jueves, 28 de julio de 2011

José Ramos, africanista

“Entiendo la Prehistoria como compromiso metodológico con un corpus teórico conceptual, que se configura por bases filosóficas, de la teoría de la Ciencia, concepto de Historia y posición metodológica ante la actividad de producción intelectual prehistórica.”
José Ramos Muñoz (Aproximación a la Prehistoria de San Fernando, 1994)

La frase de arriba es un claro ejemplo de por qué J. Ramos no figura en la biblioteca de cabecera de este blog. Lo mismo me ocurre con Francisco Nocete y en general con la corriente arqueológica considerada “marxista” por su método, y a veces también por su ideología. Es irónico que prediquen una Arqueología como herramienta al servicio de la sociedad, pero que no se preocupen de si dicha sociedad les entiende. Claro que el problema no radica en desglosar el significado de esta cita en concreto, o de otras similares, algo tedioso pero posible con estudios de bachiller. Lo imposible es encontrar un lector que quiera tragarse doscientas páginas de esta prosa laberíntica y soporífera. Una desgracia para todos, porque hay mucho y muy bueno que aprender de este sector académico.

En descargo de estos autores, y del señor Ramos en particular, diré que cuando ejercen la divulgación pura y dura rebajan bastante el rollo “kamarrada”. Tal es el caso de la noticia que nos ocupa, donde se nos informa de las recientes prospecciones y excavaciones que ha realizado nuestro arqueólogo en tierras marroquíes. No ha trabajado sólo, sino formando un equipo interdisciplinar hispano-marroquí entre la Universidad de Cádiz (Ramos y Darío Bernal), la Universidad Abdelmalek Esaadi de Tánger-Tetuán (Baraka Raissouni), el Institut National des Sciences de l´Archéologie et du Patrimoine de Rabat (Aziz El Khajari) y la Direction Régionale du Ministere de la Culture (Mehdi Zouak). Han peinado gran parte de la zona conocida como Tingitana o Yebala, es decir, la punta norte del Rif que linda con Gibraltar. El resultado no puede ser más prometedor: 35 yacimientos inéditos, entre prehistóricos, protohistóricos, romanos y medievales.

La noticia supone una triple satisfacción. En primer lugar, el hallazgo de nuevas estaciones arqueológicas proporciona ya un gozo en sí mismo, y más en una zona que tanto nos incumbe a los afroibéricos. Por otro lado, es toda una suerte contar con proyectos que como este se planifican sistemáticamente: establecer un territorio a prospectar, unos meses para hacerlo, y a rastrear como un poseso sin importar la fecha o “cultura” de los restos recuperados. Los profanos quizás ignoren que prácticamente todos los yacimientos que se descubren hoy son hallazgos fortuitos de particulares o procedentes de excavaciones de urgencia, esto es, porque se hace una obra o reforma, y con la constructora presionando. Por si fuera poco, el período histórico en el que esté especializado dicho arqueólogo de urgencia determinará muy mucho cuánto se profundiza en la “cata”.

Pero sin duda lo que más agradece este blog es la existencia de un señor como Ramos, verdaderamente interesado en defender las estrechas relaciones entre la humanidad ibérica y la norteafricana. No es algo fruto de la moda o del revanchismo académico. Hasta donde se, y no es mucho, ya en sus tiempos con la Universidad de Málaga colaboraba con arqueólogos norteafricanos, o al menos se interesaba mucho por sus perspectivas. Una vez establecido en Cádiz organizó las trascendentales jornadas sobre el Norte de África y el Sur de la Península, donde participó nada menos que Slimane Hachi. Añadamos sus publicaciones sobre la prehistoria reciente de la Bahía de Cádiz o sus jornadas del proyecto Antipolis en San Fernando, pues en ambos casos ha aprovechado para reiterarse en el parentesco intergibraltareño. En un momento de su carrera decide poner sus miras directamente en el Norte de África, trasladándose a Ceuta donde encuentra una carta arqueológica casi vacía y un gobierno autónomo deseoso de invertir en la puesta en valor del patrimonio. El estudio sistemático e incansable (creo que va por su quinta campaña) de la Cueva de Benzú ha sido reconocido a nivel estatal, pese a proponer desafíos evidentes al paradigma oficial: Gibraltar como puente y no como frontera, culturas paralelas en ambas costas desde el Paleolítico a Roma y, en muchas ocasiones, preeminencia cronológica norteafricana. La bajada del nivel del mar, la evidente preferencia por explotar recursos marinos y los hábitos migratorios de muchas sociedades depredadoras añaden plausibilidad a que las comunidades de cada costa se vieran en la posibilidad y el deseo de cruzar a la otra orilla.

Los recientes descubrimientos publicados por Ramos y su equipo abundan en este parentesco antropológico entre ibéricos y magrebíes, si bien las escasas notas de prensa se limitan a citar lacónicamente a Gibraltar como puente. Esperaremos pacientemente la memoria que este otoño-invierno redactarán sobre el proyecto. Será entonces el momento de disfrutar de un trabajo planificado y riguroso, donde la propuesta de Benzú se verá confirmada y enriquecida en matices. Por si fuera poco, el acuerdo hispano-marroquí supone cuatro años más de campañas, así que la cosa promete. José Ramos ha tenido la oportunidad de ensanchar sus horizontes y la ha sabido aprovechar. Por todo ello gracias y enhorabuena, aunque para leerle a veces sude paracetamol.

El Estrecho de Gibraltar antes y ahora
(sacado de un viejo National Geographic)

lunes, 25 de julio de 2011

Rostros del Pasado 5. Tutankamón. Parte 3

Mi reconstrucción.


Lo que tenemos arriba es mi versión de los rasgos de Tutankamón. Arriba del todo aparecen, como referencia, la calavera de perfil y una foto de la momia para la toma frontal. La razón es que carezco de radiografías o scanners desde ese ángulo. Una fila más abajo se ve como, a pesar del ligero mirar al suelo de la momia frontal, la mayoría de los rasgos aparecen a igual altura que en el perfil, pudiendo permitir una reconstrucción fiable. Dicha reconstrucción ha comenzado también en el perfil, siguiendo las sencillas recetas de artículos anteriores. En la tercera fila se han retirado las transparencias del cráneo y la momia para mostrar un aspecto básico del personaje. Finalmente, en la fila inferior aparece mi reconstrucción flanqueada por la versión francesa, a la izquierda, y la estadounidense, a la derecha. Para mí es evidente que en ambos casos deberían explicar por qué el labio superior es vertical (habiendo prognatismo) y por qué acaba antes de que lo haga la paleta a la que protege, por qué el mentón apenas tiene carne que lo cubra, o por qué escogieron narices tan puntiagudas (dada la anchura de la nariz y su procedencia egipcia). Mi reconstrucción por el contrario sigue en todo momento el contorno del cráneo al que cubre salvo, claro está, en zonas de cartílago como la nariz y las orejas. Cualquiera puede comprobar que aplico una ley ineludible: les basta sobarse un poco la cabeza y el rostro.


El siguiente paso ha sido asignarle un tono de melanina acorde a su latitud y época, que ya teníamos establecido desde la primera parte como un tono “chocolate”. Abajo, vemos una nueva versión con las posibilidades de que el faraón tuviera según que piel: 1 “negro”, 5 “negro-chocolate”, 6 “chocolate”, 3 “chocolate-medio”, 1 “medio”.



Esta tercera ilustración va dedicada a la iconografía artística egipcia. En principio, el arte no es una fuente lo bastante rigurosa como para servir de guía principal en la reconstrucción de un cráneo, y esa es la razón de hablar de él una vez que mi apuesta está terminada. En nuestro caso, Tutankamón posee una desmedida cantidad de retratos para su poca trascendencia política. Todas las imágenes que en la ilustración forman como el marco de una puerta son diferentes imágenes de Tutankamón: pinturas, esculturas, esmaltes, orfebrería… apenas hay material o formato que no esté representado. Pese a las diferencias, notables a veces, todos estos retratos suelen repetirse en ciertos rasgos: nariz bulbosa y respingona, comisuras con algo de moflete, párpados pesados, labios carnosos, etc. Especialmente significativo es el tono de piel que le han adjudicado en las representaciones polícromas. En el centro, abajo, vemos cuatro representaciones artísticas que no corresponden a Tutankamón, sino a su familia: arriba, dos imágenes de su abuelo paterno Amenofis III, abajo Tiye (abuela paterna) y Akenatón, su padre. Como se ve también es arte policromado y en ocasiones muy realista. En todos los casos encontramos rasgos que luego hereda por genes nuestro joven faraón, incluyendo el tono de piel. En el centro de la imagen aparece mi reconstrucción y la del equipo francés apadrinado por National Geographic, disponibles para que cada cual las compare con estas iconografías.

Conclusión



Se me ocurren al menos diez formas de solucionar la reconstrucción de Tutankamón, distintas de la que finalmente he elegido, pues ya sabemos que siempre quedarán zonas blandas y cartilaginosas libres de interpretación. Se me ocurren diez alternativas, pero no treinta, y eso es lo que determina la plausibilidad de mi propuesta. Además, mi reconstrucción y esas otras diez alternativas serían bastante parecidas entre sí, como si fueran parientes. Existen diversas causas para valorar tan positivamente mi propio trabajo, y todas convergen en la imparcialidad (o al menos en el deseo de ejercerla). Por ejemplo, la asignación del tono de piel proviene de un mapa que publiqué recientemente, de ámbito muy general y que en absoluto se confeccionó pensando en cómo de negro o blanco quedaría un habitante de Tebas, sino en información objetiva proveniente de la insolación y la latitud. He de reconocer que este tono “chocolate” no me parecía lo bastante “tebano”, que yo hubiera apostado más por el “negro-chocolate”, y que no habría estado muy equivocado según la estadística, pero los datos estaban ahí y la probabilidad más alta es la que tenía que imponerse. Por otra parte, con el tono chocolate basta y sobra para revolver las tripas de los eurocentristas, lo cual tuvo consecuencias en la posterior reconstrucción de los rasgos: con ese color de piel ya puedes ponerle al cráneo los rasgos de Enrique VIII que el impacto visual está asegurado, y no precisamente para que percibamos ahí a un “caucásico”. Si mi propósito era demostrar que Tutankamón sería hoy socialmente considerado como “hombre de color” y no como “blanco” el objetivo estaba cumplido con creces. Desaparecieron entonces mis habituales dudas sobre si, durante la reconstrucción posterior, sería o no víctima de afrocentrismos subliminales, si no estaría poniendo los labios demasiado gruesos, o la nariz demasiado chata, para arrimar el ascua a mi africana sardina. A diferencia de los forenses ortodoxos y eurocentristas, que prácticamente inventan los rostros según apriorismos “raciales”, fui libre de asignar aquellos rasgos que mayoritaria y lógicamente demandaban los huesos del Tutankamón según su forma, tamaño y función.

Cuando miro mi reconstrucción veo un joven que, para empezar, no tiene nada de “caucásico”. En vano invoquen “hamitas blancos de piel negra” y demás sandeces, pues aquí no valen los trileos de manual raciológico sino las percepciones sociales de la “raza”. El individuo que he reconstruido es un hombre de color con todas las letras. Más aún, es un hombre de color africano. Hoy podemos encontrar multitud de egipcios del sur con esas pintas, también nubios, beja bisharin del desierto oriental o bereberes del oasis de Siwa, e incluso pueblos de áreas más alejadas como Malí, Etiopía o Yemen. De propina, y nunca como fundamento a mis tesis, el arte egipcio nos muestra un Tutankamón que, no siendo idéntico al mío, tampoco lo contradice. Humildemente, estoy satisfecho.

En cuanto a si debemos considerar blanco o negro a nuestro faraón, mi postura es que, dado que se trata de una percepción social, esta cambiará según las sociedades. Me parece justo y evidente que un afroamericano se vea retratado en Tutankamón y tantísimos otros egipcios, pues los parecidos anatómicos saltan a la vista. Sin embargo, me consta que en Egipto, Etiopía, Mauritania, etc. las personas que comparten rasgos y piel con mi Tutankamón no se sienten “negras”, pues este apelativo lo reservan a los africanos de tono aún más oscuro (y estos a su vez a los aún más negros, y así hasta el infinito). En el caso de los países africanos musulmanes el rechazo a ser etiquetado como negro llega a extremos ridículos, pues nadie quiere ser un kafir, un aswi, un negro de pasado idolátrico, sino un “árabe” de pedigrí directamente entroncado con el Profeta. Como es lógico, en África hay que ser muy negro para que se te llame negro. Por mi parte, no es un secreto, estoy más motivado en la unión de los hombres de color frente al racismo blanco que en una exclusivista, y estéril, lucha entre afro- y eurocentristas. Desde esta perspectiva mi reconstrucción de Tutankamón es una victoria, pero siento que debo ir más allá. Ya dije que el joven faraón no sólo era una persona de color, sino un hombre de color africano, y no precisamente de su modalidad más clara. Bajemos ahora a nuestra esfera más cotidiana, resucitemos al joven Tut y busquémosle novia entre las mocitas de un barrio español. ¿Qué comentarían las viejas chismosas? Reconozcamos que dirían algo así como “tu niña se junta con un moro muy negro”, con toda la carga de rechazo racista inherente. No un moro de los que se confunden con los ibéricos sino esos otros, moros en el sentido más etimológico e histórico de la palabra, muy próximos a los negros. En España nadie menciona a los dichosos “caucásicos casi negros de raíz hamita”, sino que se establece una escala de color desde el blanco europeo al negro africano que vendría a ser la siguiente: guiris (con sus grados), españoles rubios, españoles a secas (pelo negro), españoles morenos de piel, moros claros y gitanos, moros oscuros, negros “finos” y, finalmente, negros “negros, pero negros del todo”. Para nosotros Tutankamón estaría a mitad del moro oscuro y el negro “fino”. Somos así de minuciosos, nada que ver con los USA y sus trifulcas etnocentristas donde todo ha de ser, nunca mejor dicho, blanco o negro. Por eso, me incomodaría mucho que me obligaran a escoger si Tutankamón era lo uno o lo otro. Si lo hacen, no lo dudo, opinaré que era negro.

domingo, 24 de julio de 2011

Rostros del Pasado 5. Tutankamón. Parte 2

Otras reconstrucciones.

Debido a su fama, Tutankamón ha sido reconstruido anteriormente en varias ocasiones. Considero que antes de exponer mi trabajo debemos evaluar los aciertos y errores de estos ensayos, los cuales dividiremos en dos grupos.

1. 2002. Los británicos o el cambiazo.
Hasta donde se, el primer equipo multidisciplinar que puso carne a Tut estuvo dirigido por el experto en reconstrucción facial Dr. Robin Richard. El motivo fue una exposición sobre el faraón, organizada por el Museo de la Ciencia británico, el 30 de septiembre del 2002. El proyecto, en el que trabajaron expertos de tres continentes, rezuma humildad por los cuatro costados: continuamente nos dicen que trabajan con réplicas, que no tienen acceso al original, que la mayor parte del trabajo lo hacen usando software 3D en lugar de arcilla, etc. Para compensar lo que creían defectos, se centraron en un exhaustivo acopio de muestras de piel y tejidos reales vía 3D: “Escaneamos las caras de un número de personas de la misma edad, sexo y de un grupo étnico apropiado, y así hemos conseguido un rostro-promedio adecuado desde el que empezar el proceso de modelado”. Una vez que el trabajo de Richard y sus colaboradores estuvo completado, se envió a artistas de efectos especiales de Nueva Zelanda. Su encargo fue el de crear una imagen digital del faraón, añadiendo el color de ojos y de piel, así como las cejas, etc. El resultado es la reconstrucción que más me satisface de todas las que he visto, pero por desgracia, el museo consideró innecesario recordar y promocionar el nombre de sus autores. En su lugar la gloria se la llevó Alex Fort, especialista británico que a partir de las infografías neozelandesas, y traicionándolas mediante un descarado blanqueo, modelaría la cabeza que definitivamente será expuesta en el museo. Veámoslo.


Arriba a la izquierda tenemos dos muestras de cómo dejaron de guapo los neozelandeses a Tutankamón. Los rasgos fluyen con naturalidad y la armonía del conjunto nos hace inmediatamente creer que estamos ante un ser real y no ante meros algoritmos informáticos. Se trata de algo lógico si tenemos en cuenta el método que siguieron, el cual he representado arriba a la derecha con uno de los muchos jóvenes de la misma edad del faraón, egipcios supongo, que se prestaron a ser escaneados. De este modo consiguieron esas carnosidades propias de las pieles y cartílagos egipcios, aún de los actuales tan semitizados. Sin embargo, todo este esfuerzo se vino al traste cuando metió la zarpa eurocentrista el modelador Alex Fort. Su reconstrucción, representada por las cuatro imágenes de la fila inferior, no sólo traiciona la africanidad que transmitía el proyecto neozelandés sino que durante dicha manipulación acaba generando un ser irreal. Los labios y la nariz parecen haber sido sometidos al vacío, y de sus comisuras parten cuatro pliegues absurdos que recuerdan la boca del Joker-Jack Nicholson. Aprovecho para decir que esta es una consecuencia muy común en el emblanquecimiento de cráneos: al desecar y hacer puntiagudas a narices de naturaleza carnosa y boniata, al intentar compensar prognatismos con labios ultrafinos, y finalmente al emblanquecer la piel de forma antinatural, se obtienen reconstrucciones que no son feas ni arcaicas sino directamente alienígenas. La imagen de abajo a la derecha es para mí el colmo del cinismo, pues capta a Alex Fort trabajando sobre Tutankamón … ¡rodeado de imágenes del modelo 3D neozelandés! Entendamos que a este señor le han proporcionado la réplica del cráneo del faraón, que sólo tiene que añadir arcilla donde se lo dicen las imágenes de muestra, y luego pintarla del color que le han sugerido. Este señor Fort es un renombrado reconstructor forense, así que no podemos disculparle como torpeza los tremendos cambios que su versión presenta respecto al original. Sencillamente no le dio la gana de seguir el prototipo neozelandés y lo modificó para que fuera perdiendo todos los rasgos que lo acercaban a lo que hoy denominamos socialmente un “negro”. Qué casualidad.

2. 2005. National Geographic o el concurso Miss Tutankamón.

El proyecto de Richard nació con buena voluntad y se desarrolló acertadamente, pero fracasó a la hora de ponerse en divulgación, momento en el que el eurocentrismo dominante dijo aquí estoy yo. Por el contrario, el proyecto que en 2005 organizó la revista National Geographic fue una vergonzosa maquinación racista desde el primer segundo en que se concibió. Hay tanto show barato, tanto trileo y tanto eurocentrismo en este proceso que para dar cuenta de todo habría que dedicarle un extenso monográfico, así que intentaré comprimir la información.

El 11 de mayo de 2005, la revista National Geographic publicó a bombo y platillo que “el primer busto hecho jamás del rey egipcio Tutankhamun” estaba dispuesto a recibir a la prensa. Y vaya que lo estaba. En un par de días no hubo telediario, magazine o programa moderno que no hiciera un alto para alegrarnos con tan trascendental evento. El tono empleado por la revista, repetido miméticamente por los media, pone mucho esmero en ganar la atención del público haciendo gala de lo científico, de lo imparcial, y de lo moderno del proyecto. Para lo científico, repetir que se han seguido técnicas forenses que se sirvieron de unas 1.700 imágenes digitales tomadas con scanner CT en 3-D. Para lo imparcial, remarcar que el estudio ha sido llevado a cabo por forenses, artistas y antropólogos físicos de Egipto, Francia y los Estados Unidos, coordinados por Zahi Hawass, secretario general del Consejo Supremo de Antigüedades de Egipto. Se nos asegura que tres equipos independientes entre sí han hecho su propia versión del busto, y que luego se ha escogido la más rigurosa. Para lo moderno y juvenil, decir que las técnicas empleadas no desmerecen a lo que vemos en series televisivas como CSI Miami. En el número de junio del mismo año, NG haría de la reconstrucción su portada.

La noticia y el proyecto que la respalda son un camelo de principio a fin. Como aperitivo, acabamos de ver por Richard y su equipo que este no es en absoluto “el primer busto hecho jamás del rey egipcio Tutankhamun”, título grandilocuente que por lo demás jamás se adjudicaron los británicos. Toda esa imagen de colaboración multidisciplinar, de independencia científica y de concurso a ciegas oculta un desvergonzado tongo que sólo entenderemos si nos extendemos en cada una de las reconstrucciones que se presentaron como candidatas.

La versión francesa.

La reconstrucción de Tutankamón hecha por el equipo francés ganó la competición y fue seleccionada por la National Geographic Society para ser portada de su revista. Al mismo tiempo, National Geographic había escogido y sufragado al equipo francés desde el principio. ¿Sólo yo veo el conflicto de intereses?, ¿cómo puedes presentarte a un concurso del que eres también el árbitro? Y lo que es peor, ¿cómo puedes tener el valor de darle a todo un aire científico y publicitarlo internacionalmente? Después de esto, no debe sorprendernos que casualmente este busto sea el más trabajado de los tres representados, policromado, con vello y ojos de vidrio donde los demás son meros modelos 3d o en escayola, o que, también casualmente, la información relativa a esta reconstrucción triplique a la relativa a las otras dos propuestas juntas. Sólo cabría esperar que, ya que iban de enchufados, se hubiera pedido a los franceses unos mínimos de decencia metodológica. Pero ni eso. Su aberrante producto es el peor de los propuestos, y representa una especie de travesti francés rapado, con todo mi respeto por el colectivo de travestis franceses rapados.

“Las facciones resultaron ser predominantemente de raza blanca, lo que entra en contradicción con la opinión de algunos especialistas según la cual los antiguos egipcios eran africanos de piel negra”. Son palabras nada menos que del director de National Geographic Magazine, Chris Johns, provenientes de la editorial que escribió con motivo de la publicación del busto. Está en completa consonancia con lo que declaró antes Jean-Noël Vignal, antropólogo forense del equipo francés, quien de inmediato identificó el cráneo como “caucasoide”. ¿Por qué tanta prisa por declararlo blanco? Es evidente que ese cráneo no es el de un blanco típico, ni siquiera desde los estándares racistas que tuve la desgracia de tragarme cuando joven y que conozco tan bien: el evidente prognatismo, la nariz demasiado ancha, la ultradolicocefalia (existente aunque no hubiera habido deformaciones), los pómulos altos y marcados, el discreto proceso mastoideo y las proporciones corporales entran dentro del modelo que un día se comprometieron a definir como “negroide”. La verdad es que de caucasoide, y siempre siguiendo sus inútiles, manidos y racistas modelos, sólo tendría las cuencas oculares redondas, el tabique y la espina nasal, así como el mentón, e incluso estos mostrarían valores bajos y ambiguos, “amulatados” si queremos. Entonces, su diagnóstico obedecía a motivos puramente ideológicos y etnocentristas. Pero lo grave, ya lo comentamos, no es andar etiquetando de blanco hasta el cráneo de Kunta-Kinte, pues todo se limitaría a un debate de opiniones, sino las implicaciones que esto tiene para los métodos tradicionales de reconstrucción craneal. Vignal decretó que Tutankamón era “caucasoide” mucho antes de aplicar el primer trozo de arcilla al cráneo, porque sin este diagnóstico previo es incapaz de ponerse manos a la obra. Cuando el forense ignora el cráneo que tiene delante, único e irrepetible, y sólo anda obsesionado por reconstruir un “caucásico” (o un “negroide”) a toda costa, el producto es necesariamente aberrante.

Este Tutankamón caucásico hubo que tener, sobra decirlo, la piel de nácar: “Nunca sabremos a ciencia cierta de qué color era la piel de Tutankamón. ‘Morena o negra, meras suposiciones’, dice Vignal. Nosotros elegimos el color a partir de los tonos de piel de los egipcios modernos, que varían según un amplio espectro. Nuestra recreación de Tutankamón es un ejemplo del poder de la ciencia… y de sus limitaciones”. Son de nuevo palabras del editorial de Chris Johns. Del mismo modo, cuando Vignal pasó su primer busto a la famosísima artista Elisabeth Daynès, esta dijo haber escogido un color de piel “basado en el tono promedio de los egipcios modernos”. No se si hay más desfachatez en contraponer lo negro y moreno como “meras suposiciones” frente a lo blanco como “ciencia”, o en pretender vendernos la pálida piel de su busto como la típica del egipcio actual. ¿Creen acaso que no viajamos o que ni siquiera vemos la tele? Se despedía así Chris Johns en su editorial: “’Un científico no debería tener deseos ni afectos; tan sólo un corazón de piedra’ escribió una vez Charles Darwin. La mayoría de nosotros no somos tan rigurosos, pues abrigamos nuestros propios deseos y afectos”. No hace falta que lo jure.




Arriba y en el centro, imágenes de la propuesta francesa que ha premiado y promocionado National Geographic. ¿Alguien diría que ese es el tipo humano que normalmente encontraría en Egipto? Aunque fuera mujer, del Delta y actual, esa piel tan blanca seguiría siendo excepcional. Ni siquiera es una tez típicamente siciliana, andaluza o cretense. Abajo a la izquierda vemos como he creado un esquema del cráneo de la momia a partir del scanner y la radiografía. A su derecha, superponemos ese cráneo a la silueta del busto francés para comprobar sus incongruencias. Como es patente, para que nariz, frente y cabeza se ajusten es necesario que la boca y el mentón no coincidan en absoluto, y viceversa. La razón de esta manipulación es evitar que se note tanto el prognatismo, tradicional delator de negritud. ¿Recuerdan que al cráneo del “negro propiamente dicho” lo ponían casi mirando al cielo para exacerbar su dentadura saliente? Pues al contrario, aquí han puesto a Tutankamón mirando un poco al suelo (de ahí que parezca estar encogiendo la papada) para que sus grandes y proyectadas paletas aparezcan casi verticales. Finalmente, abajo a la derecha, he representado el Tut francés con la piel que le corresponde según la radiación UV (tipo 2 o chocolate). El resultado sigue siendo poco creíble.

La versión norteamericana.

Comencemos la ronda de perdedores con el equipo de la Universidad de Nueva York dirigido por Susan Antón y Bradley Adams. La particularidad de este proyecto, oportunamente publicitada para añadir sazón y misterio al montaje, era que a estos pobres no les habían dicho la identidad del cráneo a reconstruir. Francamente no me parece muy deportivo que los otros dos equipos sí supieran que trabajaban sobre Tutankamón, pero tampoco creo en la inocente ignorancia de los americanos. Son profesionales con fama y experiencia, hay relativamente pocos cráneos de tiempos prehistóricos y antiguos (al menos tan bien conservados y con esa nuca tan rara), y por supuesto National Geographic no iba a montar este pollo por un anónimo porquero belga del siglo XIV. ¿No querría ese equipo ser el seleccionado y, por tanto, ver publicitada su labor y prestigio? Pues a poco que tiraran de archivo aparecería, entre los cráneos más famosos, las clásicas radiografías que en 1968 y 1978 se hicieron del faraón. Por torpeza, por soberbia, por desgana, o porque realmente es más complicado de cómo yo lo veo, la cosa es que al principio no daban una derechas. Su primera impresión es que estaban ante una mujer, pero imaginen el enorme bochorno que hubiera supuesto (para ellos, para la revista N.G. y para el prestigio general de estos profesionales) si su Tutankamón acababa reconstruído como una bella señorita con trenzas. Por eso, un buen día estos investigadores “a ciegas” rectificaron de golpe para declarar que el individuo era probablemente un norteafricano de entre 18 y 19 años, diagnóstico imposible de creer en un forense norteamericano. Claro que este chispazo de inspiración recibido por divina providencia hace aguas por donde la mires. En primer lugar, ni la sínfisis púbica ni las muelas del juicio pueden dar edades tan precisas (la horquilla ronda los 5 años de margen). En segundo, los forenses yanquis son los menos indicados del planeta para reconocer norteafricanos toda vez que: a) en su país son una minoría ínfima, b) los norteafricanos se parecen mucho a afrolatinos, afroamericanos, árabes y otras minorías que sí están mucho mejor representadas y con las que trabajan mucho más, así que muy probablemente confundirían unos con otros, y c) habría otro grupo de norteafricanos, los más claros, que les resultarían indistinguibles de españoles, italianos y demás euromediterráneos. En definitiva, aquello de “varón, norteafricano, 18-19 años” se lo chivaron desde National Geographic, que siempre jugó con las cartas marcadas. Acabo con este equipo diciendo que Michael Anderson fue el artista modelador, un tipo que se jacta de que “de hecho, después de ver a tantos cráneos durante tanto tiempo, puedes ponerte a casi retratar su cara”. Pero su experiencia no evitó que, como Antón, apostara por que aquello era una mujer. Supongo que salió del error al mismo tiempo que Antón, y bajo la misma asistencia “milagrosa”.

La versión egipcia.

He dejado para el final la hermana pobre de este pretencioso proyecto. Zahi Hawass fue nombrado director del mismo a título honorífico, probablemente porque sin darle algo de coba no firmaría los permisos para volver a manosear la preciada momia. La reconstrucción egipcia también entra en este lote de concesiones a las suspicaces autoridades arqueológicas egipcias, y nunca se le prestó demasiada atención. La revista apenas se extiende sobre este trabajo y en su página web no facilita siquiera fotos de la misma. Pero es posible encontrarlas y, al verlas, añadimos otra razón para que NG las haya escamoteado: es la menos parecida de las tres, y no sólo por la forma de su nariz, o por su mandíbula y mentón más fuertes. A decir del propio Hawass: “en mi opinión como investigador, la reconstrucción egipcia es la que parece más un egipcio, y las francesa y americana tienen más marcada personalidad”. El egipcio, diplomático como el solo. (Apostilla: no tiremos tampoco las campanas al vuelo, los egiptólogos árabes son aún más etnocentristas (¿”árabocentristas”?) que los occidentales, y el tito Zahi nos tiene ya acostumbrados a sus berrinches cada vez que se le insinúa la existencia de faraones negros).




Aquí podemos comprobar por qué la versión egipcia es la menos publicitada, pues coincidiendo con Hawass pienso que es la que mejor representa un egipcio. Por lo demás, no estoy de acuerdo con la manera en que han solucionado algunas de sus facciones o con la atlética corpulencia que adjudican a nuestro enfermizo faraón. La versión americana sólo es un poco mejor que la francesa, con la que coincide en algunos rasgos desafortunados. En la fila inferior les he aplicado un tono de piel chocolate que, a diferencia del francés, les sienta muy bien, sobre todo al busto egipcio.



Finalmente, otra victoria eurocentrista: el faraón tebano y el guiri que lo contempla comparten el mismo color de piel.

viernes, 22 de julio de 2011

Rostros del Pasado 5. Tutankamón. Parte 1

Tras dominar las más básicas técnicas de reconstrucción craneal, y avisados de que los arqueólogos-forenses están infestados de tics racistas, ya es hora de que experimentemos con un caso real. El cráneo que vamos a reconstruir es nada menos que el de Tutankamón, un faraón popular y admirado incluso entre los niños. A primera vista podría parecer que queda algo apartado de nuestros intereses afroibéricos, pero en absoluto es así. En primer lugar, las similitudes de contexto son evidentes: los egipcios son norteafricanos, en parte mediterráneos y, si son faraónicos, abarcan un extenso arco temporal que va desde nuestro “calcolítico” hasta la romanización. En segundo lugar, Tutankamón permite una reconstrucción fiable por su excelente estado de preservación: al haber muerto joven, estar momificado, y no haber sido atacado por saqueadores de tumbas, conserva hasta el menor hueso de su cara. Como tercer motivo, su fama y difusión nos permite disponer de muchas imágenes, tanto de la momia como de sus radiografías y scanners, así que no echaremos tanto de menos una réplica suya en nuestras manos o en entorno 3D. Por si fuera poco, Tutankamón (junto al resto de los egipcios antiguos) está sumido en un agrio debate sobre si podría ser considerado, o no, de “raza negra”. Como consecuencia, el propio proceso de su reconstrucción, o más bien de reconstrucciones, arroja numerosos ejemplos de eurocentrismo aplicado a estas técnicas, esto es, de todo lo que debemos evitar y denunciar.

Contexto geográfico y cronológico

El Antiguo Egipto suele ser considerado como una entelequia más modélica que real, y en cierto modo no podemos negarle esa condición debido a su milenaria existencia y a su marcada idiosincrasia cultural: los egipcios parecen haber sido así desde siempre independientemente de la zona del Nilo que habitaran. Sin embargo, su propio gigantismo geográfico y temporal lleva implícita la capacidad de dividir la historia y cultura egipcias en regiones y períodos. Teniendo en cuenta que entre el Alto Egipto del Imperio Antiguo y el Delta alejandrino existen las mismas distancias crono-espaciales que entre la cultura de Los Millares en Almería y la Ampurias romanizada, ¿es justo imponer un mismo modelo antropológico para todos?

Nebjeperura Tutankamón fue un faraón de la dinastía XVIII que reinó entre 1336 y 1325 aC. Por esas fechas, en Afroiberia andábamos con El Argar y otras expresiones de la cultura del bronce, apuntando ya maneras tartesias. A Roma, por ejemplo, le faltaban entre 8 y 6 siglos más para tener un mínimo protagonismo, mientras que los griegos andaban en su micenismo pre- o proto-griego. En Oriente, los israelitas aún no eran monarquía ni probablemente habían comenzado el éxodo desde Egipto, tampoco los fenicios habían salido de su etapa formativa o ugarítica, y los mesopotámicos, dominados entonces por los asirios, no suponían aún la terrible amenaza en que se convertirán siglos más tarde. Por todo ello, y pese a la delicadeza e incluso modernidad que nos transmite su ajuar funerario, Tutankamón fue un rey antiquísimo, de un Egipto cuyos vecinos vivían mayoritariamente en un estado “prehistórico”. Esto concierne a nuestras técnicas de reconstrucción, pues a más primitivo y a-histórico es un cráneo, más posibilidades hay de que cumpla con la pauta de melanina que impone su región y época. Las grandes invasiones, deportaciones en masa y propagandas racistas que inciden en la selección sexual, sólo podrán aparecer más tarde, en un contexto plenamente histórico y con mayor potencialidad demográfica, tecnológica, bélica, de comunicación, etc. Cerramos el contexto temporal con información climática: completada prácticamente la desertización del Sahara, y habiendo empezado esta por oriente, tenemos la suerte de poder aprovechar el mapa general de la melanina expuesto en la entrada anterior. El caudal del Nilo no sería muy distinto al actual, quizás algo más caudaloso, porque depende principalmente de las lluvias ecuatoriales del curso alto, y estas no se han visto alteradas sustancialmente desde Tutankamón hasta hoy. El mar estaría a un nivel 1.5 o 2m superior al actual, pero al parecer el Delta ha sufrido hundimientos recientes (s.XV-hoy), así que es espinoso reconstruir la línea de costa. Sin embargo, es un hecho que el Delta sería menor y que estaría atravesado por canales y lagunas mucho mayores que los actuales, con un régimen mareal de importantes efectos para las comunicaciones.

Geográficamente hablando, el sur de Egipto es el universo familiar de Tutankamón, sin duda y desde tiempos ancestrales. Pertenecía a la nobleza de los nomos del Alto Egipto, la cual se consideraba portadora de las esencias de su religión, lengua y cultura, es decir, “los verdaderos egipcios”. Y no les faltaba razón. Por sus crónicas y leyendas, luego confirmadas por la arqueología, los egipcios sabían que provenían del sur predinástico, entre el Alto Egipto y Nubia, que la unificación de su reino fue efectuada por Menes (Narmer), un faraón del sur, o que sus cultos y costumbres provenían de Tebas y Cush. Pero sobre todo guardaban memoria de que, cada vez que el reino se volvía a dividir en dos, la disolución siempre había comenzado en el norte mientras que la restauración corría a cargo del sur. El joven Tutankamón se sentiría muy orgulloso de pertenecer a la dinastía que reunificó el reino tras expulsar a los asiáticos hicsos, que ordeñaban el país desde el Delta. Su orgullo no se limitaría ahí, pues la dinastía XVIII proviene directa y consanguíneamente de la XVII, y esta a su vez de la rama tebana de la dinastía XIII, de la XI (que también reunificó las dos coronas), y así hasta los orígenes. El lado negativo de este amor por lo propio es el menosprecio y hostilidad hacia lo ajeno, dirigido en este caso hacia el enemigo hicso, sirio o cananeo. Casticismo, hidalguía, chovinismo, etnocentrismo, llámenle como prefieran, pero ese rasgo de la nobleza tebana los llevaba a un fuerte conservadurismo cultural y adhesión al clero, así como a un fuerte rechazo por todo lo que fuese mestizarse o asimilarse con el próximo-oriental. Por el contrario, esta xenofobia no funcionaba en dirección sur. Los ancestros de Tutankamón habían trabajado duro hasta incorporar al reino parte de Nubia, en calidad de virreinato, sufriendo esta zona una fuerte aculturación egipcia, en gran parte facilitada por las concomitancias ancestrales de ambos pueblos. El éxito de esa empresa quedará demostrado, más allá de lógicas escaramuzas entre vecinos, cuando cinco siglos más tarde esos nubios se sientan tan egipcios como para reconquistar el reino proclamándose descendientes legítimos del faraón (dinastía XXV), contando además con todo el apoyo del clero y el pueblo tebano. El Egipto de Tutankamón mostraba muchas más simpatías por Nubia que por Canaan, Libia, o incluso su propio Delta. Fruto de una buena política de pactos, los harenes reales se llenaron de princesas etíopes, sudarábigas o saharianas, y toda esta sangre con sus oscuros tonos de piel se filtraba finalmente al trono y la realeza.

Color de piel

Como prometí en la entrada anterior, el primer paso en la reconstrucción del rostro de Tutankamón será escoger el tono de piel correcto. Ya comenté que el mapa general nos sirve también para esa época, así que lo adaptamos para que sólo muestre Egipto.


Izquierda: Mapa de pieles para Egipto y sus vecinos. Punto verde: Tebas. Circunferencias: equidistancias respecto a la ciudad de Tebas. Punto negro: Asuán.
Centro: Clinas de piel presentes dentro de las circunferencias. De arriba abajo: Negro (tipo 1): 6.25%. Negro-Chocolate (tipo 1-2): 31.25%. Chocolate (tipo 2): 37.5%. Chocolate-Medio (tipo 2-3): 18.75%. Medio (tipo 3): 6.25%. El tamaño de las cabezas depende de su probabilidad como tono de piel representativo de los habitantes del Alto Egipto.
Derecha: Otra representación de los porcentajes o probabilidades. De cada 16 tebanos, habría 6 chocolate, 5 negro-chocolate, 3 choclate-medio, 1 negro y 1 medio.

De este mapa surgen una serie de interrogantes que espero aclarar. ¿Por qué es Tebas y no Menfis u otro lugar intermedio el centro de nuestro mapa? Sencillamente porque si en lugar de a Tutankamón tuviéramos que reconstruir la momia de uno de aquellos hicsos sirios, o de la medio macedonia Cleopatra, tampoco se me ocurriría reivindicar un supuesto tono de piel universal para egipcios de cualquier tiempo y lugar. ¿Por qué la clina negra y la media tienen igual representación? Podría parecer que los tonos medios merecieran más representatividad, pues están presentes ya en el tercer círculo del mapa mientras que los negros han de esperar al cuarto. Más aún, dentro de ese cuarto círculo hay más regiones de tono medio que de tono negro. Sin embargo, no debemos olvidar ni un instante el verdadero objetivo de este mapa, el cual consiste en indicar donde hay que ser moreno o claro por estricta exigencia medioambiental. En su momento dijimos que por debajo de los 30ºN de latitud los seres humanos necesitan ser oscuros de piel para sobrevivir, aunque más adelante viéramos que dentro de estos “negros” también se daban diversos tonos. Tebas, situada en el paralelo 25ºN, entra completamente en esta categoría, por lo que allí el tipo medio necesitaría adaptarse y oscurecerse más que los negros aclararse. La hostilidad de la época hacia hicsos, sirios y cananeos del norte (de tonos medios) no ayudaría tampoco a la conservación, por selección sexual, de tipos claros. Por último, decir que este mapa es bastante personal e intuitivo. Por ejemplo, no soy experto en medir superficies tan irregulares como las de mi mapa de clinas, así que los porcentajes que atribuyo a cada clina no son exactos. Tampoco son proporcionales los anillos de equidistancia respecto a Tebas, pues he preferido señalar con ellos lugares significativos (Asuán, Sinaí, Creta, Fenicia, Jartum, etc.). En cualquier caso, no hay que tomarse mis clinas al pie de la letra, o sí, pero más como zonas de influencia que como fronteras precisas. Hay que mirar ese mapa de lejos, o entornar los ojos, o aplicarle un desenfoque gaussiano.

Aunque mi estimación no sea exacta, sí es muy aproximada y nada afrocentrista. Como es ya costumbre, cada vez que me ha surgido una duda he intentado a toda costa no barrer para casa, optando por la alternativa que más perjudicaba a mis teorías y más amparaba al eurocentrismo rival. El propio mapa general sobre el que basamos este de Egipto, ya lo dije, estaba descafeinado en aras del fair play, y lo mismo me he cuidado de hacer en este. Por eso, cuando digo que Tutankamón era de piel chocolate o negro-chocolate no hago una propuesta, sino que establezco unos mínimos innegociables.

La Momia


Aquí tenemos la momia de Tutankamón, en fotos, radiografía y escáner. “Tut”, como le llaman los anglosajones, era un joven enclenque de 19 años, con escoliosis, y que cojeaba de una pierna. Teniendo en cuenta que aún pudo haber crecido algo más hasta los 21 años, sus 1,67m lo hacían un varón mediano-alto para la época, por no mencionar que las momias pueden y suelen menguar. A diferencia de otras momias mejor conservadas, que casi parecen dormir, la de nuestro faraón está bastante deteriorada y sus facciones no se intuyen fácilmente. Pero como este proceso degenerativo se ha acelerado mucho tras su descubrimiento, tenemos la suerte de que las fotos más antiguas sí conserven algunos detalles hoy imperceptibles. Además, la dentadura y el cráneo se han conservado muy bien, incluso en zonas usualmente dañadas como la espina nasal, por lo que su reconstrucción puede ser bastante precisa.

Nuestra tarea más inmediata es contemplar largamente estas imágenes, horas si hace falta y estamos dispuestos. Llama la atención la deformación artificial de la parte posterior de su cráneo, algo muy típico entre los que se criaron en el palacio de Amarna. La proporción general de sus miembros nos indica que era longilíneo, es decir, de brazos y piernas largas en relación al tronco, con grandes manos y pies de dedos finos, complexión esbelta, cadera estrecha, cuello espigado, etc. El rostro se caracteriza por un perfil al que no le faltan “complementos” (mentón, prognatismo, espina y tabique nasal), pómulos altos y marcados, nariz ancha, cuencas redondeadas y dientes grandes. Su mandíbula, sin ser masiva, está bien definida, y alrededor de ojos y boca se acumulan bolsas de pellejo que delatan labios carnosos y párpados pesados. Si nos aplicamos a conciencia en este primer paso de observación, no sólo lograremos una imagen mental bastante exacta de la momia sino que, con suerte, recibiremos chispazos de cómo fueron algunos de sus rasgos en vida aún antes de volcarnos en la reconstrucción propiamente dicha.