miércoles, 3 de diciembre de 2008

Complejos identitarios 3. No todo el África es orégano.

Antes de poder continuar añadiendo entradas al blog, me siento en conciencia obligado a precisar cuál es mi postura sobre nuestra herencia africana. Tras leerme muchos habrán llegado a la conclusión de que mi propósito es subvertir el orden de influencias actuales, a saber, cambiar Europa por África como referente. Es algo absolutamente falso, pero tampoco puedo decir que dichas sospechas sean totalmente injustas o descabelladas. Algo hubo de eso en mi proceso formativo y vital y, de nuevo, este formato de diario me permite hablar de aspectos privados y personales pero que se encuentran plenamente imbricados en mi quehacer como investigador.

¿Cómo fue que empecé a interesarme por la influencia de África sobre nuestra Península? Pues bajo la más directa y pedestre de las motivaciones: soy demasiado moreno comparado con un español medio (francamente parezco magrebí o caribeño). Supongo que eso me desacredita ante muchos, como si mis pintas africanas influyeran en cómo analizo el Pasado Remoto, como si forzara a éste a arrojarme aquello que quiero escuchar para consolar mi bastardía. Porque de eso se trata, de una bastardía que cada uno procura evitar o disimular todo lo posible. Este reproche lo he recibido veladamente de muchos peninsulares, haciéndome sentir como aquel que no sabiendo nadar acaba poniendo en peligro la vida de los que bracean para salvarse. Gracias a Dios yo no puedo ir de eterno europeo, de blanco inmaculado, de occidental sin matices; gracias a eso quizás he puesto mi ojo en determinados armarios polvorientos que todos rehuyen. Y luego está el racismo en sus dos vertientes: hay un racismo que te impide llegar a lo más alto, y ya es un problema, pero hay otro racismo aún peor que directamente trata de perjudicarte e incluso de quitarte de en medio. Cuando creces con eso acabas necesitando de una buena defensa, y no les quepa duda que aficionarme a la Historia y la Antropología ha sido lo mejor que he hecho al respecto. Entiendan entonces que con mi trabajo establezco una especie de pacto. De una parte reconozco que mis investigaciones nacieron para justificarme como ibérico de pleno derecho; y al no ser un blanco occidental al uso, no tengo otro argumento posible que el establecer que Iberia tampoco ha de ser totalmente blanca, ni europea, ni occidental. Pero es igualmente cierto que cuando aporto un dato a favor de esta tesis lo hago desde el más profundo convencimiento ético y desde lo que considero como la metodología más rigurosa a mi alcance. Si lo piensan bien, la verdad es que no me queda otro remedio, habida cuenta de que el ambiente es totalmente hostil a mis propuestas. Nada peor que un argumento mal hilado, apoyado más en ilusión que en datos, si lo que pretendo es que nuestra africanidad, de la cual mi morenura no es sino anécdota, sea tenida en serio. Tengo muy presente que si fallo en mis razonamientos o si parezco demasiado parcial no sólo me perjudico como persona sino que desacredito todo aquello que llevo años pretendiendo defender.

Además, he pasado distintas etapas, separadas por auténticas crisis de identidad. No es lo mismo cuando entronqué con los subsaharianos mediante mi hijo mulato que cuando viajaba a Marruecos con mi amigo semi-musulmán y Blas Infante en el bolsillo, o que cuando elucubraba sobre el ADN de mi abuela nacida en la Habana. Y como consecuencia de todas estas etapas vitales mi trabajo iba también evolucionando. Al principio era más forofo y maniqueo, con algo de revanchismo mal asimilado, y por eso me limitaba a coleccionar datos y opiniones a favor de nuestro africanismo. Con el tiempo empecé a distinguir calidades entre las distintas fuentes, pero sobre todo fui perdiendo esa porción de rencor que el racismo ambiental me había inoculado. Hubo dos motivos que principalmente extinguieron mi revanchismo. El primero es la propia acumulación de datos, aquello de estar más leído y viajado, que te convence de que esta no es una cuestión de bandos y que, de haberlos, ninguno se puede erigir como víctima absoluta y ejemplo a seguir. La otra, no menos importante, es que comprendí que si podía criticar duramente a Occidente era precisamente por ser occidental. Bajo otras alternativas sociales, como sean el Comunismo o el Islamismo, tal posibilidad es una utopía. Muchos europeos de familia cristiana pasan a ser musulmanes cada año pero los países musulmanes suelen castigar con la muerte la apostasía. Muchos occidentales simpatizan e incluso ejercen de comunistas, pero que un ciudadano de república comunista pueda manifestar admiración, siquiera respeto, por las fórmulas de la economía de mercado, le cuesta la libertad y hasta la vida. Afortunadamente, y a pesar del rebrote fascistoide-neocon posterior al 11-S, Occidente sigue siendo un modelo social tan seguro de su salud y cualidades como para considerar las críticas, internas y externas, como pruebas a superar. Porque soy occidental y critico a Occidente puedo decir mis barbaridades sin que se dicte una fatwa de muerte contra mí y sin recibir una inyección de polonio-210.

Por eso me dolería ser malinterpretado como alguien que simplemente ha cambiado el eurocentrismo ambiental por un interesado afrocentrismo. Yo no creo en la superioridad moral, ni histórica, ni mucho menos racial de lo africano sobre lo europeo. Sí se qué guarradas hicieron los blancos durante el Colonialismo, no considero que estén justificadas por el devenir histórico, y particularmente me molestaría bastante que alguien pretendiera venir a enseñármelas a estas alturas de mi vida. Yo no creo en la superioridad de África porque ya no creo en la superioridad de ningún colectivo, ni región ni período concretos. De lo que trata mi trabajo es de denunciar a aquellos que pretenden sacar a África de la Historia. Tras una década rumiando hazañas de los africanos “en casa y en la diáspora”, tengo tan asimilado que hubo siglos en que determinadas culturas africanas no sólo igualaron sino que superaron a las de Europa y del mundo entero, que me cuesta trabajo entender que haya gente que aún lo ignore. Bueno, me digo, lo ignoran como tú un día lo ignoraste, y les cuesta asimilarlo como a ti te costó, o algo más, porque ellos no se ven impelidos por tus circunstancias personales. Pero una cosa es defender la participación plena y admirable de los africanos en el curso de la Historia, y en concreto de nuestra Historia peninsular, y otra muy distinta es ejercer de propagandista.

Iberia tiene el privilegio y la oportunidad de actuar a la manera de los partidos bisagra de las democracias, o como ese voto indeciso en un bipartidismo, pero a nivel continental. En la serie de entradas del blog referidas a Geografía aparece mi convicción de que la Península es una unidad en sí misma, más allá de que esté expuesta a cuatro influencias simultáneas y que por tanto presente acusados matices regionales. Yo pretendo que los peninsulares no olvidemos nuestra africanidad, pero si no estuvieran suficientemente recordadas también lo reivindicaría para nuestras esencias europea, mediterránea y atlántica. Creo que sólo obtendremos prosperidad, respeto internacional y una identidad garantizada el día que dejemos de mentirnos sobre nuestros orígenes y composición. Iberia es tan africana como europea y por eso se puede dejar querer por una, otra o ambas según las circunstancias del momento. Y además, por así decirlo, cuenta con su propia acumulación histórica de elementos africanos y europeos. Algunas veces estos se mezclan hasta diluirse en lo general ibérico, otras perviven con más o menos tipismo. Esto conlleva que el ibérico no sólo cuenta con África y Europa actuales como referentes sino con todo su pasado y futuro, lo cual es de suma importancia para Afroiberia.

Puedo asegurar que a nadie duele como a mí, pero hay que reconocer que hoy por hoy Europa representa una mejor oferta que África. Europa subvenciona y África pide créditos. Europa está compuesta por democracias sin guerras desde hace ni se sabe, y África es un polvorín de señores de la guerra, soldados-niño drogados y sida. Europa representa el cinismo posmoderno mientras que en el Magreb te ejecutan por una caricatura desafortunada, o en Kenya te amputan el clítoris siendo bebé. Yo he sido de los que opinaban que la guerra de Ruanda fue debida a la financiación de armas por parte de Occidente, especialmente de Francia. Ahora me avergüenzo de sostener que si un negro mataba a otro era porque un blanco le regalaba la pistola. ¿Cómo se puede pretender ir de respetar, incluso idolatrar, lo africano y a la vez pintarlo tan infantil y amoral, tan animalesco a fin de cuentas? Cada uno que aguante su vela, aunque sea Occidente sin duda el que tiene las manos más manchadas de sangre y más disculpas pendientes. Y si esto atañe los rincones más abyectos del mundo subsahariano, qué decir del África musulmana con sus yihadistas. Dicen que quieren recuperar su Al-Andalus, como si los católicos franceses quisieran ahora recuperar la Hipona de su San Agustín. Si los ibéricos queremos estar del lado de la democracia, la igualdad de género, raza, o credo, la libertad de expresión, un ejército y una policía apenas corrupta, un sistema sanitario y de pensiones garantizado, etc. Europa y Occidente son hoy la opción y la alianza natural de la Península.

Pero eso no debe implicar el olvido e incluso el ocultamiento esforzado de nuestras esencias africanas. Que el cristiano español no piense que nuestra africanidad supone otra cosa que el mentado Agustín de Hipona o San Moisés Etíope. Que el sibarita y negociante simpatice con su substrato cartaginés o hebreo. Que el tan común individualista ibérico se sienta un targui amazigh. Que cada uno se sienta en fin dueño de aquella parte de África que va a amar, pero que no se siga ignorando o ninguneando un elemento tan interesante como enriquecedor de nuestra identidad. Volvernos hacia nuestra africanidad no implica, ni debe, convertirnos en masa al Islam e implorar el auxilio alauí, como tampoco implica marcharnos a Europa para dejar Iberia a la gente venida en pateras. Pero sí implica sabernos interlocutores o intérpretes inevitables en el diálogo Europa-Magreb, o no cometer la estupidez de sentirse más invadido por un senegalés que por un ruso. Volvernos hacia nuestro africanismo consiste fundamentalmente en reconocer que durante siglos hemos podido distorsionar nuestro pasado y esencia para dar una imagen exclusivamente euroibérica. Y eso suponía afrontar el destino con una mano atada a la espalda.

Soy perfectamente consciente de que esta blog-entrada me ha salido si cabe más incorrecta políticamente de lo que acostumbro. Comprenderán que si no temo echarme por montera toda la oficialidad eurocentrista, menos aún me va a asustar determinada ideología africanista acrítica, común en ONGs o en andalucismos nostálgicos de lo musulmán. De hecho yo mismo viví en dicha falacia y con mi crudeza sólo pretendo ayudar a otros a caer del guindo. Porque sólo podremos amar realmente a África, sólo podremos reivindicarla honrosamente, si despertamos ya de esas borracheras étnico-festivas que sólo saben repetir que todo blanco es un imperialista y todo africano un bondadoso salvaje. Las por otra parte vergonzosas actitudes de Europa sobre África son a la postre el mismo esquema de abuso de poder que se pueda estar produciendo hoy mismo por parte del varón africano sobre la mujer africana, del heterosexual africano sobre el gay africano, del rico africano sobre el pobre africano, y del africano de etnia A respecto al africano de etnia B. Por el mismo motivo, mujeres europeas y africanas comparten un pasado común de sometimiento a manos de los machos, proletarios europeos y africanos idem de lo mismo respecto al patrón, etc. Hay por tanto mucho que reflexionar y que dialogar en torno a África, pero tan obsoletas son las teorías racistas y coloniales como las corrientes absolutamente acríticas y aduladoras.