sábado, 18 de abril de 2009

Evolución Humana 3. Los Homínidos.

Esta entrada va a centrarse en un período que se inicia en el Mioceno final (10-5m.a Bp) y que consume todo el Plioceno hasta el episodio glacial llamado Gelasiense (2.6- 1.8m.a Bp), en el que aparece el género Homo. La tradición antropológica considera homínidos a todos aquellos ancestros directos de Homo que no lo sean a la vez de ninguno de los demás antropomorfos vivos y, por extensión, también se incluyen otros descendientes de ellos que no llevan a nosotros, sino que son  ramas colaterales extintas como los parantropos. Sin embargo en la práctica es muy difícil dilucidar cuál es precisamente ese ancestro directo y cuál es colateral, quién es “abuelo” y quién es “tío”, así que la etiqueta acaba abarcando muchos fósiles que por su indeterminación y antigüedad sólo nos permiten decir que ya mostraban características intermedias entre Homo y Pan, como los ardipitecos. También es importante subrayar que por muy primitivo que sea un ejemplar del género Homo jamás merece ser llamado homínido, pues este adjetivo alude precisamente a lo que hubo antes de y prefiguró a Homo. Si llamamos al H. habilis o al ergaster “homínido” es tan correcto como si yo me defino como vertebrado placentario, pero será también igual de vago y confuso. Sabemos además que recientemente los zoólogos han propuesto una taxonomía aberrante que ni estoy dispuesto a secundar ni tampoco la mayoría de paleoantropólogos, aunque suponen una serie de retos que merece la pena discutir.

Comencemos con la separación de la subfamilia gorilina (zóol.“hominineos”) en tres géneros distintos: gorilas, chimpancés y humanos. ¿Cuándo se produjo la escisión? Las fechas propuestas varían según autores, desde los que aún defienden unos escasos 5m.a Bp hasta los que ya se pasan y lo llevan a 15m.a. Bp. Pero quizás no estemos haciendo las preguntas adecuadas: ¿Es posible que esto pasara de una generación a otra?, y si no fue así, ¿durante cuánto tiempo ocurrió? En el capítulo siguiente veremos el enorme esfuerzo que supone para los paleontólogos hacerse una idea de cómo se forman las distintas especies biológicas, cuánto más los géneros que están un grado por encima. Para hacernos una idea aproximada, ya en 1986 Phillip Tobias comparó diferentes fechas estimadas para la divergencia Pan-Homo obtenidas mediante distintos criterios de calibración genética, y el resultado fue sorprendente: un lapso comprendido entre hace 9.2m.a y 2.3m.a., lo que supone siete millones de años para completar la escisión. En realidad lo que ocurre es que cada investigación, cada artículo publicado, toma como muestra una determinada secuencia genética distinta de las demás y, lógicamente, le arroja una fecha diferente al resto. Ni una mutación, ni diez, ni cien, convierten a un género en otro (de hecho en nuestra población Homo sapiens aparecen actualmente 1.800 millones de mutaciones en cada generación, la mayoría “neutras”). Así es muy posible que hasta hace 2.5m.a. compartiéramos alguna relicta proteína o enzima con los chimpancés que ahora ya no poseemos, o que hace 9.5m.a comenzáramos a generar secuencias genéticas diferentes de las de aquellos que a la larga serían chimpancés y gorilas. Por otra parte la Genética, de la que me fío más que del estudio morfológico de fósiles, establece sin dudar que los gorilas se escindieron algo antes que los chimpancés y humanos. Se que hoy se está imponiendo con fuerza la tricotomía, esto es, que los tres géneros gorilinos se separaron a la vez, pero del mismo modo que critico mucho las fechas que calculan los genetistas (no digamos sus quimeras sobre morfologías asociadas y rutas de expansión) reconozco que si hay algo en que no suelen fallar es en el grado de parentesco entre especies. Por eso puedo llegar a aceptar que, recién separados de Gorilla, Pan y Homo iniciaran a toda prisa su propio divorcio, pero no soy muy partidario de la tricotomía, de la que además sospecho. Propongo entonces que convengamos una media proporcional para seguir trabajando, donde vamos a establecer unos 4m.a como el tiempo en que dos grupos andan separándose sin haber sellado el proceso de especiación o de “generación”, que se traducirán en unos 12-8m.a. para la escisión Gorilla-(Pan/Homo) y 7-3m.a. para la separación de chimpancés y homínidos. Estas nuevas teorías abren una dimensión tan revolucionaria que no me importa si agoto esta entrada con disquisiciones en torno al tema, olvidando citar todos los orrorines, ardipitecos, sahelantropos y australopitecos del registro. Como es un asunto con tanto potencial informativo me voy a permitir un tono más narrativo y coloquial, para que podamos imaginarlo mejor.

Nuestro cuento comienza hace 12m.a, sin cocretar una localización geográfica, cuando los antiguos gorilinos (grandes simios africanos) comienzan un proceso de divergencia en los linajes que los conducirán a los actuales hombres, chimpancés y gorilas… ¿solamente? Esta es una de las primeras trampas de nuestra percepción paleontológica positivista: sólo se tienen en cuenta las líneas evolutivas hoy supervivientes. Lo razonable es aceptar que de aquella escisión pudieron salir otras especies hoy extintas, que en definitiva pudo haber cinco o nueve tipos distintos de gorilinos. Como la separación estaba empezando había total compatibilidad para que los gorilinos se mestizaran entre sí, tanto si eran proto-gorilas, como proto-panhomínidos, como ensayos hoy extintos, como finalmente ejemplares que mantuvieron la forma de gorilino arcaico. Con el paso de miles y miles de años esa compatibilidad se iría perdiendo sobre todo entre los linajes más divergentes (Gorilla y Pan/Homo), pero hemos de suponer que aún entonces los miembros arcaizantes y aquellos cuya evolución corriera a medio camino de gorilas y panhomínidos servirían como excelentes puentes para el mestizaje indirecto. Además, hemos de contar con que aún no había culminado del todo la separación respecto a los orangutanes, de hecho quedaba un millón de años por delante, así que no hemos de rechazar como imposibles eventuales mestizajes con algún orangutánido poco diversificado. Finalmente no hay que olvidar formas arcaicas e indiferenciadas de póngidos (anteriores a la escisión de orangutánidos y gorilinos) con los que se repetiría la posibilidad del mestizaje indirecto, aunque en menor grado. Esta situación se mantendrá hasta hace 11m.a, cuando la mezcla con orangutánidos comienza a ser imposible, una incompatibilidad que a partir de 10m.a Bp seria extensible a los póngidos indiferenciados, y a partir de los 8m.a Bp afectaría los mestizajes entre gorilas y pan-homínidos. Hace 7m.a la tribu Pan-Homínida comienza su escisión interna, y aplicaremos los mismos criterios que en la división cladística anterior. Ya me atrevo a poner escenario geográfico al cuento, África, porque la crisis del Vallesiense (9.5-8m.a) se había cebado con los hominoideos de Eurasia, y porque los primeros testimonios de chimpancés, homínidos y gorilas son africanos. Como en el caso anterior, no hemos de presuponer que ese fenómeno segregacionista fuese protagonizado exclusivamente por chimpancés y humanos, sino que probablemente se implicaron un cierto número de linajes pan-homínidos (entre los que sobrevivieron sólo estos dos géneros), así como persistió un considerable stock de pan-homínidos que no necesitaron embarcarse en cambios sobre su genoma arcaico. Todos ellos se pudieron mestizar sin problemas hasta hace al menos 5m.a, pero también, con ciertas dificultades y sirviéndose de puentes de mestizaje indirecto (formas arcaicas e intermedias), hasta los 3m.a Bp. Con los futuros gorilas se había agotado toda posibilidad a este respecto desde los 8m.a Bp, pero puede que a comienzos de la diversificación Pan-Homo perviviera algún gorilino ancestral con el que quedara una mínima compatibilidad. Estas continuas y variadas mezclas son la razón de que los procesos de escisión de géneros y especies sean tan largos, y no porque la genética vaya lenta (bonobos y chimpancés típicos se escindieron hace 2-1m.a). Si las condiciones son de profundo aislamiento el ritmo de divergencia se acelera pero si no existen tales barreras el proceso se alarga perezosamente durante millones de años.

Todo lo anterior tiene que ver exclusivamente con parentescos moleculares pero, ¿qué aspecto físico podían tener los gorilinos y panhomínidos de nuestro cuento? No olvidemos que la diversificación cladística en géneros y especies nada le debe a la morfología sino que esta es mera consecuencia, y nunca obligatoria, de aquella. Los genetistas descubrieron hace poco que los gibones forman hasta cuatro géneros distintos mientras que los zoólogos a veces ni habían distinguido entre especies, ejemplo de que profundas derivas genéticas no implican transformaciones somáticas relevantes. En su reverso, se pueden dar grandes alteraciones morfológicas entre los miembros de una misma especie, como el chihuahua y el sanbernardo. Por si fuera poco, ya hemos hecho referencia a la capacidad de mestizarse de estos hominoideos durante millones de años, tal y como hoy hacen especies como el coyote con el lobo, o géneros distintos como los papiones con el gelada. Teniendo todas estas cuestiones en consideración mi postura es que en aquellos procesos hubo de darse una gran cantidad de tipos genéticos y una gran cantidad de tipos morfológicos, sin que tuviera que existir correspondencia entre ellos. Quiero decir que habría tipos morfológicamente muy similares con un gran abismo molecular entre ellos, y tipos de aspectos diametralmente opuestos en el mismo género e incluso especie, a los que habría que sumar una cantidad considerable de individuos y también poblaciones mestizadas en mayor o menor grado. En la entrada anterior ya hablamos de las evoluciones “en mosaico”, es decir, que cada nuevo fósil parecía una mezcla, a mala uva, de rasgos de otros hominoideos. También hablamos de la obsesión que tenían por aferrarse a un rasgo o a un par de ellos para diagnosticar vías de hominización cierta, pero que al final han abandonado, avergonzados de no obtener ni una sola “pauta morfológica total”. Para los oficialistas los nuevos descubrimientos traían más problemas que soluciones, y enfrentaban aún más si cabe a la tribalista comunidad académica. Pero toda esta ensalada caótica de rasgos fosilizados es precisamente lo que cabría esperar de los protagonistas de mi narración anterior. Era el mero prejuicio a mezclar homínidos, aún menos pan-homínidos o gorilinos, lo que los tenía de espaldas a la evidencia fósil. Seamos generosamente imaginativos porque el registro fósil nos avala: los primeros gorilinos pudieron tener más aspecto de orangután que de gorilino, y su facción proto-gorila pudo ser precisamente la variedad pigmea entre ellos, por lo demás de color rojizo; entre los pan-homínidos podemos hacer de los proto-chimpancés más robustos y erectos que los proto-humanos, adjudicarle a los segundos largas crines pardas, así como intercalar mestizos que mostrasen características de varios de ellos. Tal y como está el panorama este divertido ejemplo no podría ser cuestionado por la oficialidad.

Si todavía queda algún lector que no me haya cerrado el blog escandalizado, la siguiente reflexión puede darle motivos definitivos para hacerlo. Vamos a abordar un fenómeno sorprendente que creo que pocos saben: los restos de gorilas y chimpancés primitivos escasean hasta la desesperación. Concretando, del gorila carecemos de cualquier resto óseo o fósil que no sea de un pasado inmediato, mientras que de los chimpancés sólo hemos encontrado algo en el Rift, con una datación de hace 500.000 años. Todo, absolutamente todo el registro fósil gorilino que hemos encontrado entre 7m.a y 500.000 años Bp lo hemos definido como homínido o directamente como Homo. ¿No es algo sopechoso? Bien, se puede aducir que los suelos selváticos son poco aptos para la fosilización, pero esto afectaría sobre todo al gorila. El entorno junglesco del actual chimpancé (y proporcionalmente también del gorila) es debido en su mayor parte al acorralamiento histórico al que el ser humano lo ha sometido. No hay razones para dudar que hacia los 7-3m.a Bp, con la escisión por cuajar, homínidos y pánidos compartían biotopo, y por tanto posibilidades de fosilización. De los humanos y homínidos sí que tenemos para las mismas fechas una cadena ininterrumpida de personajes: tanto de hace 7m.a (Sahelanthropus), como de hace 6 (Orrorin), de 5 (Ardipithecus), y así hasta situarnos en los 4m.a Bp que ya se le conceden unánimemente a los australopitecos. Quizás no todo lo que tenemos catalogado como homínido lo sea, pero en ese caso estaríamos ante el mayor bombazo en hominización desde la edición de El Origen de las Especies. Para irnos metiendo en situación, porque decirlo de pronto puede provocar teleles, voy a mencionar cuatro líneas de investigación que apuntan aproximadamente en la misma dirección. Empezaremos por la más reciente, publicada en 2006 por Nature (Patterson et al.), que constata no sólo que chimpancés y homínidos tardaron 4m.a para completar su escisión, sino que los resultados indican un fuerte mestizaje inicial (algo predecible), luego un aislamiento… y finalmente una reanudación de las mezclas antes de separarse definitivamente. En segundo lugar voy a recordar cómo me chocó que ante el descubrimiento de Sahelanthropus Tchadiensis (7m.a Bp) un grupo de respetables paleontólogos lo calificara de antecesor del humano, más avanzado que los chimpancés, mientras que otro igualmente respetable sostuviera que no era más que una hembra gorila arcaica. También citaré las tesis de Verhaegen (1994) según el cual los australopitecos podían haber sido ancestros comunes de chimpancés y humanos. Para acabar, podríamos mencionar la clásica y persistente facción paleontológica que siempre ha resaltado las concomitancias, parciales pero innegables, que los humanos presentan respecto al orangután, semejanzas de las que gorila y chimpancé son excluidos. Pese a que cada una lo enfoca a su manera, y pese a que no suscribiría totalmente ninguna de ellas, estas cuatro teorías plantean el mismo desafío al paradigma vigente. El antropocentrismo nos obliga a creer que como humanos representamos la forma de vida más sofisticada y superior, y por supuesto que somos el último y más elaborado de los simios. Pero si hacemos un lote con estas cuatro teorías, más el vacío de gorilas y chimpancés fósiles, más la idea de que los clados genéticos nada deben a las taxonomías morfológicas, más la posibilidad de mestizajes no sólo entre especies sino entre géneros, juntamos demasiados elementos para seguir haciéndonos los inadvertidos. Nos enseñan que lo científico es dar oportunidad a las evidencias por encima de los valores preconcebidos. A pesar de todas estas pruebas nos resulta muy duro aceptar que los chimpancés provengan de un sahelantropo, un orrorin o un australopiteco, y evitamos emprender una contrastación más exhaustiva y coordinada, ¿no es por puro prejuicio? Si en lugar de antropomorfos estuviéramos hablando de patos del Canadá o pececitos de atolón nos creeríamos esto y mucho más.

Lamento que a muchos les suene atrevido o fantasioso este artículo, porque no se aparta ni un milímetro de lo más académica y recientemente aceptado. Pero, poniéndonos un poco conspiranoicos, una cosa es lo que los académicos sepan y otra lo que quieren que sepamos; una cosa es lo que publican en sus revistas de consumo interno y otra lo que divulgan en sus dvds del kiosko. Y ninguna teoría o paquete de ellas que ponga en jaque el paradigma va a ser alegremente publicitada. Porque lo maravilloso de esta nueva perspectiva sobre nuestra formación como especie no se encuentra sólo en sus revolucionarios enunciados sino en las secuelas que conlleva. Para empezar ya hemos visto que resuelve todo eso de la “evolución en mosaico”, convertida ahora en “evolución mestizada durante millones de años”. Consecuentemente, y es lo que más pupa hace a los ratoncitos de departamento, todas esas etiquetas como Ouranopithecus, Dryopithecus, Pierolapithecus y un largo –pithecus más quedan obsoletas más allá de su catalogación para el museo, y no van a ser tampoco sustituidas por otras. Porque desde ahora no podremos catalogar como homínido a un fósil por mostrar signos de bipedismo (los bonobos realizan bípedamente la cuarta parte de sus desplazamientos terrestres), ni por ningún otro de esos rasgos que tanto nos ha gustado rastrear. En tercer lugar quiero destacar que un proceso de escisión de millones de años da cabida a mucho mestizaje, como ya hemos visto, lo que a su vez confirma en cierto modo esa “teoría del armario” que defendí en la entrada anterior. Sería plausible que en un mismo individuo se dieran potencialidades genotípicas que hoy clasificaríamos fuera de su especie y hasta de su género, y que en algunos casos saltarían al fenotipo. Finalmente se me ocurre pensar que, al contrario de lo que parece, una escisión prorrateada en millones de años puede ser de lo más enriquecedora para todos los implicados en un proceso de especiación. Pienso que una población uniforme en un medio estable tiende a estancarse, algo que no es malo en sí hasta que por ejemplo llega una pandemia. Cuando se produce la especiación bajo las condiciones descritas (mestizajes y millones de años), las líneas divergentes se enriquecen mutuamente y enriquecen a las formas “arcaicas” con las ventajas inmunológicas, locomotrices, sensitivas, etc. que sus mutaciones les hayan provocado. Quién sabe, igual una línea divergente es la que origina una mutación pero es otra la que, por azares de la selección natural y sexual, la perfecciona tras obtenerla por mestizaje. Tampoco deberíamos sorprendernos de que en ocasiones dos líneas divergentes hasta la sub-especiación, se fusionaran de nuevo un millón de años después, pero con el enriquecimiento de su divergencia anterior. En este punto cabe preguntarse a quién debemos realmente la hominización, cuántas líneas extintas, cuántas combinaciones cumplidas y frustradas, qué trasiego de genes y rasgos.  Si aceptamos que los chimpancés provienen de algo parecido a un Sahelanthropus, es decir de un ser con rasgos más humanos que los del actual género Pan, podríamos replantearnos una tregua con los taxonomistas actuales, e incluir al Chimpancé entre los homínidos (que no entre los Homo), rebautizando a los pan-homínidos como simplemente homínidos. Claro que esto pondría de los nervios a los autocomplacientes evolucionistas: ¿qué era aquello?, ¿una involución?, ¿cooevolución?, ¿o simplemente mutación sin connotación de “progreso” o “mejora”? En todo caso, una ducha de agua fría al antropocentrismo ilustrado. Me despido vaticinando que la única forma que tendrán de retrasar este reto al paradigma consistirá en defender una fecha de escisión cada vez más antigua entre humanos y chimpancés, pues así da tiempo para que transcurran los 4m.a de separación sin que nos salpique el gen “simiesco”. Tanto van a elevar las fechas que al final harán simultáneas las escisiones de gorila, chimpancé y humano, es decir, la oportunísima tricotomía de la que ya hablamos. 

domingo, 12 de abril de 2009

Evolución Humana 2. Grandes simios antropomorfos.

Para el evolucionismo primigenio los denominados póngidos no eran más que fósiles vivos, formas primigenias de la raza blanca (chimpancé), la negra (gorila) y la amarilla (orangután). Esta postura, llamada poligenismo, fue pronto desacreditada a favor del monogenismo, que establecía que todas las razas humanas provenían de un ancestro común. Pero el antropocentrismo monogenista sólo aceptaba nuestra pertenencia a un tronco común junto a los grandes simios siempre y cuando se colocara a estos juntos en una rama y al humano en otra aparte. Aunque cada nuevo descubrimiento ponía en mayores aprietos esta presunción, los científicos se han resistido a cuestionar el paradigma hasta que se ha vuelto totalmente ridículo e inoperante. Toda la historia de la Paleoantropología se resume en ese esfuerzo por mostrar al humano lo menos animalesco que permitieran los avances científicos. Como es necesario abreviar podemos decir que la Zoología empezó sosteniendo una fórmula…
Antropomorfos = (Gibón + Orangután + Gorila + Chimpancé) + Hombre
… para acabar en un…
Antrop. = Gibón + (Orangután + (Gorila + (Chimpancé + Hombre)))
Somos por así decirlo la más pequeñita de las muñecas rusas en el mundo de los simios antropomorfos. Ante tan drástico cambio, lo más razonable hubiera sido acoger al hombre dentro de las etiquetas preexistentes de las que él mismo se había excluido por simples prejuicios. Si había ya una categoría Gorilini (también llamada Panini) para agrupar a los gorilas y chimpancés, el hombre, que se ha demostrado hermano genético del chimpancé, también merece ser llamado gorilino. Del mismo modo, es póngido en lo que de común tienen los gorilinos y orangutanes, y hominoideo, antropomorfo o gran simio (son sinónimos) en lo que comparten póngidos y gibones. En cuanto al tronco que nos une a los chimpancés, pienso que una denominación tipo “panhomínidos” (Pan + Homo) sería adecuada. Pero como aún escuece ir por la vida de gorilino le dieron la vuelta al calcetín y, en lugar de animalizarnos, hemos “humanizado” terminológicamente a los propios simios. Como todo remite al género Homo, como toda la nomenclatura abusa de la misma raíz, al “hominizar” como los pitufos “pitufan”, el resultado es que ni a conciencia podrían haber creado una nomenclatura tan confusa: “Hominoidea-Hominidae-Homininae-Hominini-Homo” es la línea que va del primer antropoformo a nosotros. Confróntese con la que propongo a ver si es más clara: “Antropomorfos-Póngidos-Gorilinos-Panhomínidos-(Homínidos)-Homo”. Por si fuera poco, esta alteración de la nomenclatura proviene exclusivamente de la Zoología y es bastante insolidaria con la tradición paleoantropológica. Si el chimpancé es ya un “hominini”, el australopiteco, ¿qué es? ¿”homininidoinini”? Bromas aparte, podemos proponer incluirlo como Homo pero, ¿haremos lo mismo con Sahelantropus (hace 7 m.a.), travestido en Homo Sahelicus?. Por eso en mi esquema he añadido el nivel de los homínidos entendidos en sentido clásico, es decir, aplicado a Homo y a toda especie extinta que muestre más semejanzas con Homo que con los chimpancés, o al menos rasgos intermedios. Lo que no puedo permitir es que por nuestro complejo de ángeles caídos, por el cual nos negamos a ser un bicho más de los que pueblan el planeta, utilicemos un trabalenguas sin ninguna utilidad didáctica.

Sea como sea que los clasifiquen y bauticen, tengo muy claro quiénes son estos hominoideos: aquellos que me desgarra el corazón ver en el zoo. Cuando lo visito con mis hijos evito pasar por sus jaulas acristaladas, o si accedo a verlos me quedo absorto devolviéndoles la mirada y plenamente consciente de que son “personas”. Digo que me dan pena ellos, no la grulla o el pecarí, o no tanta pena, porque soy un tipo normal sin grandes compromisos conservacionistas, que no suscribe recientes y mediáticas propuestas como el concederles la carta de Derechos Humanos, entre otras cosas porque no veo positivo ni posible cargarlos con las responsabilidades humanas que son el reverso de cualquier derecho. Lo único que pretendo es establecer el grado de hominización de la que hablamos cuando hace unos 25m.a aparecimos los grandes simios antropomorfos, saber que ya entonces encontraríamos esa mirada que a mi me petrifica y sonroja en las visitas al zoológico. Si no nos satisfacen estas razones sentimentales quizás nos sirva saber que cada día se publican nuevos descubrimientos sobre el uso de herramientas (rocas-cascanueces, bastones para vadear ríos, grandes hojas-paraguas, hojas-altavoz, palillos para cazar termitas, etc.) entre los grandes simios, y lo más importante es que se trata de habilidades trasmitidas cultural y no instintivamente. También nos puede ayudar saber que hay géneros como el bonobo y sobre todo el chimpancé que pueden, y suelen, superar las barrera de los cien miembros por grupo, lo que para mí pide a voces el apelativo de sociedad. En este sentido hay que denunciar el vergonzoso retraso que muestra la paleoantropología (los expertos en hominización) frente a los etólogos (expertos en comportamiento animal), pues estos ya conceden a delfines y elefantes rasgos (como el sexo más allá de su función reproductora, el duelo por los muertos, etc.) que aquellos niegan al propio australopiteco. Para entenderlo mejor imaginemos un clan australopiteco de 120 miembros, dotémoslos de palos-jabalina, piedras de percusión y proyectiles, campamentos semiestables (fisión-fusión) con “nidos” primorosamente construidos para protegerse de la lluvia, con una líder anciana y carismática que impone unas normas donde el ostracismo pesa mucho más que la coherción directa, con grupos de cazadores masculinos entregados a fellatios de cohesión grupal iniciática, y sobre todo con un sistema cultural que transmisión generacional de los descubrimientos tecnológicos y los conocimientos del entorno que implica colateralmente la adopción de huérfanos y el mantenimiento de expertos ancianos. Duele comprobar que todo esto suene tan sofisticado para un homínido cuando es lo que ya tenemos demostrado en chimpancés, bonobos y orangutanes.

Una vez repasada la relación entre los antropomorfos actuales y tras establecer hasta qué punto deben ser considerados personas o medio-personas, vamos a retomar nuestra línea cronológica. Hemos dicho ya que la aparición de estos grandes simios se remonta a hace unos 25m.a, aunque esta cifra más bien representa un lapso entre los 28 y los 22ma. De esta última fecha son los niveles arqueológicos que en Kenia y Uganda nos proporcionan al más antiguo de los hominoideos aceptado unánimemente (Proconsul), aunque no faltan quienes reivindican al Xenopithecus (Kenia. 27.5-24.3ma.) como primero de nuestra superfamilia. En cualquier caso la información disponible es muy ambigua. Para empezar Proconsul no representa una unidad paleontológica específica sino un conjunto de hominoideos (Proconsul propiamente dicho, Rangwapithecus, Afropithecus, Micropithecus, etc.), que van de los 4kg a los 50kg, con anatomías muy variables, y que abarcan un largo lapso de tiempo desde hace 28 a 17 m.a. (Oligoceno medio y Mioceno Inferior). En segundo lugar nos damos cuenta del desfase que hay entre las fechas que manejábamos a partir del registro fósil y las que ahora nos proporcionan los genes, en general mucho más antiguas, y en esto tiene buena parte de culpa el positivismo paleontológico y arqueológico. Proconsul, o el variopinto grupo refugiado bajo ese paraguas, no es “el primer” hominoideo sino “un” conjunto de hominoideos que por su fecha se aproxima mucho a las predicciones moleculares para nuestra escisión respecto a los cercopitecos. De hecho ni siquiera podemos decir que no esté libre de rasgos arcaicos o más cercanos a los de los cercopitecos, sino simplemente que presenta cuantitativa y cualitativamente más rasgos de hominoideo que de otra cosa. Pero hay un aspecto para el que el grupo de proconsúlidos no muestra lagunas ni ambigüedades, y sin embargo es precisamente el que menos quieren aprovechar los paleontólogos: la continuidad en el registro. Aegyptopithecus, supuesto ancestro catarrino de Proconsul, está constatado en El Fayum (Egipto) hasta hace 30m.a; hace 28m.a aparecen los primeros proconsúlidos, grupo que pervive al menos hasta hace 17m.a; y, finalmente, la genética estima en 18m.a Bp (“before present”) la fecha de emancipación de los gibones dentro del tronco hominoideo. A pesar de estos datos, veremos que muchos persisten en el viejo esquema de una brumosa y raquítica historia de los primeros hominoideos y su génesis. La era de Proconsul estuvo marcada fuertemente por la deriva continental y sus consecuencias climatológicas: entre los 34 y los 20m.a Bp África queda como isla continental sometida a un calor y humedad que hace comunes las zonas selváticas. Proconsul es un arborícola de selvas húmedas sin posibilidad ni necesidad de expandirse por el mundo. Todo este panorama cambiaría a partir del Mioceno Medio (16-10m.a Bp) y repercutiría en nuestra evolución.

Hace unos 20m.a África colisionó literalmente con Próximo Oriente y los herederos de Proconsul no tardaron en aprovechar el puente continental recién estrenado: su presencia esta ya constatada fuera de África hace unos 17m.a. Esta radiación de hominoideos africanos por Europa y Asia duró para algunos desde los 17 a los 12m.a Bp., aunque los hay que la llevan hasta hace 6m.a. Se trataría entonces de un segmento cronológico que abarcó las sucesivas separaciones dentro de nuestro tronco antropomorfo: 18m.a Bp gibón, 14-13m.a orangután, 11-7m.a gorila, y 8-7m.a chimpancé y humanos. Al mismo tiempo, el Mioceno (especialmente su mitad) está considerado la “edad de oro de los hominoideos”, lo que en positivismo paleontológico significa realmente “la época de la que hemos sido capaces de encontrar más fósiles y de más de 30 especies distintas”. Se supondría entonces que eso nos permite trazar con claridad las distintas líneas que llevan a los géneros y especies actuales, pero nada está más lejos de la realidad. Como si fuera un sorteo cada investigador marca su apuesta evolutiva a partir de los más peregrinos rasgos anatómicos, pero la cuestión sigue empantanada porque probablemente está mal planteada en su raíz. Para mí el clima tiene una de las claves:
- Entre 20-14 m.a. Bp la radiación de antropomorfos se produce, aunque atraviesen continentes, dentro de un mismo ecosistema parecido a las actuales laurisilvas o bosques de niebla. Por tanto son hominoideos adaptados a la espesura arborícola. Para vivir encaramado a los árboles casi todo el día se puede continuar con la ancestral postura cuadrúpeda o se puede innovar la braquiación, es decir, desplazarse colgando de los brazos.
- Hace unos 14m.a. el clima se secó y enfrió, y la laurisilva se vio alternada por zonas con claros de incipientes praderas de gramíneas (protosabana). Curiosamente en Europa occidental (todavía hoy queda laurisilva en Cádiz) y en los Siwaliks de Pakistán persistieron bolsas de los antiguos bosques de niebla. A partir de estos momentos algunos hominoideos tanto cuadrúpedos como braquiadores, y tanto africanos como de la diáspora, se ven sorprendidos por la desaparición del bosque y han de adaptarse a vivir más en el suelo. Por otra parte su dieta también suele alterarse o, mejor dicho, ampliarse hacia alimentos más duros que los frutos de un bosque húmedo.

A continuación es imprescindible pasar a lo puramente paleontológico y a sus interpretaciones positivistas-evolucionistas. El afán de determinar qué características marcan la diferencia de los hominoideos respecto a los demás catarrinos, así como el “kit” de rasgos privativos de cada uno de sus géneros, ha demostrado ser un fracaso tanto al aplicarlo a las especies actuales como a las fósiles. Ahora andan con la “Evolución en mosaico”, forma fina de decir “no sabemos ni la hora que es”. Para hacerlo comprensible me he inventado la “teoría del armario”. Hasta hoy mismo, porque los paleontólogos no se han comprometido aún con este término que ellos mismos acuñaron, la hominización se ha entendido a la manera de un traje que se hereda de padre a hijo. Generación tras generación le podría haber caído lejía o le podían haber colgado cintas y medallas, pero quedarían unas marcas indelebles que definían el traje en su esencia: lana, azul, chaqueta de tres botones, etc. Lo que ahora se ha descubierto es que los hominoideos en su conjunto comparten por así decirlo un armario completo, donde cada uno ha podido escoger entre una gama variada de la misma prenda. Claro que eso se opone frontalmente a la idea que hasta hoy se ha tenido de los procesos de formación de géneros y especies, y es por ello que los investigadores continúan con su lamento, inventando que la situación no es clara cuando lo que enturbia el panorama son sus propios prejuicios. Veámoslo con algunos ejemplos, empezando por una cita textual a
Senderos de la Evolución Humana de Cela Conde y Ayala:
“Los ejemplares de Ankarapithecus AS95-599 y MTA2125 muestran una multitud de rasgos compartidos de la forma que sigue. La heretoformia de los incisivos superiores es similar a la de Pongo, Ouranopithecus y Sivapithecus. Las órbitas son tan anchas como altas, al igual que en Ouranopithecus, Pan y Gorilla. El zigomático es plano, como en Dryopithecus, Sivapithecus y Pongo. La región interorbital es estrecha, como en Pongo, pero el seno frontal lo separa del orangután. La región nasal y lacrimal se parece a Afropithecuas, Ouranopithecus y Gorilla. La extensión del premaxilar es similar a la del orangután. El perfil general está más próximo a los grandes simios africanos que a Pongo y Sivapithecus.”
En este ejemplo se ve claramente el modo erróneo de proceder de los paleontólogos, buscando qué rasgo de qué otro hominoideo tiene el que estamos investigando, forzándolo a que nos diga si es más chimpancé que orangután, cuando lo cierto es que cada uno de ellos presenta una combinación caprichosa e irrepetible que nada debe al resto de especies sino al género en su conjunto (“armario”). La presencia de determinada característica no puede darnos pista alguna sobre un parentesco porque inmediatamente aparece una legión de otros rasgos que la contradicen.

Un caso interesante es el estudio de los medios de locomoción, a los que se ha dado mucha importancia porque desembocan en una de las marcas privativas del humano: el bipedismo. El esquema canónico se basaba en la observación de las distintas especies actuales teniendo en cuenta sus fechas de divergencia. Así parecía lógico establecer que de un Proconsul (cuadrúpedo arborícola) se pasó a la braquiación (desplazamiento colgando largos brazos por las ramas: gibón y orangután), luego al nudilleo (caminar terrestre algo erguido y con apoyo en los nudillos y no en las palmas: gorila y chimpancé), para dar finalmente paso al bipedismo (humano). Pero por muy cartesianamente lógica que parezca esta teoría es insostenible, aún antes de recurrir al registro fósil. Los propios antropomorfos actuales provienen según la genética de un mismo ancestro y sin embargo manifiestan tres tipos de locomoción, lo cual indica que en menos de 10-8m.a se pueden producir esas mutaciones. Mientras, el mono araña (platirrino americano) ha desarrollado una braquiación al mismo nivel que el orangután. Además, ni siquiera los hominoideos arrojan un panorama ordenado: por ejemplo el orangután, mucho mejor adaptado a la braquiación que el gorila, y que jamás nudillea, suele pasar más horas practicando el bipedismo que este. El registro fósil ha puesto aún más en cuestión la teoría, toda vez que aparecen cuadrúpedos con tendencia al bipedismo sin que parezcan haber pasado por una braquiación previa (como la línea afropiteco-ecuatorius-keniapiteco). De nuevo hay que sustituir los “el” del positivismo-cartesianismo evolucionista por los “un”: la braquiación no es “el” camino sino “un” camino hacia el bipedismo. Sabemos sólo que algunos hominoideos tuvieron que adaptarse al suelo cuando apareció la proto-sabana, y sabemos que por la morfología no podemos determinar la existencia de linajes antropomorfos exclusivamente braquiadores o cuadrúpedos, ni que el bipedismo provenga exclusivamente de una de esas dos formas de locomoción, que por cierto no son tampoco privativas de los hominoideos. Al mismo tiempo, no debemos despreciar la enorme cantidad de tiempo, casi 25 m.a, que hay desde los proconsúlidos hasta el bípedo australopiteco, tiempo de sobra para que por necesidades ambientales una misma línea pasara varias veces de la braquiación al nudilleo en ambos sentidos, y quién sabe si al bipedismo. Cada vez que se han encontrado fósiles con trazas de bipedismo los paleoantropólogos lanzan las campanas al vuelo porque según ellos han dado al fin con un ancestro del actual humano pero, ¿acaso sostendríamos que el orangután proviene del gibón, no digamos del mono araña, usando los mismos razonamientos con la braquiación? Todo indica que en ese “armario” hominoideo existen las posibilidades de marchar a cuatro patas, braquiar, nudillear y caminar, y que cada género con sus especies puede optar a alguna de ellas según circunstancias. O quizás dichas formas de locomoción no existan más allá de los catálogos isabelinos, quizás la única locomoción válida es la que te lleva de un sitio a otro. Nos enseñan que Proconsul era cuadrúpedo cuando sus hombros ya muestran que ensayaba la braquiación, y un directo descendiente suyo como Afropithecus (para muchos un mero tipo de proconsúlido) ya pudo ensayar el bipedismo. Más raro aún es este ejemplo catalán: Dryopitecus laietanus era un claro braquiador que probablemente provenga de Pierolapithecus catalaunicus (Pau), un semi-cuadrúpedo con bastantes trazas de bipedismo y por supuesto con los brazos mucho más cortos que aquel. Por lo que toca a las formas más modernas, no es ya que el chimpancé se vuelva perfecto braquiador al abandonar eventualmente el suelo, sino que el propio bebé humano retiene la capacidad de suspender su peso de los brazos y de agarrarse con fuerza extraordinaria durante mucho tiempo, por no hablar de que durante el gateo apoyamos las palmas y jamás nudilleamos. Otro ejemplo clásico es el esmalte molar de los hominoideos. Desconozco por qué razón se llegó a suponer que el esmalte molar grueso era el distintivo supremo entre los hominoideos. De nuevo los propios antropomorfos actuales sugerían sin necesidad de fósiles que esta teoría carecía de salida. El sentido común nos dice que si los catarrinos tienen esmalte fino y los hominoideos grueso, a más progresivos o modernos fueran estos más grueso sería su esmalte, cosa que no se cumple en ningún caso. Así los chimpancés y gorilas tienen el esmalte fino como el gibón, el orangután algo grueso, mientras que el hombre sí lo tiene más grueso que ninguno de ellos pero no tanto como su ancestral “tío” el Paranthropus boisei. Esta postura es aún más insostenible a medida que aumenta el legado fósil o que incluimos nuevos parámetros de comparación como la proporción de esmaltes 1 y 3, el dibujo de las estrías, etc. Como en la locomoción, debemos concluir que en el “armario” antropomorfo se puede optar entre el esmalte grueso o el fino según nuestras necesidades alimenticias, sin que sea determinante el grosor del de nuestros ancestros y descendientes. Y si estos ejemplos demuestran que tales propuestas están condenadas al error por sí mismas, mucho más ocurre al combinarlas. Si el esmalte grueso y el bipedismo son “progresivos”, sería lógico pensar que lo uno y lo otro evolucionan de la mano, pero P. Andrews demostró precisamente que los afropitecos tenían molares gruesos y poca tendencia al bipedismo, que los driopitecos (como los catalanes) mostraban por el contrario un esmalte fino pero claras trazas de bipedismo, y que sólo los keniapitecos gozaban de ambos rasgos “modernos”. La cita anterior sobre el Ankarapithecus nos revela que en los rasgos faciales la macedonia de tendencias es aún más heterogénea, de tal manera que hemos de repetir que no sólo no existe rasgo anatómico, sino tampoco conjunto de ellos, que pueda indicarnos dentro de los hominoideos fósiles y actuales un inequívoco parentesco o línea evolutiva.

Mi hipótesis del armario viene a decir dos cosas. La primera es que del mismo modo que distinguimos dentro de las especies entre fenotipos y genotipos, entre géneros puede darse también un stock de rasgos potenciales, como un “genotipo del género”, diferente a las manifestaciones efectivas que cada especie escoja a modo de “fenotipo de género”. Supongo que este mismo esquema se extiende desde las especies a los órdenes, aunque en intensidad decreciente, aunque es la ciencia la que deberá demostrarlo. La segunda es que del mismo modo que aceptamos evoluciones convergentes entre superfamilias distantes, debemos aceptarlas también dentro de una tribu o género zoológico, lo que implica una mayor impresión de reversibilidad en las mutaciones. La genética nos ha aportado interesantes fechas de divergencia entre los hominoideos actuales que por desgracia no podremos obtener con los petrificados fósiles, así que no seamos tan necios de desaprovecharlas por nuestros prejuicios “fenotípicos”, una suerte de racismo animal. Si hace ocho o diez millones de años gorilas y panhomínidos nos separamos, ¿qué nos induce a suponer el aspecto del abuelo común?, ¿mezclar los rasgos de ambos bastaría, o debemos limitarnos a mostrarlo como el más “primitivo” de sus hijos, el gorila en este caso? Para empezar debemos abandonar esta idea de los “primitivos”: un gorila es igual de moderno que nosotros y nada hace suponer que nuestro ancestro común se pareciese más a ellos. De hecho el gibón, al que consideramos la forma más “primitiva” ha mutado/evolucionado tanto desde su escisión que es el único hominoideo que hoy presenta diferentes géneros. Se pudo dar la paradoja de que en el momento de sus respectivas divergencias el proto-organgután tuviera los brazos más cortos que el proto-gorila, este el cuerpo más pequeño que el proto-chimpancé y este último una postura algo más erguida que el proto-humano. Puede que en el Mioceno hubiera 15 especies del género Pongo con los orangutanes actuales conviviendo con unos primos negros de brazos cortos, otros muy grandes (quizás los gigantopitecos), otros casi cuadrúpedos pero con gran capacidad craneal, y otros lampiños y bípedos pero con menos cerebro que una mosca y hocico protuberante.

Doy por terminada la entrada que abarca desde el Oligoceno final hasta el Mioceno medio, aproximadamente 30-10m.a Bp, sin haber enumerado los distintos fósiles y sus características, sin haber tomado parte en los debates académicos, sin facilitar siquiera un cuadro esquemático que demostrara que estoy al día en el tema. He creído mucho más importante dirigir el foco a estas cuestiones de fondo, porque considero que tanta erudición no sirve para nada sin el correcto punto de partida, así como que ya sobran fuentes exhaustivas y sistematizadas sobre el asunto. Para futuras entradas desearía que se retuviera la idea del “armario”, es decir, que cualquier hominoideo de esta época pudo mostrar características de otro coetáneo o posterior sin que eso implique un parentesco directo, sino que era debido a un stock genético compartido que trasciende la barrera de la especie. Si la Paleontología no puede actualmente desentrañar los mecanismos de esa “evolución en mosaico” es problema suyo, y quizás lo mejor es reconocer nuestra ignorancia dejándonos de nombres y tablas cartesianas. Una ignorancia que repito no proviene de la ausencia en el registro sino, todo lo contrario, de la información tan abrumadora e inclasificable que cada año nos arroja.

miércoles, 8 de abril de 2009

Evolución Humana 1. Orígenes

Con esta entrada se inicia una serie dedicada al proceso biológico por el cual nos convertimos en humanos modernos, un recorrido del que sabemos menos de lo que creemos, que continuamente se ve enriquecido por los descubrimientos y que precisaría de rotundos cambios en cuanto al enfoque “filosófico” bajo el que se estudia. Supongo que algún lector se preguntará qué pinta esta temática en un blog dedicado a Afroiberia, pero espero que con la lectura de los sucesivos artículos vaya dándose cuenta de que nuestra Península y la interpretación de nuestro Pasado Remoto no son en absoluto ajenas al proceso de hominización.

Quizás lo más asombroso con que podríamos abrir este capítulo es con la tremenda antigüedad de la vida en la Tierra: si los orígenes del planeta se estiman en unos 4.600 millones de años (m.a), la aparición de vida en él datan de no menos de 4.300m.a Se puede decir entonces que la vida es consustancial a la Tierra, y de hecho es la causante de un rasgo terráqueo tan característico como la atmósfera. Añadamos además que hasta la fecha se estima la antigüedad del Universo entre 13.500 y 15.000m.a., y ya podemos alucinar un rato estableciendo la proporcionalidad universo-tierra-vida: ha habido vida en la Tierra durante casi un tercio de la edad total del Cosmos. Sin embargo, de toda esta larga existencia biótica los animales (Animalia) aparecen verdaderamente tarde (630m.a), quedando atrás unos larguísimos 3.600m.a donde sólo existían bacterias, hongos y algas. Creo que otro dato pintoresco que pocos sabemos es que hasta hace unos 440m.a la superficie de los continentes estuvo totalmente despoblada de formas de vida, y que sólo a partir de esta fecha es cuando las plantas terrestres consiguen al fin colonizarla. Tras dichas plantas terrestres vendrán lógicamente bichos adaptados a alimentarse de ellas, y para comerse a esos bichos les seguirán los anfibios hace unos 380m.a.

Nos detendremos ahora a finales del Carbonífero, hace unos 325m.a, porque entonces tuvo lugar un fenómeno asombroso y del que muchos no tienen conocimiento. En esa época existía ya un tipo de animales denominados con muy mala fortuna “reptilomorfos”, que nos venden como híbridos de anfibio y reptil cuando realmente son el avance de los anfibios hacia formas totalmente autónomas tierra adentro: los amniotas. Un amniota no es un reptil, sino una forma mutada de anfibio cuyos huevos y piel están protegidos de la pérdida de líquido, su fecundación es interna, no sufre metamorfosis, respira totalmente con los pulmones, y por tanto puede vivir con independencia del medio acuático. Los amniotas se subdividen en dos grandes conjuntos o clases, synapsida y sauropsida, la primera representada hoy por los mamíferos y la segunda por los reptiles incluyendo las aves. Es muy importante hacer notar que esta subdivisión de los amniotas se produjo muy temprano y simultáneamente (320m.a), de tal forma que no podemos precisar, dada la lejanía cronológica, si alguna vez existió un amniota común antepasado a reptiles y mamíferos o si cada uno proviene de ancestros diferentes y que todavía eran medio anfibios. La conclusión más directa, y creo novedosa para el gran público, es que los mamíferos no provenimos evolutivamente de los reptiles. Sin embargo dos son los causantes de que nos cueste trabajo aceptarlo. De un lado, hay que reconocer que un anfibio y un reptil son animales bastante similares externamente, y creo que muchos acabamos el bachiller sin saber que lagartos y tritones no son parientes cercanos. Por eso basta imaginar un anfibio que ya no necesite vivir en el agua (amniota) y nos surgirá mentalmente la silueta de un lagarto, por supuesto mucho más que la de un ciervo. Por otra parte, la tradición de ilustradores y reconstructores paleontólogos se ha esforzado durante décadas por mostrar a estos synapsida o amniotas mamiferoides (ej. dimetrodon, edaphosaurus) con aspecto de saurios. Pero un análisis más riguroso de los synapsida revela desde su nacimiento grandes concomitancias con los mamíferos y no con los reptiles: su estructura craneal en dos únicas fosas temporales, la endotermia (sangre caliente) o al menos el poder almacenar calor a partir de sus llamativas “velas dorsales”, una piel glandular y sin escamas (o con escamas ventrales distintas de las de los saurios), etc. Más adelante estos synapsida, teromorfos, terápsidos o como se les llame tenían ya paladar, huesos del oído y disposición de las extremidades igual que los mamíferos, además de presentar una cubierta de pelo, algo capital para dejarlos de considerar estéticamente lagartos. Se dice que hace más de 200m.a. surgieron los mamíferos “de pleno derecho” pero, ¿estamos en condiciones de saber donde descansa esta línea divisoria? Aún sobreviven equidnas y ornitorrincos para demostrarnos que se puede ser mamífero poniendo huevos, exudando leche por una piel carente de pechos y demás excentricidades. Finalmente, no pensemos que eran especies minoritarias dentro de su ecosistema sino que por lo contrario estos synapsida fueron los cuadrúpedos terrestres dominantes al menos desde finales del Carbonífero hasta principios de Triásico, muy por encima en importancia y cantidad sobre los saurios. Sólo después es cuando viene la tan traída “era de los dinosaurios”.

La siguiente escala del camino corresponde a la aparición de los primates, pero antes es necesario hacer una reflexión sobre la evolución de los mamíferos en general. En el imaginario público sólo existen dos momentos prehistóricos dignos de mencionarse, y acaso crean que fueron los únicos que existieron: “edad de los dinosaurios” y “edad del hombre prehistórico”. La génesis y apogeo de los mamíferos queda por tanto eclipsada, considerada una mera transición entre lo uno y lo otro. Por si fuera poco los recientes análisis genéticos han desmentido muchas de las asunciones de la antigua taxonomía basada sólo en lo anatómico, de tal forma que en general la idea que el lector medio tiene sobre cómo surgen y se desarrollan las distintas familias de mamíferos es bastante incorrecta. En uno de los campos que más ignorancia hay es en el grado de parentesco entre especies, del que estoy seguro que en encuesta callejera no se obtendría ni un 25% de aciertos. ¿Estamos preparados para asumir que el caballo está más emparentado con el tigre que con la jirafa?, ¿o que un erizo tiene más en común con una ballena azul que con un ratón?, ¿sabemos por cierto que lo más cercano a un primate, con diferencia, son las ratas y conejos? Otra cuestión sobre la que existe un gran vacío divulgativo es la antigüedad de los primates respecto al resto de mamíferos. Teniendo en cuenta que hace 125m.a. surgen los mamíferos placentarios o euterios, la aparición de los primates debe considerarse temprana, si aceptamos los 85m.a. que proponen recientes estudios genéticos para la separación entre estos y los lémures voladores. Para verlo mejor he decidido pasar a un tono coloquial porque creo que un abuso de taxonomías impronunciables no nos aclararía nada, así que básicamente vamos a equiparar los primates a lémures y monos, tratando luego de mezclarlos mentalmente para obtener la forma de ese ancestro común. A continuación debemos preguntarnos qué otros grupos placentarios habían completado un aspecto siquiera similar al actual en el momento en que surgen los primates. Entonces ya existían, pero tampoco desde mucho atrás, el grupo de animales americanos que abarca a armadillos y perezosos, unos insectívoros raros que hoy sobreviven en África, los erizos, las musarañas y quizás ya se distinguían las ratas de las liebres. Sin embargo, grandes grupos de mamíferos placentarios actuales estaban aún bajo formas muy primarias y genéricas. Si nos puede sorprender que entonces aún no se hubiera bifurcado la rama que lleva a manatíes, elefantes y damanes, aún más chocará que persistiera el tronco primordial que dará lugar más tarde a ballenas, jirafas, hipopótamos, cerdos o camellos. Pero quizás el remate lo representa un placentario de entonces tan genérico como para haber dado como descendencia a osos, caballos, murciélagos, focas, tigres, pangolines, perros y comadrejas. ¿Podemos mezclar mentalmente una jirafa y una ballena, o un murciélago y una foca, con la misma facilidad con que superponemos el simio al lémur? De hecho yo diría que para lo que tenemos problema es precisamente para lo contrario, para distinguir al mono del lémur, y eso es desde luego un argumento muy a favor de la tempranísima definición del orden biológico que conduce hasta nuestra especie.

A continuación se suceden una serie de hitos que considero importantes pero que por concisión hemos de resumir al máximo. Hace 63m.a los lémures y los simiformes divergen, hace 58 m.a lo hacen los prosimos o tarseros respecto a los simios, y hace 40m.a la separación acontece entre catarrinos y platirrinos o, lo que es igual, entre monos del Viejo y Nuevo Mundo. Por supuesto todas estas fechas estimadas van a ser modificadas en el futuro, y no duden que si sigue la tendencia de las investigaciones actuales estos cambios consistirán en el inexorable envejecimiento de dichas dataciones. Si retomamos la lista anterior de placentarios podemos seguir estableciendo correspondencias. Así, los simios propiamente dichos se anticipan en 8m.a a la aparición de los primeros carnivora, lo cual indica que ya hay monos bien definidos y aún no podemos distinguir qué es felino, qué canino, mustélido, o foca. Lo mismo ocurre con los artiodáctilos, siendo incapaces de decir de cuál de ellos surgirá el cerdo o el camello. Hace 40m.a ya se distingue un simio del Viejo Mundo, que podemos imaginar como la mezcla de un macaco, un mandril y un gibón, algo que le ocurre a los camélidos por similares fechas, pero aún no podríamos distinguir al ancestro del elefante, pues los probóscides propiamente dichos aparecerán 10m.a. más tarde. Anticipándonos a la próxima entrada de esta serie, hay animales francamente recientes como son los felinos o los jiráfidos, de ca. 20ma. de antigüedad, que equivale en el mundo simiesco a 5m.a después de que se produjera la separación entre cercopitecos y hominoideos. Y es que hace 24m.a ya campaba un ser tan “humano” y conocido como Procónsul, junto a otros hominoideos del Mioceno inicial.
Acaba aquí la primera parte de esta serie, a las puertas del período Mioceno, considerado como el apogeo de los simios en general y el amanecer de los hominoideos. Desde que me planteé introducir este tema en el blog tuve muy claro que no podía ni quería hacer un resumen de nuestra historia evolutiva, sino llamar la atención sobre determinados capítulos que considero trascendentales, poco divulgados e intrínsecamente impactantes. Antes de mi pasión por estos temas, contando con el simple remanente de mi educación reglada, habría jurado que la duración de nuestro planeta no suponía ni una milésima parte de la edad del Cosmos, que la vida en la Tierra surgió como muy pronto en la mitad de su existencia, que los mamíferos eran posteriores a los dinosaurios, o que las distintas líneas de mamíferos, al menos los placentarios, se habían desarrollado casi a la par, e incluso que los primates eran de los más recientes. Estoy convencido de que muchos comparten todavía dichos prejuicios, que sin duda provienen de nuestra indigestión de evolucionismo filosófico. La realidad de los datos rompe con sus ideales de gradualismo, de ratios ordenadas y equidistantes para todas las especies, etc., pero el prejuicio evolucionista que más se resiente con los avances genéticos y paleontológicos es la idea de que el hombre es la culminación de todo el proceso evolutivo-adaptativo terráqueo. Por este prejuicio y no por otra razón el hombre tenía que ser lo último en aparecer, los simios debían ser algo más recientes que sus equivalentes en otras familias mamíferas, los mamíferos placentarios debían ser por fuerza anteriores a los marsupiales, los mamíferos jamás podían ser anteriores a los dinosaurios, y la Tierra habría precisado de mucha preparación para generar vida. Para el evolucionista clásico lo “anterior” equivale a lo “inferior”, y ambos conceptos se confunden a su vez con el “diferente”. Así, como el lagarto es mucho más diferente a nosotros que el ciervo o el león lo hacemos por añadidura una forma de vida anterior e inferior al mamífero. Pero debemos tener mucho cuidado, pues los mismos argumentos indujeron a Darwin y sus primeros discípulos a considerar a los negros (el más “diferente”, por tanto más “inferior/anterior”) como un eslabón entre el chimpancé y el hombre “de pleno derecho” (caucásico para más señas). Hoy desmontamos el paradigma darwinista desde el Big-Bang, los synapsida o los tempranos primates, y creo que es lo mejor que se puede hacer si se pretende continuar la crítica con el Homo Rudolfensis, los sapiens modernos marroquíes, o la sucesión paleolítico-neolítico-metales en Afroiberia. Nos permitirá anticiparnos ante nuevas formas del mismo prejuicio, pero también nos demostrará que en sí mismos, y aunque parezcan muy distantes de la hominización comúnmente estudiada, son argumentos que generan un marco totalmente nuevo e incompatible con el que rige las actuales teorías sobre nuestra Prehistoria.

martes, 7 de abril de 2009

Afroiberia social 1. La falacia evolucionista en nuestros mitos socio-históricos

El evolucionismo biológico está muy relacionado con el evolucionismo social antes, durante y después de su gestación, de tal manera que podemos definirlo como un mismo movimiento filosófico que se aplica a diferentes campos del saber. Al menos desde la Ilustración se operó un cambio radical respecto a la concepción que en etapas anteriores se tenía sobre la Historia, algo muy molesto cuando intentamos que los ilustrados pasen por ser una especie de “neo-clásicos” o “neo-renacentistas”. Los antiguos tenían una imagen del hombre y sus sociedades como el producto de una decadencia que, por cierto, nada tenía que ver con el nivel tecnológico. Los griegos sostenían que en origen todos vivimos en la Edad de Oro, perfecta, sabia y virtuosa, pasando luego a estadios más y más abyectos (Plata, Bronce, Héroes, Hierro, etc.); conocemos también que para un renacentista o un barroco desde Roma todo había sido caos; y tampoco nos es ajena la expulsión edénica de los judeo-cristianos (con sus paralelos sucesivos en la edad prediluvial, patriarcal, preexílica, escato-apocalíptica, etc). Sin embargo, a partir del s.XVIII comienza a imponerse la idea de que la humanidad camina en sentido opuesto, es decir, hacia la perfección. Esta es la auténtica raíz del evolucionismo sin importar el aspecto que adquiera o la materia a la que se aplique: el hombre surge de un estado primitivo e inferior para con el tiempo irse haciendo más y más sofisticado y superior. Podemos consultar muchas obras que defienden una diferencia radical entre darwinismo y evolucionismo social, pero no son más que esfuerzos oficialistas para salvar a Darwin de las sombras del nazismo, la eugenesia o los neocons ultraliberales. Por eso a menudo leeremos que el pobrecito de Darwin no acuñó lo de “supervivencia del más apto” sino que fue el demoníaco Spencer, así como que el primero jamás autorizó al segundo a aplicar a la sociedad lo que había concebido sólo para lo biológico. Puro cuento. En lo que se refiere al primer asunto, “ley del más apto” puede sonar más duro pero no desdice en nada conceptos como “selección natural” e “imposición de los genes mejor adaptados”, estos sí genuinamente darwinistas. En cuanto al segundo, hay que empezar aclarando que no existe tal relación generacional o sucesiva entre darwinismo y evolucionismo social, sino que eran movimientos contemporáneos y que sus respectivos fundadores, Darwin y Spencer, no sólo se conocían sino que tenían una relación amistosa. Si nos referimos a la “originalidad”, podemos decir que Darwin se basó, entre otros, en trabajos previos de Spencer y que luego este, deslumbrado por El origen de las especies, retomó su teoría “darwinizándola”. ¿Que Darwin jamás autorizó el darwinismo social de Spencer? Tampoco lo desdijo, y siendo su coetáneo años tuvo para hacerlo… Como dije en la entrada anterior sobre evolucionismo biológico, Charles Darwin era un racista convencido y en sus obras nos suelta perlas como que el mestizaje entre razas humanas es degenerativo de necesidad, que existen diferencias intelectuales y morales entre las razas, y que por supuesto el blanco es la cima y el negro la sima del recorrido evolutivo humano. Probablemente era más progresista y menos agresivo que su colega Spencer, pero sin duda ambos eran un mismo producto victoriano con denominación de origen (eurocentrista, presentista, machista, imperialista, etc.). No podemos atribuir a Darwin, en su canonización actual, relativismos propios de la Antropología posterior a Franz Boas.

Debemos detenernos ahora en un silogismo que nos cuelan como argumento veraz. Está claro que desde el simio al humano actual hay evidentes diferencias motivadas por sucesivas mutaciones, y aquí acaba la parte incontestable o científica de todo argumento evolucionista. Por otro lado puede ser socio-culturalmente cierto que los humanos prefiramos nuestro actual estado evolutivo que volver a ser medio chimpancés. Si conjugamos ambas afirmaciones obtenemos como aceptable decir que se ha producido un proceso de optimización desde el mono hasta nosotros (antropocentrismo), sin que por ello sea menos aceptable que muchos humanos no encuentren mejora alguna en haber dejado de ser simios, o que incluso piensen que somos un tipo raro de simio. Es muy importante constatar que la relación que Darwin propuso entre hombres y primates no es en absoluto similar a la que hoy concebimos, porque los ingleses victorianos se consideraban la raza superior y a su cultura la mejor de la Historia, al tiempo que habrían tenido serios problemas para concebir remotamente la futura existencia de unos derechos de los animales. Por tanto su distancia mental simio-hombre era abismalmente superior a la que hoy tiene un joven imbuido de ideas ecológico-conservacionistas y al día en etología y genética. Pero aunque persistamos en posturas antropocentristas debemos reconocer que hay serios problemas para describir pormenorizadamente ese camino de “mejora”. Me limito a aplicar en este caso todo lo que ya vimos referido a evolucionismo biológico: que los cambios suelen ser casi imperceptibles cada vez, que no suele haber alteraciones aisladas sino combinaciones de muchas interrelacionadas, que hemos de contemplar la reversibilidad o retroceso como una opción tan posible como el avance, que los cambios pueden acontecer gradual o tempestuosamente, lenta o en franca aceleración, etc. Esta confusión (hay cambio general pero no sabemos cómo se prorratea) propicia manipulaciones perversas, casi todas con fines etnocentristas o directamente racistas. El silogismo suele aparecer como en el siguiente caso: 1 “los occidentales vivimos en la Prehistoria de la caza”, 2 “en nuestro colonialismo nos topamos con pueblos que viven actualmente de la caza”, 3 “esos pueblos son primitivos y atrasados”, 4 “como en evolucionismo lo primitivo equivale a inferior y animalesco, podemos tratarlos con un distinto rasero moral a como nos tratamos entre occidentales”. Llevemos al paroxismo este procedimiento hasta decir que Carlomagno o los Beatles son más simiescos que nosotros sólo por ser anteriores cronológicamente. ¿Cómo llegamos a tal disparate? El proceso se manipula desde el origen, en el estadio biológico que es en el que más predispuestos estamos a encontrar diferencias. Así todos aceptamos que existieron el australopiteco, el homo habilis, el erectus y demás ancestros del hombre actual, aunque habría que recordar vehementemente que tales estadios no son sino convenciones de los investigadores para ordenar su material, y que como es lógico los ejemplares progresivos del modelo más antiguo se suelen confundir con los más arcaicos de su descendiente. El siguiente paso que acometen consiste en establecer una relación bio-cultural, una relación entre tipos de instrumentos líticos y determinadas especies: habilis y olduvayense, erectus y achelense, neandertal y musteriense, y hombre moderno con auriñaciense y posteriores. En realidad este esquema es algo más complejo pues abarca aspectos culturales añadidos, como el fuego en el erectus, los enterramientos en el neandertal y el arte en el humano, pero lo que aquí interesa es la maniobra de ligar biología con cultura. No hay sitio en diez entradas de blog para detallar por qué estas asunciones son totalmente falsas y malintencionadas. Ojalá sirva como ejemplo que el homo sapiens moderno de Idaltu (Etiopía) tallaba en achelense, que el de Jebel-Irhoud (Marruecos) lo hacía en musteriense, y que ambos desconocían el arte. Pero si nos dejamos arrastrar por esta manipulación concebiremos el cambio cultural como fruto también de la misma ley evolutiva que nos hace pasar de bicho a hombre, y eso nos lleva sin remisión a cualquier forma de determinismo. En la entrada anterior vimos que el Darwinismo, que no el evolucionismo, es ya de difícil encaje con la biología actual, no digamos cuando tratamos con animales de fuerte dimensión social, aún peor con los homínidos, y prácticamente imposible con la terrible complejidad psico-socio-cultural de los humanos actuales. Intentar basar posturas racistas o etnocéntricas en el darwinismo es absolutamente demencial.

En cualquier caso, se trata de un modelo que penetró con mucho éxito en la mayoría de teorías sobre Pasado Remoto, que es lo que aquí interesa. De hecho podemos rastrear ese evolucionismo en escuelas historiográficas rivales entre sí, como la marxista, la Nueva arqueología, el materialismo cultural de M. Harris, y varias más. Tengamos muy en cuenta que ya en 1836 (Darwin tenía 27 años y Spencer sólo 16) Christian J. Thomsen propuso sus tres edades históricas que aún colean con fuerza (Piedra, Bronce e Hierro), lo que nos puede llevar a suponer que, más que hijo del darwinismo, el evolucionismo histórico es un producto hermano y de igual antigüedad. Luego surgirían nombres como Nisson o Tylor y con ellos el esquema se complicaría en estadios pastoriles, salvajes, bárbaros, agrícolas, civilizados, etc. Además este vicio se extendería al estudio particular de campos de nuestro pasado como las creencias (animismo, magia, politeísmo, monoteísmo) o los gobiernos (comunismo primigenio, aristocracia, monarquía, esclavismo, etc.). La idea fundamental ya estaba echada a rodar y consistía en la firme creencia de que el hombre se encaminaba hacia su perfección, y que por tanto todos nuestros antepasados así como, ojo, todos nuestros coetáneos con modos de vida similares a los de nuestros ancestros, son inferiores por definición (entiéndase el “nosotros” como Occidente). De todas las vestimentas que ha tomado este paradigma sobreviven dos: una es propiamente historiográfica y todos la conocemos (Paleolítico, Mesolítico, Neolítico, Metales, Historia) mientras que la otra es originaria de la Antropología social (Banda, Tribu, Jefatura, Estado) pero de gran implantación entre los arqueólogos. Todas estas propuestas coinciden en unas características:
- Tienen una única dirección en sentido primitivo-evolucionado, sinónimo de ir de lo inferior a lo superior.
- Son inexorables, es decir que hay que pasar por todas las etapas preestablecidas y en ese orden.
- Cada etapa se caracteriza por un paquete de elementos culturales y materiales que la diferencia del resto.
- Este paquete debe representar todas y cada una de las facetas de una cultura y sociedad humanas, y en cada caso debe suponer un avance frente a la etapa anterior. Así, hay una “cultura neolítica” pero también un “arte neolítico”, una “religión neolítica”, un “patrón de asentamiento neolítico”, etc.

El conocido refrán periodístico, “no dejes que la realidad te arruine una buena noticia”, podría ser aquí adaptado a “no dejes que la realidad te arruine un buen modelo teórico”, pues a veces no se sabe si el erudito tiene más amor por los contenidos que estudia o por los paradigmas a través de los cuales los estudia, llegando a mantenerlos hasta cuando ya son insostenibles (que es más o menos lo que decía T. Kuhn). La verdad es que aplicar el evolucionismo a lo socio-cultural está ya desfasado desde los tiempos del mencionado Boas, y de hecho creo que el difusionismo aparece precisamente para sostener el paradigma cuando estos esquemas fracasan. Ya no era factible ese determinismo que hacía a las culturas meros autómatas repitiendo en Mesoamérica, Egipto o China un guión dictado por no se qué dedo invisible, así que se tuvieron que inventar que determinados pueblos emprendedores se lo transmitían a los que lo eran menos, por hablar con eufemismos. Como no afectaba sino que favorecía aún más el modelo colonialista, el difusionismo heredó las viejas etapas del evolucionismo antropológico e histórico con ligeros matices. Pero una vez que el propio difusionismo ha sido anatemizado sería lógico esperar que todo este castillo de naipes cayera por sí solo, ya que lo autóctono cobra cada vez más fuerza y por tanto las etapas que pudiéramos detectar en cada pueblo dependerían en cantidad, calidad y orden a su avatar histórico particular. No deberíamos esperar que en cada punto del planeta los paleolíticos pasaran por mesolíticos para ser neolíticos cuando hemos constatado en nuestra historia más reciente que cazadores-recolectores se han adaptado en cinco años al consumo de crack, subsidios y telenovelas. En lo puramente etnológico, el esquema banda-tribu-etc. se ha mostrado inútil de solemnidad así que ya nadie pretende usarlo, o si lo hacen es como un fondo superado sobre el que matizar o comparar. En arqueología sigue de moda, probablemente porque hacen etnología de los muertos y su fracaso o éxito teórico no va a ser jamás corroborado. Mi opinión es que, sólo por haber tomado ese esquema social de los antropólogos, si estos lo abandonan por inútil los prehistoriadores y arqueólogos debían hacer otro tanto. Sin embargo sólo percibo lavados de cara y matices de sacristía, como cuando cambian “musteriense” por “modo 3”, “neolítico” por “economía de producción”, o “jefatura” por “sociedad clasista inicial”.

Quizás no acabemos de comprender esta actitud si no tratamos de un aspecto mucho más ñoño que también heredan los evolucionistas de sus predecesores ilustrados. Se trata de una auténtica obsesión por sistematizar y clasificarlo todo de la que Darwin tenía mucho, pues no olvidemos que llegó a su particular “eureka” viajando para inventariar y clasificar especies exóticas. Considero los modelos y esquemas muy útiles para aproximarnos a cualquier fenómeno siempre que no asfixien a la realidad que subyace realmente, que es exactamente lo que ha ocurrido con el Pasado Remoto. De hecho no se han limitado a mantener las etapas históricas y sociales de los evolucionistas sino que han añadido toda una herencia de la historiografía que francamente no se de donde viene pero que probablemente nació de la interiorización medieval de la filosofía clásica. Me refiero a la irritante manía de dividir cualquier etapa en tres sub-fases, que suelen denominarse inicial-medio-final o inferior-medio-superior. Así te dividen todo, del Oligoceno a los Períodos dinásticos egipcios pasando por el epipaleolítico murciano. Es tan pulcro su sistema que para colmo suelen dividir el período en tres tercios cronológicos casi exactos, como si las culturas estudiadas conocieran la fecha de su extinción y administraran sus pasos evolutivos en segmentos equidistantes. La razón que encuentro a esta obsesión por sectorializar absolutamente todo se remonta al surgimiento de la ciencia moderna y a su papel para combatir los abusos del oscurantismo religioso. Generó un optimismo racionalista que durante dos siglos aproximadamente (1750-1950) anunció que el mundo se nos iba a mostrar no sólo absolutamente comprensible sino especialmente ordenado y recurrente en ciertas pautas matemáticas. Hoy somos relativistas posmodernos que no creemos en absoluto que la raza humana se encamine a nada mejor, pero parece que nos gusta pensar que sí fue así en el pasado, que los “primitivos” sí tuvieron que pasar ese trámite mutante (biológico primero, social después) para llegar a la culminación que nosotros encarnamos. Eso que dicen del “fin de la Historia”.

El darwinismo aplicado a las ciencias sociales, entre ellas los estudios de Pasado Remoto, es absolutamente pernicioso a nivel metodológico. Hasta la fecha los especialistas han considerado que cuesta más esfuerzo y coordinación inventar nuevas periodizaciones que mantener las clásicas con ciertas modificaciones, pero esta actitud cobarde y perezosa tiene los días contados. Ya no es sólo que dichas modificaciones son tantas y de tan gran envergadura que desfiguran totalmente los esquemas iniciales, sino que aún más importante es la propia caducidad de los criterios evolucionistas aplicados a lo social e histórico. Quizás simplemente sobran estas etapas, o quizás estén justificadas a veces y bajo condiciones excepcionales, pero siempre son filtros que el investigador usa como herramienta, no realidades en sí mismas. Jamás deberíamos permitirnos las aberraciones a las que llegan los investigadores al prevalecer su clasificación a la realidad cronológica, como cuando los “neolíticos” del sudeste peninsular viven en la misma fecha que los “mesolíticos” portugueses y los “epipaleolíticos” cantábricos. Este ejemplo se traduce en la práctica con que encontraremos a los primeros como unas 70 páginas después de los segundos y terceros en cualquier manual al uso, con lo que el efecto psicológico es el de desconectarlos entre sí haciendo a unos cronológicamente anteriores al resto. Existe sin embargo otro tipo de periodización mucho más certera y menos polémica, que son las fechas numéricas, el año o lapso de años que queremos tratar. En mis entradas emplearé los períodos oficialistas cuando vengan al caso, pero sólo como referente común y no como herramienta de trabajo, y así no hay mucho problema en traducir III, II y I milenio aC. como Calcolítico, Bronce e Hierro respectivamente. Pero si mañana aparecen por ejemplo pruebas del cultivo de higo en Valencia hace 18.000 años no voy a ser yo ni el que cuestione la verosimilitud del hallazgo ni mucho menos el que me plantee llevar el “neolítico valenciano” a tan remotas fechas. Simplemente lo tomaré como una prueba de que esas distinciones entre “paleolítico” y “neolítico” son puros prejuicios a desechar: un pueblo que cultiva higos no es para mí “neolítico” sino “un pueblo que cultiva higos”.

Si este es el efecto metodológico del darwinismo social aplicado a nuestros estudios, en lo ético ha sido verdaderamente letal. Y lo ha sido desde su misma raíz, justo cuando entronca con el darwinismo biológico, del que ya vimos sus carencias en la entrada anterior. Volvamos al esquema antiguo, previo a la Ilustración, que antes comentábamos. Al concebir al hombre como un ser en continua decadencia, si alguna vez consideraron inferior a otro pueblo lo razonaron en función de una aceleración en esa degeneración, mancha o pecado (como la “maldición de Cam”, la “marca de Caín”, etc.). Pero al considerar que toda la grandeza humana se concentrada en el momento mismo de su aparición, todos los hombres eran considerados como una sola familia, hijos del Adán de turno. De forma totalmente opuesta, el evolucionismo como filosofía concentra todo su foco en el final del proceso, cuando se ha culminado la hominización hasta nuestro grado actual. Por ejemplo pocos imaginan hoy que los evolucionistas clásicos eran mucho más propensos al poligenismo que al monogenismo, es decir, que creyeron probable que cada raza humana provenía de un simio diferente. Esto se debe a tres motivos: 1) los evolucionistas primeros sabían muy poco de aquella genética de la que tanto alardeaban, porque es un incontestable disparate que de varios géneros surja una única especie; 2) los evolucionistas clásicos eran todos unos racistas que tenían firmes intereses en aislar las razas humanas cuanto más temprano mejor; 3) su modelo teórico se lo permitía porque como vimos la fase realmente importante de la humanidad era la final, un estado superior a la que todos convergíamos, pero a distinto ritmo. Frente a ellos estaban los cristianos y demás tradicionalistas que, una vez aceptada la evolución, pedían que al menos se mantuviera el paradigma de la familia humana única, que es curiosamente el esquema que hoy se abre paso. Que nadie piense que se trató de un error puntual del darwinismo, pues dicho poligenismo fue progresivamente maquillado y adaptado (polifiletismo, multirregionalismo) a medida que la ciencia le cortaba los argumentos, y aún se resiste a desaparecer del todo. Debemos impedir que el darwinismo penetre en los estudios de Pasado Remoto, que trascienda lo biológico y se inmiscuya en lo cultural y, aún peor, en lo ético. No hay lugar para matizar “evoluciones”, “adaptaciones” ni “aptitudes superiores” dentro de la especie humana, ni hoy ni durante su historia. No digo que no las haya habido sino que estamos por nuestra cercanía incapacitados para percibirlas y demasiado predispuestos a manipularlas ideológicamente. Personalmente extendería este cordón sanitario hasta lo que se conoce como homo erectus y, aún más, calificaría la historia de todo el género Homo como un guantazo al darwinismo, toda vez que no éramos precisamente los “más aptos” sino todo lo contrario, y fue de esa “ineptitud” de donde surgieron nuestras dos marcas más características: socialización y tecnología. Hasta la aparición del género Homo podemos seguir manteniendo el esquema darwinista, con todos los peros que ya comentamos, pero a partir de ahí surge una culturización incipiente en los homínidos que irremediablemente altera los parámetros puramente biológicos. Cuando ser el “más apto” se bifurca en “más apto para el carisma”, “más apto para rastrear presas”, “más apto para darles caza”, “más apto eróticamente”, “más apto psicológicamente”, “más apto cooperativamente”, “más apto artesanalmente”, etc. no podemos pasarlo todo por la infantil aritmética darwiniana. Todas las plagas que el darwinismo social han supuesto para el mundo (racismo científico, eugenesia, nazismo, imperialismo, genocidio, neoconservadurismo, etc.) provienen precisamente de pensar que los cambios y leyes que afectan a especies biológicas a lo largo de millones de años son aplicables al devenir de una sola especie o acaso subespecie, la humana, y durante períodos ridículamente históricos.