martes, 7 de abril de 2009

Afroiberia social 1. La falacia evolucionista en nuestros mitos socio-históricos

El evolucionismo biológico está muy relacionado con el evolucionismo social antes, durante y después de su gestación, de tal manera que podemos definirlo como un mismo movimiento filosófico que se aplica a diferentes campos del saber. Al menos desde la Ilustración se operó un cambio radical respecto a la concepción que en etapas anteriores se tenía sobre la Historia, algo muy molesto cuando intentamos que los ilustrados pasen por ser una especie de “neo-clásicos” o “neo-renacentistas”. Los antiguos tenían una imagen del hombre y sus sociedades como el producto de una decadencia que, por cierto, nada tenía que ver con el nivel tecnológico. Los griegos sostenían que en origen todos vivimos en la Edad de Oro, perfecta, sabia y virtuosa, pasando luego a estadios más y más abyectos (Plata, Bronce, Héroes, Hierro, etc.); conocemos también que para un renacentista o un barroco desde Roma todo había sido caos; y tampoco nos es ajena la expulsión edénica de los judeo-cristianos (con sus paralelos sucesivos en la edad prediluvial, patriarcal, preexílica, escato-apocalíptica, etc). Sin embargo, a partir del s.XVIII comienza a imponerse la idea de que la humanidad camina en sentido opuesto, es decir, hacia la perfección. Esta es la auténtica raíz del evolucionismo sin importar el aspecto que adquiera o la materia a la que se aplique: el hombre surge de un estado primitivo e inferior para con el tiempo irse haciendo más y más sofisticado y superior. Podemos consultar muchas obras que defienden una diferencia radical entre darwinismo y evolucionismo social, pero no son más que esfuerzos oficialistas para salvar a Darwin de las sombras del nazismo, la eugenesia o los neocons ultraliberales. Por eso a menudo leeremos que el pobrecito de Darwin no acuñó lo de “supervivencia del más apto” sino que fue el demoníaco Spencer, así como que el primero jamás autorizó al segundo a aplicar a la sociedad lo que había concebido sólo para lo biológico. Puro cuento. En lo que se refiere al primer asunto, “ley del más apto” puede sonar más duro pero no desdice en nada conceptos como “selección natural” e “imposición de los genes mejor adaptados”, estos sí genuinamente darwinistas. En cuanto al segundo, hay que empezar aclarando que no existe tal relación generacional o sucesiva entre darwinismo y evolucionismo social, sino que eran movimientos contemporáneos y que sus respectivos fundadores, Darwin y Spencer, no sólo se conocían sino que tenían una relación amistosa. Si nos referimos a la “originalidad”, podemos decir que Darwin se basó, entre otros, en trabajos previos de Spencer y que luego este, deslumbrado por El origen de las especies, retomó su teoría “darwinizándola”. ¿Que Darwin jamás autorizó el darwinismo social de Spencer? Tampoco lo desdijo, y siendo su coetáneo años tuvo para hacerlo… Como dije en la entrada anterior sobre evolucionismo biológico, Charles Darwin era un racista convencido y en sus obras nos suelta perlas como que el mestizaje entre razas humanas es degenerativo de necesidad, que existen diferencias intelectuales y morales entre las razas, y que por supuesto el blanco es la cima y el negro la sima del recorrido evolutivo humano. Probablemente era más progresista y menos agresivo que su colega Spencer, pero sin duda ambos eran un mismo producto victoriano con denominación de origen (eurocentrista, presentista, machista, imperialista, etc.). No podemos atribuir a Darwin, en su canonización actual, relativismos propios de la Antropología posterior a Franz Boas.

Debemos detenernos ahora en un silogismo que nos cuelan como argumento veraz. Está claro que desde el simio al humano actual hay evidentes diferencias motivadas por sucesivas mutaciones, y aquí acaba la parte incontestable o científica de todo argumento evolucionista. Por otro lado puede ser socio-culturalmente cierto que los humanos prefiramos nuestro actual estado evolutivo que volver a ser medio chimpancés. Si conjugamos ambas afirmaciones obtenemos como aceptable decir que se ha producido un proceso de optimización desde el mono hasta nosotros (antropocentrismo), sin que por ello sea menos aceptable que muchos humanos no encuentren mejora alguna en haber dejado de ser simios, o que incluso piensen que somos un tipo raro de simio. Es muy importante constatar que la relación que Darwin propuso entre hombres y primates no es en absoluto similar a la que hoy concebimos, porque los ingleses victorianos se consideraban la raza superior y a su cultura la mejor de la Historia, al tiempo que habrían tenido serios problemas para concebir remotamente la futura existencia de unos derechos de los animales. Por tanto su distancia mental simio-hombre era abismalmente superior a la que hoy tiene un joven imbuido de ideas ecológico-conservacionistas y al día en etología y genética. Pero aunque persistamos en posturas antropocentristas debemos reconocer que hay serios problemas para describir pormenorizadamente ese camino de “mejora”. Me limito a aplicar en este caso todo lo que ya vimos referido a evolucionismo biológico: que los cambios suelen ser casi imperceptibles cada vez, que no suele haber alteraciones aisladas sino combinaciones de muchas interrelacionadas, que hemos de contemplar la reversibilidad o retroceso como una opción tan posible como el avance, que los cambios pueden acontecer gradual o tempestuosamente, lenta o en franca aceleración, etc. Esta confusión (hay cambio general pero no sabemos cómo se prorratea) propicia manipulaciones perversas, casi todas con fines etnocentristas o directamente racistas. El silogismo suele aparecer como en el siguiente caso: 1 “los occidentales vivimos en la Prehistoria de la caza”, 2 “en nuestro colonialismo nos topamos con pueblos que viven actualmente de la caza”, 3 “esos pueblos son primitivos y atrasados”, 4 “como en evolucionismo lo primitivo equivale a inferior y animalesco, podemos tratarlos con un distinto rasero moral a como nos tratamos entre occidentales”. Llevemos al paroxismo este procedimiento hasta decir que Carlomagno o los Beatles son más simiescos que nosotros sólo por ser anteriores cronológicamente. ¿Cómo llegamos a tal disparate? El proceso se manipula desde el origen, en el estadio biológico que es en el que más predispuestos estamos a encontrar diferencias. Así todos aceptamos que existieron el australopiteco, el homo habilis, el erectus y demás ancestros del hombre actual, aunque habría que recordar vehementemente que tales estadios no son sino convenciones de los investigadores para ordenar su material, y que como es lógico los ejemplares progresivos del modelo más antiguo se suelen confundir con los más arcaicos de su descendiente. El siguiente paso que acometen consiste en establecer una relación bio-cultural, una relación entre tipos de instrumentos líticos y determinadas especies: habilis y olduvayense, erectus y achelense, neandertal y musteriense, y hombre moderno con auriñaciense y posteriores. En realidad este esquema es algo más complejo pues abarca aspectos culturales añadidos, como el fuego en el erectus, los enterramientos en el neandertal y el arte en el humano, pero lo que aquí interesa es la maniobra de ligar biología con cultura. No hay sitio en diez entradas de blog para detallar por qué estas asunciones son totalmente falsas y malintencionadas. Ojalá sirva como ejemplo que el homo sapiens moderno de Idaltu (Etiopía) tallaba en achelense, que el de Jebel-Irhoud (Marruecos) lo hacía en musteriense, y que ambos desconocían el arte. Pero si nos dejamos arrastrar por esta manipulación concebiremos el cambio cultural como fruto también de la misma ley evolutiva que nos hace pasar de bicho a hombre, y eso nos lleva sin remisión a cualquier forma de determinismo. En la entrada anterior vimos que el Darwinismo, que no el evolucionismo, es ya de difícil encaje con la biología actual, no digamos cuando tratamos con animales de fuerte dimensión social, aún peor con los homínidos, y prácticamente imposible con la terrible complejidad psico-socio-cultural de los humanos actuales. Intentar basar posturas racistas o etnocéntricas en el darwinismo es absolutamente demencial.

En cualquier caso, se trata de un modelo que penetró con mucho éxito en la mayoría de teorías sobre Pasado Remoto, que es lo que aquí interesa. De hecho podemos rastrear ese evolucionismo en escuelas historiográficas rivales entre sí, como la marxista, la Nueva arqueología, el materialismo cultural de M. Harris, y varias más. Tengamos muy en cuenta que ya en 1836 (Darwin tenía 27 años y Spencer sólo 16) Christian J. Thomsen propuso sus tres edades históricas que aún colean con fuerza (Piedra, Bronce e Hierro), lo que nos puede llevar a suponer que, más que hijo del darwinismo, el evolucionismo histórico es un producto hermano y de igual antigüedad. Luego surgirían nombres como Nisson o Tylor y con ellos el esquema se complicaría en estadios pastoriles, salvajes, bárbaros, agrícolas, civilizados, etc. Además este vicio se extendería al estudio particular de campos de nuestro pasado como las creencias (animismo, magia, politeísmo, monoteísmo) o los gobiernos (comunismo primigenio, aristocracia, monarquía, esclavismo, etc.). La idea fundamental ya estaba echada a rodar y consistía en la firme creencia de que el hombre se encaminaba hacia su perfección, y que por tanto todos nuestros antepasados así como, ojo, todos nuestros coetáneos con modos de vida similares a los de nuestros ancestros, son inferiores por definición (entiéndase el “nosotros” como Occidente). De todas las vestimentas que ha tomado este paradigma sobreviven dos: una es propiamente historiográfica y todos la conocemos (Paleolítico, Mesolítico, Neolítico, Metales, Historia) mientras que la otra es originaria de la Antropología social (Banda, Tribu, Jefatura, Estado) pero de gran implantación entre los arqueólogos. Todas estas propuestas coinciden en unas características:
- Tienen una única dirección en sentido primitivo-evolucionado, sinónimo de ir de lo inferior a lo superior.
- Son inexorables, es decir que hay que pasar por todas las etapas preestablecidas y en ese orden.
- Cada etapa se caracteriza por un paquete de elementos culturales y materiales que la diferencia del resto.
- Este paquete debe representar todas y cada una de las facetas de una cultura y sociedad humanas, y en cada caso debe suponer un avance frente a la etapa anterior. Así, hay una “cultura neolítica” pero también un “arte neolítico”, una “religión neolítica”, un “patrón de asentamiento neolítico”, etc.

El conocido refrán periodístico, “no dejes que la realidad te arruine una buena noticia”, podría ser aquí adaptado a “no dejes que la realidad te arruine un buen modelo teórico”, pues a veces no se sabe si el erudito tiene más amor por los contenidos que estudia o por los paradigmas a través de los cuales los estudia, llegando a mantenerlos hasta cuando ya son insostenibles (que es más o menos lo que decía T. Kuhn). La verdad es que aplicar el evolucionismo a lo socio-cultural está ya desfasado desde los tiempos del mencionado Boas, y de hecho creo que el difusionismo aparece precisamente para sostener el paradigma cuando estos esquemas fracasan. Ya no era factible ese determinismo que hacía a las culturas meros autómatas repitiendo en Mesoamérica, Egipto o China un guión dictado por no se qué dedo invisible, así que se tuvieron que inventar que determinados pueblos emprendedores se lo transmitían a los que lo eran menos, por hablar con eufemismos. Como no afectaba sino que favorecía aún más el modelo colonialista, el difusionismo heredó las viejas etapas del evolucionismo antropológico e histórico con ligeros matices. Pero una vez que el propio difusionismo ha sido anatemizado sería lógico esperar que todo este castillo de naipes cayera por sí solo, ya que lo autóctono cobra cada vez más fuerza y por tanto las etapas que pudiéramos detectar en cada pueblo dependerían en cantidad, calidad y orden a su avatar histórico particular. No deberíamos esperar que en cada punto del planeta los paleolíticos pasaran por mesolíticos para ser neolíticos cuando hemos constatado en nuestra historia más reciente que cazadores-recolectores se han adaptado en cinco años al consumo de crack, subsidios y telenovelas. En lo puramente etnológico, el esquema banda-tribu-etc. se ha mostrado inútil de solemnidad así que ya nadie pretende usarlo, o si lo hacen es como un fondo superado sobre el que matizar o comparar. En arqueología sigue de moda, probablemente porque hacen etnología de los muertos y su fracaso o éxito teórico no va a ser jamás corroborado. Mi opinión es que, sólo por haber tomado ese esquema social de los antropólogos, si estos lo abandonan por inútil los prehistoriadores y arqueólogos debían hacer otro tanto. Sin embargo sólo percibo lavados de cara y matices de sacristía, como cuando cambian “musteriense” por “modo 3”, “neolítico” por “economía de producción”, o “jefatura” por “sociedad clasista inicial”.

Quizás no acabemos de comprender esta actitud si no tratamos de un aspecto mucho más ñoño que también heredan los evolucionistas de sus predecesores ilustrados. Se trata de una auténtica obsesión por sistematizar y clasificarlo todo de la que Darwin tenía mucho, pues no olvidemos que llegó a su particular “eureka” viajando para inventariar y clasificar especies exóticas. Considero los modelos y esquemas muy útiles para aproximarnos a cualquier fenómeno siempre que no asfixien a la realidad que subyace realmente, que es exactamente lo que ha ocurrido con el Pasado Remoto. De hecho no se han limitado a mantener las etapas históricas y sociales de los evolucionistas sino que han añadido toda una herencia de la historiografía que francamente no se de donde viene pero que probablemente nació de la interiorización medieval de la filosofía clásica. Me refiero a la irritante manía de dividir cualquier etapa en tres sub-fases, que suelen denominarse inicial-medio-final o inferior-medio-superior. Así te dividen todo, del Oligoceno a los Períodos dinásticos egipcios pasando por el epipaleolítico murciano. Es tan pulcro su sistema que para colmo suelen dividir el período en tres tercios cronológicos casi exactos, como si las culturas estudiadas conocieran la fecha de su extinción y administraran sus pasos evolutivos en segmentos equidistantes. La razón que encuentro a esta obsesión por sectorializar absolutamente todo se remonta al surgimiento de la ciencia moderna y a su papel para combatir los abusos del oscurantismo religioso. Generó un optimismo racionalista que durante dos siglos aproximadamente (1750-1950) anunció que el mundo se nos iba a mostrar no sólo absolutamente comprensible sino especialmente ordenado y recurrente en ciertas pautas matemáticas. Hoy somos relativistas posmodernos que no creemos en absoluto que la raza humana se encamine a nada mejor, pero parece que nos gusta pensar que sí fue así en el pasado, que los “primitivos” sí tuvieron que pasar ese trámite mutante (biológico primero, social después) para llegar a la culminación que nosotros encarnamos. Eso que dicen del “fin de la Historia”.

El darwinismo aplicado a las ciencias sociales, entre ellas los estudios de Pasado Remoto, es absolutamente pernicioso a nivel metodológico. Hasta la fecha los especialistas han considerado que cuesta más esfuerzo y coordinación inventar nuevas periodizaciones que mantener las clásicas con ciertas modificaciones, pero esta actitud cobarde y perezosa tiene los días contados. Ya no es sólo que dichas modificaciones son tantas y de tan gran envergadura que desfiguran totalmente los esquemas iniciales, sino que aún más importante es la propia caducidad de los criterios evolucionistas aplicados a lo social e histórico. Quizás simplemente sobran estas etapas, o quizás estén justificadas a veces y bajo condiciones excepcionales, pero siempre son filtros que el investigador usa como herramienta, no realidades en sí mismas. Jamás deberíamos permitirnos las aberraciones a las que llegan los investigadores al prevalecer su clasificación a la realidad cronológica, como cuando los “neolíticos” del sudeste peninsular viven en la misma fecha que los “mesolíticos” portugueses y los “epipaleolíticos” cantábricos. Este ejemplo se traduce en la práctica con que encontraremos a los primeros como unas 70 páginas después de los segundos y terceros en cualquier manual al uso, con lo que el efecto psicológico es el de desconectarlos entre sí haciendo a unos cronológicamente anteriores al resto. Existe sin embargo otro tipo de periodización mucho más certera y menos polémica, que son las fechas numéricas, el año o lapso de años que queremos tratar. En mis entradas emplearé los períodos oficialistas cuando vengan al caso, pero sólo como referente común y no como herramienta de trabajo, y así no hay mucho problema en traducir III, II y I milenio aC. como Calcolítico, Bronce e Hierro respectivamente. Pero si mañana aparecen por ejemplo pruebas del cultivo de higo en Valencia hace 18.000 años no voy a ser yo ni el que cuestione la verosimilitud del hallazgo ni mucho menos el que me plantee llevar el “neolítico valenciano” a tan remotas fechas. Simplemente lo tomaré como una prueba de que esas distinciones entre “paleolítico” y “neolítico” son puros prejuicios a desechar: un pueblo que cultiva higos no es para mí “neolítico” sino “un pueblo que cultiva higos”.

Si este es el efecto metodológico del darwinismo social aplicado a nuestros estudios, en lo ético ha sido verdaderamente letal. Y lo ha sido desde su misma raíz, justo cuando entronca con el darwinismo biológico, del que ya vimos sus carencias en la entrada anterior. Volvamos al esquema antiguo, previo a la Ilustración, que antes comentábamos. Al concebir al hombre como un ser en continua decadencia, si alguna vez consideraron inferior a otro pueblo lo razonaron en función de una aceleración en esa degeneración, mancha o pecado (como la “maldición de Cam”, la “marca de Caín”, etc.). Pero al considerar que toda la grandeza humana se concentrada en el momento mismo de su aparición, todos los hombres eran considerados como una sola familia, hijos del Adán de turno. De forma totalmente opuesta, el evolucionismo como filosofía concentra todo su foco en el final del proceso, cuando se ha culminado la hominización hasta nuestro grado actual. Por ejemplo pocos imaginan hoy que los evolucionistas clásicos eran mucho más propensos al poligenismo que al monogenismo, es decir, que creyeron probable que cada raza humana provenía de un simio diferente. Esto se debe a tres motivos: 1) los evolucionistas primeros sabían muy poco de aquella genética de la que tanto alardeaban, porque es un incontestable disparate que de varios géneros surja una única especie; 2) los evolucionistas clásicos eran todos unos racistas que tenían firmes intereses en aislar las razas humanas cuanto más temprano mejor; 3) su modelo teórico se lo permitía porque como vimos la fase realmente importante de la humanidad era la final, un estado superior a la que todos convergíamos, pero a distinto ritmo. Frente a ellos estaban los cristianos y demás tradicionalistas que, una vez aceptada la evolución, pedían que al menos se mantuviera el paradigma de la familia humana única, que es curiosamente el esquema que hoy se abre paso. Que nadie piense que se trató de un error puntual del darwinismo, pues dicho poligenismo fue progresivamente maquillado y adaptado (polifiletismo, multirregionalismo) a medida que la ciencia le cortaba los argumentos, y aún se resiste a desaparecer del todo. Debemos impedir que el darwinismo penetre en los estudios de Pasado Remoto, que trascienda lo biológico y se inmiscuya en lo cultural y, aún peor, en lo ético. No hay lugar para matizar “evoluciones”, “adaptaciones” ni “aptitudes superiores” dentro de la especie humana, ni hoy ni durante su historia. No digo que no las haya habido sino que estamos por nuestra cercanía incapacitados para percibirlas y demasiado predispuestos a manipularlas ideológicamente. Personalmente extendería este cordón sanitario hasta lo que se conoce como homo erectus y, aún más, calificaría la historia de todo el género Homo como un guantazo al darwinismo, toda vez que no éramos precisamente los “más aptos” sino todo lo contrario, y fue de esa “ineptitud” de donde surgieron nuestras dos marcas más características: socialización y tecnología. Hasta la aparición del género Homo podemos seguir manteniendo el esquema darwinista, con todos los peros que ya comentamos, pero a partir de ahí surge una culturización incipiente en los homínidos que irremediablemente altera los parámetros puramente biológicos. Cuando ser el “más apto” se bifurca en “más apto para el carisma”, “más apto para rastrear presas”, “más apto para darles caza”, “más apto eróticamente”, “más apto psicológicamente”, “más apto cooperativamente”, “más apto artesanalmente”, etc. no podemos pasarlo todo por la infantil aritmética darwiniana. Todas las plagas que el darwinismo social han supuesto para el mundo (racismo científico, eugenesia, nazismo, imperialismo, genocidio, neoconservadurismo, etc.) provienen precisamente de pensar que los cambios y leyes que afectan a especies biológicas a lo largo de millones de años son aplicables al devenir de una sola especie o acaso subespecie, la humana, y durante períodos ridículamente históricos.