martes, 12 de mayo de 2009

Evolución Humana 4. Humanos

Homo significa humano en latín y esa fue la intención semántica que los paleontólogos quisieron dar a dicho taxón, a despecho de que con las décadas el término ha ido tomando un cariz cada vez más técnico, hasta dar la sensación de que no todos los Homo fueron humanos. ¿Qué pudo haber cambiado, qué hitos marcaron la aparición de unos humanos plenos respecto a unos homínidos ancestrales? Realmente nada, no hay argumento capaz de cortar el hilo de nuestras mutaciones y cualquier segmentación siempre será arbitraria. Pero no soy yo el que tengo reparos personales en hacer humanos a los homínidos y más allá sino que, al escribir en parte para gente que no soporta la mera humanidad neandertal, me dedico a defender lo que me es absolutamente irrenunciable, mi particular “hasta ahí podíamos llegar”. Después de  lo dicho en entradas anteriores, no se puede esperar que me sienta diferente, menos aún superior, respecto a un erectus o un rudolfensis. Esa gente era humana como nosotros, quizás brutos para algunos, poco atractivos según otros, pero humanos en fin de una humanidad que nos costará décadas reconstruir por culpa de los prejuicios. A través de esta cuarta entrada de la serie sobre evolución trataré de demostrar que la humanidad es una y plena desde hace más de dos millones de años, para lo cual es necesario combinar y evaluar los baremos que se suelen usar para diagnosticar qué es y qué no es humano. Me ha sido imposible exponerlos de manera secuencial y aislada porque interactúan intensamente, así que pido disculpas si algunos conceptos parecen desubicados o redundantes.

 

Comencemos estableciendo de forma convencional el segmento cronológico sobre el que trabajaremos dentro de la infinita cadena evolutiva. Un candidato óptimo es el Gelasiense (2.6-1.8m.a Bp), período disputado entre el Plioceno y el Pleistoceno que cumple con dos condiciones a destacar. De un lado supuso una especial convulsión planetaria a nivel climático y geomagnético. Sin duda la humedad y la sequedad se alternaron muchas veces más hasta el momento que nos ocupa, pero la crisis Gelasiense sólo se puede comparar a aquella del Vallesiense (14m.a Bp) en intensidad e importancia para la hominización. Baste decir que se constata entonces la primera glaciación desde el Oligoceno (37m.a Bp), o que supuso en África un incremento de la aridez tal que la sabana no sólo sustituyó a la proto-sabana sino también a gran parte de la selva anterior. Otra característica que destaca al Gelasiense de cualquier otra segmentación es que representa un cambio de polaridad en el magnetismo terrestre, la transición Gauss-Matuyama. A muchos nos parece chocante que la Tierra cambie su polaridad magnética, que lo haga relativamente rápido y que lo haga sin ninguna regularidad. ¿Tiene repercusión en los procesos de hominización? Aún no se ha planteado oficialmente como posibilidad, y en consecuencia faltan datos empíricos para establecer hipótesis. Que cada uno se ponga al día en el asunto, que compare los cambios de polaridad con las fechas de los fósiles humanos y homínidos, y finalmente saque sus propias conclusiones sin olvidar que por ahora no pasarán de mera intuición. La segunda gran razón para escoger este período como marco temporal es que ve nacer al “genero” Homo. Para comprender el importante relevo que en el catálogo de homínidos se produjo durante la transición Gelasiense, podemos decir telegráficamente que si hace 3m.a estaba representado por cuatro tipos de australopitecos, hace 2.5m.a la proporción era de dos australopitecos, un parantropo y un homo, y hace 2m.a ya sólo quedaban parantropos y homo, con dos o tres variedades cada uno. Resumiendo, entre 2.6 y 1.8m.a Bp. se produce un cambio drástico en el clima y el geomagnetismo que coinciden, y quizás provoquen, destacados procesos evolutivos que conducen a la aparición de los Homo.

 

La identidad humana y sus límites provocan un intenso debate que va al vaivén de los tiempos a causa del racismo. El blanco tiene que estar muy alejado de los grandes simios, eso es axiomático para el supremacismo occidental, pero según etapas y paradigmas lo que queda en medio puede cambiar de rol. Partimos del creacionismo donde la lejanía es total porque los seres son estancos desde el origen. Luego Darwin, ya lo vimos, fue revolucionario porque nos hizo provenir del simio, pero reaccionario porque ponía al negro y al amarillo entre el mono y los blancos. Más tarde el racismo fue acorralado y la humanidad actual fue concebida como una sola especie con un mismo grado evolutivo sin importar el color. Pero entonces fue necesario inventar toda una cadena de sub-humanos prehistóricos para rellenar el hueco que dejaron los antiguos sub-humanos raciales. Esta estrategia se ha visto parapetada porque quien la critica suele parecer anti-evolucionista, todo un tabú vigente, cuando de lo que aquí se trata es de cuestionar los tiempos de evolución. ¿Son 2.6m.a un período lo suficientemente largo para permitir discriminar entre humanos plenos y sub-humanos? Para responder debemos basarnos en datos objetivos, pero lamentablemente estos son escasos y desordenados. Homo es un género del cual sólo sobrevive una especie, lo cual hace muy problemático su estudio comparativo. Implica que el resto de especies Homo están representadas por un escuálido número de huesos que sólo valen por su información morfológica, pues al estar petrificados impiden el análisis genético. Sin embargo es posible sacar partido de tan desolador panorama.

 

Comencemos con la morfología, a la cual consideraré ahora una pista sobre parentesco aunque parezca contradictorio con lo que he venido defendiendo en otras entradas. De nuevo es una mera cuestión de reloj, pues opino que si el fósil es muy parecido y está muy cercano en el tiempo evolutivo, sí podemos usar la morfología como indicador de humanidad, aunque no desde luego del modo en que se ha venido haciendo. No creo que tengamos que ser descendientes directos, menos aún exclusivos, de un homínido que como Orrorin haya mostrado un tímido bipedismo hace 6m.a. Pero sí me da qué pensar el hecho de que si abandonásemos un Homo ergaster (2m.a Bp) decapitado en nuestras calles ni el forense notaría que está ante una especie distinta a la nuestra (a lo sumo lo calificaría de consumado atleta). Pero no olvidemos que por ahora nos limitamos a lo morfológico, que “ergaster”, “habilis” o “parantropo” son sólo etiquetas que agrupan huesos parecidos según baremos morfológicos, pero cuya relación genética es imposible aventurar a partir de sus fósiles. Hay huesos que evidencian rasgos muy similares cuando no idénticos a los actuales que se remontan a hace 2.5m.a, pero se mezclan en época y aún en yacimiento con otros que no se nos parecen tanto. Si esta modernidad era cuestión de individuos aislados dentro de una gran variabilidad, de poblaciones regionales, o de subespecies en camino a su emancipación es algo que ni la morfología ni el análisis genético pueden decirnos con rotundidad. A lo sumo es cierto que dichas formas acabarían siendo universales con el tiempo y que son lo bastante numerosas en el registro fósil como para pensar que bien pudieron representar una población definida de Homo. Por eso y a fines prácticos vamos a denominar a los fósiles gelasienses con rasgos actuales como H. Ergaster (morfoespecie). Este fue el primer hominoideo con un esqueleto postcraneal idéntico al nuestro, como ya vimos en el escabroso ejemplo anterior, y esto activa una serie de mutaciones colaterales o consecuentes. Decir Sabana implica grandes superficies desarboladas, por tanto gran visibilidad para los predadores, consecuentemente aumento del riesgo para los homínidos que se enfrenten a ese ecosistema, y los ergaster parecen la optimización mutante para afrontar la aridez gelasiense que le es contemporánea. Bipedismo hay desde antes de los australopitecos, pero hay que esperar a H. ergaster para encontrar seres que lo practiquen como nosotros, exclusivamente y con gran rapidez y resistencia. Para lograrlo se requiere una distribución de pecho y tripas, así como una proporción de brazos y piernas, sustancialmente distinta de la de australopitecos, parantropos y algunos homo habilis. A continuación se da una complementareidad funcional, una evolución sinfónica que no me atrevo a ordenar porque todo afecta a todo. El propio bipedismo es favorable en entornos áridos porque reduce la superficie de insolación. Además, como la “especie” explota su capacidad de moverse más y mejor que otros homínidos, va especializándose en vivir literalmente a la carrera (como por otra parte viven tantos oportunistas de sabana). Una consecuencia de ello pudo ser la pérdida del vello corporal hasta niveles actuales o, si quieren, hasta niveles de una bigotona mediterránea o un cejijunto afgano. La razón es que sustituir el pelo por glándulas sudoríparas ventila mucho mejor el cuerpo… pero también pudimos perderlo por culpa del sexo. Es obvio que andar implica que el macho muestre más sus genitales mientras que la hembra los oculte, y la consecuencia adaptativa que conlleva es que el macho humano ha exagerado el tamaño de su pene (el más grande entre los antropomorfos) mientras que la hembra ha sustituido su antiguo reclamo de andar “en pompa” por una sofisticada combinación de pechos, caderas, etc. En cualquier caso este nuevo código visual favorecería individuos más lampiños. En cuanto al cráneo, el bipedismo pleno lo obliga a encajar con la columna vertebral justo donde nosotros, lo que implica que su rostro y cabeza gozaban de nuestra verticalidad. No menos interesante es que debido a la distribución de las cuencas de los ojos, el pellejo de la cara, etc., fueron probablemente los primeros hominoideos en tener el blanco de los ojos tan visible como nosotros, lo que implica que aquel ser te miraba con ojos de compadre, no de mascota. Sumemos de propina que fue el primer humano con tabique nasal, aunque incipiente, que su volumen craneal duplicaba al del australopiteco, y que tenía una cara decididamente corta. Como ya expresé en otra entrada, practicar sexo con una australopiteca me parecería zoofilia mientras que con una ergaster la cosa no pasaría de buen o mal gusto, y esto me parece una perfecta frontera de humanidad por acientífica que parezca.

 

Esta apabullante modernidad morfológica, que luego retomaremos, se conocía desde hace décadas pero los oficialistas se han apresurado a minimizarla desde dos estrategias. La primera consiste en sobrevalorar el volumen craneal, de tal modo que la “microcefalia” ergaster lo sentencie como sub-humano. Pero esta teoría ha sido barrida, con mucho humor, cuando Homo Floresiensis, probable descendiente de un ergaster pero con volumen cerebral menor que el de un australopiteco, aparece asociado a industrias ModoIII, esto es, propias de los neandertales… ¡que tenían el cerebro mayor que nosotros! La segunda estrategia ha sido la de retrasar la fecha de aparición de H. ergaster de manera alevosa. Por su herencia ilustrada o por el orden de sucesión de los hallazgos, la cosa es que los especialistas se han sentido muy cómodos proponiendo un esquema gradual y consecutivo australopiteco-habilis-erectus. Aunque todos los hallazgos posteriores han demostrado que Homo ergaster es tan antiguo o más que Homo habilis, ese viejo esquema sigue siendo muy caro para los académicos, que llegan a  hacer auténticas piruetas para seguir justificándolo. Así, aunque el tope cronológico para los fósiles tanto de ergaster como de habilis se sitúa en 2m.a Bp, sólo a este último se le presupone una existencia virtual desde 2.5m.a. Bp. Simplemente “deben” ser anteriores a los ergaster por su apariencia más primitiva. Pero posteriormente han aparecido fósiles de Homo anteriores a los más antiguos habilis y ergaster, y su parecido con los primeros no es mayor que con los segundos. Abrió camino H. Rudolfensis, aunque fue posteriormente redatado y re-reconstruido para que se aviniera al paradigma. Pero para multitud de yacimientos posteriores (Baringo y Tabarin en Kenia, Uraha en Malawi, o Hadar y Omo en Etiopía) no ha habido maquillaje que valga: aparecen fósiles que se remontan a 2.5m.a Bp. y que se resisten a una ubicación entre las especies barajadas. Reciben el apelativo de “Homo sp.” (“especie homo sin determinar”), lo cual es muy interesante taxonómicamente, pues indica que ni muestran originalidades morfológicas como para merecer nombre propio ni tampoco merecen el calificativo de H. habilis. De hecho una considerable parte de ellos son mejores candidatos a proto-ergaster o a rudolfensis que a proto-habilis, y eso puede remontar a 2.6m.a Bp (principios del Gelasiense) nuestros parientes más directos con morfología moderna o decididamente orientada hacia nuestra condición actual, sin necesidad de pasar una fase habilina anterior. Ergaster no es una versión tardía y excéntrica del primer Homo sino posiblemente su derivado más fiel a nivel morfológico, lo cual es estremecedor teniendo en cuenta lo que se nos asemeja y el tiempo que nos separa.

 

A continuación llega el turno de un conjunto de argumentos que podríamos denominar genéticos, aunque deberían desglosarse entre la información que nos aportan los fósiles, la que nos aportan nuestros genes actuales, la que aportan otras especies vigentes emparentadas, y todo ello sobrevolado por un asunto capital como es la hibridación y su reverso, la especiación. El primer grupo lo descartamos porque como dijimos la inmensa mayoría de fósiles carece de materia orgánica para ser analizados genéticamente, salvo humanos muy cercanos en el tiempo como el neandertal (y serán objeto de análisis en la siguiente entrada). Otra cuestión es el estudio de nuestros genes actuales, o mejor su comparación con el estudio molecular de otros antropomorfos. Recordemos que en la entrada anterior dijimos que las líneas del humano y del chimpancé tardaron en desgajarse unos 4m.a, lo que traducimos convencionalmente en 7-3m.a Bp, pero que perfectamente podría ser avanzado su final hasta coincidir con el Gelasiense. De esa manera esas morfologías modernas que denominamos ergaster serían quizás los primeros representantes de nuestra línea evolutiva cuando ya se hizo imposible hibridar con ancestros del chimpancé. En cuanto al análisis genético de nuestros primos peludos, nos indica que los bonobos se separaron de los chimpancés, así como también los gorilas orientales de los occidentales, en una misma fecha aproximada de 2m.a Bp., es decir, finales del Gelasiense. Podemos resumir diciendo que entre 3 y 2m.a Bp se producen evidentes procesos de mutación entre los antropomorfos africanos que llevan a la aparición de nuevos “géneros” y “especies”, aunque lo prudente sería poner estos términos en cuarentena, para lo cual precisamos abordar al fin el tema de la hibridación. La definición clásica de especie la establece como aquella población mundial con posibilidad de cruzarse entre sí obteniendo una descendencia fértil, y así aprendimos que el caballo y el asno eran especies distintas porque el mulo, su cruza, era estéril. En sí era un paso adelante respecto a la pura morfología, un dato más objetivo que el “parecido” entre dos huesos, pero no por ello está libre de objeciones. Para empezar existen especies distintas que se pueden hibridar fértilmente, como ocurre precisamente entre especies de gorila o entre las de chimpancé. Esto desbarata el esquema taxonómico vigente, pues todos (Gorilla, Pan y Homo) pasan a ser “géneros” sospechosamente representados por una sola especie cada uno, lo que es como decir que no existen tales géneros sino tres especies de un género gorilino. El grado de hibridación de los actuales humanos con las otras dos especies hermanas, equivalente al parentesco del caballo y el asno, es algo que por ahora no hemos abordado científicamente por razones éticas que soy el primero en suscribir, pero que por los mismos motivos tampoco nos permiten ser dogmáticos. Además la hibridación como criterio de especie tiene una pega intrínseca y es que se ha concebido como un marcador “sí/no” cuando realmente se da en proporciones variables. Hay especies no compatibles entre sí y otras que sí lo son pero en distinto grado, desde el óptimo (descendencia fértil) hasta el pésimo (aborto o crías defectuosas y estériles), y a menudo se saltan las tradicionales taxonomías. Creo que este ejemplo es muy ilustrativo: la mayoría de gorilas de la especie occidental se mestizan entre sí con más éxito que con los orientales, pero hay subespecies occidentales que se hibridan mejor con determinadas subespecies orientales que con una minoría concreta de las occidentales.

 

Cabría esperar que el reciente boom genético hubiera supuesto una verdadera alternativa, pero realmente ha venido a sembrar más dudas sobre un viejo paradigma al que parece aferrarse. Los análisis moleculares tienen la facultad de determinar el grado de parentesco entre dos secuencias genómicas más allá de los parecidos anatómicos de sus portadores, y eso sin duda ha supuesto un gran avance por la modificación de muchos prejuicios pasados, pero es incapaz de predecir el grado de hibridación en distancias cortas. Quiero decir que a veces dos poblaciones con, digamos, “doce saltos genéticos” entre sí pueden hibridarse fértilmente mientras que otras con sólo “siete saltos” de diferencia no consiguen siquiera hijos estériles. En el fondo se trata de una convicción global que se adueña cada vez más de los genetistas: a veces no importa la cantidad sino la cualidad de los genes, aunque por ahora estemos más capacitados para detectar lo primero que lo segundo. Es ilustrativo el caso del gibón, capaz de hibridar no sólo entre sus especies sino también entre miembros de sus distintos géneros taxonómicos, los cuales han sido por cierto detectados por la genética ya que la mera morfología era incapaz de ver en ellos otra cosa que especies y subespecies. Bueno, en realidad la genética no puede detectar especies, géneros o subespecies, sino que intenta traducir sus estudios al antiguo lenguaje taxonómico con resultados frecuentemente negativos. Con la misma varabilidad o “saltos” genéticos entre sí unas poblaciones pueden ser descritas como subespecies o como familia de géneros, según el ramal evolutivo que tratemos y con especial manipulación cuando nos aproximamos al nuestro. Porque, repetimos, venimos de una tradición donde el humano debe quedar muy distante de las bestias. Sin embargo, no veo científico suponer una ratio de evolución muy diferente para el hombre comparada con la del chimpancé o el gorila, y en este caso la genética demuestra que esos dos ramales que comenzaron a divergir hace 2m.a siguen siendo exitosamente mestizables en la actualidad. Quiero decir que aún suponiendo que el Homo siguiera un proceso similar de divergencia interna (los supuestos sub-humanos prehistóricos) sus ramales aún hoy no habrían llegado a la incompatibilidad de cruza, no digamos hace un millón de años.

 

El tercer argumento es el que abarca lo psicológico, lo social y lo cultural. El Gelasiense no sólo es la época en que ve nacer a los humanos sino la que muestra las primeras piedras trabajadas, aunque ello no signifique que sus autores no puedan ser también parantropos o incluso australopitecos. El hecho objetivo es que coinciden las fechas de aparición de ambos fenómenos, y que los Homo se caracterizan precisamente por la cantidad y calidad de las industrias líticas que acompañan sus yacimientos. Quizás un elemento que ayudó a la enseñanza de estas técnicas de tallado, a menudo muy complejas, fue el habla. Antes dijimos que debido a la lampiñez la garganta quedaba liberada de ser el principal foco de exudación corporal, y esto provocó el desarrollo de una fonación cada vez más compleja. Esa gente podía hablarse, más gangoso o más tato, pero hasta el punto de diseñar complejas estrategias, cantar a coro e incluso reírse de los dobles sentidos. Otra vía de inevitable complejidad psicosocial nos vino de la mano de ese sexo casi exhibicionista que nos iguala a los bonobos. Parlanchín, hipersexualizado e industrioso, ¿qué les faltaba al ergaster para ser un vecino más? Quizás complete el retrato su reconocido uso del fuego o que compusiera grupos al menos tan numerosos como los más de cien individuos que forman un grupo de chimpancés con patrón “fisión-fusión”. El que fuera un hominoideo preparado para largos desplazamientos, incluso para vivir a la carrera, así como que fuera capaz de estrategias de aprovisionamiento muy eficaces, debió posibilitar aún más la viabilidad de tan grandes colectivos. Por si fuera poco, a finales del Gelasiense  los ergaster hacen otra vez alarde de su indiscutible humanidad siendo el primer y único homínido en salir de África para colonizar el mundo entero, con gran éxito como se puede comprobar.

 

Todo lo anteriormente expuesto nos permite que, aunque no tengamos evidencia directa de los procesos evolutivos que tratamos, sí podamos hacernos una idea bastante aproximada de su contorno. Entre 3.4 y 2.6m.a Bp culmina el largo separamiento de los linajes humano y chimpancé, el cual pienso que fue interrumpido bruscamente basándome en dos razones: la primera es que no fue una escisión gradual sino con altibajos, y que precisamente en su final mostraba un repunte de acercamiento genético seguido luego de un abrupto distanciamiento, y la segunda es que el batacazo gelasiense justificaría perfectamente este cambio de rumbo. Como consecuencia del cambio climático los antiguos australopitecinos y el resto de gorilinos se vieron respectivamente inmersos en un stress evolutivo que posibilitó una rápida divergencia en diferentes ramales o soluciones adaptativas. Establecer entre ellas el correcto parentesco es algo hoy imposible a nivel académico, donde se ha llegado a proponer dos géneros taxonómicos distintos donde otros autores sólo veían dimorfismos sexuales intraespecíficos. Pero sí sabemos que surgen todos coincidiendo con el inicio del Gelasiense y que entre ellos hay tipos como el ergaster que a doscientos metros y con una gorra no podríamos distinguir de otro humano y del que tardaríamos meses o años en copiarle su destreza tallando piedra. Por la compatibilidad interna que hoy siguen mostrando gorilas o chimpancés, debemos pensar que tales versiones “progresivas” o ergaster pudieron hibridarse fértilmente con otros Homo como rudolfensis (con el que quizás se identifica) o con habilis (del que no procede evolutivamente), e incluso es posible que todos ellos formaran una sola especie en la que andando los milenios sólo la morfología ergaster sobrevivió y/o absorbió al resto. En cuanto a otros ramales, la hibridación hubo de ser posible (aunque fuese estéril) entre Homo y los parantropos o con los australopitecinos más directos. Pero que mostremos con honestidad y orgullo todas estas aportaciones no implica negar que ya desde el mismo principio, cuando los autralopitecos pasan a ser otra cosa, hay humanos que si nos quitamos la venda del prejuicio debemos aceptar como iguales a nosotros. Y es asimismo muy importante notar que todo este juego de discriminar por morfologías y de obligar a la genética a corroborarlo, saltándose a la torera las leyes de hibridación, puede tener funestas consecuencias para los humanos actuales. Porque si dos poblaciones pueden ser catalogadas como especies o incluso géneros totalmente diferentes aunque sean fértilmente compatibles en la cruza, aunque muestren unas cadenas moleculares que en otras poblaciones no merecen ni ser subespecies, y todo por unos salientes de más o de menos en el cráneo, ¿qué les puede impedir a los racistas volver a la carga de que el negro o el australiano no son H. sapiens sino otras especies, a ser posible más primitivas? No hay diferencia sustancial entre un erectus y nosotros, tan sólo milenios de experiencia acumulada y si acaso algo de optimización del prototipo. No hay ningún miembro de nuestro ramal evolutivo que desde hace 2.6m.a acá no haya merecido la carta completa de derechos humanos, y decir lo contrario es para mí sospechoso de un racismo  frustrado que proyecta inventando “sub-humanos prehistóricos” lo que antes tenía permitido aplicar a sudaneses o tasmanios.

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