El sentido común tiene mucho de
estadístico, clasificando las situaciones entre comunes, raras e imposibles
según la cantidad de veces que se suelan dar. Cuando trasladamos este principio
al mundo de la Paleoantropología, nos damos cuenta inmediatamente de la
trascendencia y excepcionalidad que supone el descubrimiento de una nueva
especie humana. La reciente propuesta de los atapuercos, es decir, la presencia
de nada menos que tres especies inéditas en sus yacimientos, sobrepasa de largo
la categoría de “situación rara” para entrar de lleno en el mundo de los
imposibles. Dicha actitud, que ya comienza a ser mal vista por la comunidad
científica internacional, podría llegar a afectar la reputación general de las
investigaciones españolas en este campo.
La compulsividad nomenclatora no
es una novedad en el mundillo de los fósiles humanos. De hecho, provenimos de
una tradición que consideraba estas denominaciones de una forma bastante
diferente a la actual. Todos recordamos al Sinanthropus pekinensis, al Homo rhodesiensis,
al bodoensis, al cepranensis, al soloensis y a todos los -ensis que se puedan
imaginar. Incluso se hablaba de Homo sapiens grimaldensis o natufensis distintos
del Cromañón porque, en la mayoría de los casos, estas denominaciones tenían
más que ver con la identificación que con la clasificación: cada yacimiento
tenía su “Hombre de” pero aún no se habían cerrado las categorías genealógicas
que los relacionaban. Conforme fue madurando la disciplina los investigadores
adoptaron una perspectiva inclusiva, esforzándose por ubicar los distintos
restos que encontraban dentro de categorías género-especie-subespecie
previamente establecidas. Supongo que al descubridor del Sinanthropus
pekinensis le fastidiaría ver su hallazgo rebautizado como “Homo erectus
asiático”, y estoy seguro de que envejeció afirmando por esos pasillos que sus
queridos huesos no eran exactamente iguales a aquellos de Indonesia o África
con los que compartía clado. En realidad no hay dos fósiles de humano iguales,
no existe (más allá de la mnemotécnica de manual) uniformidad entre los cráneos
de neandertal, de moderno o de erectus. Aquellos rasgos que consideramos
“propios de” lo son de forma meramente estadística, es decir, elementos o
valores que se suelen dar más entre ciertas “especies” que en otras. Por eso no
es raro encontrar neandertales con un 10 o un 20% de rasgos “impropios”, o sapiens
modernos con la misma proporción en rasgos neandertales o arcaicos, pero no por
ello se los mueve de sus clasificaciones. Si, por ejemplo, sólo aceptáramos
como neandertal al ejemplar que presentase todos los elementos somáticos
neandertales, sólo los neandertales y con los índices y medidas del neandertal prototipo,
vaciaríamos del todo (no es metáfora) la especie neandertal.
Dmanisi, en Georgia, es una buena
comparación con el caso burgalés. Allí tenemos los restos humanos reconocidos
como más antiguos de Europa (sólo hasta que Orce supere el boicot), y además les
han adjudicado su especie propia: Homo georgicus. Como los antecessor, aún no
ha encontrado parangón fuera de su yacimiento, pero aquí acaban las
similitudes. Los investigadores georgianos reconocen que sus H. georgicus
pueden englobarse sin mayores problemas dentro de la crono-especie ergaster,
africana, más abundante y, como los de Dmanisi, también a caballo entre habilis
y erectus. Por el contrario, la principal cruzada de los atapuercos es la
especificidad de su H. antecessor, del cual, y esto es lo verdaderamente
importante, nos hacen descender a todos los humanos actuales. Lo curioso es que
los humanos de Dmanisi muestran en numerosos aspectos diferencias más marcadas
con respecto al ergaster que el antecessor burgalés. Por ejemplo, siempre
podemos contemplar al antecessor como uno más de esos ergaster-erectus
progresivos o proto-sapiens, mientras que los georgianos nos muestran lo que
ahora llaman morfologías “en mosaico”: de un lado, algunos rasgos de Homo
habilis que ni siquiera presenta el ergaster, por otra parte los elementos que
sí son comunes a ambos, y finalmente aparecen una tercera serie rasgos que
podíamos denominar progresivos, lo cuales en ocasiones superan en modernidad a
los de Atapuerca. Más aún, la especie H. georgicus posee un grado de
variabilidad interna que realmente produjo un shock académico cuando salió a la
luz, aunque parece que el dimorfismo sexual explicaría parte de la cuestión.
Dicho a las claras, con las diferencias detectadas únicamente entre miembros de
la especie H. georgicus los atapuercos te fabricarían cinco o seis de sus
especies. Desde mi punto de vista, en Georgia existe un responsable y
cooperativo afán por tener la fiesta evolutiva en paz, mientras que en Burgos
tienen demasiadas ansias de protagonismo. Tantas que podrían volvérseles muy en
contra.
Centrémonos ahora en la noticia
que ha motivado este artículo. ¿Recuerdan los H. heidelbergensis de la Sima de
los Huesos? Los descubrieron antes incluso del antecessor de Gran Dolina, allá
por 1992… Pues, ¡abracadabra!, tras 20 años resulta que no, que no eran heidelbergensis,
sino una novísima e irrepetible especie. Lo primero que nos planteamos es si
dichos huesos habrán estado aburridos en las estanterías de un sótano, ocultos
a todos, pero inmediatamente reconocemos
en ellos a “Miguelón” el del flemón, la “foto de familia” de Mauricio Antón, “Elvis
la pelvis”, “excalibur” y demás parafernalia. Es evidente que sobre esos restos
se ha puesto más atención y estudio que sobre cualquier otro del territorio
nacional pero, sorprendentemente, durante esas dos décadas nadie había reparado
en especificidades morfológicas de tal calibre. No es menos chocante que esta
nueva especie suponga nada menos que la tercera forma de humano exclusiva para
Atapuerca y alrededores. Para los despistados habrá que decir que al famoso antecessor
se sumó recientemente una especie nueva, anterior a aquel y dicen que sin
relación, hallada en la Sima del Elefante. Por tanto tres, 3, especies del
género Homo sin parangón fuera de Burgos, un caso verdaderamente inédito en la
paleoantropología mundial. “Inédito”, por no decir imposible.
Se constata además cierta tozudez
suicida, que trasciende por supuesto lo meramente científico, y que paso a
exponer cronológicamente. El equipo de Atapuerca fue sacando a la luz su teoría
del H. antecessor entre 1994 y 1997, y la comunidad internacional respondió con
bastante condescendencia desde mi punto de vista. Sin embargo, hubo un aspecto
en el que esta permaneció firme: el antecessor no es antecesor nuestro mientras
no aparezcan ejemplares en África, o al menos en otra parte del planeta. Han
pasado 18 años y esta condición no se ha cumplido, y los paleoantropólogos o
expertos en Hominización comienzan a dudar, no sólo de que sea nuestro
ancestro, sino también de que el antecessor sea una especie distinta a la de
los erectus progresivos europeos de Ceprano o Arago (y, como vimos, Dmanisi
invita a esta interpretación centrípeta o integradora). No hay ensañamiento:
Atapuerca es un yacimiento excepcional, muy antiguo y con ejemplares muy bien
conservados y valiosísimos, desde luego un referente a nivel mundial. Pero de
especie inédita poco, y de abuelo exclusivo menos aún. Después de 15 años en
plan “pim-pam-toma-lacasitos”, emperadores absolutos en la mafia académica y en
los medios de comunicación, a los atapuercos se les acaba el chollo. Y no sólo
a nivel académico, pues reconozcamos que al quinceavo dvd en los kioskos y tras
publicar un almanaque con los becarios de la brocha en bañador, los simples
espectadores también nos hartamos del plato único. Bajo estas condiciones
resulta sorprendente, inquietante incluso, que ahora se atrevan a proclamar otras
dos nuevas especies humanas para el mismo yacimiento. Recordemos además que la
especie de la Sima del Elefante se compone de un único “individuo” representado
por un trozo deformado de mandíbula, mientras que estos que hoy tratamos no son
sino los antiguos heidelbergs de la Sima de los Huesos, con 20 años a sus
espaldas y con menos réplicas internacionales que el propio antecessor.
Espero que aún les quede espacio para la sorpresa, porque esta reinterpretación que proponen de los restos de la Sima de los Huesos supone un añadido giro de tuerca. Para ello hemos de referirnos a la cuestión neandertal ligada a Atapuerca. Desde el principio fue paradójico que una estación arqueológica tan rica como Atapuerca no arrojara restos humanos neandertales, tan europeos ellos y por cierto bastante comunes en la Península Ibérica, más aún cuando sus excavadores sostenían que del antecessor proveníamos, indistintamente, humanos modernos y neandertales. El verano pasado los atapuercos decretaron que la cuestión neandertal debía quedar solucionada sí o sí, comenzando una exhaustiva campaña en la Cueva de las Estatuas, aunque no han debido tener mucho éxito a juzgar por del silencio mediático. Con esta frustración de fondo los hombres de la Sima de los Huesos, antaño heidelbergensis y ahora inédita especie, comienzan a adquirir providencialmente cualidades neandertales, si bien con ese grado de protagonismo y originalidad que sólo se pueden permitir los descubrimientos atapuercos. En definitiva sostienen que los rasgos de la mandíbula de esta nueva especie indican que es “más neandertal que el neandertal clásico”. Por si creen que no leyeron bien o que torcí las citas, aquí tenemos a la sra. Martinón-Torres para sacarnos de dudas:
“Podría ser
que la población de la Sima de los Huesos represente la madre de todos los
neandertales y que por un cuello de botella, a partir de este grupo, y no
de otras poblaciones del Pleistoceno Medio, haya surgido la especie H.
neanderthalensis”
Este entusiasmo de los capos
burgaleses no parece tener eco internacional. Así, desde Gibraltar ya ha
respondido Clive Finlayson, con más razón que un santo:
“Probablemente
existieron muchas atapuercas desde la península Ibérica hasta China, pero la
mayoría se perdieron. Por tanto, estoy de acuerdo con los autores en que los
heidelbergensis eran muchos heidelbergensis y que esta población es indicativa
de la gran variedad que existió. Pero es demasiado arriesgado sugerir que hemos
tenido la gran suerte de encontrar la madre de todos los neandertales”
No olvidemos, tal y como vimos en
su artículo correspondiente y por boca del pope Stringer, que la
comunidad científica internacional ya había dado avisos muy parecidos en
relación con el humano de la Sima del Elefante. Entre una noticia y otra, no
han pasado siquiera siete meses… ¿alguien puede concebir esto como
científicamente serio?
La desquiciada evolución de los
atapuercos recuerda a aquellos famosillos que, a medida que pierden fuelle
mediático, montan escándalos para “seguir en el candelabro”, o a los cantantes
que tienen la mala suerte de estrenarse con un hit de verano y ya no saben
salir de ese soniquete. En el fondo, también subsisten causas de índole eurocéntrica
y academicista. Por ejemplo, nadie ha urgido a los atapuercos a extender las prospecciones más allá de su patria chica. Creo que lo mejor para el antecessor
hubiera sido encontrarle multitud de hermanitos repartidos por la Península, no
digamos si se hubieran estirado con cuatro prospecciones por el norte de
África. Más aún, Atapuerca debió ser lo que inicialmente nos pareció a muchos:
una confirmación a lo ya encontrado en Orce y alrededores. Los humanos llevan
más de un millón de años cruzando por Gibraltar en ambos sentidos, y la
antigüedad de los yacimientos granadinos y burgaleses, haciendo causa común,
habrían logrado demostrarlo sin problemas. Nuestra Península dejaría entonces
de ser considerada un fondo de saco al que los africanos sólo pueden acceder
tras atravesar toda Europa. Por el contrario, sería aceptada como una de las
vías de comunicación humana más importantes del planeta, una doble confluencia
entre continentes y mares que debería hacernos replantear toda la tradición
prehistoriográfica sobre la que rodamos activa o pasivamente. Desgraciadamente
tal alianza con el sur fue despreciada por los atapuercos para tirarse en
brazos de los Lumley y demás comparsas, pues no olvidemos que H. antecessor
sería especie nueva y padre de todos, pero obedientemente había llegado a la
Península vía pirenaica. Sumando el mimo etnocéntrico de la comunidad
occidental, la franca adicción a las portadas y entrevistas, así como la puerta
que todo autobombo supone de cara a subvenciones y mamoneos institucionales,
los atapuercos perdieron sin darse cuenta el norte y el sentido del ridículo.
Habíamos mencionado el
academicismo, y en este sentido conviene resaltar el protagonismo que tanto para
la especie de la S. del Elefante como para esta que nos ocupa ha tenido María
Martinón-Torres. Llamativamente, Arsuaga y el del sombrero están ausentes en
todo este novedoso revuelo de especies, y son Bermúdez de Castro y ella los que
llevan la voz cantante. Esta señora es además experta en dentición y no por
casualidad las dos nuevas especies de Atapuerca son defendidas en base a
peculiaridades exclusivamente dentarias. Existe un sector académico que se
resiste a abandonar sus disquisiciones bizantinas, su metodología hueca y,
sobre todo, el único pretexto que les permite seguir figurando y cobrando.
Necesitan atomizar la realidad humana hasta que nada en ella tenga sentido,
pues han llegado a un grado de especialización (robótica o soviética, escojan
símil) que les impide las valoraciones de conjunto: “No me chilles que no te
veo”. María Martinón-Torres encarna este papel a la perfección: coquito
ultra-especializado en dientes de homo prehistóricos, ha llegado a la absurda
pretensión de vender una historia de la humanidad en base exclusiva a las
formas y texturas de los piños. Si de rasgos dentales se trata, y creo que ya
lo comenté en otra entrada, los australopitecos podrían ser catalogados más
cerca del orangután que del chimpancé, cosa que la genética niega rotundamente.
Pero más allá de la imposibilidad de diagnosticar cualquier “especie” humana a
partir de un solo rasgo óseo, que de por sí invalida como pueriles las
investigaciones que comentamos, hay otros elementos que nos llevan a sopechar. Uno,
ya lo hemos tratado, es cómo han tardado 20 años (Martinón-Torres o sus
exhaustivos equivalentes) en descubrir esos supuestos rasgos tan
característicamente neandertales de la Sima de los Huesos. También es
significativa la mencionada ausencia del equipo titular atapuerco. Pero sobre
todo me ha sorprendido que en este caso y en el de la Sima del Elefante no
hayan bautizado aún a las nuevas especies humanas, con lo cumplidos que son los
atapuercos para estas cosas. Me huele a “kale borroka”, a amagar sin tirar, a
tantear el ambiente, ganarse unos titulares, pero no llegar al punto de
enfrentarse con la ya mosqueada comunidad científica internacional. Lo justo
para acabar de pagar el coche y subvencionarse el brocheo hasta la Sima del Cacahuete.
Conclusión – Solución
Como tantas veces he dicho, la única
salida razonable es establecer una sola especie humana desde Homo ergaster (por
lo menos) hasta hoy. Nuestro género no es Homo, sino un linaje que compartimos
con australopitecinos y parantropos, tan estrecho que según recientes estudios
genéticos permitía hibridaciones fértiles hace apenas 3 millones de años. Homo
es nuestra especie, plenamente compatible en todos los niveles, desde el
genético al cultural. El genoma neandertal ya lo ha demostrado, por más que
quieran denostar como “escasas” y “superficiales” las evidencias de su
mestizaje con nosotros. Y si así de posibles eran los cruces genéticos con
“primos divergentes” (pues así se consideraba a los neandertales), imaginemos
qué fertilidad no tendrían nuestras hibridaciones con “ancestros directos”
(caso de erectus progresivos y/o sapiens arcaicos). Pero no nos dejemos atrapar
por el lenguaje de los clasificadores o nos apartaremos de la especie humana
única. Por ejemplo, hablamos de un “sapiens moderno” que tiene descendencia
sana y fértil con un “neandertal”, sin darnos cuenta de que ello nos obliga a
plantearnos la propia realidad objetiva de los términos entrecomillados. Porque
si aceptamos cruces moderno-neandertal también podemos, y debemos, concebir al
neandertal como cruce entre los heidelberg y los burgaleses de la Sima de los
huesos, o entre erectus chino y sapiens arcaicos norteafricanos, pero una
mezcla al fin y al cabo, que remite a infinitas mezclas anteriores. Volvemos a
nuestra frase anterior, “un moderno y un neandertal se cruzan”, pero ahora no
podemos evitar plantearnos: ¿qué clase de moderno y qué clase de neandertal,
fruto de cuántos y cuáles cruces sería cada uno? Si llevamos este concubinato
al paroxismo las fronteras acaban por diluirse y, por fin, comenzamos a
disfrutar de la luna sin distraernos por el dedo que la señala. Considerar a
Homo como una especie y no como un género es la única solución a nuestro antes
complicado y hoy ridículo árbol evolutivo.
Señores de Atapuerca, ¿tres
especies Homo nuevas y exclusivas en su cadena de yacimientos?, ¿de verdad
pretenden llevarse la cuna de toda humanidad imaginable a la adusta Castilla
del Cid Campeador? Si ya fue una desgracia que paralizaran todas las
prospecciones en Afroiberia para dar bombo a sus mamarrachadas, ahora nos vemos
arrastrados por ustedes (autoimpuestos representantes patrios) al ridículo
internacional. Ante su señoritismo académico y su centralismo castellano, al
Sur peninsular sólo le queda el consuelo de evidenciar cómo algo se mueve a
nivel internacional para devolvernos la cordura. Es hora de, como vulgar Don
Julián, entregarnos a los guiris (preferentemente estadounidenses) para que
esclarezcan nuestro Pasado Remoto. Gente que, aunque sea por simple racismo
blanco, jamás ha renunciado a aquello de que “África comienza en los Pirineos”,
y que poco le importa si los humanos de Cádiz son idénticos a los de Tánger,
porque hace medio moros hasta a los vascos. Quién sabe si quizás, por la crisis
presupuestaria que padece y padecerá nuestro Estado y sus Comunidades, el futuro de las subvenciones
a este tipo de estudios dependa de nuevos patrocinadores. Hablo de entidades
extranjeras y/o privadas, lo cual sin duda afectará a la composición de sus
equipos investigadores, a sus premisas de partida, a su metodología, y sobre
todo a su productividad y exigencia. Frente al yo-mi-me-conmigo atapuerco que llevamos
padeciendo más de veinte años, ¿Qué mal nos pueden traer propuestas como las de
Luis Gibert, por muy “yanquis” y “privadas” que sean?
5 comentarios:
Pues sí, resulta tremenda la deriva de los atapuerquinos. Al final de los noventa y en mi caso, recién iniciado en los misterios de la Prehistoria y la hominización (en realidad sigo en esos inicios), esta gente me fascinaba. Quería creer que por fin podíamos tener investigadores de prestigio con un reconocimiento internacional...Pero ¡ay!, cuando empezaron con las chorradas tipo "excalibur" y con todo el marketing holliwoodiense empecé a verles el plumero. Creo que lo has sintetizado divinamente: al final se han quedado en pura autodivulgación (muy bueno lo de los 15 dvd's) y en la necesidad autoimpuesta de aparecer con cierta periodicidad en los titulares de los periódicos no científicos para justificar subvenciones. A ver si nos vamos dando cuenta, aunque sea poco a poco, que el rey estaba desnudo. Saludos y Felices fiestas. JBR
Amigo JBR, bienvenido de nuevo al blog. "El rey estaba desnudo" sería un título perfecto para un monográfico sobre los atapuerquines. Muchas gracias por tu aliento, es siempre feliz encontrar personas que piensan por su cuenta.
Estimado amigo Abercan:
Echamos de menos tus entradas como agua de mayo...
Esperamos volver a tenerte pronto Saludos
JBR
Amigo JBR, muchas gracias por tus palabras. Me he apartado unos meses del blog por razones inexcusables, pero espero no tardar mucho más en retomar los artículos. Debería hacerlo aunque fuese esporádicamente, o podría parecer que abandono el proyecto. De todos modos lo echo de menos, y más si se que del otro lado cuento con lectores como tú. Abercan.
Canis Familiaris...
¿Homo Familiaris?
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