jueves, 22 de abril de 2010

Melqart-Hércules (2)

Melqart en Heracles

Sabemos que la leyenda de Heracles es una de las más extensas y complejas de la mitología griega, así que sería inútil tratar de glosarla completamente en este artículo. Tampoco entra en nuestros objetivos, pues sólo nos interesan de este dios aquellos aspectos que puedan estar relacionados con el Melqart fenicio y en concreto con Afroiberia. Es muy normal que aún siendo Heracles en gran parte la asimilación griega de un mito cananeo tenga una personalidad propia, producto tanto de deidades autóctonas que se le sumaron al principio, como de la deriva cultural helena posterior, cada vez más alejada del influjo próximo-oriental. Esa es la razón principal de que no podamos limitarnos a rellenar la ausencia de documentación cananea sobre Melqart con la ingente literatura greco-latina en torno a Heracles-Hércules.

El punto de partida debe ser la datación correcta del mito de Heracles, entendiendo por tal la búsqueda de textos que lo mencionen o de arte plástico que lo represente por vez primera, tal y como hicimos con Melqart, y no la divagación indogermanista sobre tradiciones orales milenarias que se conceden o se niegan según el color del pueblo que las reivindique. El primer autor que cita a Heracles es Hesíodo (s.VIII-VII) en su Teogonía, aunque sólo lo hace nueve veces y de forma muy superficial. Con todo, sorprende que dos de ellas estén relacionadas con el occidental Gerión, del que hablaremos en otro post, y tres más con su parentela (los hijos de Forcis y Ceto). Los únicos “trabajos” que menciona son el mentado de Gerión, el de la Hidra y el del León de Nemea. Contemporáneo o algo posterior es Homero, el cuál da una versión del dios algo diferente de la que luego se divulgó en época clásica. Por ejemplo, sólo cita el “trabajo” del Cerbero, también muy occidental, aunque conoce la existencia de otros trabajos (athloi) e incluso caricaturiza a Euristeo por su cobardía. Otra interesante rareza de Homero es la creencia de que, tras la muerte del dios, su sombra cazaba animales salvajes en el Hades mientras el Heracles real vivía en el Olimpo, lo cual es pura reminiscencia del Melqart vencedor de la muerte, señor de las bestias y cazador errante. Para corroborarlo, también menciona la victoria en combate de Heracles sobre Hades, dios infernal, que no es muy empleado en la literatura posterior. Además, el espíritu salvaje, los apetitos inmoderados, lo cómico incluso, son elementos muy típicos del Heracles homérico que de nuevo lo emparentan con Melqart, Bes, Gilgamesh, Sansón, etc.

Pero Hesíodo y Homero no eran griegos propiamente dichos sino proto-griegos. La Hellas de los s.VIII y VIIaC. estaba totalmente sometida al influjo extranjero después del despiste cultural que sobrevino tras la debacle micénica, los llamados “siglos de oscuridad”. Entre las culturas más decisivas en la forja de lo que hoy conocemos por “griego” están los cananeos, por más que esto escueza. Hasta el alfabeto tuvieron que tomarlo de ellos los proto-griegos porque habían perdido su escritura linear-B, y cada vez son más evidentes la presencia de numerosos cananeos entre la población local, a veces como metecos (inmigrantes) individuales, pero también bajo la forma de auténticos emporios independientes. ¿Colonias fenicias en “tierra santa”? ¡Anatema! -dirán los supremacistas blancos. Que pregunten entonces a los propios griegos, sus idolatrados griegos, por Cadmo y Danao, hasta los que por cierto entroncaba la estirpe del propio Heracles. Quitémonos pues la venda eurocentrista y reconozcamos que nada hay en la técnica, artes, costumbres y cultura de estos proto-griegos que no pueda ser remitido a algún fenómeno previo proveniente de Egipto, Anatolia, pero sobre de Canaán. La mitología no pudo estar a salvo de dichos procesos culturizadores.

La siguiente escala del camino nos saca de Grecia para transportarnos a Chipre. Pido que antes de avanzar tomemos el atlas y contemplemos largo rato la isla y su posición geoestratégica. Hoy escuchamos “Chipre” y pensamos en una isla griega más, pero esto no tiene ningún fundamento geográfico, pues por su posición los chipriotas aborígenes han tenido más que ver con turcos y sirios que con helenos. La bicefalia actual de la isla no ayuda a esclarecer este asunto ya que la parte griega, la más volcada en investigar, lo hace con un descarado interés por subyugarse al registro arqueológico hallado en Grecia. Tanto que para los siglos que nos ocupan siguen pretendiendo que los chipriotas eran muy griegos… ¡cuando estos no existían aún! Por mucho que en el s.VIIIaC. ya hubiera una población chipriota grecoparlante, nada salvo un testimonio epigráfico podría distinguirla de cualquier otra cultura “orientalizante” del momento, ya fuera fenicia, griega o gaditana. Pues bien, en esta isla y durante este ambiguo período aparecen las primeras representaciones artísticas de Heracles, a las que debemos remontar al menos hasta el s.VIIaC. Una de las razones es que ya en este siglo aparecen terracotas que representan a Gerión, y de ahí podemos deducir que también se representase al dios que le dio muerte aunque no lo conservemos. Otra de las razones es que a partir del s.VI se popularizan las estatuas en caliza de los llamados “heracles chipriotas”, debiendo suponerle ensayos más modestos desde al menos un siglo antes, como al parecer demuestra una estatuilla acéfala de Heracles del Museo de Nicosia. Pero por encima de todo está el hecho de que desde los s.VIII-VIIaC. la presencia cananea es masiva en la isla, superando con creces, tanto en número como en desarrollo cultural, a la población grecoparlante. Tengamos muy en cuenta que fueron los tirios los máximos responsables de la “colonización” chipriota, de los cuales Melqart era el dios tutelar. Volvamos a las estatuas del “heracles chipriota” y describámoslo como un joven robusto ataviado con la “leontis” (piel de león colocada a la manera de Bes), la clava (maza basta) en una mano, y el cachorro de león en otro, ¿a qué nos suena? Para colmo, subrayemos con Vassos Karageorghis (pope máximo del grecocentrismo arqueológico en Chipre) que “a Heracles se le veneraba sobre todo en Kition, donde la influencia de los fenicios era muy grande”. Digo yo que para atar estos cabos no se precisa mucho oficio: en Grecia las primeras representaciones del dios con la piel de león y la maza son necesariamente posteriores (cerámicas de finales del sVIaC.) y deudoras de las chipriotas. Antes de eso, los proto-griegos representaban a Heracles como un señor barbudo indistinguible de cualquier otro héroe salvo por la acción que llevaba a cabo o por una grafía que lo identificara, costumbre que nunca se perdió del todo.

Lám. 2. Desarrollo iconográfico de Heracles. Las figuras 1, 3 y 4 son representaciones chipriotas de un ser a medio camino entre Melqart y Bes, muy probablemente inspiradas en una tradición cananea (fig. 2). Notemos como esa figura perdura hasta fechas y geografías tan lejanas como la Basilicata del s.IVa.C. (fig.5), aunque en la forma de un Heracles rechoncho y caricaturesco. En el s.VIIaC. surge el tipo iconográfico llamado “Heracles chipriota” (fig. 6-14), aunque su mayor popularidad se dio a partir del s.VIaC., cuando incluso se exportó a Grecia continental, Italia del sur y Asia menor. Los proto-griegos, que tenían a Chipre por un referente artístico, incorporaron muy pronto esta innovación del Heracles leonado, como demuestran las cerámicas negras de mediados del s.VIaC. (fig. 15). Esta proximidad temporal, esta rapidez en la copia, permite a muchos autores eurocentristas defender la primacía iconográfica griega a base de manipular las horquillas temporales, pero dejan un montón de cuestiones en el aire: ¿qué tiene de europeo una piel de león? (y no me vengan con los arqueológicamente inexistentes “leones micénicos”), ¿cómo es que iconográficamente este Heracles entronca más con Melqart-Bes-Gilgamesh que con cualquier forma autóctona de Grecia, Anatolia o Macedonia?, ¿Por qué es Chipre, totalmente influenciado por los cananeos, el lugar donde más se populariza este tipo, hasta el punto de expandirse por templos de todo el Mediterráneo oriental?, ¿Por qué su postura es calcada a la de la Estela de Amrit?

Nos detendremos ahora en los llamados “trabajos de Heracles”, asunto sobre el que existe mucha confusión, no siempre desinteresada. Contrariamente a lo que presuponemos, no se conserva una edición unitaria de dichos trabajos, y muchos dudan que existiera jamás, aunque los antiguos atribuían algo parecido a un tal Peisandro de Rodas (s.VII-VI a.C.). Su número tampoco fue fijo a lo largo del tiempo, oscilando entre diez o doce, y aún dentro de la misma cantidad no habían de coincidir los trabajos recopilados por distintas listas. En cuanto a su originalidad, el chasco es supremo: existen listas de “trabajos” muy similares atribuidos a Teseo, Argos o Belorofonte, por citar sólo los más famosos. Por otra parte, cualquier antropólogo te dirá que estas sagas o ciclos suelen ser recopilaciones de episodios sueltos de un mismo héroe, producto de diferentes comarcas y épocas, que han sido unidos bajo un artificial hilo conductor, usualmente propagandista, para dotarlos de sentido unitario. Los “doce trabajos” de Heracles serían un ejemplo paradigmático. Ya vimos que los padres de la mitología griega no citan más trabajos que los de Gerión, la Hidra o el león de Nemea (Hesíodo) y el de Cerbero (Homero). También vimos que los académicos se apresuran a recordarnos que Homero sí que menciona en general los “athloi” del dios, su relación con Euristeo, etc. Pero en griego “athlós” significa simplemente “combate, lucha, afán, trabajo, prueba o penalidad”, así que Homero podía estar pensando en cualquiera de las innumerables pruebas y contiendas a las que se enfrentó Heracles durante su dilatada carrera, no en el ciclo que hoy conocemos como los “12 trabajos” de Heracles. Una prueba de que esta lista que hoy creemos inamovible pudo ser muy distinta es la cantidad de “trabajos” del dios que quedan fuera de esta saga (Anteo, Caco, Aqueloo, Neso, etc.). La razón de que los académicos se aferren a la tesis de que los “12 trabajos” son una narración unitaria, original y argumentalmente ordenada es tan simple y eurocentrista como la nacionalidad micénica de Euristeo. Pero recordemos que este rey no es mencionado por Hesíodo, el cual tampoco se hace eco de ninguna saga de “trabajos”, sino que parte de Homero, escritor que precisamente ambientaba sus versos en la Grecia Micénica. Según el proceso de génesis de estos ciclos o sagas, remontarlos a una época muy antigua y supuestamente gloriosa es lo habitual, por lo que decir que el mito de los “12 trabajos” es de origen micénico supone una simpleza.

Pero lo que a nosotros nos interesa más de esos “12 trabajos” es su relación con Afroiberia. Efectivamente, los tres últimos trabajos (Gerión, Hespérides y Cerbero) apuntan claramente a nuestras tierras o a una zona africana próxima a Gibraltar, cuestión que trataremos en profundidad próximamente. Al interpretar los “athloi” como unidad, muchos académicos (no pocos de ellos españoles) han pretendido defender que estos tres últimos mitos son un añadido posterior, y por tanto una parte secundaria de la saga. Esto es evidentemente contradictorio pues no puedes aceptar la unidad de la saga y la vez la presencia de añadidos. Para salvar el tipo, su esquema defiende una acumulación “sedimentaria” de trabajos, que incluso se reflejaría en su orden actual: empezarían con los cinco primeros trabajos, desarrollados geográficamente en el Peloponeso, que serían la saga auténtica y original, luego se habrían añadido en épocas relativamente antiguas los trabajos 6 al 9 y finalmente, mucho después, las hazañas 10 a 12. Pero entonces, ¿por qué Hesíodo relaciona a Heracles con Gerión desde la primera vez que lo cita (trabajo 10), o por qué Homero sólo menciona el combate con Cerbero (trabajo 12)?, es decir, ¿por qué los mitos atlanto-gibraltareños son precisamente los primeros en desarrollarse? Además, el argumento académico parece obviar una de las más importantes facetas del mito heracleo, que claramente hereda de Melqart: la apoteosis o subida al Olimpo. Se trata de una cuestión que trasciende de largo los “12 trabajos” pues atañe a la naturaleza general del dios, o del héroe, pues ahí radica la clave. Heracles nace hombre hijo de Zeus, Hera celosa lo persigue con saña, él supera sus encerronas una y otra vez hasta morir en una de ellas, tras lo cual es elevado a los cielos por la piedad divina. Heracles es metáfora de redención, de superación, incluso hasta el punto de vencer la muerte. De ahí que el mito de Cerbero no se encuentre casualmente al final de la lista de “athloi”, sino que represente el final de la carrera profesional de este mortal convertido en dios, algo por cierto inédito en el resto de mitos griegos. Con el tiempo las leyendas de Heracles se acumularían más allá de los “trabajos” y al final dio la sensación de que la derrota de Cerbero y el episodio de la muerte de Heracles eran asuntos sin relación. Pero estoy seguro de que aunque sólo conserváramos una saga de cinco “trabajos”, el de Cerbero cerraría la lista pues era el más importante de ellos, el desenlace de toda la trama. Podemos suponer que este enorme peso dentro del conjunto se tradujera originalmente en una mini-saga occidental que incorporara al de Cerbero los mitos de las Hespérides y de Gerión. Una de las razones es la posibilidad de escoger una lista de 10 y no de “12 trabajos”, donde el décimo agruparía los trabajos 10-12 de la segunda lista. Esto viene confirmado por el personaje de Gerión, que guarda mucha relación con el de Hades, con su perro Orto calcado del Cerbero y su morada en el ocaso, así como por el también atlántico Jardín de las Hespérides, encarnación en este caso de la faceta más amable de la ultratumba: el jardín de los bienaventurados.

CONCLUSIONES.

Alrededor del s.XIa.C., Tiro comenzó a descollar entre las ciudades fenicias debido a su original búsqueda de recursos por las rutas occidentales hasta dar con Gadir. Es evidente que el acceso a nuestra cuádruple frontera, afro-europea y atlanto-mediterránea, supuso un gran impacto no sólo para los tirios, principales beneficiados, sino para todos sus vecinos. Durante todo este proceso, que no acabó de cristalizar en grandes ciudades ultramarinas hasta el s.VIIIaC., la figura de Melqart era omnipresente, hasta el punto de poder denominar dichas exploraciones como “evangélicas”. Más aún, el propio dios fue ganando envergadura a medida que lo hacían sus devotos tirios y los emporios a él consagrados, hasta convertirse en un mito pan-mediterráneo. Los proto-griegos, absolutamente imbuidos de cultura cananea por esa época, hicieron del “Amante de Astarté” la “Gloria de Hera”, y con el dios recibieron toda una serie de mitos referidos a las “Estelas de Melqart”, ahora “Columnas de Heracles”. Sea por sobrecogimiento ante la verdadera amplitud del mundo, sea por intereses comerciales, los cananeos transmitieron al Mediterráneo la idea del “non plus ultra”, es decir, la de que más allá de Cádiz estaba el fin del mundo. No era desde luego una creencia opuesta a las mitologías antiguas, pues todas solían poner el Infierno en esa dirección inspiradas por el ocaso solar. Aquello era TRT-, el lugar donde el Sol-Melqart se hundía en su amante AsTaRTé, glorificándola y fecundándola, no sin cierta resistencia previa, cierto ritual de apareamiento con sus consiguientes pruebas a superar.

Los fenicios adaptaron, o vieron cumplidas proféticamente, según se mire, las leyendas de Melqart a partir de sus exploraciones por nuestras costas. Gadir era el premio a su azaroso peregrinar, la llegada a un lugar que siendo de otro mundo estaba en este, y por tanto no puede verse como una mera parte del mito sino, literalmente, como su apoteosis. Por desgracia no han sobrevivido narraciones ni poemas cananeos que se refieran detalladamente a Melqart, así que no podemos reconstruir su mito, pero es plausible encontrar su reflejo en el primer Heracles de los proto-griegos. Como no podía ser menos, sabemos que desde Hesíodo y Homero la saga occidental protagonizó el mito heracleo, aún antes de la existencia de los “12 trabajos”. A poco que prestemos atención, las evidencias entre esas leyendas y la empresa tiria se hacen evidentes: navegando en el cuenco del Sol hacia occidente, Heracles debe ejercer la diplomacia (Atlas) o la fuerza bruta (dragón de las Hespérides, Gerión, Anteo) si quiere obtener riquezas (manzanas de oro, rojas vacadas). El capítulo final era ni más ni menos la victoria sobre la muerte (Hades y Cerbero, pero también Gerión y Orto) y la conversión de un hombre en dios olímpico, lo cual en cierto modo también retrata a los tirios, antaño humildes y sometidos como su dios, y ahora referente comercial de todo el mundo conocido. Parece evidente que con la figura de Melqart los proto-griegos recibieron inseparablemente, y en lugar de honor, su saga de mitos gibraltareños. Desconocemos cuántos de ellos deben algo a un sustrato mitológico afroibérico (da igual de qué orilla), pero es evidente que cuanto menos los fenicios se inspiraron en nuestras tierras y gentes para construirlos.

En resumen, no entiendo la actual línea académica al respecto, consistente en restar toda importancia a los últimos “trabajos” de Heracles al tiempo que se le niega una ubicación determinada, y menos todavía en el perímetro de Gibraltar. Como suele pasar los españoles son los primeros en sumarse a esta campaña desmitificadora por considerarla muy moderna y “anti-españolista”, lo cual es una forma más del atávico racismo del norte contra el sur peninsular. Finalmente, cuando sus adalides son los propios académicos afroibéricos, lo cual no es en absoluto un caso excepcional, sólo puedo sentir abatimiento. Pero más allá de los usos propagandísticos que se pueda sacar al tema, existen poderosas razones de tipo literario o simbólico que impiden mutilar a Melqart-Heracles de sus andanzas por Afroiberia. Quitarle a Heracles el combate contra Gerión y Orto es como quitarle a la Guerra de las Galaxias el duelo entre Luke Skywalker y Darth Vader, como Caperucita sin rajar al lobo o, mejor aún, como una larguísima telenovela sin sus tres últimos capítulos.

miércoles, 21 de abril de 2010

Melqart-Hércules (1)

El parentesco entre el dios cananeo Melqart con el grecolatino Heracles/Hércules no sólo obedece a una tradición historiográfica reciente sino que arranca de los propios autores antiguos, quienes ya los identificaban como una misma divinidad vista desde distintas culturas. Por desgracia, y como cabría esperar, los académicos sesgan esta asociación hasta reducir a Melqart al papel de mero “Hércules tirio”, cuando lo justo sería todo lo contrario, esto es, cuando habría que hablar mejor de un “Melqart heleno” (Heracles), de un “Melqart etrusco” (Hercle), de otro “Melqart romano” (Hércules), etc. Se trata de una cuestión tan compleja en su simbología y tan prolija en argumentos arqueológicos y textuales, que por ahora sólo podemos limitarnos a citar de pasada aspectos que merecerán ser profundizados más adelante. De hecho, me conformaría con que quedaran claros una serie de postulados evidentes e irrenunciables, que sin embargo suelen ser escamoteados cuando se afronta esta cuestión. Los enumero ahora porque si el lector los acepta a primera lectura, el resto del post es pura redundancia:

1. Melqart está documentado arqueológicamente antes que Heracles, tanto a nivel textual como iconográfico.

2. Los grecolatinos eran los primeros en defender que el “Hércules tirio” (Melqart) era más antiguo que el olímpico, así como que existía otro, egipcio, aún más ancestral.

3. Melqart es dios tutelar de Tiro, la metrópoli de Gadir, emporio que su vez tuvo el honor de acoger el que probablemente fue el templo a Melqart-Heracles más famoso del Mundo Antiguo.

4. Durante el largo proceso en que se fragua Gadir (s.XII-VIIaC.), el cananeo ostenta una clara ventaja tecno-comercial respecto al proto-griego, al que influye y “coloniza” en muchos aspectos, incluido el mitológico.

5. El mito griego de Heracles nace hacia el final de este período de exploraciones por Gibraltar, con una fuerte carga argumental y estética de origen semita. De hecho, muchas de sus más antiguas e importantes hazañas se desarrollan precisamente en el occidente mediterráneo y en la proximidad atlántica, esto es Afroiberia y su contraparte magrebí: “El Dorado fenicio”.

A partir de estos cinco puntos podemos establecer la siguiente hipótesis: estas aventuras occidentales de Heracles (Gerión, Hespérides, Cerbero, Atlas, Anteo, etc.) son muy probablemente heredadas del Melqart tirio, y algunas incluso podrían remontarse a un sustrato mitológico libio-tartésico asimilado por los cananeos. A su vez es muy importante subrayar que el Melqart tirio, y por tanto el gadirita y afroibérico, poco o nada le debería al Heracles griego, al que por el contrario nutriría simbólica y argumentalmente. De ahí que haya que denunciar la pueril actitud académica al respecto, consistente en supeditar nuestra arqueología afroibérica al concepto y fósil-guía de un Hércules greco-latino. Esto les lleva a proferir sandeces como que aquí no hubo culto al dios, fuera de aquellos emporios fenicos que emitieron moneda con un “Heracles” perfectamente identificable desde el imago greco-latino.

Melqart cananeo

Tres son los problemas fundamentales que impiden un estudio cómodo y exhaustivo del dios Melqart:

1. La desaparición casi total de los documentos originales cananeos, sea por usar preferentemente soportes efímeros (arcilla, papiro, etc.), sea por la sistemática destrucción de la biblioteca púnica que Roma llevó a cabo.

2. La idiosincrasia espiritual semita, que emplea un gran número de títulos indirectos para designar a sus dioses, en lugar de algo parecido a un nombre propio, y que para colmo hace compartir los mismos títulos entre distintos dioses.

3. El ya citado grecocentrismo que nos hace buscar agresivamente lo que de Heracles-Hércules tenga el mito cananeo, despreciando el resto como contaminación oriental. Si unimos la escasez de documentación cananea al hecho de que el mito de Hércules-Heracles es quizás el más extenso y popular del mundo grecolatino, la fagocitación parece prácticamente inevitable.

Melqart es como dijimos un título, no un nombre propiamente dicho, compuesto de Melek (rey) y Qart (ciudadela), por tanto “rey de la ciudad”. Se trata de un apelativo relativamente reciente, pues no aparece (hasta donde se) en los textos ugaríticos o proto-fenicios. Es más, cuando la Biblia (1Re 18) narra como Elías se burlaba de un dios tirio equivalente en rasgos a Melqart, nos sorprende encontrar que lo llama Baal (“señor”), un nombre tradicionalmente asignado a otra deidad cananea, concretamente a su padre. La primera referencia cierta y arqueológica sobre Melqart es la denominada estela de Bar-Hadad, fechada al menos en el s.IXaC. En ella no sólo aparece un relieve de nuestro dios, con lo que podemos determinar algunos de sus rasgos iconográficos, sino que también se lee claramente su nombre como destinatario de la ofrenda. Al haberse localizado dicha estela al norte de Aleppo (Siria, casi Turquía), es plausible suponer que su culto en Fenicia fue bastante anterior. Si confiamos en Flavio Josefo (Ant.8.5.3), fue Hiram I (965-935aC.) quien construyó su templo e instauró su culto en la ciudad de Tiro, con lo que ya nos situamos en el s.XaC. Mucho más difícil de digerir es la información que Heródoto (2:44) dijo recibir de los sacerdotes del templo a Melqart en Tiro, pues asignaron nada menos que 2.300 años de antigüedad al santuario y a la ciudad.

En cuanto a sus características, no es un dios sencillo de etiquetar. Además de patrón de Tiro y sus empresas, era el dios tutelar del curso del sol, de los ciclos vegetales, del mar, del mundo de ultratumba, o de inventos tan importantes como el tinte de púrpura, el cultivo del olivo, la confección de barcos, etc. Esto fastidia a los que gustan de listas mágicas para equiparar panteones, los que se engañan pensando que todo es tan simple como identificar los fenicios Reshef, Adonis y Melqart con Apolo, Dionisos y Heracles respectivamente. Lo cierto es que cada uno de estos seis dioses tienen evidentes parecidos, todos con respecto a los demás, que probablemente remiten a un sustrato de leyendas panmediterráneas relacionadas con el “dios-hijo”. Más aún, lo vimos en la Biblia, Melqart a menudo usurpa apelativos y características de su “dios padre”, delatando con ello que fue en su día el dios principal para determinados cananeos, como en el caso tirio. Por todo ello Melqart es un dios que no sólo se confunde con sus “hermanos” (Reshef, Eshmun, Adonis), sino también con sus “primos” (Heracles, Dionisos, Apolo), e incluso con sus teóricos ancestros (Baal, El, Hadad). En cualquier caso, la conclusión básica de este párrafo es que Melqart tenía unas atribuciones mucho más ambiciosas y polivalentes que su contraparte grecolatina. Esto provoca un predecible agravio comparativo que impulsa a los eurocentristas a tachar a Melqart de “dios sincrético”, como si los únicos dioses “coherentes” fueran los dedicados a una sola faceta (dios de la guerra, dios de la agricultura, dios artesano, etc.). A todos ellos habría que recordarles que nuestro propio Dios bíblico está sujeto a una multitud de nombres (El, Yah, Elohim, YHWH Sebaot, Shadday, Melej a Olam, Adonai, etc.), algunos por cierto compartidos con el panteón cananeo, al tiempo que ostenta la tutela no sólo de muchas sino de absolutamente todas las facetas de la existencia. La explicación para toda esta variedad de nombres y atributos en Melqart puede ser reconstruida, pero para llevarla a cabo necesito una vez más de la fe de los lectores. Detenerse en cada argumento convertiría este artículo, ya de por sí largo, en interminable, así que prefiero hacer una sinopsis que ojalá un día tenga tiempo de ampliar.

Melqart fue probablemente un dios muy antiguo, de una naturaleza vital, sexual y solar que se corresponde con la mayoría de “machos consortes” de tantas mitologías arcaicas, y no en vano era llamado a menudo “Esposo de Astarté”, reminiscencia de cuando el culto lo protagonizaba la diosa. Claro es que dentro de este esquema antiguo suele haber también un dios oculto como ancestro de la pareja divina, pero no se le organizaba culto ni se le dirigían plegarias. La sustitución de este tipo de deidades masculinas como Melqart por otras más siderales y lejanas (Baal, Zeus), durante el II milenio aC., suele ser achacada a la llegada de otras etnias (indoeuropeismo) o distintos roles de género (patriarcado vs. matriarcado) pero creo que el motivo principal fue el cambio en la sociedad y sus jerarquías: los proto-estados necesitarían dioses que representaran a sus líderes, es decir, que fueran necesariamente distantes y un puntito despóticos y arbitrarios. Como la tendencia natural del mito es integradora, no es extraño que el dios destronado cediera el puesto al nuevo, el cual pasaba a ser su padre mimetizándose con aquel otro dios, innominado, padre de todos los dioses. Curiosamente la deidad femenina suele mantenerse estable, y sólo cambia de nombre (Baalat, Astart, Aserah, etc.) para evitar implicaciones incestuosas con el dios antiguo, antes su amante y ahora su hijo. Pero los pueblos demuestran una tozuda preferencia por estos dioses destronados, posiblemente por considerarlos más humanos y atractivos, más identificables con las miserias humanas y más sensibles a nuestras plegarias. Este Melqart primitivo, muy cercano al Bes egipcio, al Sansón bíblico y al Gilgamesh mesopotámico, es fuerte, a veces peludo, casi leonino, de insaciable apetito y líbido, temperamental pero noble, divertido y terrible a la vez, y a menudo representado como señor de las bestias. Como fuerza natural masculina es también el Sol, que calienta a la diosa Tierra para sacar vida de sus entrañas, pero que además vive en continuo peregrinar por el horizonte hasta desaparecer en Occidente. Tras el ocaso Melqart-Sol ha de atravesar los infiernos, de los que sale glorioso por el oriente para volver a empezar el ciclo eterno, sean días, lunas o años. Sobre la paradoja de que un tipo tan salvaje pueda ser llamado “Rey de la ciudad”, pensemos en el proceso de “doma” que sufre Enkidu, sombra de Gilgamesh, o en la paradoja de que el rudo Sansón sea uno de los jueces del antiguo Israel: el paradigma del hombre-dios que primero es civilizado por los dioses para luego pasar a ser civilizador de hombres. Bajo esta nueva faceta aparecerá representado como un bello joven, símbolo de la plenitud solar renacida.

Lám.1. Desarrollo iconográfico de Melqart. Comenzamos con la estela de Bar-Hadad (1), del s.IXa.C., donde aparece un hombre barbado, con un hacha o maza al hombro y algo en la otra mano (¿un ankh?), faldellín egipcio, y gorro abombado. Abajo, y destacado en blanco, aparece la grafía MLQRT. Le sigue otra estela (2), la de Amrit (s.IX-VIIIaC.), donde aparecen las primeras referencias al león, no sólo aquel sobre el que camina sino también la cría que lleva en una mano. Si nos fijamos, se trata de un tema recurrente y muy anterior en el Próximo oriente tanto en la iconografía de Gilgamesh (6) como en la del Señor de las bestias (5), donde el animal aparece sujeto de la misma manera que lo hace en el Melqart de Amrit (2). Otra fuente simbólica e iconográfica de la que se nutre Melqart es el dios egipcio Bes (7), muy antiguo y también leonino. Este Bes guarda asimismo gran relación con el Señor de las bestias, flanqueado a menudo por dos leones como aparece en esta cama del ajuar de Tutankamon. La cosa le vendría incluso de atrás, pues ya el dios que le prefigura en tiempos prehistóricos, Aha (8), tiene rasgos o vestidos de león y subyuga bestias, en este caso dos serpientes, con sendas manos. Para el s.VIIIaC. parece que Melqart presentaba muchos de los rasgos que tradicionalmente presuponemos privativos de Heracles, como puede comprobarse en estas tres figuras sacadas del cuenco de Idalión (3). He dejado para el final una serie (4) de cuatro sellos procedentes de Ibiza y datados entre 550 y 350aC., de un tipo muy común en el Mediterráneo de la época y claramente relacionados con lugares de ocupación o frecuentación cananea. Los dos primeros guardan un innegable parecido con los Melqart de Bar-Hadad y Amrit: barba, maza-hacha, gorro abombado y faldellín, y mientras el primero copia la maza al hombro de Bar-Hadad, el segundo se aproxima visualmente al de Amrit. El tercero de los sellos muestra un Melqart que todos nos apresuraríamos a definir como Heracles si no fuera porque acabamos de comentar las representaciones número 3, 7 y 8, por no hablar de que su postura es calcada a la de Amrit. Finalmente no me he podido resistir al cuarto sello, que considero que también representa a Melqart: león en el escudo, maza-hacha, gorro oriental, etc., pero sobre todo por caminar sobre el mar y por mostrar junto al hombro una rama de olivo.

Desde nuestra distancia parece que Melqart era el dios principal de todos los fenicios, lo cual es falso. Sidón y Biblos fueron las potencias comerciales cananeas anteriores a Tiro, a la que por cierto subyugaron, y tenían otros dioses tutelares: Biblos a Adonis y Sidón a Eshmun. Tiro era una ciudad menor con una deidad menor, reciente, o con una advocación (“Rey de la Ciudad”) del dios-hijo que tenía poca tradición en Canaan, pero un día todo eso cambió drásticamente. Desde luego, si el culto a Melqart fue anterior al éxito internacional tirio, la cosa roza lo milagroso. Tengamos en cuenta los atributos del dios, solar, oceánico, en eterna busca del poniente donde se hunde en los infiernos, y ahora comparémoslo con la aventura que llevó a los tirios a Gadir o Lixus. Tiro fue la ciudad fenicia, levantina en general, que más se proyectó hacia occidente, arriesgando donde otros no se atrevieron. Cada emporio que fundó lo dedicó a Melqart, y en el caso de Gadir, el non plus ultra, edificó un templo que en poco tiempo superó al de la metrópoli en prestigio. Ni que decir que todo ese riesgo, que a veces parece fruto de la devoción y la emulación de su dios oceánico-solar, les reportó grandes beneficios precisamente gracias a la minería, el fruto de los infiernos, y gracias a un ubérrimo paisaje propio del jardín celestial. Repito, si no se confeccionó el dios a tenor de los nuevos descubrimientos, es decir, si no se le hizo solar porque hacía falta ir a Occidente, si no se le hizo océano y padre de marinos por viajar a Cádiz en navíos, si no se le hizo vencedor de la ultratumba para explicar el copioso beneficio en metal, etc., la cosa da un poco de escalofrío. De ser cierta esta lotería, me cuesta trabajo imaginar cómo la vivieron los propios tirios, aunque hubo de ser algo tan espectacular y milagroso para ellos que dejaría al mesianismo de los puritanos norteamericanos a la altura de una babucha. Lo único evidente es que unir Tiro con Gadir, los dos extremos del Mediterráneo, supuso un aumento exponencial del poder y prestigio tanto del dios Melqart como de sus ahijados tirios.

viernes, 9 de abril de 2010

Mitología “griega” y Afroiberia

Los mitos griegos están cargados de información que directa o indirectamente hace referencia a nuestra Península, aunque ya sabemos (v. diciembre de 2008) lo mucho que los oficialistas reniegan de dicha información. Si la literatura antigua en general les horroriza por ser testigo de nuestra grandeza y de nuestro afro-asiatismo respecto a otras regiones de Europa, y si su única forma de contraatacarla reside en el desprecio y la frivolidad, en el caso de la mitología el ensañamiento ha de ser lógicamente mayor. Estas sugerentes leyendas sobre dioses, héroes y monstruos acaban tan sometidas al descrédito y la reinterpretación critico-textual, pero también a la propaganda audiovisual, que resulta muy difícil acceder hoy a lo que aquellos griegos realmente quisieron reflejar, incluso cuando las fuentes originales siguen estando ahí para el que las necesite. Cuando me decidí a abordar este tema en el blog y descubrí que incluso para mí era difícil imaginar otra Medusa que la genialmente esculpida por Ray Harryhausen para Furia de Titanes, comprendí que era necesaria esta introducción antes de abordar cada mito por separado.

1. ¿Qué es un griego?

Vaya pregunta, dirán mis lectores más occidentalizados: griegos son los habitantes de Grecia, por siempre y hasta siempre, cuna y bastión de la europeidad a la que hoy todos nos sumamos, cuna asimismo de la democracia, la lógica, las bellas artes y un sinnúmero de medallas más. En cuanto nos susurran “Grecia” al oído nos transportamos a la estampa de un puñado de hombres blancos decidiendo su destino en asamblearia libertad bajo espléndidos pórticos de mármol y rodeados de estatuas del mayor realismo. Pero, ¿y si imaginamos una mezcla de moros y eslavos seduciendo a una virgen ante una “tosca” diosa-totem policromada y untada en grasa de cerdo, entre braseros donde arde droga? Seamos sinceros, es una imagen muy poco “greco-latina” o “clásica” para nuestro gusto. Sin embargo esto es histórica y arqueológicamente tan griego o más que la imagen anterior. Para que muchos salgan de su asombro, y no pocos de su indignación, hemos de incorporar la variante cronológica a nuestro análisis. El tiempo va mudando las formas con rapidez, y las esencias con algo más de lentitud, así que en Historia y Arqueología estamos acostumbrados a que nos dosifiquen diferentes culturas, incluso etnias, para una misma región en sus distintos períodos. Así tenemos la secuencia etruscos-romanos-italianos, los tartesios-iberos-hispanos, los cananeos-fenicios-púnicos, los sumerios-babilonios-asirios, etc., y mucho ojito con confundirlos o serás rápidamente machacado por la crítica historiográfica. Sin embargo existen dos significativas excepciones a esta norma, Egipto y Grecia, que actúan más como paradigmas o “dioses tutelares” de lo afroasiático y europeo respectivamente, que como realidades históricas. Los griegos han de ser siempre griegos sin importar su fecha y geografía, siendo un claro ejemplo Alejandro Magno, que naciendo en lo que hoy se llama Macedonia y ayer era Yugoslavia, en fechas tan recientes como el s.IVaC., es uno de los pilares básicos del imaginario filohelénico. Nosotros no podemos aceptar sin más este prejuicio, y por el contrario debemos comprometernos con una definición de lo griego equiparable a la que tenemos de lo etrusco, lo ibero o lo cananeo. Creo que lo más sincero y justo sería establecer como paradigmáticamente griego el período cultural y artístico que conocemos como “clásico”, y que va desde el inicio de las Guerras Médicas hasta el liderazgo macedonio, aunque aquí seremos tan generosos de extenderlo hasta la muerte de Alejandro el Grande. El siglo de Pericles, el arte de Fidias o Mirón, la filosofía de Sócrates y Platón, las colonias mediterráneas, Aristóteles enseñando a Alejandro, todo lo que en definitiva imaginamos como característicamente griego se encuentra comprendido en este período (499.-323aC.).

Antes de estas fechas no había “griegos”, del mismo modo que no nos permiten hablar de tartesios durante el bronce almeriense, sino de argáricos, ni tampoco durante la dominación romana, momento en que hay que hablar de ibero-turdetanos. El problema, si es que puede llamarse así, es que la etapa que más nos interesa para los primeros contactos entre Grecia y de Afroiberia, y más aún para el surgimiento de los mitos griegos, abarca precisamente desde el s.XI al VIaC., momento que corresponde, por orden cronológico, con la Edad oscura y el Período arcaico de la nomenclatura griega. En esa etapa no hubo democracias sino reinados, el arte era geométrico y orientalizante, el alfabeto fenicio se acababa de incorporar tras la pérdida de las escrituras lineales, y en general se delata una fuerte influencia egipcia, hitita, pero sobre todo cananea. Entiéndase que esta gente hablaba ya griego, y formaban el sustrato genético de los que luego se llamarán con propiedad griegos, pero no eran aún griegos en el sentido historiográfico del término, porque tenían otras propiedades y conductas culturales y por estar aún en su fase formativa. A lo sumo podrían ser considerados proto-griegos, y es así como los denominaremos en este blog. Más importante aún que todo esto es el hecho de que no existieran trazas de una conciencia pan-helénica hasta las Guerras Médicas: las distintas polis griegas lucharon continuamente entre sí bajo la acusación mutua de “bárbaras” hasta que literalmente tuvieron el aliento persa en sus nucas, y ni aún entonces consiguieron una unión estable y sentida. Este de la identidad griega es un tema que sin duda excede este post y que espero resolver en un futuro monográfico. Por ahora sólo nos debe quedar claro que durante los siglos XI-VIaC. no existe en absoluto una idea concreta de lo que supone ser griego, y que la influencia “orientalizante” era entonces en Grecia tan determinante como lo estaba siendo coetáneamente en Afroiberia y el resto del Mediterráneo.

2. Mitología… ¿“griega”?

“Por otra parte, los nombres de casi todos los dioses han venido a Grecia procedentes también de Egipto”. Son palabras textuales de Heródoto (484-425aC) que resumen la idea general que tenían los griegos del Período clásico sobre su pasado arcaico y oscuro. Si he seleccionado esta frase y autor entre muchos otros (Esquilo, Platón, Tucídices, Isócrates, etc.) que también testimonian la asimilación masiva de elementos cananeos y egipcios por parte de Grecia arcaica, es porque se refiere específicamente a los mitos y la religión. No pretendo que tomemos al pie de la letra dicha afirmación de Heródoto, pero sí que la sometamos a una rebaja que sea justa. Es imposible no deducir de ella una fuerte influencia extranjera en los mitos griegos, aunque no sea en todos, aunque no siempre provenga de Egipto, pero con tanta veracidad de fondo que permitiera al “padre de la Historia” decirlo sin caer por ello en un total descrédito erudito y popular. Contrariamente a lo que muchos creen, eran los griegos los primeros en reivindicar su raíz y memoria afroasiática, y lo hacían porque entonces no existía el racismo tal y como hoy lo entendemos (supremacismo blanco), pero también porque había muchas culturas afroasiáticas que aún mantenían su hegemonía en el marco internacional. Decir que se tenía sangre fenicia o egipcia era más un lustre que una lacra.

De los dos párrafos anteriores obtenemos sendos motivos para dudar de que estos mitos merezcan ser tan alegremente calificados como “griegos”: en primer lugar por nacer en una Grecia en la que aún no hay “griegos” propiamente dichos y, en segundo, porque en su composición abundan elementos inspirados en mitologías extranjeras. Hay además un tercer motivo basado en abundantes pruebas que apuntan a que ese ánimo sincretista no era privativo de Grecia sino de todo el Mediterráneo. Una vez más aparece nuestra mentalidad cartesiana, impidiéndonos en este caso aceptar que un mismo sustrato mitológico pudiera ser compartido por pueblos tan distintos. Desgraciadamente, algunas de las más importantes mitologías mediterráneas, como la fenicia, la cretense, la chipriota, la cartaginense o la etrusca pueden considerarse perdidas en la medida en que no conservamos de ellas extensos textos originales sino textos lapidarios y referencias indirectas. Aún así, lo poco que nos llega confirma la idea de este sincretismo mitológico pan-mediterráneo, probablemente consolidado durante la etapa conocida como orientalizante. Tampoco ayuda a nuestro argumento el que las únicas mitologías mediterráneas conservadas en cantidad y calidad parecidas a la griega, o al menos igualmente divulgadas, sean la romana y la egipcia. En el caso egipcio, nos topamos con un universo en parte coincidente (sustrato sahariano-mediterráneo) y en parte divergente (sustrato nilótico-subsahariano) respecto a los mitos griegos, alimentando el bulo de que, de haberse conservado igual, el resto de mitologías mediterráneas serían igualmente exóticas. En el segundo caso, el paradigma occidental necesita hacer de Roma hija primogénita y testigo de antorcha de Grecia, así que los evidentes paralelismos entre las mitologías de una y otra son considerados como una mera herencia recibida total y acríticamente. Esta idea de una mitología greco-romana opuesta frente al resto de creencias mediterráneas es totalmente falsa, tanto en el sentido de que las demás mitologías vecinas se les parecían mucho más de lo que se dice, como en el sentido de que las propias mitologías griega y romana diferían entre sí mucho más de lo que se quiere reconocer.

3. Trucos de académico.

Vamos ahora a prevenirnos contra algunas de las estrategias que más suelen emplear los especialistas para contraatacar este tipo de documentación mitológica, y más en concreto cuando la Península Ibérica se ve implicada. De hecho podemos afirmar que son los académicos españoles, con su europeísmo acomplejado, los que con más saña aplican todas y cada una de estas tretas que a continuación describimos.

- Desmitificación. Se trata de un truco de alcance general para todas las fuentes escritas de la Antigüedad, que consiste en negarles sistemáticamente la credibilidad a los autores antiguos. Mucho más dañina, pero muy común, es la mercenaria puesta en práctica de este ideal, que acaba prostituido con el fin de otorgar más credibilidad a aquellas fuentes que confirmen nuestro actual paradigma eurocentrista y negársela totalmente a los autores y textos que vengan a amenazarlo. Por si fuera poco esta desmitificación emplea por lo común un tono agresivo y despectivo que no sólo afecta a los autores clásicos implicados sino que se extiende a los actuales académicos, ya escasos, que sigan creyendo en la utilidad de estas fuentes. El problema no es tanto si esos documentos son o no veraces sino la brutal censura que hay alrededor del tema: a poco que hables de Gerión o de los atlantes sin afán de ridiculizarlos serás automáticamente considerado un mistificador, un pirado, un forofo localista, un inculto o algo peor. De hecho supongo que más de un lector se habrá apeado del blog en cuanto he asomado por aquí estos temas.

- Mito translatorio. Este recurso está especialmente indicado para los relatos de la mitología “griega” que atañen a nuestra Península y a otras regiones lejos de Grecia. Consiste en negar una ubicación geográfica fija para aquellos mitos relacionados con los “confines del mundo”, pues este sería un concepto sujeto a los conocimientos geográficos que tuvieran los griegos en cada etapa. Los mitos “griegos” sobre Iberia habrían sido ubicados originalmente en el poniente griego, luego en Sicilia, Cerdeña, y así sucesivamente hasta llegar a nuestras tierras, pues sólo se ubicaron aquí por representar los confines geográficos occidentales. Esto suena bastante lógico, pero es necesariamente falso porque no coinciden los tiempos, es decir, porque los griegos tomaron conocimiento del Mediterráneo mucho antes de tener definida su mitología. Prueba de ello es la aparición de restos micénicos en Italia, Sicilia, Cerdeña, y hasta en Córdoba, por no hablar de evidencias de un circuito comercial (por ejemplo de obsidiana) muy anterior. En el caso hipotético de que unos proto-griegos como Hesíodo u Homero (primeros en fijar por escrito los mitos “griegos”) hubieran olvidado los antiguos contactos con el Mediterráneo occidental, la corriente cultural denominada “orientalizante”, con su clara influencia pan-mediterránea y con los cananeos como principales promotores, los habrían sacado de su olvido. Y si no, se lo contarían los de Cirenaica, a su vez informados por los siracusanos, todos ellos medio griegos, pues nada puede detener el hilo cultural e informativo de la navegación de cabotaje. De propina, decir que este argumento translatorio descansa en el prejuicio de suponer a los “griegos” más lógicos, más listos en definitiva, que el resto de sus vecinos: nuestros demócratas y filosóficos griegos no podían creer que perros de tres cabezas y centauros habitaran a pocos kilómetros de sus ciudadelas, no señor. De poco parece servir la multitud de mitos en que estos bichos fantásticos son localizados dentro de la propia Grecia sin necesitar de ningún proceso translatorio para sobrevivir, así como los conocidos casos de habitantes de los confines geográficos del mito griego que ni eran monstruosos ni improbables.

- Grecocentrismo. Como hemos dicho, tendemos a pensar que la mitología “griega” es un patrimonio que sólo pertenecía a los “griegos”. Cuando encontramos divergencias entre un mito griego y otro cananeo, por lo demás muy similares, solemos considerar al segundo una adulteración tardía y bárbara del primero, original y verdadero. Esto ocurre incluso cuando nos enfrentamos a incongruencias entre la mitología griega y la romana, a pesar de que en muchos casos esa divergencia italiana esté atestiguada desde tiempos etruscos. Debemos comprender que la mitología griega no es matriz del resto de mitologías mediterráneas con arquetipos y nombres parecidos, sino una más de las muchas que hubo. Lo que pasa es que es una de las más antiguas de entre las mejor conservadas, y sin duda es la más idolatrada por el paradigma eurocentrista hoy vigente.

- Generalización del plano mitológico. Hace tiempo vimos que mito e Historia no son realidades contrapuestas sino sucesivas. Existe por supuesto un mito puramente espiritual y cosmogónico, pero también hay una mitología imbricada en lo mundano a través de los héroes y sus hazañas. A veces se nos está contando algo que es más histórico que divino (como sagas reales, exploraciones geográficas, crisis sociales, etc.), pero que ha sido dotado de un formato metafórico, fantasioso y musical para sobrevivir los estragos de la tradición oral. Por otra parte es muy común que se inserte información bastante pedestre dentro de estos mitos, como si nos dicen que a Odiseo lo visitó Atenea mientras se despiojaba con un peine impregnado en aceite, ejemplo que me acabo de inventar. Lo importante es distinguir entre la confianza que nos merece la aparición divina, del grado de credibilidad que hemos de conceder al método de desparasitarse de los proto-griegos. No aprovechar este tipo de información es tan zafio como creer imposible que los Picapiedra, por ser ficción humorística ambientada en el paleolítico, puedan representar cabalmente el “sueño americano” de los años sesenta.

- Tratamiento desequilibrado de las fuentes. Imaginemos que quince obras greco-latinas radican en Iberia un mito determinado, y que dentro de este grupo se encuentran tanto los testimonios más antiguos, los escritores clásicos más respetados, así como las versiones más extensas y pormenorizadas de dicho mito. Pues bien, a los eurocentristas y acomplejados les bastará para refutarlas el servirse de una sola fuente tardía que haga una mención muy breve sobre otro autor algo anterior cuya obra se ha perdido actualmente. Y todo porque la susodicha fuente defiende que tal mito no estaba en la Península sino en un punto remoto de Grecia, Italia o el Mar Negro. Más que analizar el contenido de los textos con un espíritu abierto lo que se hace es rastrear aquellas fuentes que mejor sirven a nuestros intereses, sin importar su peso o antigüedad, y después propagar que esa y no otra es la documentación más solvente. Ni que decir tiene que esta actitud sinvergüenza no prosperaría tanto como lo hace hoy si el público decidiera consultar las fuentes antiguas originales y no conformarse con adaptaciones para la tele o, peor aún, con el cultureta y tópico “según las fuentes antiguas”.

Tras estas indicaciones podemos volver al punto de partida, los textos mitológicos de Grecia, y establecer un nuevo modo de interpretarlos sin incurrir en repeticiones durante los sucesivos artículos monográficos que escriba sobre el tema. La tesis general defiende el importante rol que jugó la Península Ibérica en determinadas sagas de la mitología “griega”, además de establecer que los proto-griegos sabían perfectamente donde estaba Iberia y cuales eran sus características geográficas, étnicas, históricas, etc. Son por tanto mitos adjudicados a conciencia y desde el principio a nuestras tierras, y en no pocos casos traslucen unas realidades sociales, geográficas, naturales, culturales, etc. que se corroborarán en las descripciones que posteriormente nos harán autores ya sí considerados como historiadores de pleno derecho. Tan importante como esto es defender que dichas leyendas no deben ser interpretadas como “mitos griegos en los que casualmente sale nuestra Península” sino como mitos mediterráneos, tan ibéricos, cananeos o etruscos como griegos, aunque fueran estos últimos los únicos conservados, los mejor redactados, o simplemente aquellos con los que estamos más familiarizados.