La azarosa vida de Jonás lo
aparta del modelo, biográfico o literario, representado por los demás profetas
de Israel. Famoso por aquel gran pez que lo tragó y lo devolvió, en su historia
también aparece una inmensa “calabacera” que Dios hizo crecer en una sola noche
para dar sombra al profeta, lo cual ha sido interpretado por algunos críticos
como una velada mención a las drogas. Ballenas y plantas mágicas aparte, YONAH
significa “paloma” en hebreo, mientras que el nombre de su padre, Amitai, está
sin duda relacionado con EMET, “verdad”. “Jonás hijo de Amitai” significa,
echándole poca imaginación, “la paloma hija de la verdad”. Este aire alegórico
y novelesco lo asimila a Tobías o Sansón, personajes tan populares y queridos
como despreciados en su valor histórico. El Libro de Jonás menciona a Tarsis, y
el cometido de esta entrada es determinar qué posibilidades hay de
identificarla con Afroiberia. Que un personaje sea total o parcialmente
legendario no impide que el contexto, la ambientación de sus aventuras, deba
serlo también: ¿acaso no se estrenó recientemente una peli de marcianos
perfectamente ambientadas en el Far West?
Fuera de su libro homónimo, el
Antiguo Testamento sólo menciona a Jonás en el Libro Segundo de Reyes
(2Re14:25), donde se nos especifica el contexto crono-espacial de nuestro
profeta: Israel en tiempos de Jeroboam II (786-746aC). Bajo el reinado de
Jeroboam II el Reino del Norte vivió probablemente su etapa más gloriosa, llegando
a recuperar las fronteras septentrionales de David y Salomón. El imperio
dominante en aquel momento era el Neoasirio, del cual sabemos que durante los
s.VIII-VIIaC vivió su máximo esplendor, recibiendo tributo de naciones como
Fenicia e Israel. Afortunadamente para Jeroboam II, y en gran parte causa de su
estabilidad y poderío, su reinado coincidió con una fase de cierto repliegue asirio,
aunque eso no eximiera a Israel de seguir tributando (y temiendo) al gigante
oriental. Todos estos datos no sólo concuerdan con el ambiente reflejado en el
Libro de Jonás, sino que explican gran parte de su temática.
Jonás 1:2: “Levántate y ve a
Nínive, la gran ciudad, y proclama contra ella que la maldad de ellos ha subido
ante mí”.
Nuestro relato comienza con Dios
ordenando a Jonás, un israelita, nada menos que ponerse en camino a Nínive, una
de las ciudades asirias más importantes a nivel religioso, para cantar las
cuarenta a sus habitantes. Como veremos a continuación, justo después de la
orden divina Jonás toma la decisión de desobedecerla, lo cual es muy
comprensible. Consideremos que, además de ser suicida en lo personal, la misión
era también muy comprometedora a nivel geoestratégico: ¿qué consecuencias
podría tener para Israel la insolencia de su ciudadano? Esta doble tesitura es
la que marca el drama de nuestro profeta, quien muestra miedo como hombre y
prudencia como israelita, pero no pereza o irresponsabilidad religiosa como
pudiera desprenderse de una lectura ligera o descontextualizada del texto.
Jonás 1:3. “Y Jonás procedió a
levantarse y huir a Tarsis de delante de Jehová, y finalmente bajó a Jope y
halló una nave que iba a Tarsis. Por tanto pagó su pasaje y bajó y entró en
ella, para irse con ellos a Tarsis de delante de Jehová”
La aparición de Tarsis en la
narración está más que justificada a nivel simbólico. Si se trata, como
creemos, de la Tarsis afroibérica, supone el punto geográfico opuesto a
Mesopotamia desde la perspectiva de un hebreo. Por lo general huyes en
dirección contraria al motivo de tu miedo y, si encima piensas que Dios va a
perseguirte para obligarte a cumplir tu tarea, escogerás el punto más alejado
de los conocidos en esa dirección. Para el cananeo-israelita del s.VIIIaC,
Tarshish-Afroiberia encarnaba el Extremo Occidente como ninguna otra región y,
por tanto, el punto más alejado de Asiria que se pudiera concebir. Por si fuera
poco, Jonás se embarca en el puerto de Jope (actualmente adscrito a Tel Aviv)
lo cual indica que para llegar a Tarsis había que navegar el Mediterráneo. Este
último aspecto es de la mayor importancia por cuanto viene a corroborar la
ubicación que establecimos para Tarsis como descendiente del jafetita Javán, y
de nuevo disipa dudas sobre espejismos tersitas en India o Somalia. Finalmente,
las fechas también juegan a favor de nuestra tesis, por cuanto el s.VIIIaC
supuso el establecimiento sistemático y a gran escala de cananeos en nuestras
costas, lo cual provocaría sin duda un considerable eco entre los vecinos de
los fenicios, hebreos incluidos.
A estas alturas, nuestro
argumento choca con las tesis desmitificadoras, cuya defensa es principalmente
cronológica. Según ellos, el Libro de Jonás fue probablemente escrito entre el
s.V y el s.IVaC., varios siglos después de la supuesta vida del profeta, y por
tanto ni siquiera lo realista o cotidiano puede tener valor histórico en su
biografía. Es preciso entonces preguntarles a qué se refieren por “escrito”:
¿una invención o la compilación definitiva de algo anterior? Existen datos en
el documento que impiden defender la primera opción o que en cualquier caso
demuestran que los autores de Jonás pretendían ser históricamente precisos y
veraces. Por ejemplo, la sola mención a Nínive aporta una información
cronológica de primer orden: su elección como paradigma de ciudad asiria, su
denominación de “ciudad grande”, su extensión “con distancia de tres días de
recorrido” y su población de “más de 120.000 hombres”, nos hacen presuponer que
se trata de la época en que la ciudad llegó a ser capital del Imperio Asirio.
Afortunadamente, existe unanimidad en las fechas límite de dicha fase,
comenzando con la orden de Senaquerib (ca. 700aC) para que la capital se
trasladase a Nínive y terminando hacia 633aC., fecha del primero de una serie
de ataques de los medos sobre la ciudad, que desembocan en el definitivo de
612aC., cuando Nínive fue desolada hasta los cimientos. Es evidente la
anterioridad de Jeroboam (y Jonás) respecto a esta fase “Nínive-Capital”, casi
un siglo, pero es importante señalar que la ciudad asiria no tuvo que esperar
la capitalidad para ser una ciudad importante desde mucho antes. De hecho,
podría ser considerada la capital religiosa asiria, y esto bastaría para
justificar que los hebreos la escogiesen para sus megalomanías conversoras. En
todo caso, este tipo de argumentos me parece innecesario: queda totalmente
demostrado que, aunque la compilación canónica llamada “Libro de Jonás” pueda
ser del s.IVa.C., escoge una ciudad que sólo tuvo renombre entre los s.VIII-VIIa.C.
Otra pista cronológica la obtenemos por la mención al puerto de Jope, la cual
ha sido siempre erróneamente utilizada como prueba de la imprecisión del Libro
de Jonás. Los desmitificadores de profesión nos dirán que dicho puerto no
pertenecía a los fenicios ni a los israelitas, y que por tanto se trata de una
elección caprichosa para partir hacia Tarsis. Sin embargo, durante el dominio
persa que siguió a los asirios, los fenicios de Tiro tuvieron el puerto de Jope
bajo su tutela. Pensemos ahora en un hebreo que quiere embarcar hacia Tarsis y que
tiene, tan cerca de su casa como lo está hoy Tel Aviv, un puerto tan tirio como
el de Gadir. Esta Jope estaba además incrustada en el imaginario bíblico desde
muy atrás: adjudicada originalmente a la tribu de Dan (Jos 19:46), en sus
muelles descargaron nada menos que los cedros del Líbano con los que construyeron
el Templo de Salomón (2Cr 2:15). Existe de nuevo un claro desfase temporal,
pues la ocupación persa (y por tanto la administración tiria del puerto) no
tuvo lugar hasta finales del s.VIIaC. Ambas menciones, Nínive y Jope, parecen
demostrar que los redactores definitivos de Jonás se basaron en elementos
históricamente ciertos y anteriores al año 600aC. En ese lote hemos de incluir
sin duda a Tarsis.
Recapitulemos entonces las
conclusiones de este artículo. Jonás es un libro que compagina las fantásticas
peripecias del protagonista con un trasfondo de gran historicidad. Dicha
ambientación histórica no es tanto del s.VIIIa.C (época del profeta) sino más
bien del s.VIIa.C, pero nunca del s.IVaC., fecha en que se adjudica su
redacción. La Tarsis mencionada en el texto es muy probablemente la Tarsis
afroibérica en base a los siguientes motivos: 1. Simbólicamente supone las
“antípodas” a Nínive, y por tanto el destino de huída perfecto. 2. Para llegar
a ella hay que navegar el Mediterráneo, y además hay que embarcarse en un
puerto dependiente de Tiro, metrópoli de Gadir y demás colonias afroibéricas.
3. Entre los s.VIII-VIIa.C. los contactos entre cananeos y afroibéricos
adquieren un grado de consolidación y masificación tales que sin duda dejaron
una profunda marca en la cultura proximo-oriental, no sólo fenicia. El impacto
que las riquezas y lejanía de Tarshish produjo entre los hebreos quedará
reflejado en la producción bíblica de esos siglos, como tendremos ocasión de
comprobar. Por todo lo anterior, el Libro de Jonás apoya sólidamente la
identificación Tarsis-Afroiberia.
Jonás según los paleocristianos (nótese la morenura de los personajes)
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