viernes, 31 de diciembre de 2010

Los piños de “Adán”

“Yo creo que la noticia es que, hasta estos momentos, se sostenía que el primer "homo sapiens" fue probablemente negro, por eso de salir de África hacia el resto del Mundo. Ahora pudiera resultar que los primeros aparecieron en Tierra Santa, por lo que a lo mejor eran blancos con nariz prominente...”

La cita de arriba está tomada de un cibernauta apodado LeonAnto, y es su comentario a una noticia antropológica tan reciente que la podemos denominar el último “descubrimiento revolucionario” de 2010: los dientes de la cueva de Qesem (Israel). Es imprescindible que relacionemos este hallazgo con otro muy reciente que comentamos en el post ¿Chinos o Africanos?, pues ambos están siendo utilizados como parte de una virulenta e infundada campaña contra el esquema africanista vigente desde los años 90s. A muchos les fastidia enormemente provenir de un negro africano, y entre los académicos la proporción de insatisfechos no es precisamente menor que entre los ciudadanos corrientes. Lo que ocurre es que los eruditos y especialistas no pueden permitirse defender públicamente sus ideas eurocentristas y racistas, limitándose por tanto a corear los datos que les convienen y a silenciar los que no, a insinuar sin pruebas, y sobre todo a servirse de los medios culturales, gubernamentales y mediáticos a su disposición. No dicen nada pero lo dicen todo, y si no miren lo bien que ha captado el mensaje el sr. LeonAnto. Este individuo se expresa además relajado, sabiendo que su comentario cae bien porque precisamente lo hace desde una de las publicaciones más eurocéntricas del panorama actual: Libertad Digital. En medio, es decir, entre el total disimulo académico y la absoluta falta de corrección política de los “libegales”, los medios de comunicación y agencias de noticas dejan un surco de titulares muy explícitos: “Un hallazgo sitúa la cuna de la Humanidad en Israel”, “El origen humano, en un diente”, “Nueva teoría evolutiva: el Homo sapiens vivió en Israel hace 400.000 años”, etc. ¿Qué hay de verdad en tales afirmaciones? Como ya hemos visto en otros casos, el meollo científico de la noticia es muy escueto, y hay que saberlo cribar de la paja especulativa que lo asfixia.

Lugar: Cueva de Qesem (Israel)

“A mí me parece interesante la hipótesis de Israel por la carga religiosa que conlleva. Es bonito que los verdaderos Adán y Eva vivieran allí”.

Así ha opinado nada menos que J. L. Arsuaga sobre los hallazgos de Qesem, haciendo gala como vemos de un enorme temple científico. Teniendo en cuenta que el propio atapuerco tiene las zarpas metidas en el yacimiento israelí la declaración suena aún más frívola y peligrosa. A las puertas de 2011 la más popular autoridad española sobre Prehistoria proclama que está a favor de una teoría por su “concordancia bíblica”. De estos polvos, aquellos lodos; de estos arsuagas, aquellos foreros de Libertad Digital.

La postura de este blog, cómo no, es diametralmente opuesta y se manifiesta sola mediante un experimento casero. Tomar un mapamundi y localizar la Cueva de Qesem (cerca de Rosh HaAyin, Israel). A continuación medir cuánto dista de la frontera con Egipto (país africano) o con el Canal de Suez para ser más precisos (100 y 300km respectivamente). Podéis medir también la distancia respecto a un punto que aproximadamente represente el centro de África, en mi caso la Rep. Centroafricana, y rondará los 3.000km, mientras que el equivalente de Asia (frontera entre Mongolia-China-Kazajastán-Rusia) dista más de 4.500km. Más aún, países como Etiopía, Somalia o Kenya están situados al oriente de Qesem, mientras que amplias zonas de Marruecos, Argelia y Túnez se sitúan al norte del yacimiento israelí. Todo lo anterior permite decir que entre Israel y África las diferencias biotópicas y antropológicas son menores que las que existen entre Israel y Asia Central y Oriental. Israel es más África que Asia, como Turquía es más Europa que Asia. Desde esta perspectiva, la presencia de humanidad temprana en Israel avala más que reta las hipótesis de un origen africano para nuestra especie. De paso, acaba con los sueños de tantos que ya se frotaban las manos ante unos “adán y eva” blancos y de narices prominentes. En un post anterior expuse las leyes biológicas que condicionarían el color de piel de los israelíes de hace 300.000 años y el resultado no puede ser más tropical.

Datación: entre 200.000-400.000 años Bp.

Algo que no aparece en todos los medios de comunicación es que 400.000 años es la fecha del estrato más antiguo en el que aparecen estos dientes, pero que también los hay tan recientes como hace 200.000. No me ha sido posible averiguar cuántos de esos ocho dientes pertenecen a cada etapa-estrato, y mucho menos saber en qué proporción se distribuyen las características anatómicas de hombre moderno. Pudiera ser, pero repito que nada se, que los dientes tuvieran más rasgos modernos cuanto más modernos fueran, con lo cual este descubrimiento pasaría a ser mucho menos revolucionario de como lo quieren promocionar.

Deberíamos contrastar también cuál era la situación de África hace 400.000 años. A menudo se lee sobre el “vacío” que existe entre los fósiles africanos de erectus-ergaster y los de humano moderno, la tan cacareada ausencia de un antecessor africano. En realidad hay más de no querer ver que de otra cosa. En el lecho IV de Olduvai, datado en 800-600.000 años Bp., se encontraron las mandíbulas OH 22 y 23, de las que se dice que son formas de transición erectus-sapiens. OH 22 conserva los premolares y dos molares, y por tanto tiene mucho que decir respecto a un yacimiento que como el de Qesem se basa en dientes. El hombre de Bodo (Etiopía) es otro tipo transicional algo más reciente (ca. 600.000 años). Con 400.000-300.000 años de antigüedad contamos con el cráneo de Ndutu (Tanzania) o Saldanha (Sudáfrica). Esa calificación de “transicionales” no dice nada en evolución porque todas las especies lo son por definición. Lo que ocurre en África es que los especialistas se cansaron de poner etiquetas a la altura de Homo ergaster-erectus y no desarrollaron la barroca nomenclatura que disfruta Europa (antecessor, heidelbergensis, neandertal, sapiens moderno). A lo sumo meten los huesos africanos en las categorías que diseñaron para los europeos, y así acaban denominando “Heidelbergensis africano” a OH 22 o a Saldanha. Muy similar a este último es el hombre de Kabwe o Broken Hill (Zambia), y sin embargo su datación es posterior (300-130.000 años Bp.), lo que nos da un idea de la continuidad antropológica en la zona. El tipo Broken Hill tiene además la particularidad, muy oportuna para este artículo, de presentar restos craneales bastante arcaicos (de hecho más robustos que Saldanha) pero un esqueleto postcraneal y unos dientes morfológicamente modernos.

Los dientes

Las piezas dentales no nos permiten diagnosticar por sí solos la especie humana a la que pertenece un individuo, y esto es algo que reconocen hasta los propios prospectores de Qesem. Estadísticamente sí hay rasgos más propios de neandertal que de moderno, o de moderno en comparación a los sapiens arcaicos/ergasters evolucionados, pero no a nivel de un solo individuo, mucho menos de un solo molar. Estos ocho dientes israelíes muestran una mezcla de características, las cuales pueden ser agrupadas en tres categorías: unas parecidas a las de nuestra especie actual, otras parecidas a las de los neandertales, y un tercer grupo plesiomórfico, esto es, similares a la de los ancestros de neandertales y modernos. Estamos por tanto en la misma situación en que nos encontramos con respecto a Zhirendong o Denisova, con las puertas abiertas a que los restos de Qesem sean tanto un moderno muy arcaico, como un ergaster o un neandertal muy modernos, como a un mestizaje entre dichas líneas evolutivas.

Conclusión

Nada hay en este nuevo descubrimiento que pueda atentar contra la teoría de nuestro origen africano. Sus restos coinciden en fechas y características morfológicas con otros muchos encontrados en África, aunque a estos no se les de tanta publicidad. Además, la latitud y longitud geográficas de Israel impiden que se le pueda considerar algo sustancialmente distinto de África, o que se defienda que sus habitantes hayan tenido rasgos propios de los “blancos” actuales, ni hace 4.000 años ni hace 400.000. Si alguien quiere desbancar a África como cuna de nuestra especie que se vaya a buscar huesos a Noruega o a Mongolia, pero no a Israel, ni a Gibraltar, ni al Mar Rojo, ni a Sicilia, pues estos lugares son sólo nominalmente “Europa” o “Asia”.

Por otra parte, cada día se hace más patente que el propio método de diagnóstico antropológico está obsoleto. Por mi oficio de documentalista y por mis aficiones personales se que las colecciones muy pequeñas se prestan fácilmente a clasificaciones nítidas y jerarquzadas. Si tienes 20 discos de música, los tres que tienes de música sefardí entrarán obviamente en el apartado de “música sefardí”, uno de los otros diez que has establecido para ordenar tu colección. Pero, ¿qué ocurriría si tuvieras 20.000 discos? Ahí ya hablamos de múltiples estilos, nacionalidades o épocas, y las barreras dejan de ser claras. La música sefardí del ejemplo anterior… ¿dónde ubicarla? Estaría tan bien colocada en “música en español” como en “música hebrea”, o en “música tradicional”. Siento la digresión, pero ilustra exactamente lo que les ocurre hoy a nuestros paleoantropólogos. Crearon sus tipos, géneros y especies a partir de un muy reducido número de individuos fósiles dando una falsa sensación de orden y nitidez en el proceso de hominización. Todo lo que ha estado saliendo a la luz desde hace dos décadas (Atapuerca, Dmanisi, Flores, Idaltu, etc.) así como reinterpretaciones actualizadas de lo ya conocido (Rudolfensis, Djebel Irhoud, Kabwe, Bodo, etc.) se han saltado a la torera el ordenado paradigma que tanto protegen los académicos. Hace mucho que los seres humanos del pasado remoto dejaron de ser “habilis”, “erectus” o “neandertales”, por mucho que los especialistas hagan como que no se enteran. En el mejor de los casos hay que considerar estas etiquetas como los ingredientes de una receta culinaria (el humano en cuestión). Así, los de Dmanisi vendrían a ser “una cochura de ergaster africano previamente macerada en habilis y gratinada al sapiens arcaico”. Estos dientes de Qesem muestran algunos rasgos “modernos” pero ¿qué significa esto realmente? Desde luego no significa que muestren exclusivamente rasgos que sólo tenemos los modernos, así que no cumplen el requisito para que sean considerados modernos de pleno derecho. Tampoco significa que sean los únicos restos óseos anteriores a la supuesta fecha del origen africano con algún que otro rasgo moderno, pues vimos arriba que África (también Europa) está llena de fósiles equivalentes, así que tampoco se pueden esgrimir como nuestros más directos precedentes. Lo único que empíricamente podemos obtener de este dato es que los ocho dientes de Qesem muestran, para sólo unos rasgos, porcentajes de frecuencia cercanos a los porcentajes de la población moderna, mientras que para otros su ratio está más cerca de Homo ergaster, de Homo sapiens arcaico o pre-sapiens, e incluso de Neandertal. Los autores del descubrimiento prometen entusiasmados nuevos huesos para acallar las dudas sobre su “bonita” teoría. Supongo que esperan que el Dios bíblico acuda en su auxilio mostrándoles los cráneos a los que corresponden las muelas estudiadas, cuya morfología dan por sentado que serán más modernas que los propios dientes que portaban. Si el ejemplo de Kabwe-Broken Hill les sirviera de algo no harían tan temerarios alardes.

Espero que todo lo anterior haya servido para demostrar a los racistas que todavía les quedan años de teoría africana por soportar. En todo caso, se puede decir que he luchado con una mano atada a la espalda, pues deliberadamente he dejado fuera de cuestión un detalle no menor: la genética. De los análisis moleculares se pueden hacer mil y una críticas (relojes, cuellos de botella, vías de expansión, etc.) pero es incuestionable la unanimidad con la que todos los marcadores investigados apuntan a África como el lugar donde se dan los tipos genéticos más ancestrales. Sin embargo, no hacen falta cañonazos para espantar moscas.