lunes, 26 de octubre de 2009

Isla de Flores: menos huesos y más canoas

Ayer 25 de octubre me desperté con la noticia de que el polémico Homo Floresiensis, al que ya me he referido en alguna ocasión, no es un erectus enano sino que desciende directamente de habilis o de rudolfensis. Francamente, esa cuestión me tiene sin cuidado e invito a que cualquiera consulte la web (Mundo Neandertal y El Paleofreak son blogs perfectos para ello) para comprobar la velocidad con que se producen drásticos vapuleos a las teorías sobre este pequeño hombrecito del paleolítico indonesio. Es entonces inevitable que dentro de unos meses aparezca un nuevo artículo desmintiendo todo lo anterior, es decir, todo lo que ahora debemos acatar como dogma de fe. Gracias, pero prefiero ahorrarme el viaje.

Desde mi punto de vista, el Hombre de Flores nos ofrece datos mucho más útiles y libres de interpretación, básicamente relacionados con su cronología y con la geología. Tomando todos los individuos encontrados (porque el famoso cráneo que bautizó la especie no es el único), su presencia en la isla abarca un período entre 90.000 y 12.000 años antes del presente. Con la misma fiabilidad, otras dataciones han determinado que unos útiles líticos encontrados en la isla tendrían alrededor de 850.000 años de antigüedad. De otro lado, los geólogos y climatólogos nos aseguran rotundamente que ni en la primera ni en la segunda fecha, en ninguna realmente, pudo ocurrir que una glaciación bajase el nivel del mar hasta crear un puente continental para la isla. Aquellos huesos y aquellas piedras demuestran que llegaron por mar en épocas escalofriantemente remotas. Como digo, ninguno de estos dos elementos puede ponerse en duda: que llegaron hace tanto tiempo y que lo hicieron por vía marítima. En sí supone una de las mayores revoluciones en el panorama de la Hominización, pero sin embargo contemplamos atónitos como se la ignora para continuar en el mismo debate de siempre sobre huesitos, clados y evoluciones “en mosaico”. Todos parecen olvidar que, aunque jamás hubieran aparecido los huesos del floresiensis, desde hace años se conocía la presencia de industrias de piedra en la Isla de Flores con una antigüedad cercana al millón de años y que esto bastaba para abrir un debate en torno a la navegación prehistórica que artificial e interesadamente se viene posponiendo.

Mi postura al respecto, por parecerme la más plausible, es que el género Homo pudo dominar rudimentos de navegación en esa época, algo que solivianta a numerosos académicos. Para ellos, la única razón de esta tempranísima presencia en Flores es que los autores de esos útiles hubieran llegado a la isla accidentalmente pero, ¿en qué consiste realmente eso? Sabemos que determinados animales llegaron a sus actuales hábitats transportados por troncos, a veces recorriendo distancias enormes, pero hablamos de monos o iguanas, esto es, seres relativamente pequeños y cómodos subidos a una rama. Al aplicarlo a los humanos, por primitivos que sean, este argumento se vuelve inaplicable como no sea recurriendo a unas circunstancias francamente inverosímiles, tan ridículas que en comparación mis homínidos navegantes parecen un argumento mucho más probable y natural. En cualquier caso finjamos suscribir las tesis de la llegada accidental e imaginemos que un homínido bípedo de alrededor del metro de altura y los 40kg de peso acaba subido en un tronco que flota en el mar. Lo primero que debemos preguntarnos es por qué, y debemos ser cuidadosos en nuestra respuesta. Porque si queremos equipararlos a los chimpancés y orangutanes, poca confianza iba a depositar este individuo en el mar, así que no es factible que andara jugando con tronquitos en la playa. Circulan por ejemplo bochornosas teorías de homínidos accidentalmente dormidos en un tronco que la pleamar arrastrara océano adentro, pero se trata de una circunstancia tan estrafalaria que jamás podríamos basar en ella la colonización de toda una isla. Recordemos que para que haya colonización necesitamos una población, no a un solo individuo, y que esto sólo sería factible si los transportados fueran al menos dos, o si el fenómeno se produjera a menudo, algo del todo imposible con la teoría de la “cama flotante”. Ni siquiera un humano actual tendría posibilidades significativas de atravesar sobre un tronco los kilómetros de esos estrechos insulares plagados de tiburones y con corrientes de aúpa (mucho menos si se despierta de una siesta en pleno océano). Si va más de uno en el tronco las posibilidades de dar un vuelco son mucho mayores; si los transportados individualmente no son de sexo contrario ni sufren su percance en fechas cercanas adiós a toda posibilidad de reproducirse en las nuevas tierras; si el tronco no es lo bastante grande los tiburones se cebaran de los pies que cuelgan para mantener el equilibrio, etc. En fin, existe toda una batería de argumentos para desterrar la milonga de la llegada accidental al terreno de lo sumamente improbable. Un argumento aparentemente infantil que realmente esconde prejuicios evolucionistas, la negativa de muchos de conceder un don tecnológico como el navegar (hasta ayer datado en el neolítico) a esos infra-humanos.

Una perspectiva libre de condicionamientos nos pone sobre otro tipo de pistas, como que la expansión de los humanos por el planeta se ha hecho siguiendo los litorales, así que no es ninguna locura presuponer a sus protagonistas cierta familiaridad con el medio acuático. Incluso los defensores de las teorías accidentales tienen que ubicar a sus homínidos al borde de la playa antes de ser raptados por el tronquito sedante. Aceptado esto, es muy difícil pensar que aquellos seres no estuvieran hartos de ver maderas flotando, y de ahí a pensar en aplicaciones para la pesca va un paso. Para mí es evidente que una persona habituada a tallar industrias bifaciales o encender fuego es a la vez muy capaz de cortar unos maderos y atarlos hasta formar una balsa, y más si el lograrlo le va a reportar una captura mayor de peces o, en este caso, el acceso a unas tierras libres de competidores. Dejemos la mesana, el trinquete o el timón, hablo de unos rudimentos náuticos que tampoco podrían ofrecer unas garantías de éxito muy halagüeñas, pero que en un momento de necesidad pudo suponer un riesgo ineludible e incluso deseable. En un par de balsas sí podemos lanzar un número de personas que aseguren la reproducción del grupo en su destino, así como contar con unas condiciones de seguridad algo mayores frente al oleaje o los depredadores marinos. Queda entonces a cargo de los hiperescépticos o desmitificadores la tarea de demostrar por qué piensan que tal capacidad y circunstancias fueron imposibles hasta el Holoceno.

Afroiberia no es en absoluto ajena a esta polémica. Los 14km que nos separan de África se corresponden aproximadamente a la distancia que media entre Flores y la isla grande más cercana. En ambos casos el paisaje de la tierra de destino era perfectamente divisible desde la de origen, lo cual constituiría una tentación permanente. Además, las corrientes gibraltareñas han sido a menudo un argumento empleado para negarnos toda comunicación intercontinental, cuando está más que demostrado que a las fuertes corrientes marinas indonesias hay que sumar la presencia de impresionantes tormentas, aquellas que han hecho famosos a los mares del sur. Por otra parte es imposible que lo que ocurría en la lejana Java no se repitiera en Gibraltar, a un paso de la madre África y su avalancha de prototipos homínidos. Para colmo, el que dichas navegaciones fueran factibles desde hace 850.000 años permite que el contacto vía Gibraltar se vuelva la mejor opción para explicar el origen de la humanidad afroibérica desde Orce en adelante. Por todo lo anterior, defender la plausibilidad de navegaciones pleistocénicas a Flores equivale por carambola a africanizar los orígenes de nuestros humanos peninsulares. Como lógico reverso, muchos de los prejuicios que se vierten sobre Flores coinciden con los que se destinan a Afroiberia, y puede que incluso tengan un mismo origen.

Si alguno piensa que llegado a este extremo he perdido un poco la objetividad, que soy de nuevo carne de conspiranoia, quizás le pueda convencer de lo contrario la siguiente prueba o ejemplo. Salvador Moyá fue uno de los discípulos que traicionó a José Gibert (descubridor del Hombre de Orce), y por tanto uno de los más enconados enemigos de la preeminencia de humanos antiguos en el sur peninsular, es decir, de una cuna afroibérica para la humanidad europea. Pues bien, el mismo individuo publicó en 2008 un artículo afirmando que los restos de Flores no corresponden a otra especie sino a un humano moderno con malformaciones. Cualquiera que esté habituado al modo de proceder de estos funcionarios del conocimiento, que obedecen todos un estricto sistema de etiqueta y de respetar el territorio ajeno, habrá notado lo mucho que desentona un académico español opinando sobre fósiles indonesios. Las figuras mundiales sí, esas suelen opinar de todo y todos las escuchan, pero lo normal es que las figuras mediocres (la mayoría de españoles entre ellos) guarden silencio sobre aquellos asuntos que en nada les afectan y que implicarse en ellos sólo les reportaría enemigos de altura internacional. Otra cosa son los manuales generalistas, donde por lógica se trata todo el panorama mundial de hallazgos; o las colaboraciones en esos artículos multitudinarios con plantilla internacional, donde la opinión de uno se diluye en el gran todo; o incluso habría que aplicar otra lectura cuando este bombazo se mencionara de pasada en un artículo dedicado a un asunto diferente aunque relacionado. Pero en este caso nos encontramos con un artículo dedicado exclusivamente al Floresiensis, escrito únicamente por este autor en colaboración con Meike Köhler, publicado por el Institut Catalá de Paleontología para el que ambos trabajan, y donde arremeten sin disimulo contra la tesis central de los descubridores del Floresiensis. El caso es que si éste humano es moderno ya no necesitamos de una llegada muy antigua a la isla (aquellas piedritas de hace 850.000 años podrían ser tildadas de “eolitos” o ser cuestionadas en su datación, algo a lo que Moyá se acostumbró en Granada) y por tanto la navegación podría volver a postergarse hasta muy recientemente. Apliquemos lo mismo a Gibraltar y vemos que lo que parecía una inexplicable salida de tono de este judas ultraoficialista se ajusta como un guante a su rechazo por los restos de la zona de Orce: si permite navegaciones de hace casi un millón de años de antigüedad le será casi imposible negar la presencia humana en nuestro sur para las mismas fechas, llegada desde África vía Gibraltar, y consecuentemente Gibert y sus teorías lo dejarían en el ridículo que desde hace décadas merece. ¿Casualidad? Como dijo el poeta, no me contéis más cuentos.