viernes, 15 de mayo de 2009

Evolución Humana 5. Homo sapiens.

“Homo sapiens sapiens”, “Homo sapiens moderno” u “Hombre anatómicamente moderno" (HAM) son algunos de los nombres con los que describimos la última fase de nuestra evolución. Se trata de un capítulo especialmente controvertido donde intervienen escuelas irreconciliables (Out of Africa vs. Multirregionalismo) que provocan que se hable más de ellas y sus miserias que del objeto mismo de estudio. Siendo coherentes con las entradas anteriores, Homo aparece hace 2.6m.a y nada científico induce a suponer que tuviera tiempo o necesidad de dividirse después en nuevos ramales evolutivos. Homo es por tanto una única “especie”, y en consecuencia este último capítulo que nos ocupa no supuso la aparición de un humano moderno como especie nueva, aunque sí tuvo un importantísimo papel en los humanos del aquella etapa y posteriores. Aunque la idea de que entonces tuvo que producirse nuestra especiación se basa en prejuicios eurocentristas, también existen evidencias genéticas y en menor medida anatómicas de que algo ocurrió en una etapa ciertamente cercana de nuestra evolución. Para resolver esta aparente paradoja, mi última entrega sobre evolución va a trabajar distinguiendo nítidamente entre los datos que manejamos y las interpretaciones a veces ridículas que de ellos sacan los académicos.

 

La más añeja tradición morfológica había visto en el cráneo de Cro-Magnon al primer humano moderno, y no hay que ser una lumbrera para adivinar lo satisfecho que se sentía el stablishment eurocentrista ante la evidencia de que nuestro primer representante fuera francés en lo territorial y “blanco” según sus interpretaciones raciales. Antes de él, sólo hubo “unga-unga”, sub-humanos prehistóricos que sí podían haber nacido en África, Java o donde quisieran, porque eran hombres inacabados, medio cocidos, simiescos eslabones perdidos. Mono=África; Medio-mono (Pithec-antropus)=Asia; Hombre pleno = Europa, ¿puede soñar algo mejor el supremacista blanco? En base a esto la maquinaria paradigmática apuntaló con firmeza la idea de que necesariamente hubo de existir esta última fase del humano, la de aquellos que si los clonáramos y educáramos podrían acabar de presidentes de los U.S.A., aunque de inmediato aparecieran restos tan modernos anatómicamente como Cro-Magnon, más antiguos y menos europeos. De haberse producido ese reciente fenómeno de especiación dentro de Homo, y de aceptar que los huesos puedan informarnos sobre ello, todas las evidencias reiteran que tuvo lugar en África y hace alrededor de 200.000 años (200kybp), como es el caso de Jebel-Irhoud, Idaltu, Omo, etc., por lo que podemos decir que el sueño eurocentrista se volvió pesadilla. Pero su debacle definitiva vino en la forma de una portada de revista quiosquera, el Newsweek de enero de 1988, donde aparecía una Eva tipo Diana Ross pasando la manzana a un Adán del Black Power. En su interior se decía que, según las mitocondrias, los primeros humanos modernos eran africanos y que todas las razas actuales eran sus hijas, pero por encima de todo ello mostraba por primera vez al gran público que los estudios paleoantropológicos no necesitaban ya tanto de los fósiles como de los genes. La prensa mundial se hizo eco del bombazo y más tarde o más temprano todos anduvimos cavilando sobre la nueva propuesta y embelesados con lo futurista del método. Solo un año más tarde Wolpoff publicará “Multirregional Evolution: The Fossil Alternative to Eden”, y comenzará un cruento debate que me es ajeno y del que voluntariamente me alejo todo lo que puedo para no arriesgarme a terminar sin explicar mi propia hipótesis.

 

Es innegable que algo especial ocurrió a nivel de mutaciones en África durante un largo período que podríamos aventurar entre 560-75kybp, horquilla máxima a partir del estudio de distintos marcadores genéticos, aunque quizás tuvo su fase más intensa entre 300-200kybp (Mindel-Riss). Así lo indican también los fósiles, cuestión a tener en cuenta pues parece ser lo único en que están de acuerdo con los genes. Aquí acaba la ciencia, y más allá de esto todo lo que proponen son o bien simplezas positivistas o bien simplezas mediáticas, o ambas cosas. La incómoda realidad de la Genética es que al ser una disciplina de estreno no se ha llegado a dominar totalmente: estamos muy lejos de descifrar el genoma completo y aún más de ofrecer muestreos equitativos y multitudinarios, verdaderamente representativos de la población mundial. Lo que hasta ahora hay son estudios sobre cuatro gatos y medio y centrados en minúsculos marcadores, escogidos por una simpleza y fácil lectura que por los mismos motivos los condena a ofrecer respuestas vagas y parciales. Cuando tengamos varias decenas de muestras genéticas de presapiens, centenares de modernos paleolíticos, miles de los neolíticos, y decenas de miles de la población actual, analizadas desde una multitud de marcadores incluyendo ADN nuclear, entonces sí podremos hablar con sensatez. Además, el estudio genético de fósiles homo vivirá siempre bajo la sospecha de la contaminación de muestras. Por eso si una muestra “neandertal” o “erectus” presentase genes “modernos” inmediatamente sería muy fácil neutralizarla aduciendo que estos provienen realmente de sus descuidados manipuladores. Pero como el académico vive sometido a unas exigencias promocionales, ha surgido todo un circo de teorías acabadas y hasta noveleras en base a un solo haplotipo de ADN. Así, no es extraño que para un “mitocondrialista” el enemigo sea más a menudo otro genetista, pero experto en marcadores distintos (STRW, genY, histocompatibilidad, etc.), que un añejo multirregionalista. La razón es que siendo igualmente idolatrados y publicitados por su condición de genéticos, estos estudios arrojan fechas de aparición, rutas de expansión y linajes totalmente opuestos a los mitocondriales. En lo único que todos coinciden, también los huesos prehistóricos, es en África y el último medio millón de años como escenario ancestral.

 

En las entradas anteriores vimos que el “género” Homo necesitó para separarse del de los chimpancés y bonobos unos 4m.a, y no debería existir diferencia entre este proceso y el que estamos tratando. En la realidad genética encontramos poblaciones que divergen entre sí, y dependiendo de su distancia los denominamos especie o género, pero esta distancia suele estar marcada por el tiempo que llevan separándose de tal modo que, para entendernos, todo género fue antes una especie. Homo sapiens sería en todo caso una población divergente con 500.000 años de singladura, demasiado poco como para hablar aún de algo más allá de la subespecie de los taxonomistas. Aceleraciones y estancamientos aparte, podemos suponer que si hacen falta 4m.a para fabricar un nuevo género, no podemos esperar que se formen especies (su inmediato sucesor) en cientos de miles de años. Para confirmar que esos fenómenos genéticos africanos no fueron tan abruptos como para provocar una deriva genética relevante, quizás sirva un argumento anatómico. El ergaster, Homo tan antiguo como el que más, representa una revolución morfológica respecto al australopiteco infinitamente mayor que la que guardamos los modernos respecto a eso que se denomina “pre-sapiens”, “sapiens arcaicos”, “erectus progresivos”, etc. Aunque detesto esas terminologías podríamos decir que en el caso de ergaster sí se produce una verdadera cladogénesis, o la aparición de un linaje claramente divergente respecto al “padre” y al “hermano”. Por el contrario, los fenómenos evolutivos de 500-100kybp responden más al modelo de anagénesis, que es cuando la misma especie evoluciona en conjunto hacia lo mismo, como si se tratara del ford fiesta del 2000 respecto al modelo lanzado en 1992. Por alguna razón los africanos de aquel período elevaron y aumentaron su bóveda craneal, adquirieron aspecto de bebé (paidomorfismo), perdieron las protuberancias en las cejas, etc. Estos cambios pudieron estar más relacionados con lo psíquico, dietético y social que con lo climático, porque como dijimos dejan el cuerpo intacto y se circunscriben a la cabeza y cara. La morfología fósil no encuentra ningún salto revolucionario desde ergaster a nosotros, sino todo lo contrario, una más que constatada gradación “fotograma a fotograma” y especialmente en el registro africano.  En cuanto a los genes, no nos dan una fecha ni un conjunto de rutas y linajes, sino tantos como marcadores se han estudiado hasta el momento. El error ha sido el de empecinarse en meterlos a todos en la misma horma, decidir cuál de ellos era el equivocado y cuál se impondría. La genética arroja inevitablemente su comprometedora verdad: que las mutaciones son aleatorias y que por tanto no puede existir especiación instantánea, por mucho que nos interese ideológicamente. Por eso cada marcador da una distinta fecha de origen, porque cada uno nos dice cuándo mutó azarosamente; por eso cada uno da distintos linajes y rutas, porque una vez surgió cada uno vivió sus circunstancias y se expandió como pudo.

 

Otra cuestión es la de los argumentos positivistas y circulares en torno a este tema. Ya vimos como la muestra genética de poblaciones vivas es raquítica y la de fósiles de hombres del Pleistoceno da risa, y no siempre por culpa de la conservación del hueso. La población humana actual es un buen referente,pero no el espejo de la situación prehistórica, porque eso equivale a decir que a nivel genético lo que hay es lo que hubo, lo cual está en las atípodas del verdadero evolucionismo. Como ejemplo, los aborígenes australianos analizados muestran un ADN mitocondrial antiquísimo incluso comparado con el de poblaciones subsaharianas, tanto que su llegada al continente no puede fecharse después de 60kybp. En Europa no encontramos linajes de más de 35ky de antigüedad, lo cual es muy sorprendente teniendo en cuenta la distancia y accesibilidad que cada continente mantiene con África. Es más sencillo y lógico pensar que los genes de 60kybp se perdieron en Europa a causa de la recombinación genética posterior, que demostrar que una barrera geográfica brutal aisló a Europa de África desde que surgiera algo similar a los humanos modernos (300kybp?) hasta 35kybp. Sin embargo los mitocondrialistas son esclavos de su cuento divulgativo (su fuente de ingresos por otra parte) y son incapaces de reconocerlo como una posibilidad. Parece no importarles el ridículo que harán ante generaciones venideras al sostener que pasando por Palestina hace 100kybp y siendo oriundos del Marruecos desde 200kybp, los H. sapiens evitaron el Mediterráneo norte como a un río de lava a favor de las lejanas costas australianas. ¿No es más sencillo pensar que ciertos linajes se han borrado del conjunto mitocondrial como se ha perdido el mío y el de todos los varones sin hermana que me lean? El segundo ejemplo trata de eso tan gracioso, y que dicen con tanto alivio, de que somos especie distinta al neandertal porque estos muestran una secuencia mitocondrial distinta a la de los humanos actuales. Pero cualquier “banda” de chimpancés muestra mayor variabilidad mitocondrial que toda la población humana actual y, si le añadimos los hibridables bonobos, alcazan niveles superiores a los del humano respecto al neandertal. Por otra parte propongo hacer algo de ciencia ficción en base al hecho de que algunos de los genes más arcaicos que hoy día sobreviven son representados sólo por poblaciones de bosquimanos o de pigmeos. A partir de este dato empírico imaginemos que una pandemia (vaya temita en estas fechas) hubiera afectado mortalmente a esas etnias y a los bantúes adyacentes digamos en el I milenio a.C. Como no contaríamos con ellos como ahora para reconstruir el genoma, es muy probablemente estuviésemos defendiendo en estos momentos una Eva surgida en Etiopía hace tan sólo 120kybp. Supongamos además que pasado el tiempo encontramos huesos de este tipo de humanos pero muy anteriores, del Paleolítico Superior, y en excelentes condiciones para estudiar su ADN. Sus haplotipos, según la ortodoxia actual, deberían ser catalogados como de otra especie distinta de Homo Sapiens por los mismos motivos que excluimos al neandertal, esto es, porque sus secuencias genéticas son distintas de las encontradas entre las poblaciones supervivientes, y porque son más ancestrales y distantes que el muestreo actual en su conjunto. Neandertal tuvo unos haplotipos que sencillamente en los humanos actuales se han perdido, lo cual no dice nada a nivel de hibridación y por tanto de verdadera especiación. Para ello deberíamos demostrar que la distancia genética entre neandertal y humano es mayor que la observada dentro de las especies hibridables de los grandes simios, cuando lo que se evidencia es todo lo contrario.

 

Sin embargo, no es menos cierto que todos mostramos marcadores originados en África hace como mucho medio millón de años, ¿cómo se compatibiliza eso con la teoría de una especie única para Homo desde hace 2.6m.a? Lo inaudito es que se siga viendo algo incompatible. En primer lugar tenemos miles de ejemplos del colonialismo occidental para saber hasta qué punto es cierto que poblaciones invasoras pueden esquilmar a los aborígenes siendo ambos de la misma especie, como pasó en EE.UU con sus nativos americanos. También el inglés y el mohicano mostraban diferencias morfológicas en sus cráneos, y los marcadores genéticos del primero se han impuesto a los del segundo, pero no por ello los consideramos especies distintas. Otra cuestión es la del mestizaje pues se piensa erróneamente que los humanos pleistocénicos se hibridaban entre sí más que los actuales, así como que de haberse producido tal mestizaje su constatación en los análisis moleculares sería inevitable. Ya hemos visto que las innovaciones morfológicas que se producen en África entre 500 y 100kybp afectan sobre todo al esqueleto craneal, y que con toda probabilidad irían acompañadas de prestaciones psicológicas y sociales que en algo los diferenciaron del resto. Por eso los africanos innovadores pudieron mostrar un distanciamiento añadido respecto a otros humanos por razones de selección sexual, así como de cierta identidad excluyente parecida al racismo. Esto limitaría en algunos casos la hibridación, aunque nunca hasta hacerla desaparecer, pero además contamos evidencias en el campo de la estadística genética que demuestran que hasta un 25% de mestizaje puede desaparecer por completo del escaparate de nuestros marcadores por pura absorción y azar. Esto es aún más probable cuando no hay opción a una recombinación híbrida, sino la imposición total de los haplotipos del padre o de la madre como en el caso de los marcadores más investigados. Así, un grupo de 100 africanos modernos pudo absorber a 35 neandertales y hoy no quedaría ni rastro de los últimos en los genes de sus descendientes. Y si como dijimos los modernos hubieran ejercido una selección sexual excluyente o bien fueran víctimas del racismo de otros grupos, el mestizaje sería posible y ocurrente, pero no la norma. A este respecto resulta muy interesante la cuestión de la paidomorfía o aspecto aniñado del H. sapiens moderno y cómo afecta a la interpretación de aquellos marcadores moleculares, el mitocondrial a la cabeza, basados en genes de transmisión exclusivamente matrilineal. Es más viable una atracción entre un neandertal (macho de pelo en pecho) con una moderna (muñequita), que entre macho moderno (enclenque) y hembra neandertal (olímpica testosteronizada), por lo que sería muy improbable la presencia en los análisis de otro ADN mitocondrial que no fuera moderno. Otras razones implican diferencias en la densidad de población, sobre todo entre zonas climáticas muy distintas. En las zonas periglaciares la población hubo de ser necesariamente escasa, mientras que en África, y con los nuevos atributos psico-sociales de sus humanos, la demografía vivió un más que probable incremento, así como el aumento de individuos por cada grupo. Por eso limitarse a decir que un grupo neandertal se encontró con otro grupo de modernos es engañoso, porque el primero podía estar formado por 50 individuos y el segundo por 200.

 

Pero sin duda el elemento que más ha podido favorecer la imposición de los genes africanos proviene de la propia divergencia de fechas y linajes entre los distintos marcadores genéticos, porque apunta a varias expansiones y no a una sola. Si entráramos en un casino con 60.000€, ¿cómo pensamos que tardaríamos menos en perderlo, apostando todo a una jugada o jugando mucho con cantidades pequeñas? Algo similar ocurre con esa expansión prorrateada de la nueva versión africana de hombre, que así tuvo más papeletas de sobrevivir que si hubiera salido de golpe. Para entenderlo vamos a recrear un ejemplo en base a un puñadito de marcadores. Pongamos que alrededor de 300kybp surge el ADN mitocondrial compartido por toda la humanidad actual. A lo primero que vamos a asistir es a una expansión intra-continental de tal modo que, cuando le toca poblar Eurasia, casi todos los africanos están al día en materia mitocondrial. Esto se repite en la mayoría de marcadores estudiados y es de suma importancia porque implica que los marcadores no sólo se expanden mundialmente de una vez sino también en cada una de las expansiones posteriores. Significa por ejemplo que las mitocondrias modernas y las de los “presapiens” se hibridaron en una primera expansión que sí podríamos llamar “mitocondrial”, pero también cuando posteriormente se dispersaron planetariamente los genes Y, los haplotipos de histocompatibilidad, los STRW, etc., porque los portadores de todos ellos tenían a su vez mitocondrias de moderno. El resultado evidente es que los genes presapiens serían con cada envite más y más minoritarios hasta desaparecer, sin matanzas ni epidemias, sin asquitos estéticos ni racistas.

 

Mi conclusión es totalmente consecuente con el esquema aplicado a las entradas 3 y 4 de esta serie sobre hominización, aunque adaptado a este corto período y la poca singularidad genético-morfológica que representa. La revolución genética que se produce en África entre 560-75kybp, siendo importante, no merece ser considerada la aparición de una nueva especie y, aunque lo fuera no sería óbice para la hibridación con otros Homo durante cientos de miles de años, o incluso hasta el día de hoy si hubiesen sobrevivido.  Como consecuencia, no podemos hablar de una expansión de H. sapiens  como tales sino de genes comunes a todos los humanos actuales. A este respecto la versión académica pinta una ridícula escena con poquísimos H. sapiens modernos (“cuello de botella”) que esperan ordenadamente en su solar africano hasta completar todo el ciclo de mutaciones, algo así como: “espera compadre, todavía no exploraremos Eurasia porque nos falta el gen Y”. Nuestra base es el estudio de unos pocos y facilones marcadores genéticos que evidencian empíricamente una común cuna africana pero una multitud de fechas, vías de expansión y linajes. Cuando digo “un neandertal se topa con un moderno” debe quedar claro que se trata de una simplificación, porque es más que probable que el supuesto moderno no contara aún con todo el paquete de mutaciones que nos caracterizan hoy, pero también es muy posible que el neandertal portase una minoría de estas innovaciones africanas fruto de expansiones anteriores. Aún es precipitado determinar si los presapiens y nosotros éramos especies distintas, subespecies hibridables o meras “razas”. Todo lo visto en esta serie de entradas hace absurda la creencia en especies que aparecen de la noche a la mañana y con un instantáneo cierre al mestizaje. Tampoco podemos asegurar una correspondencia entre morfologías óseas y haplotipos, de forma que es totalmente plausible que individuos con anatomías bastante neandertal o erectus fueran molecularmente muy modernos y viceversa. Pero sí es cierto que un modo africano de humanidad fue paulatinamente imponiéndose a otros genes y morfologías hoy extintas, de tal modo que para mí somos mayoritariamente un conglomerado de aquellas innovaciones mutantes africanas, pero sin desdeñar la parte presapiens o, mejor dicho, “alter-sapiens” que también nos compone aunque no la mostremos en los rasgos o los haplotipos. La próxima vez que contemplemos fotos de los “neandertales” de Gibraltar o Píñar, o que leamos sobre Venta Micena y Orce, tendremos la ocasión de escoger entre el viejo paradigma y sus cajones perfectamente etiquetados o la realidad, tan multifacética y compleja como la verdadera ciencia nos permite vislumbrar. ¿Fueron o no parientes del moderno afroibérico? Hoy por hoy y con lo que sabemos lo más prudente es callar, pero pienso que se comete más agravio si fueron nuestros ancestros y se lo negamos que si los invitamos a serlo por error.