jueves, 30 de octubre de 2008

Aberraciones académicas II. El Pasado Remoto y el Método Científico

La entrada que hoy publico me resulta bastante complicada de abordar y puede decirse que tengo bastante miedo a ofender a personas que no lo merecen, pero ahí va: yo no creo que los estudios sobre Pasado Remoto deban ser considerados “ciencia” en el sentido de “disciplina que sigue el método científico”. Ante todo debo aclarar que yo provengo del mundo de las letras y las artes, así que no estoy arrimando precisamente el ascua a mi sardina. De hecho me he podido llevar más de un tirón de orejas de mi entorno de “letras” o de “ciencias sociales” por sostener desde hace tiempo tal tesis.

 

Siguiendo ese modo simple, simplón o simplista según prefieran, que tengo para abordar los temas, les voy a contar cómo lo veo yo. Para empezar no idolatro el método científico (desde ahora MC) como panacea que explique cada aspecto de la vida, y no es sólo porque no pueda calibrar la calidad de un beso, que por supuesto, sino porque en general se le escapan todos los asuntos referidos a valores intangibles, de los cuales el humano está lleno. Cuando hacemos una selección de personal, cuando escogemos qué presidente nos gobernará o cuando decidimos qué es mejor para nuestros hijos, jamás empleamos el MC. No digo que no fuera viable emplearlo sino que simplemente nos olvidamos de él. En realidad el MC es un protocolo muy estricto, y por tanto limitado a un sector de nuestra realidad, aquel que se puede enumerar, pesar y medir. Eso sí, dentro de aquellos campos donde tiene competencia, se muestra como el mejor método posible. Y es esa fama de método óptimo la que ha llevado a una especie de locura social que pone la etiqueta de científico a todo aquello que se quiere hacer pasar por “serio”, “garante”, “verdadero”, etc. Nuestros nuevos cultos son el cientificismo y el maquinismo, como antes lo fue el dogma y la fe. Antiguamente muchos querían hacer pasar sus opiniones por “palabra de Dios” y hoy se prefieren vender como “palabra del chuflantador de eones microgobulares”. Si los “atrasados” musulmanes siguen empeñados en sólo comprar alimentos “halal” (bendecidos y aptos), nosotros no hacemos sino lo mismo respecto al “L-casei inmunitas”, el “omega3”, el “DHA”, etc.

 

Como digo, todos queremos ser en mayor o menor medida “científicos”, y en nuestro caso se traduce que donde antes decíamos ciencias y letras, hoy hay que decir ciencias “puras” y “ciencias” sociales o humanísticas. Mi empeño no está sólo en demostrar que tal adjetivo es inmerecido para las Humanidades sino en dejar muy claro que con mi negativa no rebajo sino que ensalzo los estudios no científicos. Ciencias, MC sin matices, son únicamente las matemáticas, la química, ese tipo de cosas, y como sabemos es un mundo limitado a unas realidades tan ciertas como obvias, demasiado materiales para explicar la complejidad humana. Por ejemplo el MC no permite la interpretación, sino únicamente la contrastación de datos empíricos. Aunque los científicos nos hablen a veces de sus “interpretaciones”, estas no son ni por asomo el ejercicio de poética que supone, por ejemplo, interpretar qué llevo al colapso del Imperio Romano. Luego hay otras disciplinas que sin ser MC soportan una responsabilidad legal que no permite muchas tonterías (derecho, medicina, etc.) y que por necesidad acaban siendo bastante científicas o empíricas. Finalmente encontramos aquellos campos de estudio que ni son MC puro ni tampoco tienen una presión ambiental que les prohíba hacer disparates, y en este grupo entran plenamente las Humanidades. Supongamos que un mismo día un médico decide empezar a operar sin lavarse las manos y un profesor universitario a enseñar a sus alumnos que el latín no proviene del indoeuropeo sino del sioux, ¿cuál de los dos desmanes provocará mayor impacto social y de modo más inmediato?

 

Los estudios de Pasado Remoto (arqueología, prehistoria, etc.) son un tipo especialmente poco científico de los estudios sociales, y la razón principal es precisamente la de estudiar el pasado. El MC exige que las tesis sean contrastadas sobre el objeto de estudio, pero en nuestro caso tal objeto de estudio se ha esfumado. Tenemos restos, trozos, pistas, como las de un policía, pero ya no está aquí esa escena del pasado ni lo va a estar jamás, por lo que no podemos contrastar nuestras teorías. Podemos establecer teorías sobre los restos y contrastarlo de nuevo en los restos, pero en ningún caso hasta dar cuerpo a algo parecido a nuestra historiografía actual. ¿Acaso no es científico analizar una muestra de un yacimiento? Lo es al cien por cien, pero con esos resultados sólo podemos aclarar aspectos muy pedestres. La ciencia opera sobre el pasado remoto de una forma similar a una gran lente, pues ofrece una gran cantidad de datos irrefutables sobre un elemento demasiado limitado del análisis. Exactamente igual a si un tipo cree que mirando el mundo sólo a través de un microscopio llegará a conocerlo mejor que el que lo divisa humana y panorámicamente.

 

Supongo que muchos pensarán que por qué me meto ahora con los pobres humanistas, que al fin y al cabo eso de “científico” no es más que una etiqueta honorable en nuestros tiempos que a nadie perjudica. Pero este asunto no es tan sencillo ni tan inocente. Dos son las consecuencias más evidentes y dañinas para nuestros estudios de Pasado Remoto: el inventario neurótico y el dogmatismo. En primer lugar, hemos logrado que ese microscopio se imponga como modo de percepción respetable y eso ha desembocado en una hiper-especialización y una mediocridad en los estudios que tira patrás. “Cuencos planos hemicarenados de época tardo-calcolítica en el valle bajo del Guadalpopón” puede ser perfectamente el título de cualquier artículo de prensa o tesis doctoral de hoy día. Nadie aventura una hipótesis de conjunto, nadie coordina todos esos esfuerzos de hormiguita midiendo bordes de vasijas rotas, recontando microlitos y estableciendo porcentajes según su forma y dimensiones, sino que todos están entregados a ese inventariado febril a la espera de que, como el Golem, un día todas esas clasificaciones y descripciones cobren vida por si solas. Nadie procesa, nadie digiere el alimento inventariado de los almacenes y, como en casa, ya hay muchos que han caducado sin pasar por la cocina. Esto es lo que se ve “científico” mientras que la interpretación de datos es considerada perniciosa. Sin embargo tal interpretación se da irremediablemente, lo que nos lleva la segunda consecuencia fatal, el dogmatismo.

 

Como al final es inevitable interpretar esos datos, pero se supone que somos investigadores serios de retícula y escobilla, nuestras interpretaciones no deben pasar por tales. El truco es convertir en “dato” la interpretación basada en datos. Por supuesto soy de los que prefieren una opinión basada en datos de otra basada a su vez en opiniones de opiniones. Por eso alabo la genética, el carbono calibrado o la aplicación de programas informáticos para buscar pautas, pero debemos tener a la vez muy presente que nada de eso fabrica Historia, Arqueología o Antropología, sino Matemáticas, Física, Química, etc., y sólo a partir de estas nosotros construiremos nuestras interpretaciones. Pienso que lo mejor es dar ejemplos de titulares reales que hoy se usan:

 

-          “La dendrocronología data el yacimiento en el 3.500aC.” En realidad lo que tenemos es un tronco cortado que trasmite datos, y en este caso tomamos el grosor de sus anillos. A través del estudio comparado de muchos árboles milenarios y del hecho contrastado deque cada año equivale a un anillo, se han podido establecer cronologías plausibles, pero no infalibles. De hecho la dendrocronología ha necesitado coordinarse con el C14 o los ice-cores para entre todos intentar una sincronización aproximada, la cual hasta día de hoy es objeto de debate. Por otra parte, la dendrocronología no es precisamente matemática. Se basa en que el grosor de cada anillo depende de la pluviosidad de ese año, de tal forma que dos árboles bajo el mismo clima y época compartirán la misma secuencia de anillos gruesos y finos pero, ¿qué ocurre con árboles de climas diferentes pero de la misma época?, ¿qué ocurre con árboles que han pasado experiencias climáticas idénticas en regiones y épocas muy distantes? Lo científico es que el árbol tiene anillos, que cada árbol tiene tantos anillos como años y que los años con agua hay anillo grueso y los secos hay poco anillo. Eso se puede comprobar plantando un árbol, dejándolo crecer mientras se anota el clima y cortándolo a los diez o veinte años para verle los anillos. Eso es ciencia y todo lo demás es interpretación.

-          “La genética afirma que el primer humano moderno fue una africana que nació hace 200.000 años”. La genética lo que dice es que existen una serie de secuencias genéticas en los humanos modernos, y que estas guardan una relación tanto geográfica como cronológica. Es decir, que hay zonas donde se da masivamente una secuencia y no otra, así como que hay secuencias que muy probablemente son derivadas de otras más ancestrales, porque se ha constatado la presencia de saltos o mutaciones en los tipos. Podemos llegar aún más y afirmar que científicamente se ha demostrado que esas cadenas o haplotipos más ancestrales se dan mayoritariamente en África. Pero a partir de ahí especulamos, aunque sea muy cerca de los datos. Por ejemplo, los genes no pueden darnos una fecha sino el número de saltos mutacionales que nos distancian del chimpancé, el simio más parecido a los humanos de cuantos sobreviven hoy y pueden dar ADN fiable y masivo. Como ven que la distancia genética entre el humano moderno más “ancestral” y el más “derivado” es de 1/25 del total existente entre el ADN humano y el de los chimpancés, se establece la fecha como la 1/25ª parte de la que creemos es la fecha en que el chimpancé y el humano divergen genéticamente. Pero ese asunto ya no es ciencia, porque tampoco tenemos tal fecha. Por los fósiles hasta hoy encontrados se dice que esto ocurrió hace cinco millones de años y de ahí el cómputo. Además, esta teoría se basa en la premisa o prejuicio de que dichas mutaciones obedecen a un ritmo cronológico fijo y regular, lo cual está muy lejos de ser demostrado. En cuanto a que fuera “una africana” me parece tan absurdo como decir que fue “un africano”, pues eso de procrear una especie es cosa de dos, por lo menos. Eso sería meterse en el proceloso asunto de la formación de especies, y no nos cabe aquí. Si se habla de una hembra es porque el análisis más popular y el pionero en esta tesis fue el mitocondrial que se trasmite exclusivamente por línea materna.

-          “Las tallas de marfil tartésicas están hechas con colmillos de elefante indio, y por tanto eran importadas”. En este caso lo científico del asunto se resume a un análisis, genético supongo, de los marfiles de las tallas para luego compararlo con muestras de elefantes africanos e indios actuales. En tal comparativa los análisis de nuestros marfiles mostraban más parecido con las muestras indias que con las africanas. Ahí acaba la ciencia. Decir que en esta comparativa el marfil español se acerca más al indio que al africano no equivale a decir que sea marfil indio. Para ello debemos saber un par de cosas de los elefantes: que en época histórica se extinguieron elefantes norteafricanos y sirios, y que las especies que hoy sobreviven están totalmente divorciadas hasta el punto de formar dos géneros, que no sólo especies, distintos: Loxodonta en África y Elephas en Asia, con sus respectivas especies y subespecies. La situación actual nos lleva a pensar por pasiva que cualquier elefante africano presente y pasado hubo de ser del género Loxodonta pero esto no es en absoluto así, y de hecho la mayoría de los paleontólogos sostiene que los extintos elefantes norteafricano y sirio debían ser del género Elephas, lo cual no es raro porque los Elephas fósiles más antiguos son africanos. Las representaciones artísticas y los textos clásicos así lo sugieren, tanto por sus dimensiones respecto al hombre como por la descripción de trompa, orejas, número de uñas, etc. La ciencia dice que ese marfil no es de Loxodonta, o mejor dicho que guarda con él una diferencia mayor que con el Elephas, pero eso no significa que no pueda ser un Elephas africano extinto. De hecho los marfiles son del s.VIIaC y los elefantes magrebíes autóctonos están totalmente constatados al menos hasta las Guerras Púnicas, por lo que no existe ningún motivo para sostener la tesis india como más probable. Para ir de científico lo que habría que hacer realmente es pedir una muestra, si es que la hay, de ese marfil norteafricano de época cartaginesa o romana.

 

Cualquier persona que se olvide de que él mismo es una máquina de interpretar y juzgar me parece de lo más peligroso. Ni acepto fanáticos políticos, ni fanáticos religiosos, pero tampoco fanáticos cientificistas. El peligro de confundir la interpretación con el dato es que pretendemos imponer nuestras opiniones como “ciencia”. De hecho nos parapetamos detrás de la etiqueta científica como los carismáticos antiguos lo hacían tras las “voces divinas”. “Oiga usted, que no lo digo yo sino la genética”, y así se sienten no sólo respaldados sino eximidos de cualquier argumentación ulterior. El historiador o el arqueólogo que realmente se creen científicos acaban por sentir que sus conclusiones no deben ser objeto de debate sino de acatamiento automático, pues ellos no son sino meros transmisores de datos empíricos. El que les replique no lo hace contra sus personalidades o su trabajo sino contra la Ciencia en sí, como el inquisidor convertía las críticas a su persona en “ofensas al Señor” y “herejía”. Resulta intolerable que los manuales de Prehistoria o de Arqueología del s.XXI estén plagados de “no cabe duda”, “es absolutamente imposible” o “cualquier otro planteamiento es absurdo”. ¿Qué certeza tenemos de aquello que pasó hace milenios?, ¿cómo podemos respetar tan poco la memoria de aquello que decimos amar y a lo que dedicamos nuestra vida? La duda debería ser la marca de los estudiosos de Pasado Remoto, una duda sana plagada de fundamentos en los datos más científicos que tengamos a mano, pero siempre reconociendo la diferencia entre estos y las interpretaciones que construimos a partir de ellos. Estas últimas no sólo pueden sino que deben ser objeto de debate, porque todos sabemos que un mismo dato puede conducir a una docena de elucubraciones diferentes. Espero que haya quedado bastante claro que lo de “científico” no sólo es un título honorífico más o menos usurpado por los humanistas sino un elemento que disturba radicalmente la metodología y fines de nuestros estudios.

jueves, 23 de octubre de 2008

Aberraciones académicas I. Funcionarios y paradigmas

Casi siempre, los hombres que realizan un invento tan fundamental como el de un nuevo paradigma, son o bien muy jóvenes o bien muy noveles en el terreno cuyo paradigma pretenden cambiar.

Thomas Kuhn, La Estructura de las Revoluciones Científicas (1962)

 

Los retos fundamentales suelen venirle a una disciplina desde fuera de su campo. Lo corriente es que los estudiantes sean introducidos poco a poco en las materias que se disponen a trabajar, como si fuera un misterio que se les va desvelando gradualmente, de suerte que, cuando llega el momento en el que están en condiciones de ver su campo de estudio en su integridad, se hallan tan imbuidos de prejuicios y esquemas de pensamiento convencionales, que les resulta prácticamente imposible poner en cuestión las premisas más elementales. Tal incapacidad resulta evidente sobre todo en las disciplinas relacionadas con la historia antigua.

Martin Bernal, Atenea Negra (1987)

 

Hoy nos toca hablar de la capacidad de los académicos para hacer crítica veraz de su propio trabajo sobre el Pasado Remoto, lo que en argot político se traduce como “¿quién vigila a los vigilantes?”

 

Lo primero que debemos hacer, de una vez por todas, es desterrar el mito que hemos forjado en torno al arqueólogo o al prehistoriador. Ya sea en su faceta Indiana Jones o en la de profesor chiflado, solemos imaginarlos absolutamente ajenos al mundo y sus miserias, seres monacales con la única motivación de avanzar en sus profundos y desinteresados conocimientos. Resulta muy ilustrativo que la gente en absoluto crea que el médico sea un tipo que se levanta loquito por salvar vidas, ni que los abogados sean personas desesperadas por sacar inocentes de las cárceles, pero sin embargo se siga sosteniendo que el arqueólogo o el historiador sí corresponden a esa visión de dibujito animado. En realidad son funcionarios del estado como cualquier otro, tan motivados y heroicos como son los demás (es decir, nada o casi nada). Son personas que se forman en la universidad con el único propósito de obtener un puesto de trabajo gubernamental. Y eso los convierte en Estado, y por tanto en poder y coacción, aunque esta sea definida como “legítima”, “controlada” y aún “consensuada” por la sociedad.

 

En gran parte si todos mantenemos ese mito de arqueólogo chiflado y aventurero es porque nos conviene. El Pasado Remoto es algo muy paradójico socialmente, porque de un lado estamos muy motivados por tener uno y a ser posible uno que nos luzca y nos legitime, pero por otro nadie está dispuesto a dedicarse a su estudio. Si salimos a la calle y encuestamos a todo el que pasa en referencia al papel de la Historia en una sociedad, todos se desharán en loas y caras circunspectas, pero lo cierto es que los estudios de Pasado Remoto nunca pasaron por horas más bajas. La traducción más inmediata, e incontestable, es la poca gente que se matricula en esas carreras. Tan poca que siempre andan amenazados con ser recortados en los presupuestos, cuando no directamente borrados del plan de estudios. Este es un punto trascendental en nuestro análisis.

 

¿Por qué la gente se matricula más en Económicas o Derecho que en Filología Hebrea o Numismática? Nadie dudará que se debe a las salidas profesionales que cada carrera ofrece. No se puede trabajar de autónomo como filólogo latino ni ser contratado por una multinacional arqueológica, sino que la única salida es el funcionariado. Aún más, en el caso de aquellas carreras de humanidades que llegan a tener una media de cuatro alumnos por curso, y existen, podemos atinar más y afirmar que la única salida profesional es la propia universidad. En Humanidades se dan claramente dos clases de alumnos a partir de finales del primer curso: los que quieren ser universitarios normales (fiestas y novieteo), que acaban opositando a profesor de secundaria, y los espabilados que comprenden que el premio gordo se lo lleva el que mete cabeza en el departamento. Este es otro matiz importante: en las Facultades que estudian nuestro Pasado Remoto la mayor realización profesional la encarna la propia elite universitaria. Quiero decir que un abogado o un médico puede ganar diez veces más que su catedrático correspondiente, pero que jamás un licenciado en Arqueología, Filología Griega, etc. podrá ganar tanto dinero ni tener el prestigio social de su catedrático… a no ser que lo suplante.

 

Al ser esto un diario, voy a permitirme una anécdota personal. Yo me matriculé un par de años a una de estas especialidades raras, que no determino para no echarme flores y para que mi ejemplo no ofenda a nadie concreto. Baste saber que se trata de una especialidad de Filología en una universidad andaluza. Me matriculé porque supe de casualidad que ese año se estrenaba como licenciatura, y me quedé de piedra cuando vi que sólo se había matriculado otro hombre más. Bromeábamos con la foto de la orla cuando nos licenciáramos. Pero aún me sorprendí más cuando vi el modo en que se enfocaba la carrera. Todos pueden presuponer que aquello sería un lecho de rosas, el sueño de cualquier discípulo y cualquier docente, la mejor manera de preparar alumnos pujantes ante Europa y el mundo, y desde luego esa fue la ilusión de mi compañero y mía. Sólo diré que el primer día se nos sienta un tío y nos da una clase de la que se da a los 150 alumnos de un primero de derecho, con sus apuntes leídos hacia el vacío y todo. Luego vinieron cosas más raras, y al final acabó demostrándose que querían que nos fuéramos de allí. Y sobre todo cuando nos enteramos, al empezar segundo, que no teníamos a nadie matriculado por debajo, y que por tanto el primer curso había sido suprimido de los planes de estudio de la universidad. Éramos primera y última promoción, éramos sólo dos y obviamente veníamos de una afición propia y muy sentida sobre el tema y la lengua que estudiábamos, pero ninguno pudo aguantar el desdén y el abandono y no llegamos a matricularnos en tercero. Ojo, y ambos teníamos otros planes y colocaciones profesionales en aquel momento. Aquello lo estudiábamos realmente por interés personal. Pasados los años nos reencontramos y volvimos a plantearnos la paradoja de haber sido tan maltratados por aquellos profesores para los que tendríamos que haber sido el experimento ideal. Y ambos habíamos llegado por separado a la misma conclusión: éramos una amenaza para nuestros propios formadores. Ellos no podrían haber sido especialistas en esa filología como nosotros, porque venían de un plan antiguo compartido con otra especialidad, y además la mayoría eran interinos provenientes de dichos departamentos generalistas con los que por cierto no se llevaban nada bien. Dos tíos estudiando sólo esa lengua y esa cultura desde primero, recibiendo una especie de clases particulares y con todas las becas rifables a su disposición acabarían llevándose de largo la cátedra, que por cierto no tenía pintas de salir hasta dentro de al menos cinco o seis años, por aquello de las jubilaciones.

 

Quiero demostrar con este ejemplo el grado de stress que se vive en esas carreras, donde nuestro “profesor chiflado” es en realidad un auténtico superviviente, una persona que ha de combinar tanto talento profesional como habilidad para mover ficha discretamente. Conseguir esa beca o el ser incluido en ese proyecto, ¿creen que se logra siendo un despistado salido de tono y una persona que no sabe ni cuantos euros cuesta la compra?, ¿cuántas decenas de personas deseaban ese puesto? Se trata de un proceso en constante aceleración, donde el factor subjetivo se dispara como consecuencia de la alta preparación de sus devotos y escasos aspirantes. De hecho es una cuestión ambiental, una iniciación mistérica al estilo de lo que dice la cita de Martin Bernal, donde tu entras de novato y ya encuentras al licenciado que no para de hacer pasillos tuteando a los profesores, para acabar totalmente aceptado cuando te invitan al primer café. El ambiente es muy similar, aunque suene bruto, a esos reality shows tipo Gran Hermano o La Isla de los Famosos, donde todos se adoran y se toman las manos para escuchar las nominaciones y expulsiones que ellos mismos decretaron.

 

Todo esto nos lleva afortunadamente al momento de demostrar que todos estos trapos sucios de los académicos del Pasado Remoto que acabo de sacar nos conciernen más allá del cotilleo o el desahogo. Esta presión y lucha por el poder académico desemboca necesariamente en facciones rivales, porque solo no se puede llegar a lo más alto. Supongamos que por fin nos hemos medio posicionado con una buena beca y la promesa de un artículo en colaboración, ¿vamos a defender entonces una teoría que contradiga aquella del profesor que nos ha apadrinado? Obviamente todo este juego de poder repercute muy negativamente en los contenidos de su trabajo, y eso sí que nos concierne como estudiosos y aficionados. Porque la información no circula ya realmente, sino que es un mero pretexto para posicionarse dentro de ese ajedrez promocional. Tú defiendes las tesis de los tuyos punto por punto, para hacer cuña frente a grupo rival (que hace lo propio). Y por supuesto la impones a tus alumnos y más aún a los que de entre ellos pretendan hacer carrera a tu costa. Esto no necesita de muchas demostraciones porque bajo tal presión se hace inevitable, como tampoco precisamos saber mucho más para comprender que así no se puede avanzar en los estudios de nuestro pasado.

 

Una vez que aceptamos que el académico del Pasado Remoto no es ni Indie ni el Profesor Chispas por meras razones internas, hemos de pasar al siguiente nivel: quien paga manda. Sea lo que sea que se rife cuando llegas a la cátedra, lo financia el Estado o cualquier otra entidad gubernamental semejante. No conozco al dedillo las categorías que se disputan ni me interesan, no se si jefe de departamento es más o menos que catedrático, luego ya salto a decano y de ahí a rector. Pero sí se que este último está a un milímetro del Gobierno Central, del Autonómico, de las cajas de ahorros, y por supuesto de los fondos europeos. Tomo un ejemplo real sobre estos últimos: ¿Alguien cree que financiando la UE un proyecto llamado “La Edad del Bronce: primera Edad de Oro de Europa” puede pretender otra cosa que mostrar un pasado unitario de sus países miembros? Si la mayoría de los yacimientos sobre Edad del Bronce en Afroiberia están financiados por tal macroproyecto o sus secuelas, es inútil imaginar siquiera que nos atrevamos a debatir nuestra raíz africana.

 

Por tanto encontramos un tipo de profesionales que desde que deciden matricularse en primer curso de su facultad saben que serán funcionarios del estado, que jamás cobrarán más que sus catedráticos, y en no pocos casos que ni siquiera trabajarán si no es rondando o directamente defenestrando a aquellos. ¿Creen que ese tipo de persona está preparada o va a tener el valor de desafiar al statu quo? De esa cepa es imposible la menor réplica al paradigma historiográfico imperante. Se equivocan aquellos que creen que surgen descubrimientos revolucionarios todos los años. Tales “descubrimientos” no suelen ser más que verdades sabidas desde hace mucho pero encerradas en el armario por el bien del paradigma, a las que se deja en libertad cuando ya es inevitable lo contrario. A veces se ven forzados a hacerlo porque otras ciencias los acorralan, pero también porque la sociedad o los tiempos ya no se lo tragan o no lo precisan para seguir creyendo en el sistema. A veces alguna facción enarbola una de esas banderas tabú para ganar un hueco, una personalidad y, por qué no, cierta fama de enfants terribles, aunque mayoritariamente para llevar la contraria al “clan” rival.

 

Podríamos entonces pensar que existen otros mecanismos para regular esta situación y que deberían llegar desde fuera, pero no resulta tan sencillo en la práctica. Para empezar no podemos esperarlo “de arriba hacia abajo” porque sabemos que el Poder tiende a legitimarse a través de la interpretación social de nuestro pasado. Deberíamos poner nuestras esperanzas en que este saneamiento proviniera de “abajo”, de la sociedad. Y sin embargo también hemos reconocido que la mayoría de la gente prefiere pasar del tema y recibir de los especialistas un abecé, a ser posible televisado. Eso sí, todos queremos que nuestro terruño sea el que tenga la historia más antigua, con más conquistas militares, pero a la vez con más celebridades en ciencias y artes, así como más prestigio en la escena internacional y menos fama de imperialistas. Ignorantes pero con medallas. Sólo nos quedan aquellos denominados “amateurs”, esto es, los pocos del grueso social que sí les interesa y mucho su Pasado Remoto, pero ni siquiera todos ellos sirven para cambiar el paradigma que interpreta nuestro pasado. De ellos hay que quitar a aquellos que son devotos de lo publicado oficialmente, aquellos que se quedaron en el bachillerato intelectual y creen que “saber de Prehistoria” es saberse de memoria todos los manuales oficialistas que editan sobre el tema. Esto es muy típico en personas que o bien no tuvieron oportunidad de estudiar en la universidad, o bien se decantaron por licenciaturas menos apetecibles pero con mayor salida profesional. Luego también hay que descontar a los rencorosos y los chiflados, personas que se amparan en la conspiranoia y la poética para esconder que realmente no tienen ni papa sobre el tema, personas que en el fondo envidian a los catedráticos, y que por supuesto coinciden con ellos en sentirse dueños exclusivos de la verdad. El verdadero outsider lee todo lo que de parte de los académicos cae en sus manos y se toma el esfuerzo de digerirlo bajo una luz menos interesada y sectaria, no se dedica a inventarse un pasado a la medida de su ego y de sus frustraciones. El verdadero disidente jamás pretende suplantar al académico sino representar una fuerza válida para recordarle que su sueldo se paga con los impuestos de todos y que se tiene que dedicar a avanzar en su campo de estudio sin ataduras al poder ni prejuicios.

 

Por tanto acabamos escogiendo una exigua minoría de individuos que no pertenezcan ni a la universidad ni a forma de poder alguna, lo bastante formados y lo bastante críticos como para merecer el honor de tirarle de las orejas a los ratoncitos de departamento. ¿Acaso necesitan ser biólogos unos jóvenes para organizar una protesta contra una fábrica contaminante?, ¿Les piden a las asociaciones deportivas estar compuestas por licenciados en el INEF?, o más aún, ¿Es que sólo pueden votar los licenciados en Políticas o invertir en bolsa los de Económicas? Ni siquiera se te exige bachiller para denunciar a un médico por negligencia profesional. Sin embargo, qué curioso, los historiadores y arqueólogos han conseguido blindar sus competencias de tal modo que es virtualmente imposible emitir contra ellos la menor queja. Todos damos por hecho que sólo los licenciados en Historia, Prehistoria, Arqueología, Antropología, etc. son dignos de discutir un asunto sobre el Pasado Remoto. Hemos llegado incluso a aceptar que la divulgación en este campo esté paralizada desde los 80s, y que por tanto la única forma de difusión sea a través de infumables publicaciones de estricto consumo interno entre facultades, cuando no montajes oficialistas tipo Atapuerca.

 

En pocos mundos como en el histórico-arqueológico existe un mayor grado de divorcio entre especialistas y sociedad. Cualquier biólogo agradece la colaboración de un grupo de naturalistas locales, como cualquier astrónomo abre sus brazos a un club de observadores de estrellas, pero invito a cualquiera a que se preste a colaborar o dialogar con sus académicos provinciales: suerte tendrán si consiguen siquiera abordarlos. Existen por supuesto otras profesiones que tampoco permiten la colaboración del “pueblo”, como médicos o abogados, pero su naturaleza es totalmente diferente. Primero porque obviamente lo arqueológico no es tan práctico y trascendental socialmente como los campos mencionados, pero además porque estos profesionales si interactúan con nosotros a través de sus servicios. Podemos pedir hora con el médico, o solicitar entrevistarnos con un abogado para una pequeña duda inmobiliaria, y en nuestro país la cosa puede salir gratis o con coste moderado. Pero no puedes “pedir cita con tu arqueólogo”. Y esta ausencia de canales para interactuar no es en absoluto debida a una falta de talante o a la dejadez de los “sabios locos” y los “indianajones” de nuestro imaginario, sino que está firmemente alentada desde los funcionarios estatales que realmente son. Lo último que sé, y confieso que no tengo la ley en la mano, es que ya es delito incluso salir a mirar o buscar objetos arqueológicos por el campo (prospección visual). Aunque por supuesto no te los lleves como expolio. Aunque ni siquiera los toques. Lo que han conseguido prohibir es la misma actitud de salir a buscar, a comprender por tu propio pie que allí donde pisas hubo antes otras gentes y otros días. Y mientras, los desalmados del aparatito pita-pita siguen poniéndose las botas ante la pasividad o la incapacidad general.

 

Lo mismo ocurre si eres menos de campo y más de escribir. Olvídate de ser editado ni distribuido si no perteneces a alguno de los cuatro campos siguientes. Uno lo forman como es natural los académicos con sus artículos insoportables hasta para ellos y su esmirriada política, nunca mejor dicho, de divulgación a la sociedad. Los tres restantes se podrían agrupar en “los otros”, despreciados a ultranza por los universitarios: novelistas-periodistas históricos, soñadores-esoteristas y localistas-cofrades. Estas tres últimas vertientes se consumen muchísimo más que la primera, y es lo que piden los editores comerciales. Pero si lo que pretendemos es encontrar una versión de la historia neta (sin estilo novelado, sin atlántidas, sin hablar del barrio y el color local), lo único permitido en el anaquel de la librería son los manuales exigidos a los alumnos de facultad (y la colección marujita de atapuercadas). Tampoco existen asociaciones de amigos de la historia, ateneos culturales, y demás estructuras de otros tiempos. Por su parte, las conferencias se dan con cuentagotas y a los congresos ni siquiera se suele permitir la asistencia como oyentes de los legos. El resultado es que no existe ningún canal para que los interesados en el Pasado Remoto no universitarios puedan establecer un diálogo con las autoridades en la materia, y mucho menos si su intención es hacerle preguntas comprometedoras acerca del paradigma.

 

Afortunadamente vino esto de Internet. Los académicos nos advierten que no hemos de confiar en la heterogénea y confusa información que sobre nuestro pasado circula en la red, pero yo prefiero correr ese riesgo. Me confieso un producto de Internet en dos sentidos. El primero es, como ya comenté en otra entrada, que la única oportunidad para difundir mis conclusiones me las ha dado la red de redes, y este blog no viene sino a confirmarlo. Pero también estoy intelectualmente compuesto de las miles de horas navegando por páginas de otros países y con otros puntos de vista, de los cientos de imágenes bajadas, de las decenas de artículos en PDF que se pueden descargar, etc. Internet nos permite saltar de lo geológico a las religiones comparadas en un segundo y de forma prácticamente gratuita, por lo que realmente posibilita una formación multidisciplinar. Todo esto ha sido hasta hace una década privativo de las elites universitarias, o de ricos desocupados, o ni siquiera de ninguno de los dos. Así, algo tan gratuito y popular como Google Earth ha permitido a arqueólogos divisar formas y estructuras significativas a vista de pájaro que luego han confirmado ser yacimientos ocultos, cauces secos de ríos, puertos hoy inundados, etc. Lo que antes me hubiera costado años, viajes, mucha pasta, y aún más lameduras de trasero, hoy es posible con sólo hacer clic una docena de veces. Es el equivalente historiográfico a lo que suponen los programas de descargas share para los aficionados a la música o el cine. Es una revolución que necesariamente está llamada a cambiar los vicios de nuestro paradigma académico y a la manera de afrontar nuestra memoria histórica. Y se desarrolla, lo reconozco, en un campo minado de chiflados, entre los que quizás me incluyo. Pero ninguno cobramos por ello ni contamos con poderosos padrinos, y eso nos otorga una altura moral que de sobra equilibra nuestra falta de oficialidad en títulos y en medios de difusión. A partir de ahí queda únicamente lo que cada cual tenga que decir sobre nuestro pasado y el talento y honestidad que trasmite al divulgarlo, sin coronas, sin medallas, sin el monopolio de los micrófonos. Y el planeta entero, presente y futuro, está ahí para juzgarnos a través de cada ordenador con su navegante. Esa es quizás la única grandeza de nuestro siglo. Aprovechémosla.

lunes, 20 de octubre de 2008

Afroiberia geográfica 1. Generalidades

Iberia goza de unas peculiaridades geográficas que la hacen destacar respecto a las demás penínsulas del planeta. Desgraciadamente somos los españoles los que más a menudo olvidamos sus evidentes privilegios geoestratégicos, y por eso he creído justificado este artículo. A lo largo de su lectura iremos reivindicando tal peculiaridad respecto a sus vecinos, y al mismo tiempo el concepto Afroiberia irá apareciendo ante nosotros sin esfuerzo. Para ello necesito que me acompañen en casa con un mapa-mundi a ser posible mudo o físico, a fin de no trabajar demasiado condicionados por naciones y banderas actuales. Nos va a servir para ponernos al día en una serie de cuestiones que sin duda afirmamos teóricamente pero que pocas veces experimentamos. Entre las observaciones a destacar citaría:

 -          Europa no existe sino como parte de Asia, y por tanto no debería ser incluida en la lista de continentes. Los únicos motivos para hacerlo son de índole política y de un pasado hegemónico a favor de la primera (incluido el propio término “Eur”-Asia).

-          Eurasia y África son los bloques continentales más próximos entre sí, comparados con la distancia entre estos y América, o entre esta y Oceanía. Las dos Américas pueden ser tratadas como continentes diferenciados, pues de hecho su estrecho punto de unión no puede equipararse con los miles de kilómetros de franca proximidad de ambas costas mediterráneas, o del Mar Rojo. Esta continuada frontera supera incluso los kilómetros que unen Europa con Asia o esta con Oceanía.

-          La frontera natural entre Europa y África es el Mar Mediterráneo.

-          La Península Ibérica ocupa la misma latitud que el Mediterráneo. Consecuentemente la Península Ibérica es, como el Mediterráneo, barrera natural entre África y Europa.

-          Y al suponer el tapón occidental del Mediterráneo, a la vez sirve de frontera entre este y el Océano Atlántico. Esto convierte a Iberia, a diferencia de otras penínsulas mundiales, en una cuádruple encrucijada: El Mediterráneo y el Atlántico, Europa y África. Se trata de mares y continentes colosales no sólo en su dimensión geográfica sino en su peso histórico y simbólico.

Ahora vamos a mutilar el mapa-mundi, borrando la Península Ibérica, la Arábiga, y las islas mediterráneas, es decir, quitando aquellos puntos de contacto entre África y Eurasia. La imagen se da un aire, salvando la distancia, al Mar de Tetis de los dinosaurios, lo cual significa que esta no es una imagen caprichosa del mundo sino que ya ha ocurrido aproximadamente. Vemos con claridad que las penínsulas Arábiga e Ibérica suponían los “tapones” del Mediterráneo al Oriente y al Occidente, y que eso las convierte forzosamente en sus equivalentes geopolíticos. Centrémonos en Iberia que es el tema que nos ocupa, y sobre todo en el papel que juega respecto a Europa, continente al que se asocia. En primer lugar vamos a compararla con las otras dos grandes penínsulas mediterráneas: Italia y Grecia. Si nos fijamos en el mapa veremos que están totalmente pegadas al continente, describiendo una inclinación NW-SE, y que sus istmos no suponen menos extensión que el ancho medio de cada península. Sin embargo, la Península Ibérica se dispone como un cuadrado N-S que tapona el Mediterráneo por Occidente y cuyo istmo de los Pirineos es claramente estrecho en relación al ancho total peninsular. Esto aumenta su imagen de insularidad.

Las fronteras que hoy asumimos son convencionales aunque nos parezcan de lo más lógicas. No digo que sean injustas, pero no son las únicas plausibles. Muchos peninsulares veremos normal que seamos europeos y no africanos porque nos separamos por agua de África, pero este argumento se contradice con la separación entre África y Asia por el Sinaí, y no digamos con la separación entre Europa y Asia. También debería sonar chocante que Islandia sea Europa, que Turquía o que Arabia sean Asia, y que Nueva Guinea sea Oceanía mientras que Borneo es Asia. Los antiguos querían ver el límite de Asia y África en el propio Nilo, de tal forma que nuestras actuales Somalia y Etiopía eran Asia para ellos. Del mismo modo, los rusos les parecían totalmente asiáticos (El Don/Tanaide era la frontera europea). Eurasia tiene 54.5 millones deKm², y África 30.3, ¿Creen que con 14km de Gibraltar se crea un abismo entre ambos? No llega ni a junta de dilatación. Pensamos que los 400km de istmo pirenaico nos afianzan firmemente con Europa… ¿Acaso pueden los 1500km que hay de Azov al Báltico unir Europa a Asia? Ponemos énfasis en que África y Europa se acercan sólo en el Estrecho de Gibraltar pero poca gente sabe que desde Matalascañas a Cabo de Gata (casi 500km.) la distancia con África es igual o menor a los 150km, y que si aumentamos a 200km dicha separación, el litoral abarca desde Ayamonte hasta Cartagena. Veo aceptable que digan que esos 14 kilómetros gibraltareños nos van a servir mejor como frontera convencional que otros candidatos dentro de la geografía peninsular, como puedan ser los Pirineos, por nuestra actual coyuntura de adhesión a la cultura, la economía y la política europeas. Lo que no podemos hacer es pintar al Estrecho como una barrera infranqueable, como un abismo sin solución entre dos mundos eternamente estancos, mientras retratamos una barrera gélida de alturas que sobrepasan los 3.000 metros como una alfombra florida entre culturas hermanas.

Es asimismo muy importante que comprendamos que tampoco es justo decir que Iberia es africana meramente. Para comprenderlo mejor propongo volver a nuestra identidad atlanto-mediterránea, mucho menos sujeta a prejuicios. Todos aceptamos que la Península es en su conjunto atlanto-mediterránea, si bien trazamos una diagonal Pamplona-Tarifa (más o menos) para dividir dos zonas influenciadas mayoritariamente por una u otra masa acuática. Lo que ninguno veríamos normal es que nos dijeran que la Península Ibérica es exclusivamente mediterránea hasta Lisboa o atlántica hasta Valencia. Del mismo modo deberíamos entender lo afroeuropeo de nuestra naturaleza, y sin embargo nos esforzamos en interpretarlo como fatal dicotomía que hay que llevar hasta nuestras mismísimas fronteras nacionales. Iberia es Afroeuropa, como también lo son Sicilia, Creta y otras Islas, pero con una personalidad (por superficie, por ubicación en el extremo Occidente) que lo convierte en “minicontinente”, al estilo indio si salvamos las distancias. Resulta en sí significativo que “afroeruopeo” no esté tan extendido como “afroasiático” o “euroasiático” en Lingüística, Antropología, etc., pues es quizás el maridaje intercontinental sobre el que pesa un mayor tabú. Pero del mismo modo que Iberia no puede ser puramente atlántica ni mediterránea, tampoco puede ser totalmente europea ni africana.

Otro aspecto a destacar es el de la unidad ibérica, mucho más marcado que el de otras zonas que podríamos calificar de afroeuropeas. Una de las razones es la mencionada continentalidad y su ubicación extemo-occidental, alejada por tanto de los grandes centros civilizatorios. En Creta, o en la misma Sicilia, también Afroeuropa, al vivir tan cerca de los “grandes” del Mundo Antiguo y tener tan poco territorio eran abrumados por cada oleada de influencia, sea del norte o del sur. Iberia sin embargo recibió esos influjos más tarde, al menos con la potencia y asiduidad con que se daba en el Mediterráneo Central y Oriental. Además, al suponer una superficie y población mucho mayores, dichos aires o influencias externas eran más fácilmente digeridas y diluidas. Podemos simplificar diciendo que en esas islas mediterráneas afroeuropeas encontramos más pastiches, esto es, la superposición de influencias a retazos sin lograr una unidad general. Aparece algo muy europeo sobre algo muy africano o viceversa, mientras que en Iberia aparece todo preponderantemente ibérico aunque con claros matices regionales. Hablemos de “Afroibiera” o de “Euroibieria”, de “Atlantoiberia” o de “Mediterraniberia”, hablamos realmente de Iberia.

Propongo este mapa como hipótesis de partida, y como por supuesto las líneas divisorias son absolutamente convencionales y simplificadas, serán objeto de ajustes en sucesivas entradas de este diario. He optado por una división tripartita, considerando una variable “central” por la continentalidad o insularidad antes referida. He tomado las lindes de Galicia-Asturias y España-Portugal para lo preponderantemente atlántico, Pirineo Aragonés-Cabo de Gata para lo más mediterráneo, Lisboa-La Nao para el caso africano, y Duero-Tortosa para el europeo. Por ahora me deben conceder algo de crédito y paciencia, pues precisamente este blog estará dedicado a demostrarlo y sólo en su faceta afroibérica, que es la que más precisa ser reivindicada. No creo necesario decir que estas zonas resultantes no equivalen a nación o cultura alguna, y que las líneas propuestas más que a fronteras deben compararse a cuando un aroma deja de percibirse con intensidad. Sin embargo sí se apoyan en realidades orográficas, climáticas, históricas, etc. que permiten que, aún si conocer los pormenores del esquema, este resulte bastante coherente. En las próximas entradas sobre geografía afroibérica veremos si Afroiberia está avalada geográficamente y cuáles son sus peculiaridades como región.

domingo, 19 de octubre de 2008

Out of Africa sahariano

Hoy he desayunado con una noticia en prensa de esas que yo califico en privado como de “piropo de ex-mujer”, esto es, algo que uno agradece que por fin se reconozca pero que fastidia que venga tan a deshora. En este caso se trata del “notición revolucionario”, siempre lo son,  referente a que el Sahara sí pudo ser una vía de expansión de los Homo sapiens sapiens en su salida de África. A buenas horas mangas verdes.

 

Para el que no esté muy puesto en el tema pondré la noticia en su contexto. En 1988 la popular revista Newsweek (http://en.wikipedia.org/wiki/African_Eve) puso el mundo del revés con su controvertida portada de una Adan y Eva negros. En su interior, un artículo defendía que nuestro adn indicaba inequívocamente un origen africano para nuestra especie Homo sapiens sapiens. Hasta ahora esto era aceptado para los homínidos inferiores, pero se insistía en que el humano moderno tal y como hoy lo vemos había surgido en Eurasia. La polémica que despertó hay que enmarcarla en un ciclo que se repite desde Darwin y más allá: hay unos que ven al hombre como una gran familia y hay otros que quieren hacernos provenir de animales distintos. Monogenismo vs. Poligenismo, Monofiletismo vs. Polifiletismo, Out of Africa vs. Multirregional, es el mismo perro con distinto collar. Por eso los rivales de esta novedosa teoría, llamados multirregionalistas, defendían que cada “raza” actual había surgido de un tipo de Homo erectus diferenciado por la regionalización. Bien, de un lado tenemos un grupo de genetistas que dicen que todos somos una sola raza, y de otro tenemos un grupo de medidores de cráneos diciendo que cada cual viene de su propio erectus, ¿a quién creer? Parece que la mayoría dio la razón a los primeros, y entre ellos me incluyo, pero también es cierto que incurrimos todos en un entusiasmo acrítico peligroso hasta para un teólogo.

 

Entre las miserias del Out of Africa destacan dos. La primera es la de negar los mestizajes con otros erectinos o sapiens arcaicos, para lo cual necesitan una forzada y absurda teoría del “cuello de botella”. Pienso que llegan a eso por un exceso de celo en sus posicionamientos, negando todo lo multirregional hasta lo que este tenga de coherente. La segunda, que es la que más no atañe pero indivisible de la primera, es la de que una vez formada la especie moderna su única vía de expansión mundial fue por África oriental. Mi teoría personal es que esto se debe a nuestras fijaciones históricas y a nuestros prejuicios raciales: necesitamos que ese negro ancestral se vaya a la tierra de la Biblia antes de poner los pies en Europa, como quien lo manda desinfectar de salvaje negritud. Si se fijan es la perfecta transición negro-semita-blanco del racismo más clásico. La consecuencia más directa para el tema de este diario es que esto se oponía radical y expresamente a un posible tránsito de humanos paleolíticos por Gibraltar. De ese modo el Sur peninsular, tan cerquita que está de África, había tenido que esperar despoblado de modernos hasta que estos no hubieran acabado su ruta a través de Canaan, Turquía, Balcanes, etc. hasta cruzar los Pirineos y llegar aquí tras la Meseta. Éramos la última parada del autobús. De hecho la frontera no estaba en Gibraltar, que también, sino en el propio Sahara que se consideraba intransitable durante las glaciaciones, y esto nos lleva a otra dimensión del asunto.

 

Digamos que se esgrimían tradicionalmente tres causas para que el homo sapiens moderno no haya penetrado en Europa vía Gibraltar. La primera es de índole técnica y atañe a la incapacidad humana para navegar hasta fechas muy recientes. La segunda es de tipo climático y establece que los humanos primigenios no pudieron siquiera cruzar el Sahara porque durante la Glaciación era aún más desértico que hoy. La tercera es la antropológica y se ha venido apoyando en la ausencia de fósiles de estos ancestrales hombres modernos a ambos lados del Estrecho. Con el tiempo las tres se han demostrado falsas, y sin embargo nadie ha hecho nada por desarmar el paradigma que en ellas se sustentaba. Se sigue diciendo que Gibraltar fue impracticable hasta al menos el Neolítico. El Hombre de Flores, una evolución de Homo erectus sólo pudo llegar en balsa a la isla indonesia, y eso ocurrió hace medio millón de años como poco. En cuanto a la habitabilidad del Sahara ya existía controversia en si las glaciaciones correspondían con desiertos o con pluviales africanos, y después veremos que la noticia de hoy hace su propio cuestionamiento. Pero sobre todo ocurrió algo tan inesperado como la reconversión de un cráneo marroquí, Jebel Irhoud, de “neandertal” a “homo sapiens moderno”. Si fue confundido con un neandertal, y de paso habría que justificar como llegó allí el euro-neandertal si la navegación era aún ignorada, es precisamente porque se trata de un ejemplar de lo más antiguo de los humanos anatómicamente modernos. De hecho no hay nada que indique que sea posterior al etíope que se tiene por ejemplar más antiguo (Idaltu, hace 145.000 años), pero tiene una datación menos rigurosa (200-90.000 años) que impone cierta prudencia. Es decir que a las puertas de Gibraltar tenemos o bien el cráneo más antiguo o el segundo en la lista de homo sapiens modernos. Más aún, todas estas nuevas reclasificaciones de cráneos provienen indirectamente de la agenda de teorías impuesta por los genetistas del Out of Africa y la Eva mitocondrial. Porque no sólo escandalizaron al mundo con lo de nuestro origen africano, que fue lo popular, sino que de puertas adentro planteó un reto igual de trascendental: elevaron nuestra antigüedad al doble y al triple. Según interpreten los haplotipos, nuestros genes muestran un ancestro común africano que oscila entre los 150-300.000 años de antigüedad, mientras que antes decían que el primer moderno aparecio en Qafzeh, Palestina, hace no más de 90.000 años. Esto conlleva que lo climático no pueda ser un obstáculo para nuestra especie, toda vez que nuestro antiguo origen nos permite haber vivido al menos un par de ciclos glacial-interglacial. Da igual si con los hielos en Europa hay desierto o selva en el Sahara porque nada impide que se hubiera atravesado en el período anterior o posterior.

 

Ahora creo que entenderán mejor porque considero agridulces estas noticias. Me encanta que al fin se pueda hablar con libertad de una vía de acceso a través del Sahara, pero francamente no viene a demostrar nada nuevo sino a confirmar lo ya demostrado. En primer lugar es una noticia que atañe un período cálido anterior a la última Glaciación, el llamado Riss-Würm, y que habla de caudalosos ríos que fertilizaban el Sahara bajo otras condiciones pluviales, pero eso ya se había comentado de cierta fase de nuestro actual Holoceno (lo últimos 10.000 años). Por otra parte pueden tener problemas con la ortodoxia Out of Africa porque si bien estos ponen un origen muy temprano para el nacimiento de nuestra especie, el momento de su éxodo es relegado a no antes de los 100.000 años, fecha en la que precisamente empieza la glaciación Würm (y por tanto el Sahara es aún más árido y extenso). A la postre se trata de una aportación ridícula porque se centra en unos canales fósiles que delatan la existencia, hace 120.000 años, de ríos que desde los macizos del desierto Libio van a parar al Mediterráneo en el Golfo de Sidra. Bajo esas condiciones, cerca de la frontera con Egipto, erigirse como alternativa rebelde a las tesis del Nilo como única salida es jactarse demasiado.

 

En realidad la noticia es confusa como suelen ser estas traducciones de lo científico a lo periodístico. Quieren hacer ver que los mencionados cauces suponían una salvación entre el desierto cuando esto es imposible, al menos para la fecha interglaciar (cálida y lluviosa) en que sitúan el descubrimiento. Mencionan restos norteafricanos que ya contradecían las tesis del Out of Africa más purista, pero no se dignan a mencionar Jebel-Irhoud. La única novedad que encuentro respecto a lo que ya sabíamos del epipaleolítico sahariano, y que por traslación podíamos desde hace mucho aplicar al interglaciar, es que aparecen ríos en dirección S-N, mientras que en el Holoceno desembocaban más hacia el Atlántico o en mares interiores hoy desecados. Pero desde luego, no puede ser considerado “la” prueba que demuestra que el hombre moderno no sólo emigró por Egipto y Somalia.

Fuentes que remiten a la noticia:

http://www.elpais.com/articulo/sociedad/enormes/rios/permitieron/humanos/sortear/Sahara/elpepisoc/20081019elpepisoc_3/Tes

http://www.elmundo.es/elmundo/2008/10/14/ciencia/1223972958.html

http://www.abc.es/20081015/nacional-sociedad/homo-sapiens-pudo-salir-20081015.html

http://www.cronicadigital.cl/modules.php?name=AvantGo&file=print&sid=13700

jueves, 16 de octubre de 2008

Complejos Identitarios 1. Selección sexual

En mis tiempos adolescentes si una chica decía haber ligado con un “rubio con ojos azules” era como si le hubiera tocado la lotería. En eso consiste muy básicamente la selección sexual, en la preferencia por determinados rasgos somáticos en la pareja sexual. Dentro de ella podemos distinguir entre aquella selección sexual más biológica y entre otra de índole cultural.

 

El grado Homo Erectus supuso la aparición de una serie de rasgos anatómicos revolucionarios en lo sexual, y no exagero. Como esto es un blog podemos permitirnos traducirlo a lo bruto: un erectus nos podía “poner”, pues de cuello para abajo era indistinguible a nosotros, mientras que sentir morbo hacia un australopiteco es zoofilia. Hoy se opina que Erectus fue el primer homínido desprovisto totalmente del vello de los simios, así como el que afianzó definitivamente la postura erguida. Es un tema francamente fascinante cuya envergadura sobrepasa esta entrada y este diario entero, y está muy bien glosado en El origen de la atracción sexual humana de Manuel Domínguez-Rodrigo. Debemos saber que tuvo consecuencias tan importantes como el parto doloroso de las mujeres, o que el humano sea el primate con el pene más grande en los machos y los senos más grandes en las hembras. Pero sin duda la principal alteración consistió en que desaparecieron los períodos de estro o celo animal, porque ya no teníamos (con perdón) la nariz a la altura de los genitales y las señales olfativas no eran tan eficaces. Aligerando, tuvimos que hacer nuestra sexualidad más compleja, más simbólica, y por el camino nos hipersexualizamos tanto en la apariencia como en las costumbres. Este es el aspecto más biológico de nuestra selección sexual. Como ejemplo, las mujeres con caderas anchas dilatan mejor al parir, mientras que la cadera ancha en un hombre indica exceso de hormonas femeninas, por lo que las hembras seleccionan machos con caderas estrechas y estos ligan con las de cadera ancha. Del mismo modo y llegando hasta detalles insospechados, podemos encontrar que lo que entendemos por un humano atractivo sexualmente es realmente un individuo sano tanto fisiológica como genéticamente.

 

Existe un grado intermedio entre esta atracción puramente biológica y la complejidad de lo “erótico” como sexualidad culturizada. Por ejemplo, no todos estos factores biológicos eran universales porque existían diferentes adaptaciones climáticas. Así una noruega neolítica evitaría a los morenitos como una sahariana huiría del albinizado, porque la melanina es fuente de raquitismo en el norte, pero su ausencia desemboca en cáncer de piel al sur. Esto implica que cada rincón del planeta fue adaptando ese prototipo de hombre/mujer atractivos según sus necesidades, lo que a su vez conduce a la proliferación de modelos de selección sexual, lo que conlleva a su vez la diversificación acelerada de tipos humanos. Porque la selección sexual en cierta manera ya implica hacer trampas con la genética y por ello supone una direccionalidad y una aceleración. Es de vital importancia fijar el momento preciso de esta diversificación, porque es francamente reciente. Cuando en el ejemplo de la melanina especifiqué “neolítico” es precisamente porque antes no tenemos ni un indicio de que tal cosa fuera posible. En primer lugar porque no se pueden practicar criterios de selección sexual muy severos bajo un régimen de caza/recolección. Son grupos muy pequeños y aislados que necesitan de la exogamia sistemática para no acabar degenerados genéticamente. Encima, si consumes carne y pescado en cantidad no padeces raquitismo siendo moreno en los hielos, como ocurre con esquimales o tibetanos. Eso ayuda a sostener la teoría de que fue con el neolítico, y su cambio de dieta a cereales preponderantemente, la que nos hizo desembocar en eso que antes llamábamos “razas”. Tradicionalmente se había creído que la aparición de blancos, negros o amarillos fue producto de la pura selección natural, lo que lo convertía en un larguísimo proceso que incluso quisieron remontar antes de la aparición de los humanos modernos como especie. Pero con la selección sexual en juego todo se ve acelerado hasta el punto de que con 10.000 años basta y sobra para que un zulú se transforme en lapón. Antes del neolítico los arqueólogos no encuentran cráneos de blanco, negro o amarillo propiamente dichos sino que son cráneos “antiguos”, “genéricos”, y que a veces sí que muestran claras tendencias hacia determinada raza actual pero que aparecen en geografías carentes de sentido (negroides en Dinamarca y Brasil, caucasoides en Kenya y China,  o achinados en Zambia y Grecia). Es más, por los enterramientos y hallazgos colectivos se detecta una variabilidad mucho mayor que hoy, como si en la treintena de miembros de cada banda estuvieran presentes tipos de gran parte de las “razas” actuales.

 

De ahí pasamos a lo puramente cultural. Este tipo de selección sexual en nada se propone ayudar a la selección natural, y en no pocos casos la llega a perjudicar (recordemos por ejemplo los corsés y corpiños decimonónicos que malograron tantos embarazos). Sin embargo la selección sexual-cultural también tuvo sus fases, o al menos podemos establecerlas convencionalmente para aclararnos. Por ejemplo con 500 habitantes un poblado típicamente neolítico ya se puede permitir cierta endogamia (un rapto de chavalas de vez en cuando, un mozo de fuera que se instala, etc.) así que estableceríamos el primer estadio de selección sexual-cultural en aquello que se nos asemeja. Nos atraería nuestra gente, los que se parecieran a nosotros, porque eran tiempos de cerrar filas en torno a la propia comunidad y de producir como hormigas. No debe extrañarnos porque es un criterio que aún colea en mucha gente con prejuicios, y que podríamos bautizar como “xenofobia erótica”. Con el tiempo, avanzado el neolítico y en las edades del metal, aumenta la población, aparecen los mandones en general, las tan amadas “elites” de los académicos, y esto supondrá una nueva vuelta de tuerca. Hasta entonces sólo hay un objeto de deseo, lo propio; pero a partir de ahora aparece un segundo elemento de atracción sexual que es el aspecto físico de la aristocracia. No hace falta que esas elites dominadoras provengan del exterior, pues el aspecto diferenciado se produce ya desde el momento en que se separan las sociedades en clases. La jerarquización social implica una sexualidad determinada por el estamento que nos toca al nacer en la mayor parte de los casos, pero a veces también una vía de ascenso y descenso por la pirámide de poder. Y esto de una forma u otra acaba conduciendo a la admiración sexual hacia el jefe, la consabida “estética del poder”.

 

De ahí hasta hoy poco es lo que ha cambiado, aunque es cierto que lo hemos hecho todo bastante más complejo. Pero la triple atracción (animal, xenófoba y trepa) sigue ahí como el primer día. La complejidad llega a un grado que hemos tenido que inventar el moderno uso de “morbo”, que viene a significar “lo que íntima y realmente me pone sexualmente, más allá de lo que socio-culturalmente se espera que me guste”. Cuando un chico o una chica dice que le gusta tal o cual individuo está experimentando sin saberlo un triple jurado (bragueta, corazón y cabeza) que casi nunca coinciden en sus veredictos. Tenemos nuestra pareja ideal como Erectus salidos. Tenemos nuestra novia ideal para agradar a mamá o para que encaje en la pandilla. Finalmente, tenemos toda una serie de imposiciones estéticas por parte del Poder o la Cultura del momento (eufemísticamente llamado “canon de belleza”). Cuando las niñas de mi generación perdían la cabeza con la sola mención de un chico rubio de ojos azules, padecían sobre todo el tercer tipo de selección sexual, aquel más condicionado culturalmente. “Rubio con ojos azules” significa realmente "europeo" y traduce fielmente las aspiraciones españolas de entonces a las puertas de lo que aún se llamaba Mercado Común, así como estrenando ídolos pop del mundo anglosajón. Perdónenme los que tengan alguno de los defectos que voy a mencionar, pero es que a menudo ese “rubio con ojos azules” tenía orejas de elefante, dientes de conejo y con sarrillo, barriga de tabernero, pelo casposo, voz de pito, acné supino, por no hablar de que fuera bruto, aburrido, y le tufara el aliento. Ninguna de esas cualidades, que a los demás nos hubiera supuesto inmediatamente un suspenso en ligoteo, hacía mella en la atracción que aquel tipo despertaba. Aunque coincidía con nuestras necesidades del momento, se trataba de un criterio de atracción sexual mucho más antiguo y que podemos ver de forma indirecta en el origen de una expresión que todos conocemos. En España a los aristócratas los llamamos gente “de sangre azul”, y muchos desconocen por qué, o acaso lo asocian al príncipe azul de los cuentos. Pero en realidad la expresión proviene de que las venas se ven azules en las pieles muy blancas, propias de los que no tienen que trabajar bajo el sol, es decir, los señores frente a los vasallos. Dicen que proviene de la impresión que a los hispano-romanos causó la palidez goda, pero eso no es muy convincente toda vez que nuestra actual aristocracia tiene de goda lo que yo, pues surgen a raíz del proceso mal llamado Reconquista. Si alguien se impresionó de tanta palidez serían los andalusíes conquistados, y si la expresión se ha mantenido hasta hoy es porque no todos ellos acabaron expulsados, pero eso es harina de otra entrada de diario.

 

Debemos por tanto plantearnos si la Península Ibérica ha estado sujeta a criterios de selección sexual muy culturalizados, desde cuándo y en qué dirección de preferencia. Yo creo que si lo hacemos con franqueza todos debemos reconocer que Europa es nuestro más fuerte referente estético desde el Medioevo. Lo moreno, por no hablar de lo negroide, empieza a estar proscrito cuando equivale a “hereje” y “enemigo” musulmán. Luego pierde aún más de estima erótico-cultural cuando se añaden las connotaciones de gitano y de indio-negro sudamericano. El remate lo marca el definitivo batacazo del denominado imperio español y la aceptación gradual de que nuestro destino pasa por asimilarnos totalmente a lo europeo. No es raro encontrar descripciones de una supuesta belleza barroca o romántica de la que sólo nos describen el contraste entre su piel de marfil y sus labios granate. Invito a cualquiera a darse una vuelta por el pasillo de las recién paridas de cualquier hospital, y que se ponga a escuchar los piropos que se le dicen a los bebés, qué rasgos se les celebran más. Como nazca uno todo rosa, los ojos como la turquesa y un copete amarillo trigo, por allí circulará toda la planta en procesión, incluido el personal. Si se fijan bien notarán además que los currantes, la gente de pueblo y los gitanos son incluso más propensos a festejar que el niño haya nacido “rubico-rubico”. Si esto es así, si en España alguien por el mero hecho de parecer europeo ya es considerado atractivo, y si esto es así desde una fecha tan concreta como la Reconquista, hemos de reconocer  por fuerza también que antes de esa fecha éramos en general menos europeos de aspecto que en la actualidad. Esta es una de mis líneas de estudio que más trabajo me cuesta transmitir incluso en charla privada, porque los españoles tienden a bloquearse mucho con este asunto.

 

Si desde 1492 se impone en toda la Península el “white is beautiful”, ha existido selección sexual-cultural, lo que necesariamente supone un esfuerzo y una aceleración en esa dirección. Defender lo contrario es como decir que tras un sprint el corredor permanece en el mismo punto de partida. Pero además existen razones antropológicas, geográficas e históricas abrumadoras que demuestran que no sólo antes éramos más morenos que ahora, sino que cada vez que damos un salto atrás en nuestro pasado más africanos parecemos. Y pongo toda mi intención en el “éramos”, no “eran”, porque esta es la consecuencia de la selección sexual que más valoro. Hasta ahora cualquier cambio en el aspecto de los humanos de una región implicaba bien el mestizaje bien el reemplazo total por extranjeros, pero la selección sexual permite que un grupo razonablemente pequeño provoque una alteración anatómica absolutamente endógena que no sólo los diferencie drásticamente de sus parientes vecinos, sino que a veces los haga coincidir en aspecto con pueblos muy remotos en tiempo y espacio que casi nada tienen que ver con ellos a nivel genético. Por si fuera poco, esto puede dar un resultado ya evidente en diez o veinte generaciones. Todos nos sorprendemos de los gustos estéticos de nuestros mismos abuelos: Inés Sastre, tan alta, tan flaca y tan morena hubiera resultado demasiado andrógina, demasiado seca y demasiado moruna como para soñar casarla en época de Cervantes; sin embargo Paloma Gómez Borrero, de joven se entiende, hubiera hecho furor.

 

Pero no todo son consideraciones históricas. Reconozcamos que climáticamente no podemos decir que la selección sexual a favor de lo nórdico-albinizado sea nuestra mejor baza para sobrevivir. Al ser nuestra Península una zona templada con muchas horas de sol al año, como mucho podemos dejarlo en que el rubio surgido espontáneamente de la Península no corría graves peligros de supervivencia, pero reconociendo a la vez que el moreno sería el “más apto” según el argot de los evolucionistas. De otro lado, la cercanía de 14km con África no debería ser por más tiempo un tema por el que pasar de puntillas con los zapatos en la mano: aquí ha habido un continuo aporte de sangre africana hasta 1492. No existe por otra parte ninguna base antropológica (esqueletos desde el Paleolítico hasta lo medieval) ni iconográfica que verifique la existencia de un criterio de selección sexual europeizante o blanqueador para todo ese largo período en la Península. Si no hay razón para necesitar biológica ni ambientalmente una albinización en nuestra tierra, si tampoco hay constancia de ella en los cráneos, los frescos rupestres, en las decoraciones de cerámica o en los bustos exentos, y sin embargo si la constatamos evidente y enérgica (Inquisición incluida) a partir del fin de la Reconquista, ¿por qué es tan difícil aceptar que los ibéricos de la época romana o neolítica eran más agitanados, más morunos, más amulatados que hoy? Dos son las respuestas que se me ocurren. Unos son los prejuiciosos que ya he mencionado y otros son personas mal informadas que presuponen que decir “aquí hubo morenos” implica que aquí vivieron antes unos distintos a nosotros. Realmente somos los mismos (además de los mestizajes), únicamente teníamos antes un aspecto diferente.

 

Generación a generación y de modo sin duda imperceptible para sus agentes, este proceso de selección sexual fue provocando que las chicas más morunas o agitanadas tuvieran, si no estaban requetebuenas, más papeletas para monjas o para cuidar a sus ancianos padres, mientras que sus hermanas y primas más lechonas eran las que acababan casadas. En el hombre la cosa funciona algo diferente, principalmente a causa del machismo que ha dominado a la humanidad pasada, que ha permitido a los hombres conservar un grado mayor de selección sexual biológica frente a la cultural que las mujeres. No era raro, pero tampoco hasta el grado de costumbre, que un marquesito blanco como la leche acabara casándose con una morenaza de rompe y rasga y que incluso sus iguales lo aceptaran porque la atracción biológica que lo llevó a ello era tan evidente como compartida por ellos mismos. Pero jamás se daba lo contrario, es decir, la vía sexual era inútil para los hombres que querían trepar socialmente. Por eso en las mujeres había un mayor grado de selección sexual condicionada por los valores culturales y sociales de su tiempo, porque si los acataban podían permitirse ascender en la pirámide clasista. Sin embargo, no debemos deducir que la sexualidad masculina estaba libre de condicionamientos culturales. Si un hombre de baja cuna lograba con trabajo o con las armas trepar socialmente, no dudemos que acabaría casado con la chica más europeoide que pudiera permitirse. Lo anterior de la gitana y el marqués es eso, cosa de marqueses, de grandes de España que no tienen ningún temor a poner en solfa su abolengo y a ser quemados por el Santo Oficio. Existe un dicho criollo, repugnante éticamente, pero que refleja muy bien esto: había que buscar una negra en la cocina, una mulata en la cama y una blanca para pasear como esposa. Pero hay más, una especie de consecuencia indirecta del machismo que acaba siendo una forma de selección sexual. Desde niveles neolíticos y anteriores, lucir una mujer pálida es signo de que tú eres tan próspero que te puedes permitir liberarla del trabajo, porque las mujeres que tenían que labrar el campo acababan achicharradas por el sol (recordar el Cantar de los Cantares). Por eso ya existen pruebas de una selección sexual de este tipo en los frescos egipcios y minoicos, donde los machos son siempre marrón rojizo y las hembras amarillo ocre. Ese debió ser el canon de belleza de casi todo el resto de pueblos mediterráneos, aunque podemos rastrearlo en culturas tan distantes espacio-cronológicamente como la afroamericana actual. Pero esta manía afecta sólo a la piel, no al resto de rasgos que caracterizan una “raza”, y bajo ese modelo entraría perfectamente una belleza ibérica o magrebí, donde gustan las hembras de piel muy clara pero con pelo negro, labios negroides, nariz redondeada, ojos rasgados u “orientales”, etc. al estilo de Charo López o Maribel Verdú.

 

No puedo evitar desviarme del discurso para comentar algo que está relacionado y es muy curioso. Debido a que el canon sexual hegemónico durante estos últimos cinco siglos es sin duda el europeo, se da que un español moreno sí pasa por moro en Marruecos mientras que un marroquí que se tiene por pinta de español es visto como mero “moro pálido” en la Península Ibérica. ¿Por qué? Porque la “europeidad” o “españolidad” del marroquí es fruto forzado, dirigido y acelerado, precisamente por selección sexual-cultural, mientras que el negruzco ibérico es una pervivencia del pasado, en ningún caso potenciada sino todo lo contrario. Dicho de otro modo, los españoles morunos tienen realmente genes de moros (o de númidas, o de negros coloniales, o de lo que sea) que se quedaron aquí y que aparecen a traición para perjuicio de sus herederos, mientras que la mayoría de marroquíes claros que creen tener aspecto europeo son tan artificiales como los chihuahuas, producto de una severa selección sexual que favorece lo árabe sobre lo africano primero, y lo francés colonial sobre lo árabe después. Pero, ojo, exactamente igual pasa con los peninsulares que se creen “europeos” en sus facciones: luego viajan con otros españoles (morenos) al extranjero y allí nadie los distingue. En el caso norteafricano esto conduce a un mito que luego vamos a encontrar en numerosos tratados de Historia y Antropología: el de los bereberes rubios. Los propios independentistas amazighes han caído en tal creencia sin duda tentados por su inveterada, y justificada, arabofobia. Y esto es a su vez una más que probable razón para incurrir en selección sexual-cultural, con lo que a la vuelta de diez generaciones el Magreb litoral estará mayoritariamente poblado por moros rubios, como en su día pretendió el mito ahora vuelto profecía. Pero jamás pasarán por europeos, ni siquiera por peninsulares, como un acelerado guiso al microondas no se confunde con aquel hecho en orza y sobre brasas. Mutatis mutandi, los españoles pueden emplear siglos en su afán de europeizarse y blanquearse, pero será inútil.

 

Cerremos este artículo con una muy resumida panorámica a nuestros procesos de selección sexual. Partimos, como no, de los orígenes africanos del Homo Sapiens Sapiens u Hombre Moderno, así como de la muy probable llegada a la Península vía Gibraltar desde tiempos muy tempranos, ya que la navegación ya no es en absoluto un imposible para el Paleolítico (Hombre de Flores, Indonesia). Por puro sentido común si el origen del ser humano es África y si entró en Iberia directamente por Gibraltar, nuestra población primigenia hubo de ser forzosamente africana, y tener por tanto los rasgos anatómicos de los africanos. Al ser nuestra Península una región templado-cálida podemos establecer que, sin selección sexual-cultural de por medio, no hay ninguna razón para que aquellas pintas africanas mutaran a otra cosa. Nacerían ejemplares con rasgos que prefiguraran lo europeo, que duda cabe, y también con rasgos típicos de lo hoy definimos como pintas iberopeninsulares, pero la norma sería conservar lo heredado de África. Recordemos además que el propio régimen cazador-recolector obliga a la exogamia masiva y no permite entonces la aparición de “razas” regionales. Durante las Glaciaciones poco podíamos tener de “europeo” porque la propia Europa estaba casi despoblada, sino que fuimos precisamente lo contrario: fabricantes y exportadores de ancestros de los europeos. Somos Europa principalmente porque media Europa es hija nuestra a nivel genético. A medida que los hielos se fueron retirando el excedente poblacional de las regiones templadas fue ocupando la nueva tierra habitable, tanto en el caso de especies animales como de humanos. La Península Ibérica de la última glaciación es ya académicamente considerada junto a Italia, Grecia y demás como “refugios” de especies animales y vegetales que luego colonizarán Europa. ¿Por qué pensar distinto respecto a la especie humana? Nos plantamos por tanto en el nuevo ciclo climático (Holoceno), equiparable socioculturalmente al “neolítico” o paso de la depredación a la producción de alimentos, con un aspecto físico ibérico muchísimo más africano que europeo. Hasta que Europa no estuvo sobradamente poblada, y yo no estimo esto antes del Tercer o Segundo milenios a.C., no podemos permitirnos hablar de influencias europeas en la Península Ibérica, porque hasta que un cazo no está lleno no puede rebosar. Pero incluso en esas fechas tan tempranas el flujo sería débil y formado como ya vimos por descendientes de ibéricos, italianos, etc. Iban ya emblanqueciendo, por el mentado asunto de la melanina y el raquitismo bajo dieta cerealista, pero aún tenían rasgos de los ibéricos que fueron. Esto debe quedar muy claro: del mismo modo que nuestro argárico tenía pinta de libio, el neolítico inglés tenía pinta de andaluz actual, como el checo de los Campos de Urnas tenía pinta de turco. Sólo con la aparición de modelos socio-culturales más complejos, que prefiguran lo que hoy llamamos Estado, pudieron aparecer marcadas diferencias regionales en lo somático. Pero esto no es un valor histórico absoluto, pues en Egipto pudo acontecer en 6000aC, en la Península Ibérica en 3000aC, y en Alemania en el 1500aC. Por tanto hubo un tiempo en que las variedades “raciales” ibéricas estuvieron definidas y protegidas por unas sociedades lo suficientemente complejas para permitírselo, mientras que los europeos estaban aún en la fase anterior neolítica y por tanto “pre-racial”, aunque con clara tendencia a eliminar melanina. Hasta que dichas formas proto-estatales no desembocaran en verdaderos estados, y eso en la Península Ibérica no se admite hasta la Edad de Hierro justamente prerromana, no debemos suponer cambios respecto a nuestro tipo africano ancestral. Por supuesto, a más estatalización más regionalización “racial”, y a más complejidad socio-cultural, más tendencia a imponer criterios culturales a la selección sexual, pero no hay razones para suponer un deseo de parecer más europeos. Aún en tiempos de Roma las facciones nórdicas no eran tenidas por bellas porque sus pueblos eran considerados salvajes y no se deseaba flirtear con ellos. Un romano, como un ateniense clásico, prefería una esposa fenicia, ibera o egipcia antes que britana o germánica, porque entonces existía cierto racismo mediterráneo que consideraba rarezas deformes tanto a los negros como a los europeos nórdicos como a los extremo-orientales. Durante todo este tiempo se pueden argumentar cuantos testimonios se quiera sobre arribadas “célticas” y similares a nuestra Península, pero en nada cambiará el esquema expuesto. Primero porque en justicia debemos sumar la arribada de elementos, en mucha mayor cantidad, procedentes del Norte de África, Mediterráneo y Oriente. En segundo, porque como vimos, esto es un poco como los cantes flamencos “de ida y vuelta”, y al final del camino nos sorprenderemos de ver en qué consistían realmente los dichosos celtas. Estamos asistiendo a la caída del Imperio Romano y aún no hemos encontrado indicios para defender que hasta entonces existiera un solo motivo para querer tener aspecto de europeos actuales, y desde luego tampoco para hacernos europeos en origen. ¿Seguiríamos siendo “africanos”? En muchos aspectos los milenios trascurridos, la condición insular de Iberia, las mencionadas estructuras sociales endogámicas, etc., habían provocado la aparición de un tipo “racial” ibérico, con sus variedades, muy marcado y reconocible por los pueblos mediterráneos antiguos. Pero a la vez no tengo dudas de que la “etnología” greco-latina, hebrea, etc. lo catalogaba a caballo del mauritano y del galo, y si me apuran con más de origen africano, teniendo nuestra europeidad por invasión o mestizaje reciente. Por supuesto en el Tercio sur peninsular, Afroiberia, el aspecto africano sería mayoritario.

 

Pero llegamos a los visigodos y la cosa no cambia demasiado a pesar de que los académicos pretendan lo contrario. Estos invasores germanos llegaron para mandar y eran escasos proporcionalmente, además de muy endogámicos y racistas, así que salvo cuatro solteros que se casaron con ibéricas o cuatro espontáneos rendidos por la selección sexual sin culturas interpuestas, aquí no hubo mezcolanza con los visigodos. Y menos en el Sur peninsular donde más que ellos tuvimos a los bizantinos de los que no puede decirse precisamente que fueran supremacistas blancos o nordicistas, sino que incluso tenían más tragaderas raciales que los propios romanos por mera ubicación geográfica. Los llamados “ibero-romanos” sintieron además como opresivo y gratuito el dominio de los godos, así que no existen motivos para presuponer que los aborígenes trocaran su canon sexual para emular a los tiranos. Todo lo contrario, ser entonces moreno era síntoma de ser más romano, más mediterráneo clásico que toda esa marabunta de advenedizos rubios. ¿Dónde comienza entonces y por qué esta eurofilia en nuestra selección sexual-cultural? En términos muy generales aparece a partir de la Edad Media y la religión tuvo un papel fundamental, pero es más difícil dar una fecha y un culpable. Por un lado el Islam se extendió de forma natural por la ribera sur mediterránea pues al norte tenía nada menos que al tapón bizantino. Aparece entonces una falla cultural a lo largo del Mediterráneo dirección W-E como no se vivía desde las Guerras Púnicas o desde quizás nunca. Al Norte Cristianismo y tez clara, al Sur Islam y morenura. Pero esto es al menos posterior a la entrada de los musulmanes por Gibraltar. Yo, que llevo años mascando este tipo de información, aún me cuesta aceptar o imaginar que San Agustín era un moro que predicó en cananeo, no es broma, a los catetos de su diócesis, o que en el Congreso de Elvira, primero en España, acudieron más obispos norteafricanos que europeos. Durante el Imperio Romano no existía una preferencia de la metrópoli por sus provincias europeas, sino todo lo contrario. Vencidos los cartagineses, el litoral norteafricano se romanizó al mismo buen ritmo que los béticos, así que un romano se sentía mucho más identificado, pariente y “racialmente” similar a un tunecino o a un andaluz que a un francés o a un alemán, les pese a quienes les pese. En muchos sentidos la misteriosamente fácil penetración del Islam en la Península no viene sino a confirmar que aún entonces Gibraltar estaba en plena actividad, que era aún puente y no frontera, como lo siguió siendo para Al-Andalus durante ocho siglos. Son los de Covadonga los que reinterpretan toda nuestra Antigüedad y de paso se inventan un origen exclusivamente visigodo para sus castas. Entonces surge la falacia de un español blanco/europeo original invadido demográficamente por moros y árabes que tiene que “reconquistar” la patria, y entonces sí comienza a ser plausible que surgiera una selección sexual-cultural eurofílica. Esta eurofilia en nuestro cortejo erótico dura hasta hoy, porque realmente no han cambiado las estructuras socio-culturales y geoestratégicas de entonces. Al llegar a América descubrimos que allí eran más tiznados y en cierto modo morunos (indios les bautizamos) que nosotros, lo cual vino a redundar en el prejuicio racista y en nuestros criterios de selección sexual. Para colmo, nos llevamos para allá esclavos negros, al tiempo que en la metrópoli cundía el terror inquisitorial y proliferaban los gitanos. Estamos atestados de condicionamientos racistas presentes e históricos, y todos vienen a reforzar los criterios de selección sexual eurofílicos. Con Franco estábamos cerrados por Gibraltar y por los Pirineos. Luego aspiramos a la bicoca, a saber, abrir los Pirineos manteniendo cerrado Gibraltar. Pero con las subvenciones europeas vino la inmigración africana, latinoamericana y asiática, así que podemos decir que hemos pasado a tener las dos puertas abiertas. Que cada cual dando un paseo compruebe que el mestizaje es ya evidente en nuestras calles, y hablo de niños mestizos paseados por parejas mixtas, no del “mestizaje” en guetos estancos de estilo anglosajón. Entonces, cada vez que no encontremos datos que demuestren que en una época determinada Gibraltar estuvo obstruido, algo imposible antes de 1492, el mestizaje que hoy contemplamos nos servirá como tímido reflejo de lo que entonces aquí habitaría.

 

Queda mucho por decir de la morenura ibérica, y no duden que muchas entradas futuras del blog estarán dedicadas al mismo tema. Se trata de un asunto que necesita ser urgentemente modificado en nuestra percepción social, que genera mucha oposición irracional, pero que es capital si queremos afrontar coherentemente nuestro destino histórico. Al menos espero que tras estas líneas nos haya quedado claro que la apariencia “racial” se puede forzar y acelerar, fabricar a fin de cuentas, a partir de un fuerte prejuicio cultural o geoestratégico. Espero a su vez que seamos consecuentes en admitir que nuestros remotos ancestros nada tienen que ver con nuestro afán por palidecer de los últimos cinco siglos.

 

 

 

sábado, 4 de octubre de 2008

Presentación

¿Hay que creer todo lo que dicen los historiadores y arqueólogos?

 

¿Puede y debe la gente común participar en las teorías y debates sobre su pasado remoto?

 

¿Qué lugar ocupa nuestra Península en estos debates?, ¿Hay que reivindicarla más y mejor?

 

Tras años de indecisión y timidez he optado finalmente por plasmar dudas como las anteriores en un blog personal. En realidad si no hubiera sido porque un bendito inventó el concepto de web-blog la gente como yo jamás sería capaz de hacer públicas sus reflexiones. Nos falta comercialidad y títulos universitarios para siquiera soñar con ser publicados, nos falta vanidad y medios para autofinanciarnos un libro o revista, y ni siquiera nuestras opiniones circulan en el mismo sentido que las académica y popularmente aceptadas. Pero tenemos algo que decir.

 

Por otro lado, pronto comprendí que me era imposible acometer un trabajo sistemático, tipo manual, sobre Prehistoria y Antigüedad del Sur peninsular. Si la divulgación y la creación de obras generalistas ya es costosa y complicada para un autor “mainstream”, qué decir de aquel dispuesto a discutir y desmantelar el paradigma. De nuevo el blog viene a salvar esa situación porque se plantea como cuaderno de bitácora o diario. Tengo libertad por tanto para saltar de reflexiones muy genéricas a asuntos de lo más específico, para abordar tanto noticias de actualidad como temas monográficos como experiencias personales al respecto, para incluir todo tipo de materiales (fotos, dibujos, mapas, etc.) y para emplear cualquier estilo (científico, literario o humorístico). Se trata sin duda de una forma de trabajar mucho más relajada que la del que intenta sacar adelante un manual revolucionario sobre El Argar o Tartessos. Y por supuesto implica mucha menos responsabilidad. Este no es el lugar idóneo para copiarse un trabajo de instituto o facultad, como tampoco sirve al ciudadano que quiere ponerse al día sin complicarse. Es una página muy personal con opiniones muy personales y si estas no satisfacen la solución es muy simple: basta con cerrar el blog y de inmediato desapareceremos yo y mis tesis.

 

La verdad es que existen varias razones por las que cerrar escandalizado este diario. Para empezar no soy licenciado en Historia, Arqueología o Antropología, sino un aficionado al tema que, eso sí, se toma muchas molestias y emplea muchas horas en intentar que sus conclusiones estén debidamente documentadas y basadas en datos empíricos. Por otro lado, ya he dicho que mis opiniones no siguen las corrientes actualmente canonizadas. Las autoridades académicas son autoridades al fin y al cabo, son Estado, poder y por tanto coherción por muy legítima que se nos venda. Cada cultura o civilización ha pretendido tener una historia que viniera a refrendar o anticipar sus cualidades actuales, sus prejuicios vigentes y sus intereses bélicos y económicos. El Pasado Remoto no es otro recurso más del Poder para autolegitimarse sino precisamente el más eficaz, y no hay más propaganda y tergiversación por milímetro cuadrado impreso que en un manual de Historia, cuanto más antigua mejor. Actualmente vivimos en una situación incluso peor a la habitual, pues nuestro paradigma necesita ser sustituido pero no hay ganas ni valor para hacerlo. Si nos fijamos, conceptos como igualdad racial, sexual, social o étnica son principios que llevan décadas funcionando saludablemente en Occidente, pero las mismas perspectivas aplicadas a estudios arqueológicos, antropológicos, etc. son o bien muy novedosas o simplemente inéditas. Nuestra Antigüedad y Prehistoria se sigue interpretando a partir del machismo, del supremacismo blanco o eurocentrismo, del capitalismo económico, etc., y sólo desde los 90s se balbucean conceptos como arqueología de la identidad, de género, indigenista, etc.

 

Pero sin duda provocaré mucho más rechazo por ser un español que escribe sobre la africanidad de España, tema totalmente proscrito en nuestro Estado para derechas e izquierdas, cristianos y laicos, capital y provincias. Muy simplificado, sostengo que en casi cada aspecto de lo que consideramos español (desde geología a recetas culinarias) suele darse la siguiente proporción: un tercio es influencia africana (y lo llamo Afroiberia), un tercio europea, y otro tercio “indígena”. Y aunque no hay rincón de la Península Ibérica que no tenga a la vez algo de africano, de europeo y de castizo, es inevitable suponer un Sur más afro y un Norte más euro. Mis estudios se centran en la región al Sur del Cabo de la Nao y Lisboa, pero sobre todo de Andalucía que es mi tierra. Todas estas ideas han provocado estupor en la mayoría de españoles con quien las he compartido, porque vivimos muy acomplejados con nuestra africanidad. “África empieza detrás de los Pirineos”, decían los franceses, y nosotros agarrábamos un mosqueo espantoso. Hoy, en plena convergencia euro, dichos comentarios han dejado de sonar y en España se investiga a golpe de subvención comunitaria. Andalucía, con ocho siglos afro-musulmanes en el armario, es si cabe aún más entusiasta eurocentrista que Madrid. Yo lo veo de un modo totalmente distinto, muy simple y probablemente menos condicionado: 14 kilómetros. Ese es el ancho del Estrecho de Gibraltar, y en el pasado muy remoto la distancia fue aún menor. Ante ese dato absolutamente científico e incontestable lo demás me parecen milongas. El que no encuentra lo africano en España, ni siquiera en su parte meridional, es porque no sabe o porque no quiere. Entiendo que este es un momento muy delicado e inoportuno para plantear una Afroiberia: por un lado vimos que estamos en pleno proceso de integración en Europa y por otro el Norte de África se nos comienza a presentar amenazador, sea en su faceta terrorista o migratoria, sea que haya o no fundamentos reales para tal alarma. Decir ahora que los españoles no somos del todo europeos y a la vez defender que el Sur peninsular es muy magrebí puede sonar a practicarse un hara-kiri geopolítico. Pero es la verdad, o al menos estoy profundamente convencido de que lo es y en absoluto creo que sea una actitud suicida.

 

Vivimos una década en que los que los conspiranoicos se lo están pasando pipa. Con Internet, el 11S, la actual crisis financiera, los vaticinios de Al Gore, etc. podemos decir sin exagerar que es hoy y no en los 60s cuando verdaderamente “los tiempos están cambiando”. Reconocer la parte africana de la Península Ibérica nos puede hacer más apetecibles para Bin Laden, es cierto, pero también nos puede enseñar un camino para amortiguar e incluso sacar algo positivo de la inevitable inmigración procedente del Sur, convirtiéndonos a la postre en imprescindibles intermediarios entre Europa y África. Además, en tiempos de cambio los pueblos que sobreviven son aquellos que saben sus posibilidades y limitaciones, que juegan todas sus cartas, que velan por sus intereses y no siguen consignas externas. España no va a ninguna parte persistiendo con el actual mito de que es herméticamente europea hasta Tarifa y desde tiempos del neandertal. Tampoco solucionará su destino si cambia eso por una asimilación simplista y servil al modelo norteafricano actual, tipo andalucistas proislámicos y demás hierbas. Tanto lo que tenemos de africano como lo que tenemos de europeo ha ido llegando de modo tan gradual como ininterrumpido, y por tanto ha ido asimilándose a fuego lento hasta convertirse en un producto irrepetible y del que ya no podríamos recuperar sus partes constitutivas. Yo no veo motivos para temerle tanto a tener algo o mucho de africanos, y de hecho creo que en lo concerniente a la Prehistoria y Antigüedad es un factor que determina la feliz solución de eternos debates académicos así como arroja un panorama de nuestro pasado mucho más digno y rico en matices. Pero debe quedar muy claro que no se trata aquí de tomar una actitud revanchista, obsesiva incluso, en torno a la africanidad de la Península Ibérica. Se trata de estudiar el pasado de la manera más rigurosa y ética, y para ello necesitamos perder el prejuicio que nos impide aceptar el componente africano, tras lo cual éste brotará espontáneamente. Yo no escribo, o no escribo únicamente, sobre elementos africanos en lo peninsular sino sobre su Pasado Remoto en general. Como cualquiera, sólo que yo me esfuerzo en hacerlo sin eurocentrismo y sin tampoco sustituirlo por afrocentrismo o islamocentrismo (aún menos por centralismo castellano). Y digo “esforzar” porque los etnocentrismos, como el machismo y el presentismo, son tentadores, contagiosos y reincidentes. Las propias mujeres han de vigilar sus tics machistas, como los negros su eurocentrismo inculcado, y lo han de hacer durante toda su vida. Por eso resulta bochornoso escuchar a un catedrático jactarse de que el panorama historiográfico español está libre de todas esas plagas desde los 80s por lo menos.

 

Ahora me veo listo para enfrentarme a este proyecto, y del miedo y discreción anteriores sólo perviven el uso de un nick (Abercan) y el que usualmente no publique los mensajes que me vayáis enviando. No voy a escribir para convencer sino para los ya convencidos, o para los que sólo necesitan de un empujoncito. También para los que no necesitan convencerse de nada sino sólo disfrutar con las ocurrencias y atrevimientos de otro. Reconozco que una de las posibilidades más felices que albergo con este diario es conocer gente con ideas parecidas a las mías, o al menos compatibles. No hay que pensar igual para divertirse, respetarse y admirarse dentro de una afición común. La vida me ha demostrado que afortunadamente existen ese tipo de personas, pero que no abundan. Por eso reitero que aunque no publique vuestros comentarios todos van a ser leídos, y contestaré siempre que pueda y que dicha compatibilidad exista. Bajo las mismas circunstancias estoy abierto a colaboraciones externas, así como me ofrezco a colaborar como invitado, a elaborar temas a petición de un número determinado de usuarios, etc. Finalmente, y sin separarme del mismo espíritu de los puntos anteriores, todos los textos, dibujos, mapas, etc. que son de mi puño pueden ser libremente publicados en otras webs siempre que no tengan ánimo de lucro y que no falsifiquen expresamente la autoría.