miércoles, 19 de noviembre de 2008

Complejos identitarios 2. Un Anibal negro en el cine

Mucha gente cree, yo al menos lo hacía, que se necesitan tener vastos conocimientos para poder hacer una crítica a la Historiografía vigente, pero el caso que protagonizará esta entrada va a demostrar que a veces no es así. Basta con saber un poco del mundo del cine y cualquiera podrá gestar sus propias conclusiones a partir del ejemplo que voy a facilitar. Se trata de la polémica que hace pocos años levantó el proyecto de una película sobre Aníbal. El revuelo se debía a que habían seleccionado al actor Denzel Washington para el papel del general cartaginés. Los medios de comunicación estadounidenses se volcaron en debatir si un afroamericano como Washington era una alternativa seria para representar a un fenicio africano. De repente, todos eran expertos en historia y en antropología de las poblaciones semitas y norteafricanas, y por supuesto hubo historiadores y arqueólogos que se prestaron a sumar su opinión en telediarios y debates. La mayoría encontraba la elección una burla y toda una traición al rigor “científico”, y se propuso a otro actor, Van Diesel (multirracial con sangre afroamericana e italiana entre otras) como alternativa, mientras que otros pedían que el papel fuera interpretado, apelando al rigor histórico, por un actor norteafricano o libanés. Se llegó a decir que la película no era sino fruto de una maniobra política para satisfacer al poderoso mercado/lobby afroamericano, y el proyecto fue finalmente pospuesto hasta ser suspendido.

 

Argumentos cinematográficos

 

Denzel Washington es un consagrado coloso de la pantalla, con dos Oscars (de cinco nominaciones), dos Globos de Oro (de siete nominaciones) y un Oso de Oro de la Berlinale, entre otros premios, y con una extensa carrera en la que ha interpretado absolutamente todo tipo de papeles. Sólo por eso, ni deberíamos cuestionarnos la idoneidad de este actor por simples motivos profesionales, en un arte que como tal no ha de ser esclavo de rigorismos historicistas. Dicho en otras palabras, la piel de D. Washington no debería ser obstáculo en un casting. Si el problema no es de índole profesional o artística, ¿qué otra cosa es sino racismo encubierto o al menos subconsciente? Bien, puede que persistamos en que no, que se trata simplemente de exigir cierto rigor a nuestras películas de época. Aunque el cine es ficción, tampoco se puede negar que cuando se pretende “histórico” toma, lo quiera o no, un matiz formativo. Cuando de chavales dimos nuestro primer año de latín las caras que les poníamos a todo ese nuevo mundo provenían de la serie Yo Claudio y de las películas de género “peplum”, mientras que supongo que las nuevas generaciones utilizarán el imaginario de Gladiator y similares. Son por tanto comprensibles esos foros web donde se le sacan los colores a las incorrecciones históricas de ciertas películas.

 

Pero esto es sólo cierto o justificado cuando de armaduras o templos se trata, no de las fisionomías. Al menos no hemos tenido muchos escrúpulos al respecto durante toda la historia del cine, cuando Yul Brynner (ruso+suizo+mongol) interpretaba lo mismo un faraón egipcio que un rey tailandés o que un guerrero maya, o, más estrambótico aún, cuando le tocó a John Wayne dar vida a Gengis Khan en la pantalla. ¡Hasta Paul Newman hizo de apache y Katharine Hepburn de china! La lista es demasiado larga y bochornosa como para citar siquiera la mitad. Muchos pueden sentirse tentados a replicar que no son sino ejemplos de una época pasada, y racista, de Hollywood… ¿Cómo justificar entonces que hace poco Rusell Crowe (neozelandés+noruego+maorí) encarnara el papel de un hispano de Mérida en Gladiator, que el irlandés Colin Farrell interpretara al macedonio Alejandro, o que el WASP Brad Pitt hiciera del griego Aquiles en Troya? Claro que después de ver a Keanu Reeves en el papel de Buda o a Nicolas Cage en el de Fu-Man-Chú… Parece ser que el tipo caucásico sí puede ser utilizado para interpretar cualquier personaje sin importar su nacionalidad, preferentemente cuando éste es heroico o de trascendencia religiosa y política. Esto último introduce un tema, el de los villanos morenos en el cine, que sin duda daría para una entrada aparte. Pero a este respecto tenemos un caso muy pertinente, el de Dwayne Jonson, más conocido como The Rock, que encarnó el papel de faraón malo (Rey Escorpión) en las recientes versiones y secuelas de La Momia. Como era el villano, no importó que el papel lo interpretara un mestizo de samoano y afro-canadiense, con una apariencia bastante negroide. Sin embargo, cuando se trata de Aníbal, el mejor estratega tras Alejandro Magno y el que puso en jaque a Roma, saltan todas las alarmas eurocentristas si se insinúa que alguien moreno, no digamos negro, va a interpretarlo. Pero se supone que en ambos casos se quiere representar a un habitante del Norte de África antigua… Como esperanzadora anécdota hay que mencionar la serie producida por la BBC en 2006 (Hannibal: Rome’s Worst Nightmare) en la que el papel de Aníbal lo interpreta Alexander Siddig, hijo de sudanés (entiéndase sudanés muy arabizado) e inglesa. Ya se que una golondrina no hace verano, pero ya es algo para los que somos optimistas.

 

Argumentos paleo-antropológicos

 

Una vez establecido que no hay motivos artísticos ni estrictamente cinematográficos para impedir que Denzel Washington interpretara a Aníbal, y que además bordara el personaje, podemos investigar con total relajación qué posibilidades existen de que Aníbal tuviera en verdad aspecto de Denzel Washington. Mi respuesta es que sin ser lo más probable, sí podemos sorprendernos con lo posible que puede llegar a ser. Este asunto, el de la antropología física de los norteafricanos históricos y prehistóricos sí que excede esta entrada de blog, pues será tratada a lo largo de todo mi proyecto. Aquí sólo lo rozaremos.

 

Lo que tenemos que hacer en primer lugar es quitarnos prejuicios antropológicos de la cabeza y afrontar qué elementos estamos comparando. Y la identificación la establecemos entre un libanés-tunecino y un, pongamos, nigeriano, pues así es como concebimos mentalmente los estándares de “moro” y “negro” respectivamente. Desde el momento en que socialmente todos distinguimos un moro de un negro nos resistiremos a que sean confundidos. Pero lo que aquí se compara es a un afro-estadounidense actual con un cartaginés del s.IIIaC., que es muy distinto. En primer lugar, los afroamericanos no son como los subsaharianos actuales porque han sufrido muchos aportes de sangre a lo largo de su historia, principalmente amerindia, europea y latinoamericana. Si Denzel Washington no es adecuado para encarnar a Aníbal tampoco lo sería para el papel de Shaka Zulú: entre un entorno de subsaharianos bantúes, los afroamericanos se ven francamente amarillentos y de rasgos más mediterráneos. Que le pregunten a Will Smith cuando viajó a la Madre África para interpretar a Muhammad Alí, o a Langston Hughes cuando fue allí tomado por marroquí. O mejor, que cualquiera salga a pasear por su gran ciudad más cercana y se detenga a observar las diferencias entre el vendedor callejero senegalés y la “negra” cubana que le compra un paraguas.

 

El otro asunto, como dije mucho más vasto, es el de la negritud de los norteafricanos antiguos. Si de algo sirven los años que llevo dándole vueltas al tema, diré que existen dos vectores tan ciertos como fundamentales. El primero es que en el Norte de África siempre han habitado muchos “negros”. El segundo es que desde la islamización se ha producido una intensa selección sexual en un sentido antagónico al del aspecto de “negro”. Desde hace mucho se ha querido oponer un África Blanca a un África Negra, pero lo cierto es que más bien habría que traducirlo por un “África Blanca y Negra” frente a un “África exclusivamente Negra”. O mejor no emplear ese par de opuestos nunca más pues es algo totalmente artificial y dañino. Tanto si tomamos las representaciones rupestres saharianas como si nos acogemos a los cráneos prehistóricos y protohistóricos, como si preferimos las fuentes clásicas, sabemos que el Norte de África, de Egipto a las Canarias y del Sahel al Mediterráneo, era una población mixta de elementos negroides y mediterráneos. Cuando digo mixta me refiero a que había etnias más negras, otras más blancas y la mayoría amulatadas. En lo estrictamente textual, sea grecolatino o bíblico, hemos además de considerar que los antiguos empleaban un término bastante ambiguo, “etíope” y “kushita” respectivamente, pues acogía a tipos antropológicos que iban de un zaireño a un mauritano o a un yemení. Esto es muy importante porque certifica un tipo de “negro” antiguo que tiene determinadas concomitancias con los mediterráneos, sin que esto suponga procedencia o mestizaje respecto a estos (si acaso serían sus ancestros): etíopes y somalíes, mauritanos, peúles, etc. Y esto implica que las posibilidades antropológicas de que fuera cierto, que estuvieran presentes en el Norte de África, son mucho mayores que si nos restringiéramos a un tipo de “negro propiamente dicho” (así lo llaman en los manuales) como fueran los congoleños o los senegaleses, que también existirían pero en un grado bastante menor. Finalmente es de suma importancia el otro vector de nuestro argumento, a saber, que desde el s.VIII se ha producido una fuerte selección sexual en la dirección de adoptar rasgos afines a los árabes. Desde que son musulmanes y hasta la colonización, en el Norte de África tener pinta de árabe era sinónimo de ascenso social, de belleza, de nobleza, etc. Es lógico pensar que los elementos “raciales” norteafricanos de tipo mediterráneo eran mucho más útiles para fabricar este aspecto “árabe” que los del sustrato negroide, y eso supondría un emblanquecimiento de la población por motivos de selección sexual. Lo que viene después, sea la ocupación turca o las colonias europeas han llevado este canon emblanquecido mucho más allá de la orientalidad morena del árabe, hasta el punto de que los independentistas bereberes de las costas septentrionales, arabófobos crónicos, han adoptado directamente un modelo “racial” centroeuropeo, alentados por lo demás por cierto mito antropológico sobre bereberes rubios de ojos azules.

 

Estoy seguro de que muchos no pueden esperar para interpelarme el que parece ser un magnífico contra-argumento: “Aníbal no era norteafricano sino fenicio instalado colonialmente en el Norte de África”. ¿Y? más allá de tendenciosas etiquetas, ¿qué era realmente un fenicio?, ¿qué hacían estos fenicios una vez se instalaban en una colonia? Lo primero que habría que hacer es relativizar los términos “fenicio” y “colonia”, y substituirlos por los de “cananeo” y “emporio”. Los cananeos bíblicos, y no hay otros cananeos, eran casualmente hermanos raciales de los cushitas-etíopes antes mencionados, si hemos de fiarnos del capítulo X de Génesis. El fenicio, que no es más que un tipo de cananeo, era para los griegos un exiliado del Sur del Mar Rojo. Hablo del dato histórico, no de las interpretaciones, porque hoy todos estos textos están matizados o muy desprestigiados. Se dice que la adscripción bíblica de Canaan al mundo africano camita se debe sólo a la fuerte presencia política de los egipcios en esa región. Se dice que los griegos que pusieron en el Mar Rojo la cuna de los fenicios fantaseaban. Se dice que les decían “rojos” no por el color de su piel sino por el color de sus tejidos. Se dice que cuando los talmudistas hebreos llaman negro a Canaan demuestran una total ignorancia sobre su propia historia. Yo no tengo fe ni ganas de defender unos cananeos parecidos a nuestros actuales subsaharianos. Ni siquiera creo que tuvieran aspecto de afroamericanos. Pero me indigna y me repugna la actitud que hoy impera, consistente en el siguiente trileo:

 

-          1. Se dice que el fenicio no es camita sino semita. El argumento es puramente lingüístico, lo cual nos obligaría a hacer del peruano y del senegalés hermanos en la “raza latina” y, por tanto, indoeuropeos de pura cepa.

-          2. Una vez hecho semita, se lo equipara con los hebreos.

-          3. Una vez “judaizados” se los equipara con la variedad más blanca y europea de hebreo que hoy tengamos a disposición, el judío askenazí, que no es sino un eslavo o un germano convertidos al judaísmo en época bizantina (kázaros). Ya tenemos totalmente blanqueado al fenicio de nuestro imaginario.

 

Por si fuera poco, Aníbal no era estrictamente un fenicio sino el producto de los emporios fenicios asentados en el Mediterráneo, así que para determinar su aspecto habría primero que analizar la actitud de los fenicios con respecto a los aborígenes que habitaban en los alrededores de sus emporios. Pareceré pesado, pero tengo que volver a repetir que este es un asunto que será tratado con mayor profundidad en sus artículos correspondientes. Lo único que ahora debemos saber es que no existe fórmula material o genética que permita a una ciudad pequeña como Tiro surtir de habitantes a todo el abanico de “colonias” que diseminó por el mundo. El mestizaje con los locales fue una obligación. Para aquellos que les cueste reconocerlo, vamos a demostrarlo precisamente desde el lado contrario al tema que ahora tratamos. Hablamos de la “raza” de Aníbal y aquí va un bomba informativa de las buenas: si nos ponemos tontos a Aníbal debería interpretarlo Javier Bardem o cualquier otro español racial. ¿Por qué? Porque ya Almircar Barca, padre de Aníbal, era según dicen hijo de un cartaginés y una ibera o cananeo-ibérica. Luego, casó con otra ibera, Didobal, con la que tuvo a Aníbal, quien a su vez casó con la ibérica Himilce… ¡Aníbal era tres cuartas partes ibérico en su sangre! Estos son los datos que nos trasmiten los clásicos, y luego que vengan los de los despachos con su rebaja y cuestionamiento. Pero este argumento, que sin duda hará las delicias de los que hasta ahora me han leído rasgándose las vestiduras, es un argumento aplicable en todas las direcciones. Como tal, testimonia la actitud de los cananeos en relación con el mestizaje en sus emporios, sea con blancos, con negros o con amarillos. Prueba que se mestizaban mucho, y no es el único dato en esta dirección: en las inscripciones de tumbas y monumentos cartagineses aparecen mezclados patronímicos y gentilicios bereberes con otros semitas, griegos, o hispanos, ojo, dentro del mismo nombre de persona. ¿Pudo ser que el linaje de los Barca, y el pueblo cartaginés en general desde el más humilde al más noble, se mestizara con esos negros norteafricanos de la misma manera que sabemos lo hizo con los iberos cuando estratégicamente fue lo más provechoso? Sería estúpido responder que no. Y si es así, ¿no cabe una posibilidad, aunque no sea la más probable, de que Aníbal heredara ciertos rasgos negroides que le acercaran al aspecto de un Denzel Washington? De lo que no debe caber duda es de que Aníbal tuvo más rasgos negroides que John Wayne rasgos mongoles o Brad Pitt pintas de griego. Pensar diferente es ciertamente prueba de un racismo mal digerido y peor disimulado.

4 comentarios:

RP dijo...

No tienes ni idea macho, en las islas Canarias hasta el s. XV la presencia negroide era ínfima y esto se sabe por las pruebas genéticas hechas a las momias guanches, luego hablas de cráneos, entonces qué hay del Hombre de Mecha Afalou encontrado en Argelia, idéntico casi al Cro Magnon europeo encontrado en Francia?
Me parece que andas muy despistado amigo, una cosa es que antes de la desertización del Sahara hubieran negros en las verdes sabanas que lo ocupaban entonces, y otra distinta era la población de Cartago, una ciudad fundada por fenicios, pueblo semita y por tanto caucasoide y con población caucasoide bereber, como los actuales tunecinos en su inmensa mayoría.
Pero bueno, si te has tragado los cuentos de los afrocentristas, allá tú...

Abercan dijo...

Anda RP, vete a mi post de 29/8/2010,
http://afroiberia.blogspot.com/2010/08/la-primera-en-la-frente.html, y te encontrarás un regalito. Abercan

Juan dijo...

En primer lugar corregir un error que se comete en todo internet:

Los cananeos eran Meditid Hamitid cananeos no semitas, no árabes.

Los griegos fueron los que comenzaron a llamar a los cananeos por el nombre de fenicios.

Cartago era una colonia fenicia en el norte de África. Probablemente Anibal era cananeo por parte de padre e íbero por madre.

El origen de los cananeos está en Somalia-Ethiopia, pero igual que el del resto de la humanidad, decir que los fenicios eran de raza negra es tan arriesgado y absurdo como decirlo de los europeos, ya que las raíces de toda la humanidad está en África.

Este tipo de confusiones históricas está a la orden del día sobre todo en el cine de E.E.U.U. y en el caso de presentar a un Anibal negro, se debe a que los afro-americanos no dejan de hacer lo que hacen sus compatriotas blancos, cambiar la historia a su conveniencia, eso se le podría denominar: Fascismo cultural.

Abercan dijo...

Amigo Juan, tengo problemas para entender el verdadero sentido de tu intervención, como también creo que confundes el sentido de mis palabras. Dices que el origen de los cananeos está en el Cuerno de África, pero parece que para ti esto no indica nada acerca del color de su piel. También estableces un argumento donde por provenir todos de África queda anulado cualquier debate sobre la negritud de cualquier pueblo que habite en otros continentes, lo cual no tiene para mi mucho sentido. Tampoco pareces entender que en todo momento, repasa esta entrada y otras del blog, yo hablo de una percepción social de la “raza” al tiempo que niego todo valor científico para la misma. Los cananeos se verían muy oscuros de piel, mucho más cercanos en facciones a un etíope que a un europeo, eso es lo que simplemente trato de decir. Finalmente, acudes a conceptos como “mediterráneo” o “hamita”, ya de por sí conflictivos, y los contrapones a semitoparlantes (no hay “raza” o “aspecto” semita) y árabes, con lo que el lío es total. Pero lo más importante es que acusas de “fascismo cultural” a los afroamericanos, lo cual es a todas luces injusto si repasando la historia del s.XX observamos quienes se autodenominaron fascistas y qué pretendieron hacer con África y los ciudadanos de color.