jueves, 22 de abril de 2010

Melqart-Hércules (2)

Melqart en Heracles

Sabemos que la leyenda de Heracles es una de las más extensas y complejas de la mitología griega, así que sería inútil tratar de glosarla completamente en este artículo. Tampoco entra en nuestros objetivos, pues sólo nos interesan de este dios aquellos aspectos que puedan estar relacionados con el Melqart fenicio y en concreto con Afroiberia. Es muy normal que aún siendo Heracles en gran parte la asimilación griega de un mito cananeo tenga una personalidad propia, producto tanto de deidades autóctonas que se le sumaron al principio, como de la deriva cultural helena posterior, cada vez más alejada del influjo próximo-oriental. Esa es la razón principal de que no podamos limitarnos a rellenar la ausencia de documentación cananea sobre Melqart con la ingente literatura greco-latina en torno a Heracles-Hércules.

El punto de partida debe ser la datación correcta del mito de Heracles, entendiendo por tal la búsqueda de textos que lo mencionen o de arte plástico que lo represente por vez primera, tal y como hicimos con Melqart, y no la divagación indogermanista sobre tradiciones orales milenarias que se conceden o se niegan según el color del pueblo que las reivindique. El primer autor que cita a Heracles es Hesíodo (s.VIII-VII) en su Teogonía, aunque sólo lo hace nueve veces y de forma muy superficial. Con todo, sorprende que dos de ellas estén relacionadas con el occidental Gerión, del que hablaremos en otro post, y tres más con su parentela (los hijos de Forcis y Ceto). Los únicos “trabajos” que menciona son el mentado de Gerión, el de la Hidra y el del León de Nemea. Contemporáneo o algo posterior es Homero, el cuál da una versión del dios algo diferente de la que luego se divulgó en época clásica. Por ejemplo, sólo cita el “trabajo” del Cerbero, también muy occidental, aunque conoce la existencia de otros trabajos (athloi) e incluso caricaturiza a Euristeo por su cobardía. Otra interesante rareza de Homero es la creencia de que, tras la muerte del dios, su sombra cazaba animales salvajes en el Hades mientras el Heracles real vivía en el Olimpo, lo cual es pura reminiscencia del Melqart vencedor de la muerte, señor de las bestias y cazador errante. Para corroborarlo, también menciona la victoria en combate de Heracles sobre Hades, dios infernal, que no es muy empleado en la literatura posterior. Además, el espíritu salvaje, los apetitos inmoderados, lo cómico incluso, son elementos muy típicos del Heracles homérico que de nuevo lo emparentan con Melqart, Bes, Gilgamesh, Sansón, etc.

Pero Hesíodo y Homero no eran griegos propiamente dichos sino proto-griegos. La Hellas de los s.VIII y VIIaC. estaba totalmente sometida al influjo extranjero después del despiste cultural que sobrevino tras la debacle micénica, los llamados “siglos de oscuridad”. Entre las culturas más decisivas en la forja de lo que hoy conocemos por “griego” están los cananeos, por más que esto escueza. Hasta el alfabeto tuvieron que tomarlo de ellos los proto-griegos porque habían perdido su escritura linear-B, y cada vez son más evidentes la presencia de numerosos cananeos entre la población local, a veces como metecos (inmigrantes) individuales, pero también bajo la forma de auténticos emporios independientes. ¿Colonias fenicias en “tierra santa”? ¡Anatema! -dirán los supremacistas blancos. Que pregunten entonces a los propios griegos, sus idolatrados griegos, por Cadmo y Danao, hasta los que por cierto entroncaba la estirpe del propio Heracles. Quitémonos pues la venda eurocentrista y reconozcamos que nada hay en la técnica, artes, costumbres y cultura de estos proto-griegos que no pueda ser remitido a algún fenómeno previo proveniente de Egipto, Anatolia, pero sobre de Canaán. La mitología no pudo estar a salvo de dichos procesos culturizadores.

La siguiente escala del camino nos saca de Grecia para transportarnos a Chipre. Pido que antes de avanzar tomemos el atlas y contemplemos largo rato la isla y su posición geoestratégica. Hoy escuchamos “Chipre” y pensamos en una isla griega más, pero esto no tiene ningún fundamento geográfico, pues por su posición los chipriotas aborígenes han tenido más que ver con turcos y sirios que con helenos. La bicefalia actual de la isla no ayuda a esclarecer este asunto ya que la parte griega, la más volcada en investigar, lo hace con un descarado interés por subyugarse al registro arqueológico hallado en Grecia. Tanto que para los siglos que nos ocupan siguen pretendiendo que los chipriotas eran muy griegos… ¡cuando estos no existían aún! Por mucho que en el s.VIIIaC. ya hubiera una población chipriota grecoparlante, nada salvo un testimonio epigráfico podría distinguirla de cualquier otra cultura “orientalizante” del momento, ya fuera fenicia, griega o gaditana. Pues bien, en esta isla y durante este ambiguo período aparecen las primeras representaciones artísticas de Heracles, a las que debemos remontar al menos hasta el s.VIIaC. Una de las razones es que ya en este siglo aparecen terracotas que representan a Gerión, y de ahí podemos deducir que también se representase al dios que le dio muerte aunque no lo conservemos. Otra de las razones es que a partir del s.VI se popularizan las estatuas en caliza de los llamados “heracles chipriotas”, debiendo suponerle ensayos más modestos desde al menos un siglo antes, como al parecer demuestra una estatuilla acéfala de Heracles del Museo de Nicosia. Pero por encima de todo está el hecho de que desde los s.VIII-VIIaC. la presencia cananea es masiva en la isla, superando con creces, tanto en número como en desarrollo cultural, a la población grecoparlante. Tengamos muy en cuenta que fueron los tirios los máximos responsables de la “colonización” chipriota, de los cuales Melqart era el dios tutelar. Volvamos a las estatuas del “heracles chipriota” y describámoslo como un joven robusto ataviado con la “leontis” (piel de león colocada a la manera de Bes), la clava (maza basta) en una mano, y el cachorro de león en otro, ¿a qué nos suena? Para colmo, subrayemos con Vassos Karageorghis (pope máximo del grecocentrismo arqueológico en Chipre) que “a Heracles se le veneraba sobre todo en Kition, donde la influencia de los fenicios era muy grande”. Digo yo que para atar estos cabos no se precisa mucho oficio: en Grecia las primeras representaciones del dios con la piel de león y la maza son necesariamente posteriores (cerámicas de finales del sVIaC.) y deudoras de las chipriotas. Antes de eso, los proto-griegos representaban a Heracles como un señor barbudo indistinguible de cualquier otro héroe salvo por la acción que llevaba a cabo o por una grafía que lo identificara, costumbre que nunca se perdió del todo.

Lám. 2. Desarrollo iconográfico de Heracles. Las figuras 1, 3 y 4 son representaciones chipriotas de un ser a medio camino entre Melqart y Bes, muy probablemente inspiradas en una tradición cananea (fig. 2). Notemos como esa figura perdura hasta fechas y geografías tan lejanas como la Basilicata del s.IVa.C. (fig.5), aunque en la forma de un Heracles rechoncho y caricaturesco. En el s.VIIaC. surge el tipo iconográfico llamado “Heracles chipriota” (fig. 6-14), aunque su mayor popularidad se dio a partir del s.VIaC., cuando incluso se exportó a Grecia continental, Italia del sur y Asia menor. Los proto-griegos, que tenían a Chipre por un referente artístico, incorporaron muy pronto esta innovación del Heracles leonado, como demuestran las cerámicas negras de mediados del s.VIaC. (fig. 15). Esta proximidad temporal, esta rapidez en la copia, permite a muchos autores eurocentristas defender la primacía iconográfica griega a base de manipular las horquillas temporales, pero dejan un montón de cuestiones en el aire: ¿qué tiene de europeo una piel de león? (y no me vengan con los arqueológicamente inexistentes “leones micénicos”), ¿cómo es que iconográficamente este Heracles entronca más con Melqart-Bes-Gilgamesh que con cualquier forma autóctona de Grecia, Anatolia o Macedonia?, ¿Por qué es Chipre, totalmente influenciado por los cananeos, el lugar donde más se populariza este tipo, hasta el punto de expandirse por templos de todo el Mediterráneo oriental?, ¿Por qué su postura es calcada a la de la Estela de Amrit?

Nos detendremos ahora en los llamados “trabajos de Heracles”, asunto sobre el que existe mucha confusión, no siempre desinteresada. Contrariamente a lo que presuponemos, no se conserva una edición unitaria de dichos trabajos, y muchos dudan que existiera jamás, aunque los antiguos atribuían algo parecido a un tal Peisandro de Rodas (s.VII-VI a.C.). Su número tampoco fue fijo a lo largo del tiempo, oscilando entre diez o doce, y aún dentro de la misma cantidad no habían de coincidir los trabajos recopilados por distintas listas. En cuanto a su originalidad, el chasco es supremo: existen listas de “trabajos” muy similares atribuidos a Teseo, Argos o Belorofonte, por citar sólo los más famosos. Por otra parte, cualquier antropólogo te dirá que estas sagas o ciclos suelen ser recopilaciones de episodios sueltos de un mismo héroe, producto de diferentes comarcas y épocas, que han sido unidos bajo un artificial hilo conductor, usualmente propagandista, para dotarlos de sentido unitario. Los “doce trabajos” de Heracles serían un ejemplo paradigmático. Ya vimos que los padres de la mitología griega no citan más trabajos que los de Gerión, la Hidra o el león de Nemea (Hesíodo) y el de Cerbero (Homero). También vimos que los académicos se apresuran a recordarnos que Homero sí que menciona en general los “athloi” del dios, su relación con Euristeo, etc. Pero en griego “athlós” significa simplemente “combate, lucha, afán, trabajo, prueba o penalidad”, así que Homero podía estar pensando en cualquiera de las innumerables pruebas y contiendas a las que se enfrentó Heracles durante su dilatada carrera, no en el ciclo que hoy conocemos como los “12 trabajos” de Heracles. Una prueba de que esta lista que hoy creemos inamovible pudo ser muy distinta es la cantidad de “trabajos” del dios que quedan fuera de esta saga (Anteo, Caco, Aqueloo, Neso, etc.). La razón de que los académicos se aferren a la tesis de que los “12 trabajos” son una narración unitaria, original y argumentalmente ordenada es tan simple y eurocentrista como la nacionalidad micénica de Euristeo. Pero recordemos que este rey no es mencionado por Hesíodo, el cual tampoco se hace eco de ninguna saga de “trabajos”, sino que parte de Homero, escritor que precisamente ambientaba sus versos en la Grecia Micénica. Según el proceso de génesis de estos ciclos o sagas, remontarlos a una época muy antigua y supuestamente gloriosa es lo habitual, por lo que decir que el mito de los “12 trabajos” es de origen micénico supone una simpleza.

Pero lo que a nosotros nos interesa más de esos “12 trabajos” es su relación con Afroiberia. Efectivamente, los tres últimos trabajos (Gerión, Hespérides y Cerbero) apuntan claramente a nuestras tierras o a una zona africana próxima a Gibraltar, cuestión que trataremos en profundidad próximamente. Al interpretar los “athloi” como unidad, muchos académicos (no pocos de ellos españoles) han pretendido defender que estos tres últimos mitos son un añadido posterior, y por tanto una parte secundaria de la saga. Esto es evidentemente contradictorio pues no puedes aceptar la unidad de la saga y la vez la presencia de añadidos. Para salvar el tipo, su esquema defiende una acumulación “sedimentaria” de trabajos, que incluso se reflejaría en su orden actual: empezarían con los cinco primeros trabajos, desarrollados geográficamente en el Peloponeso, que serían la saga auténtica y original, luego se habrían añadido en épocas relativamente antiguas los trabajos 6 al 9 y finalmente, mucho después, las hazañas 10 a 12. Pero entonces, ¿por qué Hesíodo relaciona a Heracles con Gerión desde la primera vez que lo cita (trabajo 10), o por qué Homero sólo menciona el combate con Cerbero (trabajo 12)?, es decir, ¿por qué los mitos atlanto-gibraltareños son precisamente los primeros en desarrollarse? Además, el argumento académico parece obviar una de las más importantes facetas del mito heracleo, que claramente hereda de Melqart: la apoteosis o subida al Olimpo. Se trata de una cuestión que trasciende de largo los “12 trabajos” pues atañe a la naturaleza general del dios, o del héroe, pues ahí radica la clave. Heracles nace hombre hijo de Zeus, Hera celosa lo persigue con saña, él supera sus encerronas una y otra vez hasta morir en una de ellas, tras lo cual es elevado a los cielos por la piedad divina. Heracles es metáfora de redención, de superación, incluso hasta el punto de vencer la muerte. De ahí que el mito de Cerbero no se encuentre casualmente al final de la lista de “athloi”, sino que represente el final de la carrera profesional de este mortal convertido en dios, algo por cierto inédito en el resto de mitos griegos. Con el tiempo las leyendas de Heracles se acumularían más allá de los “trabajos” y al final dio la sensación de que la derrota de Cerbero y el episodio de la muerte de Heracles eran asuntos sin relación. Pero estoy seguro de que aunque sólo conserváramos una saga de cinco “trabajos”, el de Cerbero cerraría la lista pues era el más importante de ellos, el desenlace de toda la trama. Podemos suponer que este enorme peso dentro del conjunto se tradujera originalmente en una mini-saga occidental que incorporara al de Cerbero los mitos de las Hespérides y de Gerión. Una de las razones es la posibilidad de escoger una lista de 10 y no de “12 trabajos”, donde el décimo agruparía los trabajos 10-12 de la segunda lista. Esto viene confirmado por el personaje de Gerión, que guarda mucha relación con el de Hades, con su perro Orto calcado del Cerbero y su morada en el ocaso, así como por el también atlántico Jardín de las Hespérides, encarnación en este caso de la faceta más amable de la ultratumba: el jardín de los bienaventurados.

CONCLUSIONES.

Alrededor del s.XIa.C., Tiro comenzó a descollar entre las ciudades fenicias debido a su original búsqueda de recursos por las rutas occidentales hasta dar con Gadir. Es evidente que el acceso a nuestra cuádruple frontera, afro-europea y atlanto-mediterránea, supuso un gran impacto no sólo para los tirios, principales beneficiados, sino para todos sus vecinos. Durante todo este proceso, que no acabó de cristalizar en grandes ciudades ultramarinas hasta el s.VIIIaC., la figura de Melqart era omnipresente, hasta el punto de poder denominar dichas exploraciones como “evangélicas”. Más aún, el propio dios fue ganando envergadura a medida que lo hacían sus devotos tirios y los emporios a él consagrados, hasta convertirse en un mito pan-mediterráneo. Los proto-griegos, absolutamente imbuidos de cultura cananea por esa época, hicieron del “Amante de Astarté” la “Gloria de Hera”, y con el dios recibieron toda una serie de mitos referidos a las “Estelas de Melqart”, ahora “Columnas de Heracles”. Sea por sobrecogimiento ante la verdadera amplitud del mundo, sea por intereses comerciales, los cananeos transmitieron al Mediterráneo la idea del “non plus ultra”, es decir, la de que más allá de Cádiz estaba el fin del mundo. No era desde luego una creencia opuesta a las mitologías antiguas, pues todas solían poner el Infierno en esa dirección inspiradas por el ocaso solar. Aquello era TRT-, el lugar donde el Sol-Melqart se hundía en su amante AsTaRTé, glorificándola y fecundándola, no sin cierta resistencia previa, cierto ritual de apareamiento con sus consiguientes pruebas a superar.

Los fenicios adaptaron, o vieron cumplidas proféticamente, según se mire, las leyendas de Melqart a partir de sus exploraciones por nuestras costas. Gadir era el premio a su azaroso peregrinar, la llegada a un lugar que siendo de otro mundo estaba en este, y por tanto no puede verse como una mera parte del mito sino, literalmente, como su apoteosis. Por desgracia no han sobrevivido narraciones ni poemas cananeos que se refieran detalladamente a Melqart, así que no podemos reconstruir su mito, pero es plausible encontrar su reflejo en el primer Heracles de los proto-griegos. Como no podía ser menos, sabemos que desde Hesíodo y Homero la saga occidental protagonizó el mito heracleo, aún antes de la existencia de los “12 trabajos”. A poco que prestemos atención, las evidencias entre esas leyendas y la empresa tiria se hacen evidentes: navegando en el cuenco del Sol hacia occidente, Heracles debe ejercer la diplomacia (Atlas) o la fuerza bruta (dragón de las Hespérides, Gerión, Anteo) si quiere obtener riquezas (manzanas de oro, rojas vacadas). El capítulo final era ni más ni menos la victoria sobre la muerte (Hades y Cerbero, pero también Gerión y Orto) y la conversión de un hombre en dios olímpico, lo cual en cierto modo también retrata a los tirios, antaño humildes y sometidos como su dios, y ahora referente comercial de todo el mundo conocido. Parece evidente que con la figura de Melqart los proto-griegos recibieron inseparablemente, y en lugar de honor, su saga de mitos gibraltareños. Desconocemos cuántos de ellos deben algo a un sustrato mitológico afroibérico (da igual de qué orilla), pero es evidente que cuanto menos los fenicios se inspiraron en nuestras tierras y gentes para construirlos.

En resumen, no entiendo la actual línea académica al respecto, consistente en restar toda importancia a los últimos “trabajos” de Heracles al tiempo que se le niega una ubicación determinada, y menos todavía en el perímetro de Gibraltar. Como suele pasar los españoles son los primeros en sumarse a esta campaña desmitificadora por considerarla muy moderna y “anti-españolista”, lo cual es una forma más del atávico racismo del norte contra el sur peninsular. Finalmente, cuando sus adalides son los propios académicos afroibéricos, lo cual no es en absoluto un caso excepcional, sólo puedo sentir abatimiento. Pero más allá de los usos propagandísticos que se pueda sacar al tema, existen poderosas razones de tipo literario o simbólico que impiden mutilar a Melqart-Heracles de sus andanzas por Afroiberia. Quitarle a Heracles el combate contra Gerión y Orto es como quitarle a la Guerra de las Galaxias el duelo entre Luke Skywalker y Darth Vader, como Caperucita sin rajar al lobo o, mejor aún, como una larguísima telenovela sin sus tres últimos capítulos.

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