lunes, 30 de agosto de 2010

Atapuercos en Orce

Desayuno hoy con la noticia de que vuelven a abrirse las investigaciones paleontológicas en la cuenca Guadix-Baza. Los medios de comunicación que la publican están básicamente centrados en que asimilemos bien dos conceptos: que todo vuelve a funcionar como dios manda y que los habitantes de la comarca están contentísimos con ello. Afortunadamente, este aire propagandístico parece limitarse a los titulares, como si los propios periodistas lo aceptaran a regañadientes. Así, en las escuetas notas publicadas hay lugar también para valiosos y polémicos datos. El más importante para mí es que la dirección del proyecto ha sido adjudicada a Robert Sala, del que todos los medios se apresuran a indicar que proviene formativamente del clan de los atapuercos. El segundo dato en importancia es que dicha adjudicación fue dada en un concurso donde la Junta de Andalucía dejó fuera, qué casualidad, al equipo de Sarah Miliken (Univ. Oxford) al cual pertenecía Luis Gibert, hijo del famoso descubridor del Hombre de Orce. Finalmente, es también esclarecedor el hecho de que sólo hayan autorizado excavaciones en Fuente Nueva 3 y Barranco León, pero no así en Venta Micena, lugar donde precisamente Gibert encontró el polémico fragmento de cráneo humano.
Si reunimos estos tres elementos y les sumamos todo el tórrido proceso que intenté resumir en su día, además de otros que a continuación desglosaré, la conspiranoia está más que justificada. Que hay cierta suciedad ajena a la mera investigación científica es algo fuera de toda duda. Incluso el diario El País, del que creo que nadie se atreverá a dudar de su connivencia con la Junta, ha de publicar frases como esta: “Orce, en la cuenca de Guadix-Baza, ha sufrido durante décadas los sinsabores de una difícil relación entre científicos y Administración. No están del todo superados, pero hoy comienza una nueva fase…”. Para entender cabalmente esta perífrasis tan políticamente (nunca mejor dicho) correcta, habremos de apretarle un poco las tuercas. ¿En qué consistían realmente dichos “sinsabores”, dicha relación tan “difícil”, tanto que aún no está del todo superada? Sabemos que el problema no es que la Junta ande loca por avanzar en esas investigaciones y los científicos traten de frenarlas, sino todo lo contrario. Sabemos además que la responsabilidad de investigar o no un yacimiento recae exclusivamente en los gobiernos (estatales o regionales) que son los que conceden o niegan licencias a investigadores y empresas, los cuales incurrirían en serio delito si decidieran saltarse ese trámite. Todo lo anterior nos conduce a un nuevo enigma: ¿Por qué una administración autonómica frena sistemáticamente (“durante décadas” reconoce el País) la investigación de un yacimiento tan importante en su territorio? Aunque por “cosmopolita” el gobierno andaluz se preciara de ignorar el canto de sirenas patriotero (“mi homínido es más antiguo que el tuyo”), por “socialista” no ha podido ignorar durante décadas que Orce forma parte de (y vuelvo a El País) “una de las comarcas más deprimidas de la provincia de Granada”. En una Andalucía que financia institucionalmente “mercados medievales”, “la ruta de Torrijos (o de Gabirol, o de W. Irving)”, o “el parque temático de la minería en Sierra Lujar”, bien podría esperarse algo de caridad con esos granadinos. Estoy seguro de que si la Junta hubiera invertido algo de ese dinero también en Orce y su promoción, hubiera sido de gran alivio económico para sus habitantes.
En este preciso momento, en el que todo argumento lógico y justo desaparece, es cuando aconsejo dar, aunque sea excepcionalmente, pábulo a las mal llamadas “teorías de la conspiración”. Ir de conspiranoico por la vida es de lo más desaconsejable porque te vuelve victimista, te arroja al argumento fácil y te limita finalmente el acceso a la verdad. Pero conspiranoico (“paranoico de la conspiración”) es un diagnóstico para-clínico creado y promovido, no lo olvidemos, por quienes son más sospechosos de conspirar. Hábilmente consiguen meternos a todos en el mismo saco: los que creen que la CIA oculta alienígenas en neveras y los que creen que a JFK no lo mató Oswald, los que viven aterrados con los siniestros componentes de los potitos y los que sopechan que Reagan o Thatcher coquetearon con la eugenesia. Nadie quiere denunciar ya conspiraciones para no parecer un chiflado, y esto sólo beneficia a los eventuales conspiradores. Pero lo cierto es que el poder político, el económico, el mediático y en nuestro caso el académico suelen tener relaciones y estrategias que van más allá de nuestro conocimiento. Bien, quizás no de nuestro conocimiento sino de nuestra percepción cómoda y habitual del mundo, y me remito al siguiente ejemplo. A menudo converso con gente sobre la “independencia” de las universidades y proyectos de investigación españoles y, como yo los pongo en duda, suelo ser tachado de “conspiranoico”. Pero ninguno de mis interlocutores ha podido negar los hechos que me llevan a tal duda: que las universidades e investigaciones son financiadas por ministerios y consejerías, dependientes a su vez de políticos, puestos a su vez en circulación por un oscuro sistema de financiación de partidos, o que a fin de cuentas dichos politiquillos sólo administran un dinero que les viene mayormente de los fondos de la UE, tampoco exenta de estrategias e ideologías (ej. cuestión turca). Frente a la exposición de estos datos, innegables para todos, su único argumento es que “hay que pensar en positivo”. Es decir, que ante un organigrama de financiación turbio y sobre el que la ciudadanía sólo puede ejercer un mínimo y extremadamente diferido control (tu triste papeleta electoral), la opción más lógica es convertir en hecho lo que no es más que deseo: que todo ese embrollo funcione milagrosamente con independencia, decencia y libertad. Todos estamos al tanto de la situación, pero pocos desean complicarse la vida. El caso de Orce forma parte de esa minoría de polémicas donde cierta suspicacia ante conspiraciones no sólo no viene mal sino que quizás nos lleve a la explicación definitiva.
Empecemos con los conspiradores chicos, y hablo de la virulenta inquina que tienen ciertos cargos de la Junta contra el clan Gibert y sus colaboradores. En este caso, y conociendo a nuestros señoritos andaluces trasvasados ahora a diputados y consejeros, el misterio es inexistente: basta que el Sr. Gibert les dijera en su día cuatro verdades bien dichas y esta mafia de “horteras y parientes” (Carlos Cano dixit) habrían jurado sobre la tumba de la Popotitos vendetta eterna contra el honorable catalán y su equipo. De esto hay incluso evidencia en prensa acusando a cierto político granadino. ¿Puede acaso este rencor mantenerse décadas y con toda evidencia científica en contra, pueden nuestros políticos seguir siendo tan mafiosos y cortijeros como en el s.XIX? El que lo niegue es que no tiene ni idea de mi tierra y su más reciente Historia.
El siguiente ámbito de conspiradores va a ser catalogado de intermedio, y afecta al ámbito nacional. Lo primero que apuntar al respecto es que hablar de Paleo-antropología en España es hablar sin remedio de Atapuerca. Desde finales de los años 90s la prensa, la televisión, y los anaqueles de bibliotecas y librerías se abarrotaban de documentos dedicados al yacimiento Burgalés. Durante unos cinco años parecía no existir Prehistoria peninsular fuera de Atapuerca, y a unos cuantos se nos posó la mosca tras la oreja. Establecer comparaciones era inevitable, y más cuando eran tan palmarias: Orce y Gibert habían sido ridiculizados y silenciados con saña mientras que estos atapuercos obtenían “príncipes de asturias” y editaban DVDs y libros troquelados para niños bajo subvención ministerial. Desde luego, tal desequilibrio no se debía a que los descubrimentos burgaleses carecieran de polémica: Arsuaga y su feliz pandilla reivindican para su H. antecessor nada menos que la verdadera línea evolutiva que del ergaster pasa a nosotros. Su problema es que en África no han aparecido antecessors hasta la fecha, y esta es una condición vital para que su teoría sea aceptada, o de lo contrario ya no estaríamos ante un “antecesor” nuestro sino ante un pre-neandertal europeo cualquiera aunque, eso sí, de los más antiguos del continente. No me entiendan mal, los humanos que vivieron en Atapuerca y el rico legado que nos han transmitido no tienen la culpa de las intenciones de sus prospectores. Es un yacimiento que sin duda merece la mayor atención y respeto… pero no más que Orce, o que cientos de lugares “vírgenes” que aún nos esperan. El comportamiento institucional y mediático hacia Atapuerca se me asemeja a unos padres con varios hijos, de los cuales uno es claramente una lumbrera, y por ello deciden invertir todo su dinero en su educación privando al resto incluso de alimentos básicos. No niego el valor de Atapuerca pero cuestiono por qué acapara tantísima inversión pública y atención mediática en detrimento de sus yacimientos “hermanos”.
Así, y con el “pensar positivo” que me piden tantos, la evidencia de restos tan antiguos en Burgos sólo debería haber servido para resucitar lo planteado en Orce. Lo de Granada pareció un disparate en su época porque rompía demasiados moldes geográficos, cronológicos y evolutivos, pero si ya hemos aceptado Atapuerca (y por tanto unas fechas y latitudes casi idénticas a Granada), ¿por qué seguir no sólo negando sino persiguiendo cualquier atisbo de volver a Venta Micena? Me imagino como investigador de Atapuerca, con problemas para que la comunidad internacional acepte mis propuestas, y sabiendo que en Granada cuento con datos y material que apuntalan sólidamente dichas teorías, ¿por qué ignorarlas entonces? De nuevo nos adentramos en distintas dimensiones del hacer conspirador. En el registro más bajo es evidente el afán de protagonismo y poder de los atapuercos. En cuanto encuentran un bifaz se convierte en “Excalibur”, el heidelberg del flemón es “Miguelón” (por Indurain), una pelvis pertenece a “Elvis”, etc., por no hablar de esos pantaloncitos cortos y salacots que tanta vergüenza ajena me producen. Sumando todo esto a la batería de manuales y audiovisuales que han publicado, es evidente que el departamento de marketing de Atapuerca trabaja quizás a un ritmo más frenético que sus propias palas y brochas. Esta parte hortera, como de franquicia, sería disculpable si no supusiera un grave daño para la investigación en general. Porque todos esos alardes y llamadas de atención es para merecer algo más que notoriedad. A más promoción más subvención, que permite más investigación y por tanto más descubrimientos, de ahí a nueva promoción, nueva subvención, y así hasta que la vaca no de más leche. Este ciclo ya es de por sí necesariamente injusto, y ya lo hemos tratado en otros artículos, ya que por positivismo arqueológico sólo se excava donde ya apareció, y hasta niveles exhaustivos, abandonando el resto del mapa arqueológico y paleontológico. Por tanto, a nivel pedestre, los atapuercos niegan y atacan (solapadamente) a Orce simplemente porque no quieren repartir el botín de las subvenciones. Pero no contento con eso, el arqueólogo o paleontólogo de renombre suele desarrollar un magnífico olfato para las relaciones institucionales y de poder, pues pronto caen en la cuenta de que, mucho mejor que esperar la subvención, es dirigir el instituto o fundación que la concede. Así, últimamente los atapuercos están aterrizando como “colaboradores”, “orientadores” o, como en Orce, directamente como directores de proyectos a lo largo de toda nuestra geografía. Hablando de lo que mejor conozco, ahí están intentando domar al díscolo Ramos y su Cueva de Benzú o en el malagueño Parque de Guadalteba, ahí los tienes que lo mismo valen para clasificarte un micro-roedor del WürmII que un megalito o una estela pre-tartésica. En cuanto se inaugura un centro de interpretación, se comisaría una exposición o se organiza una rueda de prensa sobre algo de enjundia, por allí rondan los atapuercos en el consejo consultivo, en el control de qué se pone en las cartelas explicativas, en la redacción final de la nota a los medios, etc. Ahora los de Atapuerca han puesto su zarpa sobre Orce, y no podía haber peor noticia en el panorama prehistórico español. Para hacernos una idea de nuestro desvalimiento como aficionados a la Prehistoria citaré un ejemplo, del que ruego se destaquen no sólo el personaje y la idea, sino también el lugar y la fecha en que lo manifestó. Juan Luis Arsuaga, Parque de las ciencias de Granada, 8 de mayo de 2010: «Soy fan de Orce, pero a mí no me parece que el hueso encontrado por Gibert fuera humano, al menos ese». Cuánta vaselina, Juan Luis, parecería que no has roto un plato en tu vida. Quizás es ese mismo candor el que más adelante te llevó a decir que “parece”, sólo “parece”, que los restos de Orce puedan ser anteriores a los de Atapuerca. Total, que a través de R. Sala, mero monigote del omnímodo Arsuaga, los atapuercos son los que van a decidir, ya hemos visto que sin prejuicio alguno, si en Orce hay humanos y de qué fecha. Perdonen la digresión, pero si esto ocurriera en el mundo mercantil habría que aplicar la ley antimonopolio y acusar además a los gobiernos andaluz y español por connivencia. Para que me entiendan sería como si ante una quiebra de Pepsi, Obama legara su dirección a manos del consejo de administración de Coca-Cola. Antes de esta aciaga noticia, la situación de Orce nos parecía escandalosa y humillante, pero ahora hemos descubierto que una nueva vuelta al potro de tortura es posible. Pues ya no se tratará más de un yacimiento abandonado para escándalo internacional, sino de uno nominalmente bajo investigación pero sometido en la realidad a una verdadera huelga de brazos cruzados. Vaticino desde ya que poco vamos a poder esperar de este yacimiento en la próxima década. Puede que algo, siempre que no sea anterior o más importante que lo aparecido en tierras del Cid. Y, sobre todo, anuncio que habrá mucho estudio nucleo-microscópico de proteína animal adherida al canto de los bifaces, mucho mirar la diagonalidad de las trazas de descarnamiento en hueso, mucho análisis macro espacial referido a los patrones de asentamiento y obtención de recursos, mucho humo en fin para no tocar las cuestiones peliagudas.

foto tomada poco antes de capturar a King-Kong

He dejado para el final el nivel superior de conductas conspiradoras que afectan a Orce, por tratarse de asuntos menos cuantificables, con responsabilidades que no recaen en individuos concretos, y muy relacionados con los símbolos, la Historia y las identidades. Desde el principio Orce es un tabú por estar geográficamente tan cerca de África y por ser tan antiguo cronológicamente. No hay que ser un Pitágoras para deducir que si los primeros europeos aparecen en Granada lo más plausible es que vinieran por Gibraltar, pero tal conclusión supone una grave afrenta para los eurocentristas. Estos, la mayoría de los autores y del público occidentales, han llegado a aceptar (pues la ciencia no les daba otra opción) a África como “cuna de la Humanidad” siempre que dicha humanidad sufra luego una serie de metamorfosis por el camino, de tal manera que el europeo, aún el recién llegado, no pueda ser jamás calificado de mero africano emigrante. Esto no es nada nuevo, proviene del más puro supremacismo nordicista y su escala de desigualdad racial: en el fondo el negro (a un paso de ser un mono), luego el moro y el amarillo, luego el mediterráneo y el eslavo, y finalmente el glorioso blanco. Lo inaudito y cómico del asunto es que ese mismo esquema se aplica aún hoy a cualquier especie humana que saliera de África a explorar mundo, es decir, a todas desde el Homo ergaster hasta hoy. Todos tuvieron que pasar por dicha metamorfosis “racial” antes de llegar a suelo europeo, pero defender tal disparate precisan establecer un largo y gradual camino que recorrer. De este modo, y ya nos acercamos al núcleo del asunto, la ruta más larga que podían trazar entre los prototipos humanos que iban surgiendo en África y la meta europea era hacerlos subir a Egipto y tenerlos allí un tiempo para perder algo de negritud, luego llevarlos al corredor próximo-oriental para darles otro hervor (“semitizarlos” si se permite la expresión), más tarde a la zona del Caúcaso (donde como su nombre indica se harían “caucásicos”), y de ahí finalmente a la Europa “de verdad”. Repito que se aplica absurdamente a restos tanto modernos como de hace millones de años, (fíjense si no en la algarabía que les entró con Dmanisi). Una penetración África-Granada no les permite margen para tanta metamorfosis, más bien para ninguna, y eso hace saltar la alarma eurocéntrica de “peligro, negros en Europa”, ante la cual no caben matices territoriales, de color político, o generacionales. Quiero decir que esta alarma no sólo afecta a académicos carcas de Centroeuropa sino también, y con más motivo, al progresista español que quiere ser plena y exclusivamente europeo, y no digamos al joven investigador andaluz acomplejado de que media España lo tache de moro-arsa-y-olé. Para todos sin excepción, Gibraltar debe permanecer sellado a cal y canto, infranqueable desde el Plioceno hasta casi la Edad de los Metales. Orce pretende reírse de todo ese montaje pero, afortunadamente, Kid Arsuaga y los Atapuercos del Swing están ahí para impedirlo.