lunes, 2 de noviembre de 2009

Pintas afroibéricas 1. Introducción

Recientemente he mantenido algunas conversaciones que me han indignado y me han hecho querer retomar con fuerza el tema del aspecto físico de los afroibéricos. El detonante ha sido una entrada que recientemente colgué (Imaginando prehistorias), donde aparece un grupo humano que considero paradigmático de nuestro Pasado Remoto: mujeres, hombres y niños muy morenos en convivencia pacífica con el entorno. Parece ser que la simple observación de tal estampa provoca en algunos sudores e indigestión, así como la necesidad de contraatacarme con algo más que buenas palabras. Veamos algunos de los argumentos que me han dirigido en esta ocasión:

1.

Para cierto sector de estos críticos, del cual creo necesario puntualizar que se alinea en la derecha y el tradicionalismo ideológicos, mi afán por reivindicar que los antiguos afroibéricos eran gentes de color es una simple “mariconada” (perdón, pero así gustan de expresarlo), una especie de prehistoria salida del Ministerio de Igualdad o de una canción de Pedro Guerra. Como ya vimos en la cuarta entrega de esta serie (4/12/2008), los racistas encubiertos creen que la actual negación científica del concepto “raza” es simple producto del buenismo o de la corrección política, una mentira piadosa en aras de la convivencia y del quedar bien. Por eso están convencidos de que si un día se reactivase el debate racial la superioridad del hombre blanco volvería a aflorar.

2.

Del otro lado del arco ideológico aparecen los progres con su negacionismo de la raza (en inglés “race blindness”, “ceguera racial”). En este caso su accidental representante me ha afeado el no haber ofrecido un panorama más plurirracial (a propósito, curioso término para alguien que reniega de la “raza” como concepto). Se a lo que se refiere, pues desde que se popularizó lo de la Eva mitocondrial, los documentales y películas se esmeran en congregar en el casting a miembros de multitud de etnias o poblaciones (magrebíes, polinesios, esquimales, afroamericanos y por supuesto caucásicos) para dar la idea de que en origen todos vivimos como una sola comunidad. Resumiendo, no les parece mal que los dibuje morenos, pero me afean que todos los representados lo sean.

3.

Asimismo, en tales charlas volvió a mencionarse con sorna mi particular y biográfica identificación con el colectivo de los negruzcos. Parece ser que si un rubio reivindica la rubicundez celta hace ciencia, mientras que si un moreno reivindica la morenura de determinada civilización tiene como única motivación el exorcizar complejos (supongo que de inferioridad racial).

Para mi defensa delegaré en un abogado tan inmejorable como es la UNESCO, en concreto lo que defiende en su Declaración sobre la raza y los prejuicios raciales (27/11/1978). Se trata de un documento sin desperdicio, de lectura casi obligada, del que destaco las siguientes ideas:

- Tras consultar con la comunidad científica mundial del más alto prestigio, la UNESCO manifestó categóricamente que la raza es un concepto sin ningún valor empírico, es decir, que carece de existencia objetiva.

- Sin embargo, defiende con la misma rotundidad la existencia de una percepción social de las razas. En su artículo 1 dice textualmente: “Todos los individuos y los grupos tienen derecho a ser diferentes, a considerarse y ser considerados como tales. Sin embargo, la diversidad de las formas de vida y el derecho a la diferencia no pueden en ningún caso servir de pretexto a los prejuicios raciales”. Quiero destacar de esta frase la dicotomía entre derechos y deberes raciales, derecho a la autoafirmación y deber de rechazar las creencias supremacistas. Al racismo no se llega estudiando o reivindicando las razas sino sólo al hacerlo con pretensiones científicas y con un claro interés por demostrar la superioridad intrínseca de unos (generalmente blancos) sobre otros.

- Finalmente, la Declaración dedica su artículo octavo a exhortar a todos los seres humanos sin distinción a combatir el racismo en la medida de sus posibilidades. En el caso concreto de los académicos, gobiernos y medios de comunicación les hace una amonestación más severa para que velen especialmente porque no se propaguen mentiras racistas y aseguren que el pueblo esté correctamente informado.

Estas conclusiones se oponen frontalmente con cualquiera de las tres críticas que he recibido. Por un lado los racistas más o menos encubiertos tienen que comprender de una vez que no hay concesiones buenistas en la negación de un status científico para el término “raza”, y que tampoco hay salvación posible para toda la raciología clásica hoy aparcada, precisamente por habérselas querido dar de científica. Por el otro los negacionistas han de preguntarse por qué somos exclusivamente personas de color las que más interesados estamos en abordar la “raza” desde un enfoque sociológico, psicológico, histórico, perceptivo, etc., mientras que ellos (en su mayoría autoconsiderados blancos) nos responden que tal pretensión ya es por sí misma racismo. Ambos bandos deben saber que si yo pinto a los afroibéricos antiguos con rasgos muy africanos es porque lo considero la opción más probable, porque creo documentada y vehementemente que así fue. Según la UNESCO tengo derecho a creerlo mientras no acabe pregonando la supremacía intrínseca de la raza morena, lo cual está muy lejos de ser mi caso. De hecho ya dije que no me considero heredero de los viejos manuales de antropología física, que no funciono con sus razas sino con algo que mejor podríamos denominar aspecto físico, porte anatómico, hechuras o pintas. Todo el mundo sabe distinguir al “negro” que se cruza por la calle, las descripciones “raciales” ahorran muchos rodeos a la investigación policial, y todos sabemos captar al vuelo un gesto racista, así que es hipócrita defender que ese tipo de percepción psico-social no pueda aplicarse al Pasado Remoto. Finalmente no tengo la culpa de que siendo moreno me interese por la total reluctancia que muestran sociedad y académicos para reconocer influjos genéticos africanos en su vecina Iberia. Que mi inquietud provenga precisamente de ser yo tan moreno no resta en absoluto objetividad a mis investigaciones, sino que la UNESCO lo ve un motivo óptimo para sentirme en el deber y obligación de profundizar en ese camino.

Espero que mi indignación sea comprensible: de las críticas recibidas, unos me han llamado blandengue, los otros racista y los terceros narcisista. Si nos fijamos, en los tres casos los argumentos brillan por su ausencia, ninguno ha venido a discutirme una idea concreta de las que defiendo a lo largo del blog, y acaso crean que no lo necesitan. Hasta ayer les bastaba con adoptar un tono acusativo y chulesco, sabedores de que los mecanismos de autoridad cultural así se lo han venido permitendo. Pero gracias a Santa Internet mis ideas ya no se ven ahogadas por ese muro académico y editorial, con ese filtro y censura con el que hasta ayer tenía que lidiar cualquier disidente. Viendo la visceral reacción ante unos simples dibujos, viendo además que las críticas provienen de ideologías tan distintas, he creído imprescindible contraatacar con toda la batería de argumentos en mi mano. Tan exhaustiva va a ser mi argumentación que he creado una serie de entradas exclusivamente dedicadas a nuestra morenura ancestral, a pesar de su innegable parentesco con otra serie, Complejos identitarios, cuyas conclusiones habría que sumar. ¿No quieres chocolate? Pues toma dos tazas del más oscuro.