jueves, 23 de octubre de 2008

Aberraciones académicas I. Funcionarios y paradigmas

Casi siempre, los hombres que realizan un invento tan fundamental como el de un nuevo paradigma, son o bien muy jóvenes o bien muy noveles en el terreno cuyo paradigma pretenden cambiar.

Thomas Kuhn, La Estructura de las Revoluciones Científicas (1962)

 

Los retos fundamentales suelen venirle a una disciplina desde fuera de su campo. Lo corriente es que los estudiantes sean introducidos poco a poco en las materias que se disponen a trabajar, como si fuera un misterio que se les va desvelando gradualmente, de suerte que, cuando llega el momento en el que están en condiciones de ver su campo de estudio en su integridad, se hallan tan imbuidos de prejuicios y esquemas de pensamiento convencionales, que les resulta prácticamente imposible poner en cuestión las premisas más elementales. Tal incapacidad resulta evidente sobre todo en las disciplinas relacionadas con la historia antigua.

Martin Bernal, Atenea Negra (1987)

 

Hoy nos toca hablar de la capacidad de los académicos para hacer crítica veraz de su propio trabajo sobre el Pasado Remoto, lo que en argot político se traduce como “¿quién vigila a los vigilantes?”

 

Lo primero que debemos hacer, de una vez por todas, es desterrar el mito que hemos forjado en torno al arqueólogo o al prehistoriador. Ya sea en su faceta Indiana Jones o en la de profesor chiflado, solemos imaginarlos absolutamente ajenos al mundo y sus miserias, seres monacales con la única motivación de avanzar en sus profundos y desinteresados conocimientos. Resulta muy ilustrativo que la gente en absoluto crea que el médico sea un tipo que se levanta loquito por salvar vidas, ni que los abogados sean personas desesperadas por sacar inocentes de las cárceles, pero sin embargo se siga sosteniendo que el arqueólogo o el historiador sí corresponden a esa visión de dibujito animado. En realidad son funcionarios del estado como cualquier otro, tan motivados y heroicos como son los demás (es decir, nada o casi nada). Son personas que se forman en la universidad con el único propósito de obtener un puesto de trabajo gubernamental. Y eso los convierte en Estado, y por tanto en poder y coacción, aunque esta sea definida como “legítima”, “controlada” y aún “consensuada” por la sociedad.

 

En gran parte si todos mantenemos ese mito de arqueólogo chiflado y aventurero es porque nos conviene. El Pasado Remoto es algo muy paradójico socialmente, porque de un lado estamos muy motivados por tener uno y a ser posible uno que nos luzca y nos legitime, pero por otro nadie está dispuesto a dedicarse a su estudio. Si salimos a la calle y encuestamos a todo el que pasa en referencia al papel de la Historia en una sociedad, todos se desharán en loas y caras circunspectas, pero lo cierto es que los estudios de Pasado Remoto nunca pasaron por horas más bajas. La traducción más inmediata, e incontestable, es la poca gente que se matricula en esas carreras. Tan poca que siempre andan amenazados con ser recortados en los presupuestos, cuando no directamente borrados del plan de estudios. Este es un punto trascendental en nuestro análisis.

 

¿Por qué la gente se matricula más en Económicas o Derecho que en Filología Hebrea o Numismática? Nadie dudará que se debe a las salidas profesionales que cada carrera ofrece. No se puede trabajar de autónomo como filólogo latino ni ser contratado por una multinacional arqueológica, sino que la única salida es el funcionariado. Aún más, en el caso de aquellas carreras de humanidades que llegan a tener una media de cuatro alumnos por curso, y existen, podemos atinar más y afirmar que la única salida profesional es la propia universidad. En Humanidades se dan claramente dos clases de alumnos a partir de finales del primer curso: los que quieren ser universitarios normales (fiestas y novieteo), que acaban opositando a profesor de secundaria, y los espabilados que comprenden que el premio gordo se lo lleva el que mete cabeza en el departamento. Este es otro matiz importante: en las Facultades que estudian nuestro Pasado Remoto la mayor realización profesional la encarna la propia elite universitaria. Quiero decir que un abogado o un médico puede ganar diez veces más que su catedrático correspondiente, pero que jamás un licenciado en Arqueología, Filología Griega, etc. podrá ganar tanto dinero ni tener el prestigio social de su catedrático… a no ser que lo suplante.

 

Al ser esto un diario, voy a permitirme una anécdota personal. Yo me matriculé un par de años a una de estas especialidades raras, que no determino para no echarme flores y para que mi ejemplo no ofenda a nadie concreto. Baste saber que se trata de una especialidad de Filología en una universidad andaluza. Me matriculé porque supe de casualidad que ese año se estrenaba como licenciatura, y me quedé de piedra cuando vi que sólo se había matriculado otro hombre más. Bromeábamos con la foto de la orla cuando nos licenciáramos. Pero aún me sorprendí más cuando vi el modo en que se enfocaba la carrera. Todos pueden presuponer que aquello sería un lecho de rosas, el sueño de cualquier discípulo y cualquier docente, la mejor manera de preparar alumnos pujantes ante Europa y el mundo, y desde luego esa fue la ilusión de mi compañero y mía. Sólo diré que el primer día se nos sienta un tío y nos da una clase de la que se da a los 150 alumnos de un primero de derecho, con sus apuntes leídos hacia el vacío y todo. Luego vinieron cosas más raras, y al final acabó demostrándose que querían que nos fuéramos de allí. Y sobre todo cuando nos enteramos, al empezar segundo, que no teníamos a nadie matriculado por debajo, y que por tanto el primer curso había sido suprimido de los planes de estudio de la universidad. Éramos primera y última promoción, éramos sólo dos y obviamente veníamos de una afición propia y muy sentida sobre el tema y la lengua que estudiábamos, pero ninguno pudo aguantar el desdén y el abandono y no llegamos a matricularnos en tercero. Ojo, y ambos teníamos otros planes y colocaciones profesionales en aquel momento. Aquello lo estudiábamos realmente por interés personal. Pasados los años nos reencontramos y volvimos a plantearnos la paradoja de haber sido tan maltratados por aquellos profesores para los que tendríamos que haber sido el experimento ideal. Y ambos habíamos llegado por separado a la misma conclusión: éramos una amenaza para nuestros propios formadores. Ellos no podrían haber sido especialistas en esa filología como nosotros, porque venían de un plan antiguo compartido con otra especialidad, y además la mayoría eran interinos provenientes de dichos departamentos generalistas con los que por cierto no se llevaban nada bien. Dos tíos estudiando sólo esa lengua y esa cultura desde primero, recibiendo una especie de clases particulares y con todas las becas rifables a su disposición acabarían llevándose de largo la cátedra, que por cierto no tenía pintas de salir hasta dentro de al menos cinco o seis años, por aquello de las jubilaciones.

 

Quiero demostrar con este ejemplo el grado de stress que se vive en esas carreras, donde nuestro “profesor chiflado” es en realidad un auténtico superviviente, una persona que ha de combinar tanto talento profesional como habilidad para mover ficha discretamente. Conseguir esa beca o el ser incluido en ese proyecto, ¿creen que se logra siendo un despistado salido de tono y una persona que no sabe ni cuantos euros cuesta la compra?, ¿cuántas decenas de personas deseaban ese puesto? Se trata de un proceso en constante aceleración, donde el factor subjetivo se dispara como consecuencia de la alta preparación de sus devotos y escasos aspirantes. De hecho es una cuestión ambiental, una iniciación mistérica al estilo de lo que dice la cita de Martin Bernal, donde tu entras de novato y ya encuentras al licenciado que no para de hacer pasillos tuteando a los profesores, para acabar totalmente aceptado cuando te invitan al primer café. El ambiente es muy similar, aunque suene bruto, a esos reality shows tipo Gran Hermano o La Isla de los Famosos, donde todos se adoran y se toman las manos para escuchar las nominaciones y expulsiones que ellos mismos decretaron.

 

Todo esto nos lleva afortunadamente al momento de demostrar que todos estos trapos sucios de los académicos del Pasado Remoto que acabo de sacar nos conciernen más allá del cotilleo o el desahogo. Esta presión y lucha por el poder académico desemboca necesariamente en facciones rivales, porque solo no se puede llegar a lo más alto. Supongamos que por fin nos hemos medio posicionado con una buena beca y la promesa de un artículo en colaboración, ¿vamos a defender entonces una teoría que contradiga aquella del profesor que nos ha apadrinado? Obviamente todo este juego de poder repercute muy negativamente en los contenidos de su trabajo, y eso sí que nos concierne como estudiosos y aficionados. Porque la información no circula ya realmente, sino que es un mero pretexto para posicionarse dentro de ese ajedrez promocional. Tú defiendes las tesis de los tuyos punto por punto, para hacer cuña frente a grupo rival (que hace lo propio). Y por supuesto la impones a tus alumnos y más aún a los que de entre ellos pretendan hacer carrera a tu costa. Esto no necesita de muchas demostraciones porque bajo tal presión se hace inevitable, como tampoco precisamos saber mucho más para comprender que así no se puede avanzar en los estudios de nuestro pasado.

 

Una vez que aceptamos que el académico del Pasado Remoto no es ni Indie ni el Profesor Chispas por meras razones internas, hemos de pasar al siguiente nivel: quien paga manda. Sea lo que sea que se rife cuando llegas a la cátedra, lo financia el Estado o cualquier otra entidad gubernamental semejante. No conozco al dedillo las categorías que se disputan ni me interesan, no se si jefe de departamento es más o menos que catedrático, luego ya salto a decano y de ahí a rector. Pero sí se que este último está a un milímetro del Gobierno Central, del Autonómico, de las cajas de ahorros, y por supuesto de los fondos europeos. Tomo un ejemplo real sobre estos últimos: ¿Alguien cree que financiando la UE un proyecto llamado “La Edad del Bronce: primera Edad de Oro de Europa” puede pretender otra cosa que mostrar un pasado unitario de sus países miembros? Si la mayoría de los yacimientos sobre Edad del Bronce en Afroiberia están financiados por tal macroproyecto o sus secuelas, es inútil imaginar siquiera que nos atrevamos a debatir nuestra raíz africana.

 

Por tanto encontramos un tipo de profesionales que desde que deciden matricularse en primer curso de su facultad saben que serán funcionarios del estado, que jamás cobrarán más que sus catedráticos, y en no pocos casos que ni siquiera trabajarán si no es rondando o directamente defenestrando a aquellos. ¿Creen que ese tipo de persona está preparada o va a tener el valor de desafiar al statu quo? De esa cepa es imposible la menor réplica al paradigma historiográfico imperante. Se equivocan aquellos que creen que surgen descubrimientos revolucionarios todos los años. Tales “descubrimientos” no suelen ser más que verdades sabidas desde hace mucho pero encerradas en el armario por el bien del paradigma, a las que se deja en libertad cuando ya es inevitable lo contrario. A veces se ven forzados a hacerlo porque otras ciencias los acorralan, pero también porque la sociedad o los tiempos ya no se lo tragan o no lo precisan para seguir creyendo en el sistema. A veces alguna facción enarbola una de esas banderas tabú para ganar un hueco, una personalidad y, por qué no, cierta fama de enfants terribles, aunque mayoritariamente para llevar la contraria al “clan” rival.

 

Podríamos entonces pensar que existen otros mecanismos para regular esta situación y que deberían llegar desde fuera, pero no resulta tan sencillo en la práctica. Para empezar no podemos esperarlo “de arriba hacia abajo” porque sabemos que el Poder tiende a legitimarse a través de la interpretación social de nuestro pasado. Deberíamos poner nuestras esperanzas en que este saneamiento proviniera de “abajo”, de la sociedad. Y sin embargo también hemos reconocido que la mayoría de la gente prefiere pasar del tema y recibir de los especialistas un abecé, a ser posible televisado. Eso sí, todos queremos que nuestro terruño sea el que tenga la historia más antigua, con más conquistas militares, pero a la vez con más celebridades en ciencias y artes, así como más prestigio en la escena internacional y menos fama de imperialistas. Ignorantes pero con medallas. Sólo nos quedan aquellos denominados “amateurs”, esto es, los pocos del grueso social que sí les interesa y mucho su Pasado Remoto, pero ni siquiera todos ellos sirven para cambiar el paradigma que interpreta nuestro pasado. De ellos hay que quitar a aquellos que son devotos de lo publicado oficialmente, aquellos que se quedaron en el bachillerato intelectual y creen que “saber de Prehistoria” es saberse de memoria todos los manuales oficialistas que editan sobre el tema. Esto es muy típico en personas que o bien no tuvieron oportunidad de estudiar en la universidad, o bien se decantaron por licenciaturas menos apetecibles pero con mayor salida profesional. Luego también hay que descontar a los rencorosos y los chiflados, personas que se amparan en la conspiranoia y la poética para esconder que realmente no tienen ni papa sobre el tema, personas que en el fondo envidian a los catedráticos, y que por supuesto coinciden con ellos en sentirse dueños exclusivos de la verdad. El verdadero outsider lee todo lo que de parte de los académicos cae en sus manos y se toma el esfuerzo de digerirlo bajo una luz menos interesada y sectaria, no se dedica a inventarse un pasado a la medida de su ego y de sus frustraciones. El verdadero disidente jamás pretende suplantar al académico sino representar una fuerza válida para recordarle que su sueldo se paga con los impuestos de todos y que se tiene que dedicar a avanzar en su campo de estudio sin ataduras al poder ni prejuicios.

 

Por tanto acabamos escogiendo una exigua minoría de individuos que no pertenezcan ni a la universidad ni a forma de poder alguna, lo bastante formados y lo bastante críticos como para merecer el honor de tirarle de las orejas a los ratoncitos de departamento. ¿Acaso necesitan ser biólogos unos jóvenes para organizar una protesta contra una fábrica contaminante?, ¿Les piden a las asociaciones deportivas estar compuestas por licenciados en el INEF?, o más aún, ¿Es que sólo pueden votar los licenciados en Políticas o invertir en bolsa los de Económicas? Ni siquiera se te exige bachiller para denunciar a un médico por negligencia profesional. Sin embargo, qué curioso, los historiadores y arqueólogos han conseguido blindar sus competencias de tal modo que es virtualmente imposible emitir contra ellos la menor queja. Todos damos por hecho que sólo los licenciados en Historia, Prehistoria, Arqueología, Antropología, etc. son dignos de discutir un asunto sobre el Pasado Remoto. Hemos llegado incluso a aceptar que la divulgación en este campo esté paralizada desde los 80s, y que por tanto la única forma de difusión sea a través de infumables publicaciones de estricto consumo interno entre facultades, cuando no montajes oficialistas tipo Atapuerca.

 

En pocos mundos como en el histórico-arqueológico existe un mayor grado de divorcio entre especialistas y sociedad. Cualquier biólogo agradece la colaboración de un grupo de naturalistas locales, como cualquier astrónomo abre sus brazos a un club de observadores de estrellas, pero invito a cualquiera a que se preste a colaborar o dialogar con sus académicos provinciales: suerte tendrán si consiguen siquiera abordarlos. Existen por supuesto otras profesiones que tampoco permiten la colaboración del “pueblo”, como médicos o abogados, pero su naturaleza es totalmente diferente. Primero porque obviamente lo arqueológico no es tan práctico y trascendental socialmente como los campos mencionados, pero además porque estos profesionales si interactúan con nosotros a través de sus servicios. Podemos pedir hora con el médico, o solicitar entrevistarnos con un abogado para una pequeña duda inmobiliaria, y en nuestro país la cosa puede salir gratis o con coste moderado. Pero no puedes “pedir cita con tu arqueólogo”. Y esta ausencia de canales para interactuar no es en absoluto debida a una falta de talante o a la dejadez de los “sabios locos” y los “indianajones” de nuestro imaginario, sino que está firmemente alentada desde los funcionarios estatales que realmente son. Lo último que sé, y confieso que no tengo la ley en la mano, es que ya es delito incluso salir a mirar o buscar objetos arqueológicos por el campo (prospección visual). Aunque por supuesto no te los lleves como expolio. Aunque ni siquiera los toques. Lo que han conseguido prohibir es la misma actitud de salir a buscar, a comprender por tu propio pie que allí donde pisas hubo antes otras gentes y otros días. Y mientras, los desalmados del aparatito pita-pita siguen poniéndose las botas ante la pasividad o la incapacidad general.

 

Lo mismo ocurre si eres menos de campo y más de escribir. Olvídate de ser editado ni distribuido si no perteneces a alguno de los cuatro campos siguientes. Uno lo forman como es natural los académicos con sus artículos insoportables hasta para ellos y su esmirriada política, nunca mejor dicho, de divulgación a la sociedad. Los tres restantes se podrían agrupar en “los otros”, despreciados a ultranza por los universitarios: novelistas-periodistas históricos, soñadores-esoteristas y localistas-cofrades. Estas tres últimas vertientes se consumen muchísimo más que la primera, y es lo que piden los editores comerciales. Pero si lo que pretendemos es encontrar una versión de la historia neta (sin estilo novelado, sin atlántidas, sin hablar del barrio y el color local), lo único permitido en el anaquel de la librería son los manuales exigidos a los alumnos de facultad (y la colección marujita de atapuercadas). Tampoco existen asociaciones de amigos de la historia, ateneos culturales, y demás estructuras de otros tiempos. Por su parte, las conferencias se dan con cuentagotas y a los congresos ni siquiera se suele permitir la asistencia como oyentes de los legos. El resultado es que no existe ningún canal para que los interesados en el Pasado Remoto no universitarios puedan establecer un diálogo con las autoridades en la materia, y mucho menos si su intención es hacerle preguntas comprometedoras acerca del paradigma.

 

Afortunadamente vino esto de Internet. Los académicos nos advierten que no hemos de confiar en la heterogénea y confusa información que sobre nuestro pasado circula en la red, pero yo prefiero correr ese riesgo. Me confieso un producto de Internet en dos sentidos. El primero es, como ya comenté en otra entrada, que la única oportunidad para difundir mis conclusiones me las ha dado la red de redes, y este blog no viene sino a confirmarlo. Pero también estoy intelectualmente compuesto de las miles de horas navegando por páginas de otros países y con otros puntos de vista, de los cientos de imágenes bajadas, de las decenas de artículos en PDF que se pueden descargar, etc. Internet nos permite saltar de lo geológico a las religiones comparadas en un segundo y de forma prácticamente gratuita, por lo que realmente posibilita una formación multidisciplinar. Todo esto ha sido hasta hace una década privativo de las elites universitarias, o de ricos desocupados, o ni siquiera de ninguno de los dos. Así, algo tan gratuito y popular como Google Earth ha permitido a arqueólogos divisar formas y estructuras significativas a vista de pájaro que luego han confirmado ser yacimientos ocultos, cauces secos de ríos, puertos hoy inundados, etc. Lo que antes me hubiera costado años, viajes, mucha pasta, y aún más lameduras de trasero, hoy es posible con sólo hacer clic una docena de veces. Es el equivalente historiográfico a lo que suponen los programas de descargas share para los aficionados a la música o el cine. Es una revolución que necesariamente está llamada a cambiar los vicios de nuestro paradigma académico y a la manera de afrontar nuestra memoria histórica. Y se desarrolla, lo reconozco, en un campo minado de chiflados, entre los que quizás me incluyo. Pero ninguno cobramos por ello ni contamos con poderosos padrinos, y eso nos otorga una altura moral que de sobra equilibra nuestra falta de oficialidad en títulos y en medios de difusión. A partir de ahí queda únicamente lo que cada cual tenga que decir sobre nuestro pasado y el talento y honestidad que trasmite al divulgarlo, sin coronas, sin medallas, sin el monopolio de los micrófonos. Y el planeta entero, presente y futuro, está ahí para juzgarnos a través de cada ordenador con su navegante. Esa es quizás la única grandeza de nuestro siglo. Aprovechémosla.