miércoles, 8 de abril de 2009

Evolución Humana 1. Orígenes

Con esta entrada se inicia una serie dedicada al proceso biológico por el cual nos convertimos en humanos modernos, un recorrido del que sabemos menos de lo que creemos, que continuamente se ve enriquecido por los descubrimientos y que precisaría de rotundos cambios en cuanto al enfoque “filosófico” bajo el que se estudia. Supongo que algún lector se preguntará qué pinta esta temática en un blog dedicado a Afroiberia, pero espero que con la lectura de los sucesivos artículos vaya dándose cuenta de que nuestra Península y la interpretación de nuestro Pasado Remoto no son en absoluto ajenas al proceso de hominización.

Quizás lo más asombroso con que podríamos abrir este capítulo es con la tremenda antigüedad de la vida en la Tierra: si los orígenes del planeta se estiman en unos 4.600 millones de años (m.a), la aparición de vida en él datan de no menos de 4.300m.a Se puede decir entonces que la vida es consustancial a la Tierra, y de hecho es la causante de un rasgo terráqueo tan característico como la atmósfera. Añadamos además que hasta la fecha se estima la antigüedad del Universo entre 13.500 y 15.000m.a., y ya podemos alucinar un rato estableciendo la proporcionalidad universo-tierra-vida: ha habido vida en la Tierra durante casi un tercio de la edad total del Cosmos. Sin embargo, de toda esta larga existencia biótica los animales (Animalia) aparecen verdaderamente tarde (630m.a), quedando atrás unos larguísimos 3.600m.a donde sólo existían bacterias, hongos y algas. Creo que otro dato pintoresco que pocos sabemos es que hasta hace unos 440m.a la superficie de los continentes estuvo totalmente despoblada de formas de vida, y que sólo a partir de esta fecha es cuando las plantas terrestres consiguen al fin colonizarla. Tras dichas plantas terrestres vendrán lógicamente bichos adaptados a alimentarse de ellas, y para comerse a esos bichos les seguirán los anfibios hace unos 380m.a.

Nos detendremos ahora a finales del Carbonífero, hace unos 325m.a, porque entonces tuvo lugar un fenómeno asombroso y del que muchos no tienen conocimiento. En esa época existía ya un tipo de animales denominados con muy mala fortuna “reptilomorfos”, que nos venden como híbridos de anfibio y reptil cuando realmente son el avance de los anfibios hacia formas totalmente autónomas tierra adentro: los amniotas. Un amniota no es un reptil, sino una forma mutada de anfibio cuyos huevos y piel están protegidos de la pérdida de líquido, su fecundación es interna, no sufre metamorfosis, respira totalmente con los pulmones, y por tanto puede vivir con independencia del medio acuático. Los amniotas se subdividen en dos grandes conjuntos o clases, synapsida y sauropsida, la primera representada hoy por los mamíferos y la segunda por los reptiles incluyendo las aves. Es muy importante hacer notar que esta subdivisión de los amniotas se produjo muy temprano y simultáneamente (320m.a), de tal forma que no podemos precisar, dada la lejanía cronológica, si alguna vez existió un amniota común antepasado a reptiles y mamíferos o si cada uno proviene de ancestros diferentes y que todavía eran medio anfibios. La conclusión más directa, y creo novedosa para el gran público, es que los mamíferos no provenimos evolutivamente de los reptiles. Sin embargo dos son los causantes de que nos cueste trabajo aceptarlo. De un lado, hay que reconocer que un anfibio y un reptil son animales bastante similares externamente, y creo que muchos acabamos el bachiller sin saber que lagartos y tritones no son parientes cercanos. Por eso basta imaginar un anfibio que ya no necesite vivir en el agua (amniota) y nos surgirá mentalmente la silueta de un lagarto, por supuesto mucho más que la de un ciervo. Por otra parte, la tradición de ilustradores y reconstructores paleontólogos se ha esforzado durante décadas por mostrar a estos synapsida o amniotas mamiferoides (ej. dimetrodon, edaphosaurus) con aspecto de saurios. Pero un análisis más riguroso de los synapsida revela desde su nacimiento grandes concomitancias con los mamíferos y no con los reptiles: su estructura craneal en dos únicas fosas temporales, la endotermia (sangre caliente) o al menos el poder almacenar calor a partir de sus llamativas “velas dorsales”, una piel glandular y sin escamas (o con escamas ventrales distintas de las de los saurios), etc. Más adelante estos synapsida, teromorfos, terápsidos o como se les llame tenían ya paladar, huesos del oído y disposición de las extremidades igual que los mamíferos, además de presentar una cubierta de pelo, algo capital para dejarlos de considerar estéticamente lagartos. Se dice que hace más de 200m.a. surgieron los mamíferos “de pleno derecho” pero, ¿estamos en condiciones de saber donde descansa esta línea divisoria? Aún sobreviven equidnas y ornitorrincos para demostrarnos que se puede ser mamífero poniendo huevos, exudando leche por una piel carente de pechos y demás excentricidades. Finalmente, no pensemos que eran especies minoritarias dentro de su ecosistema sino que por lo contrario estos synapsida fueron los cuadrúpedos terrestres dominantes al menos desde finales del Carbonífero hasta principios de Triásico, muy por encima en importancia y cantidad sobre los saurios. Sólo después es cuando viene la tan traída “era de los dinosaurios”.

La siguiente escala del camino corresponde a la aparición de los primates, pero antes es necesario hacer una reflexión sobre la evolución de los mamíferos en general. En el imaginario público sólo existen dos momentos prehistóricos dignos de mencionarse, y acaso crean que fueron los únicos que existieron: “edad de los dinosaurios” y “edad del hombre prehistórico”. La génesis y apogeo de los mamíferos queda por tanto eclipsada, considerada una mera transición entre lo uno y lo otro. Por si fuera poco los recientes análisis genéticos han desmentido muchas de las asunciones de la antigua taxonomía basada sólo en lo anatómico, de tal forma que en general la idea que el lector medio tiene sobre cómo surgen y se desarrollan las distintas familias de mamíferos es bastante incorrecta. En uno de los campos que más ignorancia hay es en el grado de parentesco entre especies, del que estoy seguro que en encuesta callejera no se obtendría ni un 25% de aciertos. ¿Estamos preparados para asumir que el caballo está más emparentado con el tigre que con la jirafa?, ¿o que un erizo tiene más en común con una ballena azul que con un ratón?, ¿sabemos por cierto que lo más cercano a un primate, con diferencia, son las ratas y conejos? Otra cuestión sobre la que existe un gran vacío divulgativo es la antigüedad de los primates respecto al resto de mamíferos. Teniendo en cuenta que hace 125m.a. surgen los mamíferos placentarios o euterios, la aparición de los primates debe considerarse temprana, si aceptamos los 85m.a. que proponen recientes estudios genéticos para la separación entre estos y los lémures voladores. Para verlo mejor he decidido pasar a un tono coloquial porque creo que un abuso de taxonomías impronunciables no nos aclararía nada, así que básicamente vamos a equiparar los primates a lémures y monos, tratando luego de mezclarlos mentalmente para obtener la forma de ese ancestro común. A continuación debemos preguntarnos qué otros grupos placentarios habían completado un aspecto siquiera similar al actual en el momento en que surgen los primates. Entonces ya existían, pero tampoco desde mucho atrás, el grupo de animales americanos que abarca a armadillos y perezosos, unos insectívoros raros que hoy sobreviven en África, los erizos, las musarañas y quizás ya se distinguían las ratas de las liebres. Sin embargo, grandes grupos de mamíferos placentarios actuales estaban aún bajo formas muy primarias y genéricas. Si nos puede sorprender que entonces aún no se hubiera bifurcado la rama que lleva a manatíes, elefantes y damanes, aún más chocará que persistiera el tronco primordial que dará lugar más tarde a ballenas, jirafas, hipopótamos, cerdos o camellos. Pero quizás el remate lo representa un placentario de entonces tan genérico como para haber dado como descendencia a osos, caballos, murciélagos, focas, tigres, pangolines, perros y comadrejas. ¿Podemos mezclar mentalmente una jirafa y una ballena, o un murciélago y una foca, con la misma facilidad con que superponemos el simio al lémur? De hecho yo diría que para lo que tenemos problema es precisamente para lo contrario, para distinguir al mono del lémur, y eso es desde luego un argumento muy a favor de la tempranísima definición del orden biológico que conduce hasta nuestra especie.

A continuación se suceden una serie de hitos que considero importantes pero que por concisión hemos de resumir al máximo. Hace 63m.a los lémures y los simiformes divergen, hace 58 m.a lo hacen los prosimos o tarseros respecto a los simios, y hace 40m.a la separación acontece entre catarrinos y platirrinos o, lo que es igual, entre monos del Viejo y Nuevo Mundo. Por supuesto todas estas fechas estimadas van a ser modificadas en el futuro, y no duden que si sigue la tendencia de las investigaciones actuales estos cambios consistirán en el inexorable envejecimiento de dichas dataciones. Si retomamos la lista anterior de placentarios podemos seguir estableciendo correspondencias. Así, los simios propiamente dichos se anticipan en 8m.a a la aparición de los primeros carnivora, lo cual indica que ya hay monos bien definidos y aún no podemos distinguir qué es felino, qué canino, mustélido, o foca. Lo mismo ocurre con los artiodáctilos, siendo incapaces de decir de cuál de ellos surgirá el cerdo o el camello. Hace 40m.a ya se distingue un simio del Viejo Mundo, que podemos imaginar como la mezcla de un macaco, un mandril y un gibón, algo que le ocurre a los camélidos por similares fechas, pero aún no podríamos distinguir al ancestro del elefante, pues los probóscides propiamente dichos aparecerán 10m.a. más tarde. Anticipándonos a la próxima entrada de esta serie, hay animales francamente recientes como son los felinos o los jiráfidos, de ca. 20ma. de antigüedad, que equivale en el mundo simiesco a 5m.a después de que se produjera la separación entre cercopitecos y hominoideos. Y es que hace 24m.a ya campaba un ser tan “humano” y conocido como Procónsul, junto a otros hominoideos del Mioceno inicial.
Acaba aquí la primera parte de esta serie, a las puertas del período Mioceno, considerado como el apogeo de los simios en general y el amanecer de los hominoideos. Desde que me planteé introducir este tema en el blog tuve muy claro que no podía ni quería hacer un resumen de nuestra historia evolutiva, sino llamar la atención sobre determinados capítulos que considero trascendentales, poco divulgados e intrínsecamente impactantes. Antes de mi pasión por estos temas, contando con el simple remanente de mi educación reglada, habría jurado que la duración de nuestro planeta no suponía ni una milésima parte de la edad del Cosmos, que la vida en la Tierra surgió como muy pronto en la mitad de su existencia, que los mamíferos eran posteriores a los dinosaurios, o que las distintas líneas de mamíferos, al menos los placentarios, se habían desarrollado casi a la par, e incluso que los primates eran de los más recientes. Estoy convencido de que muchos comparten todavía dichos prejuicios, que sin duda provienen de nuestra indigestión de evolucionismo filosófico. La realidad de los datos rompe con sus ideales de gradualismo, de ratios ordenadas y equidistantes para todas las especies, etc., pero el prejuicio evolucionista que más se resiente con los avances genéticos y paleontológicos es la idea de que el hombre es la culminación de todo el proceso evolutivo-adaptativo terráqueo. Por este prejuicio y no por otra razón el hombre tenía que ser lo último en aparecer, los simios debían ser algo más recientes que sus equivalentes en otras familias mamíferas, los mamíferos placentarios debían ser por fuerza anteriores a los marsupiales, los mamíferos jamás podían ser anteriores a los dinosaurios, y la Tierra habría precisado de mucha preparación para generar vida. Para el evolucionista clásico lo “anterior” equivale a lo “inferior”, y ambos conceptos se confunden a su vez con el “diferente”. Así, como el lagarto es mucho más diferente a nosotros que el ciervo o el león lo hacemos por añadidura una forma de vida anterior e inferior al mamífero. Pero debemos tener mucho cuidado, pues los mismos argumentos indujeron a Darwin y sus primeros discípulos a considerar a los negros (el más “diferente”, por tanto más “inferior/anterior”) como un eslabón entre el chimpancé y el hombre “de pleno derecho” (caucásico para más señas). Hoy desmontamos el paradigma darwinista desde el Big-Bang, los synapsida o los tempranos primates, y creo que es lo mejor que se puede hacer si se pretende continuar la crítica con el Homo Rudolfensis, los sapiens modernos marroquíes, o la sucesión paleolítico-neolítico-metales en Afroiberia. Nos permitirá anticiparnos ante nuevas formas del mismo prejuicio, pero también nos demostrará que en sí mismos, y aunque parezcan muy distantes de la hominización comúnmente estudiada, son argumentos que generan un marco totalmente nuevo e incompatible con el que rige las actuales teorías sobre nuestra Prehistoria.

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