lunes, 5 de octubre de 2009

Ardipithecus: una noticia vacía

Los aficionados al Pasado Remoto estamos acostumbrados a leer muchos disparates cuando la prensa generalista se hace eco de una noticia sobre paleontología. Si mezclamos la retorcida nomenclatura especializada con la manía periodística de exacerbar lo que de morboso e impactante tenga cualquier evento, estas tergiversaciones son de hecho inevitables. El asunto que ahora nos ocupa tiene sin embargo mucho más alcance y complejidad, algo así como una mentira que encierra una verdad, la cual a su vez esconde otra mentira: ¿es realmente noticia lo que se ha publicado sobre el Ardipithecus hace unos pocos días? No, sí, y de nuevo no. Dedicaremos esta entrada a desenredar tamaño galimatías.

Por qué no es una noticia

Ardipithecus ramidus fue presentado por primera vez en 1994 a partir de investigaciones que arrancan de 1992, y por tanto no puede ser considerado un “reciente descubrimiento”. Sin embargo la cobertura mediática del pasado 1 de octubre parecía describirlo como tal, y la razón es que los descubridores han mantenido un férreo silencio sobre su hallazgo hasta hoy. Los más seguidistas han llegado a interpretar esta estrategia como virtud, un ejemplo de trabajo discreto y hecho a conciencia (y tanto, 15 años nada menos), pero parecen olvidar un dato capital: no somos dueños de lo que descubrimos. Por supuesto que algo se publicó sobre Ardipithecus en la época de los hallazgos, pero fue una mera nota descriptiva, algo que en lenguaje popular podríamos traducir por “te cuento lo que veo, pero no te lo enseño”. Me parece estupendo que un autor quiera prorrogar durante décadas sus conclusiones sobre un homínido, pero su obligación es publicar los datos, fotos y demás material cuanto antes para que otros investigadores hagan sus propias cábalas. No confundamos de nuevo el dato con la interpretación del dato. Conocíamos pues al tal ardipiteco, e incluso contábamos con datos sumamente relevantes como su fecha (4.4 millones de años), su andar bípedo, o su esmalte dental fino. Pero había que tomarlo como auto de fe, algo que filtraban los monopolizadores del yacimiento al tiempo que se negaban a publicar nada en firme. Como esta actitud lleva implícita el veneno del narcisismo, de la soberbia académica, y sobre todo del sentir que lo que descubren les pertenece, cuando por fin han decidido publicar sus teorías sobre Ardipithecus han acabado envueltos en un disparate mediático. Deben vender como noticia lo que no es, como novedad lo que cuenta con más de una década, acudiendo a enrevesados argumentos que han provocado la confusión general de los medios de comunicación, ya de por sí ignorantes y manipuladores acerca de estos temas. El único titular que no hubiera confundido al público debería haber sido algo así: “Por fin sueltan lo que sabían sobre Ardipithecus: tras 15 años de desidia y secretismo, la comunidad científica cuenta con datos firmes sobre el homínido”.

Por qué es noticia

El pobre Ardipithecus nada tiene que ver con las miserias de sus descubridores y publicadores, y es innegable que se trata de un homínido de un tremendo interés, crucial para la comprensión de eso que denominamos Hominización. Por eso hay que reconocer que aunque ha llegado tan tarde, la publicación de datos en torno a él era imprescindible. Más aún cuando se ha concebido como un proyecto colosal bajo la forma de número extraordinario y monográfico de la prestigiosa revista Science: 11 artículos extensos y otros más sumarios, obra de 47 autores de ámbito y prestigio internacional. Desde luego no es normal en este mundillo que, literalmente de un día para otro, pasemos de no saber apenas nada sobre un homínido a saberlo absolutamente todo. La solvencia de la revista, de los autores y de un enfoque tan exhaustivo viene además avalada por contar con hasta 110 individuos de Ardipithecus (94 de ellos ya disponibles desde 1994) sobre los que trabajar. Aunque en paleontología un “individuo” puede ser medio diente, se trata de una comunidad fósil mucho mayor que la que pueda representar a muchos otros homínidos. Por todo ello, la siguiente descripción de los ardipitecos va más allá de la simple conjetura.

Los restos se localizaron en Aramis (Etiopía), en el curso medio del río Awash, con una datación unánimemente aceptada de 4.4 millones de años de antigüedad. Su morfología delataba lo que los especialistas denominan “evolución en mosaico”, es decir, una anárquica macedonia de rasgos, algunos muy arcaicos, otros muy modernos, unos muy propios de un tipo de homínido, otros calcados de su antagónico primo, etc. Ni que decir tiene que tales mosaicos producen pánico y urticaria entre los académicos, cuyo paradigma ideal es la “pauta morfológica total” o paquete de rasgos que definen intransferiblemente un género o especie (v. entradas del 12 y 18 de abril de 2209). Tanto era el embrollo que provocaría en el artificialmente ordenado panorama evolutivo que muchos optaron por negarle un lugar entre nuestros ancestros y convertirlo en monstruo de feria, una curiosa carambola de la madre Evolución. Veamos algunos de estos rasgos con más detalle.

En el aspecto locomotor, Ardipithecus ramidus sorprende por su evidente bipedismo. El foramen magnum (donde el cráneo se inserta con la columna) aparece prácticamente tan abajo como en el hombre, estando el de chimpancés y gorilas mucho más desplazado hacia la nuca. Su pelvis soportaría sin problemas un cuerpo superior andando erguido, como delatan algunas inserciones musculares compartidas con los humanos y no con el chimpancé. El pie presenta los cuatro dedos pequeños adaptados para andar por el suelo, y también ese hueso que han perdido los chimpancés y bonobos para hacer el pie más flexible a las ramas de los árboles (pero a la vez menos hábil para andar). Sin embargo, aún conservaba un dedo gordo tan opuesto como el pulgar de nuestras manos, aún más opuesto que en el pie del australopiteco, por lo que tampoco debemos imaginarlo como un experto caminante, aún menos corredor. Tampoco debemos visualizarlo apoyando los nudillos para desplazarse por el suelo, como hacen gorilas y chimpancés, pues sus brazos y manos no le permitían sentirse cómodo en dicha posición. En cuanto al desplazamiento por los árboles, no podría columpiarse (braquiación) con la soltura de los chimpancés y gorilas, ni tenía la disposición de hombros y brazos que permiten al chimpancé y bonobo trepar por un tronco a gran velocidad. Sorprendentemente, en las alturas Ardipithecus ramidus se comportaba como un cuadrúpedo (o “cuadrúmano”) a la manera en que los simios lo han sido desde Procónsul y más atrás, usando pies y manos acompasadamente.

Otro aspecto importante es la dentadura: molares de chimpancé, incisivos de gorila o Sahelanthropus y caninos de simio miocénico dan una idea de la originalidad de Ardipithecus. Cuestión aparte es la de su esmalte fino, algo propio de gorilas y chimpancés pero no de humanos, orangutanes ni antropomorfos arcaicos, que ha dado lugar a un debate demasiado viciado y estéril como para abordarlo en profundidad. Sólo me sumaré a la opinión de tantos investigadores que sugieren que el grosor del esmalte depende de la dieta y que en este caso indica que era un omnívoro muy variado (frutos, hojas, carne, etc.). Mucho más interesante me parece la inexistencia de dimorfismos sexuales en los caninos y otros dientes. Los machos de chimpancés o gorilas presentan caninos mucho más desarrollados, puntiagudos y afilados que los femeninos, y la observación etológica demuestra que son usados en las competiciones por las hembras, eso que podemos denominar la elección de un macho alfa. Sin embargo los machos ardipitecos tenían los dientes tan romos como los de las hembras, demostrando indirectamente que no los usaban para competir entre sí, y por tanto que la violencia jugaría un papel mucho menor entre ellos que entre los antropomorfos actuales. A la vez, la inexistencia de machos alfa y harenes apunta a una probable distribución por parejas. Todo ello los convierte en algo así como unos homínidos apacibles y casi sociales muchísimo antes de lo que se esperaba. De todas formas, hay que ser muy cautos pues de formas dentales no podemos inferir sin dudas su modelo social. Finalmente habría que decir de Ardipithecus que era ligeramente menor al chimpancé en tamaño y capacidad craneal, pero guardando una misma proporción entre estos dos elementos.

Por qué, de nuevo, deja de ser noticia

Lo publicado es informativo sólo cuando dice la verdad pues si miente, y aún más si lo hace alevosamente, desinforma. Una noticia falsa es por ello una anti-noticia, y sobran motivos para acusar a la nota de prensa emitida por Science (y al trabajo que pretende publicitar) de oscuras mañas para ocultar la verdad. La soberbia y el divismo antes mencionados no sólo los ha llevado a tardar 15 años para publicar sus datos, sino también a ocultar el estado real de las investigaciones que les rodean, con el propósito de aparecer ante el público como exclusivos descubridores de la pólvora.

En lo que estrictamente se refiere a Ardipithecus ramidus, se pretenden erigir como sus vindicadores frente a un supuesto eje del mal dispuesto a tratarlo, como vimos, de ajeno a los homínidos y quizás ancestro común de gorilas y chimpancés. Pero ha sido precisamente su secretismo y tardanza lo que más ha alimentado esta postura negacionista, por lo demás nada común entre los investigadores, quienes mayoritariamente han preferido aguardar más de una década a que el equipo de Aramis se decidiera a publicar lo que sabía de ardipitecos. Además, el sector negacionista, encabezado por B. Senut y M. Pickford, tiene demasiados intereses en Orrorin (el ancestro rival por fechas y bipedismo) como para parecer objetivo. Aunque sin duda lo más mezquino de este comunicado de prensa es la total ausencia de menciones al etíope Yohannes Haile-Selassie, quien en 2001 publicó el hallazgo de una subespecie de ardipiteco, Ardipithecus ramidus kadabba, en la misma zona del Middle Awash. Estamos acostumbrados a que los investigadores desprecien los trabajos de colegas que cuestionan sus teorías, y ya es inmoral, pero mucho más lo es que ninguneen investigaciones que corroboran con creces sus propios trabajos. Selassie no sólo verifica la antigüedad de Ardipithecus sino que la eleva a hace 5.5 millones de años con solventes técnicas; corrobora asimismo que por sus rasgos, el bipedismo entre ellos, los ardipitecos son legítimos miembros de nuestra familia; y además Selassie se somete dócilmente al taxón creado por los de Aramis, dejando a su espécimen a la altura de subespecie cuando la tentación y lo frecuente hubiera sido inventar un nombrecito nuevo que pasear por las ruedas de prensa. Absolutamente todo en su investigación hubiera servido como refuerzo a las teorías que ahora nos publica Science a bombo y platillo, pero el nombre de Selassie no aparece siquiera citado entre los colaboradores del monográfico. La única razón es no perder protagonismo, parecer los únicos novedosos y revolucionarios, no compartir gloria ni micrófono.

Existen además otros descubrimientos importantes que Science prefieren obviar. Por ejemplo, ni se menciona al Sahelanthropus tchadiensis, descubierto en 2001 y con una antigüedad en torno a los 7 millones de años. De este homínido, el más antiguo hasta la fecha, se ha dicho a menudo que pudiera ser un ancestro del ardipithecus e incluso una versión arcaica de él, y que por tanto nos permitiría (usando al Ardipithecus r. kadabba como nexo) remontar la línea de los ardipitecos hasta mucho más atrás de lo imaginado. Otro caso llamativo es el énfasis que pone Science en recalcar que Ardipithecus demuestra por sus rasgos que el ancestro común a humanos y chimpancés no era más semejante a estos que a nosotros. Lo venden como un revelador y provocativo descubrimiento, tanto que ha dado pie a titulares amarillistas del tipo: “El hombre no viene del mono sino al contrario”. De nuevo olvidan que ya en 1994 (precisamente cuando descubren al Ardipithecus) M. Verhaegen propuso que chimpancés, bonobos y humanos pudieran proceder juntos de los australopitecos. Sabíamos desde hace décadas que la morfología del gorila o del chimpancé no era totalmente arcaizante y la del humano totalmente moderna, y el parecido de nuestro esmalte dental y el del orangután era un ejemplo citado universalmente. Todos sabíamos que las crestas sagitales de los “espalda plateada”, el nudilleo, los genitales femeninos de la bonobo y tantas cosas más no podían ser sino evoluciones internas de cada especie, así que el ancestro común no podía parecerse más a un gorila que a un chimpancé, o a un chimpancé más que a un humano (en su versión australopiteca). Si alguno quedaba que se resistiese a aceptarlo era por puro prejuicio antropocentrista.

Pero si hay una teoría que no han debido pasar por alto es la que la revista Nature publicó a N. Patterson et al. en 2006: la genética revela que los linajes humano y pánido (bonobo y chimpancé) no se separaron súbitamente sino en un largo proceso de unos cuatro millones de años (que yo establezco entre hace 7 y 3 millones de años aproximadamente.). Desde este ángulo, andar a la zaga de cuál es nuestro “verdadero ancestro” entre los fósiles del Plioceno suena ridículo. Y más entre los ardipitecos, que desde sus probables orígenes en el Sahelanthropus hasta su supuesta pervivencia más allá de los 4.4 millones de años abarcan de lleno este proceso de mestizaje y despedidas entre ambos géneros o especies. Por el contrario, los de Science malgastan el enorme potencial de su descubrimiento ofreciéndonos más de lo mismo, es decir, el enésimo intento de dibujar un ordenado árbol de la Hominización. Duele ver que se sirvan precisamente de Ardipithecus, pues junto a Orrorin y Sahelanthropus estaba logrando (con la sola ayuda de los huesos) poner en jaque la intolerancia de esas taxonomías sin fundamento científico real. Ardipithecus vivió en una época en la que coexistían diversos prototipos o proyectos de homínido, bajo distintos niveles de compatibilidad genética (más o menos mestizables entre sí). De ellos sabemos que unos desembocaron en los actuales chimpancés y bonobos y otros en el ser humano, pero la prudencia nos induce a pensar que también existieron tipos que o bien se extinguieron o bien fueron absorbidos por nuestros ancestros, sea de chimpancé, sea de hombre. Así, carece de sentido forzar al pobre Ardipithecus a ser más chimpancé que humano o viceversa.

Queda finalmente una observación menos urgente que las anteriores pero igualmente oportuna. Los climatólogos establecen que entre hace 5 y 3 millones de años la temperatura subió 5 grados respecto a la media actual y la humedad también se elevó en lugares como África, Mediterráneo, India, China, etc. Había manglares en Sahara occidental y bosques de niebla en Andalucía, así que Ardipithecus vivió rodeado de espesa selva, siendo sin embargo incontestablemente bípedo. Esto contradice la clásica teoría de que el bipedismo surge como consecuencia de la aparición de sabanas abiertas, nos obliga a preguntarnos cómo calificar de “adaptación evolutiva” el bipedismo en mitad de la jungla, y a aventurar qué sociedad podría resultar de ocurrir que dicho bipedismo fuera en sus orígenes precisamente lo contrario, esto es, una tara. Este asunto está tratado en las entradas de la serie Afroiberia Social.

Epílogo

Hay una frase en la nota de prensa de Science que no puedo pasar por alto (el subrayado es mío):

“Science está encantada de publicar esta riqueza de nueva información, la cual nos da importantes nuevos conocimientos sobre las raíces de la evolución homínida y sobre lo que nos hace a los humanos únicos entre los primates

Por el contrario yo digo que quizás es de eso de lo que nos estamos hartando tanto los aficionados como la sociedad en general. Hartos de sentirnos radicalmente distintos al resto de nuestros primos biológicos, cansados de esa obsesión por dar con la rama “exclusiva” de nuestros “verdaderos ancestros”, y desesperadamente necesitados de un nuevo enfoque sobre nuestros orígenes como especie. Ardipithecus, a pesar de sus actuales apoderados, puede traernos gran parte de la solución.


Quiero agradecer al blog Magonia el acceso a la nota de prensa de Science. Su enlace es

http://blogs.elcorreodigital.com/magonia/2009/10/2/ardi-es-ancestro-humano-mas-antiguo-conocido-el

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