lunes, 19 de diciembre de 2011

Atapuerca, factoría de especies


El sentido común tiene mucho de estadístico, clasificando las situaciones entre comunes, raras e imposibles según la cantidad de veces que se suelan dar. Cuando trasladamos este principio al mundo de la Paleoantropología, nos damos cuenta inmediatamente de la trascendencia y excepcionalidad que supone el descubrimiento de una nueva especie humana. La reciente propuesta de los atapuercos, es decir, la presencia de nada menos que tres especies inéditas en sus yacimientos, sobrepasa de largo la categoría de “situación rara” para entrar de lleno en el mundo de los imposibles. Dicha actitud, que ya comienza a ser mal vista por la comunidad científica internacional, podría llegar a afectar la reputación general de las investigaciones españolas en este campo.

La compulsividad nomenclatora no es una novedad en el mundillo de los fósiles humanos. De hecho, provenimos de una tradición que consideraba estas denominaciones de una forma bastante diferente a la actual. Todos recordamos al Sinanthropus pekinensis, al Homo rhodesiensis, al bodoensis, al cepranensis, al soloensis y a todos los -ensis que se puedan imaginar. Incluso se hablaba de Homo sapiens grimaldensis o natufensis distintos del Cromañón porque, en la mayoría de los casos, estas denominaciones tenían más que ver con la identificación que con la clasificación: cada yacimiento tenía su “Hombre de” pero aún no se habían cerrado las categorías genealógicas que los relacionaban. Conforme fue madurando la disciplina los investigadores adoptaron una perspectiva inclusiva, esforzándose por ubicar los distintos restos que encontraban dentro de categorías género-especie-subespecie previamente establecidas. Supongo que al descubridor del Sinanthropus pekinensis le fastidiaría ver su hallazgo rebautizado como “Homo erectus asiático”, y estoy seguro de que envejeció afirmando por esos pasillos que sus queridos huesos no eran exactamente iguales a aquellos de Indonesia o África con los que compartía clado. En realidad no hay dos fósiles de humano iguales, no existe (más allá de la mnemotécnica de manual) uniformidad entre los cráneos de neandertal, de moderno o de erectus. Aquellos rasgos que consideramos “propios de” lo son de forma meramente estadística, es decir, elementos o valores que se suelen dar más entre ciertas “especies” que en otras. Por eso no es raro encontrar neandertales con un 10 o un 20% de rasgos “impropios”, o sapiens modernos con la misma proporción en rasgos neandertales o arcaicos, pero no por ello se los mueve de sus clasificaciones. Si, por ejemplo, sólo aceptáramos como neandertal al ejemplar que presentase todos los elementos somáticos neandertales, sólo los neandertales y con los índices y medidas del neandertal prototipo, vaciaríamos del todo (no es metáfora) la especie neandertal.

Dmanisi, en Georgia, es una buena comparación con el caso burgalés. Allí tenemos los restos humanos reconocidos como más antiguos de Europa (sólo hasta que Orce supere el boicot), y además les han adjudicado su especie propia: Homo georgicus. Como los antecessor, aún no ha encontrado parangón fuera de su yacimiento, pero aquí acaban las similitudes. Los investigadores georgianos reconocen que sus H. georgicus pueden englobarse sin mayores problemas dentro de la crono-especie ergaster, africana, más abundante y, como los de Dmanisi, también a caballo entre habilis y erectus. Por el contrario, la principal cruzada de los atapuercos es la especificidad de su H. antecessor, del cual, y esto es lo verdaderamente importante, nos hacen descender a todos los humanos actuales. Lo curioso es que los humanos de Dmanisi muestran en numerosos aspectos diferencias más marcadas con respecto al ergaster que el antecessor burgalés. Por ejemplo, siempre podemos contemplar al antecessor como uno más de esos ergaster-erectus progresivos o proto-sapiens, mientras que los georgianos nos muestran lo que ahora llaman morfologías “en mosaico”: de un lado, algunos rasgos de Homo habilis que ni siquiera presenta el ergaster, por otra parte los elementos que sí son comunes a ambos, y finalmente aparecen una tercera serie rasgos que podíamos denominar progresivos, lo cuales en ocasiones superan en modernidad a los de Atapuerca. Más aún, la especie H. georgicus posee un grado de variabilidad interna que realmente produjo un shock académico cuando salió a la luz, aunque parece que el dimorfismo sexual explicaría parte de la cuestión. Dicho a las claras, con las diferencias detectadas únicamente entre miembros de la especie H. georgicus los atapuercos te fabricarían cinco o seis de sus especies. Desde mi punto de vista, en Georgia existe un responsable y cooperativo afán por tener la fiesta evolutiva en paz, mientras que en Burgos tienen demasiadas ansias de protagonismo. Tantas que podrían volvérseles muy en contra.

Centrémonos ahora en la noticia que ha motivado este artículo. ¿Recuerdan los H. heidelbergensis de la Sima de los Huesos? Los descubrieron antes incluso del antecessor de Gran Dolina, allá por 1992… Pues, ¡abracadabra!, tras 20 años resulta que no, que no eran heidelbergensis, sino una novísima e irrepetible especie. Lo primero que nos planteamos es si dichos huesos habrán estado aburridos en las estanterías de un sótano, ocultos a todos,  pero inmediatamente reconocemos en ellos a “Miguelón” el del flemón, la “foto de familia” de Mauricio Antón, “Elvis la pelvis”, “excalibur” y demás parafernalia. Es evidente que sobre esos restos se ha puesto más atención y estudio que sobre cualquier otro del territorio nacional pero, sorprendentemente, durante esas dos décadas nadie había reparado en especificidades morfológicas de tal calibre. No es menos chocante que esta nueva especie suponga nada menos que la tercera forma de humano exclusiva para Atapuerca y alrededores. Para los despistados habrá que decir que al famoso antecessor se sumó recientemente una especie nueva, anterior a aquel y dicen que sin relación, hallada en la Sima del Elefante. Por tanto tres, 3, especies del género Homo sin parangón fuera de Burgos, un caso verdaderamente inédito en la paleoantropología mundial. “Inédito”, por no decir imposible.

Se constata además cierta tozudez suicida, que trasciende por supuesto lo meramente científico, y que paso a exponer cronológicamente. El equipo de Atapuerca fue sacando a la luz su teoría del H. antecessor entre 1994 y 1997, y la comunidad internacional respondió con bastante condescendencia desde mi punto de vista. Sin embargo, hubo un aspecto en el que esta permaneció firme: el antecessor no es antecesor nuestro mientras no aparezcan ejemplares en África, o al menos en otra parte del planeta. Han pasado 18 años y esta condición no se ha cumplido, y los paleoantropólogos o expertos en Hominización comienzan a dudar, no sólo de que sea nuestro ancestro, sino también de que el antecessor sea una especie distinta a la de los erectus progresivos europeos de Ceprano o Arago (y, como vimos, Dmanisi invita a esta interpretación centrípeta o integradora). No hay ensañamiento: Atapuerca es un yacimiento excepcional, muy antiguo y con ejemplares muy bien conservados y valiosísimos, desde luego un referente a nivel mundial. Pero de especie inédita poco, y de abuelo exclusivo menos aún. Después de 15 años en plan “pim-pam-toma-lacasitos”, emperadores absolutos en la mafia académica y en los medios de comunicación, a los atapuercos se les acaba el chollo. Y no sólo a nivel académico, pues reconozcamos que al quinceavo dvd en los kioskos y tras publicar un almanaque con los becarios de la brocha en bañador, los simples espectadores también nos hartamos del plato único. Bajo estas condiciones resulta sorprendente, inquietante incluso, que ahora se atrevan a proclamar otras dos nuevas especies humanas para el mismo yacimiento. Recordemos además que la especie de la Sima del Elefante se compone de un único “individuo” representado por un trozo deformado de mandíbula, mientras que estos que hoy tratamos no son sino los antiguos heidelbergs de la Sima de los Huesos, con 20 años a sus espaldas y con menos réplicas internacionales que el propio antecessor.


Espero que aún les quede espacio para la sorpresa, porque esta reinterpretación que proponen de los restos de la Sima de los Huesos supone un añadido giro de tuerca. Para ello hemos de referirnos a la cuestión neandertal ligada a Atapuerca. Desde el principio fue paradójico que una estación arqueológica tan rica como Atapuerca no arrojara restos humanos neandertales, tan europeos ellos y por cierto bastante comunes en la Península Ibérica, más aún cuando sus excavadores sostenían que del antecessor proveníamos, indistintamente, humanos modernos y neandertales. El verano pasado los atapuercos decretaron que la cuestión neandertal debía quedar solucionada sí o sí, comenzando una exhaustiva campaña en la Cueva de las Estatuas, aunque no han debido tener mucho éxito a juzgar por del silencio mediático. Con esta frustración de fondo los hombres de la Sima de los Huesos, antaño heidelbergensis y ahora inédita especie, comienzan a adquirir providencialmente cualidades neandertales, si bien con ese grado de protagonismo y originalidad que sólo se pueden permitir los descubrimientos atapuercos. En definitiva sostienen que los rasgos de la mandíbula de esta nueva especie indican que es “más neandertal que el neandertal clásico”. Por si creen que no leyeron bien o que torcí las citas, aquí tenemos a la sra. Martinón-Torres para sacarnos de dudas:
“Podría ser que la población de la Sima de los Huesos represente la madre de todos los neandertales y que por un cuello de botella, a  partir de este grupo, y no de otras poblaciones del Pleistoceno Medio, haya surgido la especie H. neanderthalensis”
Este entusiasmo de los capos burgaleses no parece tener eco internacional. Así, desde Gibraltar ya ha respondido Clive Finlayson, con más razón que un santo:
“Probablemente existieron muchas atapuercas desde la península Ibérica hasta China, pero la mayoría se perdieron. Por tanto, estoy de acuerdo con los autores en que los heidelbergensis eran muchos heidelbergensis y que esta población es indicativa de la gran variedad que existió. Pero es demasiado arriesgado sugerir que hemos tenido la gran suerte de encontrar la madre de todos los neandertales”
No olvidemos, tal y como vimos en su artículo correspondiente y por boca del pope Stringer, que la comunidad científica internacional ya había dado avisos muy parecidos en relación con el humano de la Sima del Elefante. Entre una noticia y otra, no han pasado siquiera siete meses… ¿alguien puede concebir esto como científicamente serio?

La desquiciada evolución de los atapuercos recuerda a aquellos famosillos que, a medida que pierden fuelle mediático, montan escándalos para “seguir en el candelabro”, o a los cantantes que tienen la mala suerte de estrenarse con un hit de verano y ya no saben salir de ese soniquete. En el fondo, también subsisten causas de índole eurocéntrica y academicista. Por ejemplo, nadie ha urgido a los atapuercos a extender las prospecciones más allá de su patria chica. Creo que lo mejor para el antecessor hubiera sido encontrarle multitud de hermanitos repartidos por la Península, no digamos si se hubieran estirado con cuatro prospecciones por el norte de África. Más aún, Atapuerca debió ser lo que inicialmente nos pareció a muchos: una confirmación a lo ya encontrado en Orce y alrededores. Los humanos llevan más de un millón de años cruzando por Gibraltar en ambos sentidos, y la antigüedad de los yacimientos granadinos y burgaleses, haciendo causa común, habrían logrado demostrarlo sin problemas. Nuestra Península dejaría entonces de ser considerada un fondo de saco al que los africanos sólo pueden acceder tras atravesar toda Europa. Por el contrario, sería aceptada como una de las vías de comunicación humana más importantes del planeta, una doble confluencia entre continentes y mares que debería hacernos replantear toda la tradición prehistoriográfica sobre la que rodamos activa o pasivamente. Desgraciadamente tal alianza con el sur fue despreciada por los atapuercos para tirarse en brazos de los Lumley y demás comparsas, pues no olvidemos que H. antecessor sería especie nueva y padre de todos, pero obedientemente había llegado a la Península vía pirenaica. Sumando el mimo etnocéntrico de la comunidad occidental, la franca adicción a las portadas y entrevistas, así como la puerta que todo autobombo supone de cara a subvenciones y mamoneos institucionales, los atapuercos perdieron sin darse cuenta el norte y el sentido del ridículo.

Habíamos mencionado el academicismo, y en este sentido conviene resaltar el protagonismo que tanto para la especie de la S. del Elefante como para esta que nos ocupa ha tenido María Martinón-Torres. Llamativamente, Arsuaga y el del sombrero están ausentes en todo este novedoso revuelo de especies, y son Bermúdez de Castro y ella los que llevan la voz cantante. Esta señora es además experta en dentición y no por casualidad las dos nuevas especies de Atapuerca son defendidas en base a peculiaridades exclusivamente dentarias. Existe un sector académico que se resiste a abandonar sus disquisiciones bizantinas, su metodología hueca y, sobre todo, el único pretexto que les permite seguir figurando y cobrando. Necesitan atomizar la realidad humana hasta que nada en ella tenga sentido, pues han llegado a un grado de especialización (robótica o soviética, escojan símil) que les impide las valoraciones de conjunto: “No me chilles que no te veo”. María Martinón-Torres encarna este papel a la perfección: coquito ultra-especializado en dientes de homo prehistóricos, ha llegado a la absurda pretensión de vender una historia de la humanidad en base exclusiva a las formas y texturas de los piños. Si de rasgos dentales se trata, y creo que ya lo comenté en otra entrada, los australopitecos podrían ser catalogados más cerca del orangután que del chimpancé, cosa que la genética niega rotundamente. Pero más allá de la imposibilidad de diagnosticar cualquier “especie” humana a partir de un solo rasgo óseo, que de por sí invalida como pueriles las investigaciones que comentamos, hay otros elementos que nos llevan a sopechar. Uno, ya lo hemos tratado, es cómo han tardado 20 años (Martinón-Torres o sus exhaustivos equivalentes) en descubrir esos supuestos rasgos tan característicamente neandertales de la Sima de los Huesos. También es significativa la mencionada ausencia del equipo titular atapuerco. Pero sobre todo me ha sorprendido que en este caso y en el de la Sima del Elefante no hayan bautizado aún a las nuevas especies humanas, con lo cumplidos que son los atapuercos para estas cosas. Me huele a “kale borroka”, a amagar sin tirar, a tantear el ambiente, ganarse unos titulares, pero no llegar al punto de enfrentarse con la ya mosqueada comunidad científica internacional. Lo justo para acabar de pagar el coche y subvencionarse el brocheo hasta la Sima del Cacahuete.

Conclusión – Solución

Como tantas veces he dicho, la única salida razonable es establecer una sola especie humana desde Homo ergaster (por lo menos) hasta hoy. Nuestro género no es Homo, sino un linaje que compartimos con australopitecinos y parantropos, tan estrecho que según recientes estudios genéticos permitía hibridaciones fértiles hace apenas 3 millones de años. Homo es nuestra especie, plenamente compatible en todos los niveles, desde el genético al cultural. El genoma neandertal ya lo ha demostrado, por más que quieran denostar como “escasas” y “superficiales” las evidencias de su mestizaje con nosotros. Y si así de posibles eran los cruces genéticos con “primos divergentes” (pues así se consideraba a los neandertales), imaginemos qué fertilidad no tendrían nuestras hibridaciones con “ancestros directos” (caso de erectus progresivos y/o sapiens arcaicos). Pero no nos dejemos atrapar por el lenguaje de los clasificadores o nos apartaremos de la especie humana única. Por ejemplo, hablamos de un “sapiens moderno” que tiene descendencia sana y fértil con un “neandertal”, sin darnos cuenta de que ello nos obliga a plantearnos la propia realidad objetiva de los términos entrecomillados. Porque si aceptamos cruces moderno-neandertal también podemos, y debemos, concebir al neandertal como cruce entre los heidelberg y los burgaleses de la Sima de los huesos, o entre erectus chino y sapiens arcaicos norteafricanos, pero una mezcla al fin y al cabo, que remite a infinitas mezclas anteriores. Volvemos a nuestra frase anterior, “un moderno y un neandertal se cruzan”, pero ahora no podemos evitar plantearnos: ¿qué clase de moderno y qué clase de neandertal, fruto de cuántos y cuáles cruces sería cada uno? Si llevamos este concubinato al paroxismo las fronteras acaban por diluirse y, por fin, comenzamos a disfrutar de la luna sin distraernos por el dedo que la señala. Considerar a Homo como una especie y no como un género es la única solución a nuestro antes complicado y hoy ridículo árbol evolutivo.

Señores de Atapuerca, ¿tres especies Homo nuevas y exclusivas en su cadena de yacimientos?, ¿de verdad pretenden llevarse la cuna de toda humanidad imaginable a la adusta Castilla del Cid Campeador? Si ya fue una desgracia que paralizaran todas las prospecciones en Afroiberia para dar bombo a sus mamarrachadas, ahora nos vemos arrastrados por ustedes (autoimpuestos representantes patrios) al ridículo internacional. Ante su señoritismo académico y su centralismo castellano, al Sur peninsular sólo le queda el consuelo de evidenciar cómo algo se mueve a nivel internacional para devolvernos la cordura. Es hora de, como vulgar Don Julián, entregarnos a los guiris (preferentemente estadounidenses) para que esclarezcan nuestro Pasado Remoto. Gente que, aunque sea por simple racismo blanco, jamás ha renunciado a aquello de que “África comienza en los Pirineos”, y que poco le importa si los humanos de Cádiz son idénticos a los de Tánger, porque hace medio moros hasta a los vascos. Quién sabe si quizás, por la crisis presupuestaria que padece y padecerá nuestro Estado y  sus Comunidades, el futuro de las subvenciones a este tipo de estudios dependa de nuevos patrocinadores. Hablo de entidades extranjeras y/o privadas, lo cual sin duda afectará a la composición de sus equipos investigadores, a sus premisas de partida, a su metodología, y sobre todo a su productividad y exigencia. Frente al yo-mi-me-conmigo atapuerco que llevamos padeciendo más de veinte años, ¿Qué mal nos pueden traer propuestas como las de Luis Gibert, por muy “yanquis” y “privadas” que sean?

Por supuesto, gracias Javier por el soplo y gracias a Terrantiquae  por el dossier de prensa.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues sí, resulta tremenda la deriva de los atapuerquinos. Al final de los noventa y en mi caso, recién iniciado en los misterios de la Prehistoria y la hominización (en realidad sigo en esos inicios), esta gente me fascinaba. Quería creer que por fin podíamos tener investigadores de prestigio con un reconocimiento internacional...Pero ¡ay!, cuando empezaron con las chorradas tipo "excalibur" y con todo el marketing holliwoodiense empecé a verles el plumero. Creo que lo has sintetizado divinamente: al final se han quedado en pura autodivulgación (muy bueno lo de los 15 dvd's) y en la necesidad autoimpuesta de aparecer con cierta periodicidad en los titulares de los periódicos no científicos para justificar subvenciones. A ver si nos vamos dando cuenta, aunque sea poco a poco, que el rey estaba desnudo. Saludos y Felices fiestas. JBR

Abercan dijo...

Amigo JBR, bienvenido de nuevo al blog. "El rey estaba desnudo" sería un título perfecto para un monográfico sobre los atapuerquines. Muchas gracias por tu aliento, es siempre feliz encontrar personas que piensan por su cuenta.

Anónimo dijo...

Estimado amigo Abercan:
Echamos de menos tus entradas como agua de mayo...
Esperamos volver a tenerte pronto Saludos
JBR

Abercan dijo...

Amigo JBR, muchas gracias por tus palabras. Me he apartado unos meses del blog por razones inexcusables, pero espero no tardar mucho más en retomar los artículos. Debería hacerlo aunque fuese esporádicamente, o podría parecer que abandono el proyecto. De todos modos lo echo de menos, y más si se que del otro lado cuento con lectores como tú. Abercan.

César dijo...

Canis Familiaris...

¿Homo Familiaris?