sábado, 14 de mayo de 2011

Rostros del Pasado 3. Los cráneos y el racismo.

Cuando la craneología racista era considerada “científica” se daba por sentado que cada “raza” tenía un tipo de cráneo propio, con una combinación de rasgos muy específicos. Estas peculiaridades craneales pretendían ser, además, una demostración infalible de la superioridad del “blanco” sobre los demás pueblos.

Este collage representa bastante bien el modo en que el racismo científico planteaba las diferencias “raciales”. Aunque a veces incorporaban el cráneo de un “amarillo” o “mongoloide”, la inmensa mayoría de ilustraciones se limitaban a comparar las calaveras de un “blanco” y un “negro”. La razón es que así creían cubierto el espectro humano entero, pues consideraban al primero como el cenit de nuestra especie y al segundo como su estadio más bestial. Los racistas de los siglos XIX y XX se vieron obligados a cubrir sus prejuicios con un barniz cientificista, pues aumentaba el número de occidentales horrorizados por el papel de sus gobiernos en fenómenos como la esclavitud y el colonialismo. Las 6 ilustraciones de arriba representan la vertiente gráfica de esta “demostración científica de la animalidad del negro”. Vemos como las ilustraciones 1, 2 y 6 muestran explícitamente al “negro” como un ser intermedio entre el “blanco” (“humano pleno”) y el resto de los simios. La clave o argumento estrella es morfológico y recae en el hocico: desde el primate básico se va acortando hasta llegar a los humanos modernos, teniendo cada especie su propio “ángulo facial” (il. 2). Este, decían, determinaba el desarrollo del lóbulo frontal (racional) del cerebro, de tal modo que los negros, con tan poco ángulo, eran más… “intuitivos” y “rítmicos” que el blanco. Para conseguir el mayor impacto y rechazo entre el impresionable público del momento, los raciólogos-racistas emplearon todas las trampas a su alcance. Por ejemplo, en varias ocasiones (sobre todo il. 3 y 6) la cara del “negro” mira casi al cielo para acenturar el ángulo agudo de la cara, y en la il.3 llegan a ayudar la verticalidad del “blanco” con un librito. Además, en la mayoría de los casos el cráneo del “negro” ha sido dibujado más pequeño que el del “blanco”, dando a entender que tiene menos espacio para albergar un cerebro como dios manda. Así de limpio han jugado siempre los eurocentristas.

Sin embargo, todas estas manipulaciones y mentiras quedan en simple “travesura” comparadas con los peligrosos estereotipos que promueve. Recordemos aquel “esto no es una pipa” de Magritte para convertirlo aquí en “esto no es un negro” o “esto no es un blanco”. La peor trampa de estas ilustraciones es que acabamos creyendo que, efectivamente, un solo cráneo puede representar la morfología común para millones de personas repartidas a lo largo de miles de kilómetros. El tipo de calavera que escogieron para representar al negro (sobreentendamos desde ahora las comillas) era simplemente aquel que mejor “demostraba” sus teorías. No es tanto un negro como un “anti-blanco”, asimilando a su vez al blanco con el humano más moderno y pleno. La impresión es que esos cráneos son como retratos-robot donde se han juntado las bocas más prognatas, las narices más romas, las frentes más escurridas y los mentones más retraídos que podríamos encontrar entre una amplia colección de cráneos. De hecho, salvo en el caso de la primera ilustración (donde se ha copiado el cráneo de un “australoide” real) estoy convencido de que así es como se llevó a cabo. ¿Acaso no hay negros que tienen cráneos similares o idénticos a los representados en estas láminas? Por supuesto que sí, salvo si la propuesta incluye la microcefalia y el mirar al techo. Pero para que un estereotipo, siempre peligroso, resulte al menos funcional necesitamos que sea representativo y exclusivo. En nuestro caso no es representativo porque los negros con esta morfología craneal no son en absoluto mayoritarios, ni siquiera suponen la minoría más numerosa. Tampoco es exclusivo pues aparece, en proporción algo menor que en África, entre poblaciones tan poco africanas como los extremo-orientales o los nativos sudamericanos, por no citar a los llamados “negroides” de Asia y Oceanía (negritos, melanesios, australoides, etc.). Sobre este tipo de morfología podemos añadir que se suele presentar más como individualidad dentro de un grupo que como población entera, sea en África o en los demás continentes mencionados. Lo que pretendía ser el “prototipo universal del negro” es en realidad un tipo morfológico relativamente común en cráneos de todos los continentes salvo en Europa, con especial presencia en África. Sobra decir que sus portadores no padecen, como predicaban los racistas, handicap psicológico o estético alguno.

Desde la perspectiva del presente, o de un pasado inmediato, el daño que pueda hacer dicho estereotipo es más simbólico que real. Hoy ningún negro necesita las sandeces de un antropólogo racialista para saber quién o qué es: la noción social que tiene de sí mismo y que otros tienen de él, su identidad, no se va a ver alterada por el ortognatismo facial o un proceso mastoideo estrambótico. Lo mismo cabe decir si investigamos personajes que vivieron cuando ya se habían inventado el vídeo o las fotografías, e incluso antes si se hicieron de ellos representaciones realistas. Pero llegados al Pasado Remoto hasta el arte deja de ser un aliado en nuestro camino, y sólo los huesos pueden ayudarnos a “resucitar” a sus dueños. A partir de aquí la cosa se complica al tiempo que el estereotipo craneal muestra su potencial más negativo, así que he creído oportuno ralentizar los argumentos al tiempo que recapitulamos:
1. La Antropología clásica ha defendido que había un cráneo prototípico capaz de representar la infinita variedad que suponen los cráneos de todos los negros presentes y pasados.
2. A la hora de escoger-diseñar dicho prototipo estaban más interesados en denigrar al negro como colectivo (asimilándolo al simio) que en buscar medias estadísticas.
3. A causa de ello, su negro estereotipado sólo representa una minoría entre la población negra verdadera. Más aún, este cráneo también se da minoritariamente entre otras poblaciones de la tierra sin relación genética inmediata con África. Si, como quieren los racistas, este es el único cráneo que identifica al negro… ¡el 80% de los negros africanos no son negros y el 10% de los indonesios sí lo es!
4. Durante unos dos siglos este paradigma no sólo ha imperado dentro de la Antropología, sino que se ha infiltrado en disciplinas afines como la Arqueología y la Prehistoria.
5. Los indiviudos del Pasado Remoto sólo pueden ser reconstruidos a partir de sus huesos: ni arte realista, ni mucho menos fotos y grabaciones.
6. Durante esos dos siglos, los cráneos del Pasado Remoto han sido diagnosticados “racialmente” a partir de láminas como las de nuestro ejemplo: se tomaba el cráneo prehistórico y se miraba en ellas a cuál de los prototipos se parecía.
7. Dado que el negro de las láminas no representa ni un 20% de los negros reales, era virtualmente imposible que un cráneo pre- o protohistórico fuera identificado como lo que hoy entendemos (informal y culturalmente) por negro.

Acabo de decir (punto 4) que los estudios de Pasado Remoto asumieron muchos de estos valores racistas de la Antropología, pero habría que subrayar además la predisposición tan buena que mostraron. Los más fieles al blog habrán notado los paralelismos existentes entre este cráneo negro estereotipado y aquel concepto de “negro propiamente dicho” o NPD que analizamos hace años, y yo aprovecho para pedir que se le de un repaso a la entrada para no repetir razonamientos. Arqueología y Prehistoria, tal como las entendemos hoy en Occidente, son disciplinas que hunden sus raíces en el racismo más militante. Nacieron de hecho con el sólo propósito de “confirmar científicamente” todo tipo de teorías supremacistas blancas que se venían forjando desde la Edad Media. Pero el pasado, el real, no estaba dispuesto a corroborar sus dislates. Ya Champollion, el de la piedra Rosetta, entró en crisis ante la negritud de algunos egipcios. Simultáneamente, o algo después, ocurrió otro tanto con Babilonia, Elam, Mohenjo-Daro o los fenicios. Aquellos racistas irredentos no sólo tuvieron que aceptar que personas de color tuvieran desde muy antiguo grandes capacidades técnico-culturales, sino que además les llevasen milenios de ventaja a los blancos de Europa. Precisamente en medio de esta crisis es cuando surgen, como solución estrella, tanto el cráneo estereotipado como el NPD. Pero lo hacen como solución técnica y oportunista, no como fruto de la interiorización sincera de unos principios racistas. Se produce entonces un divorcio o doble rasero en el diagnóstico “racial”:
- Para la vida real (ordenar un Holocausto, invadir un continente, esclavizar, festejar un linchamiento, etc.), se aplica una definición inclusiva del negro y exclusiva del blanco: basta un rasgo de negro para ser negro, pero has de ser totalmente blanco si quieres ser considerado tal.
- Para el pasado lejano los papeles se invierten: sólo es negro el que sea un “negro propiamente dicho” y que además tenga un cráneo como el estereotipo de nuestras láminas. Bajo esta doble criba, ni los auriñacienses de Kenya merecieron para Leakey el apelativo de negros. De hecho situaban el primer “negro propiamente dicho” en Asselar, una cultura neolítica de Malí. Los negros, hasta antesdeayer, sencillamente no habían existido.

Dicen los expertos en comunicación que para motivar a un auditorio nada hay mejor que la identificación. Dado que mi público potencial se siente mayoritariamente “caucásico”, he decidido que reciclemos todas las reglas que se usaron para fabricar este cráneo del “negro propiamente dicho”, orientadas ahora a diseñar un “blanco propiamente dicho”. Si la cuestión era plantar distancias con las “razas inferiores”, el cráneo prototípico del blanco perfecto, el anti-negro, debería presentar también en un grado exacerbado los atributos de su raza. Así, si el negro apenas muestra tabique nasal o espina, estos ilustradores racistas deberían haberle puesto al blanco las más protuberantes del mercado. Lo mismo cabe decir del los dientes más hundidos, la frente más abombada, el mentón más prominente y la nuca más braquicéfala que podamos imaginar, ya que todo eso pone al “blanco” en las antípodas del temido y despreciado negro y, según ellos, del primate. Volvamos sin embargo a las ilustraciones y comprobaremos que no es así. En la 1 y la 5 el cráneo blanco presenta un muy ligero (y realista) prognatismo, y en la primera ni siquiera el tabique nasal es protuberante. Es además cómico que las dos ilustraciones con los blancos de perfil más vertical (il. 3 y 6) sólo lo consiguen poniendo sus cráneos en escorzo (nótese que se ven las dos cuencas de los ojos)

Este es el resultado de mi experimento. No he inventado ni exagerado huesos, he usado partes de cráneos de europeos reales, y las he montado luego a escala. Como consecuencia, el rostro que obtenemos de la reconstrucción no resulta forzado ni caricaturesco, y si algo queda “raro” es culpa exclusiva de mi torpeza al dibujar. Sea como sea, estoy seguro de que todos podemos recordar a algún conocido o a algún famoso con el que guarde gran parecido. Veamos ahora si resiste las mismas preguntas que planteamos al estereotipo negro:
1. ¿Qué proporción representa este tipo dentro del conjunto de los blancos europeos? Estimo que ni un 10%. Recordemos que, como al negro, le exigimos que se den todos los rasgos y en el mismo grado.
2. ¿Puede entonces erigirse como prototipo de todos los blancos?
3. ¿Soportaría el resto de europeos blancos el sambenito de mestizos o “blancoides” por no contar con uno o varios de los rasgos de ese prototipo?
4. Y lo que más incumbe a nuestro blog: ¿Estaríamos dispuestos a que todo cráneo europeo, antiguo o prehistórico, que no resultase gemelo al tipo de mi ilustración se clasificara como “no-blanco”?



La tercera y última ilustración es un montaje con rostros de negros africanos cuyos rasgos se salen claramente del canon “negro propiamente dicho”. Los rasgos son tan importantes que no he podido aplicar un filtro, como en otras ocasiones, para preservarles la intimidad. En estas fotos, tanto aisladamente como agrupados, encontramos mentones marcados, bocas poco o nada salientes, labios finos, narices delgadas y/o prominentes, y frentes en absoluto huidizas. He tomado la precaución de escoger entre pueblos africanos bastante alejados de Eurasia, para que no me puedan replicar que esos rasgos son debidos al mestizaje. Por eso ninguno proviene de más de 15º al norte del Ecuador (salvo quizás las nº 6 y 16), ni de menos de 1.000km respecto al Mar Rojo. Perdemos así un fabuloso “arsenal” para nuestros argumentos (etíopes, somalíes, beja, nubios, tuareg, moros, etc.), aunque vale la pena. Entre los representados aparecen masai de Kenya y Tanzania (1, 8-12, 20), kikuyu de Kenya (7), nilóticos del lago Turkana (2, 22, 24), njemp del lago Baringo (4), shilluk de Sudán (17), nuer de Sudán (14, 19), peul del Sahel occidental (3, 21, 23), dogon de Mali (18), Teda del Chad (6, 16), y khoisan de África del Sur (5, 13, 15). De todas estas fotos destaca sin duda la que protagoniza el centro del montaje: un europeo (o eurodescendiente) y un masai juntando sus caras amistosamente. Lamento no poder dar los créditos de la imagen pero carezco del original y mi fuente inmediata fue una web racista de la que no pienso hacer propaganda. En cualquier caso, es evidente el intenso parecido que hay entre ambos individuos, el grosor de sus labios, el ancho de sus narices, los pómulos, e incluso el rasgado de sus ojos. Como en el resto de las fotos no podemos decir que se trate de un mulato, y a la vista está por su fuerte pigmentación, casi azulada. No son “negros con rasgos de blanco” sino negros con rasgos 100% negros que los blancos, muy posteriores, heredaron de ellos.

Anexo: Reconstructor forense de profesión

En otra ocasión comentamos que determinadas series televisivas habían popularizado enormemente a los forenses, pero sin duda también los han distorsionado para dar espectáculo. Los propios analistas se quejan de que su laboriosa tarea bajo presupuestos mínimos es representada como un mero juego de liquiditos fosforescentes en despachos propios de un Bill Gates. Sin embargo, noto que en lo referente a reconstruir cráneos se dejan querer y no nos aclaran la verdad. Tratemos brevemente algunos elementos que pueden demostrar las carencias que, aún hoy, tienen estos métodos de reconstrucción.
1. Al parecer (Wikipedia), las reconstrucciones de cráneos no son aceptadas como pruebas científicas en los tribunales federales estadounidenses, en virtud a un protocolo llamado Daubert Standard. Los británicos están legislando algo muy parecido.
2. Como hemos dicho en este artículo, los huesos por sí solos no pueden decirnos de qué “raza” es un individuo (ni como percepción social, ni por supuesto como realidad biológica). Ese rollo de “varón, caucásico, etc.” con medio parietal en la mano y a dos segundos de descubrir la escena del crimen es absolutamente irreal. Como el masai y el guiri de la foto, muchos negros y blancos comparten cráneos casi idénticos, no digamos si el “blanco” es “hispano” o “árabe”.
3. Las reconstrucciones craneales no son una prioridad en los departamentos de antropología forense, sino más bien un recurso inusual si todo lo demás ha dado pocos resultados. Aún en este caso, los investigadores saben que es una herramienta muy imprecisa, que representa más lo que entendemos por un aire de familia que el retrato de una individualidad. Lo cierto es que, viendo casos resueltos en internet, las reconstrucciones y las víctimas suelen parecerse lo que un huevo a una castaña.
4. Las reconstrucciones forenses no están sometidas a protocolos unificados y normalizados, ni siquiera dentro de un mismo país. Cada especialista usa un método entre los múltiples propuestos, a sabiendas de que la elección de uno u otro cambiará drásticamente el aspecto del personaje reconstruido. Incluso diferentes forenses, reconstruyendo un mismo cráneo, con un mismo método, tendrán resultados divergentes pues las reglas suelen ser imprecisas por el componente artístico del oficio. Esta es la razón principal para que la mentada norma Daubert rechace las reconstrucciones como pruebas judiciales.
5. El mayor escollo en esta profesión son los tejidos blandos, cuyo grosor varía entre distintos individuos. Pese a sus discrepancias, todos los métodos vigentes coinciden en utilizar un procedimiento que me parece aberrante desde que lo conocí y aún me pregunto cómo sigue en pie: estimar la proporción de carne sobre el hueso en base exclusiva a la “raza” del individuo. Así, tienen unos grosores distintos para blancos, para amarillos, para negros… A veces toman un montón de muestras de la morgue y publican con orgullo los grosores de tejido para nativo americano, coreano o naranjero de California. Pero por mucho que empleen diferentes estimaciones por edad y sexo, no podrán salir del agujero en tanto pretendan diagnosticar “razas” a partir de huesos. Es curioso que en cuanto abandonamos a Homo sapiens moderno, y por tanto todo este rollo racial, el criterio usado para la atribución de tejidos blandos es puramente funcional: tal tipo de dieta y masticación, tal robustez de maseteros y parietales, como corrobora cierto torus supraorbital para sujetarlos, etc. Estoy por otro lado seguro de que, hasta mediados del s.XX, las diferencias económicas y de hábitos también determinaba que, siendo primos, los cráneos del pobre de campo y del rico de ciudad se parecieran bien poco. Para colmo, más allá de los huesos con sus formas y los músculos con sus funciones, está la grasa, que sólo puede deberse a la genética o la golosinería de su dueño. Dejemos por tanto al hueso hablar, no lo constriñamos a priori, y advirtamos a los demás de lo vago de nuestras reconstrucciones. 

sábado, 7 de mayo de 2011

Eurocentrismo atapuerco

Hace un par de días tuve noticias, por mi amigo Javier, de la nueva jugada de los de Atapuerca, o al menos de uno de sus directores, Bermúdez de castro. El más discreto de los tres, el que ni duerme en los platós televisivos ni calza salacot hasta en la ducha, ha decidido que también quiere su minuto de gloria-ridículo, aún a riesgo de provocar un divorcio en el seno del feliz trío burgalés. La noticia y el reto consisten en la publicación, junto a Martinón-Torres, de un artículo (Journal of Human Evolution) en el que defienden que uno de los especimenes de Homo antecessor de Atapuerca, en concreto el más antiguo, no es realmente un antecessor. De hecho, llegan a insinuar que “podría no pertenecer a ninguna especie conocida” (ya saben, la irresistible fiebre bautismal, ojalá no le pongan Homo burgalicus). La mandíbula de 1.2-1.3 millones de años aparecida en la Sima del Elefante no sólo no sería de Homo antecessor, sino que tendría para ellos más parecido con especimenes de Homo erectus asiático y de Homo Georgicus (Dmanisi, Georgia) que de Homo ergaster o erectus africano. De ahí pasan a concluir que la Hominización tal como se viene entendiendo necesita un fuerte replanteamiento, cuyo principal objetivo es dudar del origen africano de los humanos aparecidos en Asia y Europa, así como reivindicar una cuna autóctona para estos últimos desde la misma aparición del género Homo. Añoranza multirregionalista pura y dura, antiafricanismo sin pelos en la lengua que los propios autores primero, las agencias luego y los medios finalmente se apresuran en propagar. Como siempre, mi tarea consistirá en separar grano y paja, datos y conclusiones ideológicas, a ver si lo uno sustenta a lo otro.

Los hechos

He escrito ya muchas entradas sobre el análisis morfológico de huesos de humanos y homínidos (v. etiqueta Hominización). En concreto las tituladas Los piños de “Adán”, ¿Chinos o africanos?, Atapuercos en Orce o La tita X y el primo neandertal  hacen referencia a noticias de ofensiva eurocentrista muy similar a la que ahora analizamos, y en ellas aparecen muchas ideas perfectamente aplicables a este caso que no conviene repetir si queremos que este blog avance como proyecto. En este artículo nos limitaremos a describir y evaluar las especies humanas implicadas en la comparación de Bermúdez de Castro y Martinón-Torres (erectus asiático, antecessor, georgicus, etc.). Debemos preguntarnos en qué consisten realmente cada una de esas etiquetas, si tienen un contenido semántico real, una definición universalmente aceptada entre la comunidad científica. Desde ya anticipo que encontraremos todo lo contrario: terminologías vagas, contradictorias y sometidas al eterno y acalorado debate de las fratrías académicas rivales. Bajo tal imperio de la incoherencia las comparaciones son inútiles cuando no perniciosas.

- Homo antecessor. Una de las especies protagonistas de esta comparación, en concreto la gran castigada. Cualquiera medianamente iniciado en estos temas sabe que la marca “antecessor” no gozaba de mucha prédica entre los académicos internacionales, especialmente entre los anglosajones, que preferían considerarla otra forma más de transición entre los erectus progresivos y los sapiens arcaicos. El hecho de que sea precisamente uno de los directores de Atapuerca el que haya negado al resto humano más antiguo de su macroproyecto el estatus de antecessor es cuanto menos sorprendente. Para colmo, Bermúdez de Castro se resiste incluso a considerarlo ancestro de los antecessor posteriores. Me pregunto cómo les habrá caído la broma al resto de atapuercos. En cualquier caso, entre el vacío internacional y las zancadillas internas cabe preguntarse qué queda entonces del H. antecessor como realidad bio-evolutiva objetivable.

- Homo erectus asiático. El orden de aparición de fósiles juega a veces malas pasadas. A menudo el cráneo o hueso que por primera vez nos presentó un tipo humano ni es el más antiguo ni el más característico, pero su preeminencia y popularidad logran que la especie lleve su nombre y, más grave, que se le tienda a tomar como canon eterno de su grupo. Pasa con el hombre de Cro-Magnon y pasa también con estos erectus asiáticos, aunque el eurocentrismo tiene también mucho que ver en la magnificación de ambos. Cuando Dubois encontró los primeros erectus en Java no había fósil homínido de África que se le pareciera y muy justificadamente consideró su hallazgo una especie nueva, pero eso no significa, repito, que la morfología de dichos huesos tenga que representar como ninguna otra a la nueva especie propuesta. Pese a todo, los académicos persisten en denominar a los ejemplares de tipo javanés con el nombre de “Homo erectus sensu stricto”, como si el resto de morfologías y regiones tuvieran el papel de meros sucedáneos. Tampoco es válido el apelativo “Homo erectus asiático” pues no cumple dos requisitos insalvables. En primer lugar, no todos los Homo erectus encontrados en Asia se parecen al prototipo de Java. Desde el principio se distinguió a los erectus chinos de los de Java, siendo comunes los títulos de “Hombre de Pekín” y “Homo erectus pekinensis”. Al principio (Zhoukoudian) se quiso ver en esas diferencias una mera cuestión cronológica: los ejemplares chinos eran más modernos y lógicamente más progresivos (evolución interna y/o mestizaje con H. sapiens). Pero posteriores descubrimientos en Lantian y especialmente en Longgupo, apuntan a una antigüedad sorprendente (1.9 millones de años), a unas morfologías que califican de “pre-erectus asiático” y que muestran afinidades con Homo ergaster (también conocido como “Homo erectus africano”) y con, sorpresa, Homo habilis. Más aún, dentro de la misma isla de Java, el ejemplar Pithecanthropus IV muestra una mezcla tan equilibrada de rasgos “asiáticos” y “africanos”que muchos lo invocan para defender la unidad de la especie erectus sin importar su geografía. Habiendo fallado en el primer requisito, es decir, no siendo el “Homo erectus sensu stricto” modelo y rostro de todos los erectus de Asia, deberían por lo menos demostrar que, aunque minoritario, sí fue un tipo morfológico exclusivamente asiático. Tampoco pueden satisfacernos en este segundo requisito: erectus con morfologías “sensu stricto” o “asiáticas” aparecen en cualquier época y continente, a menudo con un par de rasgos sueltos, pero en ocasiones como paquetes completos bastante similares al paradigma javanés. En África tenemos multitud de casos que desglosaremos por regiones. En Olduvai (Tanzania) contamos con el ejemplar OH 9, el caso más claro de morfología “javanesa” en África, y cuya antigüedad, 1.25 m.a., le hace un mal candidato para “asiático retornado” (como tantas veces se ha pretendido). En el mismo yacimiento aparecen también OH 28, de gran parecido con los tipos de Pekín, y otros más discutidos como OH 12, 22, 23 y 51. En cuanto a la región del lago Turkana, dos cráneos tan famosos como KNM-ER 3733 y 3883 (1.75 Y 1.6 m.a respectivamente), que personalmente consideré durante años como ergaster típicos, están dando bastante guerra a los morfologistas. Leakey y Walter dijeron de 3733 que “en todos sus rasgos, el cráneo es notablemente similar al Homo erectus de Pekín” y, aunque hubo críticas, nadie se atreve tampoco a incluirlos en el grupo ergaster o típicamente africano. Los propios inventores de dicho taxón ergaster, Groves y Mazák, no incluyeron en su nuevo grupo ni a estos dos de Turkana ni a los sudafricanos de Swartkrans (Telanthropus). Finalmente en Argelia, tan cerquita de Atapuerca, tenemos el ejemplar conocido como de Ternifine, de Tighenif, o Atlanthropus mauritanicus. Está representado por tres mandíbulas y un parietal, su antigüedad es de unos 800.000 años, y desde el principio (1950s) fue clara su semejanza con ejemplares tanto de Java como de China, una teoría que sigue vigente pese a la aparición posterior de multitud de erectus-ergaster en el resto de África. ¿Y en Europa? Viendo determinados titulares de prensa, tipo “Atapuerca desafía la versión oficial de nuestra evolución”, sería de esperar que la mandíbula de la Sima de los Elefantes pudiera defenderse como una excepción al menos en su propio continente. Pero no. En Ceprano (Italia) encontraron una calota humana con todos los rasgos típicos del erectus sensu estricto o asiático, de hecho muy parecida a OH 9 (aquel africano tan “javanés”), aunque peculiarmente ancha a nivel frontal. Como vemos, el Homo erectus “sensu stricto o asiático” es una categoría tan inútil como perniciosa, un conjunto azaroso de rasgos que sólo compartía el primer par de cráneos que encontró Dubois en Java, y que por tanto pueden y suelen aparecer en ergaster-erectus de otras épocas y regiones. El “hombre de Java” no era exclusivo ni en su propia isla.

- Homo georgicus. Una de las conclusiones que más me chocaron de Bermúdez de Castro y Martinón-Torres fue la presunta relación que establecían entre erectus asiáticos y humanos de Dmanisi. Venían a decir que la mandíbula burgalesa era más parecida a los ejemplares de Dmanisi y a los erectus asiáticos que a los ergaster-erectus africanos. Aprovecho para agraceder a Cela Conde y Ayala sus Senderos de la Evolución Humana, pues en una mañana me han permitido tomar las notas para este artículo. De ellos es este pasaje: “Al decir de los autores, (el primer ejemplar de Dmanisi) se parece bastante a los homínidos del grado erectus africanos – H. ergaster-, y menos a los asiáticos – H. erectus sensu stricto-, cosa que el estudio comparativo de Rosas y BERMÚDEZ DE CASTRO (1998) ha puesto también de manifiesto” (pag.321, las negritas y mayúsculas son mías). Confieso que me quedé cogiendo moscas. En primer lugar, si algunos individuos de Dmanisi se parecen más a los africanos que a los asiáticos, ¿cómo puede la mandíbula burgalesa parecerse más a los asiáticos y a los de Dmanisi que a los africanos? Pero lo que definitivamente me machacó es que esta africanidad de Dmanisi fuera defendida, en 1998, por el mismo tipo que ahora en 2011 me vende el asiatismo de Burgos apoyándose… en el mismo Dmanisi. Ver para creer. Otros ejemplares de Dmanisi muestran algunas similitudes con China y Java, pero no por ello carecen de rasgos que los acercan a Olduvai, Turkana e incluso Argelia. De hecho fue esa mezcla entre erectus africano y asiático, más no pocos detalles de habilino e incluso de sapiens, lo que catapultó a la fama mundial a Dmanisi. Decir que un cráneo es o tira para “asiático” porque se parece a los georgianos es sencillamente absurdo y malintencionado.

- Mandíbula de la Sima del Elefante. Para ser la estrella de esta comparación resulta un tanto deslucida. Como puede apreciarse en la foto la mandíbula (al parecer femenina) no sólo está muy fragmentada sino también llena de deformaciones. En concreto se le ha diagnosticado una proyección de los dientes hacia fuera, en forma de abanico, que le hacía molesta la mordida. Los dientes han salido de su ubicación natural, al parecer, por el uso tan abrasivo de sus coronas. Además padecía gingivitis severa, además de dos quistes que le producirían molestias y dolor. Teniendo en cuenta que, salvo un diente y un trozo de falange, es el único representante de estos “pre-antecessor”, podemos afirmar que a nuestro intrépido atapuerco (o ex-atapuerco, ya veremos) se le ha ido el entusiasmo de las manos. Pretender aparecer ante la comunidad internacional con un trozo de mandíbula ultra-patológica como único representante de una nueva especie es absolutamente quimérico. Y más cuando, según el propio Bermúdez de Castro, tienen a los académicos anglosajones con la popa puesta. Mirad si no a esos malditos yankis, empeñados en ayudar al hijo de Gibert y su quijotada granadina… 


La propaganda
Acabamos de ver que nuestras “especies” humanas, en cuanto a paquetes de rasgos morfológicos, incumplen los más básicos requisitos de coherencia. A partir de ahí, ejercicios de comparación y diagnóstico como el de Bermúdez de Castro y Martinón-Torres deben ser considerados algo ajeno a la verdadera ciencia. No puedes comparar una especie que no es estable ni está consensuada con otra aún menos estable ni consensuada, pues podríamos achacarles tantos parecidos o diferencias como quisiera nuestro capricho, nuestro prejuicio, o ambos. Lo que a continuación voy a presentar es un estracto de las declaraciones que ambos autores han hecho a los medios, para lo cual debo agradecer a Terraeantiqvae su excelente dossier de prensa. Perdonen si las citas se extienden demasiado, pero no he podido resistirme a esta serie de perlas eurocentristas que tanto me recuerda a lo que ideológicamente llaman ahora “derecha sin complejos”. Me refiero a una actitud que pretende pasar por ciencia-realidad lo que no son sino convicciones ideológicas, y cuya mejor técnica es expresarlo con supremo aplomo, como si todos los que pensáramos diferente fuéramos tontos de baba. Esta fachada ciertamente impacta al gran público, el cual no repara en lo más importante: los hechos en los que dicen apoyarse son débiles o inexistentes.

Palabras de María Martinón-Torres 
- “En las investigaciones que estamos llevando a cabo durante los últimos años estamos viendo que las poblaciones de Europa no tienen por qué venir de África.”
-  “Estamos acostumbrados a tener una visión de la evolución humana y de las especies un poco africocentrista, como que todo lo que está fuera de África es porque ha salido de África. Lo que estamos viendo es que probablemente no está en África porque no son africanos, y de hecho, al hacer un estudio más detallado de todos los fósiles, incluyendo también los que hay en Asia, hemos visto que todas estas poblaciones europeas, que todas las poblaciones de TD-6 que estamos viendo, incluso un poco los pre-neandertales, se parecen más a las poblaciones que conocemos en Asia que a las poblaciones africanas.
- “Esto nos hace inferir que el parentesco entre europeos y asiáticos, las poblaciones del pleistoceno, es más cercano y que es posible que entre ellos hayan compartido un ancestro común y no con las poblaciones africanas.”
- “El origen de los primeros europeos es un origen asiático”.
- “Eso no quiere decir que hayan tenido que venir desde el extremo oriental de China pero sí tenemos que ver que hay una zona, que es el Próximo Oriente, que es un verdadero cruce de caminos y de carreteras, de dispersiones entre todos los continentes, que es realmente un punto caliente de biodiversidad”.
- “Ahí se produce cruce de poblaciones una vez que las poblaciones están fuera de África, a no ser que haya una barrera geográfica, climática o de medios, se van a ir dispersando hacia un lado y otro del continente”
- “Eso creemos que es lo que ha pasado; una vez que las poblaciones han salido ya fuera de África tenemos la evidencia, que conocemos hoy más clara, con los homínidos de D'manisi, se han expandido a izquierda y a derecha del mapa, a este y oeste, sino ha habido ningún contratiempo”.
- “Todas estas poblaciones… los primeros europeos no vienen de África
- “No sólo ya África es menos importante en la historia de los europeos sino que creemos que tenemos también una identidad europea”.
- “Lo que está sucediendo aquí es algo particular y propiamente europeo, probablemente. Independientemente de que sepamos decir si la mandíbula de la Sima del Elefante pertenece o no a la misma población de Homo antecessor de los fósiles de Gran Dolina, sí que identificamos algo que es característicamente europeo y que lo hace diferente de los fósiles que se encuentran en África y Asia”.

Qué riqueza argumental, cuántas líneas abiertas, qué inquebrantable convicción, qué manejo de las “evidencias” “cada día más claras”… Si a la señora Martinón-Torres le dieran un euro cada vez que dice “somos europeos” o “no provenimos de africanos” tendría para coche nuevo y vacaciones en las Maldivas. Teniendo en cuenta que todas estas reiteraciones tuvieron lugar dentro de una misma comparecencia ante la prensa (tal y como lo recoge El Norte de Castilla), parece evidente que la autora tiene ansias por lavarnos el cerebro de toda la bazofia “africocentrista” (sic.) que nos han inoculado los dichosos anglosajones.

José María Bermúdez de Castro se expresa en términos menos eurocéntricos y “africófobos” que su compañera, pero aún así se retrata claramente. Se lamenta de la persecución que sufre por parte de la ciencia anglosajona, “la oficial” según él, la cual no le permite publicar el descubrimiento desde hace dos años, pues “se opuso de forma radical”, “pusieron tantas pegas que casi nos obligaron a retirarlo”: “Hay que modificar todo y tenéis que decir lo que decimos nosotros”. Pobrecito mío, cualquiera diría que los atapuercos no son maestros en aplicar las mismas reglas dentro de su cortijo nacional. Pese a la adversidad nuestro flechita patrio está publicando sus tesis en diferentes artículos “de manera que vamos introduciendo en la ciencia oficial las ideas poco a poco para cuando estén convencidos de nuestra forma de pensar”. Eso es campeón, aplícales la guerra de guerrillas que ya son tuyos.

Conclusión

Las teorías de Bermúdez de Castro y Martinón-Torres carecen de rigor científico, lo sabe bien la comunidad internacional y los sabuesos anglosajones ya les han tirado de las orejas por boca de su pontífice Chris Stringer (“creo que es bueno que sean cautos…esperemos que se encuentre más material que ayude a responder las incognitas”). Los únicos motivos para esta precipitación y seguro ridículo se deben a razones muy pedestres: megalomanía y eurocentrismo de los autores, posos de multirregionalismo mal digerido, necesidad de obtener nuevos fondos de la Junta de Castilla y León (algo confesado por el propio Bermúdez de Castro) y, quizás, ansias de contrarrestar los movimientos que desde el sur relacionan a los americanos, el hijo de Gibert y la vetadísima cuenca Guadix-Baza. A nivel internacional, sin embargo, su estrategia no es un hecho aislado: en menos de un año he tenido que escribir al menos cuatro artículos para rebatir ofensivas semejantes. En todos los casos un nuevo hallazgo, o uno viejo reinterpretado, daba pie a los autores para cacarear a pleno pulmón la posibilidad de una humanidad europea o euroasiática que poco o nada le debiera a la africana. La cobertura mediática fue en cada ocasión apabullante, a pesar de que los argumentos eran sin excepción débiles y tendenciosos. Incluso se asemejan en ese tono que antes definí como de “derecha sin complejos”: “que sí, que el lobby afroamericano presionó y tuvieron durante una larguísima e insoportable década su Evita mitocondrial chupi-guay pero, qué quieres chico, la ciencia es la ciencia y no se la puede ignorar para seguir complaciendo al negrito”. Abusan sin parar de los “como es evidente”, “todas las evidencias concluyen” y “sin lugar a dudas” pero los argumentos de verdad, desglosados y demostrados, brillan por su ausencia. Este juego de “sobreentendidos”, junto a la mencionada repetición mántrica de la misma consigna, obedecen a un patrón muy profesional, y manipulador, de la comunicación de masas: haz sentirse al público un estúpido si no cree aquello que chillas sin cesar, e impón que el principio de autoridad es superior a la fuerza de las pruebas.

Más allá de las incapacidades y vicios de sus autores, la idea que proponen tampoco me provoca el menor interés. Por mis artículos se deduce que no creo que a lo largo del Pleistoceno haya habido nuevos procesos de especiación, es decir, que desde el primer Homo hasta nosotros no veo más que una sola humanidad. Ni ha habido suficiente tiempo para que dos especies se separen del todo, ni encuentro en la colección paleoantropológica humana esos saltos morfológicos o “eslabones perdidos” que tanto buscan. Desde un prisma tan integrador comprenderán que me importe un bledo si un trozo de mandíbula burgalesa tiene ciertos rasgos de Georgia o China y no de Kenya. Es por ejemplo sorprendente que el propio Bermúdez de Castro reconozca que, si bien la cara externa de su mandíbula es morfológicamente arcaica y parecida a las de Georgia, “la cara interna de la mandíbula es muy evolucionada…  a quien más se parece es a nosotros". Tal cual, acabamos de leer que el ejemplar de Sima del Elefante tenía rasgos tanto de Dmanisi como de Sapiens moderno, pero toda esta paradoja no parece servir ni a Bermúdez de Castro ni a muchos de sus colegas como prueba de lo superado que está su esquema.

Lo único cierto, y por tal me refiero a estable y consensuadamente cierto, es que África es la cuna de la humanidad. Desde Sahelanthropus a los australopitecos todos los prehumanos surgen y se desarrollan exclusivamente en África. Cuando aparece el “género” Homo lo hace en África, descendiente de aquellos prehumanos africanos. Los humanos somos por tanto parte esencial y arquetípica de la fauna africana, por más que luego invadiéramos el planeta entero. Desde su aparición los humanos han presentado un polimorfismo a menudo denostado e incomprendido por los académicos. Aún hay controversia sobre cuáles cráneos deben ser adscritos a la "especie" habilis, a la ergaster o a la rudolfensis. Posteriormente los ergaster típicos van a convivir en África con formas que como vimos guardaban más parecidos con los erectus "asiáticos", por no hablar de que, independientemente de su forma, aparecen sorprendentes diferencias de tamaño que más o menos se excusan mediante el dimorfismo sexual. Como curiosidad diré que esto último también ocurre en Dmanisi, así que ya me dirán qué consiste el dichoso “canon georgiano” (¿asiático o africano?, ¿gigante o pequeñín?, ¿pos-habilino o pre-sapiens?). La mayor cantidad de individuos ergaster-erectus encontrados por continentes está en África, sin interrupción, desde que no se distinguían bien de un habilis o un rudolfensis hasta que eran prácticamente sapiens en ciernes. Lo que ocurre es que las investigaciones africanas no se han visto tan presionadas para designar como nueva especie el más mínimo cambio. De haber seguido los criterios aplicados en Europa, ahora hablaríamos de más de diez “especies” humanas sólo en territorio africano. Parece una trivialidad, pero ese desequilibrio en las nomenclaturas transmite la falsa idea de una pasividad evolutiva africana frente a un no menos falso dinamismo europeo. En realidad Africa estaba a pleno rendimiento, ensayando las formas que conducirían a la aparición del Homo sapiens moderno, nosotros, quizás la única novedad (más socio-cultural que biológica) desde el surgimiento de los primeros humanos.

En contra de lo que opina Martinón-Torres, sí hay un por qué cuando defendemos que provenimos de África. Comprendo que algunos se sientan molestos con el actual modelo de Hominización, fallos no le faltan, comprendo incluso que los verdaderos motivos de dicho rechazo sean el racismo y el nacionalismo. Pero a la hora de publicar, de valerse de subvenciones estatales y, mucho peor, de erigirse como héroes mediáticos de la paleoantropología de mi país, les exijo argumentos. Ni más ni menos que los que le exigimos al Ministro de Economía cuando entramos en crisis, o al neurocirujano antes de intervenir a nuestra hermana. Puede que no lo entendamos del todo, puede que el no sepa, no pueda o no deba explicar todo, pero indudablemente precisamos de dicha explicación. Ojalá los españoles nos volviéramos tan reivindicativos con nuestro pasado y patrimonio cultural como ya lo somos respecto al medio ambiente o nuestros derechos como administrados. Qué casualidad, en esto no nos incentivan a emular la siempre emulable Europa. Al menos, podría empezar por parecernos del todo intolerable que dos personajes, carentes de datos que avalen mínimamente su tesis, se dediquen a imponerla no sólo mediante el monopolio mediático del que disfrutan, sino además haciendo uso de zafias fórmulas propias del marketing y el politiqueo.

Epílogo: Lejos, en su rábita de Benzú, Pepe Ramos sigue defendiendo el paso por Gibraltar de diversas oleadas humanas, desde el ergaster a los sapiens modernos. Con un par.