lunes, 25 de julio de 2011

Rostros del Pasado 5. Tutankamón. Parte 3

Mi reconstrucción.


Lo que tenemos arriba es mi versión de los rasgos de Tutankamón. Arriba del todo aparecen, como referencia, la calavera de perfil y una foto de la momia para la toma frontal. La razón es que carezco de radiografías o scanners desde ese ángulo. Una fila más abajo se ve como, a pesar del ligero mirar al suelo de la momia frontal, la mayoría de los rasgos aparecen a igual altura que en el perfil, pudiendo permitir una reconstrucción fiable. Dicha reconstrucción ha comenzado también en el perfil, siguiendo las sencillas recetas de artículos anteriores. En la tercera fila se han retirado las transparencias del cráneo y la momia para mostrar un aspecto básico del personaje. Finalmente, en la fila inferior aparece mi reconstrucción flanqueada por la versión francesa, a la izquierda, y la estadounidense, a la derecha. Para mí es evidente que en ambos casos deberían explicar por qué el labio superior es vertical (habiendo prognatismo) y por qué acaba antes de que lo haga la paleta a la que protege, por qué el mentón apenas tiene carne que lo cubra, o por qué escogieron narices tan puntiagudas (dada la anchura de la nariz y su procedencia egipcia). Mi reconstrucción por el contrario sigue en todo momento el contorno del cráneo al que cubre salvo, claro está, en zonas de cartílago como la nariz y las orejas. Cualquiera puede comprobar que aplico una ley ineludible: les basta sobarse un poco la cabeza y el rostro.


El siguiente paso ha sido asignarle un tono de melanina acorde a su latitud y época, que ya teníamos establecido desde la primera parte como un tono “chocolate”. Abajo, vemos una nueva versión con las posibilidades de que el faraón tuviera según que piel: 1 “negro”, 5 “negro-chocolate”, 6 “chocolate”, 3 “chocolate-medio”, 1 “medio”.



Esta tercera ilustración va dedicada a la iconografía artística egipcia. En principio, el arte no es una fuente lo bastante rigurosa como para servir de guía principal en la reconstrucción de un cráneo, y esa es la razón de hablar de él una vez que mi apuesta está terminada. En nuestro caso, Tutankamón posee una desmedida cantidad de retratos para su poca trascendencia política. Todas las imágenes que en la ilustración forman como el marco de una puerta son diferentes imágenes de Tutankamón: pinturas, esculturas, esmaltes, orfebrería… apenas hay material o formato que no esté representado. Pese a las diferencias, notables a veces, todos estos retratos suelen repetirse en ciertos rasgos: nariz bulbosa y respingona, comisuras con algo de moflete, párpados pesados, labios carnosos, etc. Especialmente significativo es el tono de piel que le han adjudicado en las representaciones polícromas. En el centro, abajo, vemos cuatro representaciones artísticas que no corresponden a Tutankamón, sino a su familia: arriba, dos imágenes de su abuelo paterno Amenofis III, abajo Tiye (abuela paterna) y Akenatón, su padre. Como se ve también es arte policromado y en ocasiones muy realista. En todos los casos encontramos rasgos que luego hereda por genes nuestro joven faraón, incluyendo el tono de piel. En el centro de la imagen aparece mi reconstrucción y la del equipo francés apadrinado por National Geographic, disponibles para que cada cual las compare con estas iconografías.

Conclusión



Se me ocurren al menos diez formas de solucionar la reconstrucción de Tutankamón, distintas de la que finalmente he elegido, pues ya sabemos que siempre quedarán zonas blandas y cartilaginosas libres de interpretación. Se me ocurren diez alternativas, pero no treinta, y eso es lo que determina la plausibilidad de mi propuesta. Además, mi reconstrucción y esas otras diez alternativas serían bastante parecidas entre sí, como si fueran parientes. Existen diversas causas para valorar tan positivamente mi propio trabajo, y todas convergen en la imparcialidad (o al menos en el deseo de ejercerla). Por ejemplo, la asignación del tono de piel proviene de un mapa que publiqué recientemente, de ámbito muy general y que en absoluto se confeccionó pensando en cómo de negro o blanco quedaría un habitante de Tebas, sino en información objetiva proveniente de la insolación y la latitud. He de reconocer que este tono “chocolate” no me parecía lo bastante “tebano”, que yo hubiera apostado más por el “negro-chocolate”, y que no habría estado muy equivocado según la estadística, pero los datos estaban ahí y la probabilidad más alta es la que tenía que imponerse. Por otra parte, con el tono chocolate basta y sobra para revolver las tripas de los eurocentristas, lo cual tuvo consecuencias en la posterior reconstrucción de los rasgos: con ese color de piel ya puedes ponerle al cráneo los rasgos de Enrique VIII que el impacto visual está asegurado, y no precisamente para que percibamos ahí a un “caucásico”. Si mi propósito era demostrar que Tutankamón sería hoy socialmente considerado como “hombre de color” y no como “blanco” el objetivo estaba cumplido con creces. Desaparecieron entonces mis habituales dudas sobre si, durante la reconstrucción posterior, sería o no víctima de afrocentrismos subliminales, si no estaría poniendo los labios demasiado gruesos, o la nariz demasiado chata, para arrimar el ascua a mi africana sardina. A diferencia de los forenses ortodoxos y eurocentristas, que prácticamente inventan los rostros según apriorismos “raciales”, fui libre de asignar aquellos rasgos que mayoritaria y lógicamente demandaban los huesos del Tutankamón según su forma, tamaño y función.

Cuando miro mi reconstrucción veo un joven que, para empezar, no tiene nada de “caucásico”. En vano invoquen “hamitas blancos de piel negra” y demás sandeces, pues aquí no valen los trileos de manual raciológico sino las percepciones sociales de la “raza”. El individuo que he reconstruido es un hombre de color con todas las letras. Más aún, es un hombre de color africano. Hoy podemos encontrar multitud de egipcios del sur con esas pintas, también nubios, beja bisharin del desierto oriental o bereberes del oasis de Siwa, e incluso pueblos de áreas más alejadas como Malí, Etiopía o Yemen. De propina, y nunca como fundamento a mis tesis, el arte egipcio nos muestra un Tutankamón que, no siendo idéntico al mío, tampoco lo contradice. Humildemente, estoy satisfecho.

En cuanto a si debemos considerar blanco o negro a nuestro faraón, mi postura es que, dado que se trata de una percepción social, esta cambiará según las sociedades. Me parece justo y evidente que un afroamericano se vea retratado en Tutankamón y tantísimos otros egipcios, pues los parecidos anatómicos saltan a la vista. Sin embargo, me consta que en Egipto, Etiopía, Mauritania, etc. las personas que comparten rasgos y piel con mi Tutankamón no se sienten “negras”, pues este apelativo lo reservan a los africanos de tono aún más oscuro (y estos a su vez a los aún más negros, y así hasta el infinito). En el caso de los países africanos musulmanes el rechazo a ser etiquetado como negro llega a extremos ridículos, pues nadie quiere ser un kafir, un aswi, un negro de pasado idolátrico, sino un “árabe” de pedigrí directamente entroncado con el Profeta. Como es lógico, en África hay que ser muy negro para que se te llame negro. Por mi parte, no es un secreto, estoy más motivado en la unión de los hombres de color frente al racismo blanco que en una exclusivista, y estéril, lucha entre afro- y eurocentristas. Desde esta perspectiva mi reconstrucción de Tutankamón es una victoria, pero siento que debo ir más allá. Ya dije que el joven faraón no sólo era una persona de color, sino un hombre de color africano, y no precisamente de su modalidad más clara. Bajemos ahora a nuestra esfera más cotidiana, resucitemos al joven Tut y busquémosle novia entre las mocitas de un barrio español. ¿Qué comentarían las viejas chismosas? Reconozcamos que dirían algo así como “tu niña se junta con un moro muy negro”, con toda la carga de rechazo racista inherente. No un moro de los que se confunden con los ibéricos sino esos otros, moros en el sentido más etimológico e histórico de la palabra, muy próximos a los negros. En España nadie menciona a los dichosos “caucásicos casi negros de raíz hamita”, sino que se establece una escala de color desde el blanco europeo al negro africano que vendría a ser la siguiente: guiris (con sus grados), españoles rubios, españoles a secas (pelo negro), españoles morenos de piel, moros claros y gitanos, moros oscuros, negros “finos” y, finalmente, negros “negros, pero negros del todo”. Para nosotros Tutankamón estaría a mitad del moro oscuro y el negro “fino”. Somos así de minuciosos, nada que ver con los USA y sus trifulcas etnocentristas donde todo ha de ser, nunca mejor dicho, blanco o negro. Por eso, me incomodaría mucho que me obligaran a escoger si Tutankamón era lo uno o lo otro. Si lo hacen, no lo dudo, opinaré que era negro.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

yo recuerdo de un grupo en taringa, pagina llena de "eurocentristas" que se quejaba de la representacion de national geografic de tutankamon, la razon es que les parecia no lo suficientemente ario.

Anónimo dijo...

Me ha parecido interesante tu post. Mas bien, deberias considerar que tutankamon pertencece a un halogrupo q es comun en Europa y que pocos egipcios tienen
Su apariencia es difusa