domingo, 20 de diciembre de 2009

Pintas afroibéricas 4. Pautas anatómicas.

La doctora Nina G. Jablonski estima en 20.000 años el tiempo necesario para que una población pase de tener la piel más negra a la más blanca, por motivos de exclusiva adaptación medioambiental. Si estimamos la antigüedad de nuestra especie en unos 300.000 años, un mismo linaje humano ha podido cambiar 15 veces y de forma drástica el color de su piel, debiendo suponer que esta periodicidad es aplicable también a algunos más de nuestros rasgos. Si añadimos los otros dos motivos por el que nuestro aspecto ha podido cambiar (selección sexual y mestizaje), el lapso requerido durante la Prehistoria para pasar de una “raza” a otra no excedería probablemente los 10.000 años. Traducido a nuestro caso equivaldría a imaginar al afroibérico surgiendo con pintas de tasmanio, evolucionar luego al aspecto de un chino, más tarde al de un lapón, posteriormente al de un somalí, y así unas 300 veces más a lo largo de su pasado sin que su stock genético se hubiera visto significativamente alterado. Con este panorama, es muy lógico llegar a pensar que hay infinitas maneras de reconstruir dicha evolución somática, que los humanos del pasado remoto pudieron tener cualquier aspecto imaginable. Pero no es así.

Aunque nos duela el orgullo antropocéntrico, los humanos vivieron y vivimos sometidos a unas reglas climáticas y biológicas, estrictas y empíricamente demostrables, que desembocan en que mostremos determinados rasgos anatómicos y no otros. No es que hayamos tenido siempre el mismo aspecto, menos aún que hayamos pertenecido a la misma “raza” o linaje, sino que reproducimos unas características comunes en nuestros sucesivos aspectos, unos rasgos a los que no hemos podido renunciar por simple supervivencia. Por eso hablo de “pauta anatómica”, algo parecido a un ritmo común para distintas melodías o una misma modelo para distintos pintores. A través de un análisis diacrónico de algunos de nuestros rasgos somáticos, intentaré demostrar que existen una serie de circunstancias objetivas que ponen límites a la imaginación y que apuntan a un abanico limitado, y muy africano por cierto, para el aspecto físico de nuestros antepasados.

1. La melanina.

De entre todos los rasgos anatómicos que nos distinguen “racialmente”, aquellos en los que está implicada la melanina (color de piel, cabello y ojos) son a los que concedemos más importancia. Mucho antes de poder distinguir si un individuo que se acerca tiene nariz convexa, cráneo mesocéfalo o arcos zigomáticos masivos, ya sabremos si es negro o sonrosado, rubio o moreno. Además, la cantidad de melanina está sujeta a leyes naturales bastante fiables que permiten diagnosticarla muy aproximadamente para cada época y lugar. Según el tipo de melanina presente en nuestra piel, porque hay varias, podemos presentar coloraciones rojizas (feomelanina), negras (eumelanina negra), o marrones (eumelanina café). Últimamente se han descubierto nuevas y asombrosas funciones para la melanina, cuya ausencia se relaciona tanto con la inmunodeficiencia, como con el Parkinson o la sordera, pero ahora nos centraremos en su papel más conocido como filtro frente a las radiaciones solares, especialmente los rayos ultravioleta. A este respecto conocemos de sobra el papel del sol como causa del cáncer de piel, pero en este caso la melanina de nuestra piel protege a la propia piel. Otra cuestión, menos conocida pero de igual trascendencia, es la protección que la melanina de la piel proporciona al organismo en general. La radiación ultravioleta devora, en un proceso conocido como fotodegradación, algunas de nuestras más preciadas vitaminas, responsables del desarrollo fetal, el crecimiento infantil, los antioxidantes, etc., como puedan ser las rivoflaminas (vit. B2), el tocoferol (vit. E), los carotenoides (pro-vit. A), y sobre todo el ácido fólico (vit. B9). Por todas estas causas, en el ambiente tropical africano que vio nacer al Homo sapiens y sus ancestros, tener la piel muy oscura fue y es cuestión de estricta supervivencia.

Aplicando el enfoque diacrónico, todos los humanos prehistóricos fueron negros mientras no se demuestre lo contrario, lo cual supone invertir el debate “racial” tal y como se ha venido entendiendo oficialmente. El humano original, indiscutiblemente africano y negro, se desplaza sin salir de África hasta llegar al sur de la Península Ibérica por Gibraltar, hasta Arabia por Yemen, hasta Palestina por el Sinaí, o hasta Italia por Sicilia. No hay necesidad de defender la negritud de las poblaciones de estos nuevos territorios extra-africanos, pues se presupone, sino que por el contrario son otros quienes tienen que proporcionar argumentos a favor del emblanquecimiento racial que defienden. Sin duda el principal de esos argumentos es el que atañe a la vitamina D, pues se sabe que la insuficiencia de radiación ultravioleta impide la formación de esta vitamina, lo cual conduce al raquitismo y en muchos casos a la muerte. Este dato ha sido inmediatamente adoptado y proclamado por los arqueólogos y prehistoriadores, pues en realidad es el tipo de información que llevaban décadas deseando escuchar. A diferencia de los evidentes beneficios de una piel negra en entorno tropical, no conseguían encontrar un origen lógico y adaptativo para la piel blanca, tradicionalmente vista como cualidad en negativo: la pérdida de color por ausencia de sol. Aquello de la vitamina D proporcionaba al fin un argumento científico para defender que, bajo determinadas circunstancias, palidecer no sólo era aceptable sino necesario. Sin embargo esta verdad indiscutible ha sido manipulada y exagerada por los paleoantropólogos, los cuales andan divulgando la idea de que a cada milímetro que nos alejamos el ecuador terrestre nos hemos de volver más y más claritos. Existen múltiples factores que desmienten esta presunción, tanto climáticos como de salud. En primer lugar hay que recordar que, aunque partimos de un negro original, eso no quiere decir que se trate de un tarado que sólo pueda sobrevivir en la justa raya del ecuador. La concentración de melanina que tiene un senegalés le puede dar problemas de raquitismo en la norteña Chicago, pero no en Barcelona, aunque sea cierto que allí la radiación UV haya descendido mucho respecto al centro de África y que unas concentraciones menores de melanina en piel sean lo óptimo. Por otro lado suele ocurrir que los analistas de la vitamina D olvidan el tema de el ácido fólico, el melanoma y demás asuntos asociados con el color de piel, y no aceptan que todos ellos son causa de sobra para que el Homo sapiens mostrara una conducta genética más bien conservadora respecto a su negritud. Quiero decir que de nada sirve llegar a los niveles óptimos de absorción cutánea de vitamina D si con ello pones en riesgo tus niveles de ácido fólico y antioxidantes, o tu resistencia al cáncer de piel. Teniendo tantos motivos a favor de mantener la negritud corporal y sólo el de la vitamina D para reivindicar un necesario blanqueamiento, centrémonos en esta para saber cuando obligatoriamente nos conduce a perder melanina. Para ello he realizado un mapa en base a diferentes trabajos provenientes de disciplinas tan empíricas como ajenas al mundillo paleoantropológico y sus intereses:


- Zona 1. Desde el ecuador hasta los 30º. La radiación ultravioleta es tan potente que, aunque no estuviera implicada en el melanoma o la pérdida de a. fólico y otras vitaminas, causaría en individuos con piel más clara una sobredosis de vitamina D. Sus habitantes suscribirían la siguiente frase: “necesito ser negro para sobrevivir”.

- Zona 2. Entre 30º y 40º de latitud (aplicable a ambos hemisferios). No hay forma de justificar una disminución de la melanina en razón al procesamiento de vitamina D y los perjuicios por tener una piel demasiado clara son evidentes. Frase: “mejor seguir siendo oscuro”. Esta es la zona que abarca a Afroiberia.

- Zona 3. Entre 40 y 45º de latitud. Empezaría un discreto emblanquecimiento, pero hasta los 45º de latitud la síntesis endógena de vitamina D (la provocada por el sol) sigue siendo la fuente principal de su absorción. Frase: “tanto da ser más claro que más oscuro”.

- Zona 4. Entre 45º y 50º de latitud. Comienzan los problemas para las pieles más oscuras, pues el sol ya no tiene la fuerza de antes y si no emblanquecemos corremos el riesgo de padecer raquitismo. Frase: “mejor emblanquecer”.

- Zona 5. A partir de los 50º de latitud. Las pieles blancas son la norma aunque a la vez sobrevivan excepcionalmente grupos oscuros, por motivos que a continuación veremos. Frase: “necesito ser blanco para sobrevivir”.

Lo que más llama la atención de este mapa, aparte de lo al norte puede ir a vivir un negro sin enfermar, es la fidelidad de las zonas respecto a los grados de latitud terrestre. Lo cierto es que la proporción de melanina de los pueblos está determinada también por otros factores como la altitud, la pluviosidad, la reflexión del mar o la nieve (albedo), etc. pero en una dosis mucho menos importante. Quizás sea más determinante el procesado de vitamina D a través de los alimentos (pescados grasos como el atún, la sardina o el salmón, la yema de huevo, etc.). Basta que un pueblo hubiera sido principalmente consumidor de pescado y no habría tenido necesidad de palidecer por muy al norte que se hubiera trasladado, como pasa con los esquimales. En todo caso, nuestro mapa representa la cantidad de melanina cuando la adaptación climática se ha culminado, lo que según la doctora Jablonski llevaría unos 20.000 años de mutaciones (sin selección sexual ni mestizajes que lo aceleren). En sentido estricto los negros originales no necesitaron emblanquecer, y sólo parcialmente, sino después de traspasar los 45º de latitud (lo que para Europa supone un eje Burdeos-Milán-Bucarest).

2. Proporciones

La constitución física también parece guardar bastante fidelidad al clima, aunque no hasta llegar a ser cuestión de vida o muerte como vimos con la melanina y la piel. La regla ecológica térmica de Allen, contrastada en todo el reino animal, nos permite suponer que los hombres y homo de África surgieron con proporciones longilíneas. Con el calor se fomentan las extremidades alargadas y la estrechez de caderas, mientras que el frío favorece los tipos corpulentos pero chaparros, con gruesas y cortas extremidades, y el tronco denominado “de tonel”. Obviamente un cuerpo alargado supone una superficie menor de insolación y una mayor ventilación, mientras que una forma masiva es mejor para retener calor en ambientes fríos. Desde luego, las proporciones de las extremidades de nuestros antepasados fósiles avalan esta tendencia, así que no veo por qué no debemos imaginar al humano original tan negro como longilíneo en su complexión. Sólo queda matizar que longilíneo no implica ser necesariamente alto, pues hablamos de proporciones y no de tamaño; en cuanto al peso, aunque la estructura longilínea favorece los tipos delgados es perfectamente normal encontrar obesos de huesos gráciles.

3. Otros rasgos

Fuera de estos dos casos, encontramos mutaciones que quizás representen una mejora respecto a lo ya existente, pero aún no estamos en condiciones de demostrarlo. A menudo, los intentos por explicar el origen de determinados rasgos “raciales” son contradictorios o simplistas, pues provienen de un radicalismo evolucionista que por fuerza debe encontrar una explicación lógica y adaptativa para cada uno de nuestros rasgos. Por ejemplo, se ha querido relacionar el pliegue epicántico (ojos achinados) con una adaptación a los hielos boreales, cuando todos los bosquimanos y no pocos sudaneses los tienen también, por no hablar de los neonatos de cualquier raza. Más curioso aún es el caso de las narices, pues recibe justificaciones opuestas según la tesis que adoptemos. De un lado se puede defender que los climas fríos propician narices pequeñas, si nos acogemos a la anterior regla de Allen, que también regula la longitud de las extremidades cartilaginosas. Como el mamut, el oso polar, el leming, etc. presentan colas, orejas, etc. más cortas que sus equivalentes tropicales, lo mismo podría suponerse de nuestras narices, y como ejemplos tenemos a los chatos esquimales, lapones y siberianos. Por el contrario, la presencia indiscutible de tipos con grandes y protuberantes narices en las zonas frías de planeta, desde el neandertal a los modernos británicos, da lugar a una explicación opuesta en virtud a la cual tales napias son imprescindibles para calentar el aire frío antes de entrar en los pulmones. Pero esto a su vez no explicaría por qué se encuentran en zonas tan cálidas como Somalia, Arabia o India narices tan largas y estrechas como las europeas. Finalmente, se suele explicar el vello facial como producto de condiciones frías, alegando que los subsaharianos tienen barbas ralas y los europeos espesas. Lo cierto es que es fácil encontrar tanto poblaciones del calor con barbas cerradas (los australianos y los melanesios, ambos por cierto negros de piel) como pueblos boreales tan lampiños como un guineano (esquimales, lapones e indios norteamericanos).

4. ¿Determinismo?

Cada vez que alguien defiende el clima como factor de cambio humano se le acusa de ser determinista ambiental. Yo no temo la etiqueta si los argumentos climáticos son del peso de los arriba expuestos, y más aún si son la única fuente de investigación fiable. La selección sexual-cultural y el mestizaje, que ya en el primer párrafo mencioné como los otros dos motivos por el que podría haber cambiado nuestro aspecto “racial”, no pueden darnos respuestas tan definitivas y científicas. En ambos casos carecemos de pruebas científicas a favor de una u otra hipótesis, es decir, que podemos tanto defender el mestizaje con negros como con blancos, la selección sexual favoreciendo tanto emblanquecer como oscurecer, y que ambas hipótesis extremas se neutralizan ante la falta total de pruebas científicas. El clima no es por tanto el único factor para cambiar el aspecto, pero sí el único que hoy por hoy nos permite sacar conclusiones ciertas sobre este.

Por si fuera poco, hace días escuché en la radio que la Junta de Andalucía va a recomendar a los padres tomar ácido fólico un poco antes de la concepción del bebé. A este dato hay que sumar el aumento de la incidencia del melanoma entre nuestra población, para comprender que los afroibéricos estamos demasiado blancos para el clima en el que vivimos, y que ni el s.XXI con toda su tecnología puede librarnos de las fatales consecuencias que supone. El enorme esfuerzo de selección sexual-cultural que se ha llevado a cabo desde los Reyes Católicos hasta hoy para borrar rastros andalusíes y sefardíes, así como la entrada en un circuito de mestizaje europeo y no africano, ha desembocado en una inadaptación evolutiva. Por supuesto hay que tener en cuenta el cambio climático, el mayor influjo de los ultravioleta, los malos hábitos del bañista moderno, etc., pero no es menos cierto que, si no hubiésemos caído en tan visceral fobia hacia nuestra herencia africana, hoy estaríamos mejor preparados para tener hijos sanos y no morir achicharrados por el sol. No entonces al determinismo ambiental, pero sí a cierto ambientalismo con moraleja incluida.

Conclusión

El clima nos ha permitido saber con bastante certeza que el afroibérico del Pleistoceno y principios del Holoceno era muy oscuro de piel, si no negro, y de constitución grácil, tal y como los dibujé en aquella polémica entrada. Al apoyarse en evidencias climáticas y metabólicas poco importa el momento prehistórico que abordemos o las especies implicadas. Así, aunque en valores absolutos todos los humanos pleistocénicos eran robustos, el sapiens moderno era grácil y oscuro comparado con el neandertal de un modo muy similar a como luego lo fueron el ibero respecto al germano. Esto en ningún caso significa que el neandertal y el germano representen la perpetuación de una misma raza de blancos robustos, o que Afroiberia haya estado poblada siempre por un mismo linaje de morenos esbeltos. De nuevo hay que resaltar el sentido de pautas anatómicas, de adaptaciones recurrentes ante un mismo clima, tanto si eres de los de toda la vida o de los que acaban de llegar. Sin embargo tenemos que conformarnos con una visión borrosa, como si sólo la pudiésemos ver a cien metros de distancia, pues por ahora no podemos precisar si sus cabellos eran crespos o lacios, ni la silueta de sus narices, ni si sus ojos eran achinados. Para todos estos rasgos hay una serie de vías auxiliares de investigación como pueda ser el estudio de los restos óseos, la iconografía artística, los primeros textos, la organización socio-cultural (para inferir el tipo de selección sexual y el grado de mestizaje), la antropología comparada, etc. Cuando nos dediquemos al aspecto “racial” de los afroibéricos en sus distintas etapas utilizaremos todas estas herramientas, sin olvidar nunca que carecen del peso empírico de los datos referentes a la piel y la constitución, siendo a menudo datos parciales o imprecisos, y que por tanto han de tomarse con cautela.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Pintas afroibéricas 3. Diacronía vs. Sincronía

I. El modelo clásico o sincrónico

La imagen superior muestra el esquema tradicional raciológico que divide la humanidad en tres grandes linajes: blanco, amarillo y negro (aquí eufemísticamente rebautizados como “caucasoide”, “mongoloide” y “negroide”). Decimos que es sincrónico porque evita el análisis cronológico, partiendo de un supuesto estado atemporal donde cada tipo o raza parece haber surgido independientemente. Sin embargo este desprecio por el reloj ni suele ser absoluto ni mucho menos explícito, dando lugar a efectistas apariencias de verosimilitud que hay que desenmascarar. La primera de ellas, recordando a Magritte y su pipa, es que lo que vemos arriba no son “tres razas humanas”, ni mucho menos “los tres grandes troncos raciales de la humanidad”, sino sólo tres retratos que ni siquiera representan tres personas reales sino una acumulación de datos anatómicos estereotipados.



En este mapa aparecen los territorios tradicionales de aquellos pueblos cuya imagen coincide significativamente, aunque nunca de forma total, con el aspecto de los tres individuos retratados. Inmediatamente nos sentimos obligados a preguntar de qué raza somos entonces los pueblos que habitamos zonas continentales sin colorear, ya que suponemos la mayoría de la población mundial. Los raciólogos clásicos no dudarían en respondernos que principalmente somos mestizos, derivados o arcaizantes de los tres troncos raciales mencionados, pero en cualquier caso gentes sin un “espíritu racial claro”. El blanco, el negro o el amarillo “puros” (esta y no otra era la denominación empleada) serían estrictamente los aquí coloreados en el mapa. Como vemos llegan a analizar cierta evolución cronológica en las “razas”, pero siempre partiendo de un momento en que los tres grandes troncos raciales están ya establecidos, pues estos son la materia original de la que surge el resto de la humanidad por combinación o mutación. A su vez aprovechan para defender que cada uno de los tres troncos ocupaba originalmente una mayor extensión geográfica, considerando que sus actuales distribuciones son reductos de “pureza racial” libre de las zonas de contagio y mestizaje (en blanco en el mapa). No hay que ser un lince para ver el simplismo de esta teoría, sustentada en la perspectiva eurocéntrica de nuestras primeras exploraciones intercontinentales: frente a un “nosotros” (blancos) surgen los lejanos “otros” (negros al sur, amarillos al este) con los “mestizos” en medio (eslavos, bereberes, árabes o indios). La aparición de nuevos tipos raciales en continentes recién descubiertos (indígenas americanos, australianos, etc.) puso en cuestión el modelo de los tres troncos fundamentales, aunque no faltaron quienes se apresuraron a incluirlos dentro de las categorías existentes (diagnosticando por ejemplo a los australianos como proto-negroides y a los amerindios como mongoloides transgresivos).
El modelo tradicional tiende además a dilatar por todos los medios el innegable origen común de negros, amarillos y blancos. De nuevo es el racismo y el eurocentrismo el único motor, pues al blanco propiamente dicho, puro, o que se cree tal cosa, le repugna profundamente compartir cuna con las poblaciones que considera inferiores por ser de color. Partiendo del deseo inicial de que tal origen común jamás se hubiera dado, el blanco racista no ha hecho sino claudicar a trompicones con la evidencia científica, desde aquel poligenismo que defendía que cada una de las tres grandes razas provenía de un simio diferente hasta el actual multirregionalismo, que remonta el origen de nuestras razas al Homo erectus, teorías de las cuales ya he hablado en otras entradas. Sería además hipócrita y cobarde no denunciar que es el entramado compuesto por la derecha ultraliberal, la pretendida sociobiología y el darwinismo social quién más se beneficia perpetuando este paradigma. Llamemos como llamemos a la ideología subyacente, en todos los casos se precisa que las distintas humanidades hayan accedido independientemente a su modernidad biológica, esto es, que cada raza represente un caso distinto de cómo un pitecantropo (lit. “mono-hombre”) puede volverse plenamente humano. Al llegar cada raza a su humanidad total por distintos caminos y circunstancias se haría necesario reconocer que cada una tendrá sus virtudes y defectos, físicos y espirituales. Es decir, que las poblaciones de un color u otro serían superiores a las demás en unos rasgos e inferiores en otros, lo cual abre el camino a establecer como probable que unas razas hayan salido en general mejor paradas (más virtudes que defectos), y por tanto sean “mejores” que otras, incluso “superiores”.
III. El modelo actual o diacrónico
Afortunadamente, en la década de los 90s del siglo pasado se produjo el comienzo del fin para todos estos intentos de resucitar el racismo científico, y hoy en día es prácticamente inviable defender algo que no sea el origen común, africano y relativamente reciente de todos los humanos actuales. No es preciso ahora hacer un profundo análisis de estas ideas y su solvencia, basta que los interesados en hacerlo busquen en google tecleando por ejemplo “Out of Africa”, “Eva mitocondrial”, “Homo Idaltu” o “Jebel Irhoud”, y se darán cuenta de lo fuerte que ha pegado esta idea revolucionaria de que todos somos sustancialmente negros africanos, modificados luego en lo más superficial de nuestra anatomía al colonizar nuevas regiones del planeta. Esta es la tesis que mayoritariamente suscribo y que puede representarse con este dibujo, muy distinto a los anteriores:

Decimos que el esquema superior es diacrónico porque representa cambios anatómicos a través del tiempo. Pese a ser una escueta simplificación, nos servirá para comprender la dinámica del nuevo paradigma y sus diferencias respecto al anterior. El tipo numerado con un 1 representa al Homo sapiens sapiens original, africano y negro, a partir del cual van surgiendo nuevas formas anatómicas, de las cuales a su vez surgirán otras siguiendo un modelo arbóreo. Hay que aclarar que el surgimiento de nuevos tipos anatómicos no supone la desaparición del tipo ancestral, y de hecho el tipo 1 convive aún con nosotros. Para mayor claridad he asignado códigos de determinados colores para aquellos tipos que son equivalentes en deriva cronológica, siendo el más antiguo y básico el rojo, y el más progresivo y reciente el verde. La primera diferencia respecto al modelo tradicional sincrónico es que, lejos de ser los troncos “raciales” básicos y ancestrales, el “blanco propiamente dicho” (1B1A) y el “amarillo propiamente dicho” (1B2A) son precisamente los últimos en aparecer. Incluso el “negro propiamente dicho” (1A), mucho más antiguo en comparación, tampoco equivale al humano ancestral (1, más indiferenciado). Por el contrario, las hasta hoy tenidas por razas mestizas se convierten en intermediarios cronológicos entre el negro ancestral y los otros dos troncos. En nuestro caso, del tipo panafricano original surgió otro más amulatado (1B) presente principalmente en el norte y el este de África; de él surgió una variedad aún más clara (1B1) cuando Homo sapiens se expande por el Mediterráneo y el Próximo Oriente; finalmente este tipo 1B1 pasa a 1B1A, derivación totalmente albinizada, cuando alcanza el centro y norte de Europa. En resumen, y usando nomenclatura racialista, si el viejo paradigma defendía que el mediterráneo es una mezcla de nórdico y etíope, hoy el mediterráneo (1B1) es visto como hijo del etíope (1B) y padre del nórdico (1B1A).
Una vez que hemos asimilado la médula motor del nuevo paradigma “racial” a través de este esquema, hemos de volver a la realidad, mucho más compleja y que escapa a una representación tan simplista. Sin embargo, y aunque en muchos aspectos lo contradicen, estoy convencido de que estas matizaciones al modelo hacen más por enriquecerlo que por anularlo. Veamos las principales:
- A fin de cuentas, yo también me he dejado engañar por la pipa de Magritte. En realidad no existen los tipos por mí representados sino una serie de rasgos anatómicos aislados que la percepción y la costumbre tienden a agrupar porque son más comunes entre determinados pueblos que en otros. Así, las narices no se estrechan ni los pelos se alisan necesariamente al ritmo en que se aclaran las pieles o los labios adelgazan. Cada rasgo anatómico estudiado por los racialistas merecería su propio esquema arbóreo.
- Tampoco he representado todos los tipos catalogados por los especialistas como “razas” presentes o históricas, sino que he elaborado un árbol muy simplificado que explique la proveniencia real de los “grandes troncos raciales” de la tradición antropológica.
- Las flechas intentan resumir en un brusco salto lo que en realidad está compuesto por infinitos grados anatómicos (clinas). En una representación más realista, pero sin duda más confusa, las flechas deberían componerse no de líneas sino de cadenas donde cada pequeño eslabón lo forma una clina anatómica, una cabeza para cada grado de la transición.
- Finalmente, hay que abordar el talón de Aquiles de muchas de las posturas diácrónicas. Si los tradicionalistas carecían de la perspectiva temporal, a los modernos se les olvida lo geográfico (que en genética equivale a mestizaje). Los tradicionalistas esquivan la perspectiva diacrónica por racismo, mientras que los modernos huyen del mestizaje porque amenaza con desbaratar sus pulcras líneas evolutivas. Pero es innegable que absolutamente todos los grupos humanos se han sometido al mestizaje en todas las direcciones de su rosa de los vientos. De este modo nuestro esquema debería representar también flechas bidireccionales que conecten a todos los tipos que sean vecinos geográficos. Más aún, dado que en pasadas entradas suscribimos la hibridación entre ancestros del hombre y del chimpancé (durante nada menos que cuatro millones de años), parece ridículo no contemplar una misma posibilidad entre los Homo sapiens modernos y otras poblaciones de Homo sapiens o de Homo en general. Si el mestizaje entre sapiens modernos difumina las líneas de evolución somática, la mezcla genética con otras humanidades (en cantidad y calidad aún por determinar) inyecta y sustrae elementos anatómicos de forma inesperada. Para los aún renuentes al mestizaje entre especies Homo, recordar que la mejor manera de ser diacrónico es la que pone al hombre en contexto con todo su ciclo evolutivo, haciendo que lo que un día fue posible lo sea también después. Por mi parte no soy racista con las demás especies humanas y, aunque me siento mayoritariamente descendiente de sapiens modernos africanos, estoy seguro de que algún ramalazo llevo de neandertal malagueño, erectus granadino o sapiens arcaico marroquí.
Como vemos el cuadro se ha complicado hasta casi lo ininteligible, y esa ha sido la principal razón de que desistiera de representarlo con mucho más rigor. Sólo quiero que se retenga la idea de una evolución diacrónica a partir de un humano moderno que surgió en África bajo condiciones tropicales, y por tanto muy similar a los actuales negros subsaharianos. Sus descendientes irán cambiando de aspecto a medida que se expandan de su cuna africana hacia nuevos climas y mestizajes, en un proceso que no ha cesado hasta hoy y que ha dado lugar a la grandiosa variedad, adaptabilidad y belleza de nuestros tipos actuales. Dicho proceso de expansión se ha llevado a cabo en diferentes momentos, a diferentes ritmos, con distintas ratios de mestizaje intra- e inter-específico, por diferentes rutas (incluso simultáneas), etc. Pero lo más importante es que se trata de una expansión de rasgos anatómicos sueltos, no necesariamente de paquetes “raciales”. Todo ello nos tiene que volver muy cautelosos a la hora de determinar el aspecto anatómico de un pueblo como el de Afroiberia a lo largo de su historia. Y aunque por ese motivo desisto de elaborar una teoría demasiado perfilada al respecto, creo que existen elementos lo bastante sólidos como para defender cierto canon anatómico afroibérico. Aunque es muy general, cuenta con lo indispensable para trastocar la visión tradicional, y eurocentrista, que se tiene aún sobre el aspecto físico de nuestros tatarabuelos remotos. Lo desarrollaremos en la siguiente entrada de esta serie.