por lo general oscura, puede ser casi negra; por otro lado, su facies es típicamente europea, con rasgos finos , una ausencia de platirrinia, de prognatismo y de pelo crespo.”
Si lo hemos entendido bien, para ser negro ya no basta con ser negro, sino que hay que tener la nariz muy ancha (platirrina), el hocico muy protuberante (prognato) y el pelo no sólo rizado sino como algodón (crespo). Si no presenta todo el lote será descrito como “blanco Hamita”. Yo avanzo además, tras algunos años de observación, que si el individuo a estudiar es un egipcio o un sumerio la nariz nunca será lo bastante ancha, ni los labios lo bastante carnosos, ni el pelo lo bastante ensortijado como para merecer la etiqueta de “negro” ante los especialistas occidentales. Por el contrario, certifico en carne propia que en la vida cotidiana basta un tono ocre, un milímetro más de labio, una nariz roma y un ligero onduleo capilar para que el respetable se erice y active sus mecanismos de respuesta racista. Dividir a los negros entre “propiamente dichos” y “hamitas” es ya en sí una ofensa y un acto de suprema hipocresía. Pero aún peor es utilizar dichas etiquetas a conveniencia: para el historiador y el antropólogo un rasero, para el suegro o el casero, otro.

Epílogo, o el cuarto timo camita

A pesar de todo lo expuesto anteriormente, soy un entusiasta de los camitas. El último aguijonazo que el hombre blanco nos atizó a cuenta del mito camita ha sido precisamente la aversión que hoy sienten los africanos y afrodescendientes con sólo escuchar “hamita”. No les culpo, pero tampoco transijo ante su error. Los camitas o hamitas existen, existieron, y son, no lo duden, una de las soluciones al racismo actual. No creo entonces que los negros puedan permitirse ignorarlos. A continuación intentaré exponer mi teoría camita en versión express.

Todo empieza por recordar la diacronía “racial” de nuestra especie, pues si la aceptamos los argumentos vienen por sí solos. El homo sapiens es africano y negro en origen y durante cientos de miles de años, así que es absurdo imaginar un único tipo de negro o “negro propiamente dicho”. Uno o varios de esos tipos de negro africano tenía los rasgos craneales de los actuales blancos o, mejor dicho, de lo que hoy percibimos socialmente como propio de blancos (narices más finas, algo menos de prognatismo, mentón, etc). No es leyenda, no es agarrarse a un clavo ardiendo, sino la evidencia antropológica que constatamos tanto en los cráneos de Paleolítico Superior africano (Elmenteita, Mechta el Arbi, etc.), por un lado, como en los actuales etíopes, beja, somalíes, peules, moros, nubios y “beduinos” de Siwa, por otro. Ningún individuo de estas etnias, muerto y descarnado, sería negro bajo el criterio del antropólogo forense. Todos ellos, sin embargo, son indiscutibles negros cuando nos los cruzamos por el centro comercial. Y no provienen, como tantos pretenden, del mestizaje con europeos y próximo-orientales, pues más al sur siguen apareciendo, aunque con un porte más “negroide”: massai, tutsi, shilluk, teda, kikuyu, dogon, etc. Giuseppe Sergi, un campeón contra el nordicismo insuficientemente valorado, ya estableció que los mediterráneos provenían de los etíopes, es decir, que el blanco actual (o lo que se tiene como tal) es simplemente la mutación albinizada de un tipo de negro africano (hamita, etiópico o moro), y que contaba con muchos de los rasgos craneales y corporales que le son característicos antes aún de salir de África y de perder su piel negra. El hamita deja de ser por tanto un “blanco de piel negra” para volverse “el negro del cual surgirán los blancos”.

El afrocentrista que no acepte al hamita está condenado a repetir los errores del pasado, a caer en una eterna partida en tablas con el supremacista blanco. Reivindicar una versión “radical” del negro puede parecer muy loable y auténtico. En definitiva, esas son las facciones de África Occidental, que a su vez son las que heredaron los esclavos afroamericanos que de allí provienen. La “intelligentsia” afrocentrista está volcada en llevar ese tipo de negros hasta las mismas puertas de Asia o Gibraltar porque ese es el rostro que les devuelve el espejo cada mañana. Pero esa no es la verdad, y ni todo su entusiasmo ni toda la nobleza de sus propósitos podrán escapar de ella. Al final, la osadía de su apuesta se les vuelve en contra a poco que aparece un Ramses II con el pelo ondulado, no crespo, la nariz aguileña, no chata y ancha, etc. Como dije, el debate queda en tablas, los eurocentristas encuentran un resquicio por donde ponernos en solfa y vuelta a empezar. La solución, desde mi humilde punto de vista, consiste en reivindicar más lo hamita. El negro debe abandonar prejuicios acerca de lo que constituye “realmente” su raza, y darse cuenta de que su vieja receta realmente obedece los dictados eurocéntricos del “negro propiamente dicho”. La negritud es centrípeta y mestiza o deja de tener valor y realidad. Al mismo tiempo, dicha visión integradora debe permitirle arrastrar al blanco a su conciencia de africano exiliado, hijo de negros hamitas. Sólo si el blanco entiende que en África ha habido, desde siempre y sin motivos de mestizaje, negros con las mismas facciones que él, aunque con la piel más oscura, sólo si se da cuenta de que no es más que un negro despigmentado, dejará de ser racista.

Nota final antropológica, exclusiva para forofos:
Muchos habrán pensado que el tipo hamita, eritreo-moro, sahariano-saheliano, o como queramos llamarlo, tampoco es uniforme. Se trata de un comentario que, paradójicamente, podría venir de cualquiera de las bancadas, afro o eurocentrista. La razón es, como no podría ser de otra forma por su situación geográfica, que estos pueblos se han mestizado mucho, tanto con negros “propiamente dichos” como con blancos “mediterráneos” y “orientales”. Así, si eres un supremacista blanco irás a la caza selectiva del tuareg de nariz puntiaguda y de la faraona pelirroja, mientras que si eres un afrocentrista radical perseguirás todo lo contrario: lo que yo suelo llamar una discusión “Madrid-Barcelona”. De nuevo en extraña connivencia, afrocentristas y supremacistas blancos nos intentarán convencer de que los hamitas no son sino mulatos, coincidiendo en una visión sincrónica o “cocinera” de las razas. Sin embargo, la evidencia antropológica, tanto forense como genética, nos demuestra que los pueblos tradicionalmente considerados “hamitas” no son producto del mestizaje, sino que por el contrario suponen una de las más antiguas cepas de humanidad. Antes del “blanco propiamente dicho”, por supuesto, pero también muy probablemente antes del “negro propiamente dicho” existió el hamita, junto a otros negros que nos recordarían al bosquimano, al pigmeo y al vedda-australoide.

Queda dilucidar si “camita” o “hamita” es una buena denominación para los negros del este y norte de África que no corresponden a la definición del “negro propiamente dicho”. En principio podría sonar inadecuado, pues los hebreos y los egipcios, que son los que usaron el término por primera vez, ignoraban lo que hoy íbamos a liar a cuenta de los “hamitas” y los “negros propiamente dichos”. Por consiguiente un camita es un negro, sea del tipo que sea, y punto. Sin embargo, es evidente que los hebreos, griegos, mesopotámicos, etc. estaban más cerca de aquellos negros que hoy entendemos como “hamitas”, y que difícilmente conocerían gente de las actuales Angola, Sudáfrica o Gambia. La distinción que los antiguos establecían entre etíopes occidentales y orientales (indostanos),          que incluso mencionaba el pelo lacio de estos últimos, delata una visión muy integradora de la negritud, y no hace más que confirmar la teoría de que aquel “etíope occidental” de las fuentes clásicas correspondía mayoritariamente al actual “hamita”. Ya sabemos que la avaricia rompe el saco: si los eurocentristas persisten en hablarnos de “blancos negros” harán el ridículo; si los afrocentristas pretenden reyes sumerios con cara de cameruneses, también.


Arriba: Un moro (izda) y un beja (dcha) cara a cara. A pesar de provenir de puntos tan alejados de África como Mauritania y Eritrea, podrían pasar por mellizos. Sus facciones reflejan al típico “blanco negro” o “negro-no-negro” de los antropólogos eurocentristas. Abajo: dos tutsis de frente y perfil. Localizados al sur del ecuador, sus rasgos demuestran la gran extensión geográfica de este tipo somático, al tiempo que descartan la intervención genética de los blancos. ¿Son hamitas estos individuos? Sí, si por tales nos referimos a negros africanos cuyos rasgos faciales luego heredarán los blancos; no, si con ello nos referimos a unos supuestos blancos mediterráneos que se internaron en África para “civilizarla”, y que por el camino se pusieron algo negruzos. Los mediterráneos, entre los que nos incluimos los afroibéricos, descendemos directamente de los negros hamitas, no a la inversa.

viernes, 28 de octubre de 2011

Tarsis-Afroiberia. Parte 2. La Tabla de las Naciones

Según el relato bíblico, Noé tuvo tres hijos: Sem, Cam y Jafet. Dios ordenó que subieran también al arca con su padre, acompañados de sus esposas. Cuando el diluvio cesó descubrieron que la humanidad había perecido completamente y recayó sobre ellos la tarea de repoblar la tierra. El capítulo X del libro de Génesis, conocido como “Tabla de las Naciones” consiste precisamente en una lista con los descendientes de cada hijo de Noé y su distribución geográfica. Tarsis es citado como hijo de Javán y nieto de Jafet, habiéndose de localizar, cuanto menos, en el Mediterráneo.

La Tabla de las Naciones es para mí uno de los documentos bíblicos fundamentales para ubicar Tarsis en Afroiberia o alrededores. Sin embargo, para los académicos españoles este pasaje no debería ser incluido en el debate Tarshish-Tartessos porque, dicen, el “Tarsis” de Gen.X no sería más que un personaje casualmente homónimo al pueblo o región que nos ocupa. Cuando los veo en ese plan no se si son más necios que ruines o viceversa. Toda, repito, toda la comunidad científica internacional que participa en el debate sobre la Tabla de las Naciones coincide en el evidente propósito etnográfico del texto, porque no hay “hijo” o “nieto” de Noé en esa lista que no se corresponda con una etnia o nación de la época. La efectividad de dicha “etnografía” hebrea puede ser cuestionada, y con toda la razón, pues no comparte nuestros métodos arqueológicos, lingüísticos, genéticos, etc. Se discute pues sobre la ubicación o la identificación de tal o cual “hijo-etnia”, se critica el desacierto de los judíos al emparentarlos, su vacilación al repetir nombres en troncos familiares diferentes, la cronología del texto, etc., pero nadie se atrevería a suscribir la chorrada de nuestros “tartesiólogos”. Lo peor de todo es que no hace falta ser experto en Próximo Oriente Antiguo para reconocer entre estos descendientes a Asur (Asiria), Cush (Etiopía), Mizraim (Egipto), Peleshet (Filistea) y no digamos a Canaan, Elam o Aram, a las que no le cambia ni una vocal el nombre. Para gente que va por la vida de “catedrático en Historia Antigua” o, peor aún, de “especialista en colonización fenicia” esta lista debería sonarles como a ustedes les sonaría que yo dijera que la matriarca Andalucía tuvo ocho hijas, llamadas Cádiz, Almería, Córdoba, etc. ¿Alguien se atrevería a pensar en personas de carne y hueso?

Los antiguos hebreos consideraban entonces que el pueblo de Tarsis debía ser emparentado con el linaje etno-cultural de Jafet por la línea de Javán. Habrá entonces que abordar las consecuencias de este parentesco, qué ámbito geográfico implica, qué características culturales e incluso somáticas. En este último sentido debemos ser muy cautos, pues a menudo se ha escrito que los hebreos bíblicos consideraban camita a la raza negra, semita a la amarilla y jafetita a la blanca. Simplificando aún más, dicen que Sem es Asia, Cam es África y Jafet Europa. El despropósito de esta tentadora correspondencia 3 a 3 comienza a hacerse evidente con el tronco semita: ¿por qué entonces los judíos y árabes, semitas por antonomasia, no tienen piel amarilla y ojos achinados?, ¿consideramos realmente semitas a los chinos?, ¿son amarillos, siquiera asiáticos, los melanesios o los apaches? Es evidente –nos dirán- que los antiguos judíos no conocían la totalidad del orbe y que en su clasificación no podía entrar pueblos tan distantes. Suena lógico pero ¿por qué no lo aplican también con el noruego y el angoleño? Si para la Tabla de las Naciones los semitas eran sólo los habitantes de una estrecha franja entre el Mediterráneo y el Indo, es decir, los asiáticos conocidos por los hebreos, será lógico suponer también que los jafetitas y los camitas eran, respectivamente, los pueblos euroasiáticos y afroasiáticos de los que hasta entonces tenían noticia.

Los jafetitas

Es imposible ubicar correctamente a todos y cada uno de los descendientes de Noé, y de hecho no hay dos autores, modernos o antiguos, que compartan un mismo esquema o teoría al respecto. Sencillamente faltan datos, y los pocos que disponemos suelen ser objeto de nuestra tendenciosidad etnocéntrica. Pero sí existen rasgos generales de carácter incuestionable que pueden ayudarnos a ubicar Tarsis, ocupándonos primero de aquellos que conciernen colectivamente a los descendientes de Jafet. El rasgo principal de los jafetitas es sin duda la “distancia” respecto a los hebreos y sus avatares históricos. Si Ham, en su vertiente egipcia, cananea, filistea, sabea o etíope, forma parte activa de las crónicas hebreas, qué decir de Sem, linaje de los propios hebreos, pero también de los asirios, arameos, árabes, babilonios, etc. Por el contrario, los jafetitas siempre aparecen como referencias indirectas, aliados de otros pueblos, enemigos apocalípticos o fuente de mercancías exóticas. Esta ausencia de contacto efectivo implica necesariamente que el cuadro etnográfico que de ellos hicieron los hebreos sea menos nítido que el que desarrollaron para los camitas y semitas.

Otro rasgo llamativo de los jafetitas, al que por cierto no se presta la atención debida, es su condición litoral o marítima. Cualquiera que se tome la molestia de leer Génesis X verá que, entre la descendencia de cada hijo de Noé, existe una frase “coletilla” que en Cam y Sem se repite casi idénticamente y que viene a ser: “Estos son los hijos de Cam/Sem, según sus familias, sus lenguas y sus países”. Sin embargo, tras la descendencia de Jafet dice:
“De estos fueron pobladas las COSTAS de sus países, dividiéndose según sus lenguas y linajes”.
No se trata de una casualidad, pues vuelve a repetirse cuando la Biblia se refiere a los descendientes de Jafet:
- “Y enviaré fuego sobre MAGOG, y sobre los que viven seguros en las ISLAS…” (Ez.39:6)
- “… y enviaré de los escapados de ellos a las naciones, a TARSIS, a Fut y Lud que disparan arco, a TUBAL y a JAVÁN, a las ISLAS LEJANAS que no oyeron de mí, ni vieron mi gloria…” (Isa.66:19)

Hay que aclarar que la voz hebrea AY sirve lo mismo para designar costas que islas, un poco a la manera del NESSOS griego. Hay además otra característica general de los jafetitas. Esta sería la clara división interna entre “anatolios” y “mediterráneos”. De los 7 hijos de Jafet la mayoría (Magog, Madai, Tubal, Mesec y Tiras) son de ubicación polémica, suelen tener un papel poco relevante en el resto de la Biblia, y por ahora sólo nos concierne resaltar de ellos que no deben ser asignados a la ligera, tal y como hace la crítica, dentro del grupo oriental. Nos quedan sólo dos hijos de Jafet bien desarrollados, Gomer y Javan, representantes del grupo “anatólico” y “mediterráneo” respectivamente. En el caso de Gomer, existe unanimidad a la hora de ubicarlo en Anatolia o, en todo caso, en una zona bastante al norte de los hebreos, con otras naciones de por medio. Las Escrituras tampoco dan ocasión para pensar lo contrario: Gomer junto a su hijo Togarma son ubicados “en los confines del norte” (Ez38:6), mientras que Askenaz pacta con el reino de Ararat (este de Turquía) y los Mini (Lago Urmia) (Jer51:27). Curiosamente, ni Gomer ni sus hijos son expresamente relacionados por la Biblia con las islas/costas.

Los javanitas

Javán tuvo cuatro hijos: Elisa, Tarsis, Kitim y Dodanim. Tanto él como su descendencia acumulan la mayor cantidad de citas relacionadas con las costas, las islas o la marinería, no sólo en comparación a otros jafetitas sino respecto a todos los descendientes de Noé. La vinculación de Tarsis con el mar es tan grande que sólo podremos apreciarla al final de esta serie de artículos, así que por ahora sólo nos ocuparemos de lo concerniente a su padre y hermanos. Su ubicación mediterránea, cuanto menos egea, es asumida por la totalidad de la crítica. Tengamos en cuenta que aún hoy, al hablar hebreo moderno, los israelitas llaman “yavanim” a los griegos. La importancia de este dato es capital pues reduce considerablemente el área de ubicación de Tarsis, algo que será muy útil cuando en el futuro nos enfrentemos a las tan aplaudidas teorías sobre una Tarsis india, árabe o somalí. Como Jafetita, Tarsis ha de habitar forzosamente al norte o al oeste de Israel, mientras que como Javanita su situación se concreta al área del Mediterráneo, sobre todo de su costa norte. Esto no elimina muchas otras candidaturas (Tarso de Cilicia, Cartago, Etruria, etc.) pero coloca a Afroiberia en la buena dirección. Podemos afirmar sin miedo que Génesis X, la Tabla de las Naciones, avala la localización de Tarsis en Afroiberia.

Existe cierta corriente teórica que pretende circunscribir el territorio de los javanitas a un área ridícula: Javán serían los jonios de Asia Menor y, entre sus hijos, Tarsis sería Tarso de Cilicia, Elisa y Kitim se ubicarían en Chipre y Dodanim sería Rodas. De nuevo, tales afirmaciones sólo pueden ser dichas por quien desconoce todo de la cultura e historia hebreas. Los israelitas no eran grandes marinos, si acaso pescadores de cabotaje, así que su conocimiento de las “islas” mediterráneas no dependió de la proximidad de estás, sino de pueblos que como el fenicio, el filisteo o el egipcio, les sirvieron de informadores a lo largo de su historia. No podemos hablar entonces de un territorio javanita compacto y consecutivo, sino de puertos esparcidos a lo largo del Mar Nuestro, de tal modo que se conocía mucho mejor a la fenicia Gadir que a la inhóspita Albania, a pesar de la distancia de cada una respecto a Israel. Por ejemplo, los KITIM no son exclusivamente los habitantes de la colonia chipriota de Kition sino un concepto más amplio que se refleja en los KHETTA de los murales de las XVIII y XIX Dinastías egipcias, de aspecto totalmente minoico, o en los mercenarios heteos (como Urías) que protegían al Rey David, por no hablar de la identificación etno-simbólica que establecían los rabinos entre Roma y Kitim. Algo parecido ocurre con los filisteos (PELESHET), presentes ya en los Pueblos del Mar que amenazaron Egipto, y cuyo registro arqueológico en Canaán revela de nuevo un fuerte sustrato egeo. Por cierto, los hebreos afirmaban que los filisteos eran camitas y no jafetitas, norteafricanos desplazados primero a Creta u otra “isla” cercana para luego emigrar a Canaán. Sus razones tendrían.

Pero sin duda fue Tiro la principal fuente de información sobre el Mediterráneo que tuvieron los autores de la Tabla de las Naciones. Compilada como veremos hacia el 950aC., coincide temporalmente con el fructífero acercamiento de David y Salomón al reino de Tiro. Los tirios estaban especialmente interesados en conseguir de los hebreos una salida al Mar Rojo por el puerto de Esyon-Geber, y a cambio ofrecieron a Israel ayuda económica y logística, al tiempo que le abrieron todo el catálogo de mercancías de los recientes emporios occidentales. Este es el contexto en el que nace la Tabla de las Naciones, el de un Israel entusiasmado por su grandeza política, pero también por los nuevos “descubrimientos” que les traen sus inquietos aliados. Si aceptamos tempranas visitas de los tirios al Mediterráneo occidental, lo que se ha venido a llamar precolonización (s.XI-IXaC.), debemos identificar a algunos de estos javanitas como poblaciones aborígenes en estrecha relación con emporios kinani. Dado que los contactos de Tiro con Chipre no fueron muy anteriores a los que tuvo con Útica, Gadir, Cartago o Lixus, si “Kitim” es “Kytion” (Chipre) por mera homofonía, Tertis-Tarteso-Turdetania es también un buen aspirante a ser la Tarshish bíblica.

Veamos a continuación las citas bíblicas que relacionan a los hijos de Javán con el mar, recordando que cada vez que leamos “costas” podemos entender “islas” sin ningún problema. No repetiremos la cita que dimos al hablar de los jafetitas en conjunto (Isa.66:19) que hace referencia a Javán, como tampoco las correspondientes a Tarsis, protagonistas de otros posts de esta serie. Aún circunscritos a los hermanos de Tarsis, los testimonios son abundantes, sobre todo los relacionados con Kitim:
- “…de azul y púrpura de las COSTAS de ELISA era tu pabellón”. (Ez27:7)
- “Vendrán NAVES de la COSTA de KITIM, Y afligirán a Asiria, afligirán también a Heber…” (Num24:24)
- “Profecía sobre TIRO. Aullad, naves de TARSIS, porque destruida es TIRO hasta no quedar casa, ni a donde entrar; desde la tierra de KITIM les es revelado. Callad, moradores de la COSTA, mercaderes de SIDÓN, que pasando el MAR te abastecían.” (Isa23:1-2)
- “Extendió su mano sobre el MAR, hizo temblar los reinos; Jehová mandó respecto a Canaán, que sus fortalezas sean destruidas.12 Y dijo: No te alegrarás más, oh oprimida virgen hija de SIDÓN. Levántate para pasar a KITIM, y aun allí no tendrás reposo”. (Isa23:11-12)
- “Porque pasad a las COSTAS de KITIM y mirad…” (Jer2:10)
- “…tus bancos de pino de las COSTAS de KITIM, incrustados de marfil.” (Ez27:6)
- “Porque vendrán contra él NAVES de KITIM…”(Dan11:30)

Flavio Josefo

Josefo fue un historiador judío del s.Id.C. bastante influenciado por la cultura greco-latina, que es considerado por la crítica como un autor bastante fiable y racional. En sus Antigüedades de los Judíos hace un relato paralelo de los primeros libros bíblicos y, cómo no, aparece la Tabla de las Naciones. Por mucho que se le tache de tardío y asimiliado, la escasez de fuentes antiguas semitas hace imprescindible el testimonio de Flavio Josefo. Vaya por delante que este autor ubicaba Tarsis en Tarso de Cilicia, luego no es sospechoso de favorecer nuestras teorías. Sin embargo, existen algunas peculiaridades en su texto que enriquecen el original bíblico y que conviene destacar.

La primera es que distribuye a los jafetitas entre la desembocadura del río Tanais (hoy río Don, al norte del Mar Negro), que era la frontera clásica entre Europa y Asia, hasta nada menos que Gadir. De entrada, la opinión de Josefo anula totalmente la tesis académica de que los jafetitas estaban distribuidos por una región minúscula. Además, si opinaba que Tarsis era Tarso, ¿qué javanita o jafetita fue el encargado de poblar Gadir? Aquí surgen distintas teorías que se alejan un poco de nuestro tema, pero que conviene recordar por referirse a nuestra Península. De un lado tenemos la teoría de Tubal, mayoritariamente seguida por los mitógrafos españoles, que se apoya en las propias palabras del historiador judío: “Tobel (i.e. Tubal) fundó a los tobelos, que ahora se llaman IBEROS”. Tradicionalmente la crítica se ha echado al cuello de esta hipótesis aduciendo que estos iberos no son de la Península Ibérica sino del Caúcaso. Bien podría ser, pero es justo reconocer también que Josefo cita como vimos a Gadir y que, bastante más adelante, mencionará las andanzas de Nabucodonosor por “gran parte de la Libia y la Iberia”, regiones difícilmente vecinas si la Iberia de Josefo fuera exclusivamente la caucásica. Otra teoría pone en duda el buen criterio de Flavio Josefo al identificar Tarso con Tarsis, apoyándose sobre todo en que el autor se excusa de que para ello habría que cambiar “la theta por la tau”. Finalmente hay académicos que opinan que Gadir y otros territorios ibéricos deben adscribirse a Kitim, no en su acepción meramente chipriota sino en otra que da el propio Flavio Josefo: “Ceteim poseyó la isla de Cetim (ahora se llama Chipre). De ahí que TODAS LAS ISLAS, Y LA MAYOR PARTE DE LA COSTA MARÍTIMA, sean llamadas Cetim por los hebreos.” Con esta última cita cerramos lo referente a Josefo, al tiempo que apuntalamos la reputación de costeros y mediterráneos que, entre los hebreos, tenían Javán y su descendencia.


En el mapa aparece la ubicación de Javán y sus descendientes, así como de sus hermanos Tubal, Mesec y Tiras. Algunos (interrogación) son de localización más polémica. He obviado otros nombres para no saturar el mapa, pero sí he marcado los linajes con colores (v. leyenda). Vemos también que algunas zonas estuvieron pobladas por dos e incluso por los tres troncos a la vez. No hay que tomar al pie de la letra el alcance de dichas poblaciones porque depende de los conocimientos geográficos de los hebreos en cada momento. Las zonas grises ni estaban despobladas ni contenían poblaciones absolutamente distintas de las coloreadas, pero probablemente serían ignotas para un judío del s. IX a.C.  Los javanitas no representaban a los europeos, ni siquiera a los europeos occidentales, sino a un conjunto de pueblos de la ribera norte del mediterráneo tan morenos como los semitas, y a veces tan negros como los propios camitas. A propósito, Creta aparece de verde camita porque los hebreos la hacían poblada por Cashluhim y/o por Caftorim, ambas etnias oriundas de Libia. Para terminar, y como anécdota algo frívola, ¿se han fijado que la parte donde convivieron los linajes de Yafet, Ham y Shem queda muy cerca del Monte Ararat? Ver en una región relativamente pequeña tantas pintas entremezcladas pudo inducirlos a creer que allí estuvo el punto de partida de la nueva humanidad.

Cronología del texto

Como en cualquier libro bíblico, nos encontramos con dos criterios de datación opuestos. De un lado tenemos la teoría tradicional o rabínica para la cual el Pentateuco (al cual pertenece la Tabla de las Naciones) fue escrito hacia el s.XVaC., durante el Éxodo y a manos de Moisés o de sus escribas. Del otro tenemos las actuales teorías desmitificadoras, que sitúan la redacción de Génesis X en fecha mucho más reciente, oscilando según autores entre el 700 y el 490aC. Ambas posturas son extremistas y poco rigurosas, pero mientras tratamos a la primera con desprecio o condescendencia, la segunda suele ser aceptada sin hacer unas mínimas averiguaciones. Lo que viene a continuación es una descripción de cómo hay que datar un texto bíblico que espero sirva para futuras ocasiones.

En la Biblia, con la forma que hoy la conocemos, hay implicadas una serie de fuentes, tradiciones o plumas diferentes que son reconocidas incluso por rabinos y sacerdotes: la yavista, la elohista, la deutoronomista y la sacerdotal (por orden cronológico). Además es unánime la aceptación de una tradición oral, anterior pero también paralela a la Biblia escrita, aunque cada autor tenga diferente opinión sobre su importancia en la redacción final del Libro de libros. Los textos atribuidos a la tradición yavista se remontan a mediados del s.XaC. y se relaciona con la región de Judá. Se trataría entonces de escritos redactados bajo el mandato de David o Salomón, a partir de tradiciones orales que se remontarían al II milenio aC. Casi todo el libro del Génesis anterior a la aparición de Abraham está compuesto por textos yavistas, y la Tabla de las Naciones no es una excepción. Tras la muerte de Salomón el reino quedó dividido entre Judá al sur e Israel al norte. Estos comenzaron desde el 931aC. a desarrollar su propia tradición bíblica, que denominamos elohista y que se supone que estuvo consolidada hacia el 800aC. Alrededor del 722aC., con la invasión asiria de Samaria-Israel, ambas versiones se fusionan. Como no hay nada deuteronomista ni sacerdotal en el texto de la Tabla de las Naciones, podemos afirmar que se redactó probablemente durante el s.XaC., con pocas señales de añadidos del s.VIIIaC. y, dado su carácter de himno etnográfico, muy posiblemente basado en ancestrales tradiciones orales.

Los argumentos para rejuvenecer el texto de Génesis X son ridículos. No se puede decir que el texto es del 650aC. porque no mencione la ciudad de Ashur, ya que tampoco menciona a Tiro (sí a Sidon, Arvad, Gaza y hasta a los jebuseos, antiguos pobladores cananeos de Jerusalén). El argumento de que el Gomer de la Tabla equivale a los Gimmerai de Asurbanipal (s.VIIaC.) no aclara por qué entonces en el mismo texto aparece el etíope-cushita Nimrod como primer poblador de Sumeria, dato que antecede tanto los tiempos de Salomón que de hecho lo hemos recuperado recientemente gracias a la Arqueología. Por citar otro ejemplo, se suele decir que Maday son los medos o persas, y que por ello nuestro texto debe remontarse al 560aC., fecha en que los persas comienzan su dominio en la región. Algunos llegan a defender el 490aC., aduciendo a una propaganda persa durante las Guerras Médicas que se filtró en los judíos del exilio babilónico, haciendo de la Tabla de las Naciones una obra de los escribas de Esdras. Sin embargo, el argumento se les vuelve en contra cuando constatamos que en Génesis X no se hace alusión a los persas (“Fares” en hebreo). Siendo los medos, por así decirlo, ancestros de los persas, y siendo común citar a Maday y Fares (Media y Persia) como pareja (v. Dan5:28), resulta muy lógico pensar que la mención del primero y no del segundo en Génesis X aboga más bien por la antigüedad del texto. En cualquier caso, nuestra tesis sale ganando: si aceptamos las cronologías bajas (ca. 600aC.), Tarsis puede ser perfectamente Afroibera ya que por entonces sería muy conocida a través de Tiro; si por el contrario aceptamos el 950aC. como fecha de redacción de la Tabla de las Naciones, confirmaríamos que las expediciones comerciales fenicias hacia el Mediterráneo occidental comenzaron en fecha muy anterior a la que hoy defienden, es decir, que sí existió “precolonización”.

Peso específico de Tarsis en la Biblia

El término “Tarshish” aparece 31 veces en la Biblia, y en sólo dos ocasiones hace referencia a personajes homónimos sin conexión alguna con la región que buscamos. En otras dos ocasiones se refiere al legendario bisnieto de Noé que acabamos de estudiar (Gen.X y 1Cr.1, que es su copia). Luego hay 9 menciones directamente como región o pueblo, a las que habría que sumar las “naves de Tarsis” (11 menciones) y la “piedra de Tarsis” (7). Así dicho, nos quedamos como estamos. Necesitamos saber qué significa ser citado 29 veces en la Biblia y para ello debemos saber cuántas veces aparecen citadas otras etnias. Hay muchos pueblos que no aparecen citados en la Tabla de las Naciones, pero me ha parecido que esta era un buen soporte para establecer una comparación.

De los 74 nombres que incluye la Tabla de las Naciones, Tarsis es el 8º más citado en la Biblia. Más de un tercio de la lista, 28 pueblos o epónimos, sólo son mencionados dos veces, lo que equivale a la propia Tabla de las Naciones y a su eco en 1Crónicas1. En el otro extremo, pueblos como los cananeos, los hititas, los egipcios o los filisteos son citados cientos de veces debido a la proximidad y el protagonismo que tuvieron respecto a los hebreos. Para ser una isla o costa en el Mediterráneo, Tarsis era muy célebre, y más cuando vemos que dentro de los javanitas sólo Kitim le sigue de lejos con 8 citas o, ampliando el linaje, Jafet con 11. Las rivales comerciales Ofir y Havilá sólo aparecen mencionadas 12 y 7 veces respectivamente, mientras que a un pueblo tan eminente como Elam sólo se le cita 25. Definitivamente, Tarsis no era para los hebreos “Argamasilla del Toboso”, y esto debería bastar para reconsiderar todas las investigaciones actuales sobre el tema. Porque se suele ridiculizar como capricho la ubicación de Tarsis y, peor aún, se hace ver que no existen bases documentales para llevarla a cabo. Por el contrario Tarsis era una entidad cultural de considerable importancia para los hebreos que sigue sin ser ubicada correcta y unánimemente. En contra de lo que afirma la propaganda, hay mucho material en la Biblia para ayudarnos a resolver esta sangrante carencia, y eso es lo que humildemente intentaremos en esta serie.

Conclusión

Ni la Tabla de las Naciones, ni ningún otro pasaje bíblico, puede por si solo resolver la localización de Tarsis. Los argumentos etnográficos o históricos que se apoyen en la Biblia deben contar con una pauta que se repita en varios pasajes, de distinta época, género literario y propósito. Tal pauta existe en Tarsis y conduce directamente a nuestras costas, de una forma tan clara que tienta a la anticipación. Sin embargo, debemos mantener un ritmo muy gradual, masticar lentamente cada pasaje sobre Tarsis, interrelacionarlo con lo que ya sabemos, hasta ir destilando la información que soslayan los que van de listos. Sólo así podremos desprendernos de esa losa de años ridiculizando la mera mención de una Tarsis afroibérica.

Dicho esto, Gen. X es una verdadera joya para nuestra tesis. En la Tabla de Naciones se hace incontestable que Tarshish (epónimo de una nación) es hijo de Javán, el jafetita más marinero. Nosotros hemos añadido que es muy probable que entre los javanitas figuren pueblos que interactuaron con los emporios tirios del Mediterráneo y aún del Estrecho (v. Josefo). Por otra parte es innegable, lo veremos en breve, que en la Biblia Tarshish aparece insistentemente ligada a Tiro, sobre todo en los Libros Proféticos. Tampoco se puede cuestionar que Tiro fundó importantísimos emporios en las costas de Afroiberia, es decir, en Tertis-Tartessos-Turdetania. Según la tradición grecolatina, los tirios “descubrieron” Cádiz hacia el 1.100aC., y el emporio adquirió tal peso comercial que su templo dedicado a Melqart era célebre en todo el Mediterráneo, más aún que el de la metrópoli. Como dicen los evangelios, quien tenga oídos para oír, que oiga.