Como avanzamos en la entrada anterior, el IV milenio a.C. trajo importantes modificaciones en el esquema social y productivo de las sociedades afroibéricas. La causa descansa simultáneamente en tres ejes, clima, demografía y tecnología-sociedad, los cuales a su vez interactúan sin cesar, de tal modo que se hace imposible un análisis estanco y ordenado de cada uno de estos elementos. Todo redunda en lo demás, y nada bastó por sí mismo y de una vez para originar el cambio. Por tanto debo pedir excusas adelantadas si este artículo parece por momentos atropellado. También querría resaltar que un milenio es un instante a escala geológica, pero unas 40 generaciones para el humano. Hay expresiones inevitables al hacer divulgación, verbos que resumen pautas desarrolladas durante siglos, sujetos que “deciden”, “reaccionan”, “se adaptan”… Pero sólo podemos aceptarlos simbólicamente, no confundirlos con sucesos novelables, generacionales o testimoniales. El éxito de las estrategias productivas sobre las depredadoras ni se decidió en asamblea ni en batalla, sino que fue imponiéndose de forma casi imperceptible de generación en generación.
Quizás la mejor manera de empezar nuestro análisis sea retomar la situación donde la dejamos. Alrededor del 4.500aC. se produjo el denominado “óptimo climático holocénico”: niveles marinos en su máxima altitud (unos 3m. sobre la cota actual), un clima peninsular casi tropical, y toda la hermosura ecológica que de ello podemos deducir. Los afroibéricos llevaban más de dos milenios explotando despreocupadamente unos recursos que parecían inagotables, lo que los llevó a una lógica explosión demográfica sin tener que alterar sustancialmente su modelo social y tecnológico. Habían estado desarrollando técnicas de producción, pero de forma gradual desde el Pleistoceno y sin ningún tipo de obligación ambiental aparente. Para colmo, la presión demográfica no se hacía notar por el continuo éxodo de población ya fuera hacia el Sahara o, en menor medida, hacia Europa.
El IV milenio a.C. puso fin a este edén afroibérico. La segunda fase Atlántica (4.000-2.300aC.) supuso la retirada del calor y la humedad, primero hasta un estadio muy similar a nuestro actual clima, y finalmente hasta la fase conocida como sub-Boreal, con más frío y aridez que hoy. Esto no tuvo consecuencias dramáticas en nuestras latitudes, pero de nuevo habremos de buscar regiones vecinas donde los cambios sí se produjeron de forma más grave. Durante ese período el Sahara vivió drásticas fluctuaciones climáticas que lo fueron acercando a sus condiciones actuales, y como consecuencia grandes contingentes demográficos huyeron de dicha desertización hacia el Sahel, el Próximo Oriente y las costas del sur europeo, especialmente hacia Afroiberia por el Estrecho de Gibraltar. Es muy interesante notar la diferencia en el comportamiento demográfico del Sahara y Europa respecto a la Península Ibérica. El Norte de África pasó de ser muy habitable a ser inhabitable, por lo que en “poco tiempo” (escala prehistórica) Afroiberia dejó de exportarle nuestro excedente poblacional para pasar a absorber su creciente éxodo. Europa, por el contrario, no había vivido una bonanza climática como la del Sahara, pero tampoco había vuelto a ser inhabitable desde el final de las glaciaciones. Como consecuencia su población era escasa en comparación con Iberia o el fértil Sahara y no fue necesario, ni posible, un éxodo de vuelta a Iberia. También vimos que desde la primera fase del período Atlántico Europa fue demandando menos ibéricos para su repoblación, si bien este flujo no desaparecería totalmente.
Las repercusiones de todo ello fueron enormes para Afroiberia, tanto que entre el 4.000 y el 3.000aC su población se duplicó. Al menos es lo que cabe esperar si la población que podemos denominar “local” pasa a convivir tanto con sus cuantiosos excedentes, que antes emigraban y ya no podían, como con las inagotables oleadas de inmigrantes norteafricanos. Hacía el 3.000aC Afroiberia estuvo poblada por 1.000.000, un millón, de habitantes. Como supongo que habrá cundido el pánico, repasaremos otras cifras demográficas de las que proviene. Defendí 200.000 afroibéricos para el paleolítico, en base a los chimpancés y los actuales cazadores-recolectores, y de ese burro difícilmente se me podrá bajar. Durante los primeros 6.000 años del Holoceno (Producción Sostenible) estimé un discreto aumento de población que se acelera durante la bonanza del clima Atlántico, así que entramos en el 4.000aC con 500-600.000 afroibéricos. Si como sostengo, y más adelante volveré a demostrar, la población se duplicó en mil años, hablar de un millón de almas me parece incluso prudente. Soy muy consciente de que los académicos no se atreven a estimar ni 1500.000 habitantes para la Afroiberia del mismo período, pero la paleo-demografia es una materia en pañales donde nada es aún definitivo. Humildemente diré que mis estimaciones son tan válidas como la de cualquiera, pues he tratado por todos los medios de aportar sin prejuicios los argumentos más sólidos y honestos a mi alcance. Algo que por ejemplo no puede sostener para sí el stablishment académico, con su obsesión evolucionista, su eurocentrismo y su catetura historiográfica. En cualquier caso nuestras diferencias son más relativas de lo que parece.
Entre las pocas obras que hay publicadas sobre este tema destacaremos por su intención divulgativa la de Bardet y Dupaquier (Historia de las Poblaciones de Europa), autores que no se cortan un pelo proponiendo revoluciones demográficas para Europa. En un momento dado defienden que la Francia neolítica triplicó su población respecto al Epipaleolítico. Más adelante dicen textualmente que “hacia 4.000aC la población europea quizá se multiplicase por cinco y alcanzase entre 1,3 y 2 millones de habitantes”, valor este último demasiado bajo por provenir de aquella errónea equiparación demográfica entre paleolíticos y esquimales o bosquimanos. De nuevo quintuplicarán la población europea estableciendo para el año 3.000aC “un mínimo de 10 millones de habitantes, puede que 13 millones”. Partiendo de estos postulados, que yo me limite a duplicar la población afroibérica del mismo período no debería sonar tan extravagante. Por supuesto, estos franceses niegan a los ibéricos toda dignidad y peso demográficos, y en un mapa reparten el grueso de la población entre, sorpresa, el Egeo y el Rin, pero este blog no está para amparar un eurocentrismo tan predecible. Ocupando la Península Ibérica 1/18 de la superficie total europea, disfrutando de un clima tan benigno y siendo puerta a dos continentes y dos mares, nadie podría arrebatarle un millón de los 13 que Bardet y Dupaquier postulan para todo el continente hacia el 3.000aC. Por si fuera poco, los mismos autores estiman que hacia el 2.300aC. la población europea había vuelto a duplicarse alcanzando “entre 20 y 23 millones”. Sirviéndonos de sus leyes demográficas, que no de sus prejuicios, obtendríamos para el 2.300 aC. un balance de 2-2.5 millones para nuestra Península, de los cuales al menos un millón poblarían la muy templada, marítima y bien comunicada Afroiberia. En definitiva sus datos apuntan a que mi millón de afroibéricos no se dio en el 3.000aC. sino en el 2.300aC. Pues vaya contrariedad. Todos estos cálculos demográficos continúan como objeto debate hasta la propia romanización peninsular, pero sus detalles corresponderán a futuras entradas de esta serie.
Una vez demostrado que sí pudieron duplicar en un milenio su población hasta llegar y sobrepasar el millón de afroibéricos, inmediatamente nos vienen a la cabeza las consecuencias para el medio ambiente. Dijimos al principio del post que durante el IV milenio a.C. el cálido y húmedo Atlántico se batía en retirada, pero recordemos que dicho proceso no culminó hasta el 2.300aC. y que se encaminaba hacia la fase sub-Boreal, sólo algo más fresca y seca que la actual. Por sí mismo este cambio climático no justifica el nivel de aridez que se registra en algunos yacimientos afroibéricos de este milenio, y creo que por primera vez en la Prehistoria el origen apunta innegablemente a los humanos. La devastación del medio por parte de una población repentinamente duplicada se convertía además en permanente debido a que el nuevo clima era incapaz de reponer las condiciones biotópicas originales. Por tanto los afroibéricos de esta fase no sólo tenían que repartir entre más habitantes el territorio, sino que importantes partes del mismo comenzaban a ser baldías, o casi, para la obtención de alimentos. Me consta que muchos académicos han decidido “liberar” a aquellos afroibéricos de tanta presión mediante rápidos ajustes demográficos, a cual más truculento. Hacen nacer en este período las guerras y las fronteras, al tiempo que abusan de su querido argumento de reemplazos poblacionales, pues para ellos aquella concentración de humanos sólo pudo desembocar en genocidios. Sólo espero que a través de los capítulos anteriores hayamos entendido que nuestra paranoia territorial y xenófoba es algo moderno que no se nos debe ocurrir aplicar al Pasado Remoto. No digo que no existieran conflictos, o que la situación no los recrudeciera, sino que no podemos basar en ellos la solución a la crisis en la que aquellas sociedades se veían inmersas. Por otra parte, he sido el primero en defender que entre los cazadores-recolectores existía un fuerte control sobre su natalidad, pero este sólo es posible si cuenta con cierto margen de maniobra, algo que bajo las circunstancias investigadas (un escaso milenio, población duplicada, alimentos en recesión) no pudo tener lugar. Dado que los afroibéricos del IV milenio no podían alterar directamente su volumen demográfico mediante guerras o anticonceptivos, y mucho menos detener el cambio climático con danzas rituales, la única solución que les quedaba era cambiar sus hábitos de consumo. Si la madre naturaleza ya no era capaz de proveer alimento de forma natural y para tanta gente, habría que ordeñarla artificialmente y, para lograrlo, todas las estrategias de producción de alimentos que antes fueron anecdóticas y opcionales pasaron a ser tomadas muy en serio.
En aquella época ya había asentamientos estables con sociedades que producían gran parte del alimento que consumían, concentrados en pequeñas aldeas, y algunos desde hacía miles de años. Para entender la importancia que tuvo este IV milenio a.C. de poco servirá entonces certificar nuevas técnicas e inventos, que sin duda los hubo, sino centrarse en dos conceptos: escala y evolucionismo. La diferencia clave respecto al período anterior es que durante la crisis que estudiamos dichos procesos productivos, así como la inevitable sedentarización-concentración, se llevaron a cabo por parte de la mayoría de la población, de forma masiva, sistemática y a menudo colectiva. Se trata de la denominada producción intensiva cuya correcta interpretación necesita que primero nos pongamos a salvo de extremismos evolucionistas. Si preguntamos al gran público “por qué” pasamos de cazadores-recolectores a granjeros, de ahí a ciudadanos, etc., la mayoría responderá: “porque el ser humano evoluciona culturalmente”. Esto lleva inherentemente una gran carga de racismo eurocéntrico, toda vez que el patrón “progreso” se equipara a Occidente y se hace ver todo lo demás como “atrasado” e incluso “animalesco”. Además es rotundamente acientífico defender que el ser humano cumpla un guión prefijado que le empuje a pasar por los mismos estadios culturales y en el mismo orden, independientemente del continente que los vio nacer. Todavía sobreviven unos pocos cazadores-recolectores y productores sostenibles en pleno s.XXI, y no porque sean unos despistados o unos reaccionarios, sino porque hasta hoy no se habían visto obligados a cambiar su modelo de vida. Ningún modelo social o productivo ha supuesto una ventaja global respecto al anterior y si me apuran, teniendo en cuenta el tiempo libre, las relaciones interpersonales, la calidad de los alimentos, etc., casi hemos ido para peor desde los tiempos paleolíticos.
Otra idea que debemos abordar es el de la irreversibilidad. Cuando más adelante analicemos las sociedades estatales veremos que tomamos contacto con dicho modelo desde la fundación de Gadir, pero que hasta la romanización no podemos hablar de “estado” propiamente dicho. También con el Holoceno proliferaron nuevos hábitos y tecnologías que asociamos al “neolítico” pero sólo a partir del 4.000aC podemos hablar de sociedad “intesiva” en lo productivo y “proto-estatal” en lo social. La razón es que Gadir, o Emporion, eran islas de estatalismo en mitad de un universo protoestatal, donde hubiera sido mucho más probable que el conjunto fagocitara tales excepciones que viceversa. Durante la fase de Producción Sostenible (10.000-4.000aC) los “epipaleolíticos” desbordaban a los “meso-neolíticos” en todos los sentidos, tanto que en cualquier momento podrían haber desaparecido dichos ensayos productivos como si jamás hubiesen tenido lugar. En el caso del IV milenio o de la romanización la situación presionó hacia un punto de no retorno aunque, debido a las fechas, en la primera crisis intervinieron mucho más factores ambientales y biológicos, mientras que en la segunda lo cultural fue determinante.
Un modelo mayoritariamente depredador ya no era posible a partir del 4.000aC. Pensemos por ejemplo que el territorio afroibérico repartido entre un millón de habitantes no daría ni para 100 km² de territorio por banda. Si tomamos un mapa y trazamos un cuadrado de 10km de lado con nuestra casa en medio, nos daremos cuenta de las características reales de este “patio de recreo”. El nomadeo es una actividad bastante engorrosa que sólo se justifica cuando hay que explotar diversos puntos “calientes” dentro de un mismo territorio (fuentes, prados con caza, canteras de sílex, etc.). Con el grado de devastación antrópica antes señalado, una superficie de 100 km² difícilmente contaría en este período con más de uno de esos lugares especialmente productivos. Además, un territorio tan pequeño se puede dominar visualmente desde cualquiera de sus extremos, y más si es desde una elevación orográfica. Por puro sentido común, si dejaron de hacer el nómada se tuvieron que asentar y, dado que habría territorios más salobres y ubérrimos que otros, también se concentrarían más en unos asentamientos que en otros. Al final el afroibérico, como tantos, hubo de transigir hacia lo que siempre ha sido nuestra estrategia de supervivencia como especie: aprovechar la fuerza del grupo, mestizarse, inventar ancestros comunes, etc. Siendo tantos, tan concentrados y bajo un entorno en recesión, su única vía de supervivencia fue sistematizar y masificar la productividad. Así, sin necesidad de prohombres, visionarios o inventores de revolucionarias técnicas, pero sobre todo sin remedio, los afroibéricos del IV milenio a.C. se embarcaron en la producción intensiva y el proto-estado de forma irreversible. Los 150.000 habitantes que proponen los académicos no habrían tenido motivo, ni posibilidad, de acometer tan profundas transformaciones. Para la producción intensiva hace falta, y a menudo se olvida, mucha mano de obra y cooperación, además de una tremenda inversión en energías y riesgos.
¿Qué nos dicen los yacimientos arqueológicos? Aunque escueza me importa bien poco, habida cuenta de la incompetencia y el desinterés que campa entre los especialistas. De todos modos puedo decir que los pocos y pobres datos disponibles afirman, o cuanto menos no niegan, los argumentos expuestos arriba. Por ejemplo, es excepcional detectar en los yacimientos una transición de fases progresivas que vayan del neolítico incipiente al intensivo. Es mucho más frecuente encontrar de un lado yacimientos de neolítico sostenible sin continuidad futura, y de otros yacimientos que delatan producción intensiva pero que parecen salidos de la nada. De hecho abunda más la continuidad entre “neolítico final-metales” en un mismo yacimiento que entre “neolítico medio-neolítico final”. Por su parte, el megalitismo afroibérico es un elemento de máximo interés. Cualquiera que consulte las fuentes oficialistas notará que los megalitos son una especie de molestia para los prehistoriadores, especialmente por su indocilidad cronológica: surge a finales del “neolítico” para sobrevivir durante todas las “edades del metal” hasta detenerse en las puertas mismas de la Historia. Sin embargo para mi cronología el megalitismo ocupa exactamente la franja que denomino Producción Intesiva o Proto-Estado, y en ese sentido supone una confirmación a mis hipótesis. Para colmo, se trata de un fenómeno que requiere de un considerable volumen de población para ser llevado a cabo sin perjuicios: si Afroiberia hubiera contado sólo con 150.000 habitantes es muy improbable que el megalitismo hubiera surgido durante el IV milenio.
Despido el post con una idea que me parece tan justo como evocador reivindicar, y que retoma el ataque que antes hice al evolucionismo cultural. Durante el IV milenio a.C. la mayoría de los afroibéricos se vieron obligados a convertirse en productores intensivos, y subrayo lo de “mayoría”. La crisis demográfica y medioambiental exigía un cambio, pero bastó que lo asumiera parte de la población, pongamos un 60%, para que la presión desapareciera. Con ellos convivían por tanto un 40% de la población afroibérica que no necesitó pasarse a la economía de producción intensiva y al proto-Estado. Es más, los procesos de asentamiento y concentración de los productores intensivos liberarían mucho territorio que se pondría a disposición de los demás. Entre estos no podríamos establecer uno, ni diez, modelos de vida. Tengamos en cuenta que incluso los grupos que continuaran siendo depredadores lo serían en un sentido muy laxo del término. Estaban las gentes del litoral, que desde el Paleolítico eran pescadores-recolectores a la vez que sedentarios. Habría además otro tipo de depredadores asentados, es decir, grupos aislados que por vivir en 100 km² de territorio no necesitan recorrerlo como nómadas pero tampoco necesitan producir el alimento. Incluso los que fueran nómadas estarían hasta cierto punto “resabiados”, pues tenían conocimiento y contacto con sociedades productoras y sedentarias (los mbuti de África Central llevan milenios comerciando y mestizándose con los bantúes de su alrededor). Tampoco faltarían productores sostenibles al modo mesolítico, con su poquito de ganado o cultivos y su poquito de caza, pesca y recolección, todo perfectamente equilibrado. Luego estarían los grupos nómadas y tribales, pero absolutamente productores (a menudo también intensivos) en su calidad de ganaderos. Finalmente quiero hacer mención a un conjunto heterodoxo de castas y ocupaciones que parecen haber surgido como conectores de ambos mundos y cuyas funciones a menudo se solapaban: leñadores, carboneros, pastores por cuenta ajena, guías, tramperos, bandidos, yerberos, etc. Lo más fascinante de estos colectivos, aparte de su evidente colorido, es que aunque lógicamente se verían cada vez más acorralados, no hubo motivos para que desaparecieran ni durante la fase protoestatal ni durante las siguientes, pues de hecho algunos pervivieron hasta bien entrados el siglo pasado.
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