viernes, 9 de abril de 2010

Mitología “griega” y Afroiberia

Los mitos griegos están cargados de información que directa o indirectamente hace referencia a nuestra Península, aunque ya sabemos (v. diciembre de 2008) lo mucho que los oficialistas reniegan de dicha información. Si la literatura antigua en general les horroriza por ser testigo de nuestra grandeza y de nuestro afro-asiatismo respecto a otras regiones de Europa, y si su única forma de contraatacarla reside en el desprecio y la frivolidad, en el caso de la mitología el ensañamiento ha de ser lógicamente mayor. Estas sugerentes leyendas sobre dioses, héroes y monstruos acaban tan sometidas al descrédito y la reinterpretación critico-textual, pero también a la propaganda audiovisual, que resulta muy difícil acceder hoy a lo que aquellos griegos realmente quisieron reflejar, incluso cuando las fuentes originales siguen estando ahí para el que las necesite. Cuando me decidí a abordar este tema en el blog y descubrí que incluso para mí era difícil imaginar otra Medusa que la genialmente esculpida por Ray Harryhausen para Furia de Titanes, comprendí que era necesaria esta introducción antes de abordar cada mito por separado.

1. ¿Qué es un griego?

Vaya pregunta, dirán mis lectores más occidentalizados: griegos son los habitantes de Grecia, por siempre y hasta siempre, cuna y bastión de la europeidad a la que hoy todos nos sumamos, cuna asimismo de la democracia, la lógica, las bellas artes y un sinnúmero de medallas más. En cuanto nos susurran “Grecia” al oído nos transportamos a la estampa de un puñado de hombres blancos decidiendo su destino en asamblearia libertad bajo espléndidos pórticos de mármol y rodeados de estatuas del mayor realismo. Pero, ¿y si imaginamos una mezcla de moros y eslavos seduciendo a una virgen ante una “tosca” diosa-totem policromada y untada en grasa de cerdo, entre braseros donde arde droga? Seamos sinceros, es una imagen muy poco “greco-latina” o “clásica” para nuestro gusto. Sin embargo esto es histórica y arqueológicamente tan griego o más que la imagen anterior. Para que muchos salgan de su asombro, y no pocos de su indignación, hemos de incorporar la variante cronológica a nuestro análisis. El tiempo va mudando las formas con rapidez, y las esencias con algo más de lentitud, así que en Historia y Arqueología estamos acostumbrados a que nos dosifiquen diferentes culturas, incluso etnias, para una misma región en sus distintos períodos. Así tenemos la secuencia etruscos-romanos-italianos, los tartesios-iberos-hispanos, los cananeos-fenicios-púnicos, los sumerios-babilonios-asirios, etc., y mucho ojito con confundirlos o serás rápidamente machacado por la crítica historiográfica. Sin embargo existen dos significativas excepciones a esta norma, Egipto y Grecia, que actúan más como paradigmas o “dioses tutelares” de lo afroasiático y europeo respectivamente, que como realidades históricas. Los griegos han de ser siempre griegos sin importar su fecha y geografía, siendo un claro ejemplo Alejandro Magno, que naciendo en lo que hoy se llama Macedonia y ayer era Yugoslavia, en fechas tan recientes como el s.IVaC., es uno de los pilares básicos del imaginario filohelénico. Nosotros no podemos aceptar sin más este prejuicio, y por el contrario debemos comprometernos con una definición de lo griego equiparable a la que tenemos de lo etrusco, lo ibero o lo cananeo. Creo que lo más sincero y justo sería establecer como paradigmáticamente griego el período cultural y artístico que conocemos como “clásico”, y que va desde el inicio de las Guerras Médicas hasta el liderazgo macedonio, aunque aquí seremos tan generosos de extenderlo hasta la muerte de Alejandro el Grande. El siglo de Pericles, el arte de Fidias o Mirón, la filosofía de Sócrates y Platón, las colonias mediterráneas, Aristóteles enseñando a Alejandro, todo lo que en definitiva imaginamos como característicamente griego se encuentra comprendido en este período (499.-323aC.).

Antes de estas fechas no había “griegos”, del mismo modo que no nos permiten hablar de tartesios durante el bronce almeriense, sino de argáricos, ni tampoco durante la dominación romana, momento en que hay que hablar de ibero-turdetanos. El problema, si es que puede llamarse así, es que la etapa que más nos interesa para los primeros contactos entre Grecia y de Afroiberia, y más aún para el surgimiento de los mitos griegos, abarca precisamente desde el s.XI al VIaC., momento que corresponde, por orden cronológico, con la Edad oscura y el Período arcaico de la nomenclatura griega. En esa etapa no hubo democracias sino reinados, el arte era geométrico y orientalizante, el alfabeto fenicio se acababa de incorporar tras la pérdida de las escrituras lineales, y en general se delata una fuerte influencia egipcia, hitita, pero sobre todo cananea. Entiéndase que esta gente hablaba ya griego, y formaban el sustrato genético de los que luego se llamarán con propiedad griegos, pero no eran aún griegos en el sentido historiográfico del término, porque tenían otras propiedades y conductas culturales y por estar aún en su fase formativa. A lo sumo podrían ser considerados proto-griegos, y es así como los denominaremos en este blog. Más importante aún que todo esto es el hecho de que no existieran trazas de una conciencia pan-helénica hasta las Guerras Médicas: las distintas polis griegas lucharon continuamente entre sí bajo la acusación mutua de “bárbaras” hasta que literalmente tuvieron el aliento persa en sus nucas, y ni aún entonces consiguieron una unión estable y sentida. Este de la identidad griega es un tema que sin duda excede este post y que espero resolver en un futuro monográfico. Por ahora sólo nos debe quedar claro que durante los siglos XI-VIaC. no existe en absoluto una idea concreta de lo que supone ser griego, y que la influencia “orientalizante” era entonces en Grecia tan determinante como lo estaba siendo coetáneamente en Afroiberia y el resto del Mediterráneo.

2. Mitología… ¿“griega”?

“Por otra parte, los nombres de casi todos los dioses han venido a Grecia procedentes también de Egipto”. Son palabras textuales de Heródoto (484-425aC) que resumen la idea general que tenían los griegos del Período clásico sobre su pasado arcaico y oscuro. Si he seleccionado esta frase y autor entre muchos otros (Esquilo, Platón, Tucídices, Isócrates, etc.) que también testimonian la asimilación masiva de elementos cananeos y egipcios por parte de Grecia arcaica, es porque se refiere específicamente a los mitos y la religión. No pretendo que tomemos al pie de la letra dicha afirmación de Heródoto, pero sí que la sometamos a una rebaja que sea justa. Es imposible no deducir de ella una fuerte influencia extranjera en los mitos griegos, aunque no sea en todos, aunque no siempre provenga de Egipto, pero con tanta veracidad de fondo que permitiera al “padre de la Historia” decirlo sin caer por ello en un total descrédito erudito y popular. Contrariamente a lo que muchos creen, eran los griegos los primeros en reivindicar su raíz y memoria afroasiática, y lo hacían porque entonces no existía el racismo tal y como hoy lo entendemos (supremacismo blanco), pero también porque había muchas culturas afroasiáticas que aún mantenían su hegemonía en el marco internacional. Decir que se tenía sangre fenicia o egipcia era más un lustre que una lacra.

De los dos párrafos anteriores obtenemos sendos motivos para dudar de que estos mitos merezcan ser tan alegremente calificados como “griegos”: en primer lugar por nacer en una Grecia en la que aún no hay “griegos” propiamente dichos y, en segundo, porque en su composición abundan elementos inspirados en mitologías extranjeras. Hay además un tercer motivo basado en abundantes pruebas que apuntan a que ese ánimo sincretista no era privativo de Grecia sino de todo el Mediterráneo. Una vez más aparece nuestra mentalidad cartesiana, impidiéndonos en este caso aceptar que un mismo sustrato mitológico pudiera ser compartido por pueblos tan distintos. Desgraciadamente, algunas de las más importantes mitologías mediterráneas, como la fenicia, la cretense, la chipriota, la cartaginense o la etrusca pueden considerarse perdidas en la medida en que no conservamos de ellas extensos textos originales sino textos lapidarios y referencias indirectas. Aún así, lo poco que nos llega confirma la idea de este sincretismo mitológico pan-mediterráneo, probablemente consolidado durante la etapa conocida como orientalizante. Tampoco ayuda a nuestro argumento el que las únicas mitologías mediterráneas conservadas en cantidad y calidad parecidas a la griega, o al menos igualmente divulgadas, sean la romana y la egipcia. En el caso egipcio, nos topamos con un universo en parte coincidente (sustrato sahariano-mediterráneo) y en parte divergente (sustrato nilótico-subsahariano) respecto a los mitos griegos, alimentando el bulo de que, de haberse conservado igual, el resto de mitologías mediterráneas serían igualmente exóticas. En el segundo caso, el paradigma occidental necesita hacer de Roma hija primogénita y testigo de antorcha de Grecia, así que los evidentes paralelismos entre las mitologías de una y otra son considerados como una mera herencia recibida total y acríticamente. Esta idea de una mitología greco-romana opuesta frente al resto de creencias mediterráneas es totalmente falsa, tanto en el sentido de que las demás mitologías vecinas se les parecían mucho más de lo que se dice, como en el sentido de que las propias mitologías griega y romana diferían entre sí mucho más de lo que se quiere reconocer.

3. Trucos de académico.

Vamos ahora a prevenirnos contra algunas de las estrategias que más suelen emplear los especialistas para contraatacar este tipo de documentación mitológica, y más en concreto cuando la Península Ibérica se ve implicada. De hecho podemos afirmar que son los académicos españoles, con su europeísmo acomplejado, los que con más saña aplican todas y cada una de estas tretas que a continuación describimos.

- Desmitificación. Se trata de un truco de alcance general para todas las fuentes escritas de la Antigüedad, que consiste en negarles sistemáticamente la credibilidad a los autores antiguos. Mucho más dañina, pero muy común, es la mercenaria puesta en práctica de este ideal, que acaba prostituido con el fin de otorgar más credibilidad a aquellas fuentes que confirmen nuestro actual paradigma eurocentrista y negársela totalmente a los autores y textos que vengan a amenazarlo. Por si fuera poco esta desmitificación emplea por lo común un tono agresivo y despectivo que no sólo afecta a los autores clásicos implicados sino que se extiende a los actuales académicos, ya escasos, que sigan creyendo en la utilidad de estas fuentes. El problema no es tanto si esos documentos son o no veraces sino la brutal censura que hay alrededor del tema: a poco que hables de Gerión o de los atlantes sin afán de ridiculizarlos serás automáticamente considerado un mistificador, un pirado, un forofo localista, un inculto o algo peor. De hecho supongo que más de un lector se habrá apeado del blog en cuanto he asomado por aquí estos temas.

- Mito translatorio. Este recurso está especialmente indicado para los relatos de la mitología “griega” que atañen a nuestra Península y a otras regiones lejos de Grecia. Consiste en negar una ubicación geográfica fija para aquellos mitos relacionados con los “confines del mundo”, pues este sería un concepto sujeto a los conocimientos geográficos que tuvieran los griegos en cada etapa. Los mitos “griegos” sobre Iberia habrían sido ubicados originalmente en el poniente griego, luego en Sicilia, Cerdeña, y así sucesivamente hasta llegar a nuestras tierras, pues sólo se ubicaron aquí por representar los confines geográficos occidentales. Esto suena bastante lógico, pero es necesariamente falso porque no coinciden los tiempos, es decir, porque los griegos tomaron conocimiento del Mediterráneo mucho antes de tener definida su mitología. Prueba de ello es la aparición de restos micénicos en Italia, Sicilia, Cerdeña, y hasta en Córdoba, por no hablar de evidencias de un circuito comercial (por ejemplo de obsidiana) muy anterior. En el caso hipotético de que unos proto-griegos como Hesíodo u Homero (primeros en fijar por escrito los mitos “griegos”) hubieran olvidado los antiguos contactos con el Mediterráneo occidental, la corriente cultural denominada “orientalizante”, con su clara influencia pan-mediterránea y con los cananeos como principales promotores, los habrían sacado de su olvido. Y si no, se lo contarían los de Cirenaica, a su vez informados por los siracusanos, todos ellos medio griegos, pues nada puede detener el hilo cultural e informativo de la navegación de cabotaje. De propina, decir que este argumento translatorio descansa en el prejuicio de suponer a los “griegos” más lógicos, más listos en definitiva, que el resto de sus vecinos: nuestros demócratas y filosóficos griegos no podían creer que perros de tres cabezas y centauros habitaran a pocos kilómetros de sus ciudadelas, no señor. De poco parece servir la multitud de mitos en que estos bichos fantásticos son localizados dentro de la propia Grecia sin necesitar de ningún proceso translatorio para sobrevivir, así como los conocidos casos de habitantes de los confines geográficos del mito griego que ni eran monstruosos ni improbables.

- Grecocentrismo. Como hemos dicho, tendemos a pensar que la mitología “griega” es un patrimonio que sólo pertenecía a los “griegos”. Cuando encontramos divergencias entre un mito griego y otro cananeo, por lo demás muy similares, solemos considerar al segundo una adulteración tardía y bárbara del primero, original y verdadero. Esto ocurre incluso cuando nos enfrentamos a incongruencias entre la mitología griega y la romana, a pesar de que en muchos casos esa divergencia italiana esté atestiguada desde tiempos etruscos. Debemos comprender que la mitología griega no es matriz del resto de mitologías mediterráneas con arquetipos y nombres parecidos, sino una más de las muchas que hubo. Lo que pasa es que es una de las más antiguas de entre las mejor conservadas, y sin duda es la más idolatrada por el paradigma eurocentrista hoy vigente.

- Generalización del plano mitológico. Hace tiempo vimos que mito e Historia no son realidades contrapuestas sino sucesivas. Existe por supuesto un mito puramente espiritual y cosmogónico, pero también hay una mitología imbricada en lo mundano a través de los héroes y sus hazañas. A veces se nos está contando algo que es más histórico que divino (como sagas reales, exploraciones geográficas, crisis sociales, etc.), pero que ha sido dotado de un formato metafórico, fantasioso y musical para sobrevivir los estragos de la tradición oral. Por otra parte es muy común que se inserte información bastante pedestre dentro de estos mitos, como si nos dicen que a Odiseo lo visitó Atenea mientras se despiojaba con un peine impregnado en aceite, ejemplo que me acabo de inventar. Lo importante es distinguir entre la confianza que nos merece la aparición divina, del grado de credibilidad que hemos de conceder al método de desparasitarse de los proto-griegos. No aprovechar este tipo de información es tan zafio como creer imposible que los Picapiedra, por ser ficción humorística ambientada en el paleolítico, puedan representar cabalmente el “sueño americano” de los años sesenta.

- Tratamiento desequilibrado de las fuentes. Imaginemos que quince obras greco-latinas radican en Iberia un mito determinado, y que dentro de este grupo se encuentran tanto los testimonios más antiguos, los escritores clásicos más respetados, así como las versiones más extensas y pormenorizadas de dicho mito. Pues bien, a los eurocentristas y acomplejados les bastará para refutarlas el servirse de una sola fuente tardía que haga una mención muy breve sobre otro autor algo anterior cuya obra se ha perdido actualmente. Y todo porque la susodicha fuente defiende que tal mito no estaba en la Península sino en un punto remoto de Grecia, Italia o el Mar Negro. Más que analizar el contenido de los textos con un espíritu abierto lo que se hace es rastrear aquellas fuentes que mejor sirven a nuestros intereses, sin importar su peso o antigüedad, y después propagar que esa y no otra es la documentación más solvente. Ni que decir tiene que esta actitud sinvergüenza no prosperaría tanto como lo hace hoy si el público decidiera consultar las fuentes antiguas originales y no conformarse con adaptaciones para la tele o, peor aún, con el cultureta y tópico “según las fuentes antiguas”.

Tras estas indicaciones podemos volver al punto de partida, los textos mitológicos de Grecia, y establecer un nuevo modo de interpretarlos sin incurrir en repeticiones durante los sucesivos artículos monográficos que escriba sobre el tema. La tesis general defiende el importante rol que jugó la Península Ibérica en determinadas sagas de la mitología “griega”, además de establecer que los proto-griegos sabían perfectamente donde estaba Iberia y cuales eran sus características geográficas, étnicas, históricas, etc. Son por tanto mitos adjudicados a conciencia y desde el principio a nuestras tierras, y en no pocos casos traslucen unas realidades sociales, geográficas, naturales, culturales, etc. que se corroborarán en las descripciones que posteriormente nos harán autores ya sí considerados como historiadores de pleno derecho. Tan importante como esto es defender que dichas leyendas no deben ser interpretadas como “mitos griegos en los que casualmente sale nuestra Península” sino como mitos mediterráneos, tan ibéricos, cananeos o etruscos como griegos, aunque fueran estos últimos los únicos conservados, los mejor redactados, o simplemente aquellos con los que estamos más familiarizados.