jueves, 1 de septiembre de 2011

Rostros del Pasado 6. El Hombre de Cromañón. Parte 1


Rostros del Pasado 6. El Hombre de Cromañón

No hay concepto prehistórico más descontextualizado, confuso y eurocentrista que el de “Hombre de Cromañón”. Mediante una silogista metonimia, del tipo “parte por el todo”, los cráneos de un yacimiento francés (que no son ni los más antiguos ni los más característicos) acabaron bautizando a toda nuestra especie durante el Pleistoceno. Dado que el eurocentrismo es el principal promotor de tan artera confusión, me siento obligado a extender este artículo más allá de su propósito inicial, es decir, de la mera reconstrucción anatómica de uno de los cráneos del sitio de Cro-Magnon (Dordoña, Francia).

Contexto “prehistoriográfico”

Los esqueletos de Cro-Magnon fueron descubiertos muy, pero que muy temprano (año 1868), cuando la Prehistoria como ciencia estaba en pañales y el panorama de fósiles humanos disponibles era desolador. Es importantísimo reseñar que El Origen de las Especies de Darwin fue publicado tan sólo nueve años antes (1859). El vacío era tal que la calota de Neandertal (Alemania) había sido descubierta en 1857 y el cráneo de Gibraltar aún antes, en 1848, pero no fueron descritos con seriedad hasta 1863 y 1865, respectivamente, por falta de un asiento teórico que las explicase (Evolucionismo). Estos y otros restos, como la mandíbula neandertal de La Nautlette (Bélgica, 1866), necesitaron un tiempo para conseguir que los especialistas los reconocieran como especies o subespecies humanas del pasado, y no como subnormales prusianos, gigantes o acromegálicos. Fuera de los mencionados, no creo que se conocieran muchos más fósiles humanos en las fechas en que se hallaron los de Cro-Magnon. Los pithecanthropus de Dubois, por ejemplo debieron esperar a 1891 para ser descubiertos, y a 1894-95 para ser publicitados en Europa.

A esta etapa pionera es a la que se aferran nuestros especialistas para perpetuar el apelativo de “cromañones” como generalización aplicada a toda humanidad moderna del Pleistoceno. Se nos dice que aquellos añejos eruditos forjaron el dichoso término en base a sus escasos materiales y que, si bien hay otros mejores como “Homo sapiens sapiens” y “Hombre anatómicamente moderno”, su uso se ha popularizado hasta un grado en el que es mejor no intentar combatirlo. Ojeo mis estanterías y en seguida me topo con “De neandertales a cromañones”, concienzudo trabajo publicado en 2001 por la Universitat de Valencia. Enciendes el televisor y escuchas titulares como “Homo Idaltu: hallan en Etiopía los restos de un cromañón de hace 150.000 años”… ¡aunque el Hombre de Cromagnon auténtico sea francés y de no más de 28.000 años! Es tal la generalización que ha sufrido el término “cromañón” que resulta realmente difícil recabar información, en la biblioteca o ante el ordenador, sobre el verdadero yacimiento francés y las verdaderas características de los esqueletos allí encontrados. Casi todo lo que obtenemos concierne a la especie sapiens moderna en su conjunto o, en el peor de los casos, a una mezcla de lo uno con lo otro.

Lo cierto es que esta situación, tan injusta, no se debe a inercias populacheras como se pretende hacer ver, sino que ha sido incentivada con ahínco por parte de los académicos más supremacistas y eurocentristas. Por ejemplo, no nos cuentan que tan sólo cuatro años más tarde, en 1872, M. Rivière descubrió tres esqueletos en Mentone (Mónaco). Estos, los llamados “Hombres de Grimaldi”, fueron sapiens sapiens más antiguos y de características diferentes a la del “Hombre de Cromañón”. ¿Por qué no corrigieron entonces su nomenclatura? ¿Acaso 4 años pueden dar lugar una inercia popular o una tradición académica incorregible? Sin embargo, hoy nadie llama “grimaldis” a nuestros abuelos del Pleistoceno. Entre 1884 y 1894 aparecieron los esqueletos de Predmost (Moravia, Rep. Checa), también más antiguos (al menos más arcaizantes) que los de Cro-Magnon, y con una anatomía bien diferente. En 1910 le tocó el turno al cráneo de Combe Capelle, y la historia se repitió al detalle, con el añadido de haber sido hallado también en Francia, a escasos 25 km del yacimiento de Cro-Magnon. Con la proliferación de fósiles de humano moderno en Europa surgió además una cuestión inquietante: todos ellos, Grimaldi, Predmost, Combe Capelle, Brno, etc. guardaban tantos parecidos entre ellos como diferencias respecto al Cromagnon. Inventaron entonces la existencia simultánea de dos “razas” cromañón. Una fue llamada “occidental” o “cromañón propiamente dicha”, y comprendía exclusivamente los huesos de Cro-Magnon, mientras que la otra, “oriental”, abarcaba a todos los demás (aunque, por cierto, Combe Capelle se encuentre ligeramente al oeste de Cro Magnon…) Confiados por la impunidad decidieron dar otra vuelta de tuerca, y pasaron a denominar “cromañoides” a los tipos “orientales”. El sufijo –oide es un peligro en Antropología pues, aunque sólo pretenda indicar parecido o parentesco, acaba imponiendo connotaciones de origen y subordinación. Aquellos “cromañoides”, siendo más antiguos, más numerosos y mejor repartidos, parecían ser bastardos malformes del divino patrón humano representado en Cro Magnon. La clave de tan inexplicable comportamiento es la enorme influencia que la raciología ejercía sobre la Antropología y la Arqueología del momento. Sus esquizofrénicos diagnósticos habían decretado que el tipo Cromañón era un “caucásico” puro, que el Grimaldi era “negro” o “negroide” y que gentuza como Predmost o Combe Capelle basculaban peligrosamente hacia lo “etiópico” o “euroafricano”. Pese a haber sido el último en llegar, aunque tuviera una morfología inusual entre la familia paleolítica europea de su tiempo, Cromagnon debía ser nuestro prototipo para el Paleolítico Superior por el simple hecho de que su tabique nasal y su mentón eran los más prominentes de la muestra.

La imposición, nada inocente, del término “cromañón” obedecía a una reestructuración del paradigma eurocéntrico tras la sacudida del Evolucionismo. Este había trasladado el origen del hombre desde el Próximo Oriente bíblico (Adán y Eva) hacia las zonas tropicales de África y Asia, pues allí vivían chimpancés, gorilas y orangutanes, nuestros parientes biológicos más próximos. El mono-hombre, el eslabón perdido, luego llamado Homo erectus aparecería como fósil en Indonesia, dando aún más crédito a esta versión. Esta falta de protagonismo europeo, esta frustración al comprobar que el humano sólo estaba allí de visita, hubo de ser convertida en virtud, y ahí jugó un papel inestimable el cromañón. Europa sería la cuna del hombre moderno, espiritual, mentalmente capacitado, y de “raza blanca”, faltaría más. Los neandertales, que por entonces tampoco habían sido encontrados fuera de Europa, serían su natural antecesor.

El panorama internacional también cambiaba deprisa. En 1907 se encontraron los esqueletos de Mechta el Arbi, y en 1928 los de Afalou bou-Rhummel, ambos en Argelia, cuyo handicap es su edad mesolítica, pero con un inestimable valor estadístico que dan sus decenas de individuos. Estos tipos humanos también fueron denominados “cromañoides”, aunque pocos reconocieron que, de nuevo, guardaban más parecido con los mal denominados “orientales” de Europa. Entre 1925 y 1935 se llevaron a cabo los importantísimos hallazgos de Palestina (Skhul, Qafzeh, etc.) y por enésima vez encontraron que las fechas eran anteriores a Cro-Magnon (de hecho muy anteriores, más que ninguna fecha hasta ese momento) y que sus rasgos guardaban más similitudes con Grimaldi, Combe Capelle o Afalou, que con el dichoso prototipo de Dordoña. Antes de 1936 ya se sabía que hablar de “cromañones” era científicamente inadecuado, a lo que hemos de añadir la brutal lección de racismo y etnocentrismo que supusieron el Holocausto nazi y la IIª Guerra Mundial. Sin embargo, lejos de rectificar, la actividad académica desde la segunda mitad del s.XX hasta hoy no ha dejado de buscar el modo de acomodar el término a las nuevas circunstancias. Es así muy evidente la guerra sucia de dataciones, un intento por rejuvenecer en lo posible las fechas de todos estos “cromañones orientales” para que el “occidental” no quede descolgado. La última ha sido vergonzosa, redatando a Combe Capelle nada menos que en 7.500 a.C., aunque apliquen el método del C14 sobre unos restos de los que todos sabemos que sufrieron recientemente un grave incendio… ¡Pero sobre todo ignorando que mediante termoluminiscencia han sido datados como de hace 36.600 años! Sin embargo, los cráneos de cromañón, manoseados sin control aséptico desde 1868, sí que proporcionan una datación “fiable”. Son tentativas en gran parte estériles, que dan vergüenza ajena cuando las comparamos con la reciente reconstrucción “negroide” del cráneo de Pestera cu Oase (Rumania, hace 40-35.000 años) o la enorme colección africana de rotunda anterioridad respecto a Cromagnon (Djebel Irhoud, Marruecos 200-100.000 años; Idaltu, Etiopía, 175-150.000 años; etc.). El eurocentrismo sabe perdida su causa cromañón y sólo le queda recurrir a la desinformación desde los medios divulgativos que controla, es decir, todos los comerciales y algunos más. En los manuales y reportajes no hay empacho en representar a erectus, australopitecos y demás con rasgos no europeos, pues en definitiva son seres tan “inferiores” como los negros y amarillos a los que tanto se parecen. Esos capítulos de nuestro pasado se ruedan o ambientan en África usando negros en el reparto. Pero cuando toca representar la humanidad moderna, trasladamos el set a la fría Europa, contratamos rubios, y nunca olvidamos mostrar la foto o ilustración del viejo de Cro-Magnon, con  su oportuna reconstrucción más bonito y blanquito que un San Luis... Truquitos.

Las personas que nacimos lejos de Francia, o que simplemente no comulgamos con el racismo eurocéntrico, tenemos pleno derecho a renegar del término “cromañón”. Debemos asimismo denunciar que esos huesos no nos representan, ni tampoco a nuestros ancestros, de los que en todo caso los de Cro-Magnon serían un derivado extraño. Esas facciones no son las típicas de un humano moderno del Pleistoceno, como puede demostrar toda una colección de fósiles mucho más numerosa, infinitamente más antigua y de ámbito planetario que, dicho sea de paso, sí que se parecen entre sí. Somos Homo sapiens sapiens, hombres anatómicamente modernos o, si lo prefieren, Hombres de Idaltu o de J. Irhoud, que son las estaciones con nuestros representantes más antiguos. Pero no somos, ni fuimos,  cromañones.

Tras toda esta información, cabe plantear para qué reconstruir alguno de los cráneos hallados en Cro-Magnon. Los esqueletos afroibéricos, prácticamente los de toda la Península salvo algún caso norteño aislado, se parecen mucho más la norma “oriental” de Predmost-Combe Capelle-Brno-Grimaldi, etc. Pienso entonces que lo mejor sería dedicarse a reconstruir estos tipos y compararlos con cráneos de malagueños, alicantinos o alemtejanos prehistóricos. Pero sería un completo error sentir animadversión por los restos óseos de Cro-Magnon, que nada tienen que ver con la sucia interpretación que se ha venido haciendo de ellos. Además, necesitamos cuestionar al detalle todos esos supuestos rasgos “caucásicos” que tanto ponderan los académicos cripto-racistas, porque no son tales, porque, de nuevo, son fruto del ansia eurocentrista y la manipulación que suele acompañarle. Si no lo hacemos podría parecer que efectivamente existió un “super-blanco paleolítico” llamado cromañón ante el cual este blog, afrocentrista aunque lo niegue, sólo puede mirar a otro lado y carroñear cuanto rasgo “negroide” pueda encontrar en el resto de la crania europea pleistocénica. Por todo ello he decidido reconstruir el cráneo de Cro-Magnon llamado “el viejo”, probablemente el más conocido del yacimiento.